MONOGENISMO

(una raza).

Doctrina católica que sostiene que toda la raza humana proviene de un solo hombre, identificado en la Biblia como Adán, Gen 2:7, Gen 2:21, Rom 5:12-14.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Teorí­a o doctrina que afirma la unidad de la pareja original de la especie humana, como el poligenismo afirma la posibilidad de la especie humana actual proceda de varias parejas o troncos diferentes, pero unificados en una especie humana de individuos análogos o similares. (Ver Antropologí­a cristiana 1.1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Es la afirmación de la descendencia de todos los hombres de un solo progenitor. Se distingue del monofiletismo, que indica la descendencia de la humanidad de un único grupo o de un grupo de criaturas que llegan casi al mismo tiempo al nivel humano desde un nivel inferior. La teologí­a tradicional, basada en la Biblia (Gn 1-5: Lc 3,23-38; Hch 17. Rom 5,12-21), que presenta a Adán como el primer hombre y como el padre de toda la humanidad, sostuvo siempre y defendió el monogenismo; la interpretación literal de los relatos bí­blicos de creación del Génesis llevaba a dar un valor histórico a las afirmaciones relativas al modo en que «surgieron a la luz» en los comienzos del tiempo el hombre y las cosas. Desde mediados del siglo XIX los defensores de la hipótesis poligenista (descendencia de la humanidad de varias parejas primordiales) pusieron en discusión esta comprensión tradicional del dato bí­blico: contra ellos, durante la fase preparatoria del concilio Vaticano I, llegó incluso a pensarse en una condenación; los teólogos seguí­an sosteniendo que el monogenismo pertenece al patrimonio revelado, por lo que es indisociable de la fe eclesial en el Dios creador.

A mediados del siglo xx, la teologí­a tomó una postura distinta respecto al monogenismo. Se advirtió sobre todo que los autores bí­blicos conciben el nacimiento de la humanidad sobre la base del esquema » patriarca-descendencia», válido para la comunidad tribal Y culturalmente difundido en la antiguedad, donde es bastante común la imagen de un progenitor único universal. Esto llevó a concluir que «el uso del esquema monogenista… en la Escritura puede ser un modo de hablar espontáneo y no reflejo, sin que se apele por este detalle al consentimiento del que escucha» (M. Flick – Z. Alszeghy); por otro lado, según la perspectiva antropológica de los antiguos, la descendencia de un único progenitor sirve para fundamentar y justificar la necesidad de la solidaridad y de la igualdad entre los miembros del mismo clan o del mismo pueblo. Además, hay que tener en cuenta otro dato: la tradición teológica eclesial defendió enérgicamente el monogenismo a lo largo de los siglos para salvaguardar una verdad indiscutible y fundamental de la fe cristiana: Cristo es el salvador de todos los hombres: esta verdad, a su vez, va unida a otra afirmación inspirada en el dato bí­blico: todos los hombres necesitan de la salvación, va que todos están «tocados» por el pecado, precisamente por descender todos ellos de un solo hombre pecador, Adán. En otras palabras, el monogenismo está en función de la afirmación de la universalidad del pecado y de la universalidad de la salvación cristiana.

En tiempos recientes, el problema del monogenismo fue reconsiderado por pí­o XII en la encí­clica Humani generis (1950: DS 3875ss); en relación con el poligenismo se dice que «los fieles no pueden abrazar la sentencia de los que afirman que después de Adán existieron en la tierra verdaderos hombres que no procedieron de aquel como del primer padre de todos por generación natural, o que Adán significa una especie de muchedumbre de primeros padres». Tras esta toma de distancia de la hipótesis poligenista, el pontí­fice sigue diciendo: «No se ve por modo alguno cómo puede esta sentencia (de los polige,.listas) conciliarse con lo que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia proponen sobre el pecado original, que procede del pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, transfundido a todos por generación, es propio a cada uno (cf. Rom 5, 12-19. concilio de Trento, sess. Y, 1 14)» (DS 3897). De aquí­ se deduce con evidencia que el monogenismo parece ser la única justificación válida de la difusión universal del pecado original; el monogenismo tiene aquí­ una función de «enunciado de apoyo», más que de verdad dogmática. Como se ha señalado justamente, «no existen argumentos directos que impongan el monogenismo como perteneciente a la fe» (M. Flick – Z. Alszeghy). Por eso, si se lograra justificar la universalidad del pecado de Adán prescindiendo del monogenismo o, más en general, salvaguardar el dogma del pecado original, la convicción de que todos los hombres nacen de un único progenitor podrí­a replantearse o abandonarse, teniendo en cuenta igualmente que la exégesis y las ciencias naturales demuestran hoy sus limitaciones. En sí­ntesis, ¿es posible conciliar el monogenismo con la afirmación del pecado origina1? La teologí­a contemporánea responde positivamente y propone dos posibles soluciones. En la primera, se afirma la existencia de un «pecado colectivo «, que habrí­an cometido en los orí­genes diversos progenitores del género humano; en esta perspectiva, el pecado de Adán corresponderí­a al pecado de estos progenitores de los diversos grupos humanos aparecidos en los diversos lugares de la tierra. En una segunda hipótesis, que parece menos ingenua que la anterior y que tiene en cuenta una cierta evolución en el proceso primordial de la hominización, se considera » como sujeto del pecado de origen el individuo (o grupo de individuos) que llegó en primer lugar a poder distinguir entre el bien y el mal, dentro del horizonte de la libertad» (M. Flick – Z. Alszeghy). A la luz de esta última hipótesis podemos preguntarnos cómo se salva la universalidad del pecado, en el caso de la descendencia de la humanidad de varias parejas originales. La solución podrí­a venir de la consideración adecuada de la perspectiva evolucionista, según la cual la unidad del género humano no queda garantizada tanto por la descendencia de un solo progenitor, como por la procedencia de todos los hombres, a través de caminos y tiempos diversos, «de una común materia primordial, creada por Dios en orden a la hominización» (M. Flick – Z. Alszeghy – ). Para comprender luego de qué manera u n solo individuo pudo influir en todos los seres humanos, aunque no procedan fí­sicamente de él, se recurre al concepto bí­blico de personalidad corporativa: según la mentalidad semí­tica, hay personas que en cierto sentido encarnan a toda la comunidad, por 1″) que sus actos tienen un relieve y unas consecuencias para todos los miembros de dicha comunidad, a pesar de que éstos no desciendan directa o naturalmente de ellas. Esta categorí­a de la personalidad corporativa podrí­a, sin embargo, parecer contraria a la afirmación dogmática del concilio de Trento, según el cual el pecado de Adán se transmite «por propagación, no por imitación» (DS 1513); en resumen, parecerí­a necesario pensar en una descendencia fí­sica de los hombres de Adán. En realidad, hoy se admite entre los teólogos que los Padres tridentinos demuestran con sus palabras que lo que les interesaba era afirmar dogmáticamente la universalidad del pecado; más que referirse al modo en que el pecado original afecta a todos los hombres, lo que querí­an era afirmar el hecho de la existencia del pecado original en todas las criaturas humanas.
G. M. Salvati

Bibl.: K, Rahnct. Pecado original y evolución, en Concilium 26 (1967) 4OO-424; M, Flick – Z. Alszeghy El hombre bajo el siglo del pecado, Sí­gueme, Salamanca 1972; J. L, Ruiz de la Peña, Imagen de Dios, Sal Terrae, Santander 1988, 261 -267; J Salgucro, Pecado original y poligenismo, Guadalajara 1971, Y Marcos, El hombre en el espacio y en el tiempo, Studium, Madrid 1961.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

1. Concepto
El m. es la doctrina según la cual toda la humanidad (por lo menos la que vive después del pecado original) procede de una sola pareja humana. El m. está por de pronto en oposición con el poligenismo, según el cual la transición evolutiva del reino animal al hombre se ha producido en una pluralidad de casos, si bien se pone como punto de partida una sola y misma especie, con lo que la diferenciación de la raza humana se habrí­a producido dentro de la historia biológica de la humanidad. El m. está, naturalmente, en mayor oposición con el polifilismo, según el cual la humanidad deriva de distintas especies animales, tratando de explicar así­ también (por lo menos parcialmente) las distintas razas humanas. En este sentido es favorable a la hipótesis de que la humanidad concreta actual se ha desarrollado lentamente, desde puntos de partida distintos, hacia una unidad más clara. Podemos prescindir aquí­ de un m. defendido esporádicamente que cuenta a la vez con «preadamitas», pues la hipótesis de preadamitas no elevados al orden de la gracia y que se extinguieron antes del «Adán» del pecado original como cabeza de la humanidad en la historia de la salvación y perdición, opera con demasiados postulados poco fundados, es una teorí­a construida sólo para resolver determinadas dificultades y hace necesario un decreto arbitrario de Dios, en virtud del cual no todos los seres espirituales estarí­an llamados gratuitamente a la visión divina.

2. La Escritura y la tradición
a) No cabe duda de que la Escritura habla (Gén 2, 5; 3, 20; Act 17, 26; Heb 2, 11) de un Adán numéricamente único. Pero podemos preguntar qué es modelo de representación y qué contenido afirmado en ese enunciado. De hecho en Gén 2 Adán (‘ádam con artí­culo) significa el hombre (también como representante de una «persona corporativa»), la humanidad en su unidad. Esta unidad (en el origen, la solidaridad y el fin) tiene muchos momentos, y se mantiene aunque no se afirme un origen precisamente monogenista. El m. de la Escritura puede ser también la imagen con que ella afirma la unidad de la humanidad en su salvación y perdición como magnitud histórica que procede del Dios uno. Sobre el m. bí­blico en relación con el pecado original hablaremos luego más detenidamente.

b) Si prescindimos por de pronto de la doctrina del pecado original como tal en la Humani generis, el magisterio habla simplemente, lo mismo que la Escritura, del hombre Adán (p. ej., Dz 101 130 174 228a 717c 788 790, etc.), sin intentar expresamente tomar posición en la cuestión del m. Es cierto que algunos textos secundarios (Dz 228a 717c) dicen más y que en el Vaticano I se habí­a preparado un canon en favor del m., pero éste no fue aprobado (lo mismo hay que decir de un esquema preconciliar en el Vaticano II). Pero es evidente que con ello no quedó definitivamente resuelta la cuestión del monogenismo.

Una posición expresa del magisterio frente al moderno poligenismo se da en la encí­clica Humani generis de Pí­o xss (Dz 2328; cf. también Dz 2123). Se rechaza el poligenismo porque no se ve claro y en cuanto no se ve claro cómo éste pueda componerse (componi queat) con el dogma eclesiástico del pecado original. Esta declaración no deja libre una concepción poligenista del origen de la humanidad mientras no se muestre su compatibilidad con el dogma del pecado original. Pero cabe pensar que la evolución de la teologí­a católica entretanto ha avanzado de tal forma, que poco a poco se ve claramente la posibilidad de armonizar el poligenismo con el dogma del pecado original. Y así­, a pesar de la Humani generis, puede defenderse con cautela un cierto poligenismo.

3. El monogenismo y las ciencias naturales
No podemos exponer aquí­ detenidamente las razones en pro y en contra del m. y del poligenismo (ni siquiera en el caso del m. en el supuesto de la conexión biológica del hombre con el reino animal: Dz 2327; -> evolución). En las ciencias naturales la cuestión tampoco está definitivamente resuelta, si bien, dentro de la escasa medida en que les interesa, la resuelven en favor del poligenismo, en cuanto el origen de la humanidad en general se concibe de manera evolucionista. Sin embargo, tal vez también hoy dí­a pudiera sacarse de la ciencia profana más de un argumento en favor del m., si se piensa en la complicación (con la consecuente rareza) de las macromutaciones, que son necesarias para la aparición del hombre, si se cuenta con la posibilidad de que una primera pareja humana pudiera también sostenerse y multiplicarse dentro de un biótopo animal, y si se toma en consideración que, paleontológicamente, no es posible trazar una frontera empí­ricamente clara (¿instrumentos primitivos, fuego, marcha erecta, volumen del cerebro?) entre el hombre y la especie animal (extinguida) más próxima al mismo. En favor del poligenismo habla el paralelismo con la historia de la evolución animal, en que apenas se piensa en una aparición monogenética de una nueva especie; y además el pensamiento de que, biológicamente, sólo una población puede ser el biótopo adecuado para la conservación y multiplicación de individuos de una especie. No puede, finalmente, pasarse por alto cómo, aun en el terreno hipotético, resulta cada vez más difí­cil concebir que la cuna de la humanidad esté reducida a un pequeño contorno. Esto hace, a la verdad, algo más seria la cuestión del polifilismo, aunque, dada la ilimitada capacidad de los hombres de todas las razas para cruzarse entre sí­, no es muy grande la inclinación al mismo entre los investigadores de las ciencias naturales.

4. El monogenismo y el dogma del pecado original
Ante este estado de la cuestión, el problema teológico propiamente dicho está tan sólo en si el dogma del pecado original implica con necesidad el presupuesto inseparable del m. La cuestión puede recibir una respuesta negativa y, en consecuencia, la declaración de la Humani generis (Dz 2328) no debe considerarse como posición definitiva del magisterio eclesiástico. Para entender esto, hay que hacer las reflexiones siguientes.

a. La humanidad es una verdadera unidad aun sin el supuesto de un m. biológico: por su origen en el Dios uno, con su designio único para la historia de la humanidad y su universal voluntad salví­fica, en virtud de la cual todos los individuos están ya delante de Dios como miembros de la humanidad una; por la naturaleza común; por la efectiva interdependencia de todos en la historia única dentro del tiempo y del espacio; por la real referencia de todos a un solo Cristo; por el mismo fin en el -> reino de Dios.

b. Dentro de esta unidad y por ella, la concreta situación salví­fica de cada hombre está determinada juntamente por las decisiones personales de todos, que no se quedan en la interioridad de cada individuo, sino que se integran en el espacio existencial de la humanidad una y de su mutua intercomunicación.

c. En la historia de esta «situación» única, en que cada uno opera su salvación o perdición con libertad personal, tuvo que haber una fase de transición de una humanidad todaví­a totalmente inocente a una humanidad que vive en una situación determinada también por la culpa. Esa transición hubo de darse necesariamente si, por una parte, existe «el pecado del mundo» (Jn 1, 19; 16, 8; Rom 5, 12s, etc.) y, por otra, este pecado no pudo «entrar en el mundo» por la creación de Dios mismo, sino que, en consecuencia, tuvo que entrar en él por la libre acción del hombre. Dada la necesidad de redención de todos los hombres, esta transición hubo de darse ya al comienzo de la historia de la humanidad.

Esto puede y debe decirse, aunque no podamos saber las circunstancias concretas de esa culpa, sino que sólo podemos deducirla mediante una etiologí­a retrospectiva, partiendo de lo que nosotros conocemos como nuestra situación y basándonos en que la situación de salvación y perdición de cada hombre está determinada «desde el principio».

d. El pecado original como peccatum originale originatum significa: 1.0 Dios da a cada hombre la gracia santificante (como posibilidad de acción salví­fica), no por razón de su pertenencia a esta humanidad una, sino únicamente por su referencia infralapsaria a Jesucristo. 2.° En lo relativo a la gracia, esta pertenencia a la humanidad no tiene para el individuo función causal ni mediadora. 3° Pero la humanidad como tal (y, por tanto, el hombre particular) en virtud de la originaria voluntad salví­fica de Dios habrí­a debido tener esta gracia y transmitirla también al individuo por su pertenencia a ella (lo cual va implí­cito en la voluntad de dar la gracia a la humanidad y, en ella, a cada hombre). 4.° Esta pertenencia, que hubiera debido ser transmisora de la gracia, ha perdido ahora su función, porque la humanidad existe universalmente (por existir así­ desde el principio) en una situación de libertad determinada también por la culpa. 5.° La ausencia de la gracia santificante, por repugnar a la voluntad de Dios, significa un estado de culpa, aunque este estado sólo en un sentido análogo puede equipararse al que resulta de la decisión personal contra la voluntad divina.

e. Para la constitución de esa situación de libertad codeterminada desde el principio por la culpa, que con relación al individuo suprime el carácter transmisor de la gracia de la pertenencia a la humanidad, es indiferente que tal situación haya sido originada por la voluntad de un individuo o por el pecado de varios, tanto más por el hecho de que la acción pecadora del principio no se hereda ni se imputa a los descendientes. A la postre tampoco tiene importancia que a estos «varios» del principio (que son relativamente pocos, de suerte que su pecado general personal no es una hipótesis absurda) se los suponga idénticos con la totalidad de la humanitas originans, o se los entienda como un grupo dentro de ella (sobre todo porque la gracia de los miembros de la humanidad originante que, ex supposito, no hubieran pecado personalmente, puede entenderse como gracia de Cristo, y así­ también éstos hallan su salvación en Cristo). Tampoco hay que preguntar aquí­ si esta condición pecadora de la humanitas originans suprime por sí­ sola la función transmisora de la gracia de la pertenencia a la humanidad (concepción tradicional del pecado original), o bien ha de concebirse solamente como un momento (especí­fico) del «pecado del mundo», que (como totalidad del «pecado original») significa la supresión de dicha función (Schoonenberg).

f. Resumiendo (con la reserva indicada antes en 2 b) podemos decir: Para la naturaleza del pecado original no es decisivo que «Adán» sea un hombre único o signifique la humanitas originans, y que el pecado, que constituye la situación de perdición de todos, haya sido cometido al principio por tm solo individuo o por varios individuos de esta humanidad originante. De donde se sigue que el m. no es un elemento necesario de la doctrina del pecado original.

BIBLIOGRAFíA: Cf. pecado original, espec. St. Lyonnet, M. Flick – (Z. Alszeghy), M.-M. Labourdette, J. Gross, L. Ligier, A. Vanneste. – H. Lennertz, Quid theologo dicendum de Polygenismo?: Gr 29 (1948) 417-434; J. Feiner, Ursprung, Urstand und Urgeschichte des Menschen: FThH 231-263; 1. F. Sagüés, De Deo creante et elevante: PSJ II espec. 658-673; P. Smulders, Theologie und Evolution (Essen 1963); J. Gross, Entwicklungsgeschichte im nachaugustinischen Altertum und in der Vorscholastik (Mn 1963); A. Hulsbosch, Die Schöpfung Gottes, Schöpfung, Sünde und Erlösung im evolutionischen Weltbild (W 1965); P. Lengfeld, Adam und Christus. Die
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Karl Rahner

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica