MANUSCRITOS BIBLICOS (AT)

tip, MANU LIBR

ver, APí“CRIFOS, CANON, MASORETAS, QUMRíN, LIBRO, SEPTUAGINTA, TEXTO, VERSIONES CLíSICAS DE LA BIBLIA, VERSIONES DE LA BIBLIA, PENTATEUCO SAMARITANO, EVANGELIOS

vet, Los mss. son escritos hechos a mano sobre pergaminos de piel de cordero, de cabra o de asno. Los mss. del AT o del NT son copias de los documentos originales. A. Mss. del Antiguo Testamento. 1. La primera parte de la Biblia. (a) La Biblia hebraica tiene exactamente el mismo número de libros que las versiones que conocemos comúnmente, esto es, las que excluyen los libros no canónicos (véase APí“CRIFOS). Sin embargo, están distribuidos de manera diferente (véase CANON). Los mss. del AT están escritos en hebreo, a excepción de unos pocos pasajes en arameo (Esd. 4:8-6:18; 7:12-26; Jer. 10.11; Dn. 2:4-7:28). El alfabeto hebreo cuadrado es posterior al exilio babilónico, y procede del arameo. La transición de los caracteres antiguos a los cuadrados se hizo de manera gradual. El hebreo primitivo carecí­a de vocales, pero al dejar de ser una lengua hablada, los escribas judí­os, especialmente los residentes en la zona de Tiberí­ades, fijaron la pronunciación mediante unos signos especiales de vocalización, en base a la pronunciación tradicional. De esta manera quedó ya fijado el texto alrededor del siglo VII y X d.C. Estos escribas reciben el nombre de masoretas (de “massorah”, tradición. Véase MASORETAS). Es por ello que el texto así­ fijado se denomina “masorético”. Inventaron asimismo un sistema de acentos y una forma de separar o unir las palabras. Las escuelas judí­as de Babilonia adoptaron otra notación para las vocales, llevando a la misma pronunciación. La puntuación de la Escuela Babilónica se situaba por encima de las lí­neas. Ya en una época remota era frecuente separar las palabras mediante el punto o el intervalo (cfr. para el punto la Estela de Moab y la inscripción de Siloé; para el intervalo, la Estela de Carpentras, prob. del siglo IV a.C.). Indudablemente habí­a mss. heb. en los que las palabras estaban separadas de una manera análoga. Las normas talmúdicas con respecto a la copia de los mss. ordenan que se deje entre cada palabra el espacio correspondiente a una letra. (b) Los judí­os han dividido el texto heb. de los libros de Moisés en 54 secciones o “perí­copas sabáticas” leí­das en el culto de la sinagoga en un año. La primera sección abarca Gn. 1:1-6:8, la segunda Gn. 6:9-11:32, y así­ sucesivamente. Estas secciones, bastante largas, se dividen a su vez en subsecciones. Así­ el relato del diluvio (Gn. 6:9-17) se subdivide de la siguiente manera: Introducción (Gn. 6:9-12), el arca, el diluvio (Gn. 6:9-8:14), salida del arca, sacrificio, bendición e instrucciones divinas (Gn. 8:15-9:7), el pacto del arco iris (Gn. 9:8-17). (c) La numeración de los versí­culos se encuentra por primera vez en la Biblia hebrea de Bomberg (1547), que indica en el margen cada quinto v. mediante las letras del alfabeto heb. empleadas numéricamente. Arias Montano publicó en Amberes, en 1571, una Biblia hebrea con traducción interlineal latina. En esta edición introdujo la división del texto hebreo en capí­tulos. En el margen introdujo la numeración de los versí­culos con cifras arábigas. 2. El texto hebreo del AT nos ha sido transmitido intacto de manera que lo podemos verificar hasta el siglo II de la era cristiana y, desde los descubrimientos de Qumrán, su gran exactitud de transcripción hasta el siglo II antes de Cristo (véase QUMRíN). Los escribas profesionales, dedicados a la copia y transmisión del AT, de indicar su pronunciación e interpretación, siguieron de manera escrupulosa unas normas draconianas que protegí­an en contra de errores de copia y que permití­an corregir cualquier error. Gracias a ellos, se ha conservado el texto clásico de manera integral. Aarón ben Moisés ben Aser, que vivió en la primera mitad del siglo X d.C., preparó, siguiendo la minuciosa tradición de los escribas, una edición fiel al original. Todos los mss. occidentales provienen de esta obra, cuya exactitud ha merecido un gran aprecio. Sin embargo, unas variantes análogas a las de Gn. 10:4 y 1 Cr. 1:7; o 2 R. 8:26 y 2 Cr. 22:2 revelan que se deslizaron errores ocasionales en el texto clásico, antes del siglo II de nuestra era. Afectando a las cifras y a los nombres propios más que a los relatos en sí­ mismos, provienen sobre todo de transcriptores que confundieron algunos caracteres hebreos (por ejemplo, la Bet con la Dálet), asociando o dividiendo términos. En ocasiones, un a letra inicial se ha unido a una palabra precedente; se ha repetido u omitido una letra o un término. Estas variantes no son siempre errores. El Sal. 53, p. ej., que es casi idéntico al Sal. 14, deriva de una revisión del autor, o de otras personas, que quisieron adaptar aquel salmo a su nueva intención. También Mi. 4:1-3 reproduce libremente Is. 2:2-4. Al igual que para el NT, la crí­tica textual, en su intención de recomponer el texto original, dispone de tres métodos: (a) La comparación entre los mss. hebreos; se han comparado entre sí­ los pasajes correspondientes a 1.500 o 2.000 mss. (b) El examen de las primeras traducciones del heb. antes del establecimiento del Texto Masorético. (c) El estudio de las citas y alusiones que figuran en los apócrifos, en el NT, o en otras obras. Los mss. originales del AT estaban hechos, sin duda, de pieles cosidas de cabo a cabo (véase LIBRO). De esto se da testimonio en pasajes como Sal. 40:8 y Jer. 36;14, 23. Los mss. que nos han llegado a nosotros son generalmente de pergamino; si provienen de Oriente, son de cuero. El Museo Británico posee un ejemplar de la Ley escrito sobre vitela, habiéndose fechado alrededor del año 850 d.C. La sinagoga de los Caraí­tas, en El Cairo, posee un Códice de los primeros y últimos profetas; fue redactado sin vocalización en el año 895 d.C., si la fecha que ostenta es exacta. Otro manuscrito muy antiguo, y ya de fecha perfectamente precisada, es uno que contiene los profetas mayores y menores. Puntuado según el sistema babilónico, proviene de Crimea, producido en el año 916 d.C. Se conserva en Leningrado. También en Leningrado se encuentra el más antiguo ms. de todo el AT, fechado en el año 1010 d. C.. “La ausencia de mss. heb. antiguos se debe, en gran medida, a la costumbre judí­a mencionada en el Talmud; se enterraban todos los mss. sagrados deteriorados y también aquellos que presentaban errores de transcripción”. El libro de los Salmos fue impreso y publicado en 1477. La Biblia hebrea completa salió en 1488 de una imprenta de Soncino, en el ducado de Milán. En 1517, Bomberg dio a la luz una edición en pequeño formato. Daniel Bomberg publicó en Venecia, en 1524-25, la gran Biblia Rabí­nica de Jacob ben Hayyim, en 4 volúmenes; está basada en un examen minucioso del texto de los mss., y reproduce con fidelidad el texto clásico de los escribas de Tiberí­ades. La edición de Van der Hooght apareció por vez primera en Amsterdam en 1705 y se mantuvo a causa de su precisión; Augusto Hahn la reimprimió en 1831, con insignificantes correcciones. C. G. G. Theile la volvió a publicar en 1849. Esta edición presenta algo más de 1.000 lecturas marginales extremadamente antiguas. S. Baer y Franz Delitzsch presentaron una edición aún más importante: el Texto Masorético, provisto de apéndices crí­ticos de los Masoretas. El Génesis fue publicado en 1869; los otros libros fueron siguiendo a continuación. Esta edición y la de Ginsburg (Londres, 1894) son revisiones del texto de Jacob ben Hayyim, y su intención es ajustar el texto a la enseñanza de la Massorah. La edición de Kittel (Leipzig, 1906) reproduce el texto de Jacob ben Hayyim; las notas en el margen inferior indican las variantes más importantes de los mss. y de las versiones. 3. Cabe también mencionar en esta relación de textos el antiguo papiro Nash, fragmento en el que se halla el Decálogo, en un texto constituido por Ex. 20:2 ss; Dt. 5:6 ss; y el “shema” (“Oye Israel”) de Dt. 6:4 ss.; se halla en él también una frase que precede al “shema”, que no aparece en el Texto Masorético, y en cambio sí­ se halla en la LXX. Su fecha asignada es entre el siglo II a.C. y el I d.C. Sin embargo, los descubrimientos del mar Muerto han ensombrecido su importancia (véase QUMRíN [MANUSCRITOS DE]). (Para los mss, de las versiones del AT, véanse SEPTUAGINTA, TEXTO Y VERSIONES CLíSICAS DE LA BIBLIA y VERSIONES DE LA BIBLIA; para una consideración de los mss. del Pentateuco samaritano, véase PENTATEUCO SAMARITANO.) B. Mss. del Nuevo Testamento: Los veintisiete libros del NT, con la posible excepción del Evangelio de Mateo, fueron redactados originalmente en griego “koiné”, o griego popular, que estuvo profundamente implantado en Palestina durante más de tres siglos a partir de la conquista de Alejandro Magno. En el Imperio Romano, todas las personas cultas hablaban el griego y conocí­an su literatura, cuya belleza apreciaban. Persistí­a el influjo cultural de Grecia, por mucho que este paí­s hubiera perdido su independencia. 