MARIA, LA MADRE DE JESUS

Era descendiente de David (Rom 1:3; Act 2:30; 2Ti 2:8). Quién proveyó las narraciones de la infancia de Jesús (Mateo 1; 2; Lucas 1; 2) no se sabe, pero es muy probable que el relato vino de Marí­a misma. Vivió hasta el perí­odo apostólico, mientras que parece que José murió antes de la crucifixión de Jesús ya que no hay mención de él después del incidente en el templo cuando Jesús tení­a 12 años.

Marí­a pudo haber contado todo esto a los lí­deres de la iglesia, incluyendo a Lucas. Era pariente de Elisabet, la madre de Juan el Bautista (Luk 1:36).

Lucas registra su temor como jovencita (Luk 1:26-27), su humilde sumisión a la voluntad de Dios (Luk 1:38) y su cántico de alabanza a Dios por el favor que se le habí­a concedido al ser la madre del Mesí­as (Luk 1:39-55). Ni ella ni José entendieron completamente a su hijo (Luk 2:50). En Caná de Galilea (Joh 2:1-11) Marí­a parece tener un indicio de que Jesús tení­a algo más que poderes naturales, pero ella tuvo que ser corregida en relación a su noción del uso de estos poderes.

En un episodio (Mat 12:46; Mar 3:21, Mar 3:31 ss.; Luk 8:19-21) Jesús enseña que estar relacionado fí­sicamente con él no trae consigo privilegios especiales, ni derechos a interferir con él; la misma lección que enseñó en otra ocasión más tarde (Luk 11:27). Marí­a estuvo cerca de la cruz (Joh 19:25 ss.) y en el aposento alto (Act 1:14) después de la resurrección y ascensión de Jesús.

Después de la muerte de Marí­a, surgieron muchas leyendas con relación a ella, pero ninguna de ellas es digna de ser creí­da. Agustí­n estuvo entre los primeros de los Padres de la iglesia que pensaron que posiblemente ella nunca pecó, aunque él estuvo de acuerdo con que ella compartió la corrupción que toda la humanidad tiene en común. Con el tiempo, esta corriente de pensamiento llevó a la promulgación por el Papa del dogma de la Concepción Inmaculada de Marí­a (1854 d. de J.C.). En 1950 el papa Pí­o XII declaró el dogma de la Asunción de Marí­a; es decir, que el cuerpo de Marí­a no se descompuso en la tumba sino que Dios lo reunió con su alma poco después de su muerte. Hay teólogos católicos romanos ahora que se refieren abiertamente a Marí­a como cocreadora y co-redentora de la raza humana. Ninguno de estos acontecimientos tiene apoyo de las Escrituras.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Algunos opinan que la genealogí­a de Luc 3:23-38 corresponde a los antepasados de M. De ser así­, su padre se llamó Elí­. M. viví­a en †¢Nazaret y estaba †œdesposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David†. El ángel Gabriel se le apareció y le dijo que serí­a la madre del †¢Mesí­as. †¢Elisabet, una pariente de M., habí­a concebido, siendo ya una mujer vieja. M. fue a visitarla. Cuando entró a la casa de su pariente, †œla criatura† que ésta tení­a †œsaltó en su vientre y Elisabet fue llena del Espí­ritu Santo†, dando testimonio del prodigio (†œ… bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor†). M. respondió con un poema o cántico de alabanza a Dios, que comienza con las palabras: †œEngrandece mi alma al Señor†, conocido hoy como el Magnificat. Al regreso a Nazaret, cuando se notaba ya su embarazo, José la recibió como esposa, porque una revelación directa de Dios le confirmó lo que M. le habí­a dicho sobre el particular.

M. y José se trasladaron a †¢Belén, a causa del censo ordenado por el emperador. Estando allí­, M. dio a luz a su hijo †œy lo acostó en un pesebre, porque no habí­a lugar para ellos en el mesón†. Unos pastores que recibieron un mensaje angelical sobre el niño, vinieron y testificaron que éste era Cristo, el Señor. M. †œguardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón†. Una vez circuncidado el niño, al cual pusieron el nombre de Jesús, esperaron los dí­as de la purificación de M. y luego fueron a Jerusalén para presentar el niño al Señor. Allí­ recibieron el testimonio de †¢Simeón y †¢Ana, los cuales confirmaban lo profetizado sobre el infante. Alertados por una visión angelical, los esposos huyeron a Egipto, para evitar los intentos asesinos de Herodes. Regresaron a la muerte de éste y se establecieron en Nazaret.
uno de sus acostumbrados viajes anuales a Jerusalén, cuando el niño tení­a unos doce años, éste se quedó en la ciudad sin que M. y José se dieran cuenta. Le encontraron †œtres dí­as después … en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles†. Cuando M. le llamó la atención, la respuesta del niño hizo alusión a su paternidad verdadera (†œ¿No sabí­ais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?†). M. y José †œno entendieron las palabras que les habló† (Luc 1:26-80; Luc 2:1-52).
a mencionarse en los Evangelios a M. en ocasión de las bodas de Caná, a las cuales †œfueron invitados … Jesús y sus discí­pulos†. El vino se terminó. M. hizo saber el problema a Jesús. A pesar de la respuesta de Cristo (†œ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora†), M. ordenó †œa los que serví­an† que hicieran todo lo que él les dijera. Cristo convirtió el agua en vino. †œEste principio de señales hizo Jesús en Canᆝ. Luego †œdescendieron a Capernaum, él, su madre, sus hermanos y sus discí­pulos† (Jua 2:1-12). En otra ocasión, Jesús estaba predicando en un lugar y †œsu madre y sus hermanos estaban afuera, y le querí­an hablar†. Jesús aprovechó la oportunidad para enseñar: †œTodo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre† (Mat 12:46-50). M. estaba †œjunto a la cruz† viendo morir a su hijo, quien en una de sus últimas palabras la encomendó a †¢Juan (†œMujer, he ahí­ tu hijo…. [Hijo], he ahí­ tu madre† [Jua 19:26-27]).
és de la resurrección, los apóstoles †œperseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con Marí­a la madre de Jesús, y con sus hermanos† (Hch 1:14). De manera que M. estuvo presente en el dí­a de †¢Pentecostés y recibió el Espí­ritu Santo.
virginidad de M. en el momento del parto, milagro obrado por Dios, fue negada por distintas herejí­as. Pero todas fueron rechazadas desde el principio en los siglos I y II, considerando los cristianos el nacimiento virginal del Señor como una doctrina básica de su fe.
embargo, según fue creciendo la opinión de que el estado célibe era más santo que el matrimonio, también se propaló la especie de que M. habí­a continuado virgen después del parto y por toda su vida. Tertuliano (c. 160-c.220) y Victorino de Pettau, que murió aproximadamene en el año 303, la negaban. Jerónimo la afirmaba. En la discusión del tema que se realizó en el año 383, quedó claro que en las obras de los llamados padres de la iglesia no hay pasajes que puedan apoyar la idea de la virginidad postpartum. A pesar de esto, en la Iglesia Católica Romana prevaleció la opinión, convertida en dogma, que así­ lo afirma. Más aún, los católicos enseñan que M. estuvo siempre libre de pecado, a pesar de que ella misma confesó su necesidad de un salvador (Luc 1:47). Esta opinión se convirtió en artí­culo de fe para los católicos el 8 de diciembre de 1854.
tradición muy antigua que M. murió en †¢éfeso, donde viví­a el apóstol Juan. La bula Munificentissimus Deus del 1 de noviembre de 1950, declaró que, al morir, su cuerpo y alma fueron llevados al cielo, en lo que se conoce como †œla Asunción de M.† La Iglesia Católica la declara también como una intercesora entre Dios y los hombres.
cristianismo protestante, no encontrando apoyo en las Escrituras para estos planteamientos, los rechaza. Es evidente que M. tuvo más hijos ( †¢Hermanos del Señor). Sin embargo, esto no debe conducir a una disminución del respeto y la buena memoria que se debe tener de la figura de esta santa mujer, prominentí­sima en la vida de nuestro Señor.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

I – Su humildad. “Porque ha puesto sus ojos sobre la pequeñez de su esclava; pues he aquí­ que desde ahora me tendrán por dichosa entre todas las generaciones.” Lucas 1:48.

Vease Lucas 1. Marí­a, la madre de nuestro Señor, era también descendiente, o hija, de un rey. Cristo nació de ella y sólo de ella. El apóstol Pablo afirma que Cristo era de “la simiente de David según la carne”. Y aunque las genealogí­as de Mateo y Lucas terminan con el nombre de José, fue sólo a través de Marí­a que Cristo pudo ser hijo de David según la carne.

El hecho de que Marí­a fuera la prima de Elisabet no impide que creamos que era de estirpe regia. Es verdad que Elisabet era descendiente de Leví­, y que generalmente los hijos de los sacerdotes se casaban con miembros de la misma tribu. Pero, esto no era una regla rí­gida.

Marí­a era, pues, la hija de un rey. Por ello su humildad se destaca aún más. No hay que pensar que pertenecer a una clase humilde sea algo vergonzoso. Aunque hija de rey estaba casada con un carpintero. No es imposible que una persona de una alta posición social descienda súbitamente a un plano social o económico más humilde. Entonces las privaciones materiales no suelen ser llevadas con gracia. Son un motivo de queja permanente. Sin embargo pueden ser una bendición para algunos. En general estas personas tienden a desarrollar mejor su alma y ser más cultas y refinadas.

Hay un punto en la vida de Marí­a en que discrepamos de los católico-romanos. Desde 1879 confiesan que la concepción de Marí­a, o sea, su propio nacimiento fue también milagroso: sin pecado, que no estaba afectada por el pecado original. Se suele añadir a esto que además nunca pecó. De ser esto así­ Marí­a estarí­a aparte del resto de la raza humana. Tales son las implicaciones de la doctrina de la Inmaculada Concepción.

Si preguntamos la base de esta creencia, se nos refiere a Lucas 1:28: “Bendita eres tú entre las mujeres.” (Que por cierto no se halla en los manuscritos más antiguos.) Esto se expresa en griego con la palabra “kecharitomene”. Orí­genes interpretó esto como que significaba una gracia especial concedida a Marí­a, incluso antes de su nacimiento. Si aceptamos esto podemos decir lo mismo de Juan, porque él recibió el Espí­ritu Santo antes del nacimiento. Y nadie dice que Juan el Bautista nació inmaculado y puro. La Iglesia Católica cita a otros padres de la Iglesia como evidencia adicional. Pero, todas estas afirmaciones carecen de valor si no descansan sobre la Palabra de Dios. Y todaví­a podemos preguntar: si fue posible que Marí­a naciera inmaculada de padres pecadores, ¿por qué no tení­a que ser también posible que naciera así­ Cristo?
Sin embargo, hay un argumento mucho más poderoso en contra de esta doctrina de la Inmaculada Concepción. Si fuera cierta, harí­a innecesaria y superflua la obra de la salvación. Si Marí­a pudo nacer inmaculada y permanecer sin pecado, lo mismo podí­a la gracia haber efectuado esto para el resto de los hombres, después de la caí­da. Con ello, el pecado al instante habrí­a quedado anulado, y la venida del Mediador habrí­a sido innecesaria.

Por tanto, para nosotros la humildad y pequeñez de Marí­a tiene un doble significado. Ocupa un estado humilde, para ilustrar cómo una princesa de la casa de David habí­a descendido de su alta posición. Nos ilustra, además, cómo toda la raza habí­a caí­do de su alta posición en el Paraí­so, a los planos bajos del pecado y la culpa.

Preguntas sugeridas para estudio y discusión:
1- ¿Qué significa la humildad y pequeñez de Marí­a?
2- ¿Por qué era necesario que tomara este estado?
3- ¿Qué significa la doctrina católico-romana de la “Inmaculada Concepción de Marí­a?
II – La madre de nuestro Señor. “Porque ha hecho por mí­ grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre.” Lucas 1:49.

Léase Lucas 2. En su canto de alabanza, Marí­a dice que el Señor ha hecho grandes cosas por ella, y dice que su nombre es Santo. Su alabanza no era en modo alguno exagerada. No cabe mayor honor sobre un ser humano que el que le correspondió a Marí­a. Era verdaderamente la más bendita de todas las mujeres. De todas las hijas de los hombres, ella fue escogida para que el Altí­simo la favoreciera con su gracia y la cubriera con su sombra. A lo largo de los siglos se le ha concedido el nombre de Madre de Dios, y no hay objeción a usarlo, con tal que se interprete este nombre debidamente.

Las Escrituras cantan honores a Marí­a y no se andan remisos en ello. El ángel la saludó como muy favorecida. Elisabet la llamó “bendita entre las mujeres”, “Bienaventurada porque habí­a creí­do” (v. 45). Marí­a misma, se daba cuenta de sus bendiciones cuando dice: ” Me tendrán por dichosa todas las generaciones.” No tenemos que ir al otro extremo, cuando reaccionamos contra el énfasis excesivo a su gloria que le conceden las Iglesias Católica, Romana y Griega.

Marí­a fue elegida por Dios en un sentido único. Su privilegio fue mayor que el que se ha concedido a mortal alguno. Ello es más destacado por su estado humilde, a pesar de sus ilustres antecesores. Pero no hemos de quitarle la gloria que le pertenece porque otros le conceden honores indebidos.

El favor único que se le concedió fue el de ser la Madre de nuestro Señor, que el Hijo de Dios tomara forma humana de su carne y su sangre. Marí­a bebió de los santos ojos del niño el amor que los demás tardaron muchos años en conocer. Este honor no lo ganó; le fue concedido por Dios en su soberaní­a absoluta. Eligió a Marí­a. Salvó su vida y le envió el ángel para entregarle el mensaje. La abundancia de gracia que le fue concedida es motivo para que nosotros loemos, no el nombre de Marí­a, sino del Señor Dios que se la concedió. La misma esencia de la gracia nos impide que loemos a la criatura. Si hubiera virtud en el hombre para merecerla dejarí­a de ser gracia.

Tenemos que considerarla como muy favorecida y bienaventurada entre todas las mujeres. Estamos agradecidos de que le fuera concedida esta gracia, y por la gracia que a través de ella nos llega a cada uno. Con todo, no deja de ser “la sierva del Señor” que acepta gozosa hacer su voluntad. Al pensar en ella hemos de proclamar: “¡Gloria a Dios en las alturas!”.

Queda por mencionar si Marí­a ascendió al cielo sin morir, como se nos dice de Elí­as. La Iglesia Católica lo defiende, pero no ha encontrado esto en la Biblia. Lo dice basándose en tradiciones. Nadie sabe cuando murió Marí­a y dónde fue enterrada. La serie de ideas que han llevado a la de la Asunción de Marí­a es: si hubiera sido enterrada dada su importancia se sabrí­a dónde. Además, es difí­cil admitir que el cuerpo de Marí­a, que habí­a dado forma humana al Hijo de Dios, se desintegrara en la tumba. Algunos dijeron que murió y luego, resucitando, ascendió al cielo. En el occidente se habla de la “Ascensión de Marí­a”. En Oriente se habla de que “durmió” y se celebra de su “Dormición”. Esta idea pasó a Occidente. Luego fue reemplazada allí­ por la idea de la “Asunción†™, que significa que Marí­a ascendió al cielo sin morir.

Preguntas sugeridas para estudio y discusión:
1- ¿Por qué decimos que Marí­a era “bendita entre todas las mujeres”?
2- ¿Cuál fue el privilegio concedido a Marí­a?
3- ¿Era Marí­a consciente de ese privilegio? ¿Cómo lo sabemos?
III – Su fe. “Bienaventurada la que ha creí­do que tendrán cumplimiento las cosas que le han hablado de parte del Señor.” Lucas 1:45.

Léase Lucas 1:45-55. La exaltación religiosa de Marí­a, por cierto exagerada por algunos, descansa primeramente en su fe, y sobre su fe concebida como un mérito personal. Cuando Marí­a recibió el glorioso anuncio del ángel, contestó: “He aquí­ la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” Elisabet afirmó referente a esta confesión: “Bienaventurada la que ha creí­do que tendrán cumplimiento las cosas que le han hablado de parte del Señor.” La fe a la que Marí­a dio expresión, a veces se ha perdido de vista que le fue dada gratuitamente por la gracia. No fue mérito suyo alguno. Si se considera que lo fue, inmediatamente se sigue: La encarnación del Señor fue sólo posible por el asentimiento de Marí­a; por ello Marí­a hizo posible a Cristo el ofrecer el supremo sacrificio de la redención; y por la redención del mundo, y por el perdón de nuestros pecados por la sangre del Cordero. Esto es inadmisible.

No se trata de rebajar la calidad de la fe de Marí­a. Esto estarí­a en contra del espí­ritu de las Escrituras, que confirman esta fe repetidamente. Se trata más bien de hacer ver que esta fe no da lugar para la exaltación de Marí­a, pues no se aparta de la regla: “La fe no es de vosotros, pues es don de Dios.” Dios influyó en su alma y en su cuerpo: en su alma dándole la fe y en su cuerpo formando en él al Salvador, a partir de su carne y de su sangre.

Se hace destacar su virginidad como si fuera otra virtud excepcional. La Escritura no nos da base para creer que permaneciera virgen. Ni tan sólo que el nacimiento de Jesús dejara su virginidad intacta en el sentido fí­sico. Todas las referencias a profecí­as sobre este punto especí­fico, como Ezequiel 44:2 están fuera de lugar.

No se insiste sobre este punto para negar o afirmar que tuviera otros hijos después del nacimiento virginal de Belén. Esto no se podrá demostrar nunca. El que se hable de los “hermanos” de Jesús no significa nada. “Hermano” es usado en la Biblia para hermanastros, y aún más general, como parientes (Génesis 3:18; 14:16; 29:12; Números 8:26; 15:10, etc.). Si insistimos sobre esto es para decir que no sabemos que Dios prefiera una virgen a una madre. El caso de Marí­a no es aplicable, ya que no fue elegida para que diera el nacimiento como virgen porque esto significara mayor categorí­a, sino por razones teológicas mucho más profundas.

Podemos tener en gran estima a Marí­a como Madre del Señor y como Escogida del Altí­simo, pero las Escrituras no nos dicen que fuera una mujer de extraordinaria vitalidad espiritual. Se la menciona quince veces después del relato de los sucesos en Belén. Cuando Jesús tuvo doce años fue con El al Templo de Sión. En aquel entonces Marí­a no entendí­a a Jesús. La vemos otra vez en las bodas de Caná. Ella misma dice que no entendí­a los profundos pensamientos de Jesús. Luego en Mateo 12:46, cuando quiere hablar con su hijo, Jesús más bien la reprende. En el Gólgota no revela penetración espiritual alguna, sino los sentimientos normales en toda madre. Cuando Jesús asciende al cielo hallamos a Marí­a entre el grupo de creyentes (Hechos 1:14). Su nombre es mencionado al final de todos. Al parecer no era muy prominente.

Los apóstoles no la mencionan, ni en Pentecostés ni en ninguna otra ocasión, al predicar a Cristo. Pablo recibió el evangelio directamente de Jesús, y ni tan sólo menciona su nombre. Ni en los Hechos ni en las Epí­stolas se le conoce honor alguno. No se le pide opinión en ocasión alguna. Desaparece de las Escrituras de modo inconspicuo.

Quien compara la posición de Marí­a en las Iglesias Católica, Romana y Griega, en el culto y en el corazón de su religión, con el silencio que se mantiene sobre ella en los Hechos y en las Epí­stolas, no puede por menos que pensar que los Padres apostólicos pensaban de ella más o menos lo mismo que los teólogos de la Reforma.

Preguntas sugeridas para estudio y discusión:
1. ¿Por qué es Marí­a parcialmente alabada por la redención del mundo?
2. ¿Hay alguna prueba escritural de que Marí­a permaneciera virgen después del nacimiento de Cristo?
3. ¿Fue Marí­a una mujer excepcionalmente espiritual?

Fuente: Mujeres de la Biblia