Dentro de la gran liturgia del llanto de los comerciantes, que lloran por la caída de Roma (Ap 18,8-19), el Apocalipsis incluye una lista muy significativa de mercancías que se compran y venden en la capital (18,11-14); ellas muestran que la economía del imperio está al servicio del lujo y sangre de la ciudad prostituida. No es economía humanizada, para bien de los pobres, centrada en el pan y los peces compartidos de la vida de Jesús (cf. Mc 6,30-44 par); no es comercio que ayuda a compartir lo producido y que así vale como medio (espacio) de encuentro y comunicación, sino comercio de la Prostituta, que vive de la sangre de los pobres (Ap 17,5-6). Estas son las mercancías que se venden en Roma. (1) Objetos preciosos: oro, plata, piedras ricas, perlas. (2) Tejidos caros: lino, púrpura, seda, escarlata. (3) Materiales nobles: sándalo, marfil, madera fina, bronce, hierro y mármol. (4) Especias olorosas: canela, clavo, perfumes, ungüentos e incienso. (5) Alimentos ricos: vino, aceite, flor de harina y trigo. (6) Animales y medios de transporte: ganado mayor, ovejas, caballos y carros. (7) Personas: esclavos y hasta seres humanos (Ap 18,11-13). Esta es una lista comercial que empieza con oro y acaba con esclavos. Todo se compra y vende, incluidas las vidas humanas. Significativamente, en esta lista no aparecen mujeres: no hay alusión al comercio del sexo, abundante en aquel tiempo, que se da por supuesto. Es muy posible que los que han comerciado con estos productos y ahora se lamentan por la caída de Roma no tengan religión ni patria propiamente dicha. Su patria es el negocio, su religión la ganancia. Roma, Ciudad sagrada de la Paz Eterna, encamación de la justicia sin fin (así pregona la propaganda político-religiosa del tiempo), se ha venido a convertir en una simple y pura prostituta. Es evidente que sólo cree en su comercio. Los que lloran su mina no la han querido de verdad. No se lamentan por ella, sino porque han perdido sus ganancias. Su llanto de comerciantes armiñados se eleva con las llamas del incendio. Lloran pero no se acercan a ayudarla, porque temen compartir su tormento.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra