MARGARITA

(-> Mateo). Perla preciosa de gran valor que recibe en la Biblia un sentido positivo y negativo, como sabe el libro del Apocalipsis: las margaritas pueden ser un adorno de la ciudad asesina, objeto de comercio injusto al servicio de la riqueza de algunos, en especial de la prostituta (cf. Ap 17,4; 18,12-16); pero también pueden ser adorno gozoso de la ciudad de las bodas, el resplandor de la vida convertido en felicidad perdurable. Por su parte, desde una perspectiva moralista, 1 Tim 2,9 las interpreta como adorno ostentoso de las mujeres prepotentes, que se preocupan más de las joyas que de las virtudes. En esa lí­nea, en el conjunto del Nuevo Testamento, la palabra margarita ha recibido dos sentidos principales, uno positivo, otro negativo.

(1) La margarita del Reino: “Se parece el reino de los cielos a un comercian te que buscaba buenas margaritas y que, habiendo encontrado una preciosa, fue y vendió todo lo que tení­a y la compró” (Mt 13,45-46). El Reino es un tesoro que se encuentra por gracia, por fortuna; algo que desborda todas las posibilidades mercantiles de la tierra, de manera que no puede planearse o calcularse. Pero, al mismo tiempo, es un valor que se puede buscar y que, al hallarlo, desborda todas las posibilidades mercantiles y las normas y principios anteriores de la sociedad de tal manera que, al hallarlo, exige que vendamos todo y lo dejemos para disfrutarlo. Esta experiencia de Reino implica una ruptura radical, una especie de salto al vací­o de la gracia, que es la vida interpretada como don, total. Sin esa ruptura total no se puede hablar de Reino.

(2) La margarita y el puerco. Invirtiendo totalmente el sentido anterior de la palabra margarita, el mismo evangelio de Mateo incluye una sentencia que parece propia de la iglesia judeocristiana en la que se dice: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras margaritas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen” (Mt 7,6). Esta es, sin duda, una sentencia condenatoria, que proviene de cí­rculos legalistas muy cerrados, que no querí­an que los dones de Dios (lo santo, la margarita preciosa) se pusieran en manos de perros y puercos (de impuros y gentiles). Se trata de una de las sentencias más duras y denigrantes de la literatura del Nuevo Testamento, que apela a los tópicos del tiempo, en los que se condena a los gentiles como impuros (perros, puercos), indignos de recibir los dones del Reino que, por supuesto, han de conservarse en manos de los limpios y los puros, que serí­an en este caso los judeocristianos. Es evidente que esta sentencia ha circulado en ciertos ambientes eclesiales y se ha empleado para impedir la apertura del Evangelio (de los dones de Dios) a los impuros, a quienes, de antemano, se condena. El evangelio de Mateo no la combate ni rechaza en un plano conceptual, argumentativo, sino que se limita a situarla en un contexto contrario, que obliga a cambiar su sentido: después de las antí­tesis, en el final del Sermón de la Montaña, precisamente allí­ donde se dice “no juzguéis” (Mt 7,1-5). Tomadas en sí­ mismas, estas palabras constituyen un juicio durí­simo en contra de los gentiles; pero ellas van en contra del sentido del pasaje donde Mateo las ha situado, no sólo en contra de las frases anteriores (Mt 7,1-5: ¡no juzguéis!), sino de las que siguen “pedid y se os dará…” (Mt 7,7). Así­ las ha dejado Mateo, en el contexto más adecuado, para que los mismos lectores las puedan entender y reinterpretar, superando lo que ellas tienen de escandaloso y contrario al Evangelio. Así­ opera también en otras ocasiones, cuando recuerda palabras de una tradición legalista anterior que han de entenderse y superarse a la luz de todo el Evangelio (cf. Mt 10,6 en relación con Mt 28,16-20).

Cf. W. D. DAVIES y D. C. ALLISON Jr., Matthew I-III, ICC, Clark, Edimburgo f 99iss; U. Luz, El evangelio segi’in san Mateo I-IV, Sí­gueme, Salamanca 2001-2005.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra