MOISES

Exo 2:1-Deu 34:12;
Act 7:20-44. Nace, Exo 2:1-4;
adoptado por la hija de Faraón, Exo 2:3-10;
educado en la corte egipcia, Act 7:22;
mata a un egipcio, Exo 2:11-12;
huye a Madián, Exo 2:15-20;
se casa con Séfora, Exo 2:21-22;
llamado por Dios, Exo 3:1-4:17;
vuelve a Egipto, Exo 4:18-31;
Moisés y Faraón, Exo_5-11;
cruza el Mar Rojo, Exo 14:1-31;
su cántico de triunfo, Exo 15:1-18;
nombra jefes, Exo 18:13-26;
habla con Dios en Sinaí, Exo 19:3-13;
Exo_ 24:9-18;
construye el tabernáculo, Exo_25-31;
Exo_ 36-40;
airado por la idolatría del pueblo, Exo_32;
habla con Jehová, Exo_33-34;
hace un censo del pueblo, Num_1;
criticado por Aarón y María, Num 12:1-8;
manda espías a Canaán, Num 13:1-20;
consagra a Josué como su sucesor, Num 27:18-23;
Deu 31:23;
relata la historia de Israel, Deu_1-3;
exhorta a Israel a la obediencia, Deu 4:1-40;
cántico de Moisés, Deu 32:1-43;
ve la tierra de Canaán, Deu 3:25-27;
Deu_ 32:48-52;
Deu_ 34:1-4;
bendice a cada tribu, Deu 33:1-29;
muere y es enterrado en Moab, Deu 34:5-7.
Jos 1:5 como estuve con M, estaré contigo; no te
Psa 77:20 condujiste a tu pueblo .. mano de M
Psa 103:7 sus caminos notificó a M, y .. sus obras
Psa 105:26 envió a su siervo M, y a Aarón, al cual
Psa 106:23 no haberse interpuesto M su escogido
Jer 15:1 M y Samuel se pusieran delante de mi
Mic 6:4 envié delante de ti a M, a Aarón y a
Mat 17:3; Mar 9:4; Luk 9:30 M y Elías, hablando
Luk_ 19:8; Mar 10:4 M os permitió repudiar a
Luk 16:29 Abraham le dijo: A M y a los .. tienen
Luk 16:31 dijo: Si no oyen a M y a los profetas
Luk 24:27 comenzando desde M, y siguiendo por
Joh 1:17 la ley por medio de M fue dada, pero la
Joh 3:14 como M levantó la serpiente en el desierto
Joh 5:46 si creyeseis a M, me creeríais a mí
Joh 6:32 no os dio M el pan del cielo, mas mi
Joh 9:29 sabemos que Dios ha hablado a M; pero
Act 3:22 porque M dijo a los padres: El Señor
Act 7:22 fue enseñado M en .. la sabiduría de los
Act 21:21 enseñas a .. judíos .. a apostatar de M
Rom 5:14 reinó la muerte desde Adán hasta M
Rom 10:5 justicia que es por la ley M escribe así
1Co 10:2 y todos en M fueron bautizados en la
2Co 3:7 no pudieron fijar la vista en el .. de M
2Co 3:15 cuando se lee a M, el velo está puesto
2Ti 3:8 que Janes y Jambres resistieron a M, así
Heb 3:3 de tanto mayor gloria que M es estimado
Heb 7:14 Judá, de la cual nada habló M tocante
Heb 9:19 anunciando M .. mandamientos de la ley
Heb 11:23 por la fe M, cuando nació .. escondido
Jud 1:9 disputando con él por el cuerpo de M
Rev 15:3 y cantan el cántico de M, siervo de Dios


Moisés (heb. y aram. Môsheh [tal vez del verbo heb. mâshâh, “sacar fuera”], “uno sacado” [de las aguas]; quizá basado en el egip. mí‘ o mí‘w, “niño”, “hijo”, “el nacido de” ; gr. Mí‡uses). Los egipcios incorporaron la palabra mí‘w, “mosis”, en nombres reales como Amosis, “el nacido de Ah” (la diosa luna); Kamosis, “el nacido de(l alma deificada de) Ka”; Tutmosis, “el nacido de Tot” (dios escriba); y el nombre común Ramosis (más tarde Ramsés), “el nacido de Ra” (el dios sol). En la vida diaria, estos nombres se abreviaban con frecuencia: “Mosis”. En forma similar, el nombre original que la hija de Faraón le dio a Moisés habrí­a incluido el de alguna deidad del paí­s. Como los egipcios adoraban al Nilo, que deificaban como “Hapi” (Hpy; y que comúnmente llamaban ‘trw, más tarde ‘Irw), la princesa lo habrí­a llamado Hapimosis o Irumosis, pues ambos significan “el nacido (o sacado) del Nilo”. Cuando Moisés “rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón” (Heb 1:24), naturalmente eliminó la referencia a un dios egipcio. El libertador del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia, su lí­der durante la peregrinación por el desierto, su gran legislador y el autor del Pentateuco. Moisés pasó los primeros 40 años de su vida muy posiblemente bajo los reyes de la dinastí­a 18ª; Tutmosis I (c 1542-c 1524 a.C.) y Tutmosis II (c 1524-c 1504 a.C.), y la reina Hatshepsut (c 1504-c 1486 a.C.), una hija de Tutmosis I, que, sobre la base de la cronologí­a sugerida aquí­, sin duda es la “hija de Faraón” mencionada en Exo 2:5-10 En ese caso, Moisés habrí­a presenciado el ascenso de Egipto a la cumbre de su poder polí­tico. Bajo 799 Tutmosis III, cuyo reinado (c 1486-c 1450 a.C.) habrí­a abarcado los 40 años durante los cuales Moisés peregrinó en Madián, el Imperio Egipcio se extendí­a desde las mesetas abisinias en el sur hasta el Eufrates en el noreste. Se desarrolló un extenso comercio, y las riquezas fluí­an de los paí­ses extranjeros para sostener los grandes proyectos de los faraones. La vida cultural llegó un alto nivel, las artesaní­as y la arquitectura estaban muy avanzadas, y la astronomí­a, las matemáticas y la medicina florecí­an. Egipto tení­a razón para jactarse de ser el paí­s más poderoso y civilizado de su época. 360. Moisés y la zarza ardiente, una pintura mural encontrada en la sinagoga de Dura Europos (s III d. C.; véase el Mapa XIII, C-5). Moisés fue hijo de Amram y Jocabed, descendiente de Leví­, de la 4ª generación (Exo 6:16-20), de la familia de Coat (vs 18-20). Su hermano Aarón tení­a 3 años más que él (7:7), y una hermana, Marí­a, también era mayor (15:20; cÆ’ 2:6, 7). Cuando nació Moisés los hijos de Israel ya estaban en Egipto unos 135 años (véase Gen 12:4; 21:5; 25:26; 47:9; Deu 2:7; 34:7; Act 7:30; cÆ’ Exo 7:7; 12:40, 41; Gá. 3:16, 17). Jacob habí­a muerto hacia unos 118 años (Gen 47:28), y José, unos 64 años (50:22; 41:46, 47, 54; 45:6; 47:9). Con el criterio de un éxodo en el 1445 a.C., Moisés debió haber nacido en el 1525 a.C. (cÆ’ Exo 7:7). Sobre la misma base, cuando los hebreos entraron en Egipto, los reyes hicsos, racialmente emparentados y amistosos, gobernaban el paí­s. Sin embargo, a comienzos del s XVI a.C., unos 50 ó 60 años antes del nacimiento de Moisés, fueron expulsados por una dinastí­a egipcia nativa, la 17ª. Alrededor del 1590 a.C. surgió la poderosa dinastí­a 18ª, uno de cuyos primeros reyes, tal vez Amosis o Amenhotep I, fue probablemente el “nuevo rey que no conocí­a a José” mencionado en Exo 1:8 Los hebreos se habí­an multiplicado rápidamente hasta que “se llenó de ellos la tierra” y llegaron a ser un pueblo “mayor y más fuerte” que los egipcios, o por lo menos así­ pensaron éstos (1:7-9). Como los hebreos eran numéricamente fuertes, y porque los egipcios necesitaban con urgencia mano de obra barata para sus enormes proyectos de construcción, no es extraño que los reyes de esta nueva dinastí­a establecieran la polí­tica de mantenerlos sujetos con trabajos forzados (vs 10-14). No se sabe cuánto antes del nacimiento de Moisés fueron puestos a construir “las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés” (v 11) y les “hicieron servir… con dureza” (vs 12-14). Pero cuanto más los oprimí­an, “tanto más se multiplicaban y crecí­an” (v 12), y los esfuerzos para frenar el rápido aumento de población fueron totalmente ineficaces. Al principio, los egipcios se propusieron amargar “su vida con dura servidumbre” (v 14), pero cuando esto no dio el resultado esperado, ordenaron a las parteras hebreas que mataran a todos los hijos varones que nacieran (vs 15, 16). Sin embargo, ellas no cumplieron estas órdenes de Faraón, dando como excusa que las mujeres israelitas eran más vigorosas que las egipcias y que no necesitaban los servicios de las parteras (v 19). Entonces Faraón ordenó que los egipcios tomaran en sus manos la exterminación de los mitos hebreos y los arrojaran al Nilo para ahogarlos (v 22). Pero en vista de la cantidad de hombres fí­sicamente capaces que hubo 80 años más tarde, parecerí­a que esta cruel medida no entró en vigor o no estuvo en vigencia por mucho tiempo. Véase Cronologí­a (II, B). Al nacer Moisés, los padres reconocieron que “era hermoso” (Exo 2:2). Sus esfuerzos por conservarlo con vida se mencionan como un acto de fe (Heb 11:23), lo que tal vez implique una percepción de que Dios tení­a previsto para él un importante papel. Al acostar a Moisés en un arca de juncos y ponerlo en el Nilo, Jocabed estaba cumpliendo con la letra de la ley que exigí­a que los hijos varones fueran ofrecidos como sacrificio al rí­o, al que los egipcios adoraban como dios, en la suposición de que sus aguas tení­an poder para impartir fertilidad y garantizar una larga vida. La visita de la hija de Faraón para “lavarse” en 800 361. Estatua de Moisés esculpida por Miguel íngel (Iglesia de San Pedro in Vincoli, Roma). 801 sus aguas habrí­a estado motivada por el deseo de hacer abluciones rituales destinadas a obtener los supuestos beneficios para sí­ misma. La aparición de Moisés flotando en su pequeña cesta como si fuera un don del dios Nilo en respuesta a sus oraciones, aparentemente la impresionaron como un feliz augurio. La princesa tomó al niño como hijo propio, y contrató a la propia madre de Moisés como su nodriza. La educación hogareña inculcó en el niño el amor a Dios y el sentido de la misión de su vida (cf Act 7:25). Bajo los tutores reales egipcios, y sin duda como un prí­ncipe real y presunto heredero del trono, Moisés fue instruido “en toda la sabidurí­a de los egipcios” (v 22). Bajo los sacerdotes llegó a dominar las letras, la literatura, las ciencias y la religión; bajo los comandantes del ejército obtuvo la habilidad para el mando militar; y de otros oficiales reales el conocimiento de las leyes y de la administración civil. Algunos han sugerido que Moisés pudo haber dirigido algunas expediciones militares a paí­ses extranjeros. Como presunto heredero, sin duda fue popular en la corte, como también en el ejército y entre la población común. Su aspecto exterior, su vestido, su conversación, su conducta y su cultura pudieron haber sido completamente egipcios, pero su corazón nunca llegó a serlo. Su carácter, su religión y su lealtad siguieron siendo hebreos, como resulta evidente de los incidentes registrados en Exo 2:11-13 (cf Heb 11:24, 25). Cuando llegó a los 40 (Act 7:23) -c 1485 a.C.- Moisés supo que habí­a llegado el momento de escoger entre su fe hebrea y el trono de Egipto. La profunda lealtad a Dios (Heb 11:24-26) y la percepción del propósito divino para su vida (Act 7:25) lo condujeron a echar su suerte con su propio pueblo y ser “maltratado” con ellos antes que “gozar de los deleites temporales del pecado” (Heb 11:25). En vista de que rehusara adoptar la religión egipcia, sin duda habrá despertado preocupación en la mente de sus benefactores. Tal vez por miedo a que pudiera tomar el trono, los sacerdotes de Amón, en una rebelión del templo varios años antes, habí­an puesto en el trono a un hijo ilegí­timo de Tutmosis II, el fallecido esposo de Hatshepsut, y habí­an obligado a la reina a aceptar a este prí­ncipe como corregente. El nuevo rey adoptó como nombre real el de su padre y se lo conoce en la historia como Tutmosis III. En tales circunstancias, habrí­a odiado en forma especial a Moisés, en quien podí­a ver a su mayor rival, lo que tal vez pudo apresurar la decisión de Moisés de echar su suerte con sus despreciados, conciudadanos e intentar liberarlos de la opresión egipcia. Actuando en forma precipitada, mató a un capataz egipcio (Exo 2:11, 12), y por ese acto necio se puso en las manos de sus enemigos, tal vez Tutmosis III en particular, quien ahora tení­a una razón legí­tima para llevarlo a juicio y destruirlo. Es muy posible que éstas fueran las circunstancias que condujeron a Moisés a huir de Egipto y a encontrar refugio en la tierra de Madián,* al este (v 15). Como los madianitas eran descendientes de Abrahán y Cetura (Gen 25:1, 2), Moisés estuvo con parientes durante sus 40 años de peregrinación, algunos de los cuales todaví­a adoraban al Dios verdadero. Entre ellos estaba Jetro, un sacerdote de Jehová (cf Exo 18:1, 12, 23). Jetro también figura con el nombre de Reuel (2:16-18), que significa “amigo de Dios”. Su hospitalaria recepción indujo a Moisés a entrar a su servicio, y con el tiempo su hija Séfora llegó a ser su esposa (vs 18-21). Jetro era un hombre de buen juicio, como se aprecia por el consejo que más tarde le dio a su yerno (18:12-27). Durante los 40 años que pasó en la región sur de la Pení­nsula del Sinaí­, sin duda Moisés se familiarizó con la geografí­a, los recursos y el clima de esa región desértica. Al conducir los rebaños de Jetro en medio de la solemne grandeza de las montañas, tuvo tiempo suficiente para reflexionar sobre sus experiencias pasadas. El Psa_90, que se atribuye a Moisés, refleja sus pensamientos, tal vez hacia el fin de su peregrinación en Madián. Si es así­, la interpretación siguiente parecerí­a apropiada: Los versí­culos iniciales de este salmo parecen reflejar la soledad montañosa de Sinaí­ y la majestad de Dios, en contraste con la fragilidad humana en general y de los grandes errores de su propia vida (vs 7, 8). Sabiendo que la Providencia le habí­a señalado un papel (Act 7:25), sin duda reflexionó que su acto impetuoso de matar al egipcio habí­a frustrado el propósito de Dios y distorsionado el plan divino para su propia vida. Ya habí­a pasado la marca de los “setenta años” y se estaba aproximando a la de “ochenta” (Psa 90:9, 10), pero con su gran chasco en la mente, oró a Dios para que le enseñara a “contar” sus dí­as para poder aplicar su corazón a la 802 sabidurí­a (v 12). Todaví­a tení­a fe en las promesas de Dios a los padres y esperaba su cumplimiento. Sus pensamientos se volvieron luego a sus hermanos sufrientes en Egipto (vs 13, 14) y oró por su liberación (vs 15, 16). Finalmente, suplicó a Dios que la obra de sus manos fuera confirmada, que su vida no fuese totalmente en vano (v 17). Probablemente en la época en que se hací­a estas reflexiones se le apareció Dios en una zarza ardiendo y le encargó que volviera a Egipto para liberar a los hebreos (Exo 3:1-10). Recordando la amenaza contra su vida, sintiendo su insuficiencia para esa tarea (v 11), temeroso de que su pueblo no lo aceptara y dudando de su capacidad para persuadir a Faraón para que los dejara salir, Moisés vaciló en aceptar el llamado (vs 11, 13; 4:1). Pero Dios, con toda paciencia, le eliminó esas aparentes dificultades una por una, y Moisés finalmente aceptó la tarea con poco entusiasmo (vs 1-19). En camino de vuelta a Egipto se encontró con Aarón, a quien Dios habí­a enviado al desierto para encontrarse con él, y juntos regresaron y se reunieron con los ancianos de Israel (vs 20-31) antes de presentarse a Faraón (que habrí­a sido Amenhotep II de acuerdo con la cronologí­a sugerida por este Diccionario; véase la fig 214). Su primera audiencia con Faraón (5:1-3) sólo consiguió empeorar la situación de los hebreos (vs 4-19). Diez plagas cayeron sobre el paí­s antes que el rey cambiara de idea. Con la última, la muerte de los primogénitos, Faraón llamó a Moisés de noche y le dio la orden de que los hebreos salieran del paí­s (12:29-32). Bajo la conducción divina, Moisés sacó a Israel de la tierra de servidumbre (Exo 13:17-22). Después de varias crisis y liberaciones providenciales, Moisés y el pueblo hebreo llegaron al monte Sinaí­ (19:1, 2; fig 471). Sobre el monte, recibió directamente las instrucciones de Dios para el establecimiento de la nación de los hebreos como una teocracia (Exo 24:9-11; 33:11, 17-23; 34:5-29; etc.), incluyendo la ley básica de los Diez Mandamientos, que también fueron presentados en forma oral ante la congregación (20:1-18) y más tarde escritos sobre 2 tablas de piedra y conservados en el arca (31:18; 34:1-4; Deu 10:1-5). Como vocero de Dios, dirigió al pueblo a la relación del pacto que constituí­a a Israel como una teocracia (Exo 19:5-8; 24:3-8). Dios entonces llamó a Moisés para encontrarse con él sobre el monte (24:12), donde le reveló los planos completos para la construcción del tabernáculo, que habí­a de ser el lugar de su morada como su Rey (cps 25-31), y al mismo tiempo le dio las 2 tablas de la Ley (31:18). En su ausencia el pueblo erigió un becerro de oro, que estaban adorando cuando regresó (32:1-6). Viendo su idolatrí­a, quebró las 2 tablas de piedra (vs 15-19). El Señor le habí­a revelado la idolatrí­a de Israel y le habí­a propuesto rechazarlo y cumplir sus propósitos mediante él mismo (vs 7-10), pero Moisés demostró su estatura como lí­der intercediendo fervorosamente en favor de Israel, y Dios los perdonó (vs 11-14). Después de haber castigado adecuadamente al pueblo (vs 30-35), Moisés una vez más buscó a Dios, quien le prometió: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (33:12-17). A su pedido, y como señal de la presencia de Dios entre ellos, se le permitió tener una vislumbre de la gloria divina (33:17-34:9). Durante otros 40 dí­as en el monte (34:1, 2, 28; Deu 9:18), recibió instrucciones adicionales para el gobierno de Israel y las segundas tablas de piedra (Exo_34). Al descender al campamento, su rostro estaba radiante de la gloria divina, y la gente temí­a acercarse a él (vs 29-35). Durante los restantes meses que estuvieron en el Sinaí­, construyeron el tabernáculo (cps 36-39), y posiblemente en ese mismo tiempo escribió las instrucciones que Dios le habí­a dado. Después de aproximadamente un año junto al monte Sinaí­, durante el cual Israel se constituyó en nación, se codificaron sus leyes, se construyó el tabernáculo y se organizó el culto; luego Israel salió hacia Canaán (Num 10:11-13). Poco tiempo después, Marí­a y Aarón desafiaron el liderazgo de Moisés (12:1, 2) pero el Señor lo vindicó claramente como su portavoz designado afligiendo con lepra temporaria a Marí­a (vs 4-15). En Cades, por causa de un desalentador informe sobre la tierra de Canaán, la gente se rebeló contra Moisés y propuso regresara Egipto (14:1-4). Esta era la 10a rebelión desde la salida de Egipto (v 22). Por causa de su fracaso, los hombres de esa generación fueron condenados a morir en el desierto (vs 29-35), y durante los siguientes 38 años (Deu 2:14) la gente acampó en diversos lugares en la región de Cades-barnea y el extremo norte del Golfo de Aqaba. En Cades, casi 38 años más tarde, Moisés y Aaron pecaron, golpeando impetuosamente la roca en contra de las indicaciones de Dios, con lo que distorsionaron la lección que el agua milagrosa debí­a enseñar. Como resultado, se les negó el privilegio de introducir a Israel en la tierra prometida (Num 20:7-12). Moisés condujo al pueblo alrededor de Edom, en la conquista de la Transjordania (vs 14-21), y finalmente al último campamento en Sitim, frente a Jericó, que estaba del otro lado del Jordán (cf 22:1; 803 25:1). Mientras estuvieron acampados allí­, presentó una serie de discursos en los que repasó las providencias de Dios durante los pasados 40 años, destacando lecciones de esas experiencias y repitiendo las leyes que Dios le habí­a revelado para el pueblo. Esos 4 discursos están registrados en el libro de Deuteronomio.* Durante el tiempo que estuvieron acampados en Sitim, Moisés designó a Josué como su sucesor (Num 27:18-23; Deu 1:38), y poco antes de su muerte lo llevó al tabernáculo para recibir su responsabilidad del Señor (Deu 31:14, 23). Luego, por indicación de Dios, ascendió el monte Nebo, donde contempló la tierra prometida (fig 378) y murió a la edad de 120 años (Deu 32:48-52; 34:7). Dios lo enterró allí­ (v 6), lo llamó del lugar donde descansaba (Jud_9), y más tarde lo honró con Elí­as sobre el monte de la Transfiguración (Mat 17:3, 4). La gran capacidad literaria de Moisés es evidente por la cantidad y variedad de sus escritos. En el Génesis contó la historia del mundo desde la creación hasta la muerte de José. En Exodo y en partes de Números y Deuteronomio conservó un registro del éxodo de Egipto y de los eventos más importantes en el camino hasta Canaán. En los últimos capí­tulos de Exodo registró los detalles de la construcción del tabernáculo, y en Leví­tico describió los reglamentos del servicio sagrado. En Exodo (cps 20-24), Leví­tico (18-20; 24:10-23) y partes de Deuteronomio escribió las leyes civiles que Dios le habí­a dado para Israel. También fue un poeta consumado (Exo 15:1-19; cf Psa_90). Pero más que un escritor; fue uno de los grandes lí­deres y administradores de todos los tiempos. Bajo la dirección de Dios, organizó a Israel como nación y la guió con seguridad desde Egipto hasta las fronteras de Canaán. Le dio sus instituciones civiles, judiciales y religiosas. Como profeta (Deu 18:15) fue favorecido con comunicaciones especiales de Dios durante 40 años y gozó de privilegios que ningún otro hombre tuvo. En no pequeño grado los grandes logros de la nación hebrea fueron el resultado del carácter, de la personalidad y de la vida consagrada de Moisés, que, por sobre todos los demás dirigentes, unificó sus familias y tribus para formar el pueblo escogido de Dios. Abrahán fue el padre de Israel, pero Moisés fue el fundador y legislador de la nación. Como legislador y lí­der, Moisés sobrepasó a todos los hombres de la antigüedad, pero a pesar de sus talentos superiores fue”muy manso, más que todos los hombres que habí­a sobre la tierra” (Num 12:3).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

(heb., moseheh; egipcio, mes, es sacado, engendrado). El héroe nacional que libertó a los israelitas de la esclavitud egipcia, los estableció como nación independiente y los preparó para entrar en Canaán. Si se basa el éxodo en una fecha temprana, c. de 1440 a. de J.C., entonces Moisés nació en 1520 en la tierra de Egipto de padres israelitas (Exo 2:1-10). Escondido entre los juncos cerca de la orilla del rí­o, la hija de faraón lo descubrió. Le pidió a la madre de Moisés que lo criara hasta que hubiera crecido lo suficiente como para llevárselo a la corte real, donde pasó los primeros 40 años de su vida.

Esteban en su discurso ante el Sanedrí­n (Act 7:22) afirma que Moisés no sólo fue instruido en la ciencia y erudición de los egipcios sino que también estaba dotado de una habilidad para la oratoria y una cualidad destacada para el liderato.

El primer intento valiente de Moisés de ayudar a su gente fue un fracaso. Mató a un egipcio y huyó a Madián donde pasó un perí­odo de 40 años en aislamiento. En la tierra de Madián halló gracia en el hogar de un sacerdote llamado Jetro. Se casó con Séfora, hija de Jetro, y trabajó como pastor de los rebaños de su suegro. Confrontado por una zarza ardiente, recibió una revelación de Dios; éste le dio una comisión para que libertara a su pueblo Israel de la esclavitud egipcia (éxodo 3). Dos señales milagrosas —la vara de Moisés se convirtió en una serpiente y su mano se puso leprosa y luego fue sanada— fueron otorgadas como prueba para verificar la autoridad divina (Exo 4:1-17).

En una serie de diez plagas Moisés y Aarón contrarrestaron los intentos de faraón de mantener a Israel en esclavitud (éxodo 7—11). En su totalidad, estas plagas fueron dirigidas en contra de los dioses de Egipto, demostrando el poder de Dios tanto a los egipcios como también a los israelitas.

En la noche antes de la salida de Israel, la Pascua fue celebrada por primera vez (éxodo 12). Para cada unidad de familia, que siguió las simples instrucciones de matar un cordero macho o cabrito de un año de vida y de aplicar su sangre sobre los postes de la puerta y el dintel de sus hogares, la ejecución del juicio divino pasarí­a de largo.

La ruta exacta por la cual Moisés llevó a los israelitas, que en ese entonces eran como 600.000 hombres más mujeres y niños, es difí­cil de determinar. Los israelitas pudieron cruzar el mar Rojo gracias a la intervención de Dios, mientras que las tropas egipcias se ahogaron. En Refidim Dios mandó a Moisés golpear la peña y ésta produjo una abundancia de agua para su pueblo (Exo 17:1-7). Enfrentado con un ataque amalequita, Moisés prevaleció en oración intercesoria con el apoyo de Aarón y Hur, mientras que Josué encabezó el ejército de Israel en una batalla victoriosa (Exo 17:8-16).

En sus tareas administrativas Moisés nombró 70 ancianos para que sirviesen bajo él de acuerdo con el consejo de Jetro. En una jornada desde Egipto de menos de tres meses, los israelitas se establecieron en los alrededores del monte Sinaí­ (Horeb) donde se quedaron por aprox. un año (éxodo 18—19).

Como representante de su pueblo Moisés recibió la ley de Dios. Esta ley constituí­a el pacto de Dios con su nación recientemente liberada. Por su parte, la congregación ratificó éste pacto (éxodo 20—24), el cual incluyó los Diez Mandamientos. Para que los israelitas pudieran adorar a su Dios adecuadamente, Moisés recibió instrucciones detalladas para la construcción del tabernáculo, las cuales fueron ejecutadas esmeradamente bajo la supervisión de Moisés. Al mismo tiempo la familia de Aarón, con la ayuda de los levitas, fue designada para el servicio sacerdotal y cuidadosamente equipada para su ministerio (éxodo 25—40). Moisés también supervisó el censo militar y la organización de los israelitas mientras acamparon en la pení­nsula de Sinaí­.

Moisés no sólo tuvo que hacer frente a la murmuración de la multitud sino que también fue criticado gravemente por Marí­a y Aarón (Números 11—12). La multitud que se quejó porque ansiaban la carne que habí­an comido en Egipto comió codornices hasta que se hastió debido a la abundancia que recibieron.

Aarón y Marí­a fueron humillados cuando Marí­a sufrió de una lepra pasajera.

Mientras estaban en Cades, Moisés envió a 12 representantes para espiar la tierra de Canaán (Números 13—14). El informe de la mayorí­a, dado por diez espí­as, influyó a los israelitas a demostrar su falta de fe. Sólo Josué y Caleb recomendaron que conquistaran y ocuparan la tierra que se les habí­a prometido. Cuando Dios propuso destruir a los israelitas rebeldes, Moises intercedió por su pueblo.

No sólo fue el liderato polí­tico de Moisés desafiado por Datán y Abiram, sino que Coré y sus seguidores contendieron por el puesto eclesiástico de Aarón y su familia. Durante el transcurso de estas rebeliones perecieron 14.000 personas en juicio divino.

Moisés perdió la entrada a la Tierra Prometida cuando golpeó la roca a la que deberí­a haber mandado proveer agua para su pueblo (Números 20). Cuando un castigo en forma de serpientes causó la muerte de muchos israelitas descontentos, Moisés construyó una serpiente de bronce que otorgaba sanidad a todos los que la miraban en obediencia (Exo 21:4-9; comparar Joh 3:14-16).

Anticipando que Israel ocuparí­a la tierra de Canaán, Moisés amonestó al pueblo que destruyeran a los habitantes idólatras. Nombró a 12 jefes de tribus para distribuir la tierra entre las tribus y les mandó proveer para los levitas 48 ciudades con áreas de pastura adecuada alrededor, diseminadas por toda Canaán. Seis de estas ciudades levitas fueron designadas ciudades de refugio adonde la gente podí­a huir para protección en caso de derramamiento accidental de sangre (Números 34; 35). Moisés también proveyó soluciones a problemas de herencia cuando permitió que ciertas mujeres heredaran las posesiones familiares (Números 36).

La grandeza del carácter de Moisés se establece claramente en sus discursos de despedida a su amado pueblo. Aunque se le negó participar en la conquista y ocupación de la tierra, deseó lo mejor para los israelitas que estaban entrando a Canaán. Sus consejos a ellos están resumidos en los discursos que aparecen en el libro de Deuteronomio. El repasó la jornada empezando desde el monte Horeb donde Dios habí­a hecho el pacto con Israel. Indicó especialmente los lugares donde los israelitas habí­an murmurado, recordándoles de su desobediencia. Con ese trasfondo Moisés los amonestó a ser obedientes. Las victorias recientes sobre los amorreos que Dios les habí­a dado, proveyeron una base razonable que les permití­a anticipar más triunfos bajo el liderato de Josué al entrar en la tierra de Canaán (Deu 1:1—Deu 4:43).

En su segundo discurso (Deu 4:44—Deu 28:68) Moisés enfatizó el hecho de que tanto el amor como la obediencia son fundamentales para tener una relación saludable con Dios. Después repitió los Diez Mandamientos del monte Sinaí­. El amor í­ntegro por Dios en la vida cotidiana representaba la base que mantení­a esta relación del pacto de tal manera que podí­an gozar de las bendiciones de Dios. Por consiguiente cada generación tení­a la responsabilidad de enseñar el temor del Señor su Dios a la próxima generación por medio de preceptos y obediencia.

Al fin de la carrera de Moisés, Josué, quien ya habí­a sido designado el lí­der de Israel, fue comisionado como sucesor de Moisés. En un cántico (Deuteronomio 32). Moisés expresó su alabanza a Dios, recordando cómo Dios habí­a rescatado a Israel y cómo la habí­a mantenido a través de la jornada por el desierto. Luego, habiendo pronunciado una bendición para cada tribu, Moisés se fue en rumbo al monte Nebo donde tuvo el privilegio de observar la tierra prometida de lejos antes de morir.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(rescatado).

– Nació en Egipto, de padres hebreos en 1440 a.C. Salvado de la muerte y adoptado por la hija del Faraón, y educado en Egipto, Exo 2:1-10, Hec 7:22
– Por la fe, renunció a ser hijo de la hija del Faraón, y abandonó Egipto, refugiándose en Madian, donde se casó con Séfora, hija de Jetro, Heb 11:2427, Ex.2.

11-25.

– 40 años después fue llamado por Dios para rescatar a los israelitas de la servidumbre egipcia, Ex. 3 y 4.

– Sacó a los israelitas de Egipto, y los guió hasta Sinai, donde Dios le dio la Ley, Ex.5-25.

– Despues guió a los israelitas, por 40 años, por el desierto.

– Hizo muchos milagros, Ver “Milagros”.

– Pecó en Meriba, Deu 32:51.

– Escribió el Pentateuco, los 5 primeros libros de la Biblia, Hec 3:22, Heb.3.

– Murio en el Monte Nebo, sin entrar a la tierra prometida, por su pecado, Deut.34,Hec 32:51.

– Pero estuvo en la tierra prometida, en la Transfiguración con Jesus, Mat 17:3.

(Ver también Eclesiástico 45).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Salvado de las aguas). El gran lí­der del pueblo israelita era hijo de †¢Amram y †¢Jocabed, de la tribu de †¢Leví­ (Exo 6:20; Num 26:59). †¢Aarón y †¢Marí­a eran hermanos mayores de M. (Exo 2:1; Exo 6:16-20). En el momento de su nacimiento se estaba ejecutando la orden de †¢Faraón para controlar la población israelita (†œEchad al rí­o a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida† [Exo 1:22]). Pero la madre de M. pudo esconderlo por unos tres meses y al no poder guardar el secreto por más tiempo †œtomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea†. En ella colocó al niño y lo expuso †œen un carrizal a la orilla del rí­o† (Exo 2:3). La hija de Faraón lo encontró y decidió criarlo como hijo suyo. Una hermana de M., que presenció la escena, le propuso a la princesa buscarle una nodriza. Al ser aceptada su oferta buscó a Jocabed, la madre del niño, que vino así­ a criarlo.

M. †œfue enseñado … en toda la sabidurí­a de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras† (Hch 7:22). Llegó a pensar †œque sus hermanos comprendí­an que Dios les darí­a libertad por mano suya† (Hch 7:25). Eso le llevó a matar a un egipcio que abusaba de un hebreo. Y al otro dí­a, cuando quiso mediar entre dos hebreos que disputaban, se dio cuenta de que el crimen que habí­a cometido era ya cosa pública, por lo cual tuvo que huir de Egipto. Fue a †¢Madián, donde conoció a †¢Jetro y casó con †¢Séfora, hija de éste, y se dedicó a cuidar los rebaños de su suegro. Tuvo dos hijos: †¢Gersón y †¢Eliezer (Exo 2:22; Exo 18:3-4).
vida cambió cuando tuvo un encuentro personal con Dios, quien se le apareció en la †¢teofaní­a de la zarza ardiendo. Enviado a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto a pesar de sus excusas, Dios le dio una señal que le servirí­a para autenticar su misión frente a los ancianos de Israel. Así­, viajó a Egipto, fue recibido por Aarón su hermano y habló al pueblo israelita, que creyó en él (Exo 3:1-22; Exo 4:1-31).
como Dios le habí­a pronosticado a M., Faraón se negó a dejar ir al pueblo, por lo cual se produjeron las diez †¢plagas de Egipto. Tras la última de ellas, la muerte de los primogénitos, concomitante con la celebración de la †¢Pascua, el pueblo logró finalmente salir, llevando consigo plata y oro que pidieron a los egipcios (éx. 5 al 12). Faraón se arrepintió luego y persiguió con su ejército a los israelitas, pero Dios hizo el milagro de abrir el †¢mar Rojo de manera que ellos pasaran en seco; y cuando los egipcios intentaron hacer lo mismo murieron por las aguas que volvieron a su curso (éx. 13 al 15).
partir de ese momento comienza la peregrinación por el desierto, cosa planeada por Dios, que querí­a entrenar al pueblo en su nueva relación con él. Durante todo ese perí­odo, conocido con el nombre del éxodo, M. tuvo que ir sufriendo los problemas de la incredulidad del pueblo y, al mismo tiempo, confirmando su liderazgo sobre él. Continuamente habí­an quejas de diversa naturaleza. La primera fue por la falta de agua en †¢Mara, donde Dios mostró un árbol que M. echó sobre unas aguas amargas que habí­an encontrado, endulzándolas así­ y pudiendo el pueblo beber (Exo 15:22-27). Luego †œtoda la congregación … murmuró contra M. y Aarón en el desierto† (Exo 16:2). Esta vez era por la falta de comida. Dios contestó dándoles el †¢maná. Cuando siguieron por el desierto hasta †¢Horeb, volvieron a quejarse por la falta de agua. Dios ordenó a M. que golpeara una peña, y de allí­ surgió un manantial que resolvió el problema.
pronto el pueblo se vio atacado por los amalecitas. M. subió a un monte desde el cual se dominaba el espectáculo de la batalla. Tení­a en su mano su vara, la cual alzó. Aarón y †¢Hur tuvieron que ayudarle para mantener en alto esa vara, pues cuando eso sucedí­a, Israel prevalecí­a, hasta que por fin ganó la batalla (Exo 17:8-16). Después de esto, M. recibió la visita de su suegro †¢Jetro, mediante cuyos consejos se formó una estructura judicial que permití­a que sólo los casos más importantes fueran traí­dos a M. (Exo 18:1-27). Cuando llegaron al †¢monte Sinaí­, Dios dio a M. sus leyes, especialmente los †¢Diez Mandamientos.
experiencia de Sinaí­ fue extraordinaria. Mientras por un lado el monte humeaba y se cubrí­a de †œestruendos … relámpagos … sonido de la bocina†, etcétera, M. disfrutó de una especial comunicación con Dios. Luego subieron también con él Aarón y sus hijos, así­ como setenta ancianos de Israel †œy vieron al Dios de Israel…. y comieron y bebieron† (Exo 24:9-11). Finalmente M. subió solo †œy entró … en medio de la nube y estuvo … cuarenta dí­as y cuarenta noches† (Exo 24:15-18). Entre las leyes y estatutos que Dios dio a M. estaba la orden de construir el †¢tabernáculo y las vestiduras sacerdotales, cuyos detalles aparecen descritos en éx. 25 al 31.
embargo, al descender del monte, M. encontró el espectáculo de que el pueblo se habí­a dado a la idolatrí­a, construyendo un †¢becerro de oro. Indignado, rompió las piedras que contení­an los Diez Mandamientos, destruyó el í­dolo, e intercedió en favor del pueblo para que Dios no lo consumiera (éx. 32). A pesar de eso, construyó lo que llamó †œel tabernáculo de Reunión† y lo puso fuera del campamento (éx. 35 al 40). †œY hablaba Jehová a M. cara a cara, como habla cualquiera a su compañero† (Exo 33:1-11). Su rostro brillaba intensamente después de esas experiencias. El apóstol †¢Pablo explica que el velo que M. puso sobre su cara cuando ésta le brillaba lo que hací­a era indicar la transitoriedad de aquella gloria (†œ… la cual habí­a de perecer† [2Co 3:7]). Luego M. subió de nuevo al monte, donde tuvo otra experiencia especial con Dios y bajó trayendo dos nuevas tablas de piedra con los Diez Mandamientos.
organización del pueblo fue comenzada en Sinaí­. M. llevó a cabo un censo y puso lí­deres sobre las tribus, indicando el orden en que marcharí­an por el desierto y la forma en que acamparí­an. Las ordenanzas acerca de todos los ritos y sacrificios que se realizaban en la adoración en el †¢tabernáculo vinieron acompañados de una serie de estatutos y leyes que hoy llamarí­amos de carácter religioso, civil, penal, sanitario, etcétera, que representaban una verdadera revolución para la época. A pesar de estos privilegiados hechos, el pueblo continuaba quejándose a cada rato, por distintas razones. Una de ellas fue que †œla gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo† de comer carne. Y se acordaban de †œlos pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos† que comí­an en Egipto, diciendo estar cansados del maná (†œ… pues nada sino este maná ven nuestros ojos† [Num 11:1-6]). M. habló con Dios en un estado casi de desesperación (†œNo puedo yo solo soportar a todo este pueblo† [Num 11:14]). La respuesta fue el enví­o de millones de †¢codornices. Dios también envió su Espí­ritu sobre los principales varones del pueblo, que profetizaron. †¢Josué, que era el ayudante de M. no vio con buenos ojos ese hecho, pero el siervo de Dios le dijo que no debí­a sentir celos (†œOjalá todo el pueblo de Dios fuese profeta† [Num 11:29]). Después de esta crisis vino otra, cuando †œMarí­a y Aarón hablaron contra M. a causa de la mujer cusita que habí­a tomado† (Num 12:1). En realidad, era una lucha por el liderazgo (†œ¿Solamente por M. ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?† [Num 12:2]). Dios castigó a Marí­a con lepra, que sólo sanó por la intercesión de M.
estas alturas, M. envió espí­as a reconocer la tierra. Al regreso, el informe de éstos fue contradictorio. Sólo Josué y †¢Caleb recomendaron que entraran en †¢Canaán, pero los otros diez espí­as decí­an lo contrario. †œEntonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche† (Num 14:1). Por la intercesión de M. Dios perdonó al pueblo, pero decidió no permitir que entraran en Canaán los que habí­an sido incrédulos (†œ… no verán la tierra de la cual juré a sus padres† [Num 14:23]). Otra rebelión se presentó después cuando †¢Coré, †¢Datán y Abiram intentaron desconocer la autoridad de M. y Aarón, y terminó el asunto con un juicio terrible de Dios, en el cual los rebeldes fueron tragados vivos por la tierra (Num 16:1-50).
pesar de todos los precedentes, en otra ocasión el pueblo volvió a quejarse por la falta de agua, esta vez en el desierto de †¢Zin. Dios ordenó a M. que hablara a una peña, pero éste perdió la paciencia y en vez de hablar, lo que hizo fue que †œgolpeó la peña con su vara dos veces† (Num 20:11). Salieron aguas de la peña, pero Dios consideró que M. y Aarón no habí­an obedecido sus instrucciones, por lo cual les dijo que no entrarí­an en la Tierra Prometida. Es triste recordar que la Biblia misma da testimonio de que †œaquel varón M. era muy manso, más que todos los hombres que habí­a sobre la tierra† (Num 12:3). Y, sin embargo, perdió la paciencia y, por ello, un gran privilegio. Otro momento difí­cil fue cuando al rodear la tierra de †¢Edom el pueblo †œse desanimó por el camino†. Dios envió una plaga de †œserpientes ardientes†. Pero ante la intercesión de M. ordenó a éste que hiciera una serpiente de metal. Todo aquel que al ser mordido miraba a la serpiente de metal que estaba sobre un asta, era sanado (Num 21:4-9; Jua 3:14-15).

M. dirigió a su pueblo en diversas luchas contra naciones que se opusieron al avance de Israel. Entre ellos el rey cananeo de †¢Arad (Num 21:1-3), †¢Sehón, rey amorreo, †¢Og, rey de Basán y varios reyes madianitas (Num 21:21-35; Num 31:1-8). Tuvo que hacer frente también a la astucia de †¢Balaam, cuando †œel pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab† (Num 25:1). Un segundo censo fue hecho por M. y †¢Eleazar, hijo de Aarón (Num 26:1-65). M. aceptó el deseo de las tribus de †¢Rubén y †¢Gad para ocupar la Transjordania (Num 32:1-42).
Dios decidió que habí­a llegado la hora para la muerte de Moisés, le dio órdenes a éste para que invistiera a Josué como su sucesor (Num 27:18-23). También dijo a M. que subiese a la cumbre del monte †¢Abarim, para que desde allí­ viera la Tierra Prometida antes de morir (Deu 32:48-52). Tras bendecir al pueblo de Israel, M. murió. Dios mismo buscó un lugar secreto donde enterrarlo (Deu 34:6).
el NT, M. es citado frecuentemente. Los israelitas decí­an que trataban de vivir de acuerdo a †œla ley de M.† Por lo cual son frecuentes las frases †œlo que ordenó M.† o †œlo que mandó M.† (Mat 8:4; Mat 19:7; Mar 1:44; Mar 7:10; Luc 2:22; Jua 8:5). El mismo Señor Jesús expuso en sus sermones el verdadero sentido de lo que M. habí­a enseñado y ordenó que se cumpliera lo dicho por él (Mat 23:2-3), diciendo: †œ… si creyéreis a M., me creerí­as a mí­, porque de mí­ escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?† (Jua 5:46-47). De manera que el Señor traza la pauta de interpretación de todo lo que se expresa en el †¢Pentateuco. Así­ lo repitió cuando, tras resucitar, explicó a los discí­pulos de †¢Emaús, †œcomenzando desde M., y siguiendo por todos los profetas … lo que de él decí­an† (Luc 24:27). El autor de †¢Hebreos hizo una comparación entre el ministerio de M. y el de Cristo, probando que el de este último es muchí­simo mejor (†œPorque de tanto mayor gloria que M. es estimado digno éste…† [Heb 3:3]). De manera especial, el mismo autor enfatiza que las grandes obras realizadas por M. surgieron por causa de su fe (†œPor la fe M….† [Heb 11:23-29]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

[011]
Figura central en la Historia de la Salvación, fue el Legislador de Israel, el que recibió el decálogo en el Sinaí­, después de haber liberado al Pueblo elegido de la esclavitud de Egipto.

Es difí­cil deslindar en la mí­tica figura de Moisés, (el salvado de la aguas, en hebreo: Mo, agua, y useh, salvar), lo que hay de leyenda y lo que pueda haber de historia. Pero al margen de ello, la figura de Moisés fue siempre la referencia central de un pueblo elegido y protegido por Dios para preparar la llegada del Mesí­as. Es el eje del Antiguo Testamento, como legislador por excelencia y como origen y sí­mbolo de la esperanza y de la liberación.

Y fue el elemento de referencia y enlace con el Nuevo Testamento cuando se cumplieron las promesas divinas. Por eso es el nombre más citado en los libros del Nuevo Testamento. El mismo Jesús recordó que El mismo “no vino a destruir la ley de Moisés, sino a darla cumplimiento” (Mt. 5.17),

Las 80 veces que su nombre sale en los textos neotestamentarios, son reflejo de su importancia y guí­a de lo que representa en el mensaje cristiano.

Por eso fue Moisés, receptor de la Ley divina, junto a Elí­as, ideal del profetismo mesiánico, la figura que en el Tabor “hablaba con Jesús” cuando aconteció el signo de la transfiguración del Maestro. (Mc. 9.4)

Lo interesante de esta figura bí­blica primordial es su valor mesiánico. Por eso hay que saber presentarla en todos los planes de educación religiosa en la misma clave en que se presenta en el Nuevo Testamento
– Es un profeta y mucho más que un profeta. “A mi siervo Moisés le hablo cara a cara, porque es el hombre de confianza en la casa, mientras que a los demás profetas me comunico por visiones” (Num. 12.6.8)
– Es un mensajero de Jesús que preparó la venida del Salvador. “Y debe cumplirse todo lo que está escrito acerca de mi en la Ley de Moisés y en los Profetas” (Jn. 1.45 y 5.45; Lc. 24. 44 )
– Jesús vino a completar el mensaje de Moisés, a decir “más que Moisés”. Repetidamente Jesús dijo “Moisés os dijo… Yo son digo más” (Mt. 5. 21-47 y 19.7)

Si la figura de Moisés aparece así­ en el Evangelio, no debe ser entendida como contradictoria. No se debe presentar el Antiguo Testamento, la Ley, como contraria, al Espí­ritu, sino como preparación y camino hacia él. Por eso es tan importante la asimilación del Antiguo Testamento.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Alianza, Antiguo Testamento, hebraí­smo, Israel)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Natural de Egipto, perteneciente a la tribu de Leví­; su madre se llamaba Yokebed (Yahvé es trascendente). Fue salvado de las aguas por la hija del Faraón (Ex 2,10) y educado en la corte egipcia, lo que no fue para él obstáculo para mantener relaciones í­ntimas con los de su pueblo esclavizado. Fue elegido por Dios para ser el gran libertador de su pueblo y luego el gran fundador y legislador de Israel, desde el momento mismo en que Israel entra en la historia como pueblo independiente. La tradición le constituye como el mediador a través del cual Dios da la Ley a su pueblo; como autor, por tanto, del Pentateuco (Mt 22,24; Mc 7,10; 10,3-4; Lc 20,28; Jn 1,17; 7,19.22) Sabemos que Moisés no escribió el Pentateuco, pero lo que sí­ sabemos es que él estableció las leyes fundamentales y las cláusulas de la Alianza, a las que las demás leyes debí­an ajustarse. Durante la marcha por el desierto, Moisés no ejerció nunca el mando militar ni desempeñó las funciones religiosas; fue siempre el gran amigo de Dios (Ex 24,9-18; 33,18-34,9), transmisor al pueblo de la voluntad divina, el personaje más importante de todo el A. T.

El N. T. considera que Moisés prefiguraba a Jesucristo: Moisés es el tipo y Jesucristo el antitipo, con la singularidad de que el antitipo es muy superior al tipo (Mt 17,30; Jn 1,17.45; 6,32; Act 7,35; 13,38).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> éxodo, alianza, ley, Yahvé). En el comienzo de la tradición bí­blica hallamos la figura de Moisés, fundador de Israel, hombre del Exodo y la Alianza. Moisés ha sido y sigue siendo la personificación del judaismo y aparece, junto a Jesús y Mahoma, como uno de los hombres clave de la religión y cultura de Occidente.

(1) Moisés de la historia y de la fe. Históricamente no es mucho lo que sabemos de él, de manera que algunos incluso han dudado de su existencia, diciendo que no es más que un sí­mbolo creado por la fe de los israelitas, para condensar en un personaje los rasgos básicos del comienzo de la historia nacional: salida de Egipto, proclamación de la Ley, paso a través del desierto… En contra de eso, parece que no hay duda razonable de su existencia y de su aportación al nacimiento de Israel: todo nos permite suponer que era un hebreo de origen egipcio que tuvo una labor importante en el proceso de salida de algunos hebreos de Egipto, en el siglo XIII-XI a.C. La tradición israelita le recuerda como vidente: ha descubierto a Dios en la montaña (Sinaí­) y ha escuchado su nombre (Ex 3-4). Lc ve como caudillo que organiza la marcha de los liberados, iniciando así­ la historia de la nueva humanidad (Ex 5-18). También es legislador: establece la norma de vida de su pueblo, concretada en leyes por siempre valiosas; por eso, toda la ley posterior de Israel viene a entenderse como Ley de Moisés, transmitida por la Escritura (Pentateuco) o por la tradición oral (Ex 19-34). También es sacerdote, iniciador de la liturgia y fundador del culto sagrado (cf. Ex 35-40; Lv), aunque después lo ejerza en concreto su “hermano” Aarón*. Es hagiógrafo, escritor del Pentateuco. Sabemos por análisis cientí­fico que los libros del Pentateuco son posteriores a Moisés, pero de un modo simbólico se los podemos atribuir, presentándole como inspirador la Biblia israelita.

(2) Principio: el liberado de las aguas. La historia bí­blica de Moisés es una historia de fe. Por eso, ella no puede entenderse en sentido literal, sino como expresión y signo de valores religiosos. Seguimos por tanto ante un “Moisés de la fe” (no ante un Moisés de la historia), ante una figura paradigmática, cuyo nacimiento ha sido ya ejemplar, como son los nacimientos de los héroes religiosos. Estrictamente hablando, no deberí­a haber nacido (pues el Faraón habí­a decretado la muerte de los niños hebreos varones). Pero el sistema también falla y nunca logra controlar del todo el mundo de la vida, como recuerda la acción de las buenas comadronas (Ex 1,15-21), que, en contra de la mala ley egipcia, ayudaban a nacer a los niños hebreos. El Faraón insiste y busca otra manera de matar a los hebreos: “A todo niño que nazca le echaréis al Nilo, pero a las niñas las dejaréis con vida” (Ex 1,22). El rí­o de Egipto, que debí­a ser fuente de vida, se convierte por ley económico-social en ciénaga de muerte para los hebreos. Pero el sistema sigue teniendo fallos y la Biblia nos dice que una mujer de la tribu israelita de Leví­ “concibió y dio a luz un hijo. Y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo ya por más tiempo, tomó una cesta de papiro y la calafateó con betún; metió en ella al niño y lo puso entre juncos, a la orilla del rí­o”, mientras Marí­a, hermana mayor de Moisés, vigilaba junto al rí­o (Ex 2,13). Las aguas fueron favorables y llevaron al niño al lugar donde se bañaba la hija del Faraón, que lo vio balancearse y lo adoptó como hijo propio, confiando su cuidado a una nodriza hebrea (precisamente a la madre del niño), de manera que pudo llamarse Moisés, nombre egipcio que en hebreo podrí­a significar “de las aguas lo he sacado”.

(3) Las tres mujeres del comienzo. El libertador nació del Nilo, uniendo así­ la herencia hebrea con la cultura de Egipto. Lc amamantó su nodriza hebrea (madre carnal) y le educó la madre adoptiva (hija del Faraón), y así­ fue hombre de dos mundos (hebreo y egipcio), pudiendo emplear las posibilidades del sistema (Egipto) para liberar a los excluidos del sistema (hebreos), creando con ellos un pueblo nuevo de liberados. En este contexto podemos recordar a las tres mujeres del principio de su historia, (a) La madre hebrea era ante todo una creyente: puso en manos de Dios la vida del niño y luego lo alimentó, para entregarlo a la hija del Faraón. Ella se arriesgó, manteniendo vivo y oculto al niño, en contra de la ley del Faraón, poniendo la experiencia y gracia de la maternidad y de la vida por encima de las leyes. De esa forma, en el principio de toda libertad está la madre, (b) La hermana (Marí­a*) fue la primera salvadora de Moisés: vigiló su lugar entre las aguas, para ser luego mediadora entre la madre hebrea y la egipcia. Ella es la figura de la mujer hermana, que sabe mantenerse en el lugar del riesgo y así­ arriesga su vida por la vida del hermano. La tradición la identifica con Marí­a, compañera posterior de Moisés, la primera profetisa de la liberación (cf. Ex 15). (c) La hija del Faraón pertenece al mundo de los dominadores. Sin embargo, como mujer, ella se apiada del niño abandonado y, por eso, lo acoge como propio, poniendo las leyes divinas de la vida por encima de la ley polí­tica del padre. Ella representa el lado débil del sistema: va en contra de la ley de su padre y, escuchando la voz de su corazón (como una Antí­gona de Egipto), adopta al niño y lo educa como propio. Descubrimos así­ que, a pesar de todos sus esfuerzos, el Faraón no ha conseguido imponer su ley de muerte sobre el reino. Dentro de su misma casa y sangre halla mujeres que desobedecen, aunque para ello deban actuar de forma oculta o escondida. Estas mujeres reflejan el sentido primigenio de lo humano y superan las leyes opresoras del sistema.

(4) Violento y fugitivo. Educado por la hija de Faraón, Moisés podí­a haberse olvidado de los suyos, pero no lo ha hecho. Lleva en su sangre el recuerdo de los hebreos y así­ actúa: “En aquellos dí­as, cuando Moisés ya fue mayor, salió a visitar a sus hermanos y comprobó sus penosos trabajos. Vio también cómo un capataz egipcio golpeaba a un hebreo, a uno de sus hermanos. Miró a uno y otro lado y, no viendo a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena” (Ex 2,11-12). Ha visto la opresión y responde con violencia, matando al opresor, como si quisiera iniciar una guerra de liberación, contra todos los opresores del entorno. “Salió Moisés al dí­a siguiente y vio a dos hebreos que se enfrentaban entre sí­ y reñí­an. Y dijo al culpable: ¿Por qué riñes a tu hermano? Este respondió: ¿Quién te ha hecho jefe y juez sobre nosotros? ¿Acaso quieres matarme como mataste al egipcio?” (Ex 2,13-14). Moisés ha salido por segunda vez para ver y oí­r, para aprender y actuar, llevando en su entraña el doble impulso del hebreo solidario (hermano de los oprimidos) y del egipcio fuerte (hombre de violencia). Cuando mató al egipcio, sus hermanos (los hebreos) no le criticaron, pero le critican y rechazan cuando quiere hacer de mediador entre ellos. De esa manera descubre Moisés el riesgo y contaminación de la violencia, dentro de un sistema donde todos son violentos, a partir del Faraón que lo preside. Inserto en esa trama, Moisés ha matado a un egipcio, servidor del Faraón, y tiene que escapar de Egipto porque tiene miedo: “Moisés, lleno de temor, se dijo: la cosa ciertamente se sabe. Y ciertamente, supo el Faraón lo sucedido y buscaba a Moisés para matarle. Pero él huyó de la presencia del Faraón y se fue a vivir al paí­s de Madián” (cf. Ex 2,14-15). Así­ escapa el libertador violento derrotado, conforme a un modelo que se repite en muchas revoluciones, (a) Huye como fracasado, después de sus dos primeras salidas, sin haber podido ayudar a sus hermanos cautivados; pero huye sabiendo algo nuevo: no se puede liberar a los hebreos matando a los egipcios, pues los egipcios resultan en este nivel muy superiores (tienen un ejército más grande), (b) Huye como perseguido, porque el Faraón quiere matarle. El poder del imperio es inflexible; nadie puede vencerle utilizando sus armas de violencia. Para poder vivir, Moisés ha de escapar, buscando un lugar protegido, fuera del espacio controlado por el imperio, donde deja a su madre adoptiva, (c) Moisés huye, en fin, como buscador de nuevos caminos. Ciertamente escapa: no puede enfrentarse con la fuerza brutal del Faraón, ni puede superar el rechazo de sus hermanos, hebreos oprimidos; pero Dios le está esperando.

(5) Hombre de Dios, liberador y legislador. Huye de Egipto y se refugia en Madián, entre los pastores seminómadas, que le acogen en su grupo (Ex 2,11-25), y allí­ descubre a Dios en la montaña, como fuego ardiente, recibiendo la revelación de su nombre (Yahvé*); ha conversado con él a rostro descubierto y asume la misión de liberar a los hebreos (Ex 3-4). De esa forma se convierte en un hombre de acción: no queda en la montaña, para mantenerse en diálogo de intimidad con Dios, sino que desciende y se introduce en el horno de opresión de Egipto, iniciando desde la gran Cárcel del Faraón un camino de libertad para los hebreos oprimidos (Ex 5-18). Moisés interpreta el conocimiento y la ley de Dios (que ha mirado el sufrimiento de su pueblo) de una forma creadora y así­ viene a presentarse como portador de una tarea múltiple de Dios entre los hombres. El ha sido el liberador de los hebreos (éxodo*), pero, al mismo tiempo, ha sido su legislador: ha trazado para siempre la verdad para el judaismo (Ley*, alianza*, mandamientos*). Los judí­os han puesto la Ley de Moisés (entendida de algún modo co mo profecí­a) en el principio de todas las manifestaciones de Dios. Los profetas posteriores (Isaí­as y Jeremí­as, Ezequiel y hasta Daniel…) han venido para confirmar esa Ley nacional de Moisés, en el Sinaí­, válida por siempre. En algún sentido se puede afirmar que para los judí­os la historia se ha parado (ha culminado) en Moisés: lo que viene después confirma lo anterior, pues Dios lo ha dicho todo al revelar su Nombre (Yahvé) desde el fuego de la zarza ardiente, al manifestar a Moisés su Nombre y su Verdad (¡Soy el que Soy!) y pedirle que libere al pueblo hebreo cautivado (Ex 3,14). En ese sentido podemos añadir que Moisés ha sido el fundador del judaismo, como muestra la historia del éxodo que aquí­ no presentamos.

(6) Muerte prematura. Tres interpretaciones. Moisés liberador no ha conseguido llegar a la meta: ha muerto antes de introducir al pueblo en la tierra prometida. El texto explica este dato aludiendo a un tipo de pecado, que impidió que Moisés y los hombres de su generación entraran en la tierra (cf. Dt 32,49-52). Hay otra razón más general: los libertadores mueren ordinariamente sin lograr la meta. “Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, frente a Jericó. Y Yahvé le fue mostrando desde allí­ toda la tierra prometida… Y después le dijo: ésta es la tierra que prometí­ a vuestros padres. Te dejo verla con tus ojos, pero no pasarás a ella. Allí­ murió Moisés, siervo de Yahvé, en el paí­s de Moab… Lc enterraron en el valle, en tierra de Moab. Pero nadie hasta hoy ha conocido su tumba” (Dt 34,1-6). Nadie ha podido venerar su memoria en un sepulcro, pues su memoria verdadera está en el Libro de la Ley que él ha transmitido al pueblo. Así­ decimos que el recuerdo de Moisés no es un sepulcro (como tampoco habrá recuerdo de Jesús de Nazaret en un sepulcro). La religión de Israel no es un culto funerario, sino esperanza y tarea de libertad por encima de los sistemas de opresión. Desde ahí­ se pueden trazar tres lí­neas de interpretación, (a) Los judí­os afirman que la herencia de Moisés es un Camino de Presencia liberadora: la Ley que él promulgó, de parte de Dios, para conducir a los hebreos, esclavos del sistema, hacia la tierra prometida. En un sentido, el sucesor de Moisés ha sido Josué (= Jesús), con quistador de Palestina (cf. Dt 34,9; Jos 1-2). Pero, en otro sentido, el verdadero Josué-Salvador aún no ha llegado y por eso los judí­os se mantienen siempre en éxodo, separados y amenazados, pero manteniendo ante los nuevos faraones la protesta de sus gritos y el testimonio de su opción de libertad, que quieren ofrecer un dí­a a todos los hombres. En tiempos de crisis, tras la desintegración de la identidad nacional sagrada (finales del siglo I, principios del II d.C.), los judí­os rabí­nicos dejaron otros elementos de su historia y volvieron al Moisés de la Ley, que ellos fueron recopilando de forma meticulosa y ejemplar, para recogerla en la Misná y el Talmud, creando de esa forma el judaismo rabí­nico (federación* de sinagogas) que sigue existiendo, (b) Los cristianos suponen que el auténtico heredero de Moisés es Josué-Cristo (cf. Heb 1,1-3) y añaden que él murió por su fidelidad a Dios y por su opción liberadora, no por sus pecados (que no los ha tenido, a diferencia de lo que se dice de Moisés). Ha muerto porque le han matado los que no aceptaban su tarea sanadora a favor de los nuevos hebreos (impuros, enfermos, oprimidos). Se ha mantenido hasta el fin, sobre el monte de la Cruz, no en el Nebo de Moab, y sus fieles conocen su sepulcro pero saben que está vací­o (cf. Mc 16,18). No ha dejado una Ley y un pueblo separado; se ha dejado a sí­ mismo para todos los que quieran aceptar su mensaje y tarea de Reino. En base a esto, algunos han podido pensar que las leyes de Moisés eran secundarias, diciendo que tras ellas ha venido la gracia y la verdad de Jesucristo, el auténtico Moisés (cf. Jn 1,17). Pero otros cristianos afirman que sólo ellos conocen al verdadero Moisés, que puede quitarse ya el velo, a fin de que todos puedan contemplar a Dios de un modo directo (cf. 2 Cor 3,13-15). Más aún, desde la experiencia pascual de Jesús, los cristianos han podido recuperar algunos de los rasgos básicos de la historia y figura de Moisés, relacionados con el Exodo, (c) Los musulmanes afirman que la historia de Moisés profeta ha culminado en Mahoma de forma que el Exodo se vuelve Hégira. Pero, en contra de Moisés, Mahoma no salió de La Meca (de Egipto) para siempre, sino para retornar y transformar el mismo sistema de opresión en pueblo de fieles liberados.

Cf. M. BUBER, Moisés, Lumen, Buenos Aires 1994; A. CHOURAQUI, Moisés, Herder, Barcelona 1997; A. NEHER, Moisés y la vocación judí­a, Villagray, Madrid 1963; X. PIKAZA, Monoteí­smo y globalización. Moisés, Jesils, Muhammad, Verbo Divino, Estella 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: I. El nombre. II. Las fuentes. III. La vida: 1. En Egipto; 2. En Madián; 3. Las plagas y la pascua; 4. El camino del desierto; 5. Intercesor; 6. Mediador de la “tórah”; 7. La estancia en Cades; 8. En las estepas de Moab; 9. La muerte; 10. Redactor del Pentateuco. IV. En el Nuevo Testamento.

I. EL NOMBRE. El nombre de Moisés, lo mismo que el de otros exponentes de la tribu de Leví­ (cf, p.ej., Merarí­: Gén 46:11; Exo 6:16; Jofní­ y Fineés: 1Sa 1:3; Exo 6:25; Núm 25:7), es de origen egipcio. El hebreo Moseh se considera como la trasliteración de la palabra egipcia mesu: “ha nacido…”, “hijo” (de la raí­z msy, dar a luz), que aparece en algunos nombres faraones, como Tutmosis, Ramsés, Amosis. Moisés serí­a entonces un fragmento del nombre original, muy probablemente con la caí­da de la parte que indicaba un nombre de alguna antigua divinidad egipcia (p.ej., Thot o Ra).

Por su parte, la etimologí­a popular propuesta por el libro del Ex (2,10) hace derivar el nombre de la raí­z hebrea msh, sacar. La hija del faraón “le puso el nombre de Moisés, diciendo: `Lo he sacado de las aguas”‘. La forma pasiva de este verbo bastante raro (en la Biblia sólo aparece otra vez: 2Sa 22:17 =2Sa 18:17) es, sin embargo, mas uy, no moseh, que es participio activo: “uno que saca fuera”. Precisamente en esta ambigüedad de forma se ha leí­do la misión peculiar de Moisés: “uno que saca fuera de las aguas a Israel, liberándolo” (M. Buber, Mosé, 31; cf Midras ha-gadol 2,14). No es casual que este nombre en la Escritura se reserve sólo a él (para algunas abreviaciones particulares, / Lectura judí­a de la Biblia VIII).

II. LAS FUENTES. Lo que se ha dicho de su nombre y de su condición de cruce de un fondo egipcio y del recuerdo de ciertos episodios y significados conservados sólo en el pueblo de Israel, representa una muestra significativa del problema de las fuentes. Como ocurrirá también en gran parte con Jesús y con Mahoma, las fuentes de nuestro conocimiento sobre Moisés están todas ellas dentro de la tradición que él preside. Debido a esto, en cada uno de los detalles de la figura de Moisés están indisolublemente presentes el hombre y el pueblo, Moisés y quienes conservaron su recuerdo interpretando su figura y su misión. Las investigaciones arqueológicas, los descubrimientos antiguos, el estudio de la literatura del antiguo Oriente ayudan a colocar mejor los sucesos que nos narra la Biblia, pero nada de todo esto se presenta como fuente directa. No existen inscripciones palestinas en piedra, ni tablillas cuneiformes, ni textos egipcios sobre piedra o sobre papiro que mencionen a Moisés.

Por eso mismo la reconstrucción de su figura depende casi exclusivamente de las fuentes que se conservan -a lo largo de siglos de transmisión oral y de complejos procesos redaccionales- en los libros del / Pentateuco. Sin embargo, ni siquiera estos últimos, por su estilo y su género literario, ofrecen a este propósito un cuadro homogéneo. Las referencias bí­blicas fuera del Pentateuco no son numerosas (cf, p.ej., Sal 105 y 106; Jer 15:1; Miq 6:4; Neh 9:14; Sir 45:1-5; etc.) y están de ordinario desprovistas de una importancia interpretativa particular (si se excluye la interpretación tan problemática de E. Sellin, 1922, a Ose 12:15; Ose 13:1-2, según la cual estos pasajes aludirí­an a la muerte violenta de Moisés, ocurrida en medio de una revuelta, tesis que divulgó más tarde Freud).

Las otras fuentes no bí­blicas, tanto helenistas como palestinas, son muy tardí­as y siempre dependientes del texto del Pentateuco. La naturaleza de las fuentes, sin embargo, no debe inducirnos a considerar como dudosa la existencia histórica de Moisés; lo cierto es que sin ella toda la historia hebrea (y cristiana) posterior resultarí­a casi incomprensible. Más aún, en un sentido muy distinto del original hay que repetir con Freud que “fue Moisés el que creó al hebreo” (Opere, vol. 11, 332). Además, a los que sostienen que a menudo las páginas del Pentateuco hablan el lenguaje de la “saga” se les puede replicar que “la saga y la historiografí­a parten del mismo punto: lo sucedido” (M. Buber, Mosé, 8) [1 Mito].

III. LA VIDA. 1. EN EGIPTO. Las peripecias de la vida de Moisés y el consiguiente éxodo de Egipto suelen situarse hoy en la primera mitad del siglo xnI a.C., pero existen también hipótesis que tienden a desplazarlas a la segunda mitad, mientras que otras, menos frecuentes y fiables, tienden a retrasarlas: basándonos en I Apo 6:1, deberí­amos incluso colocarlas en la segunda mitad del siglo xv.

A menudo, la simpatí­a inicial de que gozaban los hebreos en la corte egipcia se relaciona con el predominio de los hicsos, que formaron la XV y la XVI dinastí­a, y el empeoramiento sucesivo de la situación (cf Exo 1:8-11) con la reacción en contra de ellos por parte de los faraones de la XVII dinastí­a. Las poblaciones de origen semita, especialmente cuando el control egipcio se extendió a la tierra de Canaán (dinastí­as XVIII y XIX), eran utilizadas para realizar trabajos pesados y en parte como funcionarios (escribas) destinados a mantener el contacto con las provincias que se extendí­an por las tierras de Canaán (todo esto encaja bien en lo que se nos dice en ,10).

Moisés, según la genealogí­a que se nos ha conservado en Exo 6:20, atribuida a P, tuvo por padre a Amrá y por, madre a Yakébet (tí­a del padre: Exo 6:20; Núm 26:59 : género de matrimonio que prohibirá la tórah: cf Lev 18:13) y nació en la época en que un decreto real (del que no existen testimonios extrabí­blicos) prescribí­a la muerte de los varones hebreos recién nacidos. Para librarlo de la muerte lo pusieron en una cesta dejada sobre las aguas, en donde luego fue encontrado y salvado por la hija del faraón (Exo 2:3-10). El relato tiene un gran parecido con la leyenda que se ha conservado a propósito de Sargón de Akad (a mitad del tercer milenio), cuya historia se ha descubierto, junto con otros hallazgos arqueológicos, en Tell el Amarna, lugar de las ruinas de Akhetaton, ciudad real del faraón Amenofis IV (siglo xiv).

Se puede proponer la hipótesis de que Moisés recibió la educación egipcia propia de los escribas (un pasaje del NT dice que “fue instruido en todo el saber de los egipcios”: Heb 7:22). “Ya mayor, fue adonde estaban sus hermanos” (Exo 2:11), descubriendo así­ el yugo que pesaba sobre los hebreos, experiencia decisiva a la que podrí­an aplicarse (también aquí­ en sentido distinto del original) aquellas palabras freudianas: “La vida heroica del hombre Moisés comenzó cuando bajó de las alturas en donde se encontraba y se rebajó hasta los hijos de Israel” (o.c., 344). Vengó los malos tratos de un hermano israelita matando a un egipcio, y por ello se vio obligado a huir a Madián (Exo 2:12-15).

2. EN MADIíN. La tierra de Madián se localiza hoy con toda certeza en la costa oriental del golfo de Aqaba; estaba habitada por una población que se enumera en Gén 25:2-4 y en 1Cr 1:32 como descendientes de Abrahán a través de Queturá, mientras que en Gén 37:28-36 figuran como descendientes de Ismael. En Madián Moisés se casa con Séfora, hija del sacerdote Ragüel (“Dios es pastor”: Exo 2:18; Núm 19:29, atribuido a J), llamado en otro sitio Jetró (“excelencia”: Exo 3:1; Exo 4:18; Exo 18:1-12, atribuido a E); de ella tuvo dos hijos: Guersón (derivado de ger, extranjero, huésped: Exo 2:22; Exo 18:3) y Eliezer (“mi Dios es ayuda”: Exo 18:4). A veces se ha querido ver cierta analogí­a entre este episodio y lo que se narra a propósito de Sinué, noble egipcio que vivió unos siglos antes, también fugitivo de su patria y esposo de una hija de un jefe de tribu de la región de Qedem, en Siria.

Según Exo 18:1-12, Jetró conocí­a y bendecí­a el nombre del Señor (Yhwh); incluso se ha avanzado la hipótesis de que los israelitas recibieron la fe en Yhwh de los madianitas (cf DTAT I, 610); pero también existe la hipótesis según la cual los madianitas conservaban la antigua fe de Abrahán. Mientras apacentaba el rebaño de Jetró junto al monte de Dios (Exo 3:1), Moisés recibió la revelación de la zarza, donde el Señor se le presentó como Dios de su padre y como Dios de Abrahán, Isaac y Jacob (Exo 3:6; Exo 15:16); en calidad de tal, le reveló su propio nombre (‘ehyeh áser ‘ehyeh: “Yo soy el que soy”: Exo 3:14; pero el verbo “ser” hay que liberarlo de una concepción estática -como lo indica el término ho ón en Exo 3:14, LXX- para darle el sentido de una actividad dinámica); y también en calidad de tal, el Señor envió a Moisés a liberar a su pueblo. Por lo demás, el mismo nombre de la madre de Moisés (Yakébet, “el Señor es grandioso”) es teóforo, y podrí­a entonces añadirse también que el Señor -por así­ decirlo- es el Dios “de su madre”. Por otra parte, la tradición veterotestamentaria (a excepción de Gén 4:26) relaciona el nombre de Yhwh con Moisés y con el Sinaí­; en efecto, el Señor se habí­a aparecido a los patriarcas, pero no les habí­a dado a conocer su propio nombre (Exo 6:3).

La llamada de Moisés, a pesar de que tiene analogí­as con otros modelos bí­blicos de vocación, resulta bastante original. Moisés no sólo se declara, como hará luego Jeremí­as (Jer 1:4-10), inepto para su misión (Exo 3:11), y pide signos (Exo 4:1-9), como hará también Gedeón (Jue 6:11-23.36-40), sino que es el único que logra imponer una condición a Dios mismo: la asistencia de su hermano Aarón (Exo 4:10-16; cf el contraste con Jer 1:9). Después de la llamada, Moisés toma a su mujer y a sus hijos y vuelve a la tierra de Egipto (Exo 4:19). Durante el viaje tiene lugar el oscuro episodio (parecido a la lucha de Jacob-Israel con Dios en el vado del Yaboc: Gén 32:25-32) en que el Señor alcanza a Moisés e intenta darle muerte; Moisés, sin embargo, se libró en virtud de la circuncisión del hijo realizada por su madre, Séfora (Exo 4:25-26).

3. LAS PLAGAS Y LA PASCUA. La narración bí­blica hace morir al faraón de la opresión (según la opinión más difundida en otros tiempos se tratarí­a de Ramsés II; hoy -cf, p.ej., H. Cazelles, En busca de Moisés, 68- se tiende a ver en él a su antecesor Seti) durante la estancia de Moisés enMadián (Exo 2:23; Exo 4:19). Moisés y Aarón, presentándose al nuevo faraón (Ramsés II o Merneptah), piden permiso para ir a ofrecer un sacrificio en honor del Señor a tres dí­as de camino en el desierto (Exo 5:3; Exo 8:23; tal como lo habí­a hecho Abrahán: Gén 22:4); el faraón rechaza esta petición y agrava la condición de los hebreos (Exo 5:4-18).

La negativa por parte del faraón, cuyo corazón habí­a endurecido el Señor (Exo 7:3), provoca el desencadenamiento de las diez plagas (,10 y Exo 12:29-34), a las que incluso los crí­ticos menos radicales niegan una fiabilidad histórica. En la narración de la última “plaga”, la muerte de los primogénitos, se inserta la institución de la pascua y de la fiesta de los ácimos (Exo 12:1-28.43-51; Exo 13:3-10), presentada como memorial (zikkaróm: Exo 12:14) de la liberación de Egipto (cf Exo 13:3). Con la celebración de la / pascua comienza el episodio del t éxodo. El pueblo parte de Sucot, pero en vez de seguir el camino de los filisteos (es decir, la ví­a costera que lleva a Gaza) emprende el camino más áspero del desierto (Exo 13:17-18; Núm 33:5-8).

Ante el peligro que representaba la persecución del ejército egipcio, Moisés extendiendo la mano abre el mar para los hijos de Israel, y extendiendo igualmente la mano lo cierra para los egipcios; pero en aquella mano es el Señor el que actúa: “Así­ salvó el Señor aquel dí­a a Israel de mano de los egipcios” (Exo 14:30). Es el Señor, y sólo él, el protagonista del gran cántico de victoria gue nos ha conservado el libro del Ex (15,2-21; de fecha incierta, se oscila entre los siglos xIl y v a.C.), cántico que en la tradición hebrea posbí­blica tiene una especie de correspondencia en la Haggadah de pascua (el texto litúrgico de la cena pascual), en donde no se menciona a Moisés ni una sola vez: el verdadero liberador es siempre el Señor.

4. EL CAMINO DEL DESIERTO. A partir de entonces comienza el largo camino de cuarenta años del pueblo por el desierto, camino guiado por la columna de nube durante el dí­a y la columna de fuego por la noche (cf, p.ej., Exo 13:21-22; Exo 40:36-38; Núm 9:17-23; Deu 1:33), y sostenido por el maná que acompañó al pueblo hasta que llegó a la tierra de Canaán (Exo 16:35; Jos 5:12) y por la fuente que manó de la roca (Exo 17:4-7; Núm 20:7-11), roca que la tradición rabí­nica considera móvil (cf, p.ej., Tanh, ed. Buber,Núm 4:127), interpretación que también conoce san Pablo (cf 1Co 10:1-4).

El maná es presentado como “pan del cielo” (Exo 16:4; Sal 78:24), que descendí­a todos los dí­as (excepto el sábado, por lo que el dí­a anterior habí­a que recoger una ración doble), para que el pueblo aprendiera a fiarse del Señor: “Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores; para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Deu 8:3; Mat 4:4; Luc 4:4). Según el evangelio de Jn, Jesús ante la petición de repetir el signo antiguo haciendo bajar “pan del cielo” (una tradición rabí­nica afirmaba, a través de una referencia al Sal 72:16, que también el mesí­as harí­a bajar el maná: cf Qo Rab. 1,28 a 1,9), se declara él mismo “pan del cielo” y “pan de vida” (Jua 6:26-51).

El aspecto fí­sico del maná se describe como parecido “a la milla del cilandro, blanco, y su sabor como torta de miel” (Exo 16:31; cf Núm 11:7; pero hay quienes consideran distintos los dos tipos de maná descritos en los pasajes bí­blicos señalados). En cierto momento, el pueblo se quejó de su inconsistencia, y fue castigado con la aparición de serpientes venenosas (Núm 21:5-6). Con el mismo nombre (árabe, mann; egipcio, mennu) se indica una especie de resina que durante dos meses destila de la tamarix mannifera. El pasaje de Ex 16,15 -según el cual los hijos de Israel, al ver sobre el terreno aquella especie de escarcha, dijeron: “Man hú, “-mejor que traducirlo por “¿Qué es eso?” (atribuyéndole así­ el valor de etimologí­a de la palabra “maná”), parece ser que hay que entenderlo del modo siguiente: los hebreos, que ya en Egipto conocí­an el maná natural, al ver en el terreno algo parecido, exclamaron: “¡Pero esto es maná!”, o “¿Será quizá maná?” (en efecto, en hebreo no se atestigua en ningún otro sitio que man signifique “¿Qué cosa es?” (cf F. Zorell, Lexicon graecum Novi Testamenti, Roma 1978, 795-796).

5. INTERCESOR. Adentrándose en el desierto, Israel choca con Amalec en Rafidí­n; esta tribu nómada se menciona por primera vez en Gén 14:7, y de ella no tenemos testimonios extrabí­blicos (Exo 17:8-15; cf Deu 25:17-19). Moisés, que en la Escritura no aparece nunca como caudillo militar, deja en Rafidí­n a Josué el mando de las operaciones bélicas y, acompañado de Aarón y Jur, sube a una colina: sólo cuando levantaba las manos prevalecí­a Israel (Exo 17:11). En otra ocasión, cuando en Jormá el pueblo quiso pelear con los amalecitas contra el parecer de Moisés, la batalla fue un fracaso (Núm 14:45). Aunque en el pasaje relativo a la batalla de Rafidí­n no aparece nunca el verbo tí­pico para indicar el acto de intercesión (se trata de la forma hitpael, del verbo de raí­z pll), la función desempeñada por Moisés es análoga a la que efectuó en otros pasajes en los que aparece el verbo indicado, como cuando Moisés intercedió para librar al pueblo del fuego encendido por la cólera divina (Núm 11:1-2) o de las serpientes venenosas (Núm 21:4-9). Pero la intercesión más alta se dio en el caso de la culpa más grave: el “becerro de oro” (Exo 32:11-14.30-32; Deu 9:12-20) cuando, según una tradición rabí­nica basada en Exo 32:32, Moisés llegó a ofrecer su propia vida a cambio de la del pueblo (cf Talm. B. Ber. 32a). Moisés intercedió también en favor de su hermano Aarón (Deu 9:20; en esta misma perí­copa se recuerdan otros actos de intercesión en favor del pueblo rebelde: Deu 8:22-26) y de su hermana Marí­a, que habí­a sido castigada con la lepra por haber hablado contra él (Núm 12:1-16).

La función de intercesor propia de Moisés va estrechamente unida a dos de los rasgos más caracterí­sticos de su figura: su intimidad con Dios (cf Exo 20:21; Exo 24:18; Exo 32:18-19; Exo 34:9; Núm 12:8; Deu 34:10), que llega hasta transformar la teofaní­a en un diálogo: “Moisés hablaba y Dios le respondí­a con el trueno” (Exo 19:9), y su humildad, que llega hasta no sentir ninguna envidia por el don profético de los demás (Núm 11:25-29), porque “Moisés era humilde, el hombre más humilde ,(`anaw, griego de los LXX prays, como en Zac 9:9 y Mat 11:29) del mundo” (Núm 12:3). A Moisés no se le puede describir plenamente como profeta (nabi ; con este nombre se le designa en Ose 12:14; cf también Deu 18:15), ya que su relación con el Señor fue mucho más estrecha que la de cualquier otro profeta (Deu 34:10). Tampoco es un sacerdote (kohen), aun cuando a veces ejerza funciones sacerdotales (Exo 24:6; Lev 8:6-20) y sea designado como tal en el Sal 99:6 (pero nunca en el Pentateuco).

Moisés es un hombre capaz de lamentarse y hasta de desearse la muerte por el peso de tener que cargar él solo con todo un pueblo (Núm 11:14-15; cf Exo 18:18); pero sigue siendo el siervo (ebed) más fiel del Señor (Núm 12:7) y el único mediador del acontecimiento único e irrepetible que insertó para siempre al pueblo en la economí­a de la revelación (cf Deu 6:14).

6. MEDIADOR DE LA “Tí“RAH”. La liberacón de Egipto y el Dios que revela su propia tórah en el Sinaí­ son dos momentos de un único proceso (cf Exo 20:2; Deu 5:6), y en ambas circunstancias el mediador único entre Dios y el pueblo es el hombre Moisés. A pesar de que no existe un término hebreo para indicar mediador/mediación, esta dimensión es fundamental en Israel, y Moisés representa el prototipo y el fundamento de todos los sucesivos mediadores.

A los tres meses de la salida de Egipto, una vez llegados los hijos de Israel al desierto del Sinaí­, el Señor les dijo por boca de Moisés: “Habéis visto cómo he tratado a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traí­do hasta mí­. Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza (berit), vosotros seréis mi especial propiedad (segullah) entre todos los pueblos, porque mí­a es toda la tierra; vosotros seréis un reino de sacerdotes, un pueblo santo” (Exo 19:4-6). Al lado de este momento fundamental se sitúan las otras etapas decisivas: la promulgación del / decálogo (Exo 20:1-17; Deu 5:6-21) y del llamado código de la alianza (Exo 20:22-23, 19), la estipulación de la alianza mediante la sangre sacrificial y la lectura del libro del pacto (Exo 24:3-8, atribuido a E, mientras que Exo 24:1-2.9-11 se atribuye a J) y la construcción del arca de la I alianza Carón ha-berit). A menudo se ha querido ver una analogí­a entre la sucesión de estos momentos y los tratados de vasallaje del antiguo Oriente; pero mucho más importante que esto es comprender que son precisamente estos actos los que constituyen a Moisés en “el maestro de un pueblo”, ya que “si en Abrahán se prefigura la comunión de los pueblos, en Moisés se lleva a cabo la irreductible vocación del pueblo judí­o” (A. Neher, Mosé, 17).

7. LA ESTANCIA EN CADES. El otro lugar fundamental del éxodo, además del Sinaí­, es Cades (identificado con el actual oasis de `Ain Qederait, en el Negueb), adonde llegó Israel (guiado por los madianitas: Núm 10:29-32) a través del paso por el desierto de Farán; viaje caracterizado por las quejas del pueblo por el maná, por la constitución del consejo de ancianos, por la llegada de las codornices, por las protestas de Marí­a y de Aarón (cf Núm 10:11-12, 16). Antes del asentamiento en Cades son enviados algunos exploradores a la tierra de Canaán. Volvieron con informes distintos: Josué y Caleb presentaron la entrada en Canaán como posible; otros declararon que eran demasiado fuertes los pueblos que lo habitaban; su desconfianza fue castigada con la prolongación durante cuarenta años de la estancia en el desierto; un intento posterior de penetrar en Canaán por el sur fue rechazado (derrota de Jormá: Núm 13). Todo lo que se narra en Núm 10:11-14, 45 guarda mucho parecido con ,27, aunque ambientado antes de la llegada al Sinaí­.

La estancia en Cades fue, según la tradición, muy larga (según Deu 2:14 fue de treinta y ocho años). A pesar de la opinión en contra de algunos autores y de la notable variedad en este punto de las tradiciones del Pentateuco [/ Pentateuco II-V], parece difí­cil privar a esta estancia de fiabilidad histórica. La narración bí­blica coloca en este contexto (Núm 16) la rebelión de Coré y la de Datán y Abirán. El capí­tulo está reelaborado, y pueden verse en él dos tradiciones diversas: una tardí­a (P), que habla de la revuelta del levita Coré contra la hegemoní­a sacerdotal de Aarón (Núm 16:3; los crí­ticos le atribuyen muy poco o quizá ningún valor histórico), y otra (atribuida en su mayorí­a a E) que habla de Datán y de su hermano Abirán, de su oposición al papel de guí­a de Moisés y de su negativa a seguirle en tierra de Canaán (Núm 16:13-14). A la revuelta de Datán y Abirán se alude (sin mencionar la de Coré) en Deu 11:6 y Sal 106:7.

Según la narración bí­blica, fue precisamente en Cades donde Moisés cometió aquel pecado que le impidió entrar en la tierra de Canaán. Según Núm 20:12 ocurrió en el episodio de las aguas de Meribá (de la raí­z ryb, disputa): también allí­ habrí­a vacilado Moisés en su confianza y (a diferencia de Núm 11:21-22) lo habrí­a hecho públicamente. En el Sal 106:32, aquella culpa se entendió como participación en el pecado del pueblo (participación que en la tradición judí­a llegó a asumir una connotación expiatoria: cf, p.ej., Talm. B. Sota 14a). Por el contrario, en Deu 1:26-40 la culpa de Moisés va unida a la negativa del pueblo a pasar inmediatamente a la tierra de Canaán; en este sentido se ha propuesto relacionar el pasaje mencionado de Núm 20:12 con Núm 14:26-35, donde el Señor condena al pueblo a peregrinar durante cuarenta años.

Sea cual fuere la culpa de Moisés, Israel prosiguió la marcha hacia Canaán con Josué y las tres tribus efraimitas. También en este caso la narración bí­blica está llena de variantes, en particular a propósito del papel representado por Edón frente a Israel (cf Núm 20:14-21; Deu 2:8; Deu 2:29). Fue en Trasjordania donde Israel chocó con los reinos amorreos de Jesbón y de Basián, venciendo a sus reyes, Sijón y Og (Núm 21:21-35; ,12); pero estos episodios podrí­an pertenecer también aun perí­odo distinto de la historia de Israel.

8. EN LAS ESTEPAS DE MOAB. La parte final del libro de los Núm (22-36) y el Dt está ambientada en las estepas de Moab. Allí­, en el santuario de Baal Fegor, el conflicto con los pueblos de Transjordania asumió también un aspecto religioso al producirse la violenta reacción del ambiente leví­tico contra el culto local (Núm 25; cf Deu 4:3). Núm 31 habla de un nuevo choque victorioso de Israel con los madianitas (relacionados estos últimos por una tradición tardí­a con Baal Fegor y con Balaán, el autor de los célebres oráculos que se remontan a una tradición mucho más antigua: cf Núm 22:2-24, 25).

La última fase de la vida de Moisés comienza con el nombramiento de Josué para sucederle (Núm 27:18-22; Deu 31:1-7). La narración de la sucesión está mezclada con el preanuncio de la muerte, convirtiéndose también bajo este aspecto en una especie de modelo de la perí­copa evangélica relativa a la investidura de Pedro (Mat 16:17-23).

Moisés habí­a pedido “ver la excelente tierra del lado de allá del Jordán” (Deu 3:25); pero el Señor le niega este deseo y le ordena morir en la montaña, lo mismo que habí­a ocurrido con su hermano Aarón (Deu 32:50). Antes de morir, Moisés reúne al pueblo y pronuncia el cántico que figura con su nombre (respecto a la fecha del cántico oscila entre los siglos xi y vi a.C.); luego bendice al pueblo tribu por tribu (Deu 33:1-29) según una modalidad que recuerda muy de cerca las bendiciones de Jacob (Gén 49:1-27) y que se recogerá también en el discurso de despedida de Josué (Jos 23). Pero también sobre estas bendiciones parecen pesar las previsiones de futuras traiciones por parte del pueblo (Deu 31:16-18).

9. LA MUERTE. Inmediatamente después, Moisés sube al monte Nebo, divisa en toda su extensión la tierra prometida a los padres y muere en la soledad (Deu 34:1-5). A lo largo de los siglos se ha querido dar a veces a esta muerte el significado de ascensión a una forma más elevada de existencia: así­ en cierto judaí­smo (cf Ascensión de Moisés) y así­ también en la patrí­stica (cf, p.ej., Gregorio Magno, De vita Moysis: PG 44,428). Pero en la mayorí­a de los casos el judaí­smo no niega la muerte humana del siervo de Dios. Vienen a la mente las palabras que mucho tiempo después escribirí­a Franz Kafka: “Si Moisés no alcanzó Canaán, no fue porque su vida fuera breve, sino porque fue humana”. Fuertemente arraigado en la tradición judí­a está también la expresión wayyiqbor ‘otó (Deu 34:6), como “lo enterró”, haciendo del Señor el sujeto sobrentendido de la frase; es también ésta la razón de que permaneciese desconocida la tumba de Moisés (Deu 34:6).
10. REDACTOR DEL PENTATEUCO. Uno de los rasgos tradicionales de la figura de Moisés, que permaneció indiscutido hasta la época moderna, es su actividad de redactor del Pentateuco. De este modo la tórah quedó asociada indisolublemente a Moisés, no sólo porque fue él el mediador de la revelación (que según la tradición hebrea tuvo también una transmisión oral, “tórah oral”), sino también como redactor del texto escrito del Pentateuco, llamado también tórah .por la tradición hebrea. La actividad de escritor de Moisés está atestiguada por el mismo Pentateuco, en donde se recoge la orden divina de escribir en un libro los sucesos o preceptos (Exo 17:14; Exo 24:4; Exo 34:27; Núm 33:2; Deu 31:9.22.24). En otros lugares del AT es manifiesta la identificación entre los escritos de Moisés y la tórah (Jos 8:31; Jos 23:6; I Apo 2:3; 2Re 14:6; 2Cr 35:12; Esd 3:2; Esd 6:18; Neh 13:1; Dan 9:11s; Bar 2:28; Sir 24:22), posición esta última reiterada en el NT y conservada por toda la tradición sucesiva, tanto judí­a como cristiana, en donde todo lo más se llega a atribuir a la mano de Josué la composición de los ocho últimos versí­culos del Dt (Talm. B. Baba Batra 15a) o a suponer la existencia de una intervención definitiva por parte de Esdras (Jerónimo, Adv. He/. 7: PL 23,199).

IV. EN EL NUEVO TESTAMENTO. Moisés es el personaje del AT más citado en el NT (80 veces). En la mayorí­a de los casos la convicción que sirve de fondo al empleo neotestamentario de su nombre es la propia del / judaí­smo, según el cual Moisés representa ante todo el mediador y el redactor de la tórah, o sea de la única y eterna revelación de Dios; hasta el punto de que a menudo el nombre de Moisés es sinónimo de la tórah (cf GLNT VII, 769-770; cf, p.ej., Mat 8:4; Mat 19:7-8; Mat 22:24; Mat 23:2; Mar 1:44; Mar 7:10; Mar 10:3-4; Mar 12:19; Luc 2:22; Luc 5:14; Luc 20:28; Jua 1:17; Jua 7:19.22; Rom 10:5; 1Co 9:9).

Moisés, identificado todaví­a con las páginas del Pentateuco, es considerado además como profeta que preanuncia la venida de Cristo (cf Jua 1:45; Jua 5:46; Heb 3:22; Heb 7:37; Heb 26:22; Heb 28:23), la resurrección de los muertos (cf Luc 20:37), la misión a los paganos (Rom 10:19) y, finalmente, el acontecimiento pascual (Luc 24:27).

Otro lugar importante es la referencia al pasaje en que Moisés anuncia el enví­o futuro de un profeta semejante a él, que será escuchado por el pueblo (Deu 18:15-18). Este versí­culo se aplica expresamente a Jesús en Heb 3:22 y 7,37 e, implí­citamente, en el episodio de la transfiguración, donde Moisés y Elí­as se aparecen al lado de Jesús y se oye la voz del cielo que invita a escuchar al Hijo (Mat 17:5; Mar 9:7; Luc 9:35). En la multiplicación de los panes la gente identifica a Jesús con el profeta que ha de venir (Jua 6:14). La figura del profeta influyó también en los samaritanos, que relacionan con ella su fe en el Taheb (Restaurador): cf Jua 4:25.

En Apo 11:5-6, uno de los dos testigos mártires recuerda claramente la figura de Moisés (el otro es Elí­as), indicando así­ la necesidad, reiterada además con mayor claridad en otros lugares (Jua 1:20-21; Jua 7:40-41), de mantener a veces separada la figura del “profeta” de las de Elí­as y del mesí­as.

Al comienzo del NT se encuentra la narración de la infancia de Jesús, inspirada muy de cerca en la de Moisés (Mat 2:14-21); al final del mismo se evoca significativamente una vez más la figura de Moisés: en efecto, los elegidos del Ap, junto al cántico del cordero, entonan precisamente el de Moisés (Apo 15:2-3). En los escritos de Pablo la vida de Moisés tiende más bien a convertirse en “tipo” de la nueva comunidad de los creyentes (cf lCor 10,1-13; 2Cor 3).

Sólo raras veces se refiere el NT de modo directo a la figura y a las vicisitudes personales de Moisés; así­ ocurre en el discurso de Esteban que precede a su lapidación, cuando se recorre la historia de Moisés, visto como siervo de Dios no comprendido por el pueblo (Heb 7:17-44); o en la carta a los Hebreos (Heb 11:23-29), donde se coloca a Moisés entre los grandes ejemplos antiguos de fe en Dios.

En el NT aparecen también rasgos legendarios sobre la figura de Moisés: la distribución ternaria de su vida en perí­odos de cuarenta años (Egipto, Madián, desierto): Heb 7:23.30; los nombres de Janes y Jambrés como sus opositores (2Ti 3:8); la afirmación de que la tórah fue revelada por medio de un ángel (Heb 7:38; Gál 3:19); la lucha entre Miguel y Satanás por la posesión de sus restos (Jud 1:9).

El Corán, además de mencionar varias veces el nombre de Moisés, conserva también el recuerdo de todos los acontecimientos fundamentales de su vida: desde el nacimiento hasta su permanencia en Madián, desde la revelación de la zarza hasta los episodios del éxodo (cf, p.ej., las suras 20,9-98; 26,1-68; 28,2-48).

BIBL.: AA. V V., Moise l’homme de 1 Alliance, Desclée, Parí­s 1955; BusER M., Mosé, Marietti, Casale Monferrato 1983; CAZELLES FI., En busca de Moisés, Verbo Divino, Estella 1981, Motse, en DBS V, 1308-1337; FLEG E., Mosé secondo i saggi, Dehoniane, Nápoles 1981; FREUD S., Moisés y la religión monoteí­sta, en Obras completas IX, Madrid 1974; JEREMIAS J., Móusés, en GLNT VII, 769-830; NEHER A., Mosé, Mondadora, Milán 1961; SEGRE A., Mosé nostro maestro, Esperienze, Fossano 1975.

P. Stefani

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

(Sacado [es decir, salvado del agua]).
†œHombre del Dios verdadero† que fue caudillo de la nación de Israel, mediador del pacto de la Ley, profeta, juez, comandante, historiador y escritor. (Esd 3:2.) Nació en Egipto en el año 1593 a. E.C. Fue hijo de Amram, nieto de Qohat y bisnieto de Leví­. Su madre Jokébed era hermana de Qohat. Moisés tení­a tres años menos que su hermano Aarón, mientras que su hermana Mí­riam era unos cuantos años mayor que ellos. (Ex 6:16, 18, 20; 2:7.)

Primera etapa de su vida en Egipto. Moisés era un niño †œdivinamente hermoso† que se salvó del genocidio que decretó Faraón cuando ordenó la muerte de todo varón hebreo recién nacido. Su madre lo tuvo escondido durante tres meses y luego lo colocó en un arca de papiro y lo dejó en el rí­o Nilo, donde lo encontró la hija de Faraón. Gracias al ingenio de la madre y la hermana de Moisés, su propia madre consiguió criarlo y educarlo debido a que la tomó a su servicio la hija de Faraón, quien adoptó al niño como si fuese suyo. Como miembro de la casa de Faraón, se le †˜instruyó en toda la sabidurí­a de los egipcios†™ y se hizo †œpoderoso en sus palabras y hechos†, expresión que probablemente se refiriese tanto a sus facultades mentales como fí­sicas. (Ex 2:1-10; Hch 7:20-22.)
A pesar de esa posición favorecida y de las oportunidades que se le ofrecí­an en Egipto, Moisés se sentí­a ligado al pueblo de Dios, que entonces estaba en esclavitud. De hecho, esperaba que Dios se valiese de él para liberarlo. A los cuarenta años, mientras observaba las cargas que llevaban sus hermanos hebreos, vio a un egipcio golpear a un hebreo. En un intento por defender al israelita, mató al egipcio, y luego lo escondió en la arena. En ese preciso momento tomó la decisión más importante de su vida: †œPor fe Moisés, ya crecido, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios más bien que disfrutar temporalmente del pecado†. De este modo rechazó el honor y los bienes materiales de que pudiera haber disfrutado como miembro de la casa del poderoso Faraón. (Heb 11:24, 25.)
En realidad, Moisés creí­a que habí­a llegado el momento en que iba a poder salvar a los hebreos. Pero ellos no apreciaron su esfuerzo, y cuando Faraón se enteró de la muerte del egipcio, Moisés tuvo que huir de Egipto. (Ex 2:11-15; Hch 7:23-29.)

Cuarenta años en Madián. Moisés hizo un largo viaje a través del desierto hasta Madián, donde buscó refugio. Allí­, al lado de un pozo, volvió a ponerse de manifiesto el valor y la solicitud que tení­a para actuar con firmeza a favor de los que padecen injusticias. Cuando los pastores echaron a las siete hijas de Jetró y a su rebaño, Moisés libró a las mujeres y abrevó el rebaño. Como resultado, se le invitó a la casa de Jetró, donde trabajó para este como pastor de sus rebaños, y finalmente se casó con una de sus hijas, Ziporá, quien le dio dos hijos, Guersón y Eliezer. (Ex 2:16-22; 18:2-4.)

Preparación para servicio futuro. Aunque el propósito de Dios era liberar a los hebreos mediante Moisés, no habí­a llegado Su debido tiempo; además Moisés tampoco estaba preparado para encargarse del pueblo de Dios. Tení­a que pasar por otros cuarenta años de preparación. A fin de reunir los requisitos para dirigir al pueblo de Dios, debí­a desarrollar cualidades como la mansedumbre, la humildad, la gran paciencia, la apacibilidad de genio y el autodominio, y debí­a aprender a confiar en Jehová a un grado mayor. Tení­a que prepararse para evitar el desánimo y la desilusión y resistir dificultades, así­ como para tratar con bondad, calma y determinación la multitud de problemas que se presentarí­an en una gran nación. Tendrí­a ya la dignidad, confianza y aplomo propios de un miembro de la casa de Faraón, así­ como dotes de organización y mando, pero la humilde ocupación de pastor en Madián le permitió desarrollar otras cualidades que aún serí­an más importantes para su futura comisión. También a David se le sometió a una rigurosa preparación, aun después de que Samuel lo ungió, y Jesucristo fue probado para perfeccionarlo como Rey y Sumo Sacerdote para siempre. †œ[Cristo] aprendió la obediencia por las cosas que sufrió; y después de haber sido perfeccionado vino a ser responsable de la salvación eterna para todos los que le obedecen.† (Heb 5:8, 9.)

Su nombramiento como libertador. Hacia el fin de su estancia de cuarenta años en Madián, Moisés estaba pastoreando el rebaño de Jetró cerca del monte Horeb, cuando se sorprendió al ver una zarza que ardí­a sin consumirse. Al acercarse para inspeccionar aquel extraño fenómeno, el ángel de Jehová le habló desde las llamas y le reveló que habí­a llegado el momento para que Dios liberara a Israel de la esclavitud, por lo que le comisionó para que fuera en su nombre memorial: Jehová. (Ex 3:1-15.) De modo que Dios nombró a Moisés profeta y representante suyo, y entonces se le podí­a llamar correctamente †œungido†, †œMesí­as† o el †œCristo†, como en Hebreos 11:26. Por medio del ángel, Jehová proveyó las credenciales que Moisés podí­a presentar a los hombres de mayor edad de Israel. Estas consistí­an en tres milagros que servirí­an de señales. Esta es la primera vez que leemos en las Escrituras sobre un humano que haya recibido poder para hacer milagros. (Ex 4:1-9.)

La falta de confianza en sí­ mismo no descalificó a Moisés. Sin embargo, Moisés demostró falta de confianza en sí­ mismo, y arguyó que no podí­a hablar con fluidez. Este era un Moisés cambiado, bastante diferente del que por propia voluntad se habí­a ofrecido como libertador de Israel cuarenta años antes. Persistió en señalar inconvenientes en lo que Jehová le decí­a, y finalmente le pidió que le excusara de aquella misión. Aunque Jehová se molestó por esta actitud, no lo rechazó, sino que designó a su hermano Aarón para que fuese su portavoz. Como Moisés era el representante de Dios, serí­a para Aarón como †œDios†, y Aarón hablarí­a en representación suya. Parece ser que con ocasión del encuentro que tuvieron con los hombres de mayor edad de Israel y los enfrentamientos con Faraón, Dios dio instrucciones y mandatos a Moisés, quien a su vez se los comunicó a Aarón para que hablara ante Faraón (un sucesor del Faraón del que habí­a huido Moisés cuarenta años antes). (Ex 2:23; 4:10-17.) Posteriormente, Jehová llamó a Aarón †œprofeta† de Moisés, queriendo decir que así­ como Moisés era el profeta de Dios, dirigido por El, de manera similar Aarón serí­a dirigido por Moisés. También le dijo a Moisés que serí­a hecho †œDios para Faraón†, es decir, que recibirí­a poder divino y autoridad sobre Faraón, de modo que no tení­a por qué temer al rey de Egipto. (Ex 7:1, 2.)
Debido a que Moisés no estuvo dispuesto a aceptar la inmensa tarea de ser el libertador de Israel, Dios lo censuró, pero no canceló su asignación. Moisés no habí­a vacilado debido a su edad avanzada, aunque ya tení­a ochenta años de edad. Cuarenta años más tarde, a la edad de ciento veinte años, aún conservaba todo su vigor y agudeza mental. (Dt 34:7.) Durante los cuarenta años que pasó en Madián, tuvo mucho tiempo para meditar, y se dio cuenta del error que habí­a cometido al intentar liberar a los hebreos por su propia cuenta. Entonces comprendí­a su insuficiencia, de modo que debió ser para él una gran sorpresa el que de súbito se le ofreciera este cometido después de tanto tiempo desligado de toda actividad pública.
Más adelante la Biblia nos dice: †œEl hombre Moisés era con mucho el más manso de todos los hombres que habí­a sobre la superficie del suelo†. (Nú 12:3.) Como persona mansa, reconoció que solo era un ser humano, con sus imperfecciones y debilidades. No se presentó como el caudillo indiscutido de los israelitas. No tuvo temor de Faraón, sino una clara conciencia de sus limitaciones.

Ante Faraón en Egipto. Moisés y Aarón eran entonces figuras clave de una †˜batalla de dioses†™. Por mediación de los sacerdotes magos, cuyos jefes eran al parecer Janes y Jambres (2Ti 3:8), Faraón invocó los poderes de todos los dioses de Egipto contra el poder de Jehová. El primer milagro que realizó Aarón ante Faraón por instrucción de Moisés demostró la supremací­a de Jehová sobre los dioses de Egipto, aunque Faraón se hizo más obstinado. (Ex 7:8-13.) Más tarde, cuando llegó la tercera plaga, incluso los sacerdotes tuvieron que admitir: †œÂ¡Es el dedo de Dios!†. Y la plaga de diviesos los afectó tanto, que ni siquiera pudieron comparecer ante Faraón para oponerse a Moisés durante esa plaga. (Ex 8:16-19; 9:10-12.)

Las plagas ablandan a unos y endurecen a otros. Moisés y Aarón anunciaron cada una de las diez plagas. Las plagas se produjeron según se habí­an anunciado, lo que demostró que Moisés era el representante de Dios. El nombre de Jehová se declaró y divulgó por todo Egipto, ablandando a unos y endureciendo a otros con respecto a ese nombre: los israelitas y algunos egipcios se ablandaron, y Faraón, sus consejeros y partidarios se endurecieron. (Ex 9:16; 11:10; 12:29-39.) En vez de creer que habí­an ofendido a sus dioses, los egipcios sabí­an que era Jehová el que estaba juzgando a sus dioses. Para cuando ya se habí­an ejecutado nueve plagas, Moisés también se habí­a hecho †œmuy grande en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos de Faraón y a los ojos del pueblo†. (Ex 11:3.)
Asimismo, hubo un cambio notable en los hombres de Israel. Al principio habí­an aceptado las credenciales de Moisés, pero cuando se les impuso condiciones de trabajo más duras por orden de Faraón, se quejaron contra él hasta el punto de que Moisés, desalentado, pidió ayuda a Jehová. (Ex 4:29-31; 5:19-23.) El Altí­simo lo fortaleció diciéndole que habí­a llegado el momento de realizar lo que Abrahán, Isaac y Jacob habí­an esperado, a saber, revelar completamente el significado de su nombre Jehová libertando a Israel y estableciéndolo como una gran nación en la Tierra Prometida. (Ex 6:1-8.) Ni siquiera entonces escucharon a Moisés los hombres de Israel. Pero después de la novena plaga, estuvieron totalmente de su lado, y cooperaron de tal modo que después de la décima plaga pudo organizarlos y sacarlos de Egipto de una manera ordenada, †œen orden de batalla†. (Ex 13:18.)

Se necesitó valor y fe para enfrentarse a Faraón. Moisés y Aarón estuvieron a la altura de las circunstancias gracias a la fuerza que recibieron del espí­ritu de Jehová. Solo hay que pensar en el esplendor de la corte de Faraón, el rey de la potencia mundial indiscutida de aquel tiempo. Tení­an ante sí­ al altivo Faraón, de quien se decí­a que era un dios, con su séquito de consejeros, comandantes militares, guardas y esclavos, y también a los lí­deres religiosos, los sacerdotes magos, sus principales opositores. Estos hombres eran, aparte del mismo Faraón, los más influyentes del imperio. Todo este impresionante despliegue tení­a el propósito de respaldar a Faraón en apoyo de los dioses de Egipto. Y Moisés y Aarón se presentaron ante Faraón, no solo una vez, sino varias veces. El corazón de Faraón se endurecí­a cada vez más, porque estaba resuelto a no perder a sus valiosos esclavos hebreos. Tanto fue así­, que después de anunciar la octava plaga, a Moisés y Aarón se les echó de delante de Faraón, y después de la novena plaga, se les ordenó que no intentaran ver de nuevo el rostro de Faraón bajo pena de muerte. (Ex 10:11, 28.)
Con este cuadro presente, se entiende mejor que Moisés pidiera repetidamente a Jehová seguridad y fuerza. Pero debe notarse que nunca dejó de cumplir al pie de la letra las órdenes de Jehová. Nunca quitó ni una sola palabra de todo lo que Jehová le mandó decir a Faraón. El liderazgo de Moisés se aceptó sin discusión, pues dice el registro que al tiempo de la décima plaga, †œtodos los hijos de Israel hicieron tal como Jehová habí­a mandado a Moisés y Aarón. Hicieron precisamente así­†. (Ex 12:50.) Moisés es un ejemplo de fe sobresaliente para los cristianos. El apóstol Pablo dice de él: †œPor fe dejó a Egipto, pero sin temer la cólera del rey, porque continuó constante como si viera a Aquel que es invisible†. (Heb 11:27.)
Antes de la décima plaga, Moisés tuvo el privilegio de instituir la Pascua. (Ex 12:1-16.) En el mar Rojo tuvo que hacer frente a más quejas de los israelitas, quienes se creí­an atrapados y a punto de ser aniquilados. Pero expresó la fe de un caudillo verdadero bajo la poderosa mano de Jehová, asegurándoles que Jehová destruirí­a al ejército egipcio que los perseguí­a. Parece ser que durante esta crisis clamó a Jehová, pues se le dijo: †œ¿Por qué sigues clamando a mí­?†. Luego Dios le mandó que alzara su vara y extendiera su mano sobre el mar para partirlo. (Ex 14:10-18.) Siglos más tarde, el apóstol Pablo dijo con referencia al paso de Israel por el mar Rojo: †œNuestros antepasados todos estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar y todos fueron bautizados en Moisés por medio de la nube y del mar†. (1Co 10:1, 2.) Jehová efectuó aquel bautismo. Para librarse de sus perseguidores asesinos, los antepasados judí­os tuvieron que unirse a Moisés como cabeza y seguir su acaudillamiento mientras este los conducí­a a través del mar. De este modo, toda la congregación de Israel fue de hecho sumergida en el libertador y caudillo Moisés.

Mediador del pacto de la Ley. Al tercer mes del éxodo de Egipto, Jehová demostró ante Israel la gran autoridad y responsabilidad que habí­a conferido a su siervo Moisés, así­ como la í­ntima relación que existí­a entre ellos. Ante todo el pueblo de Israel, reunido al pie del monte Horeb, Jehová llamó a Moisés a la montaña y habló con él por medio de un ángel. En una ocasión se otorgó a Moisés un privilegio excepcional, tal vez la experiencia más imponente que jamás haya tenido hombre alguno antes de la venida de Jesucristo. En lo alto de la montaña, a solas, Jehová le dio una visión de su gloria, puso su †œpalma† sobre Moisés como protección, permitiéndole ver su †œespalda†, lo que debió ser el resplandor que quedaba después de la manifestación divina de su gloria. Luego habló con él personalmente, por decirlo así­. (Ex 19:1-3; 33:18-23; 34:4-6.)
Jehová le dijo a Moisés: †œNo puedes ver mi rostro, porque ningún hombre puede verme y sin embargo vivir†. (Ex 33:20.) Siglos más tarde, el apóstol Juan escribió: †œA Dios ningún hombre lo ha visto jamás†. (Jn 1:18.) El mártir cristiano Esteban dijo a los judí­os: †œEste [Moisés] es el que llegó a estar entre la congregación en el desierto, con el ángel que le habló en el monte Sinaí­†. (Hch 7:38.) De modo que un ángel representó a Jehová en la montaña. No obstante, la gloria de Jehová manifestada por su representante angélico fue de tal magnitud, que †˜la tez del rostro de Moisés emití­a rayos†™, de modo que los hijos de Israel no podí­an mirarlo. (Ex 34:29-35; 2Co 3:7, 13.)
Dios nombró a Moisés mediador del pacto de la Ley con Israel, una posición í­ntima como la que ningún hombre ha ocupado nunca ante Dios, a excepción de Jesucristo, el Mediador del nuevo pacto. Con la sangre de sacrificios animales, Moisés salpicó el libro del pacto, que representaba a Jehová como †œun pactante†, y al pueblo (sin duda a los ancianos que representaban al pueblo), como el otro †œpactante†. Leyó el libro del pacto al pueblo, y ellos contestaron: †œTodo lo que Jehová ha hablado estamos dispuestos a hacerlo, y a ser obedientes†. (Ex 24:3-8; Heb 9:19.) En su calidad de mediador, tuvo el privilegio de supervisar la construcción del tabernáculo y la fabricación de los utensilios según el modelo que Dios le habí­a dado, así­ como de efectuar la ceremonia de instalación del sacerdocio, con la unción del tabernáculo y del sumo sacerdote Aarón con un aceite de una composición especial. Luego supervisó los primeros servicios oficiales del sacerdocio recién dedicado. (Ex 25–29; Le 8, 9.)

Un mediador adecuado. Moisés subió varias veces al monte Horeb, y en dos ocasiones permaneció allí­ cuarenta dí­as y cuarenta noches. (Ex 24:18; 34:28.) La primera vez volvió con dos tablas de piedra †œen las que el dedo de Dios habí­a escrito†, y que contení­an las †œDiez Palabras† o Diez Mandamientos, las leyes básicas del pacto de la Ley. (Ex 31:18; Dt 4:13.) En esta primera ocasión demostró tener las aptitudes necesarias para ser el mediador entre Jehová e Israel y para ser el caudillo de esa gran nación, compuesta quizás de tres millones de personas o más. Mientras Moisés estaba en la montaña Jehová le informó que el pueblo se habí­a vuelto a la idolatrí­a, y le dijo: †œAhora déjame, para que se encienda mi cólera contra ellos y los extermine, y déjame hacer de ti una nación grande†. La inmediata respuesta de Moisés puso de manifiesto que la santificación del nombre de Jehová era la cosa más importante para él, y que no tení­a ningún tipo de egoí­smo ni deseaba fama para sí­ mismo. No pidió nada para él, sino que demostró interés por el nombre de Jehová, nombre que El mismo habí­a ensalzado recientemente mediante el milagro del mar Rojo, y mostró respeto por la promesa de Dios a Abrahán, Isaac y Jacob. Jehová aprobó la súplica de Moisés y perdonó al pueblo. Aquí­ se ve que Jehová consideró que Moisés desempeñaba su papel de mediador de modo satisfactorio, y que El respetaba el cargo para el que habí­a nombrado a Moisés. De manera que entonces Jehová †œempezó a sentir pesar respecto al mal de que habí­a hablado que harí­a a su pueblo†, es decir, por causa del cambio de circunstancias, cambió de actitud con relación a traer el mal sobre ellos. (Ex 32:7-14.)
Cuando Moisés bajó de la montaña, se demostró su celo por la adoración verdadera como siervo de Dios. Al ver la fiesta estrepitosa que el pueblo idólatra habí­a promovido, arrojó las tablas al suelo y las rompió, y pidió que los que quisieran se pusiesen de su lado. La tribu de Leví­ se puso de su parte, y les mandó que diesen muerte a todos los que habí­an participado en la adoración falsa, lo que resultó en la muerte de unos 3.000 hombres. Luego se volvió a Jehová, reconoció el gran pecado del pueblo y suplicó: †œPero ahora si perdonas su pecado…, y si no, bórrame, por favor, de tu libro que has escrito†. A Dios no le desagradó la súplica mediadora de Moisés, pero contestó: †œAl que haya pecado contra mí­, lo borraré de mi libro†. (Ex 32:19-33.)
Fueron muchas las veces que Moisés representó el lado de Jehová en el pacto, dio orden de que practicaran la adoración pura y verdadera y ejecutó juicio contra los desobedientes. Más de una vez también intercedió en favor de la nación —o de algunos de sus miembros— para que Jehová no los destruyese. (Nú 12; 14:11-21; 16:20-22, 43-50; 21:7; Dt 9:18-20.)

Altruismo, humildad, mansedumbre. Moisés estaba interesado principalmente en el nombre de Jehová y en Su pueblo. Por consiguiente, no buscaba gloria o posición. Cuando Jehová puso su espí­ritu sobre algunos hombres del campamento y estos empezaron a comportarse como profetas, el ayudante de Moisés, Josué, quiso impedí­rselo, al parecer porque pensó que estaban quitando gloria y autoridad a Moisés. Pero él contestó: †œ¿Sientes celos por mí­? No, ¡quisiera yo que todo el pueblo de Jehová fueran profetas, porque Jehová pondrí­a su espí­ritu sobre ellos!†. (Nú 11:24-29.)
Aunque Moisés era el caudillo de la gran nación de Israel nombrado por Jehová, estaba dispuesto a aceptar consejo de otros, en particular cuando eso repercutí­a de forma positiva en la nación. Poco tiempo después de que los israelitas salieron de Egipto, Jetró fue a su encuentro acompañado de la esposa y los hijos de Moisés. Jetró observó cuánto trabajaba Moisés y cómo se gastaba al tratar los problemas de cada uno que acudí­a a él. Con sabidurí­a le sugirió que, de acuerdo con un criterio ordenado, delegara grados de responsabilidad en otras personas a fin de aligerar su carga. Moisés escuchó el consejo de Jetró y lo aceptó, de modo que organizó al pueblo en millares, centenas, cincuentenas y decenas, con un jefe como juez sobre cada grupo. Solo los casos difí­ciles se llevaban a Moisés. Es digno de mención también que al explicar a Jetró lo que estaba haciendo, Moisés dijo: †œEn caso de que se les suscite una causa, esta tiene que venir a mí­ y yo tengo que juzgar entre una parte y la otra, y tengo que dar a conocer las decisiones del Dios verdadero y sus leyes†. De este modo indicó que reconocí­a que no tení­a que juzgar según sus propias ideas, sino según las decisiones de Jehová, y que además tení­a la responsabilidad de ayudar al pueblo a conocer y aceptar las leyes de Dios. (Ex 18:5-7, 13-27.)
Moisés mostró repetidas veces que el verdadero Caudillo no era él, sino Jehová. Cuando el pueblo empezó a quejarse de la comida, Moisés dijo: †œSus murmuraciones no son contra nosotros [Moisés y Aarón], sino contra Jehovᆝ. (Ex 16:3, 6-8.) Posiblemente debido a que Mí­riam pensó que la presencia de la esposa de Moisés podí­a eclipsar su prominencia, tanto ella como Aarón, con celos y falta de respeto, empezaron a hablar contra Moisés y su autoridad. El que en este punto del relato se diga: †œEl hombre Moisés era con mucho el más manso de todos los hombres que habí­a sobre la superficie del suelo†, hace aún más censurable su comportamiento. Parece ser que Moisés aguantaba con mansedumbre el abuso verbal sin imponerse. Pero Jehová se encolerizó por este desafí­o, ya que en realidad era una afrenta contra El mismo. Se encargó de la cuestión y castigó con severidad a Mí­riam. El amor de Moisés por su hermana le impulsó a interceder a su favor y clamar: †œÂ¡Oh Dios, por favor! ¡Sánala, por favor!†. (Nú 12:1-15.)

Obedeció y esperó en Jehová. Moisés esperó en Jehová. Aunque se le llama legislador de Israel, reconoció que no era el originador de las leyes. Tampoco actuó de manera arbitraria, decidiendo los asuntos según su propio conocimiento. Cuando no existí­a un precedente para un caso legal o no se podí­a discernir exactamente cómo aplicar la Ley, Moisés presentaba el caso a Jehová para que El estableciera una decisión judicial. (Le 24:10-16, 23; Nú 15:32-36; 27:1-11.) Moisés siguió cuidadosamente las instrucciones divinas. Supervisó de cerca el complicado trabajo de construir el tabernáculo y de hacer los utensilios y las vestiduras sacerdotales. El registro dice: †œY Moisés procedió a hacer conforme a todo lo que le habí­a mandado Jehová. Hizo precisamente así­†. (Ex 40:16; compárese con Nú 17:11.) Varias veces se dice que las cosas se hicieron †œtal como Jehová habí­a mandado a Moisés†. (Ex 39:1, 5, 21, 29, 31, 42; 40:19, 21, 23, 25, 27, 29.) Esto es provechoso para los cristianos, pues el escritor del libro de los Hebreos dice que estas cosas constituyen una †œsombra† y una ilustración de cosas celestiales. (Heb 8:5.)

Moisés tropieza. Mientras Israel estaba acampado en Qadés, probablemente en el cuadragésimo año de vagar por el desierto, Moisés cometió una seria equivocación. El examinar este incidente nos ayuda a entender mejor, no solo la posición privilegiada que tení­a Moisés, sino también su gran responsabilidad ante Jehová como caudillo y mediador de la nación. Debido a la escasez de agua, el pueblo empezó a protestar amargamente contra Moisés, culpándolo de haberlos sacado de Egipto al desierto árido. Moisés habí­a aguantado mucho: tuvo que soportar la terquedad y rebeldí­a de los israelitas, compartir sus dificultades e interceder a favor de ellos cuando pecaban, pero en esa ocasión perdió momentáneamente su mansedumbre y su genio apacible. Exasperados y amargados de espí­ritu, Moisés y Aarón se levantaron ante el pueblo como Jehová habí­a mandado. Pero en vez de dirigir la atención a Jehová como el Proveedor, hablaron con brusquedad al pueblo y asumieron un protagonismo que no les correspondí­a. Moisés dijo: †œÂ¡Oigan, ahora, rebeldes! ¿Es de este peñasco de donde les sacaremos agua?†. Luego Moisés golpeó la roca y Jehová hizo que fluyera suficiente agua para la multitud y sus rebaños. No obstante, Dios estaba disgustado con la conducta de Moisés y Aarón. No cumplieron con su responsabilidad principal, a saber, magnificar Su nombre. †œActuaron en desacato† contra Jehová, y Moisés †˜habló imprudentemente con sus labios†™. Más tarde Jehová decretó: †œPorque ustedes no mostraron fe en mí­ para santificarme delante de los ojos de los hijos de Israel, por lo tanto ustedes no introducirán a esta congregación en la tierra que yo ciertamente les daré a ellos†. (Nú 20:1-13; Dt 32:50-52; Sl 106:32, 33.)

Escritor. Moisés fue el escritor del Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Exodo, Leví­tico, Números y Deuteronomio. Durante toda su historia los judí­os han reconocido a Moisés como el escritor de esos libros, sección de la Biblia que llaman la Torá o la Ley. Jesús y los escritores cristianos atribuyen frecuentemente la Ley a Moisés. Por lo general se le atribuye la escritura del libro de Job, así­ como el Salmo 90 y, posiblemente, el 91. (Mt 8:4; Lu 16:29; 24:27; Ro 10:5; 1Co 9:9; 2Co 3:15; Heb 10:28.)

Muerte y entierro. Aarón, el hermano de Moisés, murió a la edad de ciento veintitrés años, mientras Israel estaba acampado al pie del monte Hor (en la frontera con Edom), en el quinto mes del cuadragésimo año de su viaje. Moisés llevó a Aarón a la montaña, le despojó de sus prendas de vestir sacerdotales y vistió con ellas a Eleazar, el hijo mayor vivo y sucesor de Aarón. (Nú 20:22-29; 33:37-39.) Unos seis meses más tarde, Israel llegó a las llanuras de Moab. Allí­ Moisés explicó la Ley a la nación reunida en una serie de discursos, y explicó detalladamente los ajustes que serí­a necesario hacer cuando Israel dejara de llevar una vida nómada y se estableciera en su propia tierra. En el duodécimo mes del año cuadragésimo (en la primavera de 1473 a. E.C.), Moisés anunció al pueblo que, según el nombramiento de Jehová, Josué le sucederí­a como caudillo. Luego comisionó a Josué y le exhortó a ser valeroso. (Dt 31:1-3, 23.) Finalmente, después de recitar una canción y bendecir al pueblo, Moisés, siguiendo el mandato de Jehová, subió al monte Nebo para ver la Tierra Prometida desde esta posición elevada, y luego murió. (Dt 32:48-51; 34:1-6.)
Moisés tení­a ciento veinte años de edad cuando falleció. La Biblia dice con referencia a su fortaleza fí­sica: †œSu ojo no se habí­a oscurecido, y su fuerza vital no habí­a huido†. Jehová lo enterró en un lugar que nunca se ha descubierto. (Dt 34:5-7.) Probablemente se hizo así­ para impedir que los israelitas cayeran en la adoración falsa convirtiendo su tumba en un santuario. Parece que el Diablo deseaba valerse del cuerpo de Moisés para algún fin semejante, pues Judas, el discí­pulo cristiano y medio hermano de Jesucristo, escribió: †œPero cuando Miguel el arcángel tuvo una diferencia con el Diablo y disputaba acerca del cuerpo de Moisés, no se atrevió a llevar un juicio contra él en términos injuriosos, sino que dijo: †˜Que Jehová te reprenda†™†. (Jud 9.) Antes de cruzar hacia Canaán acaudillado por Josué, Israel observó treinta dí­as de duelo en memoria de Moisés. (Dt 34:8.)

Un profeta a quien Jehová conoció †œcara a cara†. Cuando Mí­riam y Aarón desafiaron la autoridad de Moisés, Jehová les dijo: †œSi llegara a haber un profeta de ustedes para Jehová, serí­a en una visión como me darí­a a conocer a él. En un sueño le hablarí­a. ¡No así­ con mi siervo Moisés! Tiene confiada a él toda mi casa. Boca a boca le hablo, y así­ le muestro, y no por enigmas; y la apariencia de Jehová es lo que él contempla. ¿Por qué, pues, no temieron hablar contra mi siervo, contra Moisés?†. (Nú 12:6-8.) La conclusión del libro de Deuteronomio pone de relieve la posición privilegiada de Moisés ante Jehová: †œPero nunca desde entonces se ha levantado en Israel un profeta como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara, tocante a todas las señales y los milagros que Jehová lo envió a hacer en la tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en cuanto a toda la mano fuerte y todo el grande e imponente respeto que Moisés ejerció ante los ojos de todo Israel†. (Dt 34:10-12.)
Según estas palabras de Jehová, aunque Moisés nunca lo vio literalmente, tuvo una relación más directa, constante e í­ntima con El que cualquier otro profeta antes de Jesucristo. La declaración de Jehová: †œBoca a boca le hablo†, reveló que Moisés tení­a una comunicación personal con Dios (por medio de ángeles, que tienen acceso a la misma presencia de Dios, Mt 18:10). (Nú 12:8.) Como mediador de Israel, disfrutó de una comunicación bilateral casi constante. Podí­a presentar problemas de importancia nacional en cualquier momento y recibir la respuesta de Dios. Jehová le confió †˜toda su casa†™ y lo usó como su representante personal para organizar la nación. (Nú 12:7; Heb 3:2, 5.) Los profetas de tiempos posteriores solo edificaron sobre el fundamento que se habí­a puesto por medio de Moisés.
Jehová se relacionó con Moisés de una manera tan impresionante, que era como si este realmente hubiera contemplado a Dios con sus ojos, en vez de solo tener una visión mental o un sueño en el que oyera hablar a Dios, que era como normalmente se comunicaba Dios con sus profetas. Los tratos de Jehová con Moisés fueron tan reales que Moisés se comportó como si hubiera visto †œa Aquel que es invisible†. (Heb 11:27.) La impresión que esto causó en Moisés debió ser semejante a la que la transfiguración causó en el apóstol Pedro siglos más tarde. La visión fue tan real para Pedro que tomó parte en ella y habló sin darse cuenta de lo que decí­a. (Lu 9:28-36.) Y el apóstol Pablo también experimentó una visión tan real, que después dijo de sí­ mismo: †œSi en el cuerpo, no lo sé, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe†. (2Co 12:1-4.)
No cabe duda de que el extraordinario éxito de Josué en introducir a Israel en la Tierra Prometida se debió en cierta medida a las excelentes cualidades que Moisés le inculcó de palabra y con su ejemplo. Josué fue el ministro de Moisés †œdesde su mocedad en adelante†. (Nú 11:28.) Seguramente fue comandante del ejército bajo el mando de Moisés (Ex 17:9, 10), y estuvo cerca de él como ayudante en muchas experiencias. (Ex 24:13; 33:11; Dt 3:21.)

Prefiguró a Jesucristo. Jesucristo dejó claro que Moisés habí­a escrito en cuanto a él, pues en una ocasión dijo a sus opositores: †œSi creyeran a Moisés, me creerí­an a mí­, porque aquel escribió de mí­†. (Jn 5:46.) Estando con sus discí­pulos, †œcomenzando desde Moisés y todos los Profetas les interpretó cosas referentes a él en todas las Escrituras†. (Lu 24:27, 44; véase también Jn 1:45.)
Entre las cosas que Moisés escribió sobre Jesucristo se encuentran las palabras de Jehová: †œLes levantaré un profeta de en medio de sus hermanos, semejante a ti; y verdaderamente pondré mis palabras en su boca, y él ciertamente les hablará todo lo que yo le mande†. (Dt 18:18, 19.) El apóstol Pedro citó esta profecí­a y la aplicó a Jesucristo. (Hch 3:19-23.)
En la transfiguración que pudieron ver Pedro, Santiago y Juan, Jesús hablaba con Moisés y Elí­as. Los tres apóstoles pudieron ver representado en Moisés el pacto de la Ley, la formación de la congregación teocrática, la liberación de la nación y su instalación a salvo en la Tierra Prometida. De modo que la visión indicó que Jesucristo harí­a una labor similar a la de Moisés, pero mayor; de igual manera, el que se viera a Elí­as indicaba que harí­a una obra similar a la suya, pero de mayor alcance. La transfiguración manifestó con total claridad que el Hijo de Dios era en realidad el †˜profeta mayor que Moisés†™, digno del tí­tulo Mesí­as. (Mt 17:1-3; véase TRANSFIGURACIí“N.)
Entre estos dos grandes profetas, Moisés y Jesucristo, hubo muchas correspondencias proféticas. Ambos escaparon en la infancia de una matanza en masa ordenada por los respectivos gobernantes de su tiempo. (Ex 1:22; 2:1-10; Mt 2:13-18.) A Moisés se le llamó de Egipto con el †œprimogénito† de Jehová, la nación de Israel, y fue el caudillo de esa nación. A Jesús se le llamó de Egipto como el Hijo primogénito de Dios. (Ex 4:22, 23; Os 11:1; Mt 2:15, 19-21.) Tanto el uno como el otro ayunaron durante cuarenta dí­as en lugares desérticos. (Ex 34:28; Mt 4:1, 2.) Ambos vinieron en el nombre de Jehová, y el propio nombre de Jesús significa †œJehová es Salvación†. (Ex 3:13-16; Mt 1:21; Jn 5:43.) Al igual que Moisés, Jesús †˜declaró el nombre de Jehovᆙ. (Dt 32:3; Jn 17:6, 26.) Ambos fueron excepcionalmente mansos y humildes (Nú 12:3; Mt 11:28-30) y tuvieron las credenciales más convincentes de que Dios los habí­a enviado: sorprendentes milagros de muchas clases, en los que Jesús superó a Moisés al resucitar a los muertos. (Ex 14:21-31; Sl 78:12-54; Mt 11:5; Mr 5:38-43; Lu 7:11-15, 18-23.)
Moisés fue el mediador del pacto de la Ley entre Dios y la nación de Israel. Jesús fue el Mediador del nuevo pacto entre Dios y la †œnación santa†, el †œIsrael [espiritual] de Dios†. (1Pe 2:9; Gál 6:16; Ex 19:3-9; Lu 22:20; Heb 8:6; 9:15.) Ambos fueron jueces, legisladores y caudillos. (Ex 18:13; 32:34; Da 9:25; Mal 4:4; Mt 23:10; Jn 5:22, 23; 13:34; 15:10.) A Moisés se le confió la mayordomí­a de la †˜casa de Dios†™, es decir, la nación o congregación de Israel, y fue probado fiel. Jesús mostró fidelidad en la casa de Dios que él, como Hijo de Dios, edificó, a saber, la nación o congregación del Israel espiritual. (Nú 12:7; Heb 3:2-6.) Hubo un paralelo incluso en su muerte, pues en ambos casos Dios hizo desaparecer el cadáver. (Dt 34:5, 6; Hch 2:31; Jud 9.)
Hacia el fin de los cuarenta años que Moisés estuvo en el desierto, el ángel de Dios se le manifestó milagrosamente en la llama de una zarza, al pie del monte Horeb, mientras pastoreaba el rebaño de su suegro. Allí­ Jehová le comisionó para libertar a su pueblo de Egipto. (Ex 3:1-15.) Así­ Dios nombró a Moisés su profeta y representante, por lo que entonces podí­a llamársele correctamente un ungido o †œCristo†. Para llegar a estar en esa posición privilegiada, tuvo que abandonar los †œtesoros de Egipto† y dejarse †˜maltratar con el pueblo de Dios†™, siendo así­ objeto de vituperio. Pero estimó ese †œvituperio del Cristo como riqueza más grande que los tesoros de Egipto†. (Heb 11:24-26.)
También este aspecto de la vida de Moisés tiene paralelo en la de Jesús. Según anunció un ángel cuando Jesús nació en Belén, tení­a que llegar a ser un †œSalvador, […] Cristo el Señor†. Llegó a ser Cristo o el Ungido después que el profeta Juan lo bautizó en el rí­o Jordán. (Lu 2:10, 11; 3:21-23; 4:16-21.) A partir de entonces, reconoció ser †œel Cristo† o Mesí­as. (Mt 16:16, 17; Mr 14:61, 62; Jn 4:25, 26.) Jesucristo también mantuvo su vista en el premio y despreció la vergüenza de que le hicieron objeto los hombres, tal como Moisés lo habí­a hecho. (Flp 2:8, 9; Heb 12:2.) La congregación cristiana es bautizada en este Moisés Mayor: Jesucristo, el predicho Profeta, Libertador y Caudillo. (1Co 10:1, 2.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. Elnombre. II. Las fuentes. III. La vida: 1. En Egipto; 2. En Madián; 3. Las plagas y la pascua; 4. El camino del desierto; 5. Intercesor; 6. Mediador de la †œtórah†; 7. La estancia en Cades; 8. En las estepas de Moab; 9. La muerte; 10. Redactor del Pentateuco. IV. En el Nuevo Testamento.
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1. EL NOMBRE.
El nombre de Moisés, lo mismo que el de otros exponentes de la tribu de Leví­ (cf, p.ej., Merarí­: Gn 46,11; Ex 6,16 Jofní­ y Fineés: IS 1,3; Ex 6,25 Núm Ex 25,7), es de origen egipcio. El hebreo Moseh se considera como la trasliteración de la palabra egipcia mesu: †˜ha nacido…†, †œhijo† (de la raí­z msy, dar a luz), que aparece en algunos nombres faraones, como Tut-mosis, Ramsés, Amosis. Moisés serí­a entonces un fragmento del nombre original, muy probablemente con la caí­da de la parte que indicaba un nombre de alguna antigua divinidad egipcia (p.ej., Thot o Ra).
Por su parte, la etimologí­a popular propuesta por el libro del Ex (2,10) hace derivar el nombre de la raí­z hebrea msh, sacar. La hija del faraón †œle puso el nombre de Moisés, diciendo: †˜Lo he sacado de las aguas†. La forma pasiva de este verbo bastante raro (en la Biblia sólo aparece otra vez: 2S 22,17 = 18,17) es, sin embargo, masuy, no moseh, que es participio activo: †œuno que saca fuera†. Precisamente en esta ambigüedad de forma se ha leí­do la misión peculiar de Moisés: †œuno que saca fuera de las aguas a Israel, liberándolo† (M. Bu-ber, Mose, 31; cf Midras ha-gadol2,14). No es casual que este nombre en la Escritura se reserve sólo a él (para algunas abreviaciones particulares, / Lectura judí­a de la Biblia VIII).
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II. LAS FUENTES.
Lo que se ha dicho de su nombre y de su condición de cruce de un fondo egipcio y del recuerdo de ciertos episodios y significados conservados sólo en el pueblo de Israel, representa una muestra significativa del problema de las fuentes. Como ocurrirá también en gran parte con Jesús y con Maho-ma, las fuentes de nuestro conocimiento sobre Moisés están todas ellas dentro de la tradición que él preside. Debido a esto, en cada uno de los detalles de la figura de Moisés están indisolublemente presentes el hombre y el pueblo, Moisés y quienes conservaron su recuerdo interpretando su figura y su misión. Las investigaciones arqueológicas, los descubrimientos antiguos, el estudio de la literatura del antiguo Oriente ayudan a colocar mejor los sucesos que nos narra la Biblia, pero nada de todo esto se presenta como fuente directa. No existen inscripciones palestinas en piedra, ni tablillas cuneiformes, ni textos egipcios sobre piedra o sobre papiro que mencionen a Moisés. – Por eso mismo la reconstrucción de su figura depende casi exclusivamente de las fuentes que se conservan -a lo largo de siglos de transmisión oral y de complejos procesos redac-cionales- en los libros del / Pentateuco. Sin embargo, ni siquiera estos últimos, por su estilo y su género literario, ofrecen a este propósito un cuadro homogéneo. Las referencias bí­blicas fuera del Pentateuco no son numerosas (cf, p.ej. Sal 105 y 106; Jr 15,1 Miq Jr 6,4; Ne 9,14; Si 45,1-5 etc. ) y están de ordinario desprovistas de una importancia interpretativa particular (si se excluye la interpretación tan problemática de E. Se-llin, 1922, a Os 12,15 13,1-2, según la cual estos pasajes aludirí­an la muerte violenta Moisés, ocurrida en medio una revuelta, tesis que divulgó más tarde Freud).
Las otras fuentes no bí­blicas, tanto helenistas como palestinas, son muy tardí­as y siempre dependientes del texto del Pentateuco. La naturaleza de las fuentes, sin embargo, no debe inducirnos a considerar como dudosa la existencia histórica de Moisés; lo cierto es que sin ella toda la historia hebrea (y cristiana) posterior resultarí­a casi incomprensible. Más aún, en un sentido muy distinto del original hay que repetir con Freud que †œfue Moisés el que creó al hebreo† (Opere, vol. 11, 332). Además, a los que sostienen que a menudo las páginas del Pentateuco hablan el lenguaje de la †œsaga† se les puede replicar que †œla saga y la historiografí­a parten del mismo punto: lo sucedido† (M. Buber, Mosé, 8) [1 Mito].
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III. LA VIDA.
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1. En Egipto.
Las peripecias de la vida de Moisés y el consiguiente éxodo de Egipto suelen situarse hoy en la primera mitad del siglo xili a.C, pero existen también hipótesis que tienden a desplazarlas a la segunda mitad, mientras que otras, menos frecuentes y fiables, tienden a retrasarlas: basándonos en 1 R 6,1, deberí­amos incluso colocarlas en la segunda mitad del siglo xv.
A menudo, la simpatí­a inicial de que gozaban los hebreos en la corte egipcia se relaciona con el predominio de los hicsos, que formaron la XV y la XVI dinastí­a, y el empeoramiento sucesivo de la situación (Ex 1,8-11) con la reacción en contra de ellos por parte de los faraones de la XVII dinastí­a. Las poblaciones de origen semita, especialmente cuando el control egipcio se extendió a la tierra de Canaán (dinastí­as XVIII y XIX), eran utilizadas para realizar trabajospesados y en parte como funcionarios (escribas) destinados a mantener el contacto con las provincias que se extendí­an por las tierras de Canaán (todo esto encaja bien en lo que se nos dice en Ex 1,8-2,10).
Moisés, según la genealogí­a que se nos ha conservado en Ex 6,20, atribuida a P, tuvo por padre a Amrá y por madre a Yakébet (tí­a del padre: Ex 6,20 Núm Ex 26,59, género matrimonio que prohibirá la tórah:
Lv 18,13) y nació en la época en que un decreto real (del que no existen testimonios extrabí­blicos) prescribí­a la muerte de los varones hebreos recién nacidos. Para librarlo de la muerte lo pusieron en una cesta dejada sobre las aguas, en donde luego fue encontrado y salvado por la hija del faraón (Ex 2,3-10). El relato tiene un gran parecido con la leyenda que se ha conservado a propósito de Sargón de Akad (a mitad del tercer milenio), cuya historia se ha descubierto, junto con otros hallazgos arqueológicos, en TelI el Amarna, lugar de las ruinas de Akhetaton, ciudad real del faraón Amenofis IV (siglo xiv).
Se puede proponer la hipótesis de que Moisés recibió la educación egipcia propia de los escribas (un pasaje del NT dice que †œfue instruido en todo el saber de los egipcios: Hch 7,22). †œYa mayor, fue adonde esta- ban sus hermanos† (Ex 2,11), descubriendo así­ el yugo que pesaba sobre los hebreos, experiencia decisiva a la que podrí­an aplicarse (también aquí­ en sentido distinto del original) aquellas palabras freudianas: †œLa vida heroica del hombre Moisés comenzó cuando bajó de las alturas en donde se encontraba y se rebajó hasta los hijos de Israel† (o.c, 344). Vengó los malos tratos de un hermano israelita matando a un egipcio, y por ello se vio obligado a huir a Madián (Ex 2,12-15).
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2. En Madián.
La tierra de Madián se localiza hoy con toda certeza en la costa oriental del golfo de Aqa-ba; estaba habitada por una población que se enumera en Gen 25,2-4 y en ICrón 1,32 como descendientes de Abrahán a través de Queturá, mientras que en Gen 37,28-36 figuran como descendientes de Ismael. En Madián Moisés se casa con Séfora, hija del sacerdote Ragüel (Dios es pastor†: Ex2,18;Núm 19,29, atribuido a J), llamado en otro sitio Jetró (excelencia: Ex 3,1; Ex 4,18 18,1-12, atribuido E); de ella tuvo dos hijos: Guersón (derivado de ger, extranjero, huésped: Ex 2,22; Ex 18,3) y Eliezer (mi Dios es ayuda:
Ex 18,4). A veces se ha querido ver cierta analogí­a entre.este episodio y lo que se narra a propósito de Sinué, noble egipcio que vivió unos siglos antes, también fugitivo de su patria y esposo de una hija de un jefe de tribu de la región de Qedem, en Siria.
Según Ex 18,1-12, Jetró conocí­a y bendecí­a el nombre del Señor (Yhwh); incluso se ha avanzado la hipótesis de que los israelitas recibieron la fe en Yhwh de los madianitas (cf DTATI, 610); pero también existe la hipótesis según la cual los madianitas conservaban la antigua fe de Abrahán. Mientras apacentaba el rebaño de Jetró junto al monte de Dios (Ex 3,1), Moisés recibió la revelación de la zarza, donde el Señor se le presentó como Dios de su padre y como Dios de Abrahán, Isaac yJacob (Ex 3,6; Ex 15,16); en calidad de tal, le reveló su propio nombre (†˜ehyeh †˜aser †˜eh-yeh: †œYo soy el que soy: Ex 3,14 pero el verbo †œser†™ hay que liberarlo una concepción estática -como lo indica el término ho 6n en Ex 3,14, LXX- para darle el sentido una actividad dinámica); y también en calidad de tal, el Señor envió a Moisés a liberar a su pueblo. Por lo demás, el mismo nombre de la madre de Moisés (Yakébet, †œel Señor es grandioso†™) es teóforo, y podrí­a entonces añadirse también que el Señor -por así­ decirlo- es el Dios †œde su madre. Por otra parte, la tradición ve-terotestamentaria (a excepción de Gn 4,26) relaciona el nombre de Yhwh con Moisés y con el Sinaí­; en efecto, el Señor se habí­a aparecido a los patriarcas, pero no les habí­a dado a conocer su propio nombre (Ex 6,3).
La llamada de Moisés, a pesar de que tiene analogí­as con otros modelos bí­blicos de vocación, resulta bastante original. Moisés no sólo se declara, como hará luego Jeremí­as (Jr 1,4-10), inepto para su misión Ex 3,11), y pide signos (Ex 4,1-9), como hará también Gedeón (Jc 6,11-23; Jc 6,36-40), sino que es el único que logra imponer una condición a Dios mismo: la asistencia de su hermano Aarón (Ex 4,10-16 cf el contraste con Jr 1,9). Después de la llamada, Moisés toma a su mujer y a sus hijos y vuelve a la tierra de
Egipto (Ex 4,19). Durante el viaje tiene lugar el oscuro episodio (parecido a la lucha de Jacob-Israel con
Dios en el vado del Yaboc: Gn 32,25-32) en que el Señor alcanza a Moisés e intenta darle muerte;
Moisés, sin embargo, se libró en virtud de la circuncisión del hijo realizada por su madre, Séfora
Ex 4,25-26).
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3. Las plagas y la pascua.
La narración bí­blica hace morir al faraón de la opresión (según la opinión más difundida en otros tiempos se tratarí­a de Ramsés II hoy -cf, p.ej., H. Cazelles, En busca de Moisés, 68- se tiende a ver en él a su antecesor Seti) durante la estancia de Moisés enMadián(Ex 2,23; Ex 4,19). Moisés y Aarón, presentándose al nuevo faraón (Ramsés II o Merneptah), piden permiso para ir a ofrecer un sacrificio en honor del Señor a tres dí­as de camino en el desierto (Ex 5,3; Ex 8,23 tal como lo habí­a hecho Abrahán:
Gn 22,4); el faraón rechaza esta petición y agrava la condición de los hebreos (Ex 5,4-18).
La negativa por parte del faraón, cuyo corazón habí­a endurecido el Señor (Ex 7,3), provoca el desencadenamiento de las diez plagas (Ex 7,14-11,10 y Ex 12,29-34), a las que incluso los crí­ticos menos radicales niegan una fiabilidad histórica. En la narración de la última †œplaga†, la muerte de los primogénitos, se inserta la institución de la pascua y de la fiesta de los ácimos (Ex 12,1-28; Ex 12,43-5 1; Ex 13,3-10), presentada como memorial (zikkaróm:Ex 12,14) de la liberación de Egipto (Ex 13,3). Con la celebración de la / pascua comienza el episodio del / éxodo. El pueblo parte de Sucot, pero en vez de seguir el camino de los filisteos (es decir, la ví­a costera que lleva a Gaza) emprende el camino más áspero del desierto. (Ex 13,17-18 Núm Ex 33,5-8).
Ante el peligro que representaba la persecución del ejército egipcio, Moisés extendiendo la mano abre el mar para los hijos de Israel, y extendiendo igualmente la mano lo cierra para los egipcios; pero en aquella mano es el Señor el que actúa: †œAsí­ salvó el Señor aquel dí­a a Israel de mano de los egipcios† (Ex 14,30). Es el Señor, y sólo él, el protagonista del gran cántico de victoria que nos ha conservado el libro del Ex (15,2-21; de fecha incierta, se oscila entre los siglos xn y y a.C), cántico que en la tradición hebrea posbí­blica tiene una especie de correspondencia en la Haggadah de pascua (el texto litúrgico de la cena pascual), en donde no se menciona a Moisés ni una sola vez: el verdadero liberador es siempre el Señor.
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4. El camino del desierto.
A partir de entonces comienza el largo camino de cuarenta años del pueblo por el desierto, camino guiado por la columna de nube durante el dí­a y la columna de fuego por la noche (cf, p.ej. Ex 13,21-22; Ex 40,36-38 Núm Ex 9,17-23; Dt 1,33), y sostenido por el maná que acompañó al pueblo hasta que llegó a la tierra de Canaán (Ex 16,35; Jos 5,12) y por la fuente que manó de la roca (Ex 17,4-7 Núm Ex 20,7-11 ), roca que la tradición rabí­-nica considera móvil (cf, p.ej., Tanh, ed. Buber, 4,127), interpretación que también conoce san Pablo (1Co 10,1-4).
El maná es presentado como †œpan del cielo† (Ex 16,4; SaI 78,24), que descendí­a todos los dí­as (excepto el sábado, por lo que el dí­a anterior habí­a que recoger una ración doble), para que el pueblo aprendiera a fiarse del Señor: †œTe ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores; para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor† (Dt 8,3; Mt 4,4; Lc 4,4). Según el evangelio de Jn, Jesús ante la petición de repetir el signo antiguo haciendo bajar †œpan del cielo† (una tradición rabí­nica afirmaba, a través de una referencia al Ps 72,16, que también el mesí­as harí­a bajar el maná: cf Qo Rab. 1,28 a 1,9), se declara él mismo †œpan del cielo† y †œpan de vida† (Jn 6,26-51).
El aspecto fí­sico del maná se describe como parecido †œa la milla del cilandro, blanco, y su sabor como torta de miel† (Ex 16,31 cf pero hay quienes consideran distintos los dos tipos maná descritos en los pasajes bí­blicos señalados). En cierto momento, el pueblo se quejó de su inconsistencia, y fue castigado con la aparición de serpientes venenosas (Nm 2 1,5-6). Con el mismo nombre (árabe, mann; egipcio, mennu) se indica una especie de resma que durante dos meses destila de la tamarix mannifera. El pasaje de Ex 16,15 -según el cual los hijos de Israel, al ver sobre el terreno aquella especie de escarcha, dijeron:
†œMan hú, †œ- mejor que traducirlo por †œ,Qué es eso?† (atribuyéndole así­ el valor de etimologí­a de la palabra †œmanᆝ), parece ser que hay que entenderlo del modo siguiente: los hebreos, que ya en Egipto conocí­an el maná natural, al ver en el terreno algo parecido, exclamaron: †œiPero esto es maná!†, o †œ,Será quizá maná?† (en efecto, en hebreo no se atestigua en ningún otro sitio que man signifique †œ,Qué cosa es?† (cf F. Zoreli, Lexicón graecum Novi Testamenti, Roma 1978, 795-796).
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5. Intercesor.
Adentrándose en el desierto, Israel choca con Amalee en Rafidí­n; esta tribu nómada se menciona por primera vez en Gen 14,7, y de ella no tenemos testimonios extrabí­blicos (Ex 17,8-15; Dt 25,17-19). Moisés, que en la Escritura no aparece nunca como caudillo militar, deja en Rafidí­n a Josué el mando de las operaciones bélicas y, acompañado de Aarón y Jur, sube a una colina: sólo cuando levantaba las manos prevalecí­a Israel (Ex 17,11). En otra ocasión, cuando en Jormá el pueblo quiso pelear con los amalecitas contra el parecer de Moisés, la batalla fue un fracaso (Nm 14,45). Aunque en el pasaje relativo a la batalla de Rafidí­n no aparece nunca el verbo tí­pico para indicar el acto de intercesión (se trata de la forma hitpael, del verbo de raí­z pl!), la función desempeñada por Moisés es análoga a la que efectuó en otros pasajes en los que aparece el verbo indicado, como cuando Moisés intercedió para librar al pueblo del fuego encendido por la cólera divina (Nb 21,4-9). Pero la intercesión más alta se dio en el caso de la culpa más grave: el †œbecerro de oro† (Ex 32,11-14; Ex 32,30-32; Dt 9,12-20) cuando, según una tradición rabí­nica basada en Ex 32,32, Moisés llegó a ofrecer su propia vida a cambio de la del pueblo (cf TaIm. 8. Ber. 32a). Moisés intercedió también en favor de su hermano Aarón (Dt 9,20 en esta misma perí­copa se recuerdan otros actos intercesión en favor del pueblo rebelde: Dt 8,22-26) y de su hermana Marí­a, que habí­a sido castigada con la lepra por haber hablado contra él (Nm 12,1-16).
La función de intercesor propia de Moisés va estrechamente unida a dos de los rasgos más caracterí­sticos de su figura: su intimidad con Dios (Ex 20,21; Ex 24,18; Ex 32,18-19; Ex 34,9 Núm Ex 12,8; Dt 34,10), que llega hasta transformar la teofaní­a en un diálogo: †œMoisés hablaba y Dios le respondí­a con el trueno† (Ex 19,9), y su humildad, que llega hasta no sentir ninguna envidia por el don profético de los demás (Nm 11,25-29), porque
†œMoisés era humilde, el hombre más humilde (†˜anaw, griego de los LXX praps, como en Za 9,9 y Mt 11,29 del mundo† (Nm 12,3). A Moisés no se le puede describir plenamente como profeta (nabi con este nombre se le designa en Os 12,14 cf también Dt 18,15), ya que su relación con el Señor fue mucho más estrecha que la de cualquier otro profeta (Dt 34,10). Tampoco es un sacerdote (kohen), aun cuando a veces ejerza funciones sacerdotales (Ex 24,6; Lv 8,6-20) y sea designado como tal en el Ps 99,6 (pero nunca en el Pentateuco).
Moisés es un hombre capaz de lamentarse y hasta de desearse la muerte por el peso de tener que cargar él solo con todo un pueblo (Ex 18,18 Nb 12,7) y el único mediador del acontecimiento único e irrepetible que insertó para siempre al pueblo en la economí­a de la revelación (Dt 6,14).
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6. Mediador de la †œtórah†.
La liberacón de Egipto y el Dios que revela su propia tórah en el Sinaí­ son dos momentos de un único proceso (Ex 20,2; Dt 5,6), y en ambas circunstancias el mediador único entre Dios y el pueblo es el hombre Moisés. A pesar de que no existe un término hebreo para indicar mediador/mediación, esta dimensión es fundamental en Israel, y Moisés representa el prototipo y el fundamento de todos los sucesivos mediadores.
A los tres meses de la salida de Egipto, una vez llegados los hijos de Israel al desierto del Sinaí­, el Señor les dijo por boca de Moisés: †œHabéis visto cómo he tratado a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traí­do hasta mí­. Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza (berit), vosotros seréis mi especial propiedad (seguHah) entre todos los pueblos, porque mí­a es toda la tierra; vosotros seréis un reino de sacerdotes, un pueblo santo† (Ex 19,4-6). Al lado de este momento fundamental se sitúan las otras etapas decisivas: la promulgación del / decálogo (Ex 20,1-17; Dt 5,6-21) y del llamado código de la alianza (Ex 20,22-23,19), la estipulación de la alianza mediante la sangre sacrificial y la lectura del libro del pacto (Ex 24,3-8, atribuido a E, mientras que Ex 24,1-2; Ex 24,9-11 atribuye J) y la construcción del arca de la / alianza (†˜arón ha-berü). A menudo se ha querido ver una analogí­a entre la sucesión de estos momentos y los tratados de vasallaje del antiguo Oriente; pero mucho más importante que esto es comprender que son precisamente estos actos los que constituyen a Moisés en †œel maestro de un pueblo†, ya que †œsi en Abrahán se prefigura la comunión de los pueblos, en Moisés se lleva a cabo la irreductible vocación del pueblo judí­o† (A. Neher, Mosé, 17).

7. La estancia en Cades.
El otro lugar fundamental del éxodo, además del Sinaí­, es Cades (identificado con el actual oasis de Am Qe-derait, en el Negueb), adonde llegó Israel (guiado por los madianitas: Núm 10,29-32) a través del paso por el desierto de Farán; viaje caracterizado por las quejas del pueblo por el maná, por la constitución del consejo de ancianos, por la llegada de las codornices, por las protestas de Marí­a y de Aarón (cf Núm 10,11-12,16). Antes del asentamiento en Cades son enviados algunos exploradores a la tierra de Canaán. Volvieron con informes distintos: Josué y Caleb presentaron la entrada en Canaán como posible; otros declararon que eran demasiado fuertes los pueblos que lo habitaban; su desconfianza fue castigada con la prolongación durante cuarenta años de la estancia en el desierto; un intento posterior de penetrar en Canaán por el sur fue rechazado (derrota de Jormá: Núm 13). Todo lo que se narra en Núm 10,11-14,45 guarda mucho parecido con Ex 15,22-18,27, aunque ambientado antes de la llegada al Sinaí­.
La estancia en Cades fue, según la tradición, muy larga (según Dt 2,14 fue de treinta y ocho años). A pesar de la opinión en contra de algunos autores y de la notable variedad en este punto de las tradiciones del Pentateuco [1 Pentateuco ll-V], parece difí­cil privar a esta estancia de Habilidad histórica. La narración bí­blica coloca en este contexto (Nm 16) la rebelión de Coré y la de Datan y Abirán. El capí­tulo está reelaborado, y pueden verse en él dos tradiciones diversas: una tardí­a (P), que habla de la revuelta del levita Coré contra la hegemoní­a sacerdotal de Aarón (Nm 16,3; los crí­ticos le atribuyen muy poco o quizá ningún valor histórico), y otra (atribuida en su mayorí­a a E) que habla de Datan y de su hermano Abirán, de su oposición al papel de guí­a de Moisés y de su negativa a seguirle en tierra de Canaán (Nm 16,13-14 ). A la revuelta de Datan y Abirán se alude (sin mencionar la de Coré) en Dt 11,6 y Ps 106,7.
Según la narración bí­blica, fue precisamente en Cades donde Moisés cometió aquel pecado que le impidió entrar en la tierra de Canaán. Según Núm 20,12 ocurrió en el episodio de las aguas de Meribá (de la raí­z ryb, disputa): también allí­ habrí­a vacilado Moisés en su confianza y (a diferencia de Núm 11,21 -22) lo habrí­a hecho públicamente. En el Ps 106,32, aquella culpa se entendió como participa-cióifeiTer pecado del pueblo (participación que en la tradición judí­a llegó a asumir una connotación expiatoria: cf, p.ej., TaIm. 8. Sota 14a). Por el contrario, en Dt 1,26-40 la culpa de Moisés va unida a la negativa del pueblo a pasar inmediatamente a la tierra de Canaán; en este sentido se ha propuesto relacionar el pasaje mencionado de Núm 20,12 con Núm 14,26-35, donde el Señor condena al pueblo a peregrinar durante cuarenta años.
Sea cual fuere la culpa de Moisés, Israel prosiguió la marcha hacia Canaán con Josué y las tres tribus efrai-mitas. También en este caso la narración bí­blica está llena de variantes, en particular a propósito del papel representado por Edón frente a Israel (cf Núm 20,14-21; Dt 2,8; Dt 2,29). Fue en Trasjordania donde Israel chocó con los reinos amorreos de Jesbón y de Basián, venciendo a sus reyes, Si-jón y Cg Nm 2 1,21-35; Dt 2,24-3,12); pero estos episodios podrí­an pertenecer también a un perí­odo distinto de la historia de Israel.
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8. En las estepas de Moab.
La parte final del libro de los Núm (22-36) y el Dt está ambientada en las estepas de Moab. Allí­, en el santuario de Baal Fegor, el conflicto con los pueblos de TransJordania asumió también un aspecto religioso al producirse la violenta reacción del ambiente Leví­tico contra el culto local (Nm 25; Dt 4,3). Núm 31 habla de un nuevo choque victorioso de Israel con los madianitas (relacionados estos últimos por una tradición tardí­a con Baal Fegor y con Balaán, el autor de los célebres oráculos que se remontan a una tradición mucho más antigua: cf Núm 22,2-24,25).
La última fase de la vida de Moisés comienza con el nombramiento de Josué para sucederle Nm 27,18-22; Dt 31,1-7). La narración de la sucesión está mezclada con el preanuncio de la muerte, convirtiéndose también bajo este aspecto en una especie de modelo de la perí­copa evangélica relativa a la investidura de Pedro (Mt 16,17-23).
Moisés habí­a pedido †œver la excelente tierra del lado de allá del Jordan† (Dt 3,25); pero el Señor le niega este deseo y le ordena morir en la montaña, lo mismo que habí­a ocurrido con su hermano Aarón (Dt 32,50 ). Antes de morir, Moisés reúne al pueblo y pronuncia el cántico que figura con su nombre (respecto a la fecha del cántico oscila entre los siglos xi y vi a.C); luego bendice al pueblo tribu por tribu (Dt 33,1-29) según una modalidad que recuerda muy de cerca las bendiciones de Jacob (Gn 49,1-27) y que se recogerá también en el discurso de despedida de Josué (Jos 23). Pero también sobre estas bendiciones parecen pesar las previsiones de futuras traiciones por parte del pueblo (Dt 31,16-18).

9. La muerte.
Inmediatamente después, Moisés sube al monte Nebo, divisa en toda su extensión la tierra prometida a los padres y muere en la soledad (Dt 34,1-5). A lo largo de los siglos se ha querido dar a veces a esta muerte el significado de ascensión a una forma más elevada de existencia: así­ en cierto judaismo (cf Ascensión de Moisés) y así­ también en la patrí­stica (cf, p.ej., Gregorio Magno, De vita Moysis: PG 44,428). Pero en la mayorí­a de los casos el judaismo no niega la muerte humana del siervo de Dios. Vienen a la mente las palabras que mucho tiempo después escribirí­a Franz Kafka: †œSi Moisés no alcanzó Canaán, no fue porque su vida fuera breve, sino porque fue humana†. Fuertemente arraigado en la tradición judí­a está también la expresión wayyiqbor †˜otó (Dt 34,6), como †œlo enterró†, haciendo del Señor el sujeto sobrentendido de la frase; es también ésta la razón de que permaneciese desconocida la tumba de Moisés (Dt 34,6).
10. Redactor del Pentateuco.
Uno de los rasgos tradicionales de la figura de Moisés, que permaneció indiscutido hasta la época moderna, es su actividad de redactor del Pentateuco. De este modo la tórah quedó asociada indisolublemente a Moisés, no sólo porque fue él el mediador de la revelación (que según la tradición hebrea tuvo también una transmisión oral, †œtórah oral†), sino también como redactor del texto escrito del Pentateuco, llamado también tórah por la tradición hebrea. La actividad de escritor de Moisés está atestiguada por el mismo Pentateuco, en donde se recoge la orden divina de escribir en un libro los sucesos o preceptos (Ex 17,14; Ex 24,4; Ex 34,27 Núm Ex 33,2; Dt31,9; Dt31,22; Dt31,24). En otros lugares del AT es manifiesta la identificación entre los escritos de Moisés y la tórah (Jos 8,31; Jos 23,6; IR 2,3; 2R 14,6; 2Cr 35,12; Esd 3,2; Esd 6,18; Ne 13,1; Dn 9,1 Is; Ba 2,28; Si 24,22), posición esta última reiterada en el NT y conservada por toda la tradición sucesiva, tanto judí­a como cristiana, en donde todo lo más se llega a atribuir a la mano de Josué la composición de los ocho últimos versí­culos del Dt (TaIm. 8. Baba Ba-tra 15a) o a suponer la existencia de una intervención definitiva por parte de Esdras (Jerónimo, Adv. He!. 7: PL 23,199).
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IV. EN EL NUEVO TESTAMENTO.
Moisés es el personaje del AT más citado en el NT (80 veces). En la mayorí­a de los casos la convicción que sirve de fondo al empleo neotestamentario de su nombre es la propia del /judaismo, según el cual Moisés representa ante todo el mediador y el redactor de la tórah, o sea de la única y eterna revelación de Dios; hasta el punto de que a menudo el nombre de Moisés es sinónimo de la tórah (cf GLNT VII, 769-770; cf, p.ej. Mt 8,4; Mt 19,7-8; Mt 22,24; Mt 23,2; Mc 1,44; Mc 7,10; Mc 10,3-4; Mc 12,19; Lc 2,22; Lc 5,14; Lc20,28;Jn I,17;Jn 7,19;Jn 7,22;Rm 10,5; ico 9,9). .Moisés, identificado todaví­a con las páginasdel Pentateuco, es considerado además como profeta que preanuncia la venida de Cristo (Jn 1,45; Jn 5,46; Hch 3,22; Hch 7,37; Hch 26,22; Hch 28,23), la resurrección de los muertos (Lc 20,37), la misión a los paganos (Rm 10,19) y, finalmente, el acontecimiento pascual (Lc 24,27).
Otro lugar importante es la referencia al pasaje en que Moisés anuncia el enví­o futuro de un profeta semejante a él, que será escuchado por el pueblo (Dt 18,15-18). Este versí­culo se aplica expresamente a Jesús en Ac 3,22 y 7,37 e, implí­citamente, en el episodio de la transfiguración, donde Moisés y Elias se aparecen al lado de Jesús y se oye la voz del cielo que invita a escuchar al Hijo (Mt 17,5; Mc 9,7; Lc 9,35 ). En la multiplicación de los panes la gente identifica a Jesús con el profeta que ha de venir (Jn 6,14). La figura del profeta influyó también en los samaritanos, que relacionan con ella su fe en el Taheb (Restaurador): cf Jn 4,25.
En Ap 11,5-6, uno de los dos testigos mártires recuerda claramente la figura de Moisés (el otro es Elias), indicando así­ la necesidad, reiterada además con mayor claridad en otros lugares (Jn 1,20-2 1; Jn 7,40-4 1 ), de mantener a veces separada la figura del †œprofeta† de las de Elias y del mesí­as.
Al comienzo del NT se encuentra la narración de la infancia de Jesús, inspirada muy de cerca en la de Moisés (Mt 2,14-21); al final del mismo se evoca significativamente una vez más la figura de Moisés: en efecto, los elegidos del Ap, junto al cántico del cordero, entonan precisamente el de Moisés (Ap 15,2-3). En los escritos de Pablo la vida de Moisés tiende más bien a convertirse en †œtipo† de la nueva comunidad de los creyentes (1Co 10,1-13; 2Co 3).

Sólo raras veces se refiere el NT de modo directo a la figura y a las vicisitudes personales de Moisés; así­ ocurre en el discurso de Esteban que precede a su lapidación, cuando se recorre la historia de Moisés, visto como siervo de Dios no comprendido por el pueblo (Hch 7,17-44); o en la carta a los Hebreos (11,23- 29), donde se coloca a Moisés entre los grandes ejemplos antiguos de fe en Dios.
En el NT aparecen también rasgos legendarios sobre la figura de Moisés: la distribución ternaria de su
vida en perí­odos de cuarenta años (Egipto, Madián, desierto): Ac 7,23.30; los nombres de Janes y
Jambrés como sus opositores (2Tm 3,8); la afirmación de que la tórah fue revelada por medio de un ángel
(Hch 7,38; Ga 3,19); laluchaentre Miguel y Satanás por la posesión de sus restos (Jud 9).
El Corán, además de mencionar varias veces el nombre de Moisés, conserva también el recuerdo de
todos los acontecimientos fundamentales de su vida: desde el nacimiento hasta su permanencia en
Madián, desde la revelación de la zarza hasta los episodios del éxodo (cf, p.ej., las su-ras 20,9-98; 26,1-
68; 28,2-48).
BIBL.: AA.W., Moise I†™homme de I†™Alliance, Desclée, Parí­s 1955; Buber M., Mosé, Marietti, Cásale Monferrato 1983; Cazelles H., En busca de Moisés, Verbo Divino, Estella 1981, Moise, en DBSV, 1308- 1337; Fleo E., Mosé secondo ¡ saggi, Dehoniane, Napóles 1981; Freud 5., Moisés yla religión monoteí­sta, en Obras completas IX, Madrid 1974; Jeremí­as J., Móusés, en GLNT VII, 769-830; Neher ?., Mosé, Mondadon. Milán 1961; Segre ?., Mosé nostro maestro, Esperienze, Fossano 1975.
P. Stefani

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Para Israel es Moisés el profeta sin igual (Dt 34,10ss) por el que Dios liberó a su pueblo, selló con él la alianza (Ex 24,8), le reveló su ley (Ex 24,3; cf. 34,27). Es el único al que, juntamente con Jesús, da el NT el tí­tulo de *mediador. Pero al paso que por la mediación de Moisés (Gál 3,19), su siervo fiel (Heb 3,5), dio Dios la ley al solo pueblo de Israel, a todos los hombres los salva por la mediación de Cristo Jesús (lTim 2,4ss), su Hijo (Heb 3,6): la ley nos fue dada por Moisés, la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo (Jn 1,17). Este paralelismo de Moisés y de Jesús pone en evidencia la diferencia de los dos Testamentos.

1. El servidor y el amigo de Dios. La vocación de Moisés es el remate de una larga preparación providencial. Moisés, nacido de una raza oprimida (Ex 1,8-22), debe a la hija del Faraón opresor no sólo ser “salvado de las aguas” y sobrevivir (2,1-10), sino también el recibir una educación que le prepara para su misión de jefe (Act 7,21s). Sin embargo, ni la sabidurí­a, ni el poder, ni la reputación así­ adquiridos (cf. Ex 11,3) bastan para hacer de él el libertador de su pueblo. Tropieza incluso con la mala voluntad de los suyos (Ex 2,11-15; Aot 7,26ss) y tiene que huir al desierto: Dios se le aparece, le revela a la vez su *nombre y su *designio de *salvación, le da a conocer su *misión y le da fuerza para desempeñarla (Ex 3,1-15); Dios estará con él (3,12). En vano se excusará el elegido: “¿Quién soy yo?…” (3,11). La *humildad que en un principio le hace vacilar ante un empeño tan pesado (4,10-13) le ayudará luego a desempeñarlo con una suavidad sin iguala través de las oposiciones de los suyos (Núm 12,3.13). Aunque su fe experimentó un desfallecimiento (20,10), Dios lo declara su más fiel servidor (12,7s) y lo trata como *amigo (Ex 33,11); por una gracia insigne le revela, no su *gloria, pero, por lo menos, su nombre (33,17-23). Hablándole así­ desde el interior de la nube, lo acredita como jefe de su pueblo (19,9; 33,8ss).

2. El libertador y el mediador de la alianza. El primer acto de su misión de jefe es la *liberación de su pueblo.

Moisés debe poner fin a la opresión que impide a Israel tributar culto al Dios, que el Faraón se niega a reconocer (Ex 4,22s; 5,1-18). Pero para esto debe Dios “mostrar su mano poderosa” hiriendo a los egipcios con golpes reiterados: Moisés es el artí­fice de estas *calamidades que manifiestan el *juicio divino. En el momento de la última plaga, todaví­a bajo las órdenes de Moisés, lleno de la sabidurí­a de Dios (Sab 10,16-20), celebra Israel la *pascua. Luego todaví­a “por la mano de Moisés” (Sal 77,21) conduce Dios a su pueblo a través del mar que sumergea los perseguidores (Ex 14). El primer objetivo del *éxodo se ha logrado : en el Sinaí­ ofrece Moisés el sacrificio que convierte a Israel en el *pueblo de Dios (19,4ss) sellando su *alianza con él (24,3-8; cf. Heb 9,18ss).

Al pueblo de la alianza se agregan todos los que han sido bautizados en Moisés (lCor 10,2), es decir, los que por haberle seguido atravesaron el mar, guiados por la *nube, y experimentaron la *salvación. Moisés, “su jefe y su redentor” (Act 7,55), prefigura así­ a Cristo, mediador de una alianza nueva y mejor (Heb 8,6; 9,14s), redentor que libera del pecado a los que son bautizados en su nombre (Act 2,38; 5,31).

3. El profeta y el legislador. Moisés, jefe del pueblo de la Alianza, le habla en nombre de Dios (Ex 19,6ss; 20,19; Dt 5,1-5). Le revela la *ley divina y le enseña cómo debe conformar con ella su conducta (Ex 18, 19s; 20,1-17 p). Lo exhorta a la fidelidad para con el Dios único y trascendente que está siempre con él (Dt 6) y que por amor lo ha escogido y salvado gratuitamente (Df 7,7ss).

Moisés es así­ el primero de esos *profetas (Os 12,14), que tienen por misión mantener la *alianza y educar a un pueblo rebelde. El ejercicio de esta misión hace también de él el primero de los *servidores de Dios perseguidos (cf. Act 7,52s). A veces se queja de ello a Dios: “,Acaso he concebido yo a este pueblo para que me digas: Llévalo en tu seno como la nodriza lleva al niño que amamanta…? La carga es demasiado pesada para mí­” (Núm 11,12ss). Un dí­a, abrumado por la infidelidad de su pueblo (Núm 20,I0ss; Sal 106, 33), dejará flaquear su fe y su *mansedumbre, tan profundas, no obstante (Eclo 45,4; Heb 11,24-29), y será castigado por ello (Dt 3,26; 4,21).

4. El intercesor. Moisés es especialmente admirable en su papel de intercesor; por su *oración asegura a Israel la *victoria de sus enemigos (Ex 17,9-13) y le obtiene el perdón de sus pecados (32,11-14; Núm 14, 13-20; 21,7ss). Lo salva así­ de la muerte interponiéndose ante la *ira divina (Sal 106,23). “Perdona su pecado… si no, ¡bórrame de tu libro!” (Ex 32,31s). Con esta ardiente caridad esboza los rasgos del *siervo doliente que intercederá por los pecadores cargando con sus faltas (Is 53,12). Prefigura también al “profeta semejante a él” cuya venida anuncia (Dt 18,15-18). Esteban recordará esta predicción (Act 7,37) y Pedro lo proclamará realizado en Jesús (Act 3,22s). De este “profeta” por excelencia (Jn 1,21; 6,14) da Moisés testimonio en la Escritura (Jn 5,46; Lc 24,21); por eso se halla a su lado en la transfiguración (Lc 9,30s). Pero Cristo, nuevo Moisés, rebasa la ley dándole cumplimiento (Mt 5,17), pues él es el fin de la misma (Rom 10,4): habiendo cumplido todo lo que estaba escrito de él en la ley de Moisés, fue resucitado por su Padre a fin de dar el Espí­ritu Santo a los hombres (Lc 24,44-49).

5. La gloria de Moisés. En Cristo se revela ahora la *gloria (Jn 1,14), un reflejo de la cual iluminaba el rostro de Moisés después de sus encuentras con Dios (Ex 34,29-35). El pueblo de la antigua alianza no podí­a sopdrtar el resplandor de este reflejo, aunque pasajero (2Cor 3,7); por eso Moisés se poní­a un velo sobre el rostro. Para Pablo este velo simboliza la obcecación de los judí­os, que leyendo a Moisés no lo comprenden y no se convierten a Cristo, al que anunciaba (2Cor 3,13ss). Porque los que creen verdaderamente en Moisés, creen en Cristo (Jn 5,45ss) y su rostro, como el de Moisés, refleja la gloria del Señor que los transforma a su imagen (2Cor 3,18). En el cielo, los rescatados cantarán “el cántico de Moisés, el servidor de Dios, y el cántico del cordero” (Ap 15,3; cf. Ex 15), único cántico pascual del único Señor, cuya *figura fue Moisés.

-> Alianza Liberación – Ley – Mediador – Profeta – Siervo de Dios.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Moisés es preeminentemente el legislador. «La ley fue dada por Moisés» (Jn. 1:17). En cuatro de los cinco libros que componen el Pentateuco, él es la figura dominante, y su sombra abarca el AT y el NT.

La vida de Moisés se divide en tres períodos de cuarenta años. El primero (Ex. 2:1–15a) trata con su nacimiento y su adopción por la hija del Faraón. Si ella fue la gran Hatasu, Moisés debió de haber tenido un importante papel en la corte de Egipto (Hch. 7:22). Pero su amor por su pueblo lo llevó a actuar imprudentemente, lo que lo obligó a huir por su vida.

El segundo período (2:15b–25) es casi un papel en blanco. Se nos muestra a Moisés en retiro y eclipse llevando la vida de pastor, un hombre aparentemente olvidado.

El tercer período (Ex. 3:1–Dt. 34:12) empieza con el llamamiento de Moisés. El llamado es un desafío para la fe de Moisés en Dios y su amor por su pueblo (3:12); y respondiendo a su llamado entra en la obra de su vida. La liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto fue una labor realizada por las poderosas acciones de Dios, quien hace de Moisés su instrumento; y la vara de Moisés, su símbolo de autoridad. La proclamación del Decálogo por la misma voz de Dios en el Sinaí es una tremenda teofanía (Ex. 20:1–21); y el pacto (Ex. 21–23) se ratifica por el derramamiento de sangre (Ex. 24:3–8; cf. 19:8). El tabernáculo debe ser construido según el modelo que se le mostró a Moisés en el monte (25:9; 39:43). Todas las leyes se dan por medio de Moisés. Las leyes de los sacerdotes, que se encuentran en Levítico, se entregan mediante Moisés y él ordena a Aarón y a sus hijos al sacerdocio. El viaje a Cades y el envío de los espías se describe rápidamente (Nm. 13). La desobediencia de no querer ir a poseer la tierra (Nm. 14) recibe el castigo de la peregrinación de cuarenta años, un año por día que se tomó en investigar la tierra (Cap. 14). La rebelión de Coré, Datán y Abiram y la entrega de diversas leyes son lo único que previene de que este largo intervalo sea una hoja totalmente en blanco. Con el comienzo del año cuarenta (Nm. 20:1), la nueva generación reanuda el viaje a la tierra de la promesa; y conquistan bajo el mando de Moisés a los reyes amorreos y de Basán, y se detienen para entrar en la tierra (Nm. 20). Se castiga severamente el pecado de Baal-peor (Nm. 25, 31). El Libro de Deuteronomio contiene los discursos de despedida de Moisés, en los que exhorta y suplica a su pueblo que guarde la ley que es su más rica posesión, y le advierte de las inevitables consecuencias de la desobediencia.

En todos estos grandes eventos, por los cuales Israel es moldeado como una nación, Moisés es la figura preeminente. Su papel en la historia de Israel es único. Como legislador no tiene sucesor. Josué lo siguió como líder. Pero la enorme diferencia en la autoridad de estos dos hombres se puede ver sólo comparando Nm. 7:89 y 12:6–8 con Nm. 27:15–21. Por cierto, jamás se levantó profeta como Moisés a quien Jehová conoció cara a cara (Dt. 34:10). Las últimas palabras del último de los profetas del AT son éstas, «acordaos de la ley de Moisés mi siervo» (Mal. 4:4). A pesar de que Dios le dio una posición singularmente exaltada e incluso debido a ella, Moisés se nos revela como un «hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras». Al igual que Elías y Jeremías, la obra que se le asignó, cuyo peso aumentó diez veces por un pueblo murmurador y rebelde, lo llevó al borde de la desesperación (Nm. 11:10–15) y a explosiones de ira e indignación (Ex. 32:19), una de las cuales tuvo trágicos resultados para sí mismo (Nm. 20:7–12), un desengaño que tuvo la más rica recompensa en el monte de la transfiguración (Mt. 17:1–8).

Es nuestro Señor quien nos entrega el tributo supremo para Moisés (Lc. 16:31; Jn. 5:46). Moisés, el hombre de Dios, es el tipo más completo de Aquel que vendría, porque combinó en sí mismo, en un grado único, los tres grandes oficios de Cristo—profeta (Dt. 18:15–22; 34:10s.), sacerdote (actuó como sacerdote e instituyó el oficio sacerdotal, Lv. 8), y rey (por cuarenta años fue el virrey de Dios sobre Israel).

George Rawlinson, en su Moses and His Times (1887) ha hecho dos afirmaciones significativas: «Los antecedentes para formar la vida de Moisés se encuentran principalmente en los últimos cuatro libros del Pentateuco» y «Materiales para poder describir los ‘tiempos’ en que Moisés vivió son ahora enormes por medio de la interpretación de las inscripciones jeroglíficas, y otros documentos egipcios nativos». Se podría dar fácilmente una lista larga de libros sobre el antiguo Egipto. Incluiría nombres como Maspero, Petrie, Budge, Steindorff, Baikie, Breasted, Weigall, y J.A. Wilson. Pero no se ha descubierto ningún documento antiguo que mencione a Moisés. Cuánta confianza se debe poner en las ampliaciones que Filón y Josefo dan del relato bíblico, no lo podemos saber. Y lo mismo se debe decir de las muchas vidas de Moisés que han aparecido de tiempo en tiempo en años recientes. El verdadero Moisés no puede recobrarse dando un vivido bosquejo de los «tiempos» en que vivió.

Oswald T. Allis

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (405). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El gran líder y legislador por cuyo medio Dios sacó a los hebreos de Egipto, los convirtió en nación dedicada a su servicio, y los acercó a la frontera de la tierra que les fue prometida a sus antepasados.

I. Nombre

En Ex. 2.10 se dice que “le puso por nombre Mōšeh, diciendo: Porque de las aguas lo saqué (mešı̂ṯı̄hû)”. La mayoría de los intérpretes supone que la persona que le puso el nombre fue la hija del faraón, y esto ha llevado a muchos a suponer que el nombre Mōšeh es de origen egp., y que el egp. ms, ‘niño’, “(uno que ha) nacido”, es el vocablo más plausible. No obstante, el antecedente del pronombre femenino singular (tácito en español) podría, igualmente, ser “la mujer”, e. d. la propia madre y nodriza de Moisés, que “le había puesto por nombre …” (así W. J. Martin). Ex. 2.10 claramente liga el nombre de Mōšeh con el hecho de que fue sacado de las aguas del río (māšâ, ‘retirar’, ‘sacar’), Este juego de palabras le resultaría fácil a un hablante heb. pero no a un egipcio: hecho que favorecería el punto de vista que se acaba de mencionar de que fue la propia madre de Moisés la que primero le dio su nombre, y no la hija de Faraón.

La forma Mōšeh, tal como aparece, es un participio activo que significa “el que saca”, y podría ser forma elíptica de una frase más larga. En los ss. XIV/XIII a.C. el egp. mÔsÒ, “niño” (y la forma gramatical relacionada en nombres tales como Ramose, ‘Re ha nacido’) se pronunciaba aproximadamente mâs, y no existe razón filológica ni de otro tipo para suponer que la madre adoptiva egp. de Moisés no hubiese podido asimilar un āši o Mōšeh semítico a la palabra/nombre común MÔsÒ, Mōšeh en su propia lengua. En nuestros propios días se hacen equiparaciones parecidas en todas las lenguas. Por ello el nombre de Moisés podría ser sencillamente el semítico asimilado al egp. estando en Egipto. El punto de vista mayoritario, empero, es que la hija de Faraón le puso el nombre de Mōse, ‘niño’ (o, menos probablemente, un nombre teofórico en -mose), que pasó al habla heb. como Mōšeh. Este parecer, sin embargo, no da cuenta adecuadamente del juego de palabras semita, y no hay razón objetiva para rechazarlo como no histórico, ya que se trata de una práctica común en Egipto y otras partes (incluso en el AT) mucho antes de Moisés; este punto de vista, aun más, se enfrenta con serias dificultades fonéticas en relación con la ss egp. que aparece como š en Mōšeh pero como ss en Ramsés y Finees en hebreo, como lo señaló hace mucho A. H. Gardiner, JAOS 56, 1936, pp. 192–194; este problema no ha sido adecuadamente resuelto por J. G. Griffiths, JNES 12, 1953, pp. 225–231, que es la mejor presentación de este punto de vista.

II. Vida y antecedentes

a. Linaje

Moisés pertenecía a la tribu de Leví, al clan de Coat, y a la casa o familia de Amram (Ex. 6.16ss). Se insinúa que era descendiente lejano, no hijo, de Amram por Jocabed, ya que sus padres no se mencionan en el relato detallado de su infancia (Ex. 2), y esta posibilidad se vuelve prácticamente segura por la circunstancia de que Amram y sus tres hermanos tenían numerosos descendientes al año de iniciarse el éxodo (Nm. 3.27s). (* Cronología del AT, III. b. )

b. Crianza egipcia

Para salvar a su pequeño hijo del edicto de Faraón, que mandaba matar a los niños hebreos de sexo masculino, la madre de Moisés lo puso en un canastillo de juncos o papiro, revestido de brea, en el carrizal a orillas del río y le pidió a la hermana del niño, María, que lo vigilase. Pronto llegó una hija del faraón con sus doncellas a bañarse en el río, encontró al niño y tuvo compasión de él. Con toda discreción María se ofreció a buscar una nodriza para el niño (en realidad, su madre) y de este modo Moisés se salvó. Cuando fue destetado, fue entregado a su “madre” adoptiva, la princesa egipcia (Ex. 2.1–10). De la vida de Moisés hasta llegar a la madurez adulta en la sociedad de la corte egipcia no se dan detalles, pero un muchacho en esa posición en los círculos cortesanos del período del reino nuevo no podía dejar de estar sometido a una formación básica integral en esa “sabiduría de los egipcios” que le atribuye Esteban (Hch. 7.22).

Lo que se sabe modernamente sobre el antiguo Egipto proporciona un rico fondo para el conocimiento de la vida de Moisés en Egipto en su infancia. Los faraones del período del reino nuevo (ca. 1550–1070 a.C.) mantenían residencias y harı̂m no sólo en las grandes capitales de Tebas, Menfis y Pi-Ramesse (Ramsés) sino en otras partes de Egipto. Típico es el harı̂m de larga data en el Fayum, donde las damas reales supervisaban un activo centro de industrias domésticas (A. H. Gardiner, JNES 12, 1953, pp. 145–149, especialmente pp. 149). Un harı̂m de este tipo tiene que haber sido el primer lugar de residencia egipcio de Moisés.

Antiguamente, los hijos de las damas del harı̂m podían ser educados por el supervisor del harı̂m (“el maestro de los hijos del rey”, F. Ll. Griffith y P. E. Newberry, El Bersheh, 2, 1894, pp. 40). A su debido tiempo se les asignaba un tutor a los príncipes, generalmente una persona de alto rango en la corte, o un militar retirado próximo al rey (H. Brunner, Altägyptische Erziehung, 1957, pp. 32–33); indudablemente Moisés tuvo una crianza semejante.

Más todavía, como semita en Egipto, Moisés no habría tenido dificultad alguna para aprender a leer y usar las aproximadamente 20 letras del alfabeto lineal protocananeo, especialmente si fue sometido a la disciplina mucho más exigente de ejercitarse en la multitud de caracteres y signos de la escritura egipcia (aunque estos tampoco requieren gran ingenio, sino sólo aplicación, para aprenderlos). El hecho de que Egipto y no Palestina era donde residía no sería obstáculo para que se familiarizara con esta escritura lineal sencilla. Las inscripciones “protosinaíticas” de la primera parte del ss. XV a.C. son evidentemente nada más que dedicaciones informales, notas de trabajo y breves epitafios (para ofrendas) por cautivos semitas del delta oriental egipcio (o asentamientos en Menfis) empleados en las minas de turquesa (cf. W. F. Albright, BASOR 110, 1948, pp. 12–13, 22), e ilustran el uso liberal de dicha escritura por los semitas bajo la dominación egipcia casi dos siglos antes de Moisés. Manifestación más elocuente todavía del uso liberal de la escritura lineal por los semitas en Egipto es un óstraca del valle de las Reinas en Tebas, unos 560 km al S de Palestina, el Sinaí, o el delta (J. Leibovitch, Annales du Service des Antiquités de l’Égypte 40, 1940, pp. 119, fig(s). 26, y lam. 16, 19:50); la única palabra conservada plenamente puede leerse razonablemente como ˒mht, ‘criadas’ (Albright, op. cit., pp. 12, n. 33).

c. Extranjeros en la corte egipcia

En todos los niveles de la sociedad egipcia podían encontrarse semitas y otros asiáticos durante el curso del reino nuevo. Además de miles de prisioneros traídos de Canaán como esclavos (cf. ANET, pp. 246b, 247b), artesanos extranjeros, guerreros sirios al servicio de Egipto (p. ej. ANEP, fig(s). 157), jóvenes asiáticos que actuaban de sirvientes, sostenedores de abanicos, etc., en la corte (R.A. Caminos, Late-Egyptian Miscellanies, 1954, pp. 117, 200–201), los semitas en Egipto podían escalar hasta los niveles más altos de la pirámide social. Hacían de correos entre Egipto y Siria (ANET, pp. 258b), de aurigas que poseían sirvientes ellos mismos (J. Cerný, JEA 23, 1937, pp. 186) y mercaderes (Caminos, op. cit., pp. 26: Aperbaal); la hija de un capitán marítimo sirio, Ben-Anat, pudo casarse con un príncipe real (W. Spiegelberg, Recueil de Travaux, 16, 1894, pp. 64).

Bajo los reyes ramesidas los asiáticos ocuparon un lugar todavía más prominente. Así, uno de los coperos de confianza del rey Merneptah fue el sirio Ben-ozen de Sur-Basán (“roca de Basán”), que acompañó al visir en la supervisión del trabajo en la tumba de dicho faraón en el valle de los Reyes JEA 34, 1948, pp. 74). Más aun, al final mismo de la dinastía 19ª, un sirio se hizo cargo brevemente del control de Egipto mismo: muy posiblemente se trataba del inmensamente poderoso canciller Bay (Cerný en Gardiner, JEA 44, 1958, pp. 21–22).

En el Egipto del reino nuevo se aceptaban deidades cananeas y asiáticas diversas (Baal, Resef, Astarot, Anat, etc.; cf. ANET, pp. 249–250); y además de los numerosos préstamos de palabras, los temas literarios cananeos eran corrientes, ya sea prestados o asimilados a los egipcios (W. F. Albright, Archaeology and the Religion of Israel, 1953, pp. 197–198 (violación de Anat); T. H. Gaster, BO 9, 1952, pp. 82–85, 232; y G. Posener, Mélanges Isidore Lévy, 1955, pp. 461–478 (la avidez del mar); y referencia a un relato de Qazardi, ANET, pp. 477b). Algunos funcionarios egp. se jactaban de poder hablar la lengua popular de Canaán, como también de conocer su geografía (ANET, pp. 477b), sin mencionar a los que tenían que aprender el cuneiforme babilónico con fines diplomáticos (cf. Albright, Vocalization of the Egyptian Syllabic Orthography, 1934, pp. 13, n. 50, y JEA 23, 1937, pp. 191, 196–202).

d. En Madián y Sinaí

Moisés se compadecía de sus hermanos de raza debido a sus sufrimientos (cf. Hch. 7.24), y mató a un capataz egp. a quien encontró maltratando a un hebreo (Ex. 2.11s); pero el hecho llegó a conocimiento de Faraón, de modo que Moisés huyó hacia el E, pasando la frontera con Madián en busca de seguridad (Ex. 2.15ss). Huir pasando la frontera oriental fue el camino elegido por Sinué 600 años antes (ANET, pp. 19) y por los esclavos que escapaban posteriormente en el ss. XIII a.C. (ANET, pp. 259b). Moisés ayudó a las hijas de un sacerdote-pastor madianita Reuel/Jetro a sacar agua para sus ovejas, y terminó casándose con una de ellas, Séfora, que le dio un hijo, Gersón (Ex. 2.16–22).

Por medio del arbusto maravilloso que ardía pero no se consumía le vino a Moisés el llamado de Dios, el Dios de sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 3.6) y no simplemente de sus parientes políticos madianitas/ceneos, excepto en tanto ellos también eran descendientes de Abraham (cf. Gn. 25.1–6) y pueden haber conservado el culto al Dios de Abraham. Luego de cierta dilación, Moisés obedeció el llamado (Ex. 3–4). Aparentemente Moisés había omitido circuncidar a uno de sus hijos, tal vez por influencia de Séfora. De todos modos, bajo pena de muerte para Moisés por determinación de Dios, la madre circunsidó al niño, llamando a su marido “esposo de sangre” (Ex. 4.24–26), por cuanto la circuncisión era obligatoria para él y su pueblo (pero quizá no para los de ella [?]). Es posible que Moisés haya continuado su viaje solo a partir de ese momento, porque luego Séfora vuelve a unirse a Moisés después de haber estado al cuidado de Jetro (Ex. 18.1–6).

e. En vísperas del éxodo

Después de reunirse con su hermano y los ancianos de Israel (Ex. 4.27–31), Moisés y Aarón fueron a entrevistarse con Faraón con el fin de pedirle que dejara en libertad al pueblo para ir a celebrar una fiesta al Señor en el desierto. Pero Faraón los despidió desdeñosamente: ya había suficientes fiestas religiosas y días festivos en los que no se trabajaba, y el pedido no era más que una excusa para estar ociosos (Ex. 5.8, 17).

El que Moisés pudiese lograr el acceso al faraón no es de sorprender, especialmente en el caso de que el faraón del éxodo fuese Ramsés II. P. Montet (LÕÉgypte et la Bible, 1959, pp. 71), a propósito de esto, menciona el papiro Anastasi III, que describe cómo los “jóvenes de (Pi-Ramesse) Grande de victorias … se ubican al lado de sus puertas … el día en que hace su entrada Wosermaetre-Setepenre (e. d. Ramsés II) …, haciendo conocer todos por igual sus peticiones” (e. d. al rey), cf. ANET, pp. 471b. Para la fabricación de ladrillos por los israelitas y el uso de paja, véase *Ladrillo. La organización del trabajo en grupos de obreros bajo capataces responsables ante los supervisores resulta a la vez auténtica y natural.

En cuanto a ausencia del trabajo, los óstraca egp. (* Papiros) incluyen diarios de trabajo que ofrecen un registro diario de los ausentes, con nombres y motivos. Un óstraca muestra que los obreros de la tumba real estuvieron sin trabajar durante un período de 30 días de un total de 48. Un diario de ausencias anota como motivo de que varios obreros estuviesen ausentes, “sacrificando a su dios” (A. Erman, Life in Ancient Egypt, 1894, pp. 124–125), y la anotación lacónica wsf, ’ocioso’, es bastante frecuente en dichos registros diarios. El hecho de que los hebreos pudiesen andar tres días de camino hacia el desierto para celebrar su fiesta y no despertar el antagonismo religioso egipcio (Ex. 8.26s; 10.9, 25s) es, también, perfectamente realista, como lo señala Montet (op. cit., pp. 99–101 con referencias), en relación con los animales sagrados, especialmente el culto al toro en las provincias del delta egipcio (* Becerro de oro).

Después del rechazo de Faraón, Moisés recibió confirmación de parte de Dios de que cumpliría su pacto en sus descendientes, sacándolos de Egipto y trasladándolos a Palestina (Ex. 6.2–9). Debe notarse que Ex. 6.3 no niega el conocimiento del nombre de yhwh por parte de los patriarcas, aunque es posible que les niegue un real conocimiento de la significación del mismo: sobre esto véase, W. J. Martin, Stylistic Criteria and the Analysis of the Pentateuch, 1955, pp. 16–19, y J. A. Motyer, The Revelation of the Divine Name, 1959, pp. 11–17. *Plagas sucesivas demostraron a Faraón el poder del Dios de Israel para castigar (Ex. 7.14–12.36). La víspera de la última plaga, la muerte de los primogénitos, las familias de Israel tenían que matar un cordero sin mancha y marcar los postes y dinteles de las puertas de sus casas con sangre, a fin de que Dios no destruyese a sus primogénitos también: “la víctima de la pascua de Jehová” (Ex. 12.27). Se ha sugerido por B. Couroyer (RB 62, 1955, pp. 481–496) que el hebreo psḥ deriva del egipcio p(’)-sḫ, ‘el golpe’ (e. d. de Dios), pero este significado no encuadra adecuadamente con todas las evidencias hebreas, y por consiguiente permanece dudoso.

f. De Sucot al Sinaí

Sobre la fecha del éxodo, véase *Cronología del AT; tamb. J. J. Bimson, Redating the Exodus and Conquest, 1978; para la ruta de Ramsés a Sucot al salir de Egipto, véase *Campamento junto al mar, *Pitón; para viajes en Sinaí, véase *Campamento junto al mar. Cuando Israel acampó junto al yam sûf, ‘mar de juncos’, el faraón y su gente imaginaron que los hebreos estaban arrinconados (Ex. 14.1–9). Para la cifra de más de 600 carros (Ex. 14.7), compárense las cifras de 730 y 1.092 (e. d. 60 + 1.032) carros sirios capturados en Canaán en dos campañas por Amenofis II (ANET, pp. 246–247); sobre el papel de los carros en el ejército egipcio, cf. R. O. Faulkner, JEA 39, 1953, pp. 43. Pero Dios dividió las aguas, condujo a su pueblo a lugar seguro, e hizo que las aguas cubrieran a las fuerzas egipcias. Luego Moisés y los hebreos elevaron un cántico sobre el triunfo de Dios (Ex. 15).

Israel acampó al pie del mte. Sinaí y Moisés subió a hablar con Dios y a recibir los términos del pacto (los “diez mandamientos” de Ex. 20), que sirvieron de fundamento para el subsiguiente papel de Israel como pueblo de Dios (siendo él su gran Rey), también la serie de estatutos que reglamentaban los mandamientos (Ex. 21–23).

Después de la caída idolátrica en relación con el *becerro de oro y la restauración del pacto tan rápidamente quebrantado (Ex. 32.1–35.3), el tabernáculo, el arca, y el moblaje fueron hechos e inaugurados para el culto a Dios (Ex. 35.4–40.33). Las técnicas empleadas para el tabernáculo portátil reflejan la formación egipcia de Moisés, en la medida en que dichas técnicas se venían usando en Egipto para estructuras portátiles (religiosas y de otros tipos) desde hacía más de mil años antes de su época (cf. K. A. Kitchen, THB 5/6, 1960, pp. 7–13). Sin embargo, el carácter representacional y didáctico de los sacrificios del tabernáculo se destaca claramente de los ritos egipcios. Los sacrificios hebreos hablan en lenguaje objetivo de lo ofensivo que es el pecado a la vista de Dios, y de la necesidad de la expiación para su cancelación, y no constituían meramente una representación mágicamente eficaz de la vida diaria necesaria para que el dios se mantuviese siempre bien alimentado y próspero como en el ritual egipcio.

En el Sinaí se realizó un censo, y se determinó la forma en que debían acampar y marchar. Se dispuso la atención levítica del tabernáculo y su contenido (Nm. 1–4), entre otras cosas, el día antes de partir de Sinaí (Nm. 5.1–10.10). La disposición de las tribus según sus estandartes en un “rectángulo hueco” alrededor del tabernáculo es también probablemente señal del uso que Dios estaba haciendo de la formación egipcia de Moisés (cf. Kitchen, op. cit., pp. 11). Las largas trompetas de plata, y su uso para las asambleas civiles, como también para fines religiosos y militares (Nm. 10.1–10), se ilustran por el uso egipcio contemporáneo de trompetas similares (cf. H. Hickmann, La Trompette dans l’Égypte Ancienne, 1946, especialmente pp. 46–50). Los faraones usaron carros tirados por bueyes en forma habitual en sus campañas en Sina a partir de Tutmosis III (ca. 1470 a.C.) (ANET, pp. 240a, “chariot”), p. ej. por Ramsés II, ca. 1270 a.C., en Cades (C. Kuentz, La Bataille de Qadesh, 1928/34, lám. 39, centro izquierda). Con los carros de Moisés, cada uno tirado por una yunta de bueyes en el Sinaí, compárense los diez carros (egp. ˒grt del heb. ˓glt, la misma palabra, en Nm. 7.3, 6–7) cada cual tirado por seis yuntas de bueyes que llevaban suministros para 8.000 picapedreros de Ramsés IV (ca. 1160 a.C.) del valle del Nilo a los desiertos del uadi Hammamat entre el Nilo y el mar Rojo, en condiciones muy similares a las del Sinaí (ARE, 4, § 467).

g. Desde el Sinaí al Jordán

En su 2º año fuera de Egipto (Nm. 10.11), Israel partió del Sinaí y llegó a Cades-barnea. Desde allí Moisés mandó espías a Canaán. El país era excelente, pero sus habitantes eran poderosos (Nm. 13.17–33). Ante este informe, los israelitas infieles se rebelaron, pero Moisés rogó a Dios que perdonara a Israel (Nm. 14.5–19). Por ello Dios decretó, en cambio, que los viajes de Israel en el desierto durarían 40 años, hasta que la generación rebelde hubiese muerto y dado lugar a una nueva (Nm. 14.20–35).

Es muy fácil olvidar que, antes de este trágico episodio, Israel debía cruzar desde Egipto—por el Sinaí—directamente a la tierra prometida en el lapso de unos cuantos años; los 40 años en el desierto representaban sencillamente una sentencia conmutada (Nm. 14.12, 20–30, 33), y no parte constitutiva del plan “original y más conveniente” para Israel. Esto debe tenerse en cuenta cuando se leen las leyes en Ex. 22–23, relativas a la agricultura, los viñedos, etc.; al llegar al Sinaí Israel había experimentado cuatro siglos de Egipto en un contexto pastoril y agrícola (cf. Dt. 11.10); ni ellos ni sus antepasados patriarcales fueron nunca verdaderas nómadas del desierto (cf. Gn. 26.12 y 37.6–8), y en Sinaí bien podían calcular que estaban a una distancia suficiente de la tierra prometida como para atacarla, y se trataba de una tierra donde dichas leyes tendrían aplicación inmediata. Israel no tenía necesidad de establecerse en Canaán para que pudiesen dársele dichas leyes, como se afirma con tanta frecuencia (cf. Kitchen, op. cit., pp. 13–14).

Sobre la rebelión gemela de Coré contra el papel eclesiástico (Nm. 16.3), y de Datán y Abiram contra la autoridad civil (Nm. 16.13), de Moisés y Aarón, véase *Desierto de la peregrinación. Esta doble rebelión fue seguida por la amenaza de una revuelta general (Nm. 16.41–50). De vuelta en Cades-barnea, donde murió María, Moisés mismo y Aarón pecaron, tomando sobre sí el papel de Dios en forma blasfema: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos [nosotros, no Dios] de hacer salir aguas de esta peña?” (Nm. 20.10); el castigo para ellos fue que ninguno de los dos entraría en la tierra prometida, y Moisés posteriormente sintió mucho que así fuera (Dt. 3.24–27). Los edomitas (Nm. 20.14–21; también Moab, cf. Jue. 11.17) le negaron paso a Israel por su territorio, de modo que tuvieron que rodear sus fronteras. Fue entonces cuando murió Aarón y fue sepultado en el mte. Hor (Nm. 20.22–29). Nuevamente Israel se rebeló. Dios los castigó mandándoles serpientes, y una vez más Moisés intercedió por ellos. Dios mandó levantar una *serpiente sobre un asta (Nm. 21.4–9), a la que las personas mordidas podían mirar para vivir, mediante la fe en el Sanador. Luego Israel llegó al reino amorreo de Sehón. Sehón marchó—sin provocación—contra Israel, en cuyas manos Dios, por lo tanto, entregó tanto a Sehón como su tierra; Og de Basán, igualmente hostil, tuvo un final similar (Nm 21.21–35).

Por fin, Israel acampó en los llanos de Moab (Nm. 22.1; 25.1). Se llevó a cabo un segundo censo y comenzaron los preparativos para asignar la tierra prometida a las tribus. Se llevó a cabo una guerra punitiva contra Madián, y las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés recibieron autorización para apoderarse de la Transjordania como porción para ellas, con la condición de que ayudaran a sus hermanos del otro lado del Jordán después de la muerte de Moisés.

*Deuteronomio contiene los discursos de despedida de Moisés a su pueblo; el pacto entre Dios e Israel fue renovado y puesto bajo sanciones de bendición y maldición de un modo calculado como para que fuese ampliamente entendido en los ss. XIV/XIII a.C. (como se comprueba mediante *pactos o tratados de los archivos oficiales hititas de la época, cf. G. E. Mendenhall, BA 17, 1954, pp. 53–60 y pass.). Finalmente, Moisés se encargó de que Israel contara con el pacto-ley en forma escrita, adecuadamente ubicado al lado del arca del pacto (Dt. 31.24), les dejó una canción para alentarlos a obedecer dicha ley (Dt. 32, especialmente vv. 44–47), y les dio su bendición final (Dt. 33), antes de subir al mte. Nebo para ver la tierra que estaba destinado a no conocer, y antes de ser sepultado en la tierra de Moab (Dt. 32.48–52; 34.1–8).

III. La obra de Moisés

a. El líder

Como conductor de su pueblo, Moisés no sólo estaba habilitado técnicamente en razón de su educación y formación egipcias (Hch. 7.22), sino que también, en un nivel mucho más fundamental, fue un líder supremo por el hecho de ser fiel seguidor de su Dios dada la fe que tenía (He. 11.23–29; cf. Hch. 7.23–37). Repetidamente Israel dejó de tener fe en su Dios en diversas circunstancias, quebrantó los mandamientos y rechazó el liderazgo de Dios al rebelarse contra Moisés (a veces Moisés y Aarón), a través del cual se manifestaba dicho liderazgo (p. ej. Nm. 14.4, 10; 16.41s). La propia familia de Moisés le falló (Ex. 32.1ss, 21; Nm. 12.1s). Grande por cierto fue la paciencia de Moisés (Nm. 12.3); estaba constantemente intercediendo ante Dios por esa Israel pecadora (p. ej. Nm. 14.13ss; 16.46, etc.) y rogándole a Israel que fuese fiel a su Dios libertador (p. ej. Nm. 14.5–9). Sólo el hecho de que era hombre de fe firme y duradera en el Dios invisible (He. 11.27b), y tan celoso por el nombre de Dios (cf. Nm. 14.13ss), explica el éxito que tuvo (cf. Fil. 4.13).

b. Profeta y legislador

Como persona especialmente destacada por su función de declarar y enseñar la voluntad, los mandamientos, y la naturaleza de Dios, Moisés sirvió característicamente de modelo para todos los verdaderos profetas posteriores hasta la venida de Aquel de quien era precursor (Dt. 18.18; Hch. 3.22s), de quien todos los profetas dan testimonio (Hch. 10.43). Fue llamado por Dios (Ex. 3.1–4.17), no sólo para sacar al pueblo de la esclavitud, sino para dar a conocer la voluntad de Dios. Típico es Ex. 19.3, 7: Dios le habla a Moisés, y él al pueblo.

Moisés hablaba mucho con Dios (Ex. 24.18) y con frecuencia (p. ej. Ex. 33.7–11), como lo hicieron profetas posteriores (cf. la vida de oración de Samuel, 1 S. 7.5; 8.6; 12.23; 15.11). Así como el pacto fue declarado y renovado (Dt. 29.1) par medio de Moisés, también los profetas posteriores a su turno reprocharon repetidamente a Israel el que quebrantara el pacto y sus cláusulas (p. ej. 1 R. 18.18; 2 R. 17.15, 35–40; 2 Cr. 15.1s, 12; Jer. 6.16, 19; 8.7s; 11.1–5, 6–10; Os. 6.7; Am. 2.4; Hag. 2.5; Mal. 2.4ss), aunque Jeremías (31.31–34) también podía mirar hacia adelante, hacia un nuevo pacto.

El término “código” que a menudo se usa en relación con diversas partes del Pentateuco resulta engañoso: Moisés no fue simplemente promulgador de algún tipo de “code Napoleón” civil ideal para Israel. Hay documentos-tratados contemporáneos del Cercano Oriente pertenecientes al ss. XIII a.C. que muestran que Moisés fue movido por Dios para expresar la relación de Israel con Dios en la forma de un tratado o *pacto de “soberanía”, por el que un gran rey (en este caso, Dios, el Rey de reyes) ligaba consigo mismo un pueblo vasallo (aquí, Israel), siendo dicha forma trasmutada de un modo único al plano religioso y espiritual. Se trata de un tipo de formulación que sería comprendido universalmente en esa época. Para Israel, las estipulaciones básicas de su pacto fueron los Diez Mandamientos, en realidad una ley moral como expresión de la voluntad de Dios; y las obligaciones pactuales detalladas adquirieron la forma de un estatuto “civil” arraigado en la ley moral de los Diez Mandamientos (p. ej. Ex. 21–23; Dt. 12–26, etc.), e incluso la de prescripciones que gobernaban los tipos permitidos y autorizados de prácticas religiosas (p. ej. Ex. 25.1ss; 35.10ss; Lv.); la vida de Israel en todas sus formas debía caracterizarse por la justicia y la santidad basadas en la obediencia al pacto o, en otras palabras, en el cumplimiento de la ley. El éxito, empero, requería provisiones divinas adicionales; cf. Gá. 3.23ss (tamb. 15–22, esp. 21s).

En razón de que el pacto de Israel no se limitaba a ser un tratado de obligaciones políticas sino que regulaba su vida diaria delante de Dios, sus ordenanzas servían también como base mínima de ley “civil” para el pueblo. La existencia de largas series de leyes promovidas por jefes de estado individuales a partir de fines del 3º milenio a.C. hace que resulte superfluo fechar la entrega de las leyes pentateucas con posterioridad a Moisés (s. XIII a.C.).

En cantidad o el número de leyes “civiles” en el Pentateuco no es en modo alguno excesiva o excepcional cuando se la compara con otras colecciones. En Ex. 21–23 pueden detectarse alrededor de 40 “parágrafos”, en Lv. 18–20 más de 20 “parágrafos”, y en Dt. 12–26 casi 90 “parágrafos”, de longitud muy variable, desde un capítulo o medio capítulo de la división actual del texto, hasta una sola frase; digamos, alrededor de 150 “parágrafos” en dichas secciones en conjunto, dejando a un lado las prescripciones más obviamente religiosas. Esta cifra se compara muy razonablemente con los 282 parágrafos de las leyes de Hamurabi, los 115 parágrafos existentes de las leyes asirias del período medio (muchas más se han perdido), o los 200 parágrafos de las leyes hititas.

c. El autor

En épocas modernas las estimaciones del papel de Moisés como autor han variado, pasando por toda suerte de opiniones entre puntos extremos, el de atribuirle hasta la última sílaba del Pentateuco actual, o el de negar su misma existencia.

El que el nombre de Moisés estaba ligado a ciertas partes del Pentateuco desde el comienzo mismo se evidencia claramente por el texto bíblico mismo. Así, como mínimo absoluto, a Moisés como escritor se le acredita innegablemente lo siguiente: un breve documento sobre el juicio de Dios contra Amalec (Ex. 17.14); el “libro del pacto” (Ex. 24.4–8; sobre la base de los paralelos externos, este libro debe incluir Ex. 20 y 21–23, los mandamientos y las leyes relacionadas con los mismos); la restauración del pacto (Ex. 34.27, con referencia a 34.10–26); un itinerario (Nm. 33.1s, con referencia al documento que proporcionó 33.3–40); la mayor parte de Dt. hasta 31 (Dt. 31.9–13, 24ss, con referencia a la renovación del pacto y la reimplantación de sus leyes que precede a 31); y dos poemas (Dt. 32; cf. 31.22; y Sal. 90 por el título, no habiendo pruebas objetivas que lo pongan en duda). Referencias posteriores a Moisés en el AT y el NT en relación con esto han sido reunidas por diversos especialistas, p. ej. E. J. Young, IOT, 1949, pp. 50s.

La capacidad para escribir relatos históricos, registrar leyes, y componer poesías en un solo hombre no es algo inusual. Un ejemplo egipcio de este tipo de habilidad siete siglos antes de Moisés lo proporciona probablemente Khety (o Akhtoy), hijo de Duauf, escritor de la época del faraón Amenemhat I (ca. 1991–1962 a.C.), que aparentemente era educador, propagandista político, y poeta. Escribió la Sátira de los oficios para uso en las escuelas de escribas, probablemente fue comisionado para darle forma literaria a la “Doctrina de Amenemhat I”, panfleto político, y puede haber sido autor de un conocido himno al Nilo, frecuentemente copiado por escribas juntamente con las otras dos obras (cf. Gardiner, Hieratic Papyri in the British Museum, Third Series, 1935, 1, pp. 40, 43–44, y Posener, Littérature et Politique dans l’Égypte de la XIIe Dynastie, 1956, pp. 4–7, 19, n. 7; 72–73). Sin embargo, más allá del “mínimo absoluto” ya mencionado arriba, no existen razones objetivas para dudar de que Moisés pueda haber escrito, o haber hecho escribir (al dictado: de allí los pronombres en tercera persona), una proporción mucho mayor del contenido del Pentateuco actual, aunque no es posible determinar cuánto más, siendo esto cuestión de opinión.

d. Fama posterior

Desde Josué (8.31; cf. 1 R. 2.3; 2 R. 14.6; Esd. 6.18, etc.) hasta la época del NT (Mr. 12.26; Lc. 2.22; Jn. 7.23), el nombre de Moisés se ha asociado con el AT, especialmente el Pentateuco; nótese 2 Co. 3.15, donde “Moisés” representa, la parte por el todo, el AT. Moisés y Elías, los representantes de la ley y la profecía veterotestamentarias, fueron justamente los que estuvieron con Cristo en el monte de la transfiguración (Mt. 17.3s).

Bibliografía. °E. J. Young, Una introducción al Antiguo Testamento, 1981; O. Skrzypczak, “Moisés ’, °EBDM, t(t). V, cols. 244–266; W. F. Albright, De la edad de piedra al cristianismo, 1959, cap(s). IV; J. Bright, La historia de Israel, 1970; R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975, t(t). I, pp. 315ss; H. Seebass, “Moisés”, °DTNT, t(t). III, pp. 110–113; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). I, pp. 263ss; G. van Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1976, pp. 362–369; M. Buber, Moisés, 1949; S. Freud, Moisés y el monoteísmo hebreo, s/f.

O. T. Allis, God Spake by Moses, 1951; G. von Rad, Moses, 1960; H. H. Rowley, Men of God, 1963, pp. 1–36; id., From Moses to Qumran, 1963, pp. 35–63; R. Smend, Das Mosebild von Heinrich Ewald bis Martin Noth, 1959; H. Schmid, Mose, Überlieferung und Geschichte, 1968.

K.A.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Cristo dictando el decálogo al MoisésLibertador, líder, legislador, profeta e historiador hebreo; vivió a finales del siglo XIII e inicios del siglo XII a.C.

Contenido

  • 1 Nombre
  • 2 Fuentes
  • 3 Desde el nacimiento hasta el llamado (Éxodo 2,1-22)
  • 4 Vocación y misión (Éxodo 2,23 – 12,33)
  • 5 Éxodo y los cuarenta años (Éxodo 12,34 y siguientes)
  • 6 Muerte y Gloria póstuma

Nombre

Hebreo: MSH Moshéh (M. T.), griego: Mouses, Moses. Éx. 2,10 denota una derivación del hebreo Mashah (sacar). Josefo y los Padres le asignan el copto mo (agua) y uses (salvado) como partes constituyentes del nombre. Hoy día la visión de Lepsius, que rastrea el nombre hasta el egipcio mesh (niño), es ampliamente favorecida por los egiptólogos, pero no se puede establecer nada decisivo.

Fuentes

Negar con Winckler y Cheyne, o dudar, con Renan y Stade, de la personalidad histórica de Moisés, es debilitar y tornar ininteligible la historia posterior de los [israelitas]]. La literatura rabínica está llena de leyendas que tocan todos los acontecimientos de su maravillosa carrera. Tomados por separado, estos cuentos populares son puramente imaginarios; sin embargo, sí se les considera en su fuerza acumulativa, avalan la realidad de un personaje grande e ilustre, de carácter fuerte, alto propósito y nobles realización; tan profundo, verdadero y eficiente en sus convicciones religiosas como para emocionar y dominar las mentes de toda una raza durante siglos después de su muerte. La Biblia provee el principal relato auténtico de su luminosa vida.

Desde el nacimiento hasta el llamado (Éxodo 2,1-22)

De extracción levítica y nacido en una época en que un edicto real había decretado el ahogamiento de todos los descendientes varones entre los israelitas, el “hermoso niño” Moisés, tras vivir escondido por tres meses, fue puesto en una cesta en la ribera del Nilo. Un hermano (Éx. 7,7) y una hermana (Éx. 2,4) mayores, Aarón y María (V.A. y V.R., Miriam) ya habían agraciado la unión de Yokebed y Amram. María se mantuvo de vigilia en el río y fue esencial para inducir a la hija del faraón, la cual rescató al niño, a confiarlo a una nodriza hebrea. Fue Yokebed a quién ella intencionalmente convocó para el encargo, la cual, cuando su “hijo hubo crecido”, se lo entregó a la princesa. En su nuevo ambiente, él fue educado “en toda la sabiduría de los egipcios” (Hch. 7,22).

Luego Moisés aparece en la flor de su vigorosa virilidad, firme en sus simpatías por sus hermanos degradados. Con bravura, el mata a un egipcio que atacaba a uno de ellos y, a la mañana siguiente intenta apaciguar la ira de dos compatriotas que peleaban. Sin embargo, él es malinterpretado y cuando se le recrimina el asesinato del día anterior, teme que su vida esté en peligro. El faraón ha oído la noticia y lo busca para matarlo. Moisés huye a Madián. Allí, un acto de ruda galantería le asegura un hogar con Reuel, el sacerdote. Séfora, una de las siete hijas de Reuel, eventualmente se convierte en su esposa y llaman Gueršom a su primogénito. Su segundo hijo, Eliezer, es llamado así en celebración al éxito de su fuga del Faraón.

Vocación y misión (Éxodo 2,23 – 12,33)

Tras cuarenta años de pastoreo, Moisés habla con Dios. Hacia Horeb (¿Jebel Sherbal?) en el corazón de la montañosa península del Sinaí, él conduce los rebaños de Reuel por última vez. Allí lo atrae un arbusto flameante, pero una voz milagrosa le prohíbe aproximarse y declara el suelo tan sagrado que para acercarse tendría que quitarse las sandalias. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob le designa para libertar a los hebreos del yugo egipcio y conducirlos hacia “la tierra que mana leche y miel”, la región desde hace mucho tiempo prometida a la semilla de Abraham, la futura Palestina. A continuación, Dios le revela su nombre bajo la forma especial Yahveh (vea el artículo Yahveh), como un “memorial para las futuras generaciones”. Realiza dos milagros a fin de convencer a su temeroso oyente; nombra a Aarón como el “profeta” de Moisés y, Moisés, por así decirlo, como el dios de Aarón (Éx. 4,16). Su desconfianza enseguida le da paso a la fe y a la magnanimidad.

Moisés se despide de Jetró (Reuel) y sale para Egipto con su familia. Lleva en su mano la “vara de Dios”, un símbolo del coraje con el cuál actuará al ejecutar señales y prodigios en presencia de un monarca insensible y amenazante. Su confianza se fortalece, pero él no está circuncidado, y Dios se encuentra con él en el camino y de buena gana lo mataría. Séfora salva a su “esposo de sangre” y aplaca a Dios al circuncidar un hijo. Aarón se une al grupo en el Horeb.

La primera entrevista de los hermanos con sus compatriotas es muy alentadora, pero no así con el despótico soberano. Al pedir que se les permita a los hebreos tres días de descanso para que puedan ofrecer sacrificios en el desierto, el furioso monarca no sólo se niega, sino que ridiculiza a su Dios, y luego efectivamente irrita la mente de los hebreos contra sus nuevos dirigentes, así como contra sí mismo, al negarles la paja necesaria para las exorbitantes exigencias diarias de la fabricación de ladrillos. Una ruptura está a punto de producirse con los dos hermanos extranjeros cuándo, a través de una visión, Moisés es divinamente constituido el “dios del faraón” y se le ordena que utilice sus poderes recién otorgados. Él ha alcanzado la edad de ochenta años.

El episodio de la vara de Aarón es un preludio a las plagas. Ya sea personalmente o por medio de Aarón, algunas veces tras alertar el faraón, otras repentinamente, Moisés provoca una serie de manifestaciones divinas, descritas en un total de diez, a través de las cuales humilla a los dioses del sol y de los ríos, aflige al hombre y a la bestia, y manifiesta un control insólito sobre los cielos y la tierra que incluso los magos se ven obligados a reconocer “el dedo de Dios” en sus prodigios. El faraón se aplaca a veces pero nunca lo suficiente para satisfacer las demandas de Moisés sin restricciones. Él valora altamente la labor de los hebreos para sus obras públicas. La crisis llega con la última plaga. Los hebreos, prevenidos por Moisés, celebran la primera Pascua o fase con las cinturas ceñidas, las sandalias en los pies y un bastón en sus manos, listos para una fuga a toda prisa. Entonces Dios lleva a cabo su pavorosa amenaza de pasar por la tierra y matar a todo primogénito del hombre y la bestia, ejecutando así el juicio sobre todos los dioses de Egipto. El faraón no puede resistir más tiempo, y se une al pueblo acometido y ruega que se vayan los hebreos.

Éxodo y los cuarenta años (Éxodo 12,34 y siguientes)

A la cabeza de 600,000 hombres, además de mujeres y niños, y pesadamente cargados con los despojos de los egipcios, Moisés sigue un camino por el desierto, indicado por una columna alternada de nubes y fuego, y llega a la península de Sinaí al cruzar el Mar Rojo. Un camino seco, milagrosamente abierto por él para este fin, en un punto hoy desconocido, posteriormente demuestra ser una trampa mortal para un ejército de perseguidores egipcios, organizado por el faraón y posiblemente bajo su liderazgo. El evento provee el tema del conmovedor cántico de Moisés. Por más de dos meses la procesión, muy retrasada por los rebaños, manadas y dificultades inherentes a un viaje por el desierto, se encaminó rumbo al Sinaí. Seguir directamente por Canaán habría sido muy peligroso, a causa de los belicosos filisteos, cuyo territorio tendrían que cruzar; mientras que en el sudeste, los menos formidables amalecitas eran las únicas tribus enemigas y fueron fácilmente subyugados gracias a la intercesión de Moisés. Para la línea de marcha e identificaciones topográficas a lo largo de la ruta, vea el artículo israelitas, sección, El Éxodo y El Recorrido por el Desierto.

El agua milagrosa obtenida de la roca Horeb y el suministro de codornices y maná son indicios de la maravillosa fe del gran líder. El encuentro con Jetró resulta en una alianza con Madián, y en el nombramiento de un cuerpo de jueces subordinados a Moisés, para atender las decisiones menores. En el Sinaí se promulgaron los Diez Mandamientos, Moisés es hecho mediador entre Dios y el pueblo y, durante dos períodos de cuarenta días cada uno, permanece escondido en el monte, recibiendo de Dios los múltiples decretos, por cuya observación Israel será moldeada en una nación teocrática (ver Legislación de Moisés). En su primero descenso, muestra un celo que todo lo consume por la pureza del culto divino, al causar que murieran aquellos que se habían entregado a las orgías idólatras del becerro de oro; en su segundo descenso, inspira el más profundo respeto, porque su rostro estaba estampado con cuernos luminosos.

Tras instituir el sacerdocio y erigir el tabernáculo, Moisés ordena un censo que muestra un ejército de 603,550 guerreros. Éstos, con los levitas, mujeres y niños, celebran debidamente el primer aniversario de la Pascua y, llevando el Arca de la Alianza, pronto empiezan la segunda etapa de la migración. Jobab, el hijo de Jetró, los acompaña y les sirve de guía. Suceden dos ocasiones de descontento general, la primera es punida con fuego, lo cual cesa con las oraciones de Moisés y, la segunda, es punida con la plaga. Cuando se quejan del maná, reciben codornices como el año anterior. Se designan setenta ancianos —origen conjetural del sanedrín— para ayudar a asistir Moisés. A continuación, Aarón y María envidian a su hermano, pero Dios lo reivindica y aflige a María temporalmente con lepra.

Desde el desierto de Parán, Moisés envía espías a Canaán, quiénes, con excepción de Josué y Caleb, traen informes alarmantes que causan consternación y rebelión entre el pueblo. El gran líder ora y Dios interviene, pero sólo para condenar a la presente generación a morir en el desierto. La subsiguiente sublevación de Coré, Datán, Abirón y sus partidarios sugiere que durante los treinta y ocho años pasados en el Badiet et-Tih, continuó el descontento habitual característico de los nómadas. Es durante ese período que la tradición sitúa la composición de una amplia parte del Pentateuco. Próximo a su término, Moisés es condenado a no entrar jamás a la Tierra Prometida, presumiblemente debido a una momentánea falta de confianza en Dios, en el agua de la contradicción.

Cuando deja de existir la vieja generación, incluyendo a María, la hermana del profeta, Moisés inaugura la marcha progresiva alrededor de Edom y Moab hacia el Arnón. Tras la muerte de Aarón y la victoria sobre Arad, en el campo aparecen “serpientes abrasadoras”, como castigo por nuevas murmuraciones. Moisés levanta la serpiente de bronce “la cual, cuando los que habían sido picados la miraban, quedaban curados”. Las victorias sobre Sijón y Og y el sentimiento de seguridad que animaba al ejército, aunque en territorio del hostil Balac, lleva a una relación presuntuosa y escandalosa con los idólatras moabitas, la cual resulta, bajo el comando de Moisés, en la masacre de 24,000 transgresores. El censo, sin embargo, muestra que el ejército aún cuenta con 601,730 guerreros, excluyendo a 23,000 levitas. De esos, Moisés permite que los rubenitas, gaditas y la media tribu de Manasés se establezcan en la región oriental del Jordán, sin embargo, sin liberarlos del servicio en la conquista de la región occidental del Jordán.

Muerte y Gloria póstuma

Como un legado valioso al pueblo por el cual ha soportado sufrimientos sin paralelos, Moisés en sus últimos días pronuncia los tres memorables discursos conservados en el Deuteronomio. Su principal pronunciamiento se relaciona con un futuro profeta, así como él, a quién el pueblo ha de recibir. Entonces él prorrumpió en una sublime canción de alabanza a Yahveh y añade bendiciones proféticas a cada una de las doce tribus. Desde el Monte Nebo —en “la cumbre del Pisgá”— Moisés avista por última vez la Tierra Prometida, y muere a la edad de 120 años. Fue sepultado “en el valle de Moab, frente a Fogor”, pero ningún hombre “ha conocido su tumba”. Su memoria ha siempre sido una de “aislada grandiosidad”. Es el tipo de la santidad hebrea que excede tanto en brillo a los otros modelos, que doce siglos tras su muerte, el Cristo que él preanunció parece eclipsado por él en las mentes de los eruditos.

Está enterrado en “el valle de Moab, frente a Peor”, pero no hay nadie “conoce su sepulcro”. Su memoria ha sido uno de “grandeza aislado”. Él es el tipo de hebreo la santidad, superando tanto en brillantez a otros modelos que doce siglos después de su muerte, el Cristo que él anunciaba parecía eclipsado por él en las mentes de los sabios. Humanamente hablando, fue una providencia indispensable que lo representó en la Transfiguración, lado a lado con Elías, y bastante inferior al personaje cuya venida había predicho.

Fuente: Reilly, Thomas à Kempis. “Moses.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. 29 Jan. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/10596a.htm

Traducido por Raquel Cantarelli. rc

Fuente: Enciclopedia Católica