1. Los mss. originales del NT desaparecieron, lo mismo que todas las copias de los tres primeros siglos, a excepción de algún fragmento. El papiro, empleado en la correspondencia (2 Jn. 12) se deterioraba con rapidez, y en la época de Diocleciano (303 d.C.) los perseguidores de los cristianos iban tras los ejemplares de las Sagradas Escrituras para destruirlos. A pesar de la inexistencia de la imprenta, los transcriptores multiplicaban las copias. Los copistas se dedicaron especialmente a los cuatro evangelios; las transcripciones de las epí­stolas de Pablo fueron algo menos numerosas. En cuanto al Apocalipsis, fue poco copiado. Poseemos al menos 4.490 copias antiguas totales o parciales del NT, abundancia ésta que contrasta con los pocos ejemplares de obras clásicas que nos han llegado. El texto de las copias sufrió ya tempranamente algunas modificaciones, a causa de deslices de los transcriptores o de su imperfecto conocimiento del griego. Algunos copistas de la época de los padres de la Iglesia se permitieron, en ocasiones, “mejorar” la sintaxis, el estilo, o corregir pretendidos errores históricos, geográficos, o adaptar las citas del AT al gr. de la LXX, y armonizar los Evangelios. También insertaron notas marginales, como Hch. 8:37, y la segunda parte de Ro. 8:1. De ello resultó una gran cantidad de variantes: algo más de 200.000. Sin embargo, sólo 10.000 de estas variantes tienen algún valor, y sólo una fracción despreciable afecta el sentido. La abundancia misma de lecturas distintas, su proveniencia de lugares y mss. diferentes, todo ello permite a los exegetas reparar y eliminar los errores, y establecer el texto original con una certidumbre casi total. Los eruditos han persistido incesantemente en esta tediosa pero importantí­sima labor. Se puede también recurrir a un conocimiento indirecto de las lecturas de mss. desaparecidos, mediante el examen de las tempranas versiones del NT en diversas lenguas: sirí­aco, latí­n, etc. Se hallan también citas del NT en los escritos de los autores cristianos de los primeros siglos, sobre todo en Clemente de Alejandrí­a y Orí­genes. Estas versiones antiguas y las citas de estos autores provienen de mss. desaparecidos, pero que pueden haber conservado el texto original. 2. Las copias manuscritas del NT son de dos tipos: unciales y cursivas. La escritura llamada uncial (gr. “mayúscula”) no presentaba signos de aspiración ni acentos; tampoco se separaban las palabras, salvo de manera incidental, marcando el inicio de un nuevo párrafo. Sólo se dejaba un pequeño espacio entre lí­neas. La escritura cursiva está escrita de forma corriente, en caracteres pequeños, y con separación de palabras. El cambio de escritura se produjo alrededor del siglo IX. Sólo hay cinco mss. del NT casi enteros que sean anteriores a esta época: (a) El Códice Alejandrino, designado por la letra A. Cirilo Lucar, patriarca de Constantinopla, lo dio como presente a Carlos I de Inglaterra. Se cree que este ms. fue escrito en Alejandrí­a, de donde viene su nombre; data de la primera mitad del siglo V. Además de una gran parte del AT, de la Primera Epí­stola de Clemente, y una fracción de la Segunda, este códice incluye la totalidad del NT, excepto unas hojas desaparecidas correspondiendo a los pasajes de Mt. 1:1-25:5; Jn. 6:50-8:52; 2 Co. 4:13-12:6. Cada página presenta dos columnas, y el texto está dividido en capí­tulos. Marcos, p. ej., tiene 48. (b) El ms. designado como B, el Códice Vaticano, fue depositado en la Biblioteca Vaticana, en Roma, en 1481 o antes. Su primera edición fue publicada en 1857 por orden del cardenal Mai, pero no tení­a un gran valor desde el punto de vista cientí­fico. Una segunda edición, en 1889-90, fue publicada en facsí­mil, lo que posibilitó que todos los eruditos pudieran estudiar el texto de una manera directa. El Códice Vaticano data de mediados del siglo IV o quizá de una época aún más anterior. Además de la mayor parte del AT, incluye todo el NT, a excepción de He. 9:14-13:25; 1 y 2 Timoteo; Tito, Filemón y Apocalipsis. El texto, presentado a tres columnas, se distribuye en capí­tulos muy cortos: Mateo tiene 170. (c) El ms. denominado como C es un palimpsesto, el Códice de Efrem. En el siglo XII, se borró el texto original para escribir sobre sus páginas unos tratados ascéticos de Efrem el Sirio. Sin embargo, se distingue aún el antiguo texto. Todos los fragmentos del NT que se hallan en él fueron leí­dos y publicados por Tischendorf en 1843. Se cree que este texto se remonta al siglo V y que puede ser ligeramente posterior al ms. A. El Códice de Efrem incluye secciones del AT y 5/8 del NT. (d) El ms. D es el denominado Códice de Beza, quien vino a ser su propietario cuando fue sacado de la iglesia de San Ireneo durante el saqueo de Lyon en 1562. Este mss., que data del siglo VI o V, incluye la mayor parte del texto gr. de los Evangelios y de Hechos, junto con una traducción latina. La mayor parte del texto constituye el único ejemplar gr. que se posee de un tipo ya muy extendido en el siglo II; las versiones Vetus Latina y Vetus Sirí­aca pertenecen también a este tipo, escrito de manera que cada lí­nea contiene el número de palabras que se podí­an pronunciar de una sola emisión de voz y sin oscurecer el sentido. (e) El quinto ms. figura bajo el signo hebreo de la alef (la primera letra del alfabeto heb.). Se trata del Códice Sinaí­tico que adquirió Tischendorf, en 1844 y 1859, comprándolo a los monjes del convento de Santa Catalina en el monte Sinaí­. Comprende la mayor parte del AT, todo el NT, la Epí­stola de Bernabé, , y la parte esencial del pastor de Hermas. Faltan los últimos doce versí­culos de Marcos. Este ms., que data del siglo IV, es ligeramente posterior a B; tiene cuatro columnas por página. Se poseen al menos 60 fragmentos sobre papiro, en ocasiones minúsculos, de mss. del NT. Entre los más importantes se encuentran unos fragmentos de papiro con texto del Evangelio de Marcos, hallados en la cueva 7 de Qumrán (véanse EVANGELIOS y QUMRíN), fechados entre el año 50 y 100 d.C., y el fragmento de Rylands, que contiene unos versí­culos de Juan 18 (Jn. 18:31-33, 37 ss.), y fechado dentro de la primera mitad del siglo II (140 d.C., como más tarde, prob. 110-120 d.C., véanse EVANGELIOS y JUAN (escritos) a, I, B). Otros fragmentos de gran importancia son los descubiertos por M. A. Chester Beatty. Se trata de unas 30 hojas con pasajes de los Evangelios y Hechos, que provienen de un códice que originalmente tendrí­a 220 hojas. Otras 86 hojas, ligeramente mutiladas, proceden de otro códice, que originalmente tení­a las epí­stolas a los Romanos, Hebreos, 1 y 2 Corintios, Efesios, Gálatas, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, en este orden. Estos códices datan de comienzos del siglo III d.C. Otras diez hojas de un códice del Apocalipsis, del siglo III, forman una tercera sección de estos célebres papiros. 3. Mss. en cursiva: Hay más de 2.430, en tanto que de unciales hay sólo 212; sin embargo, la mayor parte de estos documentos en cursiva, que datan de finales de la Edad Media, no permiten establecer el texto primitivo. Por otra parte, existen 1678 leccionarios catalogados (mss. medievales incluyendo las perí­copas del NT destinadas a la lectura durante el año eclesiástico). Los crí­ticos han examinado poco de ello. En 1516, Erasmo publicó la primera edición impresa del NT gr., que se reimprimió en 1518; la segunda edición, más exacta, apareció en 1519; la tercera, en 1522; la cuarta, en 1527. El cardenal Cisneros, primado de España, preparó durante varios años una edición polí­glota del NT griego; impresa en 1514, no apareció hasta 1521 o 1522. Esta edición recibe el nombre de “Complutense”, por haber sido efectuada en Alcalá de Henares (de “Complutus”, el antiguo nombre latino de esta ciudad). Siguieron otras ediciones del NT gr.; la más célebre fue la de Robert Estienne, aparecida en 1546, 1550 y 1551. El reformador Teodoro de Beza hizo imprimir, entre 1565 y 1604, nueve ediciones del NT gr. de Erasmo. La edición de 1550 de Estienne vino a ser el “textus receptus”, o texto recibido. Las versiones antiguas se basan en este texto (p. ej., la versión de Reina-Valera en España, la del rey Jaime en Inglaterra, etc.). A partir del siglo XIX se han hecho numerosas ediciones del NT gr. donde se ha tratado, en base a extensas investigaciones sobre los mss. griegos, de llegar a un texto tan cercano como fuera posible al salido de la pluma de los apóstoles y evangelistas (Ediciones de Tischendorf, de Soden, de Nestlé, Westcott y Hort). Las traducciones modernas se basan sobre el texto revisado, especialmente sobre el de Nestlé.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado