Doctrina filosófica opuesta al espiritualismo. Según el materialismo, la realidad se reduce a la materia, en el sentido en que esta se opone al espíritu. El materialismo niega tanto la existencia de Dios como la de los valores espirituales y del espíritu.
Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas
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Sistema de pensamiento que se basa en la existencia exclusiva de la materia, entendiendo por tal la realidad comprobable empíricamente por los sentidos.
Rechaza pues todo lo que se relaciona con el espíritu (espiritualismo), con la persona (personalismo), con la razón (racionalismo), con la voluntad (moralismo), incluso con la sociedad (socialismo). Se reduce sólo a afirmar de una u otra forma que todo se reduce a materia y sólo a materia.
Los movimientos materialistas han sido diversos en la Historia, desde el atomismo de los griegos (Demócrito y Leucipo), hasta los materialismos del siglo XIX, entre los que cabe resaltar algunos:
– El materialismo cosmológico, o evolucionismo, que todo lo reduce a la materia y sus leyes, al estilo de Darwin.
– El materialismo intelectual y moral, o monismo, que reduce todo a una esencia que no es otra que la materia, como hace E. Haeckel.
– El Materialismo dialéctico, formulado por Engels hacia 1840, que consiste en la reducción del idealismo de Hegel.
– El materialismo histórico, aludido por Marx, que consiste en explicar la Historia sólo por fuerzas físicas y económicas
– El materialismo científico, única explicación del universo como pretende R. Carnap y muchos científicos recientes
– El materialismo biológico, o biologismo, que reduce todo lo vital a leyes de la materia, como dice Hans Driech.
– El materialismo integral, absoluto y total, que niega todo lo no comprobable y pretende aniquilar toda reflexión sobre lo suprasensorial.
Si algo hay radicalmente opuesto a la educación cristiana, incluso a la formación del hombre en cuanto persona superior y trascendente, es cualquier género de materialismo, por adornado que se presente de aureola científica, de pruebas sistemáticas y de protagonistas brillantes y reconocidos socialmente con premios y méritos históricos.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
(v. ateísmo, capitalismo, marxismo, postmodernidad)
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
SUMARIO: I. Espíritu y materia en el pensamiento de Occidente.-II. Materialismo y Dios cristiano.-III. «Materialidad» del Dios trinitario.
Conviene iniciar la exposición de esta voz saliendo al paso del fatal malentendido de reducirlo, como denunciara con toda lucidez B. Brecht, a la idea de que todo viene de y se reduce a materia. Esta idea puramente negativa y claramente sesgada de materialismo abunda sobre todo en ámbitos religiosos e incluso teológicos, creando una importante confusión que distrae del verdadero significado de esta importante postura teórica y práctica y de su función emancipadora, también para la fe.
I. Espíritu y materia en el pensamiento de Occidente
Por materialismo se entiende, es verdad, toda filosofía o visión del mundo que concibe la entera realidad como material, como «res extensa», por oposición al idealismo, que da primacía al espíritu. En cuanto tal, sólo se da, hablando con rigor, a partir de la Modernidad, una vez que Descartes sentara la distinción entre «res cogitans» y «res extensa»’. Pero sus raíces llegan hasta la Antigüedad, hasta la filosofía atomística de Demócrito y Epicuro. De ellos arranca el intento de explicar el mundo desde sí mismo, desde su propia base, que es lo que define la genuina intención del materialismo. «El pathos del materialismo consistió desde un principio en explicar el mundo desde sí mismo. Con él comienza el papel desmitologizador, civilizador del materialismo, que ha destruido a lo largo de los siglos temores,… supersticiones, prejuicios y más tarde ideologías para constituir a los hombres en dueños de su destino. La reducción de toda realidad a la materia ha de tomarse, fuera de casos extremadamente dogmáticos, sobre todo mecanicistas, como una tesis crítico-polémica en contra de la concepción idealista de la realidad, que tiende a ignorar las raíces materiales del espíritu. El materialismo se presenta en todas sus formas ante todo con una clara pretensión ilustrada y emancipadora: como reivindicación de la autonomía del mundo en su materialidad y de la felicidad real, material y sensible, de los hombres frente a interpretaciones espiritualistas que la sacrifican en aras de una felicidad ideal». Materialismo y hedonismo, en el mejor sentido, han solido ir siempre juntos, tanto en la Antigüedad como en el materialismo ilustrado francés del siglo XVIII. Las formas de materialismo dogmático mecanicista afirmativamente reductor de la realidad, más propias del siglo XIX, son derivaciones, por tanto momento segundo de esa originaria intención crítico-emancipadora.
En este genuino sentido, el materialismo, como reivindicó lúcidamente M. Horkheimer, en manera alguna niega el espíritu. Lo que se niega es su independencia de la base material, no sólo de la materia físico-corporal, sino también de la realidad económica, política y social. Tal es la intuición originaria del materialismo histórico marxista. Acusarlo de economicismo es ignorar o pervertir esa intuición. Su afirmación de la dependencia del espíritu con respecto a la materia o, más exactamente, a las relaciones económico-sociales, no constituye una proclamación de objetivos, sino, justamente al revés, una denuncia de una realidad «sin espíritu», miserable e inhumana, es decir, materialista en sentido vulgar y fáctico. Y lo que pretende no es la consagración de esa dependencia, sino, también al revés, la liberación del hombre de esas «espinas» que ahogan las flores del espíritu. Ahí radica el momento de verdad del materialismo histórico, que sólo quedará superado cuando la realidad sea, real y verdaderamente, espiritual, es decir, humana y racional.
El materialismo comparte, como ha hecho notar también M. Horheimer, la pasión por la justicia, el interés por la felicidad de todas las criaturas, y muy particularmente por la felicidad de los que quedan en la cuneta de la marcha del Espíritu, por la felicidad de «los de abajo», de las víctimas y de las criaturas más ligadas aún a la materia: animales y naturaleza. El materialismo palpita con el gemido de la criatura oprimida que traspasa no sólo el reino humano del espíritu, sino también la entera materia, como vio lúcidamente la tradición «cálida» del materialismo, desde Avicena hasta Bloch pasando por el «materialismo místico» de Teilhard de Chardin. En cuanto tal, no está tan lejos de la fe en el Dios cristiano, como se ha pensado y pretendido tanto por parte creyente como por los mismos materialistas.
II. Materialismo y Dios cristiano
La mayor parte de las formas históricas de materialismo han rechazado, sin embargo, la realidad de Dios. El materialismo ha profesado normalmente un ateísmo militante, incluso prometeico. Pero también en la mayoría de los casos ese ateísmo ha sido más crítico-polémico que estructuralmente dogmático-afirmativo, como, tal vez, el naturalismo del varón D’Holbach o el monismo de Haeckel. Dios y los espíritus fueron relegados al mundo de la superstición y de la magia, contrario a la afirmación del mundo real y de la felicidad humana. El mismo Dios cristiano fue, de hecho, espiritualizado, sobre todo en la teología occidental desde su abrazo con el pensamiento griego, en un sentido que lo alejaba de la historia real de los hombres. El Dios «espíritu puro» ha sido en buena parte un Dios «de manos limpias», ajeno a los dolores y esperanzas materiales de sus criaturas, un Dios de la razón más que el Dios «que puso su tienda entre los hombres».
Ello no obstante, Dios es, en verdad, espíritu, como atestigua la entera experiencia bíblica; pero, justamente por ello, es el aliento de lo humano y el viento de la tierra. El espíritu en el Dios cristiano, lo mismo que en la tradición abierta por la fe en él, no se opone a la materia, al cuerpo, como en la tradición filosófica griega y a lo largo de la tradición occidental, sino a la muerte y a todo aquello que causa la muerte a los hombres. Dios es espíritu porque es, fundamentalmente, un Dios de Vida, de aliento, de esperanza. Y si decimos de él que es «espíritu puro», queremos significar que es la Vida misma de los hombres, que no hay en él ambigüedad al respecto, como en los espiritualismos de este mundo que dieron pie a la denuncia materialista.
III. «Materialidad» del Dios Trinitario
El desafío del materialismo urge la renovación de la fe en el Dios cristiano. No es posible ya repetir, sin más, la condena por parte de la Iglesia del materialismo, junto con otros movimientos de la Modernidad. Es preciso redescubrir y mostrar convincentemente que el Dios de la experiencia bíblica y el Dios de Jesús no sólo no rechazan las mejores exigencias del materialismo, sino que él mismo se identifica con ellas, e incluso se adelanta a ellas. El Dios Trinitario es el que da el ser a la materia misma (Gén 1,1s); el que crea al hombre del barro de la tierra y lo crea «espíritu en el mundo» (Rahner) (Gén 1,7s); el que oye el clamor de su pueblo oprimido, se implica en su liberación (Ex 3,1s) y le conduce a una tierra que «mana leche y miel» (Gén 12,15). El Dios de los profetas es el Dios que implanta el derecho y la justicia Jer 9,23; 22,3.15; Is 35,3s; Sal 33,5), el Dios que defiende a «los de abajo»: a los pobres y a las viudas, al extranjero, a los explotados y humillados (Is 1,17; Lc 1,52s). Es el Dios que carga sobre sí el pecado del mundo y sus consecuencias materiales de sufrimiento, injusticia y muerte y se hace solidario de sus víctimas (Is 53,1s). Es el Dios que, en este «descenso» hasta el barro y la miseria de este mundo, se hace carne y planta su tienda entre los hombres (Jn 1,14s). Jesús es el rostro «material» de Dios, su presencia «material» en el acontecer de la historia humana. Y el Dios de Jesús es el Dios del Reino, el Dios que trae la liberación a los pobres, la vista a los ciegos, el pan a los hambrientos y la esperanza a los desesperados’. Es el Dios que, para sellar su solidaridad con los hombres, pasa por la «materia» más opaca de este mundo: por la muerte en el madero de la Cruz. Pero es también el Dios que, por ser un Dios de Vida, es decir, por ser Espíritu, no abandona a los muertos a la opacidad definitiva de la materia, sino que los rescata para la vida; es el Dios que resucita la carne, es decir, el hombre entero», restablece la justicia violada y la esperanza truncada de las víctimas y recrea la entera creación con el aliento de sd Espíritu (Rom 8,20s).
El Dios cristiano trinitario devuelve el reto al materialismo y lo radicaliza. Si la pretensión materialista de explicar la entera realidad desde la materia, diversamente interpretada, tiene derecho a la verdad o no, es cosa que irá mostrando la ciencia. Hacer de ella un dogma y cerrar totalmente el horizontede la inmanencia y de la inmanencia material, es tan gratuito como su contrario, el espiritualismo, que ignora la tierra donde hunde sus raíces. La postura racional sería la del materialismo que, como, por ejemplo, el de M. Horkheimer, abre la materia de este mundo, la historia de dolor y de esperanza, al horizonte del Otro’, de Aquel que, siendo Espíritu de vida, puede transfigurarla, liberarla y resucitarla definitivamente. Pero para encarar el reto del materialismo, la teología debe, a su vez, descender más a la tierra donde se juega el destino de los hombres, debe explicitar más la «materialidad» del Dios cristiano y las implicaciones «materialistas» de la fe en ese Dios y, sobre todo, debe articular una praxis capaz de hacer creíble esa fe en la materialidad del Dios de la vida y de la historia». Un diálogo serio, consecuente, crítico y autocrítico a la vez, de la teología con el materialismo está aún en gran parte por hacer.
[ -> Ateísmo; Creación; Cruz; Esperanza; Espíritu Santo; Experiencia; Fe; Filosofía; Historia; Liberación; Reino de Dios; Sociología; Teología y economía; Trinidad.]
Juan José Sánchez
PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992
Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano
El término «materialista» aparece por primera vez en Robert Boyle, que lo usa en substitución de «epicúreo». Entre los historiadores de la filosofía, unos ven surgir el m. con la filosofía en general (p. ej., F.A. Lange, los marxistas, etc.) y lo hallan ya acuñado en la antigua filosofía griega de la naturaleza, especialmente en Demócrito y Epicuro; otros, en cambio, juzgan que el m. en sentido estricto parte del «esclarecimiento de los conceptos desde Descartes» (R. Eucken). Según A. Müller, en el pensamiento de la antigua filosofía de la naturaleza había aún tantos elementos míticos «que en todo caso se puede encontrar en ella una propensión al materialismo». Según Eucken, el m. «ha hallado la forma más laboriosa entre los ingleses, la más ingeniosa entre los franceses y la más cruda entre los alemanes».
M. es un comportarse, entender y explicar a partir de la materia. A este respecto la -> materia es representada de varias maneras, pero partiendo siempre del mundo de las cosas corporales. El comportarse o el entender puede hacerse sin reflexión explícita, ingenuamente, o bien mediante una reflexión explícita (m. teórico). El m. práctico, cuyo principio es la posesión material, el confort, el disfrute de los sentidos, con frecuencia es irreflexivo e ingenuo, y puede unirse con el idealismo teórico, de la misma manera que el idealismo práctico puede unirse con el m. teórico. El m. teórico y reflejo es o bien total o bien parcial. El m. total convierte la materia en principio de la realidad entera y, por cierto, ya en el sentido de una equiparación, ya en el de una causación, es decir, ya en el sentido de que no hay otra cosa que materia, ya en el de que la materia es la causa que con su operación mecánica (m. metafísico, contemplativo) o dialéctica (m. dialéctico) lo produce todo, incluso lo que todavía no es. El m. parcial convierte la materia en principio exclusivo de ciertos ámbitos de la realidad. Puede ser parte del m. total, y puede también unirse con persuasiones no materialistas. Roben Boyle y Newton eran materialistas en las ciencias naturales y se remitían con agrado a Gassendi, pero resaltaban los límites de este m. Boyle compara el universo con el reloj de la catedral de Estrasburgo. A su juicio aquél es un mecanismo que, como el reloj, presupone un autor inteligente.
El m. total agradece su fuerza de persuasión al m. de las ciencias naturales, que se apoya en el estudio experimental de la materia. En contraposición al m. infantil y fantástico, que toma de la fantasía su imagen de la materia y con demasiada frecuencia sirve de base para la especulación filosófica, dicho m. científico es conocedor del asunto e investiga las relaciones intermateriales (Bachelard). Es metódico, y así prescinde de otros factores de explicación para probar la fuerza explicativa de la materia.
A la pregunta por la edificación del mundo las ciencias naturales del siglo xvii respondieron diciendo que aquél es el resultado de diversas combinaciones de la materia, la cual está espacial y temporalmente determinada y es comprensible en su constitución. El elemento común de las diversas materias se presenta como masa, que se acelera por la fuerza. El producto de masa y aceleración da la medida de la fuerza que actúa en la masa.
El éxito de la explicación mecánica de la naturaleza condujo al m. mecanicista, que conquistó en gran parte los círculos cultos y, en manos de la burguesía, especialmente en Francia, se convirtió en instrumento político, en arma de lucha contra el trono y el altar. Por el progreso de las ciencias naturales se vino abajo la esperanza de poder explicar el mundo material o incluso la realidad entera exclusivamente a partir de la materia y de las leyes mecánicas. Aunque la acústica, la óptica y la termología parecieran explicables con conceptos mecánicos, sin embargo se puso de manifiesto que junto a la materia, la masa y la fuerza hay una realidad física que permanece obscura hasta hoy, un algo que debe presuponerse para explicar la acción mutua de las partes de la materia, a saber: el campo. Además del campo de gravitación hay un campo electromagnético, el cual se distingue esencialmente del primero; y desde la investigación del núcleo atómico se habla de un tercer campo esencialmente nuevo: el campo nuclear.
Se ha puesto asimismo de manifiesto que las leyes, las cuales eran válidas para la realidad física de las ciencias naturales clásicas y parecían tener un alcance universal, se reducen al ámbito de magnitudes medias, y no tienen validez sin más en el ámbito de las magnitudes cósmicas y nucleares. Con ello se rompió el dominio de los conceptos mecanicistas en la física, en la cual éstos habían tenido éxitos tan brillantes y a partir de la cual se había desarrollado una universal visión mecanicista del mundo. En virtud de los descubrimientos en el ámbito de las más pequeñas dimensiones (10-13) dentro del núcleo atómico, los físicos hubieron de usar conceptos que parecían definitivamente desterrados de ese ámbito. Actualmente, se conocen más de 30 corpúsculos elementales dentro del núcleo atómico que aparecen y en muy breve tiempo desaparecen nuevamente, convirtiéndose en otros corpúsculos. Eso sugiere el pensamiento: «Todos los corpúsculos elementales están hechos de la misma materia, que podemos llamar energía o materia universal; son tan sólo diversas formas bajo las cuales puede aparecer la materia. Si parangonamos esta situación con los conceptos «materia» y «forma» en Aristóteles, podemos decir que la materia de este filósofo, que esencialmente es «potencia», o sea, posibilidad, debería compararse con nuestro concepto de energía. La energía aparece como realidad material por la forma cuando se engendra un corpúsculo elemental» (W. HEISENBERG, Physik und Philosophie [B 1959] 131s). H.Ch. Oersted, el inventor de las relaciones entre magnetismo y electricidad, en su libro Der Geist in der Natur (tomo I [Mn 1850]) llamó la atención sobre las leyes como permanente e inmutable núcleo esencial de las cosas y, a partir de ahí, postuló una unión de m. y -> espiritualismo ya para el ámbito de la física.
Si la materia basta para explicar los fenómenos vitales (metabolismo y cambio de forma, crecimiento, evolución, recepción de estímulos sensitivos) es una cuestión que todavía no puede decidirse actualmente. Los ácidos nucleicos (combinaciones micromoleculares) y las albúminas (combinaciones macromoleculares) son condiciones previas para el fenómeno de la vida. Para explicar este fenómeno algunos biólogos admiten un factor espiritual de ordenación, y otros intentan deducir la vida desde la materia misma. En 1953 Standley Miller actuó en Chicago con cargas eléctricas sobre una atmósfera originaria artificialmente preparada y así pudo obtener aminoácidos micromoleculares. Hasta ahora no ha tenido éxito un experimento semejante con relación a los albuminoides. Pero los aminoácidos y las albúminas todavía no son vida. Para la vida se requeriría además y principalmente una organización espacial y temporal, una colaboración de las diversas materias al servicio de la conservación del individuo y de la especie.
Si la vida puede explicarse por la ley propia de materias muy complicadas o ha de explicarse por la intervención de un peculiar factor espiritual de ordenación, es una cuestión que no tiene gran importancia teológica. «Pues Dios lo mismo puede haber creado la vida solamente a través de las leyes generales de la naturaleza que a través de un factor especial de ordenación vital» (K. WACHOLDER, Die Diskussion über die Entstehung des Lebens auf der Erde: Naturwissenschaft heute [Gü 1965] 49). Lo mismo que la vida, también la conciencia es distinta de la materia. El calor como proceso físico es un «movimiento desordenado de los átomos», mientras que el calor como percepción es una forma de vivencia, que presupone este movimiento de los átomos. El ojo no ve ondas luminosas, sino colores. El oído no oye longitud de ondas, sino tonos. La base material de los fenómenos de la conciencia es el sistema nervioso. Mientras que el conocimiento sensitivo se basa en los sentidos, el conocimiento intelectual se independiza en cierto modo de su base material, y así muestra una unidad que es extraña a la materia. La comparación de diversas impresiones, el recuerdo, el juicio, etc., son actividades que se alzan por encima de las posibilidades de la realidad material y espacial. La peculiaridad de la vida anímica superior, tomada junto con los fenómenos de la -> causalidad psicoffsica, insinúa la autonomía de la esfera física y psíquica.
Al impugnar el m., filósofos y teólogos en el ardor de la lucha con frecuencia han olvidado un punto importante: que se debe esperar pacientemente para ver cuánto se puede atribuir a la materia como razón explicativa de los fenómenos; que las estructuras materiales sanas, aunque no representen los supremos valores, son sin embargo los valores fundamentales, hasta tal punto que con frecuencia sólo a través de su realización se hace posible la dignidad de la existencia humana. La teología debe reflexionar más intensamente sobre la materia como creación y, con ello, sobre el alto valor de la misma y del mundo material y sensible.
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Marcel Reding
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
Como la palabra misma lo indica, el Materialismo es un sistema filosófico que considera a la materia como a la única realidad en el mundo, que intenta explicar todo evento en el universo como un resultado de las condiciones y actividades de la materia y que, en consecuencia, niega la existencia de Dios y del alma. Es diametralmente opuesto al Espiritualismo y al Idealismo, los cuales, en la medida en que son parciales y exclusivos, declaran que todo en el mundo es espiritual, y que el mundo, e incluso la materia misma, son puras concepciones o ideas del ser pensante. El Materialismo es más antiguo que el Espiritualismo, si consideramos que el desarrollo de la filosofía comenzó en Grecia. La antigua filosofía india, sin embargo, es idealista; según ella hay un único ser verdadero, Brahma; todo lo demás es apariencia, Maja. En Grecia los primeros intentos para concebir la filosofía fueron más o menos materialistas; asumían la existencia de una materia única primordial — agua, tierra, fuego, aire — o sea los cuatro elementos a partir de los cuales se consideraba que se desarrolló el mundo. El Materialismo fue metódicamente desarrollado por los atomistas. El primero y el más importante de los materialistas sistemáticos fue Demócrito, el «filósofo sonriente». El enseñó que de la nada no puede surgir nada; que todo es el resultado de combinaciones y divisiones de partes (átomos); que estos átomos, separado por espacios vacíos, son infinitamente numerosos y variados. Incluso al hombre extendió su Materialismo cosmológico, y fue así el fundador del Materialismo en el sentido estrecho, o sea, la negación del alma. El alma es un complejo de muy finos, uniformes, redondos, e impetuosos átomos: éstos son muy móviles y penetran el cuerpo entero, al que le dan la vida. Empédocles no fue un materialista intransigente, aunque consideraba a los cuatro elementos con amor y odio como los principios formativos del universo, y se negaba a reconocer a un Creador espiritual del mundo. Aristóteles reprochaba a los filósofos Ionianos, en general, el intentar explicar la evolución del mundo sin el Nous (inteligencia); él consideraba a Protágoras, quien fue el primero en introducir un principio espiritual, como a un hombre sobrio entre los borrachos.
La Escuela Socrática introdujo una reacción en contra del Materialismo. Un poco más tarde, sin embargo, el Materialismo encontró a un segundo Demócrito en Epicuro quien estudió el sistema con más gran detalle, y le dio una fundación más profunda. El apoyó la afirmación de que nada viene de nada, declarando que, de lo contrario, todo debería venir de todo. Este argumento es muy pertinente, ya que si no hubiera nada, nada podría existir, es decir, no habría ninguna causa. Una causa omnipotente puede, por sí misma, a través de su poder, suministrar un substituto de la materia, la cual no podemos crear sino sólo transformar. Epicuro afirmó, además, que solo los cuerpos existen; solamente el vacío es inmaterial. Distinguió, sin embargo, entre cuerpos compuestos y cuerpos simples o átomos, los cuales son absolutamente inalterables. Ya que el espacio es infinito, los átomos deben ser, asimismo, infinitamente numerosos. No puede garantizarse esta última deducción, ya que, aun en un espacio infinito, se debería limitar el número de cuerpos — de hecho, así debe ser, puesto que de lo contrario llenarían enteramente el espacio y, por consiguiente, harían imposible todo movimiento. Y sin embargo Epicuro le atribuye movimiento a los átomos, es decir, un movimiento constante y hacia abajo. Ya que muchos de ellos se apartan de sus direcciones originales, provocando choques y la formación de diversas combinaciones. La diferencia entre un cuerpo y otro es debida, únicamente, a diferentes formas de combinación atómica; los átomos mismos no tienen ninguna cualidad y difieren sólo en su tamaño, forma, y peso. Estas especulaciones materialistas contradicen directamente las universalmente reconocidas, leyes de la naturaleza. La inercia es una cualidad esencial de la materia, la cual no puede ponerse a si misma en movimiento, ni puede, por sí misma definir la dirección de su movimiento y, menos que nada, cambiar la dirección de su movimiento una vez que éste le fue impartido. La existencia de todas estas capacidades de la materia es aceptada por Epicuro: los átomos caen hacia abajo, antes de que haya «arriba» o «abajo»; tienen peso, aun antes de que exista la tierra que les da el peso con su atracción. De los choques al azar entre los átomos podría resultar sólo confusión y no orden, y menos que nada aquél gran designio que se manifiesta en el orden del mundo, sobre todo en el de las estructuras orgánicas y en el de las actividades mentales. No obstante, el alma y su origen no representan ninguna dificultad para el Materialista. Según él el alma es una especie de vapor difundido en todo el cuerpo y mezclado con un poco de calor. Los cuerpos que nos rodean envían continuamente ciertas partículas diminutas las cual penetran a nuestras almas a través de nuestros órganos de los sentidos e incitan imágenes mentales. A la disolución del cuerpo, el alma corpórea se disuelve también. Esta opinión descubre una completa incomprensión de la naturaleza inmaterial de los estados psíquicos, los cuales son opuestos a los del cuerpo — sin decir nada de la infantil noción de percepción-sentido, la cual no es contemplada por la fisiología moderna más que con una indulgente sonrisa.
El Materialismo epicúreo recibió una expresión poética y un más amplio desarrollo en el poema didáctico del romano Lucrecio. Este sarcástico adversario de los dioses, tal como los modernos representantes del Materialismo, lo sitúa en franca oposición a la religión. Su cosmología es la de Epicuro; pero Lucrecio va muchos más allá, ya que él busca verdaderamente dar una explicación al orden del mundo, orden al que Epicuro se refirió, sin dudar, como debido al simple azar. Lucrecio afirma que es solamente una de las posibilidades infinitamente numerosas del acomodo de los átomos; el presente orden es tan posible como cualquier otro. Se esfuerza en especial en refutar la inmortalidad del alma, buscando así disipar el miedo a la muerte, el cual es la causa de tanta preocupación y crimen. El alma (anima) y la mente (animus) consta de los más pequeños, más redondos, y más móviles de los átomos. Que «el sentimiento es una excitación de los átomos,» asienta él como un principio firmemente establecido. Dice además: «Cuando el sabor del vino desaparece, o el olor del ungüento se disipa en el aire, no notamos ninguna disminución de peso. Lo mismo pasa con el cuerpo cuando el alma ha desaparecido. «Pasa por alto el hecho que el sabor y olor no necesariamente se pierden, aunque no los podamos medir. Que no desaparecen tenemos ahora la certeza y debemos concluir, por consiguiente, que el alma espiritual aun menos cesa de existir. Sin embargo, el alma no es tan solo el olor de un cuerpo, sino un ser con actividad real; en consecuencia, debe ser real y, de la misma manera, distinta del cuerpo, ya que el pensamiento y la voluntad son actividades incorpóreas, y no solo movimiento el cual, al menos según Lucrecio, es la única función de los átomos.
La Cristiandad desarrolló un dique vigoroso en contra del Materialismo, y fue sólo con el retorno a la antigüedad durante la así llamada restauración de las ciencias que los Humanistas de nuevo lo convirtieron en un factor poderoso. Giordano Bruno, el Panteísta, fue también un Materialista: «la Materia no es sin sus formas, pero las contiene todas; y ya que lleva lo que esta envuelto en ella misma, es en verdad toda la naturaleza y la madre de todo lo viviente.» Pero la edad clásica del Materialismo empezó en el siglo XVIII, cuando de la Mettrie (1709-51) escribió su «Histoire naturelle de l’âme» (Histoire natural del alma) y «L’homme machine» (El Hombre máquina). Sostiene que todo lo que se siente debe ser material: «El alma se forma, crece y disminuye con los órganos del cuerpo, por lo tanto debe compartir también la muerte del cuerpo» — una falacia evidente, ya que aun cuando el cuerpo es tan sólo el instrumento del alma, el alma debe ser afectada por las condiciones variables del cuerpo. En el caso de este Materialista encontramos las consecuencias morales del sistema reveladas sin fingimiento. En sus dos obras «La Volupté» (La Voluptuosidad) y «L’art de jouer» (El arte de jugar) glorifica el libertinaje. La obra más famosa de este período es el «Système de la nature» (Sistema de la naturaleza) del Barón Holbach (1723-89). Según esta obra, no existe nada más que la naturaleza, y todos los seres que se cree deben estar más allá de ella, no son más que un producto de la imaginación. El Hombre es una parte constitutiva de la naturaleza; sus atributos morales no son más que una modificación de su constitución física, derivada de su organización característica. Incluso Voltaire se sintió obligado a presentar una oposición decidida a estos ataques extravagantes en contra de todo lo que era espiritual.
En Alemania, el Materialismo fue vigorosamente atacado, sobre todo por Leibniz (Cf.). Sin embargo, como este filósofo quiso reemplazarlo con su doctrina de mónadas, un intransigente sistema espiritualista, no le dio una refutación verdadera. En cambio, se suponía que Kant había definitivamente resquebrajado el poder del Materialismo con el así llamado argumento idealista, que dice: La Materia se revela a nosotros sólo en la conciencia; no puede ser por consiguiente la causa o el principio de la conciencia. Este argumento no prueba absolutamente nada en contra del Materialismo, a menos de que reconozcamos que nuestra conciencia crea a la materia, o sea que la materia no tiene ninguna existencia independiente de la conciencia. Si la conciencia o el alma crean a la Materia, esta última no puede darle la existencia al alma o a ninguna actividad psíquica. El Materialismo sería así, de hecho, absolutamente aniquilado: no habría ninguna materia. Pero, si la materia es real, debería poseer todo tipo de actividades, incluso psíquicas, como aseguran los Materialistas. Mientras no se demuestre la imposibilidad de esto, el Materialismo no será refutado. El Idealismo o Fenomenalismo, que niega completamente la existencia de la materia, es más absurdo que el Materialismo. Hay, sin embargo, algo de verdad en el razonamiento Kantiano. La conciencia o el psiquismo, nos son mucho mejor conocidos que lo material; lo que la materia es verdaderamente, ninguna ciencia lo ha aclarado todavía. Lo intelectual o lo psíquico, en cambio, se presenta inmediatamente a nuestra conciencia; experimentamos nuestros pensamientos, voluntades y sentimientos; en su total claridad se presentan a la vista de la mente. Desde el punto de vista Kantiano, no se puede refutar al Materialismo. Para vencerlo debemos demostrar que el alma es una entidad independiente y esencialmente distinta del cuerpo, una substancia inmaterial; sólo así puede ser inmortal y sobrevivir a la disolución del cuerpo. Para Kant sin embargo, la substancia es una forma completamente subjetiva del entendimiento, por medio de la cual ordenamos nuestras experiencias. Por eso, la independencia del alma no sería objetiva; sería simplemente una idea concebida por nosotros. La inmortalidad sólo sería, asimismo, un producto del pensamiento; esto los Materialistas lo admiten de buena gana, pero lo llaman, en términos llanos, una pura fabricación.
Los Idealistas alemanes, Fichte, Hegel, y Schelling, con seriedad adoptaron el Fenomenalismo de Kant, declarando que la materia y, de hecho, el universo entero, son productos subjetivos. En consecuencia y de hecho el Materialismo fue enteramente vencido, pero el método Kantiano de refutación se reduce a un absurdo. La reacción en contra de este Espiritualismo excéntrico fue inevitable y resultó, por una especie de consecuencia necesaria, en el extremo opuesto de un franco Materialismo. Asqueados por estas opiniones fanáticas, tan contrarias a toda realidad, los hombres dirigieron toda su energía a la investigación de la naturaleza. El extraordinario éxito logrado en esta área llevó a muchos investigadores a sobrestimar la importancia de la materia, de sus fuerzas y de sus leyes, con las que creyeron que podrían explicar incluso lo espiritual. Los representantes principales del Materialismo como un sistema durante este período son Büchner (1824-99), el autor de «Kraft und Stoff»; K. Vogt (1817-95), quien sostuvo que el pensamiento es «secretado» por el cerebro, como la bilis por el hígado y la orina por los riñones: Czolbe (1817-73); Moleschott, a quien su Materialismo le atrajo fama política. Nació el 9 de agosto de 1822, en Herzogenbusch, Brabant del norte, estudió medicina, ciencia natural y la filosofía de Hegel en Heidelberg desde 1842. Después de unos años de practicar la medicina en Utrecht, se capacitó como instructor en fisiología y antropología en la Universidad de Heidelberg. Sus escritos, sobre todo su «Kreislauf des Lebens» (1852), produjeron una gran sensación. A causa del vulgar materialismo que demostró en sus obras y en sus conferencias, recibió una amonestación del senado académico, por orden del Gobierno, después de lo cual aceptó, en 1854, una proposición de la recientemente fundada Universidad de Zurich. En 1861 Cavour, el primer ministro italiano, le concedió una cátedra en Turín, de donde, quince años más tarde, fue llamado a la Sapienza de Roma, la cual debió su fundación a los Papas. Allí la muerte lo alcanzo, de repente, en 1893, y así como había quemado los cuerpos de su esposa y de su hija que habían cometido suicidio, también dijo en su testamento que su propio cuerpo debería reducirse a cenizas. El rechazo más radical de todo lo ideal esta contenido en la revisada obra «Der Einzige und sein Eigentum» (1845; 3ra ed., 1893) de Max Stirner, quien rechaza todo lo que transciende al Ego particular y a su propia voluntad.
El brillante éxito de las ciencias naturales le dio un poderoso apoyo al Materialismo. El científico, de hecho, esta expuesto al peligro de no tomar en cuenta el alma y, en consecuencia, de negarla. La absorción en el estudio de la naturaleza material es capaz de cegarlo a lo espiritual; pero es un error evidente el negar el alma, por la razón de que no se puede experimentalmente demostrar su existencia por medios físicos. La ciencia natural sobrepasa sus límites cuando usurpa el dominio espiritual y declara poder pronunciar allí una opinión de experto, y es un error evidente el declarar que la ciencia demuestra la inexistencia del alma. Diversas pruebas de la ciencia natural son, por supuesto, presentadas por los Materialistas. Se recurre al «sistema cerrado de causalidad natural»: la experiencia muestra, por doquier, que cada fenómeno natural esta causado por otro y si la misma causa fuera introducida de nuevo, se rompería la cadena de causas naturales. Por otra parte, Sigwart (1830-1904) justamente observa que el alma participa en la causalidad natural y, por consiguiente, está incluida en el sistema. Lo más que se puede deducir de este sistema es que un espíritu puro, que Dios, no podría interferir en el curso de la naturaleza; pero esto no puede ser demostrado ni por la experiencia ni por la razón. Al contrario, está claro que el Autor de la naturaleza puede intervenir en su curso y la historia nos informa de Sus muchas intervenciones milagrosas. En todo caso, está fuera de duda que nuestras condiciones corpóreas son influenciadas por nuestras ideas y voluntades, y percibimos esta influencia más claramente que la causalidad del fuego en la producción de calor. Debemos rechazar, por consiguiente, como falsa la teoría de la causalidad natural, cuando ésta signifique la exclusión de causas espirituales.
Pero la ciencia moderna afirma haber presentado la demostración positiva de que en el cuerpo humano no hay ningún lugar para el alma. El gran descubrimiento de R. Mayer (1814-78), Joule (1818-89), y Helmholtz (1821-94) de la conservación de la energía demuestra que la energía no puede desaparecer en la naturaleza y no puede originarse allí. Pero el alma puede por sí misma crear energía, y también la energía se perdería, cuando quiera que un estímulo externo influenciase al alma y diese lugar a una sensación, que no es una forma de energía. Ahora bien, experimentos recientes han mostrado que la energía en el cuerpo humano es precisamente equivalente al nutrimento consumido. En estos hechos sin embargo, no hay absolutamente nada en contra de la existencia del alma. La ley de la conservación de la energía es una ley empírica, no un principio fundamental de pensamiento; se deduce del mundo material y se basa en la actividad de la materia. Un cuerpo no puede ponerse a si mismo en movimiento, y no puede producir fuerza; debe ser impulsado por otro, el cual, en el impacto, pierde su propio poder de movimiento. Este no se pierde, pero se transforma en el movimiento nuevo. De esta manera, en el mundo material, el movimiento, que es energía cinética, no puede ni originarse ni del todo cesar. Esta ley no es valida para el mundo inmaterial, el cual no esta sujeto a la ley de la inercia. Que nuestras actividades intelectuales superiores no están limitadas por esta ley se ve plenamente en nuestro libre albedrío, por el que decidimos ya sea movernos o permanecer en reposo. Pero las actividades intelectuales se efectúan con la cooperación de los procesos sensoriales; y, ya que estos últimos son funciones de los órganos del cuerpo, están como ellos sujetos a la ley de la inercia. No entran en actividad sin algún estímulo; no pueden detener su actividad sin alguna influencia externa. Están, por consiguiente, sujetos a la ley de la conservación de la energía, cuya aplicabilidad al cuerpo humano, como se muestra por los experimentos biológicos, no demuestra nada en contra del alma. Por consiguiente, y aun sin experimento, uno debe admitir la ley en el caso de seres sensibles, no es prudente considerar que afecta a un espíritu puro o a un ángel. El «Aquiles» de los filósofos materialistas, por consiguiente, no demuestra nada en contra del alma. Fue, por lo tanto, muy oportuno cuando el eminente fisiólogo, Dubois Reymond (1818-96), proclamó un alto enérgico a su colega con su «Ignoramus et Ignorabimus». En sus conferencias, «Ueber die Grenzen der Naturerkenntniss» (Leipzig, 1872), muestra que los sentimientos, la conciencia, etc., no pueden ser explicadas por los átomos. Se equivoca, de hecho, al declarar como permanentemente inexplicable todo aquello que la ciencia natural no puede contemplar; la explicación debe ser proporcionada por la filosofía.
Incluso teólogos han defendido el Materialismo. Así, por ejemplo, F.D. Strauss en su obra «Der alte und neue Glaube» (1872) se declara abiertamente en favor del Materialismo, e incluso lo adopta como la base de su religión; el universo material con sus leyes, aunque de vez en cuando nos quebrantan, debe ser el objeto de nuestra veneración. El ejercicio de la música le compensa la pérdida de todos los bienes ideales. Entre los filósofos materialistas de ese tiempo, Ueberweg (1826-71), autor de la conocida «Historia de la Filosofía,» merece ser mencionado; es notable que, al principio, él apoyó la teleología Aristotélica, pero más tarde cayó dentro del mecanismo materialista. Hay de hecho una dificultad considerable para demostrar matemáticamente el objetivo final de la naturaleza; a quienes la consideración de la maravillosa sabiduría mostrada por su orden no les da la convicción de que su origen no puede ser debido a ciegas fuerzas físicas, todas las pruebas serán de poca utilidad. Para nosotros, de hecho, es inconcebible cómo alguien puede descuidar o negar las evidencias de designio y de la adaptación de los medios para el logro de tan variadas finalidades.
La cuestión teleológica, tan embarazosa para el Materialismo, se consideró finalmente resuelta por el Darwinismo el cual, como K. Vogt cínicamente lo expresó, dejó a Dios fuera. El ciego funcionamiento de las fuerzas y las leyes naturales, sin agentes espirituales, se sostuvo para explicar el origen así como el propósito de las especie. Aun cuando Darwin mismo no era un Materialista, su explicación mecanicista de la teleología llevó agua al molino del Materialismo, el cual reconoce solamente el mecanismo de los átomos. Esta evolución de la materia desde el protozoario hasta el hombre, anunciada desde las cátedras universitarias como el resultado de la ciencia, fue ávidamente tomada por los social demócratas y llegó a ser el principio fundamental de su concepción del mundo y de la vida. Aunque oficialmente los socialistas niegan su odio por la religión, el rechazo del destino superior del hombre y su consiguiente regreso al orden material les sirven muy eficazmente para agitar a las descontentas y engañadas masas. En contra de esta dominación del Materialismo entre los ricos y los humildes, se origino, hacia fines del siglo XIX, una reacción que fue debida, en no pequeña medida, a la alarmante transposición de la teoría materialista en práctica por los socialistas y anarquistas. En el fondo sin embargo, no es mas que otro ejemplo de lo que la más antigua experiencia muestra: la línea del progreso no es vertical sino en forma de espiral. Una fuerza excesiva en una dirección provoca una repercusión en el extremo opuesto. Lo espiritual no puede ser reducido a lo material, pero frecuentemente comete el error de negarse a tolerar la coexistencia con la materia.
Así, en la actualidad, la reacción en contra del Materialismo conduce en muchos casos a un Espiritualismo extremo o Fenomenalismo, que considera a la materia tan sólo como una proyección del alma. Así mismo, el extensamente repetido grito: «Regreso a Kant». Kant veía a la materia como un puro producto de la conciencia, y este punto de vista es francamente adoptado por L. Busse, quien, en su trabajo «Geist und Körper, Seele und Leib» (Leipzig, 1903), seriamente trabaja para desacreditar al Materialismo. Trata exhaustivamente las relaciones de lo psíquico con lo físico, refuta el así llamado paralelismo psíquico-físico, y toma decisión en favor de la interacción del alma y del cuerpo. Su conclusión es el completo rechazo de la materia. «Metafísicamente el contexto del mundo cambia. . . . El mundo corpóreo como tal desaparece – no es más que una apariencia para la mente que lo percibe — y es seguida por éxito por algo espiritual. La metafísica idealista-espiritualista, cuya validez nosotros aquí tácitamente aceptamos sin más amplia justificación, no reconoce ningún ser corpóreo sino sólo el ser espiritual. ‘Toda realidad es espiritual’, este es su veredicto» (Pág. 479).
Lo poco tiene que temer el Materialismo de la rivalidad Kantiana esta plenamente demostrado, entre otros, por el filósofo naturalista Uexkull. En el «Neue Rundschau» de 1907, Umrisse einer neuen Weltanschauung, él se opone muy vigorosamente al Darwinismo y al Haeckelismo, pero finalmente rechaza, con Kant, la substancialidad del alma, e incluso cae de nuevo en el Materialismo que tan severamente condena. Dice: «La desintegrante influencia del Haeckelismo en la vida espiritual de las masas viene, no de las consecuencias provenientes de su concepción de las cosas eternas, sino de la tesis darvinista de que no hay ningún propósito en la naturaleza. Verdaderamente, uno puede suponer que en ese día, cuando se hizo el gran descubrimiento del descenso del hombre a partir del mono, se lanzó el llamado: ‘Regreso al Mono’.» Los muros, que confinan al Materialismo, todavía están de pie con toda su firmeza: es imposible explicar el deliberado carácter de la vida a partir de las fuerzas materiales.» «Estamos constituimos de tal manera que somos capaces de reconocer ciertos propósitos con nuestro intelecto, mientras que anhelamos y disfrutamos otros por medio de nuestro sentido de la belleza. Un plan general une a todas nuestras fuerzas espirituales y emocionales en una unidad.» «Es esta visión de la vida la que Haeckel quiere reemplazar con su insensato hablar de almas-célula y células-alma, y cree, con su infantil truco, aniquilar al gigante Kant. Las palabras de Chamberlain sobre el Haeckelismo encontrarán un eco en el alma de cada persona educada: ‘no es poesía, ciencia, o filosofía, sino un bastardo nacido muerto de los tres’.» ¿Pero que es lo que el «Gigante Kant » enseña? ¡Que somos nosotros mismos quienes les damos un propósito a las cosas, pero que no está en las cosas! Esta opinión es también sostenida por los Materialistas. Uexkull encuentra la refutación del Materialismo en el «esquema empírico de los objetos,» que se forma de nuestras percepciones-sensoriales. Esto es para él, de hecho, idéntico con el Bewegungsmelodie (melodía de movimiento), a la que él reduce los objetos. Así de nuevo, no hay ninguna substancia sino solo movimiento, lo cual el Materialismo igualmente enseña. Encontraremos más tarde al Kantiano Uexkull entre los declarados Materialistas.
Filósofos de otra tendencia tratan de refutar el Materialismo sosteniendo que todo esta dotado de vida y alma. A esta clase pertenecen Fechner, Wundt, Paulsen, Haeckel, y el botánico Franco, que atribuye inteligencia incluso a las plantas. Se puede así creer que éste es un remedio radical para todos los deseos materialistas. Es una lastima que se deba dar a los Materialistas una oportunidad para que se pongan en ridículo con tal ficción. Que la materia bruta, los átomos, los electrones deben tener vida es contrario a toda experiencia. Es una vanidad de la ciencia moderna el declarar que sólo admite aquello que se revela por medio de una observación exacta; pero el veredicto universal e invariable de la observación es que, en el mundo inorgánico, todo muestra características opuestas a las que la vida exhibe. Es también un serio engaño el creer que se puede explicar el alma humana y su conciencia unitaria con la suposición de almas-célula. Varias almas nunca podrán tener una misma conciencia. La conciencia y toda actividad psíquica son inmanentes, moran en el sujeto y no operan exteriormente; en consecuencia cada alma individual tiene su propia conciencia, y no sabe absolutamente nada de cualquier otra. La combinación de varias almas en una sola conciencia es por lo tanto imposible. Pero, aun cuando fuera posible, esa conciencia compuesta tendría un contenido completamente diferente a de las almas-célula, ya que sería una maravilla si todas ellas sintieran, pensaran y quisieran exactamente lo mismo. En este caso la inmortalidad sería tan completamente excluida como lo es para el Materialismo.
Hemos descrito esta teoría como una ficción insostenible. R. Semon, sin embargo, trata de defender la existencia de la memoria en todos los seres vivientes con su trabajo «Die Mnemes als erhaltendes Prinzip im Wechsel des organischen Geschehens» (Leipzig, 1905). Dice: «El efecto de un estímulo en una substancia viviente continúa después de la estimulación, tiene un efecto engráfico. Este último es llamado el engram del estímulo correspondiente, y la suma de los engrams, que el organismo hereda o adquiere durante su vida, es el mneme, o memoria en el sentido más amplio.» Ahora bien, si por estas palabras se entendiera exclusivamente la persistencia de estados psíquicos y corporales, habría poco que objetar en contra de esta teoría. Pero por memoria se entiende una función psíquica, por cuya presencia en plantas y minerales no se puede ofrecer la más ligera argumentación. La persistencia es aun más fácilmente explicada en el caso de la naturaleza inorgánica. Este Hilozoísmo, que, como Kant debidamente declara, es la muerte de toda ciencia, también se llama la «teoría del doble aspecto» (Zweiseitentheorie). Fechner de hecho considera lo material tan sólo como el lado exterior de lo espiritual. La relación entre ellos es la del lado convexo de una curva al cóncavo; son esencialmente uno, mirados desde afuera y luego desde adentro — la misma idea expresada con palabras diferentes. Con esta explicación el Materialismo no es derrotado sino proclamado. Porque de la realidad de la materia ningún hombre sensato puede dudar; por consiguiente, si lo espiritual es simplemente un aspecto particular de la materia, debe también ser material. El lado convexo de un anillo forma verdaderamente la misma cosa con el cóncavo; no es más que el mismo anillo visto de dos lados diferentes. Así Fechner, a pesar de todo su rechazo del Materialismo, debe negar la inmortalidad del alma, ya que en la disolución del cuerpo el alma debe perecer también, y él se afana sin ningún efecto cuando trata de sostener la doctrina de la supervivencia con todo tipo de ideas fantásticas.
Estrechamente ligado con esta teoría esta el llamado «paralelismo psíco-físico,» que la mayoría de los psicólogos modernos desde Fechner, sobre todo Wundt y Paulsen, patrocinan enérgicamente. Éste enfatiza tan fuertemente la espiritualidad del alma que rechaza como imposible cualquier influencia del alma sobre el cuerpo, y así hace que las actividades espirituales y corporales avancen unas al lado de las otras (en paralelo) sin afectarse unas a otras. Wundt, de hecho, va hasta considerar al mundo entero como constituido de unidades-voluntad, y considera a la materia como una actividad espiritual mecanizada. Paulsen, en cambio, trata de explicar la coexistencia de las dos series de actividades declarando que los procesos materiales del cuerpo son el reflejo de lo espiritual. Uno puede bien pensar que no puede haber un rechazo más enfático del Materialismo. Sin embargo éste exagerado Espiritualismo e Idealismo está de acuerdo con el dogma fundamental de los Materialistas al negar la substancialidad y la inmortalidad del alma. Afirma que el alma no es nada más que el agregado de las sucesivas actividades internas sin ninguna esencia psíquica. Esta declaración lleva inevitablemente al Materialismo, porque la actividad es inconcebible sin un sujeto activo; y, ya que se niega la substancialidad del alma, el cuerpo debe ser el sujeto de las actividades espirituales, ya que, de otra manera sería imposible el que a ciertas impresiones físicas les correspondieran percepciones, voliciones, y movimientos. En todo caso éste exagerado Espiritualismo, que ninguna persona inteligente puede aceptar, no se puede considerar como una refutación del Materialismo. Fuera de la filosofía Cristiana ningún sistema filosófico ha logrado con éxito combatir al Materialismo. No se necesita más que un conocimiento superficial de la reciente literatura de ciencia natural y de filosofía para convencerse de que la «refutación» del Materialismo por medio del más reciente Idealismo no es más que vana discusión. Así, Ostwald proclama su doctrina de la energía como la refutación del Materialismo, y, en su «Vorlesungen ber Naturphilosophie», trata de «llenar el inmenso abismo, que desde Descartes se abre entre el espíritu y la materia», subordinando las ideas de materia y espíritu bajo el concepto de energía. Así, la conciencia también es energía, la energía-nerviosa del cerebro. Está inclinado «a reconocer a la conciencia como una característica esencial de la energía del órgano central, así como el espacio es una característica esencial de la energía mecánica y el tiempo de la energía cinética.» ¿No es esto el Materialismo puro y simple?
Enteramente materialista también es la ampliamente aceptada explicación fisiológica de las actividades psíquicas, sobre todo de los sentimientos, tales como el miedo, el enojo etc. Esto es defendido (Ej.) por Uexkull, a quien ya nos hemos referido como a un vigoroso antagonista del Materialismo. Él trata de encontrar, o por lo menos de ilustrar esto con los más modernos experimentos. En su trabajo «Der Kampf um die Tierseele» (1903), dice: «Supongamos que, con la ayuda de refinados rayos roentgen pudiéramos proyectar, magnificados en una pantalla, bajo la forma de móviles olas-sombra, los procesos del sistema nervioso del hombre. Según nuestros conocimientos actuales podríamos esperar lo siguiente. Observamos al sujeto del experimento, cuando una campanilla suena cerca, y vemos la sombra en la pantalla (representando la ola de excitación) correr a lo largo del nervio auditivo hacia el cerebro. Seguimos la sombra dentro del cerebro, y, si la persona se mueve en respuesta al sonido, sombras centrífugas se presentan también a nuestra observación. Este experimento no sería de ninguna manera diferente a cualquier experimento físico de naturaleza similar, sólo que en el caso del cerebro, con su intrincado sistema de trayectos, el recorrido del estímulo y la transformación de la energía acumulada constituirían necesariamente un espectáculo muy complicado y confuso.» ¿Pero que sería así demostrado o al menos ilustrado? Aún sin rayos roentgen sabemos que, cuando se oye, ondas nerviosas vienen al cerebro, y del cerebro efectos motores se desplazan a los órganos periféricos. Pero estos efectos no son más que movimientos, no percepción psíquica; ya que la conciencia atesta que la percepción sensorial, sin hablar del pensamiento y de la volición, es totalmente diferente del movimiento, de hecho totalmente opuesta. Podemos pensar simultáneamente de opuestos (e. g. existencia e inexistencia, redondo y angular), y esos opuestos deben estar presentes simultáneamente en nuestra conciencia, ya que de otra manera no podríamos compararlos, ni percibirlos y declarar su oposición. Ahora, es completamente imposible que un nervio o un átomo del cerebro puedan ejecutar simultáneamente movimientos opuestos. Y, no solo en el caso de verdaderos opuestos, sino también en la comprensión de cada distinción, los elementos del nervio deben simultáneamente tener movimientos diferentes, de rapidez diferente y en direcciones diferentes.
Un notorio Materialismo es adoptado por A. Kann en su «Naturgeschichte der Moral und die Physik des Denkens», con el subtítulo «Der Idealismus eines Materialisten» (Viena y Leipzig, 1907). Dice: «Para explicar físicamente los complicados procesos del pensamiento, se debe ante todo eliminar la necesidad de admitir cualquier fenómeno ‘psíquico’. Nuestras ideas sobre el bien y el mal están, para el hombre promedio, tan íntimamente ligadas con lo psíquico que es la primera necesidad el eliminar lo psíquico de nuestras ideas de moralidad, etc. Sólo cuando la ciencia pura, material, ha construido sobre sus propias fundaciones la estructura entera de nuestra moral y ética, puede uno pensar en elaborar para los lectores objetivos lo que llamo la ‘Física del Pensamiento’. Para preparar la tierra para el edificio nuevo, uno debe primero ‘excluir las ruinas de las antiguas nociones’, o sea ‘Dios, la oración, la inmortalidad (el alma)’.» La reducción de la vida psíquica a lo físico es realmente pretendida por J. Pikler en su tratado «Physik des Seelenlebens» (Leipzig, 1901). Conversa con un alumno de gran clase, primero de una manera muy infantil, pero al final las armas pesadas entran en acción. «Que todos los diversos hechos, todos los varios fenómenos de la vida psíquica, todos los diferentes estados de conciencia son la auto-preservación del movimiento, no ha sido todavía, pienso, explicado por ningún psicólogo.» Tal es de hecho el caso, por el que, generalmente se ha rechazado el Materialismo bruto. El Materialismo relaciona los fenómenos psíquicos con movimientos de la substancia nerviosa; pero la auto-preservación del movimiento es movimiento, y por consiguiente esta nueva psíco-física es Materialismo puro. En todo caso, la materia no puede «auto-conservar» su movimiento; el movimiento persiste por su propia cuenta en virtud de la ley de la conservación de la energía. Por consiguiente, según esta teoría, toda materia debe presentar fenómenos psíquicos.
Todavía más necesaria y simple era la evolución del mundo según J. Lichtneckert (Neue wissenschaftl. Lebenslehre der Weltalls, Leipzig, 1903). Su «Ideal oder Selbstzweckmaterialismus als die absolute Philosophie » (Materialismo Ideal o del Fin-en-si-mismo como la Filosofía Absoluta) ofrece «la solución científica de todos los grandes enigmas físicos, químicos, astronómicos y fisiológicos del mundo.» Seleccionemos algunas ideas de esta nueva filosofía absolutista. «Que Dios y la materia son nociones completamente idénticas, era hasta hoy desconocido.» «Hasta aquí el Materialismo investigaba la vida externa de la materia, y el Idealismo su vida interior. De la fusión de estas dos concepciones de la vida y del mundo, que desde los tiempos más lejanos han estado separadas y luchado una contra otra, se emite la presente ‘Filosofía Absoluta’. Hasta ahora el Materialismo ha negado, como un error fundamental, la teleología o la búsqueda de una finalidad y, en consecuencia, también las cualidades espirituales o psíquicas de la materia, mientras que el Idealismo ha negado la materialidad del alma o de Dios. Por consiguiente, no se había podido llegar a una completa y armoniosa teoría del mundo. El Materialismo Ideal o del Fin-en-si-mismo, o Monismo, es la culminación o el apogeo de todas las filosofías, ya que en él esta contenida la verdad absoluta, a la que los principales intelectos de todos los tiempos han gradual y laboriosamente contribuido. Hacia él fluyen todos los sistemas filosóficos y religiosos, como arroyos hacia el mar.» «El espíritu o Dios es materia, y, viceversa, la materia es espíritu o Dios. La materia no es ninguna masa bruta, inanimada, como hasta ahora se ha generalmente supuesto, ya que todos los procesos químico-físicos son auto-determinados. La materia, que es una deidad eterna, inacabable, visible, audible, que se puede pesar, mensurable etc., está dotada con las más altas cualidades espirituales o vitales, evolutivas y transformables, y de hecho posee el poder de sentir, desear, pensar y recordar. Todo lo que existe es materia o Dios. Un ser no-material no existe. Incluso el espacio es materia. . .»
Uno no necesita más que indicar tales frutos de la ciencia materialista para ilustrar en su absurdidad las consecuencias de la perniciosa concepción del hombre y del universo conocida como el Materialismo. Pero citamos estos casos también como una prueba positiva de que la tan alabada victoria del Idealismo moderno sobre el Materialismo no tiene de hecho ninguna base. A nuestra propia época podemos aplicar lo que el conocido historiador del Materialismo, Friedrich Albert Lange (Geschichte des Materialismus u. Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart), escribió en 1875: «La lucha materialista de nuestros días se presenta así a nosotros como un serio signo de los tiempos. Hoy, como en el período anterior a Kant y a la Revolución francesa, una relajación general del esfuerzo filosófico, una regresión de las ideas, son las explicaciones básicas de la difusión del Materialismo.»De hecho, lo que dice de la relajación del esfuerzo filosófico ya no es verdadero hoy en día; al contrario, raramente ha habido tanto filosofar por los aptos y los inaptos como a principios del pasado y a fines del antepasado siglo. Se han consagrado mucha labor a la filosofía y mucho se ha logrado, pero, en las palabras de San Agustin, es un caso de magni gressus praeter viam (i.e. grandes pasos en el camino equivocado). Encontramos que la simple filosofía, sin ideas, del Positivismo, el Empirismo, el Pragmatismo, el Psicologismo, y los numerosos otros sistemas modernos son todos enemigos de las ideas. Incluso Kant mismo, a quien Lange invoca como el baluarte en contra del Materialismo, es muy justamente llamado por el historiador del Idealismo, O. Willman, «el joven que tira piedras a las ideas.»
La idea, cuyo renacimiento y desarrollo, como Lange espera, «levantará la humanidad a un nuevo nivel» no debe ser buscada, como lo hemos mostrado, en una filosofía no-cristiana. Sólo un retorno a la visión Cristiana del mundo, fundada en la filosofía Cristiana y en las enseñanzas de la Escuela Socrática, puede prevenir las catástrofes profetizadas por Lange, y quizás llevar a la humanidad a un más alto nivel cultural. Esta filosofía ofrece una refutación completa del Materialismo cosmológico y antropológico, y eleva el Idealismo verdadero. Muestra que la materia no puede ser por sí misma increada ni eterna, lo que de hecho se deduce de que por sí misma es inerte, indiferente al reposo y al movimiento. Pero si existe debe estar o en reposo o en movimiento; si existiera por sí misma en virtud de su propia naturaleza, estaría también por sí misma en una de esas dos condiciones. Si hubiera estado por sí misma originalmente en movimiento, nunca habría podido llegar al reposo, y no sería cierto que su naturaleza sea indiferente al reposo y al movimiento y estaría igualmente bien en cualquiera de las dos condiciones. Con este simple argumento el error fundamental es vencido. Se encontrará una refutación exhaustiva en los escritos del presente autor: «Der Kosmos» (Paderborn, 1908); «Gott u. die Sch pfung» (Ratisbon, 1910); «Die Theodizee» (4ª ed., 1910); «Lehrbuch der Apologetik,» I (3ª ed., Münster, 1903). El Materialismo Antropológico es completamente refutado demostrando en las actividades psíquicas una substancia simple, espiritual distinta del cuerpo — i.e. el alma. La razón acepta la existencia de un ser sencillo, ya que en una multiplicidad de átomos estos no pueden poseer ningún pensamiento único e indivisible, y no pueden comparar dos ideas o dos estados psíquicos. Aquello que realiza la comparación debe poseer simultáneamente en sí mismo ambos estados. Pero un átomo material no puede poseer dos condiciones diferentes simultáneamente, no puede por ejemplo simultáneamente ejecutar dos movimientos diferentes. Así, debe ser un ser inmaterial quien efectué la comparación. La comparación misma, la percepción de la identidad o de la diferencia, así como la idea de la necesidad y la idea de un espíritu puro, son tan abstractas y metafísicas que un ser material no puede ser su sujeto.
Para una refutación completa del Materialismo antropológico vea Gutberlet, Lehrbuch der Psychologie (4ª ed., Munster, 1904); Idem, Der Kampf um die Seele (2 vols., 2ª ed., Mains, 1903). También Consulte Fabri, Briefe gegen den M. (Stuttgart, 1864); Prat, L’impuissance du M. (Paris, 1868); Moigno, Le M. et la force (2ª ed., Paris, 1873); Hertling, Ueber d. Grenzen d. mechanischen Naturerkl rung (Bonn, 1875); Flint, Antitheistic Theories (Londres, 1879); Bowne, Some Dificulties of M. en Princeton Rev. (1881), pp. 344-372; Dressler, Der belebte u. der unbelebte Stoff (Freiburg, 1883); Lilly, Materialism and Morality in Fortnightly Review (1886), 573-94; (1887), 276-93; Bossu, Refutation du matérialisme (Louvain, 1890); Dreher, Der M. eine Verirrung d. menschlichen Geistes (Berlín, 1892); Corrance, Will M. be the Religion of the Futur? in Dublin Review (1899), 86-96; Courbet, Faillite du M. (Paris, 1899); Fullerton, The Insuficiency of M. en Psychol. Review, IX (1902), 156-73; Pesch, Die grossen Weltrathsel (Freiburg, 1883; 3ª ed., 1907); Stockl, Der M. gepruft in seinen Lehrsatzen u. deren Consequenzen (Mainz, 1878). Vea también la bibliografía bajo Dios, Alma, Espiritualismo, Mundo.
CONSTANTIN GUTBERLET
Transcrito por Robert H. Sarkissian
Traducido por Oscar Olague
Fuente: Enciclopedia Católica