MENTIRA

v. Engaño, Falso
Exo 23:7 palabra de m te alejarás, y no matarás
1Ki 22:22; 2Ch 18:21 seré espíritu de m en boca
Job 6:28 y ved si digo m delante de vosotros
13:4


manifestación contraria a la verdad, cuyo fin es el engaño. Con este término se designa en las Escrituras desde el simple embuste hasta el fraude y la falsedad.

Se puede caer en la m. mediante la palabra o de obra. M. es cultar una verdad mediante respuestas evasivas, como la de Caí­n cuando Yahvéh le preguntó por su hermano Abel: †œNo sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?†, Gn 4, 9. Se pueden decir verdades a medias, que constituyen mentiras, puesto que se dicen con el propósito de engañar, como cuando Abraham presentó a su mujer como hermana ante Abimelec, Gn 20, 2 y 12. Guardar silencio, como Judas Iscariote, quien no se dio por aludido cuando el Señor, en la última cena, se refirió a él indirectamente como el que lo traicionarí­a y lo entregarí­a, Jn 13, 21-30.

Los í­dolos y la idolatrí­a en general son llamados en las Escritura m. Am 2, 4; Mi 2, 11.

En el N. T. la m. aparece como el medio de que se sirve el demonio †œpadre de la mentira†, para engañar, Jn 8, 44. La m. contraria a la verdad está unida al mal, Rm 1, 25; 2 Ts 2, 9-12. En Hch 5, 1-11, se refiere un fraude, el de Ananí­as y su mujer, de quienes el apóstol Pedro dice que Satanás se apoderó de sus corazones, pues pretendieron engañar a los apóstoles por codicia, y que fueron terriblemente castigados. El apóstol Pablo, hablando de la nueva vida en Cristo, exhorta a los fieles cristianos: †œPor tanto, desechando la m., decid la verdad unos a otros, pues somos miembros unos de otros†, Ef 4, 25; Col 3, 9.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(decir lo contrario de lo que uno piensa, o tiene en mente).

– No mentir, es el 8 mandamiento de la Ley de Dios, Exo 20:16.

– Prohibida y aborrecible a Dios, Lev 19:11, Pro 6:16-19, Col 13:9, Pro 12:22.

– Satanás es el padre de la mentira, y nos induce a ella, Jua 8:44, 1 R.22:22 – Excluye del Cielo, Rev 21:27, Rev 22:15.

– Senal de apostasí­a, 2Te 2:9, 1Ti 4:2.

– Jesús es la verdad, Jua 1:14, Jua 1:16, Jua 14:6.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, LEYE

vet, Prohibida en la Palabra de Dios (Ex. 23:7) y aborrecida por el justo (Pr. 13:5); se anuncia castigo sobre el que la practica (Pr. 19:5, 9). El convertido a Cristo se aparta de su antigua forma de vivir y, andando en novedad de vida, debe desechar la mentira y hablar la verdad (Ef. 4:25; cfr. Mt. 5:33-37). La mentira por antonomasia es la negación y oposición a Cristo, negando el testimonio de Dios (1 Jn. 2:22; 5:10). El origen de la mentira está en Satanás (Jn. 8:44), que presentó una falsa imagen de Dios a Eva, empujando a la primera pareja a la muerte (Gn. 3:1-6). Los hombres se pueden mentir a sí­ mismos (Stg. 1:22), confundiendo los propios deseos con la realidad; pueden mentirse entre sí­ (Lv. 19:11); pueden mentir a Dios (Hch. 5:3, 4), aunque desde luego no puedan engañarlo. La mentira es aborrecida por Dios porque destruye la recta comprensión de la realidad (“andamos en tinieblas”, cfr. 1 Jn. 1:6), con lo que el hombre se desví­a del verdadero conocimiento y comunión con Dios. La mentira destruye la confianza entre los hombres, oscurece el entendimiento, y lleva a la destrucción eterna (Ap. 21:7; 22:15). Dios no miente ni puede mentir (Nm. 23:19), no cabiendo ni pudiendo caber en El por cuanto El es la realidad primera y última y absoluta contra la que atenta toda mentira (cfr. 1 S. 15:29; Tit. 1:2; He. 6:18). Por su parte, Jesús, Dios mismo manifestado en carne, es la misma “verdad”, la verdad acerca de Dios, y la verdad de lo que Dios querí­a que fuera el hombre, el cúmulo de todas las perfecciones (cfr. Jn. 14:6). Por ello, aquel que tiene comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo, exclama de corazón: “la mentira aborrezco y abomino; tu ley amo” (Sal. 119:163).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[380]
Ocultación voluntaria de la verdad ante aquel que tiene derecho a conocerla. Resultado de la acción de mentir. Es sinónima de falsedad, engaño, embuste, farsa. Es diferente del error, de la ignorancia, de la equivocación, de la duda. (Ver Mentir)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. verdad)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La mentira es la negación de la ver-dad; la mentira no puede ser de la verdad (1 Jn 2,21). La mentira nace del Diablo, que es su padre. Cuando el Diablo dice mentira, está hablando de su propio ser, nos está manifestando su propia esencia, pues posee una naturaleza mentirosa (Jn 8,44). Vivir en la verdad es estar con Dios y con los hombres (Jn 3,21; 14,6; 18,37), y vivir en la mentira es ponerse a espaldas de Dios y de los hombres, ser del Diablo (Jn 8,44).

E.M.N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
Premisa. I. La negatividad ética de la mentira:
1. Perspectiva antropológica;
2. Perspectiva bí­blico-teológica;
3. Perspectiva histórica.
II. El caso de conflicto;
1. A modo de ejemplo;
2. Intentos de solución;
3. Observaciones crí­ticas;
4. La solución dialéctica.
III. Dimensión colectiva y pública de la mentira.

Premisa
En la conciencia de los valores constitutivos de la persona y de la comunidad, el sujeto ético reconoce y afirma la verdad como bien originario, decisivo e imprescindible. La verdad significa para la libertad un pluralismo de tareas y compromisos, sintetizables y unificables en el deber ético y en la virtud moral de la veracidad. Esta es la disposición permanente y dinámica de la libertad hacia lo verdadero, lo cual implica permeabilidad, respeto, demostración; en una palabra, fidelidad a la verdad. Por eso mismo rechaza el pacto con la falsedad, excluye toda doblez, repudia el engaño; es decir, rechaza la “mentira” como antí­tesis y contradicción de sí­ mismo.

La mentira toma forma en la palabra. No sólo en la palabra simplemente hablada, sino expresada en cualquier tipo de manifestación por el ser humano. Donde lo que se manifiesta no es signo efectivo, sino distorsionante y desviado de lo verdadero, existe una mentira, que asume la forma del engaño, de la ficción o de la hipocresí­a.

I. La negatividad ética de la mentira
La veracidad consiente el dinamismo creador de la verdad en la persona y en la sociedad; la mentira interfiere en él, impidiéndolo o descomponiéndolo con sentido negativo. La mentira no representa, de ninguna manera, una posibilidad, sino una mistificación que la conciencia humana y cristiana estigmatiza y prohí­be como un mal y un vicio: “No mientas”.

1. PERSPECTIVA ANTROPOLí“GICA. El hombre vive una í­ntima tendencia a la verdad. Una vez alcanzada, reconocida, no lo deja indiferente.-es decir, libre para adherirse o nó a ella-,,sino que crea por sí­ misma una fidelidad. Reconocimiento de la verdad y fidelidad a la verdad forman una unidad, éticamente indisociable. La mentira interviene en esta unidad rompiéndola; es infidelidad a la verdad, su desconocimiento ético [l Verdad veracidad I, 1].

El hombre es fiel a la verdad en la “palabra según verdad” que él pronuncia para si mismo y para los demás. Ante todo para sí­ mismo, porque es la primera relación, la relación interior consigo mismo. Por esto la primera mentira es la simulación o disimulación de la verdad a sí­ mismo, según un proceso de “acomodación” más o menos reflejo de la verdad, que se encuentra. en el origen de tantos engaños que el hombre no consigue ya o no es capaz nunca de confesarse a sí­ mismo. Por eso toda mentira es siempre un “autoengaño” que disocia a la persona en sí­ misma. Esta no está ya confirmada y reconciliada por la verdad, sino alienada por la imagen que tiende a acreditar de sí­ y de la realidad.

La mentira, además, atenta contra el significado propio de la palabra de ser signo manifestativo del pensamiento interior. Ninguna interioridad es transparente por sí­ misma, sino por la mediación simbólica del lenguaje. Este tiene como finalidad intrí­nseca ser vehí­culo del pensamiento. La mentira interfiere en esta finalidad, expropiando al lenguaje de su propia e intrí­nseca función de signo e instrumentalizándolo para fines que le son extraños. En ella la palabra no está al servicio de la verdad, sino del interés.

La mentira, finalmente, traiciona la confianza y la promesa que toda palabra-signo significa para el otro, con efectos socialmente destructores. Toda comunidad y sociedad procede del encuentro libre de personas que se comunican, abriéndose mutuamente en la verdad del propio pensamiento. La palabra, pronunciada o expresada de cualquier manera, es un acto de mutua confianza, instauradora de relaciones humanas. Comunicar es dar fe a la palabra. Toda mentira atenta contra este crédito de la palabra. Viola la promesa que toda palabra significa para el destinatario, lo induce a error, desviándolo para placer propio e hiriéndole en su dignidad de persona. Toda mentira es un abuso de confianza, que aleja a las personas y alienta la ruptura de los ví­nculos sociales. La mentira engaña al otro, con consecuencias socialmente envilecedoras, contagiosas e involutivas.

“Envilecedoras”: el otro -sobre todo el más pequeño, el más indefenso- sufre inconscientemente el engaño, y de esa manera es manipulado y condicionado. “Contagiosas”: el otro, descubierto el engaño, simula o se enmascara a su vez, respondiendo a la falsedad con la falsedad. “Involutivas”: desvelado el embrollo o el engaño, el otro sufre una decepción, se recluye en sí­ mismo, desconfí­a de la sociedad. En todo caso y en cualquier forma que se exprese, la mentira atenta contra la comunidad humana, convirtiéndose en factor de desunión.

2. PERSPECTIVA BíBLICO-TEOLí“GICA. Criatura y compañero, dentro de la alianza; de un Dios que en sí­ mismo es émeth, verdad que se manifiesta en el don del amor creador y liberador, el hombre es constituido en la verdad y llamado a una fidelidad de lealtad que no tolera doblez alguna: “Los labios mentirosos los abomina el Señor, que se complace en cuantos actúan con sinceridad” (Pro 12:22). De ahí­ la exigencia prescriptiva de la ley: “No mintáis, no os engañéis unos a otros” (Lev 19:11; cf Exo 23:7; Sir 7:13-14), apoyada en la oración: “Aleja de mí­ la falsedad y la mentira” (Pro 30:8).

Este ser de la verdad y en la verdad de Dios se realiza de un modo supremo en la personificación en un hombre nuevo en Cristo, “creado según Dios en la justicia y en la santidad de la verdad” (Efe 4:24). Por lo cual la incompatibilidad entre mentira y vida cristiana es reflejo operativo de la contraposición ontológica entre hombre viejo y hombre nuevo: “No os engañéis mutuamente, ya que os habéis despojado del hombre viejo y os habéis revestido del hombre nuevo” (Col 3:9-10).

De la razón “personalista” se ha derivado la “ecleslal”: “Por eso, apartaos de la mentira; decid cada uno la verdad al prójimo, para que seamos miembros los unos de los otros” (Efe 4:25). El ví­nculo que une a los miembros entre sí­ haciendo de ellos “un solo cuerpo en Cristo” es una “caridad sin ficción” (cf Rom 12:4-9).

En esta oposición consciente y activa a la mentira, el cristiano se inspira en el ejemplo de lealtad perfecta de Cristo, que reprueba y desenmascara toda falsedad e hipocresí­a (cf Mat 23:27-28). Y tiene la conciencia de la fe: así­ como el que dice y atestigua la verdad es de Dios (cf 1Jn 3:9.19; Jua 18:37) y participa de la herencia de la gloria de Cristo (cf Apo 14:15), del mismo modo el que miente y finge está en la órbita de atracción y acción del maligno, por sí­ mismo “mentiroso y padre de la mentira” (cf Jua 8:44) y está fuera del reino de Dios (cf Apo 21:27; Apo 22:15).

En la teologí­a de Juan mentira, tinieblas y muerte se implican mutuamente en su oposición a verdad, luz y vida. La veracidad sustrae del poder maléfico y mortal de la mentira, abriendo la posibilidad de la luz y de la vida que aporta la verdad.

3. PERSPECTIVA HISTí“RICA. La doctrina tradicional considera la mentira como “lenguaje contrario al propio pensamiento, con voluntad de engañar”. Para que exista una mentira en sentido ético-formal, la oposición debe ser con el propio pensamiento (con la verdad interior), no con la realidad o con los hechos (con la verdad objetiva). Por lo tanto, una afirmación conforme con el propio pensamiento pero contraria a la realidad no es formalmente una mentira; el que afirma se equivoca, no miente. E, inversamente, una afirmación contraria al propio pensamiento, pero conforme con la realidad es formalmente una mentira; quien afirma miente, aunque, sin querer, diga materialmente la verdad.

En la definición de la mentira entra también la voluntad de engaño: “La mentira es una comunicación (significado) falsa ,unida a la intención de engañar” (SAN AGUSTIN, Contra mendacium, 26: PL 40,537). Pero, precisa santo Tomás, la intención de engañar (voluntas fallendi) entra como elemento no esencial en cuanto “pertenece a la perfección, y no a la esencia de la mentira”. De forma que ésta queda ya calificada moralmente por la falsedad formal, es decir, por la simple voluntad de decir lo que es falso, de expresar algo contrario al propio pensamiento (cf S. Th., II-II, q. 110, a. 1). De ahí­ la concepción común de la mentira como “locutio contra mentem”.

Por razón de la diversidad de motivación, a partir de santo Tomás (cf ib, a. 2) se ha distinguido la mentira en: “jocosa”, dicha por diversión; para muchos no se trata de una mentira propiamente, porque por el contexto resulta evidente que no se quiere afirmar lo que se dice, sino divertir simplemente; “oficiosa”, dicha por necesidad: para evitar un mal o procurar un bien; “perniciosa”, dicha para hacer daño a alguien.

En torno a las reflexiones de san Agustí­n y de santo Tomás se ha agrupado la doctrina tradicional sobre la intrí­nseca inmoralidad de la mentira; según ella, la mentira es siempre un mal que hay que evitar, porque por sí­ misma se opone a la verdad, contradice la finalidad propia de la palabra, destruye la convivencia social y está condenada en la Sagrada Escritura. Esta doctrina es apoyada por la mayor parte de los Padres y de los teólogos y caracteriza de forma clara y continua la tradición eclesial, aunque no existe una definición del magisterio. Fuera del ámbito teológicoeclesial ha tenido algunos eminentes defensores, como Cicerón en la antigüedad y Kant en la época moderna.

A lo largo de esta tradición se ha constituido una tendencia minoritaria que trata de legitimar la mentira en los casos en que decir la verdad puede traer graves consecuencias a alguien. Entre los Padres: Clemente de Alejandrí­a, Orí­genes, san. Juan Crisóstomo, san Hilario, Casiano. El mismo san Agustí­n experimentó vivamente estos casos: “La cuestión de la mentira -escribe- es difí­cil y frecuentemente nos angustia en nuestra actividad cotidiana” (De mendacio 1, 1: PL 40,487). Entre los teólogos medievales: Guillermo de Auxerre, Alejandro de Hales y san Buenaventura.

Con el advenimiento de la era moderna, que ha desarrollado la atención al sujeto y a las relaciones sociales, se ha abierto camino otra concepción de la mentira como “rechazo de la verdad debida”. La atención se traslada aquí­ de la relación palabra-pensamiento a la relación palabra-destinatario; la esencia de la mentira se determina subjetivamente, ya no objetivamente, por el derecho del interlocutor a la verdad. Con la disminución de tal derecho la mentira se harí­a lí­cita. En este caso ya no existirí­a formalmente una mentira, sino un “falsiloquio”; una mentira en sentido sólo material o psicológico, no ético-formal. Esta teorí­a, que se remonta al calvinista H. Grozio (1583-1645) y se desarrolló en el ámbito protestante y jurí­dico, ha comenzado a encontrar consenso recientemente también entre los católicos.

II. El caso de conflicto
Hay dos datos que emergen sin duda ninguna del análisis histórico: la tradición mayoritaria en favor de la intrí­nseca malicia de la mentira y el reconocimiento de casos particulares en los que decir la verdad se convierte en daño para alguien. El primer dato expresa la negatividad ética de la mentira “a nivel objetivo” como traición de la doble fidelidad que se debe a la veracidad: la fidelidad a la verdad, según la cual es inmoral falsificar lo verdadero, y la fidelidad a la caridad, según la cual es inmoral engañar al prójimo. El segundo dato refleja el conflicto-discordia, que puede establecerse a “nivel subjetivo”, entre la exigencia de no engañar diciendo lo falso y la de no hacer daño diciendo lo verdadero.

1. A MODO DE EJEMPLO. En caso de conflicto, una primera posibilidad, con frecuencia obligada, es el silencio [/Secreto]. Pero se dan situaciones en las que es imposible evadirse y callar no resuelve, cuando no agrava. Parecerí­a justo hablar simulando o disimulando la verdad.

Son casos que afectan “a la persona misma a la que se habla”, como el ejemplo del drogodependiente o del alcohólico que pregunta con vehemencia a los padres si hay dinero en casa; el ejemplo del enfermo afectado por un mal incurable o bajo un fuerte shock, no preparado todaví­a para conocer la verdad cruda; el ejemplo del director que obligado por el descubrimiento de un explosivo o por un conato de incendio a hacer evacuar el teatro sin provocar pánico ni salidas tumultuosas con peligro, alega otro motivo. Otros casos afectan “a las personas de las cuales nos vemos forzados a hablar”, como el ejemplo del inocente que se refugia en casa de un amigo para esconderse de las amenazas de un injusto agresor, el cual pregunta si el buscado está con él; o también el ejemplo del prepotente que interroga sobre algún secreto ajeno. La persona de la que se está obligado a hablar puede ser el mismo que está siendo interrogado, como en el caso de preguntas indiscretas o impúdicas sobre uno mismo. Se trata de casos evidentemente graves y serios; en ellos hay siempre en juego un bien inalienable de la persona, en ningún caso la comodidad o el provecho de alguien.

En casos de este tipo también santo Tomás, que sostuvo que “no es lí­cito decir mentiras por alejar un peligro cualquiera de una persona”, citando a san Agustí­n afirma que “es lí­cito esconder prudentemente la verdad con alguna excusa” (S. Th., Il-II, q. 110, a. 3, ad 4). Expresión muy vaga, pero reveladora de la discordia profundamente sentida y del deseo de encontrarle remedio.

2. INTENTOS DE SOLUCIí“N. Para hacer frente al conflicto se han propuesto dos tipos de solución: el primero gira en torno al planteamiento deontológico [/Deontologí­a profesional], que defiende la intrí­nseca malicia de la mentira; el segundo a partir del planteamiento teleológico [/ Teleologí­a], que une su malicia al fin buscado.

En el primer caso se ha afirmado la teorí­a de la “restricción mental” o “anfibolia”, consistente en una expresión o palabra ambivalente, susceptible de ser entendida en su exacto sentido por quien la pronuncia y en otro sentido, al menos así­ se espera, por quien la escucha. Para obviar que la restricción de significado esté toda y sólo en lo interior de quien habla, se ha distinguido una “restricción mental estricta” (“restrictio stricte mentalis’~, que puede ser entendida sólo por quien la formula y no por quien la escucha: ésta la Iglesia la ha condenado como un abuso, por decreto de Inocencio XI en el año 1679 (DS 1176ss); y una “restricción mental lata” (“restrictio late mentalis”), que surge, en cambio, del tono de las palabras y expresiones utilizadas y/o del contexto en que son pronunciadas y escuchadas.

En el segundo caso encontramos la teorí­a del “falsiloquio”, según la cual toda expresión contraria al pensamiento, con la intención de hacer prevalecer un fin sobre la verdad, no es objetivamente una mentira, sino simple falsiloquio. De la lógica del falsiloquio toma su influencia la teorí­a del derecho a la verdad, en cuyo contexto se ha desarrollado originariamente. En los casos mencionados, el otro no tendrí­a o habrí­a perdido el derecho a la verdad.

3. OBSERVACIONES CRITICAS. La teorí­a de la restricción mental no está libre de sospechas y dificultades. Muchos autores, incluso en el catolicismo (cf L. GODEFROY, 567), demuestran que entre restricción mental y mentira de hecho no existe diferencia; lo que es decisivo en la mentira no es la palabra interior, en el significado que quien la pronuncia le reconoce, sino la palabra exterior, en el significado en que el interlocutor la percibe, que es el falso, tal como efectivamente se esperaba.

Incluso en el caso de que la teorí­a sea intachable, no está al alcance de todos, sobre todo de los más simples y menos expertos en el manejo del lenguaje y en aprovecharse de la ambigüedad de las palabras y expresiones. Además está el hecho de que en manos de los más hábiles se presta fácilmente al abuso; la misma separación entre restricción mental lata y estricta no es una cosa clara y simple, ni sus lí­mites están bien definidos, por lo cual se les puede desplazar fácilmente. Una misma expresión, en un mismo caso, es propuesta por un autor como ejemplo de restricción mental lata (cf K.H. PESCHKE, Etica cristiana 781-782), y por otro como ejemplo de restricción mental estricta, y por lo tanto como una bonita y piadosa mentira (cf A. GÚNTHÜR, 452-453); y se trata de especialistas. Además la restricción mental no consigue su objetivo en el caso de personas avisadas y hábiles en captar y desenmascarar reservas mentales y lenguajes velados, dando lugar así­ a desconfianzas, sospechas y desilusiones.

Por estos motivos la teorí­a de la restricción mental no goza, sobre todo actualmente, de una acogida favorable; es poco creí­ble; sirve de subterfugio y expediente a los más elocuentes, que encuentran en ella la fácil justificación de las propias mentiras, y no protege a los más simples, que se encuentran expuestos a decir mentiras sin más. No es entendida como una propuesta formativa de promoción ética de las conciencias, sino como un medio ingenioso de salvaguardia práctica del principio en que se fundamenta. De hecho no ha contribuido a la prevención de la mentira, ya que, incluso en el terreno de su divulgación, proliferan con plena tranquilidad de conciencia. El rigor que posee a nivel teóretico-formal no se corresponde con una conciencia análoga a nivel práctico-concreto; aquí­ se produce una inflación ética, que es la mentira fácil sin remordimiento.

¿Se debe entonces renunciar a la malicia intrí­nseca de la mentira y valorarla sólo en función de los bienes y males que entran en juego en algunas ocasiones? ¿Dejará de ser un mal en sí­ misma para convertirse en la traición de un derecho que puede darse o no darse? ¿Se puede, por esto, cambiar su naturaleza objetiva, de mentira o falsiloquio, cada vez que se persiga algún bien considerado superior a la verdad?
Por una parte, no se ve cómo se puede desconocer la malicia, definida en sí­ misma, de la palabra infiel a la verdad; la fidelidad de la palabra al pensamiento, espejo de la verdad de lo real, es un bien por sí­ mismo que la mentira traiciona. Si algo es falso, permanece tal siempre, aún con las mejores intenciones. La tradición teológico-moral se habrí­a equivocado no poco al declarar esta primera y decisiva malicia.

Por otra parte, deducir la naturaleza de la mentira sólo de la traición a otra persona, y además determinarla por el derecho del interlocutor a la verdad, parece muy unilateral y minimiza la importancia ética de la mentira. Se declara indiferente el fines operis como fuente de moralidad, reduciendo ésta al finis operantis: a la intención subjetiva de engañar y de desconocer el derecho de otro. “Todas las teorí­as que parten únicamente del derecho del interlocutor descuidan el hecho de que es una caracterí­stica de las leyes especí­ficas del lenguaje el estar ordenadas a la comunicación. Y por lo tanto, el lenguaje está ordenado a la comunicación no sólo subjetiva, sino objetivamente. De ahí­ que la obligación de la veracidad venga determinada a partir del deber de quien habla, y no en primer lugar del derecho de quien escucha” (W. MOLINSKI, 627).

4. LA SOLUCIí“N DIALECTICA. No se da un conflicto de deberes a nivel objetivo; a este nivel verdad y caridad se implican y se integran creativamente. La discordia-contraste se establece siempre y sólo a nivel subjetivo, a nivel situacional. La solución debe ser, pues, de tipo dialéctico entre las exigencias de la norma, que no puede desconocer la objetiva inmoralidad de la mentira, y las de la situación, que no puede abandonar al sujeto a la angustia y a la arbitrariedad.

Indicativo e iluminador de esta mediación dialéctica es la orientación paulina: “Hacer la verdad en la caridad” (Efe 4:15). Lo que la conciencia diga, movida e informada por el ví­nculo perfeccionador de la caridad (cf Col 3:14), será la palabra con la que resolver la situación conflictiva. Podrá ser una palabra no conforme al pensamiento, y por tanto objetivamente falsa, pero subjetivamente tolerable. Esto significa que las circunstancias particulares y la intención subjetiva que inducen a decir una palabra contraria al pensamiento, aunque no pueden cambiar la cualidad ética de la mentira y ésta permanece objetivamente siendo lo que es, pueden, sin embargo, hacerla menos culpable, inculpable y subjetivamente defendible (cf CONGREGACIí“N DEL CLERO, Caso Washington, 26 de abril de 1971).

No hay caridad sin verdad; la caridad “se complace en la verdad” (1Co 13:6) y huye de la mentira (cf Rom 12:9; 1Co 6:6). Ni tampoco se da verdad sin caridad; la verdad no engaña. Pero ni siquiera es indiferente, irrespetuosa, impúdica; no es nunca injusta, delatora, traidora o disgregadora. Está dentro de la sintoní­a de la caridad, con valor propio en situaciones normales y decisiva en situaciones conflictivas. Es la caridad que en la palabra se hace piedad hacia el enfermo no todaví­a dispuesto y preparado para conocer la cruda realidad; defensa del débil frente al arrogante y el opresor; discreción y pudor con el inoportuno y el imprudente; prudencia benévola con quien no esté en condiciones de recibir el “hecho”. La mentira que “la veracidad” de la caridad tolera sigue siendo en sí­ misma una palabra contraria al pensamiento y engañosa para el otro: la caridad no puede cambiarle su naturaleza objetiva. Pero la dice en la longitud de onda del amor que debe promover la vida, la justicia, el respeto, la comunión, cuando la situación se vuelve conflictiva, tensa, de contrastes. La existencia humana está llena de situaciones de éstas. No es posible cerrar los ojos y arrojarse a un objetivismo ingenuo e irreal. Pero no se puede caer tampoco en la simpleza de no querer llamar mentira a una mentira. De esta manera escapamos tanto a la intransigencia de una deontologí­a que no tiene en cuenta la singularidad de la situación como de la subjetividad de una teleologí­a que devalúa el significado objetivo de la acción.

“Que vuestra caridad -exhorta el apóstol- se enriquezca cada vez más en el conocimiento y en todo tipo de discernimiento para que podáis elegir lo mejor” (Col 3:14). Lo “mejor” que elige en cada situación la caridad rica en conocimiento y discernimiento, fruto de la acción iluminadora del Espí­ritu en la conciencia, es la palabra que permanece en la órbita creadora de la caridad. De ahí­ la tarea de liberar a la caridad de cualquier interés larvado y condescendiente y de llenarla de amor de Dios, que de la inteligencia, sabidurí­a y consejo de su Espí­ritu irradia nuestra caridad.

Si la dialéctica mediadora de la caridad trata de superar con serenidad y confianza la situación conflictiva, no deja espacio alguno para dudar y relativizar la verdad. Porque la caridad no se reconcilia con la mentira y no concede reposo hasta que no está en la verdad. La caridad no admite ninguna componenda ni interés, ningún oportunismo o acomodo. En la medida en que se infiltra un mí­nimo de egoí­smo, yo no estoy “haciendo” la verdad: soy un mentiroso.

III. Dimensión colectiva y pública de la mentira
La mentira, aunque dicha o en todo caso expresada por un individuo, posee también una dimensión colectiva y pública, que en nuestro tiempo se va ampliando en proporción directa a la intensificación y extensión de las comunicaciones sociales. Esta dimensión está fundamentalmente ligada al ejercicio y a la incidencia del l poder en todas sus formas. Por sí­ misma, la comunicación se ejerce como servicio a la verdad y en beneficio de la sociedad. Pero existe la tentación de centrarse en sí­ mismo, vehiculando una visión interesada, y por lo mismo adulterada, de la verdad, que en sí­ misma es una mentira.

Una primera perspectiva para ver esta adulteración de la verdad es la relativa al poder de la palabra pública que, preocupada por crear consenso y por lo tanto por persuadir (l Comunicación social 11, 2), puede estar dictada más por lo verosí­mil que por lo verdadero, en cuyo caso la palabra -la técnica oratoria, propagandí­stica o publicitaria [l Publicidad]- tiene el riesgo de no apoyar a la verdad. Cuando la retórica o el sofisma, ejercitados de cualquier modo y en cualquier ámbito, se convierten en técnicas valoradas en sí­ mismas, con independencia de la verdad o incluso contra ella, pertenecen al mundo de la mentira; son una ficción que “da el poder de disponer de las palabras al margen de las cosas y de disponer de los hombres por el uso de las palabras” (P. RICOEUR, La métaphore vive, 15). No se discute el criterio de la verosimilitud. Pero cuando éste se impone sobre la verdad y prescinde de ella, está dominado por el espí­ritu de la mentira que pervierte la búsqueda de la verdad. Hoy este riesgo es potencialmente mayor: por una parte, por la necesidad de asegurarse el voto y, por lo tanto, de cuidar la imagen; por otra, por las tecno-estructuras de producción y estandarización de los mensajes en un sistema de comunicación no a medida de las personas, sino al servicio de la industria y el comercio. Por ello la tentación de manipulación de la verdad es más fuerte y rentable.

Una segunda perspectiva, puesta en evidencia por P. Ricoeur, es la de la apropiación autoritaria y uniforme de la palabra veraz. Es la pretensión del poder, en todas sus expresiones, de poseer la verdad y acreditarla verazmente a todos. Es una presunción que se apoya en la tendencia a la unidad de lo que es verdadero y que caracteriza a la búsqueda humana de la verdad, en contraposición al proceso inverso de diferenciación y pluralismo de lo verdadero. El poder se presenta como autoridad totalizadora en formas cada vez más exclusivas, monopolistas, totalitarias y dominadoras hasta acallar y doblegar cualquier voz y expresión distinta. No se discute aquí­ la función unificadora y coordinadora de la autoridad, puesto que es competencia suya irrenunciable, sino el ceder a las “pasiones del poder”, lo que induce ala unidad violenta y totalizadora de la verdad. Esta es “la mentira inicial” o simplemente “la mentira de la verdad” (P. RICOEUR, Verité et mensonge, 177): Porque la ataca precisamente en su principio, allí­ donde la verdad “se hace” y la persona y la comunidad son constituidas en la verdad. En ella toma cuerpo el espí­ritu de la mentira, que contamina y pervierte la búsqueda de la verdad en su fundamental exigencia de unidad: “Ese es el paso falso de lo total a lo totalitario” (ib 191). No afecta a la verdad conocida, sino a la verdad por conocer, que él condiciona según la voluntad totalizadora del poder. Como tal, es anterior a todas las mentiras y la fuente de donde brotan y proliferan.

Toda conciencia amante de la verdad está llamada a una doble tarea de vigilancia y de denuncia crí­tica. La conciencia cristiana vislumbra allí­ el poder perverso de la “bestia”, denunciado por el Apocalipsis, que el “fiel” y “veraz” desenmascara como mentira, seducción y engaño, y lo vence liberando al hombre de su yugo y de sus pasiones.

“Para la libertad nos ha liberado Cristo” (Gál 5:1). Es la libertad de la verdad que libera (cf Jua 8:32) y que pone en guardia al cristiano frente a cualquier cesión activa o pasiva a la mentira. Esta libertad denuncia como irreconciliable con la fe todo poder que adultere la verdad y todo sometimiento condescendiente con él. No somos solamente responsables de la palabra contraria al pensamiento, sino de todo poder de la palabra que no sirve a la verdad para una mayor comunión en la comunidad, sino que se busca a sí­ misma para dominar sobre la sociedad.

[l Comunicación social; l Relativismo; l Secreto; l Verdad y veracidad].

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M. Cozzoli

Compagnoni, F. – Piana, G.- Privitera S., Nuevo diccionario de teologí­a moral, Paulinas, Madrid,1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral

Expresión contraria a la verdad. Generalmente implica decir algo falso a alguien que tiene el derecho de saber la verdad con la intención de engañar o perjudicar a esa persona o a otra. La mentira no tiene por qué ser siempre algo que se dice; también se puede mentir por la manera de actuar, es decir, una persona puede estar viviendo una mentira. El verbo hebreo que transmite la idea de decir lo que no es verí­dico es ka·záv. (Pr 14:5.) Otro verbo hebreo, scha·qár, significa †œobrar o tratar con falsedad†, y la forma sustantiva se traduce †œmentira; engaño; falsedad†. (Le 19:11; Sl 44:17; Le 19:12; Sl 33:17; Isa 57:4.) El término hebreo schaw´, que a veces se traduce †œfalsedad†, se refiere básicamente a algo que es inútil, vano, sin valor. (Sl 12:2; Dt 5:20; Sl 60:11; 89:47; Zac 10:2.) El significado primario del verbo hebreo ka·jásch (engañar) es †œresultar desilusionador†. (Le 19:11; Os 9:2.) El término griego pséu·dos y otros de la misma familia están relacionados con la mentira y la falsedad.
El padre u originador de la mentira es Satanás el Diablo. (Jn 8:44.) Su mentira, transmitida por medio de una serpiente a Eva, la primera mujer, resultó finalmente en la muerte tanto de ella como de su esposo Adán. (Gé 3:1-5, 16-19.) Aquella primera mentira nació de un deseo egoí­sta e incorrecto. Su propósito era desviar el amor y la obediencia de la primera pareja humana hacia el mentiroso, que se hizo pasar por un †œángel de luz† o un benefactor. (Compárese con 2Co 11:14.) Todas las demás mentiras maliciosas que se han pronunciado desde entonces han sido también la expresión de un deseo egoí­sta e incorrecto. Se miente para escapar de un castigo merecido, beneficiarse a expensas de otros o conseguir o mantener ciertas ventajas, recompensas materiales o la alabanza de los hombres.
Las mentiras religiosas han sido especialmente graves, pues han puesto en peligro la vida futura de los engañados. Jesucristo dijo: †œÂ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!, porque atraviesan mar y tierra seca para hacer un solo prosélito, y cuando este llega a serlo, lo hacen merecedor del Gehena dos veces más que ustedes†. (Mt 23:15.) El cambiar la verdad de Dios por †œla mentira† y la falsedad de la idolatrí­a puede hacer que una persona realice prácticas degradantes y viles. (Ro 1:24-32.)
El caso de los lí­deres religiosos del judaí­smo en el tiempo del ministerio terrestre de Jesús muestra lo que puede suceder si se abandona la verdad. Ellos tramaron la ejecución de Jesús. Luego, cuando se le resucitó, sobornaron a los soldados que habí­an guardado la tumba para que ocultaran la verdad y propagaran una mentira sobre la desaparición del cuerpo de Jesús. (Mt 12:14; 27:1, 2, 62-65; 28:11-15; Mr 14:1; Lu 20:19.)
Jehová Dios no puede mentir (Nú 23:19; Heb 6:13-18) y odia una †œlengua falsa†. (Pr 6:16-19.) La ley que dio a los israelitas exigí­a que se hiciera compensación por los daños que resultaban del engaño o de la mentira maliciosa. (Le 6:2-7; 19:11, 12.) Además, si una persona daba falso testimonio, tení­a que recibir el mismo castigo que deseaba infligir a otro por medio de sus mentiras. (Dt 19:15-21.) El punto de vista de Dios en cuanto a la mentira maliciosa que se reflejaba en la Ley no ha cambiado. Los que desean conseguir su aprobación no pueden practicar la mentira. (Sl 5:6; Pr 20:19; Col 3:9, 10; 1Ti 3:11; Rev 21:8, 27; 22:15.) Tampoco pueden vivir una mentira, como en el caso de los que alegan amar a Dios mientras que al mismo tiempo odian a su hermano. (1Jn 4:20, 21.) Ananí­as y su esposa perdieron la vida por mentir y tratar de burlar al espí­ritu santo. (Hch 5:1-11.)
No obstante, la persona que en un momento dado se ve impulsada a decir una mentira no se hace culpable automáticamente de un pecado imperdonable. El caso de Pedro, que negó a Jesús tres veces, ilustra que Dios perdona a la persona que se arrepiente de corazón. (Mt 26:69-75.)
El que en la Biblia se condene claramente la mentira maliciosa no significa que una persona esté obligada a divulgar información verí­dica a quien no tenga derecho a conocerla. Jesucristo aconsejó: †œNo den lo santo a los perros, ni tiren sus perlas delante de los cerdos, para que nunca las huellen bajo los pies, y, volviéndose, los despedacen a ustedes†. (Mt 7:6.) Por esta razón en ciertas ocasiones Jesús se abstuvo de dar información completa o respuestas directas a ciertas preguntas, pues ese proceder podrí­a haber causado dificultades innecesarias. (Mt 15:1-6; 21:23-27; Jn 7:3-10.) El comportamiento de Abrahán, Isaac, Rahab y Eliseo al informar erróneamente u ocultar parte de los hechos a quienes no eran adoradores de Jehová tuvo esa misma motivación. (Gé 12:10-19; cap. 20; 26:1-10; Jos 2:1-6; Snt 2:25; 2Re 6:11-23.)
Jehová permite que se produzca una †œoperación de error† en aquellas personas que prefieren la falsedad, a fin de que †œlleguen a creer la mentira† y no las buenas nuevas acerca de Jesucristo. (2Te 2:9-12.) Un ejemplo de este principio es lo que sucedió hace siglos en el caso del rey israelita Acab. Unos profetas mentirosos le aseguraron a Acab que vencerí­a en la batalla contra Ramot-galaad, mientras que Micaya, el profeta de Jehová, predijo calamidad. Como se le reveló en visión a Micaya, Jehová permitió que una criatura celestial actuara como un †˜espí­ritu engañoso en la boca de los profetas†™ de Acab, es decir: esta criatura celestial influyó sobre ellos para que no hablaran la verdad, sino lo que ellos mismos deseaban decir y Acab deseaba oí­r. Aunque recibió advertencia, Acab prefirió que le engañaran, y eso le costó la vida. (1Re 22:1-38; 2Cr 18.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

/Decálogo II, 8.1.4

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

El empleo bí­blico de la palabra mentira recubre dos sentidos diferentes, según que se trate de las relaciones del hombre con su prójimo o de sus relaciones con Dios.

I. MENTIRA EN LAS RELACIONES CON EL PRí“JIMO. 1. En el AT. La prohibición de la mentira en la ley atiende en los orí­genes a un contexto social preciso: el del falso testimonio en los procesos (decálogo: Ex 20,16 y Dt 5,20; reiterado en Ex 23,1ss.6ss; Dt 19,16-21 ; Lev 19,11); esta mentira, dicha bajo juramento, es además una profanación del *nombre de Dios (Lev 19,12). Este sentido restringido subsiste en la enseñanza moral de los profetas y de los sabios (Prov 12,17; Zac 8,17). Pero el pecado de mentira se entiende también en forma mucho más amplia: es el dolo, el engaño, el desacuerdo entre el pensamiento y la *lengua (Os 4,2; 7,1; Jer 9,7; Nah 3,1). A todo esto tiene horror Yahveh (Prov 12,22), al que no se puede engañar (Job 13,9); así­ el mentiroso va a su pérdida (Sal 5,7; Prov 12,19; Eclo 20,25). Incluso Jacob, el astuto que captó la bendición paterna, fue a su vez engañado por su suegro Labán (Gén 29, 15-30).

2. En el NT formula Jesús la obligación de una lealtad total: “Sea vuestro lenguaje: sí­, sí­; no, no” (Mt 5,37; Sant 5,12), y Pablo hace de ello su regla de conducta (2Cor 1,17s). Así­ vemos reiteradas las enseñanzas del AT, aunque con una motivación más profunda: “No mintáis ya unos a otros; os habéis despojado del hombre viejo y revestido del* hombre nuevo” (Col 3,9s); “Decí­os la verdad, pues somos miembros los unos de los otros” (Ef 4,25). La mentira serí­a una vuelta a la naturaleza pervertida; irí­a contra nuestra solidaridad en Cristo. Se comprende que, según los Hechos, Ananí­as y Safira al mentir a Pedro mintieran en realidad al Espí­ritu Santo (Act 5,1-11); la perspectiva de las relaciones sociales queda desbordada cuando entra en juego_ la comunidad cristiana.

I. MENTIRA EN LAS RELACIONES CON Dios. 1. Desconocimiento del verdadero Dios. Yahveh es el *Dios de verdad. Desconocerlo volviéndose a los *í­dolos engañosos es la mentira por excelencia, no la de los *labios, sino la de la vida. Los autores sagrados denuncian a porfí­a esta impostura, asaeteando con coplas satí­ricas (Jer 10,1-16; Is 44,9-20; Sal 115,5ss), anécdotas burlonas (Dan 14), epitafios infamantes: nada (Jer 10,8), horror (4,1), vanidad (2,5), impotencia (2,11)… A sus ojos, toda conversión supone primero que se confiese el carácter mentiroso de los í­dolos a que se habí­a servido (16,19). Así­ lo entiende también Pablo cuando intima a los paganos que se aparten de los í­dolos de mentira (Rom 1,25) para *servir al Dios vivo y verdadero (lTes 1,9).

2. Pecado de mentira y vida religiosa.

a) El AT conoce también una manera más sutil de desconocer al verdadero Dios: consiste en aclimatar en la propia vida el hábito de la mentira. Tal es la manera de proceder de los *impí­os, enemigos del hombre de bien: son astutos (Eclo 5,14), que sólo tienen la mentira en la boca (Sal 59,13; Eclo 51,2; Jer 9,2); se refugian en la mentira (Os 10,13), se aferran a ella hasta negarse a convertirse (Jer 8,5), y hasta sus aparentes conversiones son mentirosas (3,10). Es inútil abrigar ilusiones acerca del hombre abandonado a sí­ mismo; es espontáneamente mentiroso (Sal 116,11). Por el contrario, el verdadero fiel proscribe de su vida la mentira para estar en comunión con el Dios de verdad (Sal 15,2ss; 26,4s). Así­ hará en los últimos tiempos el *siervo de Yahveh (ls 53,9), así­ como el humilde *resto que Dios dejará entonces a su pueblo (Sof 3,13).

b) El NT halla este ideal realizado en Cristo (1Pe 2,22). Por eso la renuncia a toda mentira es una exigencia primaria de la vida cristiana (IPe 2,1). Con esto se ha de entender no sólo la mentira de los labios, sino la que está incluida en todos los vicios (Ap 21,8): ésta no la han conocido jamás los elegidos, compañeros de Cristo (14,5). Muy especialmente merece el nombre de mentiroso el que desconoce la *verdad divina revelada en Jesús: el *anticristo, que niega que Jesús sea Cristo (Un 2,22). En él la mentira no es ya de orden moral, es religiosa por esencia, al igual que la de la idolatrí­a.

3. Los fautores de mentira.

a) Ahora bien, para precipitar a los hombres en este universo mentiroso que se yergue delante de Dios en un gesto de desafí­o, existen guí­as engañosos en todas las épocas. El AT conoce *profetas de mentira, de los que Dios se rí­e en ocasiones (1Re 22,19-23), pero que más a menudo son denunciados por los verdaderos profetas en términos severos: así­ por Jeremí­as (5,31; 23,9-40; 28,15s; 29, 31s), Ezequiel (13) y Zacarí­as (13,3). En lugar de la *palabra de Dios aportan al pueblo mensajes adulterados.

b) En el NT también Jesús denuncia a los guí­as ciegos del pueblo judí­o (Mt 23,16…). Estos *hipócritas que se niegan a creer en él, son mentirosos Un 8,55). Preludian a los otros mentirosos que surgirán en todos los siglos para retraer a los hombres del Evangelio: anticristos (Un 2,18-28), falsos apóstoles (Ap 2,2), falsos profetas (Mt 7,15), falsos mesí­as (Mt 24,24; cf. 2Tes 2,9), falsos doctores (2Tim 4,3s; 2Pe 2,1ss, cf. ITim 4,1s), sin contar a los judí­os que impiden la predicación del Evangelio (ITes 2,14ss) y a los falsos hermanos, enemigos del verdadero Evangelio (Gál 2,4)… Son otros tantos fautores de mentira con que deben enfrentarse los cristianos, como lo hací­a Pablo en el caso del mago Elimas (Act I3,8ss).

III. SATíN, PADRE DE MENTIRA. Así­ se divide el mundo en dos campos: el del bien y el del mal, el de la verdad y el de la mentira, en el doble sentido moral y religioso. El primero es concretamente el de Dios. El segundo tiene también su jefe: *Satán, la antigua serpiente que seduce al mundo entero (Ap 12,9) desde el dí­a en que sedujo a Eva (Gén 3,13) y, separándola del árbol de vida, fue “homicida desde el principio” (Jn 8,44). El es el que induce a Ananí­as y a Safira a mentir al Espí­ritu Santo (Act 5,3), y el mago Elimas es “*hijo” suyo (Act 13,10). De él dependen los judí­os incrédulos que se niegan a creer en Jesús: son hijos del diablo, mentiroso y padre de mentira (Jn 8,41-44); así­ quieren matar a Jesús, porque “les ha dicho la *verdad” (Jn 8,40). El es quien suscita a los falsos doctores, enemigos de la verdad evangélica (ITim 4,2); él, quien para guerrear contra los cristianos (Ap 12,17), da sus poderes a la *bestia del mar, el imperio “totalitario”, con la boca llena de blasfemias (13,1-8); y la bestia de la tierra que maneja a los falsos profetas para engañar a los hombres y hacerle adorar al í­dolo mentiroso, depende también de él (13,11-17). El eje del mundo pasa entre estos dos campos, e importa que los cristianos no se dejen seducir por los ardides del diablo hasta el punto de corromperse su fe (2Cor 11,3). Para permanecer en la verdad deben, pues, orar a Dios que los libre del maligno (Mt 6,13).

-> Error – Hipócrita – ídolos – Impí­o – Lengua – Labios – Palabra humana – Satán – Simple – Verdad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El hebreo usa varias palabras para la mentira, las más comunes son kāzāḇ y šeqer. La idea básica es engaño o vacuidad; lo que se representa bien en el NT por pseudos. La mentira es ante todo un mensaje falso o engañador de Dios o acerca de él (Jer. 14:14; Ez. 13:9; Ro. 1:25). Tiene su propio atractivo (Sal. 62:4) y crea una seguridad falsa (Is. 28:15); pero su único resultado es crear error y desilusión (Jer. 23:32), minar las normas morales (Ro. 1:26ss.), traer disolución cuando se descubre su falacia (Is. 28:17); y se incurre en el juicio de Dios, quien no puede mentir (1 S. 15:29; Tit. 1:2) y delante de quien ninguna mentira puede permanecer (Hch. 5:3s.). También puede haber mentira en las relaciones del hombre con el hombre, como se tipifica en el AT por el falso testigo (Pr. 6:19). La ley prohíbe la mentira (Ex. 20:16; Lv. 19:11), y pertenece a la vida antigua que debe ser desechada por el creyente (Col. 3:9). Es un poderoso aliado de pecados más horrendos (2 S. 11:6ss.; 1 R. 21:10), y se le advierte al mentiroso que no escapará (Pr. 19:5, 9). Si hay o no ocasiones para estratagemas inocentes o necesarias (cf. 1 S. 16:2s.) es un tema muy discutido por la casuística. Pero la mentira como tal es obviamente odiosa al Dios de verdad, y no habrá lugar para ninguna forma de engaño, pretensión o hipocresía en la santa Jerusalén (Ap. 21:27; 22:15).

William Kelly

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (386). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología