MESIAS, MESIANISMO

La esperanza en un futuro Salvador

En todos los pueblos y culturas se puede descubrir un aliento de esperanza sobre una salvación definitiva. En el Antiguo Testamento encontramos datos peculiares de esta esperanza, a partir de una revelación que es una nueva gracia de Dios sobre un futuro Salvador, el “Mesí­as” (ungido, Cristo). El Pueblo de Israel será el custodio de esta esperanza concreta, como “signo levantado en medio de las naciones” (Is 11,12; cfr. SC 2).

La esperanza mesiánica se basa en la “Alianza” (“berit”) o pacto de amor, por el que Dios personalmente (“Emmanuel”) se hace garante de la salvación. Por esto se anuncia un “Salvador”, que será el “ungido” del Señor, el Mesí­as o Cristo (Lc 2, 11; cfr. Is 9,5; Lc 4,18; cfr. Is 61,1; Mt 16,16; Jn 1,41). Esta esperanza mesiánica es escatológica, porque tiende a “la plenitud de los tiempos”, cuando Dios “ha enviado a su Hijo nacido de la mujer” (Gal 4,4; cfr. Gen 3,15), y también hacia la restauración plena al final de la historia. Según los profetas, la esperanza mesiánica, se recupera siempre por una actitud de reconocer los propios pecados pidiendo perdón al Señor.

La esperanza mesiánica en el caminar histórico de Israel

Aunque la esperanza de un salvador aparece ya en la promesa de Dios a los primeros padres (Gen 3,15), sólo posteriormente se irá concretando en la descendencia de Abraham, como bendición para “todas las familias de la tierra” (Gen 12,2-3). Los rasgos concretos del Mesí­as (con los dones del Espí­ritu y los sufrimientos de la pasión) irán apareciendo especialmente desde Isaí­as Is 6,12; 11,1-2; 42,1-9; 49, 1-6; 50, 4-10; 53, 13-53).

Con la esperanza mesiánica, el pueblo de Israel caminaba hacia una época de paz y hacia una figura, la del Mesí­as o “ungido” (como profeta, sacerdote y rey). En tiempo de Isaí­as se espera una salvación y una paz universal (cap.1- 2 y 11; cfr. Miq 4,1-4), en relación con el “Emmanuel” (Is 7,14), rey justo (Is 11) y siervo doliente (déutero-Isaí­as Is 42-55). Según la tradición profética y los salmos, el Mesí­as habí­a de ser descendiente o “hijo de David” (2Sam 7,12-16; Is 9,5-6; 11,1-12; Sal 2,7; 110). La liberación mesiánica será una restauración escatológica (Dan 7,13-14).

La llegada de los tiempos mesiánicos depende de la iniciativa divina. Durante los siglos anteriores a nuestra era, la esperanza llega a ser más explí­cita y urgente, anhelando la venida del descendiente o “hijo de David”, el redentor. Israel, personificado por la “hija de Sión”, llegará finalmente a la alegrí­a de la salvación (Sof 3,14-20). En los tiempos mesiánicos se ofrecerá la “oblación pura” (Mal 3,4), por la que Dios mostrará su fidelidad a la Alianza (Miq 1,2ss).

A pesar de que algunas personalidades históricas se presentaron como “Mesí­as” y luego fracasaron, no obstante, en toda la historia de Israel se ha conservado la esperanza mesiánica con diversas interpretaciones. Según “Maimónides” (Moisés ben Maimón, 1135-1204), el Mesí­as “restaurará al mundo entero y unificará el género humano en el culto del único Dios”. Según Isaac ben Salomón Luria (1534-1572), se espera una “restauración” mesiánica (“tiquun”) como liberación del exilio. Actualmente, la tendencia ortodoxa manifiesta ordinariamente su esperanza en un Mesí­as personal que redimirá a Israel de modo integral. La tendencia liberal o reformista considera ordinariamente al Mesí­as como una figura simbólica (del pueblo) o un ideal de paz universal. En algunos ambientes religiosos hebraicos, durante la celebración de la Pascua, se canta con convicción “Yo creo con confianza sin lí­mites en la venida del Mesí­as, y aunque tarde en venir, no obstante yo creo”.

Jesús, el Mesí­as esperado

Las etapas del camino hacia el Mesí­as pasan por el éxodo, el desierto y la llegada a Jerusalén. Es el “camino” querido por Dios para llegar a encontrar a Cristo, quien, como Hijo de Dios hecho hombre, es “el camino”, hacia “la verdad y la vida” definitiva y plena (Jn 14,6).

En la sinagoga de Nazaret, Jesús hizo suyo el anuncio de Isaí­as “El Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva y para proclamar la liberación a los cautivos” (Is 61,1-2; Lc 4,18-19). No dejó de indicar las caracterí­sticas mesiánicas de su misión refiriéndose al contenido de los salmos (cfr. Sal 110). Según las afirmaciones de Jesús, ya no habrá otro Mesí­as (cfr. Mt 24,23ss).

Jesús compartió los gozos y esperanzas mesiánicas de su pueblo viviéndolos desde dentro. Pedro, que habí­a profesado la fe en Cristo como Mesí­as (cfr. Mc 8,25-30), lo anunciará después de Pentecostés, en los comienzos de la Iglesia “A Jesús de Nazaret le ungió Dios con Espí­ritu Santo y poder; y así­ pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él” (Hech 10,38).

Según la fe cristiana, en Jesucristo, el Mesí­as “esperado”, se cumplen las promesas (Lc 2,25-26.38). El es “la luz de las gentes” (Is 42,6; cfr. Jn 1,9; Lc 2,32). Esa fe se traduce necesariamente en anuncio misionero porque, en Cristo, “han visto todos los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios” (Is 52,10). “En su nombre pondrán las naciones su esperanza” (Mt 12,21; cfr. Is 42,1-4). En él, “todos los pueblos” alabarán al Señor (Sal 116; cfr. Sal 66).

Referencias Alianza, Antiguo Testamento, esperanza, hebraí­smo, historia de salvación, Israel, Jesucristo, Nuevo Testamento.

Lectura de documentos CEC 712-716.

Bibliografí­a H. CAZELLES, El Mesí­as de la Biblia (Barcelona, Herder, 1981); M. CIMOSA, Mesianismo, en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica (Madrid, Paulinas, 1990) 1170-1187; I. DE LA POTTERIE, Mary in the Mystery of the Covenant (New York, Alba House, 1992); CH. DUQUOC, Mesianismo de Jesús y discreción de Dios (Madrid, Cristiandad, 1984); D. SENIOR, C. STRUHLMÜLLER, Biblia y misión, Fundamentos bí­blicos de la misión (Estella, Verbo Divino, 1985); J.L. SICRE, De David al Mesí­as (Estella, Verbo Divino, 1995).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización