MONOTEISMO

(gr., monos, uno, y theos, dios). La doctrina que dice o la creencia en que hay solamente un Dios. Ateí­smo es la creencia que dice que no hay dios; politeí­smo que hay más de un dios; monolatrí­a es la adoración de un dios supremo pero sin negar que hay otros dioses; y henoteí­smo es la creencia en un dios aunque no se excluye la posibilidad de creer que haya otros. Hay tres religiones monoteí­stas principales: judaí­smo, cristianismo e islamismo, las últimas dos con sus orí­genes en la primera. De acuerdo con la Biblia, el ser humano originariamente fue monoteí­sta.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Del griego monos que significa uno, y theos que significa dios.)
Creencia en un solo Dios personal. Entre las religiones monoteí­stas se encuentran el ® JUDAíSMO, el ® CRISTIANISMO y el ® ISLAMISMO. EL monoteí­smo contrasta con el ® POLITEíSMO o creencia en varios dioses; con el ® MATERIALISMO que niega la existencia de un ser superior distinto de la materia; el ® HENOTEíSMO, que admite un Dios principal y varios dioses secundarios; el ® DEíSMO, para quienes Dios no interviene en los asuntos de este mundo; y el ® PANTEíSMO o ® MONISMO, según el cual Dios y el universo son una misma cosa.
De acuerdo con los datos tradicionales, el monoteí­smo, como lo conocemos hoy, se remonta a los patriarcas del Israel antiguo (Abraham y otros) y al antiguo Egipto de la era de Akenatón, faraón que se desempeñó también como reformador religioso y sustituyó el culto de Amón por el de Atón (“el disco solar”) como único dios oficial.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

(un Dios).

La creencia de que existe sólo un Dios, creador del universo. Es la doctrina que cree Israel, y el cristianismo.Deut.6:4, Jn.l:l.

No es “monismo”, donde se identifica a dios con el universo. Y está opuesto al “politeí­smo” y al “dualismo”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, DOCT LEYE CRIT

ver, MARDIKH, MELQUISEDEC, MOISES, CREACIí“N

vet, Confesión y adoración de un solo y verdadero Dios, con exclusión de cualquier otro. La Biblia, de principio a fin, enfatiza el monoteí­smo y muestra su exclusividad frente a cualquier otra pretensión. La confesión por excelencia de Israel es: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Dt. 6:4). En el Decálogo se prohibe explí­citamente la adoración de ningún otro Dios que el eterno Dios con existencia esencial y absoluta: “No tendrás dioses ajenos delante de mí­… porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso” (Ex. 20:3, 5). En el libro de Isaí­as, Dios proclama: “Así­ dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí­ no hay Dios” (Is. 44:6). La concepción evolucionista de la historia sitúa al monoteí­smo como una conquista relativamente tardí­a del espí­ritu humano en su emergencia del politeí­smo a su vez procedente de un animismo mágico. En cambio, la primera mención de idolatrí­a en la Biblia se halla después del diluvio. En realidad, la concepción de que el monoteí­smo sea una conquista tardí­a del genio religioso humano es una mera especulación carente de fundamento. Por una parte, es un resultado de la aplicación artificial del proceso dialéctico a la historia de la religión, y que captura la imaginación por su aparente sencillez y plausibilidad. Pero por otra se enfrenta con los siguientes datos: (a) la Revelación; (b) un gran número de indicios históricos, antropológicos y etnológicos. Por parte de la Revelación, está claro que toda divergencia del conocimiento de Dios es resultado de la rebelión contra El. Adán conoció a Dios; Noé conocí­a al Dios único y verdadero. Evidentemente, Sem, Cam y Jafet también. Estos hombres, debido a la longevidad de que disfrutaron, pudieron llevar el conocimiento del Dios único y verdadero hasta varias generaciones, aun a pesar de la generalización de la apostasí­a por Nimrod en la época de la humanidad. Pero a pesar de la general apostasí­a reinante quedaban núcleos de conocimiento del único Dios. Como ilustración se puede citar a Melquisedec rey-sacerdote de Salem (Gn. 14:18). El hecho de una apostasí­a desde el monoteí­smo hacia un cúmulo de formas degeneradas de religión es expresado lapidariamente por el apóstol Pablo en Ro. 1:21 ss. Las evidencias históricas, antropológicas y etnológicas son expuestas por Custance en “Primitive Monotheism” y por varios otros autores. Así­, se puede documentar de una manera rigurosa que el marco Revelación-Apostasí­a es el correcto. Dice A. C. Custance: “Entre los años 1900 y 1935 se trató todo este tema de una manera erudita por parte de personas sosteniendo la idea de que las reconstrucciones evolucionistas de las creencias religiosas del hombre eran fundamentalmente erróneas y produjeron tal impacto que los filósofos evolucionistas prácticamente abandonaron esta lí­nea de argumentación. Desde mediados de los años 30 en adelante, este tema ha sido casi inexistente, aunque muchos seminarios de ideologí­a liberal llevan a cabo sus cursos de historia de religión como si no se hubiera escrito nada acerca de ello” (op. cit., p. 2). Se ha documentado, por ejemplo, que los más antiguos registros religiosos de China evidencian monoteí­smo con ausencia de cualquier tipo de idolatrí­a. Asimismo, las inscripciones y restos más antiguos de los pueblos semí­ticos más antiguos, como Sumer, revelan un monoteí­smo primitivo; lo mismo se puede decir de los antiguos egipcios, de la India antigua, y de muchas tribus alrededor del mundo, desde los fueguinos hasta los pigmeos, desde los indios de América del Norte hasta los bosquimanos, de los zulús a las tribus de Australia central. Adicional confirmación de lo mencionado se halla en las tabletas de Ebla (véase MARDIKH [TELL]), que dan también evidencias de un monoteí­smo antiguo en la zona del Oriente Medio en época anterior a Abraham. En palabras de Custance: “Parece ahora claro que el hombre tiene que haber comenzado con un concepto puro de un Ser Supremo, un gran Dios, Señor de todo, Creador del mundo, misericordioso, justo, omnisciente y omnipresente. Esta era la fe de las personas primitivas que los evolucionistas consideran nuestros “antepasados contemporáneos”” (“Primitive Monotheism”, Doorway Papers, a. 34, Ottawa, 1968). (Véanse MELQUISEDEC, MOISES, CREACIí“N, etc.).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Creencia en un solo Dios y en consecuencia organización de los sistemas de creencias, de la moral y de los cultos en referencia a la unidad y unicidad divina
Judaí­smo, mahometismo y cristianismo son las religiones monoteí­stas, junto con las actitudes deí­stas, que rigen gran parte del mundo. Las otras religiones, hinduismo, budismo, taoí­smo, confucionismo, aunque admitan una dios principal, rezuman creencias politeí­stas.

El monoteí­smo es concepto filosófico radical, pero es compatible con el misterio de la Trinidad, el cual no se identifica con un “triteí­smo” disimulado. El cristianismo es radicalmente monoteí­sta, pero sabe por Revelación que en Dios ha tres Personas.

(Ver Trinidad)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Dios, religión, religiones)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> confesión, shemá, decálogo, Yahvé, Ashera, Baal, Astarté). La confesión del Dios uno y único constituye el centro de la fe israelita. Pero siendo, en un sentido, punto de partida de todos los restantes elementos de la fe, el monoteí­smo ha sido también el punto de llegada de una historia fascinante que define y distingue a Israel. Otros pueblos han descubierto y elaborado otros valores de tipo racional o cultural. Israel ha sido y sigue siendo el pueblo de la confesión monoteí­sta, formulada a través de un proceso en el que pueden distinguirse varios momentos.

(1) Monolatrí­a. Los israelitas antiguos sabí­an que habí­a otros dioses y en cierto sentido los respetaban: Kamosh entre los moabitas, Dagón entre los filisteos o Markud entre los babilonios. Pero ellos tení­an un Dios propio, que era Yahvé, al que veneraban como Dios supremo y celoso, y lo hicieron de tal forma que, a través de un tipo de simbiosis o sincretismo, este Yahvé terminó absorbiendo a los restantes dioses e identificándose con ellos, con El Elyon de Jerusalén (Gn 14,18ss), El Shadday (Gn 17,1) o el Bet-El (Gn 35,7), o condenando y rechazando a otros (sobre todo a Baal). De esa forma, Yahvé fue asumiendo los valores de los diversos El-Elohim (divinidades supremas) de la tierra, de tal forma que al final vino a presentarse como Dios único. Junto a los dioses masculinos habí­a en el entorno de Israel muchas diosas, entre las que pueden citarse Ashera* (2 Re 23,7), Astarté y la Reina del Cielo (Jr 44,25). La veneración de la esposa de Yahvé debió ser frecuente hasta el tiempo de Josí­as (639-609 a.C.) e incluso hasta después del exilio (587-539 a.C.). Así­ aparece en algunas inscripciones del siglo VIII. a.C. (Kutillet Arjud) y en la colonia militar judí­a del alto Egipto (Elefantina), donde en pleno siglo V a.C., los judí­os allí­ asentados veneraban a Yahu (Yahvé) con la diosa Astarté*-Anat y así­ lo escriben a los mismos sacerdotes de Jerusalén. Pues bien, en un proceso que comienza bastante pronto (siglo VIII a.C.), pero que sólo culmina tras el exilio, los israelitas descubrirán que Yahvé está por encima de la división sexual y engendradora, es Dios sin consorte, de manera que al fin viene a presentarse cono Dios monoteí­sta.

(2) Monoteí­smo. El mayor opositor del monoteí­smo bí­blico fue Baal*, dios de la vegetación y de la vida, vinculado a los cambios estacionales (verano, invierno) y al despliegue de la naturaleza. Sólo a través de un largo proceso en el que influyó de un modo decisivo la memoria de los hebreos liberados de Egipto, el conjunto de los israelitas pudo superar el culto de Baal, para centrarse en Yahvé, el Dios de la alianza. Ese cambio culminó sólo tras el exilio, cuando los judí­os liberados de Babilonia, lograron imponer sobre el conjunto de la población de Jerusalén y de su entorno un monoteí­smo radical, donde sólo se adora al Dios Yahvé, sin esposa ni consorte, bien separado de los baales de la vegetación y del proceso de la naturaleza. Ese despliegue del monoteí­smo radical está vinculado a la reinterpretación de la historia: los grandes profetas habí­an descubierto y destacado la presencia de Yahvé en la vida del pueblo israelita; pues bien, los liberados del exilio comprendieron toda la historia del pueblo como un signo de la presencia de Dios. En ese sentido, el monoteí­smo bí­blico puede formularse como una comprensión teí­sta de la historia o, quizá mejor, como una teodicea de la historia. El problema básico no ha sido la fijación de los ciclos de la naturaleza (para lo cual valen mejor los dioses masculino-femeninos y especialmente Baal), ni el descubrimiento del sentido del cosmos (para lo cual ha servido mejor la filosofí­a griega). La novedad israelita, inseparable de la experiencia del éxodo y del mesianismo profético, ha sido el descubrimiento de Dios como garante del sentido de la historia incluso, y sobre todo, allí­ donde ella parecí­a abocada al fracaso. Sólo ese convencimiento de la presencia de Dios en el curso de los acontecimientos hizo posible que los judí­os asimilaran la derrota y el exilio (¡eran castigo de Yahvé por sus pecados!) y superaran la crisis del tiempo de los macabeos*, con la nueva teologí­a y experiencia religiosa de los hasidim y los apocalí­pticos, más que con la guerra. Sólo desde esa perspectiva del monoteí­smo histórico, vinculado a la alianza y a la esperanza del reino de Dios, ha podido surgir el monoteí­smo cristiano.

(3) Rasgos del Dios monoteí­sta. Al final de ese proceso, los israelitas afirmarán que hay un solo Dios a quien no se puede conocer nunca de un modo total, pero que actúa en todo, de manera que su nombre (Yahvé) no puede pronunciarse; por eso, el pecado supremo consiste en la idolatrí­a, la identificación de Dios con alguna realidad del mundo o con algo que los hombres han fabricado (cf. Ex 20,1-17; Dt 5,621). Estos son algunos de los rasgos que definen a ese Dios, (a) Elección y alianza. Dios reina sobre todo lo que existe en cielo y tierra (Sal 93,1; 97,1; 99,1; cf. 47,3.9), pero se ha vinculado de un modo especial con los israelitas: “Yo [Yahvé] seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (cf. Dt 26,1519). (b) Poder liberador. “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado de Egipto” (Ex 20,2; Dt 5,6; cf. 1 Re 12,28; Jr 2,6; etc.). Estas palabras, que forman la introducción al Decálogo, se expanden en una confesión de fe que suele llamarse Credo histórico: “Mi padre era un arameo errante; bajó a Egipto y residió allí­ con unos pocos hombres… Pero los egipcios nos maltrataron y humillaron… Gritamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz, vio nuestra miseria… y nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido y nos trajo a este lugar…” (Dt 26,5-í0; cf. Jos 24,2; Sal 136,78). (c) Memoria creyente. La fe israelita se transmite y expresa en la memoria de las familias judí­as, en las que cada padre actúa como sacerdote: “Cuando mañana pregunte tu hijo: ¿qué son estos mandatos y decretos que os mandó Yahvé…?, responderás: éramos esclavos de Faraón en Egipto y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte… para traernos y darnos la tierra que habí­a prometido a nuestros padres” (Dt 6,20-24). Esta confesión* de fe habla de un Dios que ha cumplido su promesa, liberando a los israelitas por el éxodo.

(4) Monoteí­smo judí­o, monoteí­smo cristiano. Los cristianos han aceptado el monoteí­smo israelita, pero lo han interpretado desde Jesús, a quien han visto como “Hijo que estaba en el seno del Padre” (Jn 1,18) y que nos ofrece el Espí­ritu divino (cf. Jn 20,22). De esa forma, el monoteí­smo cristiano, fundado en la misma base israelita de la Biblia hebrea, se abre por Jesús a todos los pueblos de la tierra, de forma trinitaria, es decir, universal. Los cristianos confesamos también que sólo existe un Dios pero ampliamos desde ahora su misterio y presencia salvadora a todos los hombres, por Jesús, en el Espí­ritu (trinidad*). Ese monoteí­smo no está ya vinculado al pueblo de Israel en cuanto aislado de otros pueblos, sino a Jesús de Nazaret, israelita universal, que ha proclamado la llegada del reino de Dios desde los pobres y excluidos de la tierra.

Cf. R. ALBERTZ, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento I-II, Trotta, Madrid 1999; E. HAAG (ed.), Gott der Einzige. Zur Enststehung des biblischen Monotheismus, Herder, Friburgo 1985; O. KEEL (ed.), Monotheismus im alten Israel undseiner Umwelt, BibBeitr 14, Friburgo (Suiza) 1980; B. LANG, Monotheismus and the Prophetic Minority, Sheffield 1980; X. PIKAZA, Dios judí­o, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1996; G. THEISSEN, La fe bí­blica en perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: I. Conceptos.-II. Indicios de tendencia hacia el monoteí­smo en el ciclo de los patriarcas: 1. La condición nómada del pueblo de Israel; 2. Los nombres de Dios atribuidos por el ciclo de los patriarcas; 3. La diferencia cultural y religiosa concienciada y defendida.-III. Origen religioso del monoteí­smo de Israel.-IV. Fases decisivas en el progreso hacia un monoteí­smo estricto y popular.-V. El espí­ritu del Deuteronomio.-VI. Monoteí­smo bí­blico y monoteí­smo filosófico.-VII. Monoteí­smo trinitario y teí­smo “monista”.

I. Conceptos
Las religiones pretenden el establecimiento de una relación entre el hombre y la divinidad o divinidades que transcienden el mundo con su poder divino.

1. POLITEíSMO. Supone la consiguiente relación con dioses diversos, a los que el hombre adora. Generalmente están emparentados y jerarquizados según ciertos niveles de dignidad: dioses, semidioses, héroes… Por tanto el politeí­smo no excluye, al contrario, la relación prevalente con un dios al que se le considera superior: “el Zeus más divino”.

El politeí­smo supone un cierto grado de cultura diferenciada en relación a los diversos campos de la experiencia de la vida. Supone una cierta división del trabajo y diferenciación de las otras funciones -masculinas y femeninas-dentro de la tribu. Supone asimismo una experiencia del amor y de la vida familiar, así­ como un cierto dominio de la naturaleza a través del pastoreo, de la agricultura o de la caza.

No debe negarse al politeí­smo una auténtica dimensión religiosa que proviene de una inclinación hacia lo divino presentido a través de las mediaciones de la vida que se acaban de enumerar. Junto a esa religiosidad que sacraliza los diversos aspectos de la vida, el politeí­smo supone que las experiencias de los diversos campos de la vida humana y la división de funciones en la vida social se proyectan en un panteón diversificado que diviniza o bien esas funciones, o bien las fuerzas de la naturaleza.

2. HENOTEíSMO. Es la adoración de un sólo dios, preceptuada jurí­dicamente. El carácter jurí­dico, no metafí­sico, del henoteí­smo consiste en que no se descarta la existencia de otros dioses además de aquel a quien se prescribe el culto oficial. El culto es exclusivo, pero nada se dice acerca de la unicidad exclusiva del dios adorado que bien puede coexistir con otros en un panteón más amplio. Lo dicho ayuda a evaluar con flexibilidad las grandes formas religiosas del antiguo Egipto. La existencia de muchas divinidades quizás no significa un politeí­smo craso, puesto que muchas veces se presiente el atractivo de una divinidad única a través de las múltiples manifestaciones de Isis, Osiris, Horus, e incluso Apis u otros animales sagrados. Viceversa: la revolución aparentemente monoteí­sta de Amenophis IV (Akenaton) tal vez no sea un estricto monoteí­smo, sino una revolución sacerdotal tendente a establecer un único culto oficial al sol, en régimen henoteí­sta.

3. MONOTEíSMO. Se da la adoración de un solo Dios porque se tiene el convencimiento de que se trata de la única divinidad existente. El pasaje del Deuteroisaí­as, constituido por los capí­tulos 43-44, contiene el más firme alegato bí­blico en favor del monoteí­smo, junto con la razón más palmaria que lo abona: Yahvé es un Dios único, porque los otros dioses son nada.

Ya las narraciones de los patriarcas presentan indicios claros de que toda la evolución religiosa de Israel aparece orientada por el monoteí­smo, su término final. Pero que Israel, desde sus inicios, sienta la fuerte llamada del Dios único, no significa que, siempre y en la práctica, sea hegemónico el monoteí­smo. Israel vive un largo proceso que tiende a hacer efectiva la divisa “Yahvé sólo”.

II. Indicios de tendencia hacia el monoteí­smo en el ciclo de los patriarcas
Cuentan entre estos indicios:
1. LA CONDICIí“N Ní“MADA DEL PUEBLO DE ISRAEL. El carácter nómada de las tribus abrahamí­ticas es un obstáculo para que se establezcan alrededor de los lugares de culto, cuya multiplicación favorecerí­a el politeí­smo.

2. LOS NOMBRES DE DIOS ATRIBUIDOS POR EL CICLO DE LOS PATRIARCAS. Los nombres que el GénesIs atribuye al Dios de los patriarcas indican una concepción transcendente de la divinidad, concebida como únical, que transciende ya sean las fuerzas de la naturaleza ya sean los lugares de culto:
*EL SHADDAI: Omnipotente (¿Dios de las Montañas?)
*EL-ELYON: Altí­simo’. *EL-OLAM: Eterno’.

*EL-ROI, “Dios de visión”: el que me ve y a quien yo vislumbro.

EL-BETEL: Es la excepción a los nombres transcendentes, ya que es un nombre divino ligado a un lugar de culto: Bet-El.

Los dioses, por tanto, no aparecen ligados a lugares sagrados ni a la naturaleza divinizada e hipostasiada en divinidades diversas. El-Shaddai no es un dios de las fuerzas naturales. Es Dios de personas (Abraham, Isaac, Jacob, Moisés) que irrumpe en la historia del pueblo a quienes estas personas representan.

3. LA DIFERENCIA CULTURAL Y RELIGIOSA CONCIENCIADA Y DEFENDIDA. Favorecerá al monoteí­smo teórico y popular la situación de conflicto cultural que surgirá más tarde ehtre el pequeño pueblo hebreo y los pueblos politeí­stas que lo circundan, egipcios o cananeos, dotados cada uno de su propio panteón. El AT da cuenta de los siguientes dioses cananeos: Astarté, abominación de los sidolIos; Camós, abominación de los moabitas y Melcom, abominación de los ammonitas.

III. Origen religioso del monoteí­smo de Israel.

Dondequiera que nos remontemos hacia los orí­genes del pueblo de Israel vemos la llamada y la promesa de un único Dios que establece alianza con su pueblo.

Es imposible negar la fuerte impronta monoteí­sta que el genio religioso de Moisés dejó en su pueblo. Freud afirmó que el monoteí­smo mosaico dependí­a de la reforma religiosa de Amenophis IV. Podrí­a ser, a pesar de que un siglo los separa. Pero es una simple acrobacia de historia-ficción pretender identificar al mencionado “faraón hereje” con el mismo Moisés. Las diferencias entre uno y otro son claras: Amenophis, desde la cumbre del poder polí­tico, emprende una reforma religiosa oficial, que afecta tanto al sacerdocio como a la capitalidad del imperio, trasladada de Tebas a EI-Amarna. Moisés desde abajo, desde el sufrimiento del pueblo oprimido, entiende que la transcendencia de Dios se conjuga con su acción liberadora; entiende, por tanto, que de Dios deriva la percepción mí­stica y la praxis humanizadora. En una palabra: en Moisés converge la religión del Padre que dice su Palabra al Pueblo con la religión del Amor que libera.

IV. Fases decisivas en el progreso hacia un monoteí­smo estricto y popular
Las fases históricas de la lucha mantenida por la religión yahvista contra los diversos brotes politeí­stas, aparecen bien sistematizadas por H. Vorgrimler:
la fase. Durante el reinado del rey Acab (874-853), el iniciador de la lucha contra el dios Baal es el profeta Elí­as, cuyo ciclo aparece en 1 Re 17-19.

2a fase. La preside la enseñanza del profeta Oseas, hacia el a. 740 antes de Cristo. He aquí­ uno de los más antiguos fragmentos de monoteí­smo teórico: ” Pero yo soy Yahvé, desde el paí­s de Egipto. No conoces otro Dios fuera de mi, ni hay más salvador que yo.”
3a fase. Es la reforma cultual del Rey Ezequí­as (728-699).

“Hizo lo recto a los ojos de Yahvé, enteramente como David, su padre. El fue quien quitó los altos, derribó las estelas, cortó los cipos y rompió la serpiente de bronce que habí­a hecho Moisés, porque los hijos de Israel le habí­an quemado incienso…” .

Ezequí­as, al centralizar el culto y emprender una lucha antiidolátrica, se sitúa como predecesor de la reforma deuteronómica de Josí­as, que constituirá la cuarta fase.

4a fase. La reforma del rey Josí­as (641-609), con la solemne lectura de la Ley ante la asamblea del pueblo reunido y la celebración de la Pascua, que no se habí­a celebrado desde los dí­as de los Jueces, es ampliamente narrada en 2 Reyes 22-23 y 30. No se trata de una simple reforma emprendida desde la administración, sino de una amplia renovación de la alianza de Dios confirmada por todo el pueblo, que escucha con fe el Deuteronomio (el libro de la Alianza) en presencia de los sacerdotes, de los profetas y del rey, “que estaba de pie junto a la columna”.

La reforma afectará incluso al reino del Norte, e implicará la remoción de una serie de prácticas, permisiones o disposiciones que de hecho creaban en Israel un ambiente de sincretismo o, al menos, de una cierta recepción de prácticas idolátricas. La reforma tiene también un carácter centralizador y elimina aquellas prácticas que, aunque no fueran idolátricas, contravení­an la ley del único lugar de culto que era el santuario de Jerusalén. Por eso se destruyen los lugares altos no idolátricos en los que se quemaba incienso en honor de Yahvé. Y, por supuesto, se destruye cualquier brote o manifestación de idolatrí­a: los objetos dedicados a Baal y a Aserá que estaban en el Templo; los vestigios del culto a Astarté, a Kemós y a Milkom, que 2 Reyes remonta a la época salomónica; los lugares altos en los que se quemaba incienso a Baal, al sol y a la luna; las reminiscencias del culto al Sol, sin duda permitidas por los reyes de Judá, que incluso le dedicaban cierto número de caballos. Finalmente, se vetan los sacrificios humanos a Mólek. En paralelo a la reforma de Josí­as, los profetas Jeremí­as, Sofoní­as y Ezequiel denuncian la situación de ambigüedad religiosa e impulsan el movimiento monoteí­sta.

5a fase. Después del Exilio (a. 586), se impone la doctrina deuteronómica, así­ como las enseñanzas henchidas de monoteí­smo teórico y práctico del Deutero-Isaí­as (especialmente los capí­tulos 43-45). Así­, la famosa sátira del deuteroisaí­as contra la idolatrí­a, viene precedida de la siguiente declaración de monoteí­smo absoluto:
“Yo soy el primero y el último, / fuera de mi no hay ningún dios. /¿Quién como yo? Que se levante y hable […] / No tembléis ni temáis. / ¿No ;lo he dicho y anunciado desde hace tiempo? / Vosotros sois mis testigos: ¿hay otro Dios fuera de mi? / ¡No hay otra Roca, yo no la conozco!”.

En la fase post-exí­lica se da también una renovación de la Alianza ante el Pueblo reunido. Esta vez, el que preside de pie es Esdras, el sacerdote, puesto que Israel ya no tiene rey. La monarquí­a ha dejado paso al régimen de dependencia polí­tica propia del Judaí­smo, el cual tiene en la Ley su baluarte.

V. El espí­ritu del Deuteronomio
Muchas veces se ha dicho que éste es el libro más citado por Jesús de Nazaret. Y sin duda ha contribuido en grado máximo, junto con los Profetas, a configurar el monoteí­smo de Israel, tanto en sus afirmaciones absolutas como prácticas. Es legí­timo, por tanto, preguntarse dónde radica este espí­ritu del libro de la Alianza de Josí­as. Pues bien: el espí­ritu del Deuteronomio, más hondo que las formulaciones en las que queda plasmado, radica en algo tan simple como la exclusividad que han de mantener los dos protagonistas del Amor: El amante y el amado.

El amante es un ‘Dios celoso”, que como una madre entrañable no puede soportar la falta de correspondencia a su amor, ni la situación precaria del pueblo amado. Por eso exige un culto único, exclusivo y total al único Dios, al que todos y cada uno de los miembros del pueblo deben amar, “con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. Esta es, en el más alto grado de intensidad y simplicidad, la actitud del amado, es decir, del Pueblo y de cada una de las personas que lo forman, y que -dicho con las metáforas más fuertes- son propiedad de Dios y están consagrados a él. De tal manera que la expresión “Pueblo de Dios” no es antiecuménica, como si designara la propiedad en exclusiva de un pueblo -el de Israel- , con lo que se deja fuera del amor de Dios a los otros pueblos, sino que expresa con gran fuerza un concepto y un programa marcado por el universalismo. El único Dios quiere hacer suya, mediante su inmenso Amor (de apariencia posesiva pero de realidad comunicativa) a la totalidad del género humano, del que el Pueblo de Israel no es tanto el privilegiado poseedor, cuanto el paradigma emblemático de lo que Dios quiere para todos los hombres: la exclusividad en el Amor universal que se da y se recibe. Por eso, finalmente, la ira de Dios no es más que su amor rechazado.

VI. Monoteí­smo bí­blico y monoteí­smo filosófico
El objeto último postulado por ambos monoteí­smos no tiene por qué ser necesariamente distinto -es siempre la afirmación del Dios único- si bien es distinta la perspectiva de ambas tendencias monoteí­stas. Entre ambos monoteí­smos se da la misma analogí­a/ ruptura que entre el llamado Dios de los filósofos y el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. No hay por qué pensar que sea necesariamente idolátrica la tendencia última a la que aspira el entendimiento humano que presiente a Dios. El objetivo de esta tendencia “natural” del entendimiento abierto al ser, abierto a Dios, es Dios mismo que gratuitamente se revela a Abrahán, Isaac y Jacob. (Otra cosa es afirmar, en la lí­nea de Romanos 1, 18, que el entendimiento humano se extraviarí­a en los pasos perdidos de la idolatrí­a, sin la huella de Dios que él mismo ha puesto en sus mediaciones y sin la asistencia de la gracia sanante que impedirá al hombre confundir a la criatura con su Creador).

Lo que hay, en el fondo de esta cuestión, son dos procedimientos o caminos que llevan a establecer la unicidad de Dios. El monoteí­smo filosófico afirmará que, si Dios es infinito, no puede haber a la vez dos o más seres omniperfectos e infinitos, puesto que coincidirán en identidad estricta y numérica entre ellos. Esta es la dirección que llevan ya sea una filosofí­a esencialista, como la de Platón y la de Aristóteles, profundamente arraigada ésta en la doctrina de la potencia y del acto -lo que lleva a la afirmación del único Acto puro-, ya sea una filosofí­a de inspiración cristiana como la de santo Tomás.

El camino de acceso al monoteí­smo bí­blico es la revelación del Dios vivo en la experiencia histórica del Pueblo, vertebrado por profetas, sacerdotes y reyes. No se da’ aquí­ la reflexión sobre la unicidad necesaria del ser infinitamente perfecto. La revelación se abre camino a través de fórmulas que responden a la vez a la automanifestación de Dios y a la percepción que el Pueblo va adquiriendo de la misma. El mismo Deuteronomio acuña la fórmula: “Jahvé es Dios en lo alto del cielo y aquí­ abajo enla tierra’. Esta fórmula responde sin duda a una intuición en la que se unen tres percepciones: a) Dios es uno, en el cielo y en la tierra. b) Hay un solo creador de cielo y tierra. c) Ante Yahvé se eclipsan todos los í­dolos: fuera de él no hay ningún dios. Equivale a la formulación del Deutero-Isaí­as: Yahvé es el único Señor. Es creyente quien aparta de sí­ a los í­dolos.

Todo esto vale para el camino de acceso a la formulación de uno u otro monoteí­smo. En cambio, el fondo de sus afirmaciones no tiene por qué contraponerse, ya que apunta al mismo y único Dios presentido por la filosofí­a y adorado por la religión: ¿o es que la filosofí­a no puede actuar como praeparatio evangelice cuando sabe dejar los conceptos abiertos al soplo divino?

VII. Monoteí­smo trinitario y teí­smo “monista”
Quizás no sea muy feliz la calificación de teí­smo “monista”, aplicado a aquellas religiones que afirman la unicidad de Dios si bien niegan la distinción de las personas divinas. Pero designa exactamente el contenido de la contraposición entre la religión que cree en un único Dios que es comunión (alteridad resuelta en unidad), y las otras religiones que no admiten la distinción de personas interior a la esencia misma de Dios. Las denominaciones que, ciertamente, no deben emplearse son las de “monoteí­smo estricto” para referirse al “teí­smo monista”, porque así­ se darí­a a entender que la religión cristiana no es estrictamente monoteí­sta, sino una forma de monoteí­smo edulcorado. Aún es peor distinguir entre religiones monoteí­stas y religión trinitaria, como si esta última no fuera en absoluto monoteí­sta.

Ya san Hilario afirmaba que el cristianismo no creí­a en dos dioses, si bien tampoco creí­a en un Dios solitario. Este es el fondo de la cuestión.

El monoteí­smo trinitario cree que para la realización del amor perfecto es necesaria la alteridad: el Uno y el Otro en la Unidad del Amor. Esto es lo que el cristianismo cree. No es que lo sepa por la razón, como quizás dé a entender Ricardo de san Ví­ctor, en su célebre De Triní­tate. El cristiano lo cree con la fe, aunque en este descubrimiento haya tenido su parte la razón (por cierto, iluminada por la fe).

Lo que Ricardo de san Ví­ctor ha descubierto acerca de la alteridad necesaria para el perfecto amor, hay que decirlo también acerca de la felicidad y de la gloria divinas, que para ser perfectas es preciso que sean compartidas.

Se podrí­a incluso ampliar el argumento de Ricardo extendiéndolo a la simplicidad del ser. El ser absolutamente simple, no obstante su transparencia, o mejor dicho para poder ser absolutamente transparente, es preciso que identifique en sí­ mismo el dar con el recibir. De suerte que en el vértice del lpsum Esse” se identifica el Dar y el Recibir en la unidad de la única Comunión del Amor. Dar y Recibir serí­an como los dos sentidos (ida y vuelta) de un sólo circuito: el del Amor que es benevolencia y comunión.

‘El monoteí­smo trinitario es, por tanto, aquella fe que nos indica de qué manera Dios es Amor de plenitud; de qué manera Dios asume la categorí­a de la acción: una acción que de ninguna manera es accidental, como observó san Agustí­n, sino que es generación por via de entendimiento y emanación por via de amor. Es la acción divina e inmanente que asume también la categorí­a de la relación (Paternidad, Filiación, Espiración activa y pasiva) como advirtieron Gregorio de Nacianzo en Oriente y Agustí­n de Hipona en Occidente.

Esta es la diferencia entre uno y otro monoteí­smo, si bien los estudios de nuestra época están llamados a precisar hasta qué punto el AT mantiene también que en Dios se da la categorí­a de acción a partir de la afirmación de una literal generación en Dios (Sal 2 y 110) lo cual implica que Dios se autoexpresa de manera inmanente en su Palabra de sabidurí­a y en su Ruaj de amor.

Algo de ésto puede y debe decirse, de manera análoga del Islam, ya que ninguna de las tres religiones aceptarí­a sin duda la idea de un dios-ocioso, como llama Mircea Elí­ade a los dioses que no actúan y que transcienden el mundo como una Mónada inmóvil e inerte, que no ha asumido la acción. Esa acción que el cristianismo ha intuido como procesión interior a Dios mismo (“procesiones inmanentes” de la Palabra y del Espí­ritu, que dan lugar a las “relaciones”). Hoy dí­a es preciso añadir una palabra comparativa sobre el monoteí­smo cristiano y el islámico:
a) Serí­a bueno que los cristianos valoraran que, si bien es del todo cierto que el Islam no admite la Trinidad cristiana, no por ello desconoce dos conceptos teológicos clave: Palabra de Dios y Espí­ritu Santo.

Da que pensar el hecho de que Jesús sea calificado por el Corán no sólo como “Enviado de Dios” sino como “Mesí­as” y como “Kalmat Allá = palabra de Dios’. El sector más importante de teólogos sunní­es, durante el califato de Al-Ma’mun, identificaba al mismo Corán como la Palabra increada de Dios”. Esta interpretación reforzarí­a el significado teológico -no ciertamente trinitario- de Kalmat Allá.

Por lo que se refiere al Espí­ritu Santo, la interpretación más corriente lo identifica con el ángel Gabriel, inspirador del Alcorán. Pero en algún lugar se habla con un matiz más arcano del Espí­ritu que desciende sobre los siervos que le son queridos y que procede de un Orden divino, o de Su Logos, como lee otra interpretación, que acercarí­a este texto a la concepción trinitaria, haciéndo de él “un auténtico reflejo de la Trinidad cristiana, frente al triteí­smo condenado por el Corán”‘.

b) Por su parte, serí­a bueno que los creyentes islámicos no contaran a los cristianos entre los politeí­stas que “atribuyen compañeros a Dios”. Así­ como no es correcto que los cristianos rechacemos la concepción musulmana de Allá, como si presentara a Dios tan sólo como una mónada absolutamente impasible cuando de él se dice en cada página del Alcorán que es el Clemente y Misericordioso, es cierto también que la religión musulmana debe ver en la cristiana una forma pura y estricta de monoteí­smo abierto a la comunión del Padre, de la Palabra y del Espí­ritu, pero de ningún modo proclive a la aceptación de tres dioses. El Corán tendrí­a razón en aquel punto í­gneo en que se condena a los “que dicen que hay tres”, si por esos “tres” entendieran los cristianos tres dioses en vez de las tres personas de la Tradición cristiana:
“¡Gente de la Escritura! No exaltaréis vuestra religión. No digáis de Dios sino la verdad: que el Mesí­as Jesús, hija de Marí­a, es solamente el Enviado de Dios y su Palabra, que El ha comunicado a Marí­a un Espí­ritu que procede de El. Creed, pues, en Dios y en sus enviados. No digáis “Tres”. Basta ya. Será mejor para vosotros. Dios es sólo un Dios Uno. Gloria a El. Tener un hijo… Suyo es lo que está en los cielos y en la tierra. ¡Dios basta como protector.

[ -> Adoración; Agustí­n, san; Amor, Comunión; Experiencia; Fe; Filosofí­a; Historia; Idolatrí­a; Islám; Naturaleza; Nombres de Dios; Pascua; Personas divinas; Politeí­smo; Procesiones; Relaciones; Religión, religiones; Revelación; Ricardo de san Ví­ctor; Tomás, santo; Transcendencia.]
Josep M.a Rovira Belloso

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

Con esta expresión se quiere indicar la existencia de un único Dios (mónos, único, theós, Dios). Al menos en primera aproximación se puede hablar de monoteí­smo en la reflexión filosófica y en relación con las religiones, aunque, sobre todo en la antigüedad, estos dos terrenos no pueden considerarse como claramente distintos.

El léxico filosófico presenta el monoteí­smo como afirmación de la existencia de un solo Dios, trascendente, primer principio, causa y fin último de la realidad, distinto del mundo pero en vinculación estrecha con él, ya que lo mantiene continuamente en el ser.

El mundo no puede concebirse ni existir sin Dios; al revés, Dios, no necesitado por el mundo, es libre respecto a él. El monoteí­smo se opone así­ a otras concepciones filosóficas de la realidad, en primer lugar al monismo, que no comprende las diferencias y lo abarca todo en una sola substancia, identificando el espí­ritu y la materia, el ser y el obrar. Esta visión panlogista engendra el panteí­smo (monismo panteí­sta), opuesto también al monoteí­smo. Se encuentran huellas de panteí­smo en algunas religiones asiáticas y en algunas filosofí­as antiguas, como el estoicismo y el propio platonismo; en la época moderna, aunque con algunas matizaciones, ciertas concepciones de la naturaleza presentes en Giordano Bruno, Spinoza, en el idealismo moderno y bajo algunos aspectos en los autores románticos, vuelven a proponer en el nivel metafí­sico el tema de la relación Dios-mundo, releí­da de hecho en estas filosofí­as en la categorí­a de Substancia que absorbe al ser en el pensamiento. Dios y la naturaleza dependen mutuamente, o de modo estático o bien dialécticamente como en Hegel, según el cual la sí­ntesis de Espí­ritu y naturaleza-historia está siempre por hacerse y en movimiento, lo cual explicarí­a mejor la realidad omnicomprensiva del Uno que se nos manifiesta como Espí­ritu Absoluto.

Si consideramos el monoteí­smo desde un punto de vista religioso, debemos distinguir, siempre a nivel lexicográfico, el monoteí­smo del politeí­smo (adoración de varias divinidades), del henoteí­smo (se cree en una divinidad, aun admitiendo que existen otras), del dualismo , especialmente del dualismo herético, que veí­a como rectores del mundo los principios del bien y del mal en contraste entre sí­. Además, son diversas las interpretaciones del origen del monoteí­smo religioso, a saber, si se da un paso gradual desde el animismo fetichista hasta el politeí­smo y luego al monoteí­smo (que no debe entenderse ya como un hecho sobrenatural original entre los pueblos primitivos, como sostení­a W Schmidt), o si estos esquemas no corresponden va a la investigación fenomenológica-del hecho religioso.

El monoteí­smo como religión es profesado, de hecho, por las religiones de Abrahán, a saber el judaí­smo, el islam y el cristianismo.

Considerando las cosas en orden al cristianismo hay que señalar otros dos niveles, es decir, el monoteí­smo bí­blico y el monoteí­smo trinitario, o sea, en qué sentido es peculiar del cristianismo el ser monoteí­smo de la Uni-Trinidad.

1 La interpretación de cómo nació el monoteí­smo bí­blico no es ciertamente fácil. La historia de la investigación ha puesto de relieve en nuestros dí­as que no existe un desarrollo lineal hacia adelante en la investigación, sino que se da un entrecruzado dialéctico entre tesis y antí­tesis. No hay que extrañarse de que haya que retrasar más todaví­a la fecha de la veneración exclusiva de Yahveh. Pero en algunos puntos encontramos una convergencia substancial. Al comienzo de la entidad ” Israel ” enfrentada con la cultura cananea, se percibe que existe una sociedad independiente de campesinos libres e iguales comprometida en la veneración de Dios Yahveh, que habí­a sido identificado va con el Dios creador El. A nivel familiar, tribal y local estaba el compromiso por la veneración exclusiva de Yahveh como grupo, como corte suya, sin nombre ni individualidad. “No se trata aún de un monoteí­smo en sentido estricto.

Pero al mismo tiempo es una concepción de Dios que ha abandonado ya el politeí­smo tí­pico. En efecto, allí­ cada uno de los dioses es un elemento de la constelación divina” 1N. Lohfink).

Otra adquisición en la que se da actualmente un consenso entre los especialistas del Antiguo Testamento es que sólo a partir del destierro, sobre todo con el Deutero-Isaí­as, comienza a afirmarse con mayor claridad la conciencia de un monoteí­smo teórico, aun cuando Israel adoraba anteriormente a un solo Dios (monolatrí­a o monoteí­smo práctico), aunque a veces admitiera la presencia de otros dioses.

Por lo que se refiere a los perí­odos históricos que surgen en la evolución de la conciencia monoteí­sta en Israel, hay varias maneras de proceder. Como ejemplo, recordaremos tres datos.

a) Ante todo, en la experiencia de los patriarcas se registra una relación con Yahveh como con un Dios único y exclusivo. Lo afirma con claridad la visión elohí­sta del decálogo: “Yo soy Yahveh tu Dios, que te he hecho salir del paí­s de Egipto, de la condición de esclavitud; no tendrás otros dioses frente a mí­” (Ex 20,2-3), Pero también el decálogo de la tradición yahvista ve las cosas del mismo modo, va que se dice al israelita que no se postre ante otra divinidad fuera de Yahveh, porque él es un Dios celoso (Ex 34,14).

b) El profetismo, desde el más arcaico hasta el Deutero-Isaí­as, contribuyó a que el monoteí­smo bí­blico afirmase sin rodeos que Yahveh es el único Dios, no sólo para Israel, sino para todos los hombres. Los dioses de los demás pueblos son nada; sólo el Dios de Israel puede salvar (Jr 2,11; 1s 43,11-12; 45,21-22). La lí­nea profética comienza en el siglo IX con Elí­as y la lucha despiadada contra el culto- de Baal, afirmando definitivamente su concepción monoteí­sta después del 586 (destierro en Babilonia). La justificación de la unicidad de Yahveh se explica particularmente en el DéuteroIsaí­as en sentido soteriológico: solo Yahveh puede rescatar y liberar (1s 44,8; 45,8.14.22).

c) Finalmente el monoteí­smo bí­blico absoluto se afirma en la tradición deuteronomista, que de hecho conserva el decálogo de la tradición elohí­sta : “No tendrás otros dioses delante de mí­” (Dt 5,7. Ex 20,3), expresión que puede tener un sentido cultual, polí­tico-militar y teológico; a saber, el Señor no quiere que Israel siga a otros dioses de pueblos extranjeros, sino sólo a él, Se trata, por tanto, no de un monoteí­smo a nivel teórico, sino del reconocimiento en la vida de que Yahveh representa lo absoluto para el hombre , para la historia de Israel. La literatura deuteronomista lo resume todo en el mandamiento: “Escucha, Israel: Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es uno solo. Amarás a Yahveh tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt 6,4-5). No solamente hay que reconocer la unicidad del Dios absoluto, sino que ésta llega a estructurar la existencia misma del creyente; por eso el monoteí­smo bí­blico forma parte del decálogo, resulta ser un mandamiento; y por eso la afirmación de la unicidad de Yahveh tiene consecuencias de carácter cultual (sábado), polí­tico (restauración de Israel) y ético (decálogo).

2. El Dios único y absoluto no es sólo el Dios de los Padres, del éxodo, de la alianza, de Israel que vuelve del destierro, sino que es también el Dios de Jesucristo. Jesús se refiere al Dios que habló y que actuó en favor de Israel su pueblo y en su Persona; en su causa está presente Dios. Aquel Dios que se manifiesta definitivamente en Jesús es el mismo Dios que Jesús proclama que es su Padre. La toma de conciencia de que Jesús forma parte del monoteí­smo del único Dios abre el camino a una interpretación más profunda y radical del monoteí­smo. El cristianismo impone al monoteí­smo una profunda revisión: el atributo de la unicidad va en dirección a Jesucristo; en efecto, el Dios único se afirma en el Único Mediador absoluto y definitivo. Por tanto, el monoteí­smo se conjuga y se basa de ahora en adelante en el Unigénito y en lo que él nos revela. Efectivamente, como el acontecimiento cristológico es a la vez acontecimiento pneumatológico, la paradoja cristiano-trinitaria da un sentido nuevo al monoteí­smo bí­blico. En las formulaciones del Credo, tanto binarias como ternarias, el atributo “uno’ no se dice solamente de la esencia divina, sino también de las personas divinas, ya que se cree en un solo Dios Padre, en un solo Señor Jesucristo, en un único Espí­ritu. Por tanto, serí­a un error “poner una coma después de “Creo en un solo Dios”. El “Dios” en cuestión es el Padre todopoderoso’ (Manaranche). La fe de la Iglesia, sobre todo contra el arrianismo, insistió ciertamente en la unidad de la esencia divina, pero nunca escondió la diversidad de las tres Personas en Dios; llegó a la formulación dogmática después de haber explicado que Jesús pertenece al monoteí­smo de Dios, y que el Espí­ritu Santo debe co-adorarse juntamente con el Padre y con el Hijo.

En nuestro siglo, sobre todo en Occidente, el monoteí­smo cristiano se ve sometido a algunos retos que merecen especial atención; la teologí­a trinitaria y la Iglesia tendrán que arrostrar las nuevas situaciones. Las principales están representadas por el neo-paganismo, por la seducción del islam, por la difusión de las sectas. La provocación que viene del neo-paganismo señala al cristianismo como el principal responsable de la homologación de los méritos y de las cualidades humanas; el cristianismo habrí­a suprimido a los fuertes, alineándolos con los débiles; habrí­a engendrado esclavos en rebeldí­a, paralizado las iniciativas espontáneas en nombre de la moral, practicado el autoritarismo y la intolerancia frente a concepciones religiosas y filosóficas distintas del cristianismo.

No menos atractiva resulta la seducción del monoteí­smo islámico, visto como religión sin instituciones, que responde a la pregunta del Absoluto en una situación de sin-sentido tí­pica de la sociedad occidental, con un rigor moral y una disciplina que acompañan a la sed de espiritualidad. Las sectas con su fundamentalismo amenazan al monoteí­smo cristiano a nivel doctrinal y existencial: los que se adhieren a ellas se ven metidos en una comunidad esotérica e iniciática que se opone con intolerancia rabiosa al anuncio evangélico. La teologí­a trinitaria tiene hoy una ocasión importante para presentar una nueva imagen del Dios cristiano trinitario y responder así­, a través de una nueva evangelización tan deseada por la Iglesia y por sus pastores. Se trata de revisar los modos en que a veces se ha presentado el monoteí­smo, más bajo el signo de la única substancia que como un auténtico monoteí­smo trinitario.

Al hombre moderno, necesitado de dar un fuerte sentido a su existencia, de alcanzar una comunión intersujetiva y de armoní­a con la creación, el anuncio del monoteí­smo de la Uni-Trinidad se presenta como el anuncio de la salvación absoluta y definitiva.

En efecto, hoy la teologí­a trinitaria recupera de forma más dinámica el discurso relacional de las Personas en Dios como relaciones de amor (exigencia de una ontologí­a trinitaria del Amor); evidentemente, el tema del monoteí­smo se ve influido notablemente por este nuevo planteamiento. El Dios único se percibe en la Uni-Trinidad; pues bien, la peculiaridad del Dios cristiano está, por un lado, en la negación de la pluralidad de la divinidad, pero, por otro, en la afirmación de la paradoja de la pluralidad en Dios.

Dios es único, pero es Trinidad, o sea, efusión de amor. El modo de ser uno de Dios es ser Amor, un Amor que se hace Don y que es Don por esencia. Por eso el fondo del ser es comunión: el Uno, esto es, el absoluto, es un Nosotros. El uno es comunión entre los Tres. Es intercambio eterno de amor.

No es un entramado cualquiera; es amor. El fondo del ser es el amor entre las personas (Danielou). Por consiguiente, el monoteí­smo cristiano es un monoteí­smo de la Uni-Trinidad. La doctrina trinitaria no es un apaño que venga después de la afirmación de la unidad de Dios. Decir que Dios es Uno significa para los que creen en Cristo que Dios es Amor; en efecto, no hay otra manera para decir que Dios-Trinidad es Amor más que la de afirmar que es Uno. La Trinidad es la substancia misma del monoteí­smo del Único Dios de Jesucristo.

N Ciola

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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Se entiende por m. en general aquella interpretación de lo “divino” (o de la -> transcendencia, del Numen, de la causa primera metafí­sica) en que su carácter misterioso es presentado como una realidad personal a la que se puede hablar, única por naturaleza, y sólo lejanamente semejante y comparable al ser del ente cósmico. Esta definición del m. se apoya en el carácter histórico con que él aparece en las grandes religiones del judaí­smo, del cristianismo y del islam, pues en ellas se halla aquella idea de Dios que ostenta un m. más expreso y claro. Reviste importancia metódica el tener presente esta caracterización del m., si se quiere abordar el problema, discutidí­simo, del origen del mismo. Es cierto que en las religiones mencionadas aparece con la mayor claridad lo que se entiende por m., pero eso no excluye que el m. y las tendencias monoteí­stas puedan presentarse también en otras partes. Sin embargo, es menester deslindar bien los conceptos, a fin de evitar en lo posible toda confusión de lenguaje en la filosofí­a y en la ciencia de la religión.

La investigación histórica sobre la forma primigenia de la religión partió del a priori evolucionista o del monoteí­sta y condujo a posiciones antitéticas. La evolución del politeí­smo al m. fue defendida por P. Lafitau, Ch. de Brosses, D. Hume, J.J. Rousseau, A. Comte y otros. B. Tylor puso en lugar del politeí­smo el animismo. Voltaire, sin embargo, puso al principio el m. Esta opinión fue confirmada por Andrew Lang y sobre todo por W. Schmidt y su escuela, que creyeron poder demostrar – de acuerdo con la interpretación tradicional del Génesis – el m. originario.

A base de un conocimiento más profundo de la etnologí­a, hoy se da un enjuiciamiento más matizado de la problemática histórica. Hoy se sabe que la fe arcaica, muy difundida, en una divinidad suprema no es aún m., pues admite otras divinidades, si bien subordinadas. Tampoco está demostrado – como lo ha hecho ver sobre todo R. Pettazzoni – que se dé una transición continuada de la fe en el Dios sumo al m., como debe afirmarlo el evolucionismo. Además, la fe en el Dios sumo no es uniforme o unitaria; sus sí­mbolos capitales se formaron, según Pettazzoni, en estrecha unión con la cultura y la comunidad primitivas. El Dios sumo es, para la cultura de pastores y ganaderos, el “padre celeste”; para la cultura agraria, la “madre tierra”; y para la de los cazadores, que se supone más antigua, el “señor de los animales”. La fe en el Dios supremo nunca debe considerarse ajena a la visión del mundo como misterio. Pettazzoni hace notar que el m. se ha impuesto siempre frente a ideas politeí­stas (y también frente a la fe en el Dios supremo) en virtud de la acción decisiva de determinadas figuras religiosas (como Zaratustra, los profetas, Jesús [?], Mahoma); en este sentido habla de la revolución del m. (así­ ahora también Holsten y Ratzinger). Con ello coincide la tesis de Mensching de que todas las religiones monoteí­stas son religiones fundadas; sin embargo, la “fundación” no debeentenderse aquí­ en un sentido demasiado restringido y voluntarista.

Aunque se tenga hoy por históricamente insoluble la cuestión acerca de la forma de la primera religión, no cabe desconocer que la tesis de Pettazzoni contiene un claro elemento evolutivo (por el que está siempre condicionada la revolución monoteí­sta). Contra una teorí­a de la evolución que recalque la génesis histórica del m., no se podrán alegar argumentos; sí­, empero, contra un evolucionismo (ideológico) racionalista y determinista (cf. la ley de los tres estadios de Comte). Partiendo de la visión expuesta, se pueden comprobar manifestaciones monoteí­stas aun fuera de las religiones mencionadas, pero es siempre problemático si se trata realmente de un m. y no precisamente de concepciones henoteí­stas y monistas, a las que falta la personalidad e independencia de Dios. Así­ es difí­cil decidir hasta qué punto se puede hablar de m. entre los egipcios (Amenofis iv), en Sócrates y Platón, así­ como en el vichnuismo y zivaí­smo).

La opinión de Pettazzoni está confirmada por el Antiguo Testamento. Esto es importante no sólo dentro de la historia de la religión, sino también teológicamente. Al comienzo de Israel está la fe común de las tribus (cf. Jos 24, 13-25) en el Dios Yahveh. Otros pueblos tienen otros dioses, pero Israel se siente exclusivamente obligado a Yahveh (“monolatrí­a”), al que considera como el más grande y poderoso de los dioses (Ex 15, lls; 20, 3; 22, 19; 23, 13; Dt 4, 19; 29, 25; Jue 11, 24; 1 Sam 26, 19s, etc.). De este mono-yahvismo (Vriezen), que es un m. práctico, sale por el movimiento profético el m. teórico (Is 40, 21-28; 43, 10s; 44, 8; 45, 5s; 14, 21s; 46, 9, etc.). Se trata de una evolución lógica (V. HAMP: LThK2 vii, 568). Que la designación de los dioses como ‘élbhim (Buber: “dioses vanos”) signifique la no existencia de los mismos en sentido óntico-ontológico (cf. Is 2, 8.18; 10, 10s; 19, 1.3, etc.), parece improbable por razón del pensamiento óntico hebreo; pero es posible que la impotencia de los dioses, ciertamente expresada por esa palabra, se interpretara cada vez más como no existencia. El escrito sacerdotal proclama el m. teórico (cf. Gén 1, 1-2, 4).

También para el judaí­smo tardí­o y el Nuevo Testamento permanece firme el m. teórico, que queda plenamente intacto en la predicación de Jesús. Cristo no predica la Trinidad como tal, sino el reino escatológico del único Dios del mundo y de la historia. A la inteligencia de la Iglesia, iluminada por la fe, partiendo del testimonio que Jesús da de sí­ mismo, se le descubre reflejamente la vida tripersonal del Dios uno. Por este misterio, la fe se opone no sólo al politeí­smo, sino también al henoteí­smo griego (p. ej., de Plotino), y posteriormente a la acentuación mahometana de la única personalidad de Alá.

El m. cristiano se presenta, pues, siempre como trinitario. Pero queda intacto el principio de la unidad, que es fundamental en el plano eclesiológico (cf. Ef 4, Ss). Sin embargo, las tesis dogmáticas sobre el Dios uno y sobre el Dios trino deben verse juntas, pues de otro modo el m. cristiano se desliza hacia una fe en el Dios uno que lleva rasgos “deí­stas” (“el ser supremo”). La estructura trinitaria del m. impide por lo demás una inteligencia de la personalidad de Dios sin tener en cuenta la analogí­a. Muchas objeciones contra el teí­smo y el m. (cf., p. ej., J.A.T. Robinson) parecen de hecho no tener en cuenta el principio de analogí­a, pues hablan de la personalidad divina y de la humana en un sentido uní­voco, y luego hallan motivo de escándalo en el teí­smo. A decir verdad, los reparos ante un m. que presenta a Dios antropomórficamente como superpersona, están de todo punto justificados; Tillich previene contra una caí­da del m. en una “mitologí­a henoteí­sta”.

De todo esto resulta que, considerado dentro de la filosofí­a de la religión, el m. de ningún modo es algo que se caiga de su peso. Indudablemente, las intuiciones metafí­sicas se mueven en un cauce “monoteí­sta”. La unidad del fundamento cósmico desde los presocráticos es afirmada siempre en el pensamiento de occidente contra la tentación del -~ dualismo. Con lo cual la -> metafí­sica ha servido de apoyo al m., en cuanto ella, al abordar el problema de las pruebas de la existencia de -> Dios desde Anselmo a Hegel, ha contribuido a la configuración de un modo de pensar que formal y metafí­sicamente lleva a una “monarquí­a”. Sin embargo, que el esfuerzo filosófico, por sí­ mismo, sin recurrir a datos teológicos o mí­ticos, conozca también la personalidad de Dios en el sentido del m. perfecto, es algo que difí­cilmente se puede afirmar (ni debe tampoco deducirse de Dz 1785). La filosofí­a debe conceder el carácter personal de la transcendencia, pues el fundamento de la personalidad humana sin duda tiene que poseer en sí­ mismo lo personal, y por cierto siempre de una manera actual. Como en esta reflexión se supone ya el carácter personal del hombre, el cual, sin embargo, no fue conocido plenamente por la filosofí­a sin la mediación cristiana, no pocas veces aquélla se quedó en esta cuestión a mitad de camino. Por eso, filosóficamente, los que niegan el m. sólo pueden ser conducidos a la admisión de una monarquí­a metafí­sica. Pero la consumación del m. en un sentido pleno parece que sólo se abre a la reflexión basada en una determinada experiencia religiosa. Esta observación coincide con los datos de la historia de las religiones, según la cual el m. no ha sido resultado precisamente del mero filosofar, sino que su afirmación y difusión ha sido fruto de largas y apasionadas disputas y reflexiones.

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Heinz Robert Schlette

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

Éste es el término que se usa para la creencia de que sólo hay un Dios. El monoteísmo debe distinguirse del ateísmo (la creencia de que no existe ningún dios) y del politeísmo (la creencia de que hay varios o muchos dioses); también debe distinguirse de la monolatría (la adoración de un solo dios como el supremo, sin negar la existencia de otros dioses) y del henoteísmo (que da el lugar supremo a un dios tras otro; henoteísmo también se usa como casi sinónimo de la monolatría).

Las religiones monoteístas principales son el judaísmo, el cristianismo y el islam (mahometanismo); las dos últimas se desarrollaron de la primera. El sikismo es un monoteísmo místico, pero se desarrolló de sistemas politeístas; y el zoroastrismo es un monoteísmo limitado o casual que se desarrolló del dualismo. Según la escuela de religiones comparativas, el monoteísmo es un desarrollo reciente en el pensamiento humano; pero esto ha sido negado por W. Schmidt, Der Ursprung der Gottesidee (9 vols., 1926–49), S.M. Zwemer, The Origin of Religion (1935), y otros. Se puede demostrar que las religiones politeístas tienden a multiplicar las deidades, quizás como resultado del intento del hombre de atribuir a diferentes dioses las fuerzas individuales del complejo de la vida a medida que llega a ser cada vez más consciente de ellas. Esto parece indicar que el hombre jamás podría haber desarrollado un concepto monista por sí mismo.

No puede haber duda que la Biblia presenta al hombre como un monoteísta desde el principio. Es, además, indisputable que los descendientes de Abraham eran politeístas (Josué 24:2; cf. Gn. 35:2). La Biblia no detalla las etapas de este desarrollo. La Biblia tampoco deja en claro si Abraham era monoteísta o monólatra. Las palabras del Decálogo («No tendrás dioses ajenos delante de mí») no establecen claramente el monoteísmo en contra de la monolatría—lo que está en conformidad con el principio de la revelación progresiva donde Dios escogió revelar a su pueblo la verdad paso a paso (cf. Heb. 1:1). De la misma forma, cuando Elías contendía con los profetas de Baal, no declaró claramente la doctrina del monoteísmo (1 R. 18:24). El monoteísmo se asevera en forma más clara por los profetas del siglo octavo, aunque el politeísmo siguió a nivel popular hasta el período posexílico. Es posible que los judíos fueran curados de sus prácticas idólatras por medio de sus experiencias en el exilio, particularmente por acontecimientos como cuando Nabónides cargó con los dioses para introducirlos a Babilonia cuando el ejército persa se acercaba (cf. Is. 46:1, 7; Sal. 115:4–8), lo que era un marcado contraste con la narración sobre la liberación poderosa de Israel de Egipto por mano de Yahweh. En el período posexílico, el judaísmo desarrolló un monoteísmo intransigente que hizo imposible que muchos aceptasen las demandas de Jesús que se reconociera su divinidad. El mahometanismo absorbió esta actitud, haciéndola una doctrina principal del Islam: «Alá es uno; … no concibe ni es concebido».

Pero el monoteísmo no es negado ni distorsionado por la doctrina de la Trinidad (véase), ya que el NT claramente se adhiere a la revelación del AT en cuanto al único Dios vivo y verdadero. Los apóstoles jamás sintieron que era incompatible con la doctrina del AT decir que este Dios existe (o subsiste) en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya que jamás pusieron en tela de juicio la idea. Esta buena gana para aceptar el concepto trinitario puede explicarse por la presencia del «Angel del Señor» y «El Espíritu del Señor» en el AT, donde podemos ver una revelación incipiente y progresiva que sería completada por las enseñanzas de Cristo y los apóstoles.

William Sanford LaSor

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (407). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Monoteísmo (del griego monos “solo” y theos “dios”) es una palabra acuñada en tiempos comparativamente modernos para designar la creencia en un Dios supremo, el Creador y Señor del mundo, el Espíritu eterno, Todopoderoso, Todo sabiduría y Todo Bondad, Recompensa de los buenos y Castigo de los malos, Fuente de nuestra alegría y perfección. Es lo opuesto al Politeísmo, que es la creencia en más de un dios, y del Ateísmo que es la negación de la existencia de cualquier dios. En contraste con el Deísmo, éste es el reconocimiento de la actividad y presencia de Dios en cualquier parte de la creación. En costraste con el Panteísmo, ésta es la creencia en un Dios por libertad consciente, distinto del mundo físico. Ambos, Deísmo y Panteísmo, son filosofías religiosas mas que religiones.

Por otro lado, Monoteísmo, como el Politeísmo, es un término aplicado primordialmente a un sistema religioso concreto. Los fundamentos de razón de que depende el monoteísmo se han fijado en el término DIOS. Esas bases permiten a las mentes investigadoras reconocer la existencia de Dios como una verdad moralmente manifiesta. Su falta de racionalidad adquiere todavía mayor fuerza desde los datos positivos asociados con la revelación de la Cristianidad. (Ver REVELACION)

MONOTEISMO PRIMITIVO

¿Fue el monoteísmo la religión de nuestros primeros padres? Muchos evolucionistas y racionalistas protestantes responden que no. Rechazando la real noción de una positiva revelación divina, ellos afirman que la mente humana en sus comienzos estaba apenas por encima de sus ancestros semejantes al mono, y por lo tanto incapaz de entender una concepción tan intelectual como el Monoteísmo.

Ellos sostienen que las primeras nociones religiosas consideradas por el hombre en su recorrido hacia la civilización eran supersticiones del tipo más grosero. En una palabra, el hombre primitivo era, en su opinión, un bárbaro, apenas diferentes de las seres salvajes en su vida intelectual, moral y religiosa. La doctrina católica enseña que la religión de nuestros primeros padres fue monoteísta y sobrenatural, siendo el resultado de una Revelación Divina. No puede ese hombre primitivo sin la ayuda divina llegar a conocer y adorar a Dios. El primer hombre, como sus descendientes actuales, tuvo por naturaleza la capacidad y la aptitud para la religión. Siendo un hombre en el verdadero sentido, con uso de razón, tuvo entonces la tendencia, como tiene hoy el hombre, para reconocer en los fenómenos de la naturaleza el funcionamiento de una inteligencia y una voluntad ampliamente superior a la suya propia. Pero, como carecía de la experiencia y del conocimiento científico, no era fácil para él unificar los diversos fenómenos del mundo visible. Por esto no estaba libre del peligro de desviarse en su interpretación religiosa de la naturaleza. Estaba expuesto a perder la impotante verdad de que, tal como la naturaleza es una unidad, así la naturaleza de Dios es una. La Revelación fue moralmente necesaria para nuestros primeros padres, y tal como es para el hombre actual, puede asegurar la posesión de la verdadera creencia y adoración monoteísta.

La concepción de ese Dios Omnipotente confirma que tal revelación es eminentemente razonable para cualquiera que reconozca que el fin del hombre es conocer, amar y servir a Dios. Es repugnante pensar que las primeras generaciones de hombres eran llevados a tientas en las sombras, ignorantes del verdadero Dios y sus deberes religiosos, mientras que al mismo tiempo era la voluntad de Dios que pudieran conocerlo y amarlo. La enseñanza en religión que reciben los niños de sus padres y superiores, anticipando sus poderes de razonamiento independientes, y guiándolos a un correcto conocimiento de Dios, sería imposible para nuestros primeros padres, para quienes no era sino un sustituto conveniente. Ellos estaban destinados desde el principio hacia el conocimiento de sus deberes religiosos por Revelación Divina. Este es el dogma católico, intimamente conectado con el dogma del pecado original y con aquel de la Reconciliación, aquel en que nuestros primeros padres eran elevados a un estado de gracia santificada y estaban destinados a un fin sobrenatural, a saber, la beatífica visión de Dios en los cielos. Esto necesariamente implica una fe sobrenatural, la que puede llegar sólo por revelación.

No hay nada en la ciencia pura o en la filosofía para invalidar esta enseñanzas en la creencia monoteísta que fue impartida por Dios al hombre primitivo. Tal vez puede ser verdad que la vida humana en sus comienzos estaba en un plano comparativamente bajo de cultura material, es también verdad que los primeros hombres fueron dotados con la razón, esto es, con la habilidad de concebir con la suficiente precisión a un ser que es la causa de los múltiples fenómenos presentes en la naturaleza. Por otra parte, un modesto grado de cultura a lo largo de las fronteras del arte y la industria es perfectamente compatible con una religión y moralidad correctas, como es evidente en los casos de tribus convertidas al catolicismo en epocas recientes; mientras retienen mucho de su modo de vida rústico y primitivo, ellos han alcanzado nociones muy claras respecto a Dios y muestran una extraordinaria fidelidad en la observancia de Su ley. Como apoyo de la teoría evolucionista en este asunto, ver FETICHISMO.
Esto está en completa conformidad con los resultados acreditados por las ciencias físicas al sostener que el primer hombre, creado por Dios, era tan agudo de mente como sano de cuerpo, y aquel, a través de la enseñanza divina, comenzó a vivir con las nociones correctas de Dios y sus deberes morales y religiosos. Esto no necesariamente significa que su concepción de Dios era científica y filosóficamente profunda. De aquí es que los eruditos son ampulosos en destacar cuando argumentan que Monoteísmo es un concepto que implica una comprensión filosófica y una formación mental asolutamente imposible para el hombre primitivo.

La noción del Dios supremo necesario para la religión no es la concepción altamente metafísica necesaria para la filosofía correcta. Si así fuera, muy pocos podrían esperar la salvación. El Dios de la religión es el inexplicablemente gran Señor de quien el hombre depende, en quien reconoce la fuente de su felicidad y perfección. Él es el justo Juez, premio a la bondad y castigo al mal; el Padre amoroso y misericordioso, cuyos oidos estan siempre abiertos a las plegarias de Sus criaturas necesitadas y arrepentidas. Tal concepción de Dios puede ser comprendido rápidamente por mentes simples alejadas de las filosofías – por un niño, por un campesino analfabeto, por el salvaje convertido. No están estas nociones de un ser supremo completamente ausentes en donde aún reina el barbarismo. El obispo Le Roy, en su interesante trabajo, “Religion des primitifs” (Paris, 1909), y el señor A.Lang, en su “Making of Religion” (New York, 1898), han enfatizado un punto muy olvidado por los estudiantes de religión, es decir, que con toda su crudeza religiosa y supersticiones, en salvajes inferiores como los Pigmeos del Congo Norte, los nativos Australianos, y los nativos de las Islas Andaman, abrigan concepciones muy nobles de la Deidad Suprema. Decir, entonces, que el hombre primitivo, reciente desde la mano de Dios, era incapaz de una creencia monoteísta, incluso con ayuda de la Revelación Divina, es contrario a un hecho bien demostrado. Desde los capítulos iniciales del Génesis podemos encontrar que nuestros primeros padres reconocen a Dios como el autor de todas las cosas, su Amo y señor, la fuente de su felicidad, que premia el bien y castiga el mal. La sencillez de sus vidas hace del rango de su moral obligaciones fáciles de reconocer. Su adoración era de la clase más simple.

MONOTEISMO MOSAICO

La antigua religión hebrea, promulgada por Moises en el nombre de Jeohvah (Jahweh), era una impresionante forma de Monoteísmo. Que era Divinamente revelado es la inconfundible enseñanza de las Sagradas Escrituras, particularmente del Exodo y los libros siguientes que tratan explícitamente de la legislación Mosaica. Incluso los eruditos en las Escrituras que no son católicos, quienes a la larga no aceptan el Pentateuco, así como sus principios, así como la producción literaria de Moises, reconocen, en gran parte, que, en las antiguas fuentes, y de acuerdo a ellas, avanzando en el Pentateuco, hay porciones que llegan desde antes del tiempo de Moises, mostrando la existencia de una veneación monoteísta hebrea en sus días. Ahora, la superioridad trascendente de ese Monoteísmo enseñado por Moises ofrece una firme prueba de su orígen Divino. En un tiempo cuando las naciones vecinas representaban las mayores civilizaciones de esa epoca – Egipto, Babilonia, Grecia – donde ofrecían un culto impuro e idolátrico a muchas deidades, encontramos que el insignificante pueblo hebreo profesaba una religión en que la idolatría, ritos impuros, y una degradante mitología no tenían un lugar legítimo, pero donde, en vez de ello, la creencia en el unico Dios verdadero estaba asociada con un culto dignificado y un elevado código moral. Aquellos que rechazan el llamado del Monoteísmo Mosaico como un hecho revelado nunca ha tenido éxito en entregar una explicación satisfactoria de este fenómeno extraordinario. Esta fue, asimismo, preeminentemente la religión del pueblo hebreo, destinado en la plenitud del tiempo a dar paso a la gran religión monoteísta revelada por Cristo, en la que todas las naciones de la tierra pueden encontrar paz y salvación. El pueblo judío era de este modo el pueblo elegido de Dios, no tanto en razón de sus propios méritos, sino debido a que estaban destinados a preparar el camino para la religión absoluta y universal, el Cristianismo. El Dios de Moisés no es una simple deidad tribal. Es el Creador y Señor del mundo. El entrega a Su pueblo elegido la tierra de los Cananeos. Es un Dios celoso, no sólo prohibe la adoración de otros dioses, sino el uso de imágenes, que podían conducir a abusos en esa época de idolatría casi universal. El amor de Dios se hace un deber, pero un temor reverencial es la emoción predominante. La sanción religiosa de la ley está centrada principalmente en recompensas y castigos temporales. Las leyes de conducta, aunque determinadas por la justicia más que por caridad y misericordia, son todavía eminentemente humanas.

MONOTEISMO CRISTIANO

El sublime monoteísmo enseñado por Jesús Cristo no tiene paralelos en la historia de las religiones. Dios es presentado a nosotros como el Padre amoroso y compasivo, no sólo para un pueblo privilegiado, sino para toda la humanidad. En esta relación filial con Dios – una relación de confianza, gratitud, amor – Cristo centra nuestras obligaciones para con Dios y nuestro prójimo. El se instala en el alma individual y revela a ella su elevado destino de Divina filiación. Al mismo tiempo, El imprime en nosotros el correspondiente deber de tratar a los demás como criaturas de Dios, y por eso como nuestro hermano, título no sólo por justicia, sino por misericordia y caridad. Para completar esta idea de hermandad cristiana, Jesús muestra a Si Mismo ser el Hijo de Dios eterno, enviado por el Padre celestial para salvarnos del pecado, para elevarnos a la vida de gracia y a la dignidad de los hijos de Dios a través de las virtudes expiadas de Su vida y muerte. El amor de Dios Padre así incluye al amor de Su Hijo encarnado. La devoción personal a Jesús es la causa de la recta conducta en el Monoteísmo Cristiano. Cooperando en la santificación de la humanidad está el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad y vida, viene a confirmar la creencia en la fe, esperanza y caridad. Estas tres Personas Divinas, distintas una de otra, iguales en todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son uno en esencia, una trinidad de personas en una, Deidad indivisible (ver TRINIDAD, LA). Tal es el Monoteísmo enseñado por Jesús. La garantía de la verdad de Su enseñanza está apoyada en Su suprema excelencia moral, en la perfección de su enseñanza ética, en Sus milagros, especialmente en la resurrección de su cuerpo, y en Su maravillosa influencia sobre la humanidad por siempre. (Cf. John, xvii, 3; I Cor., viii, 4.). Tal como el cristianismo en sus comienzos estuvo rodeado por las creencias politeístas y las prácticas del mundo pagano, una clara y autoritaria expresión de Monoteísmo fue necesaria. De aquí los símbolos de fe, o credos, se abren con las palabras: “Yo (nosotros) creo en Dios (theon, deum)” o, más explícito, “Yo (nosotros) creo en un solo Dios (hena theon, unum deum)”. (See Denziger-Bannwart, “Enchiridion”, 1-40; cf. APOSTLES’ CREED; ATHANASIAN CREED; NICENE CREED.). Entre las tempranas herejías, una de las más importantes y más directamente opuesta al Monoteísmo surgió de una tentativa de responder al orígen del mal. El bien lo adscribían a un principio divino y el mal a otro. (Ver. GNOSTICISMO; MANIQUEISMO; MARCIONITAS). Estos errores dualistas dieron ocasión para una vigorosa defensa del Monoteísmo para aquellos escritores como San Ireneo, Tertuliano, San Agustín, etc. (Ver Bardenhewer-Shahan, “Patrology”, St. Louis, 1908).

La misma doctrina naturalmente mantiene el lugar más importante entre las enseñanzas de los misioneros que convirtieron a los pueblos del Norte de Europa; de hecho, puede decirse que la difusión del Monoteísmo es uno de los grandes logros de la Iglesia Católica. Entre las diferentes definiciones conciliares considerando la Trinidad de Personas en Dios, el énfasis es puesto en la unidad de la naturaleza Divina; (Ver, ee.g., Fourth Council of Lateran (1215), in Denziger-Bannwart, “Enchiridion”, 428). Los escolásticos medievales, tomando la creencia tradicional, traen en su ayuda una larga formación de argumentos basados en la razón; Ver, por ejemplo, Santo Tomás, “Contra Gentes”, I, xiii; y San Anselmo, “Monol.”, iv. Durante los pasados tres siglos las más ilustres tendencias fuera de la Iglesia Católica se han orientado hacia posiciones extremas como aquellas del Monismo (q.v.) y Panteísmo (q.v.) en las que se asegura que todas las cosas son realmente una en substancia, y que Dios es idéntico con el mundo. La Iglesia, sin embargo, ha mantenido resueltamente, no sólo que Dios es esencialmente distinto de todas las demás cosas, sino tambien que existe un Dios único. “Si uno cualquiera niega al único Dios verdadero, Creador y Señor de todas las cosas visibles e invisibles, permite ser excomulgado” (Conc. Vatican., Sess. III, “De fide”, can. i).

MONOTEISMO MAHOMETANO

Del Monoteísmo Mahometano algo breve se debe decir. El Alá (Allah) del Corán es practicamente uno con el Jehovah del Antiguo Testamento. Su señal clave es islam, resignación sumisa a la voluntad de Dios, que es expresada en cada cosa que ocurre. Allah es, para usar las palabras del Corán, ” El Omnipotente, el Todo-sabiduría, el Todo-justicia, el Señor de los mundos, el Autor de los cielos y la tierra, el Creador de vida y muerte, en cuya mano está el dominio y poder irresistible, el gran Señor todopoderoso del glorioso trono. Dios es el fuerte… el Rápido en calcular, quien conoce cada peso de hormiga de bien y de mal que el hombre ha hecho, y quien padecerá no recibir la recompensa de la fidelidad al perecer. El es el Rey, el Santo,… El Guardián sobre Sus servidores, el Refugio del huérfano, el Guía de los errantes, el Salvador de toda aflicción, el Amigo del desposeído, el Consuelo de los afligidos,… el Amo generoso, el bondadoso que Escucha, el Cercano, el Compasivo, el Misericordioso, el Indulgente” (citado de “Islam”, por Ameer Ali Syed). La influencia de la Biblia, particularmente el Antiguo testamento, en el Monoteísmo Mahometano es bien conocido y no es necesario detenerse en ello.

MONOTEISMO Y RELIGIONES POLITEISTAS

Lo que antes ha sido explicado conduce a la conclusión de que el Monoteísmo Cristiano y sus variedades precedentes, Mosaico y Monoteísmo primitivo, son independientes en su orígen de las religiones Politeístas del mundo. Las variadas formas de politeísmo que ahora florecen, o que han existido en el pasado, son el resultado de la falla del hombre en sus intentos por interpretar la naturaleza sólo a la luz de la razón. Dondequiera que la visión científica de la naturaleza no ha obtenido las causas mecánicas, secundarias, que explican cada fenómeno celeste como el sol, luna, relámpago, tempestad, han sido vistos como seres vivos, tanto como cuerpos visibles puestos en movimiento por agentes inteligentes invisibles. La personalización de los fenómenos celestes de la naturaleza fue común entre las naciones paganas más avanzadas de la antigüedad. Esta es una visión común entre pueblos de cultura inferior hoy en día. Es sólo desde la ciencia moderna que se han llevado todos estos fenómenos dentro del rango de las leyes físicas y que la tendencia a verlos como manifestaciones de personalidades distintas han sido disipados por completo. Ahora semejante personalización de las fuerzas naturales es compatible con el Monoteísmo tanto como esas inteligencias diferentes imaginadas para producir el fenómeno y vistas como creaturas de Dios, y por ello no merecedoras de adoración divina. Pero donde la luz de la revelación ha sido total o parcialmente ocultada, es la tendencia a deificar aquellas personalidades asociadas a los fenómenos naturales como sustentados por sí mismos.

En esta via politeísta parece haber surgido la adoración de la naturaleza. Esto surge de la errónea aplicación de un sano principio, que el hombre en cualquier parte posee naturalmente, a saber, que las grandes operaciones de la naturaleza se deben a la intervención de mente y voluntad. El profesor George Fisher observa: “Las religiones politeístas no erraban al identificar las múltiples manifestaciones de la naturaleza con la participación de la voluntad. El sentimiento espontáneo de la humanidad en este particular no son comprendidos por los principios de la filosofía.

El error del politeísmo cae en el fraccionamiento de ese deseo que es inmanente a todas las operaciones de la naturaleza dentro de una pluralidad de agentes personales, una muchedumbre de divinidades, cada dominio y actividad dentro de una incumbencia que le es propia” (“Grounds of Christian and Theistic Belief”, 1903, p. 29). La adoración de naturaleza politeísta se puede encontrar practicamente en casi todos los pueblos a quienes ha faltado la guía estelar de la Revelación Divina. En cada historia que poseemos de esas religiones individuales se ofrece pocas evidencias de desarrollo ascendente hacia el Monoteísmo: por el contrario, en casi cada instancia del desarrollo histórico conocido, la tendencia ha sido a degenerar más y más lejos desde la idea monoteísta. Existe, por cierto, escasamente una religión Politeísta en la cual una de sus muchas deidades reconocidas no está elevada en honor como el padre y señor del resto. Este es el resultado de un desarrollo ascendente, como los eruditos no católicos generalmente afirman, que es teóricamente posible. Pero que también puede ser el resultado de un fenómeno descendente desde una creencia monoteísta primitiva tampoco puede ser negado. Las más recientes observaciones parecen tener el peso de evidencia positiva en su favor. La antigua religión china, como grafican los registros más antiguos, era extraordinariamente cerrada al Monoteísmo puro. La gran adoración politeísta a la naturaleza de los egipcios de tiempos posteriores era decididamente una degeneración de tempranas creencias cuasi Monoteístas. En la religión Védica una fuerte tendencia Monoteísta la sostiene, sólo para decaer más tarde y cambiar hacia el Panteísmo. La única excepción feliz es la evolución ascendente que el antiguo Politeísmo Ario toma en la tierra de los Iraníes. A través de la reforma de Zoroastro, los diferentes dioses de la naturaleza son subordinados al espíritu supremo, omnisciente, Ormuzd, y era otorgada una adoración inferior a sus creaturas.

Ormuzd fue honrado como el creador de todo lo que es bueno, el que revela y guardián de las leyes de conducta religiosa y moral, y el santificador del creyente. El sentimiento de pecado fue desarrollado fuertemente, y fue puesta por delante una norma de moralidad que con razón generaba admiración. Cielo e infierno, la renovación final del mundo, incluyendo la resurrección corporal, eran elementos de la escatología Zoroastriana. Una noble religión separada de la esfera de las religiones reveladas no podrá ser encontrada. Aún cuando esta religión es raramente clasificada por los eruditos entre las religiones monoteístas, debido al rasgo politeísta de veneración de los espíritus subordinados a la naturaleza, y también a su mantención de los antiguos ritos Arios de adoración al fuego, justificado por los Zoroastrianos de los tiempos modernos como una forma de veneración simbólica a Ormuzd.

Los llamados sobrevivientes de importantes religiones, como las creencias en fantasmas comedores de alimentos, espíritus causantes de dolor, brujerías, el uso de amuletos y fetiches, son también citados como evidencia que nivelan formas de Monoteísmo como Judaísmo y Cristianismo que no son más que consecuencia de religiones inferiores. La presencia de la gran parte de esas creencias y costumbres supersticiosas en los sectores más ignorantes de los pueblos cristianos es fácilmente explicado como la supervivencia de porfiadas costumbres que florecieron entre los ancestros de los pueblos europeos mucho antes de su conversión al cristianismo. Por otra parte, muchas de esas creencias y costumbres son tales que pueden fácilmente surgir de falsas interpretaciones de la naturaleza, inevitable en grados de cultura poco científicos, incluso donde la idea monoteísta prevalece. Supersticiones como esas son como la mala hierba de las viñas que crece alrededor del árbol de la religión.

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CHARLES F. AIKEN
Transcribed by Gerald Rossi
Traducido por Miguel A. Casas

Fuente: Enciclopedia Católica