Movimiento cristiano de la antigüedad. Seguidores de Montano, líder cristiano del siglo II en la región de Frigia en el Asia Menor, quien proclamó el inminente advenimiento de la Nueva Jerusalén.
Montano se opuso a cierto relajamiento de las estrictas normas que caracterizaron al cristianismo original. Montano y dos mujeres de su iglesia afirmaban tener el don de profecía. La mayor dificultad para otros cristianos fue que algunos de sus seguidores le consideraban el «Consolador» que Jesús prometió.
Entre sus partidarios estuvo el famoso teólogo Tertuliano, quien se unió a los montanistas durante los últimos años de su vida.
El rigorismo ético de los montanistas provocó reacciones negativas entre otros grupos.
Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas
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Doctrina del siglo II promovida por Montano de Frigia, que pretendía ser enviado de Dios para reformar la Iglesia y las costumbres.
Su planteamiento moral y doctrinal se expresaba por medio de un gran rigorismo: negación del perdón de los pecados, prohibición de segundas nupcias, demanda de continua penitencia.
El gran defensor de la doctrina fue Tertuliano, que en la segunda parte de su vida fue ardiente defensor de esta «herejía moral».
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
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Montano apareció en Frigia entre el 155 y el 160 d.C. con la pretensión de ser portavoz del Espíritu Santo. Junto a dos profetisas, Prisc(il)a y Maximila, Montano se presentó hablando en nombre de Cristo y del Espíritu. Sus doctrinas se difundieron a causa de un cierto enfriamiento del fervor espiritual después del siglo I. El montanismo se extendió por Asia Menor, Galia y el norte de Africa. Los principales escritos montanistas han sido destruidos, y sólo los conocemos fragmentariamente, por las noticias manifiestamente sesgadas de sus adversarios y por los escritos de >Tertuliano, su converso más ilustre (207 d.C). Dada la fuerte personalidad de Tertuliano y la independencia de su espíritu, puede no dar siempre una imagen objetiva del movimiento.
Los montanistas se caracterizaban por un extremado rigorismo, el entusiasmo, la profecía extática y la glosolalia. Apelaban en sus actos a la autoridad del.Espíritu Santo y rechazaban toda jerarquía. Era un movimiento apocalíptico, que esperaba el fin inminente del mundo. Sostenían que sólo los santos (pneumatici) formaban parte de la Iglesia y, por tanto, sólo ellos podían bautizar válidamente. El hecho de que en todo lo demás no mantuvieran doctrinas heterodoxas hizo que fuera muy difícil para las autoridades de la Iglesia combatir el montanismo; se trataba más de una cuestión de discernimiento espiritual que de simple examen de su ortodoxia. Aunque incluido en las listas de herejías durante muchos siglos, lo cierto es que el montanismo se extinguió más bien pronto en la mayoría de los sitios; no obstante, tenemos noticias de algunos grupúsculos escindidos todavía en el siglo IX. La reacción contra el montanismo llevó a la convocación de los primeros sínodos episcopales, que se celebraron en Asia Menor.
La experiencia del montanismo suele aducirse como una de las (principales) razones del declive de los >carismas, especialmente la profecía, en la Iglesia primitiva: los carismas podían convertirse en una amenaza para las instituciones de la Iglesia, por lo que se les restó importancia o, por lo menos, no se fomentó la ampliamente difundida expectativa de los mismos en la Iglesia.
Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Diccionario de Eclesiología
«Todos los grandes desarrollos de la religión cristiana en el siglo 11 tuvieron en Asia su comienzo y aquí es donde principalmente se libraron las grandes batallas de la Iglesia » Esta constatación de A. von Harnak encuentra su confirmación en el movimiento montanista, que debe su nombre a Montano (siglo u), sacerdote del dios Apolo Lairbeno convertido al cristianismo.
Presentándose como profeta llamado a inaugurar para la Iglesia la era del Espíritu Santo, Montano se asoció a dos mujeres, Priscila y Maximila, investidas también de una función profética. El montanismo o nueva profecía o movimiento catafrigio (se llama de todas estas formas), de rasgos severos y entusiásticos, tuvo su centro geográfico en el valle de Kirbasan, en Frigia.
Rechazaba la autoridad de los obispos y negaba la Iglesia institucional, exasperando sus anhelos escatológicos.
En el pasado se le interpretó de varias maneras: fenómeno de superstición religiosa, expresión del milenarismo asiático influido por la teología de Juan, intento de retorno a la Iglesia de los orígenes, en protesta contra un episcopado monárquico ciudadano.
Aunque hay que tener en cuenta todos estos aspectos, no conviene olvidar que este movimiento se arraiga, se afirma y persiste largo tiempo en las aldeas dé Frigia. Por tanto, se le puede considerar como una reacción de conservadurismo cristiano del campo contra una Iglesia urbana que se va helenizando cada vez más, perdiendo su fisonomía original. Pero más allá del problema teológico se capta también en él un sentido social. La llegada de la nueva Jerusalén a Pepuza (Frigia) marcará el final del actual estado de cosas, realmente insoportable. El montanismo habla, de hecho, la lengua del campesino frigio y alimenta sus sueños de liberación social.
No cabe duda de que debió su enorme éxito al gran esfuerzo de » inculturación» o de indigenización del anuncio cristiano, desde el momento en que se construyó sobre estructuras devocionales de la precedente religiosidad frigia, con rasgos al mismo tiempo severos y entusiásticos.
La vida de fe, la liturgia y la organización eclesiástica llevan el cuño del ambiente frigio. Por poner un ejemplo, pensemos en la igualdad religiosa de la mujer y, en cierto modo, en su posición sacerdotal profética atestiguada va anteriormente en el ambiente frigio, y. gr. en relación con el templo de Apolo Lairbeno -centro del culto pagano frigio-, que tenía que disponer de igual número de sacerdotes que de sacerdotisas, como atestiguan las inscripciones descubiertas en aquel lugar.
Pensemos además en la influencia frigia respecto a las formas radicales y extáticas del montanismo que llevan e1 cuño de la religiosidad microasiática anterior. Así pues, se da una continuidad singular de algunos fenómenos que se explican como una acción de influencia mutua entre el hombre y su ambiente. En una palabra, se trata de formas religiosas ligadas a su tierra de origen.
De todas formas, el montanismo no se limitó a Frigia, sino que se extendió por el orbe antiguo encontrando adeptos por todas partes. Huellas de la prolongada persistencia del movimiento catafrigio pueden observarse en la repetidas condenaciones a las que se vio sometido. Una de las últimas se remonta al sexto concilio ecuménico, a finales del siglo VII (can. 95).
L. Padovese
Bibl.: B. Aland, Montano. Montanismo, en DPAC, 11, 1475-1477. A. Orbe, Introducción a la teología de los siglos II y III Sígueme, Salamanca 1988.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
Un movimiento de corte apocalíptico, que deriva su nombre de su fundador, un tal Montano; así lo llamó Teodoreto (Haer. fab. III. 2). Sus adherentes fueron primero conocidos como los frigios o katafrigios (así los llama Eusebio HE V. 14 et al.) o a veces pepuzianos (Epifanio, Haer. 48.14) que viene de Pepuza, lugar donde Montano con dos mujeres como sus asociadas, Prisca y Maximiliana, profetizaron. Es posible que todo el grupo fuera llamado priscilianistas (Hipólito, Ref 7:12) a menos que este título se refiera a una subdivisión más tardía. Hort ha resumido las características del montanismo: «Primero, una fe fuerte en el Espíritu Santo como el Paracleto prometido, presente como un poder celestial en la iglesia de ese tiempo; segundo, especialmente la creencia que el Espíritu Santo se estaba manifestando a sí mismo en forma sobrenatural en ese tiempo por medio de profetas y profetizas en trance; y tercero, la inculcación de una norma austera y estricta de moralidad y disciplina cristianas» (The Ante-Nicene Fathers, Macmillan, London, 1895, p. 100). A estas cosas se debe añadir la tendencia de poner a los profetas en contra de los obispos, y una expectación intensa del regreso inminente de nuestro Señor.
Parece que la secta decayó después de la muerte de Montano, pero ca. 200 revivió y se esparció por Asia Menor y aun hasta Egipto. En Cartago capturó a su más sobresaliente convertido, Tertuliano. No es seguro que hubiera una gran diferencia entre el montanismo frigio y el de África como algunos han sostenido (Lawlor, p. ej.).
BIBLIOGRAFÍA
- Bonwetsch, Der Geschichte des Montanismus; P. de Labriolle, La Crise Montaniste; Les Sources de L’historie du Montanisme; J. de Soyres, Montanism and the Primitive Church; H.J. Lawlor, HERE.
- Skevington Wood
HE Historia Ecclesiastica (Eusebius)
HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (409). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
Cismáticos del siglo II d.C., conocidos primero como frigios o como “aquellos entre los Frigios” (oi kata Phrygas), después como montanistas, pepucianos y (en occidente) catafrigios. La secta fue fundada por un profeta, Montano, y dos profetisas, Maximila y Prisca, a veces llamada Priscila.
CRONOLOGIA
Un escritor antimontanista anónimo, citado por Eusebio dirigió su obra a Abercio Marcelo, obispo de Hierópolis, quien murió alrededor del 200. Maximila había profetizado guerras y desgracias continuas, pero este escritor dice que estaba escribiendo más de trece años después de su muerte y aún no había habido guerra alguna ni parcial ni total, sino que por el contrario, los cristianos disfrutaban de paz permanente gracias a la misericordia de Dios (Eusebio, «Historia de la Iglesia», V.16.19). Esos trece años sólo pueden identificarse con los doce y medio años de Cómodo (17 de marzo de 180 – 31 de diciembre de 192). Las guerras entre emperadores rivales comenzaron a principio de 193, así que este escritor anónimo escribió antes de enero de 193, y Maximila debió haber muerto cerca de fines de 179, no mucho antes que Marco Aurelio. Montano y Priscila habían muerto mucho antes. En consecuencia, la fecha dada por Eusebio en su “Crónica” para la primera aparición de Montano,—undécimo (o duodécimo) año de Marco Aurelio, es decir, alrededor de 172—no deja tiempo suficiente para el desarrollo de la secta, de la que se sabe que tuvo mucha importancia en 177, cuando la Iglesia de Lyons le escribió al Papa San Eleuterio sobre este asunto. De nuevo, los montanistas se coordinan con el mártir Traseas, mencionado cronológicamente entre San Policarpo (155) y Sagaris (bajo Sergio Paulo, 166-7) en la carta de Polícrates al Papa San Víctor I; la fecha de Traseas es por consiguiente cerca de 160 y el origen del montanismo debe ser aún anterior. Consecuentemente Zahn, Harnack, Duchesne y otros (contra Völter y Voigt, que aceptaban la fecha tardía dada por Eusebio), consideran que Epifanio (Hær., XLVIII, 1) es el que da la fecha verdadera del nacimiento de la secta “alrededor del año décimo noveno de Antonino Pío ( es decir, el 156 ó 157).
Bonwetsch, aceptando el punto de vista de Zahn de que Epifanio había dicho (Hær., XLVI, 1) el año duodécimo de Antonino Pío donde debió haber dicho Marco Aurelio, quiere sustituir este emperador, de manera que llegaríamos al año 179, el mismo año de la muerte de Maximila. Pero la corrección es innecesaria en ambos casos. En «Hæreses», XLVI, 1, Epifanio claramente quería decir la fecha anterior, correcta o incorrecta; y en XLVIII, 1, no sitúa la muerte de Maximila sino la primera aparición de la secta. De Eusebio V, XVI, 7, conocemos que esto fue en el proconsulado de Grato. No se conoce un procónsul en Asia con dicho nombre. Bonwetsch acepta la sugerencia de Zahn de leer “Cuadrato” y señala que hubo un Cuadrato en 155 (si esa es la fecha de la muerte de San Policarpo, que sucedió bajo Cuadrato) y otro en 166, de manera que uno de esos años fue la fecha real del nacimiento del montanismo. Pero el 166 para Cuadrato depende meramente de la cronología de Arístides de Schmid, rechazada por Ramsay y otros a favor de una cronología anterior elaborada por Waddington, que reclama el 155 para el Cuadrato de Arístides así como para el Cuadrato de Policarpo. Es muy probable que la autoridad de Epifanio contase los años de los emperadores desde el septiembre anterior a su accesión (como parece haber hecho Hegesipo) y por lo tanto el año décimo noveno de Pío sería septiembre de 155 a septiembre de 156. Hasta si se usa la más tardía y occidental forma de calcular desde enero después de la accesión, el año 157 se puede reconciliar con el proconsulado de Cuadrato en 155, si recordamos que Epifanio simplemente dice “alrededor del año décimo noveno de Pío”, sin requerir una absoluta precisión. Y luego nos dice que Maximila profetizó: “Detrás de mi no habrá profetisas, sino el fin” mientras que él escribía 290 años después, más o menos hacia el 375 ó 376. Para corregir el error evidente, Harnack leería 190, lo que nos trae más o menos a la muerte de Maximila (385 por 379). Pero ekaton por diakosia es un gran cambio. Es más probable que Epifanio esté calculando desde la fecha que dio él mismo – el décimo noveno de Pío = 156, puesto que no sabía que Maximila había muerto; su “más o menos” corresponde a su anterior “alrededor de “. Así que adoptaremos con Zahn la conjetura de Scaliger diakosia enneakaideka por diakosia enenekonta, que nos lleva del año 156 al 375. Como Apolonio escribió 40 años después de la aparición de la secta, su obra debe ser datada hacia el 196.
EL MONTANISMO EN ASIA MENOR
Montano era un recién convertido cuando comenzó a profetizar en la villa de Ardabau en Frigia. San Jerónimo dice que antes había sido un sacerdote de Cibeles, pero esto puede ser una invención posterior para poder relacionar sus éxtasis con un comportamiento parecido al de los derviches de los sacerdotes y devotos de “la gran diosa”. Se creía que el mismo don profético había descendido sobre sus dos compañeras, las profetisas Maximila y Prisca o Priscila. Su sede estaba en la villa de Pepuza.
El oponente anónimo de la secta describe el método de profecía (Eusebio, V, XVII, 2-3): primero el profeta aparece aterrorizado (en parekstasei), después sigue la tranquilidad (adeia kai aphobia, la falta de miedo); comienza con un estudiado vacío del pensamiento o pasividad del intelecto (ekousios amathia), es arrebatado por una locura incontrolable (akousios mania psyches). Los profetas montanistas no hablaban como mensajeros de Dios: “Así dice el Señor”, sino que se describían a si mismos como poseídos por Dios y hablaban en Su Persona. “Yo soy el Padre, el Verbo y el Paráclito”, decía Montano (Dídimo, «De Trin.», III, XLI); y de nuevo: “Yo soy el Señor Dios omnipotente, que he descendido adentro de un hombre” y “ni un ángel ni un embajador, sino Yo, el Señor, el Padre, he venido” (Epifanio, «Hær.», XLVIII, 11). Y Maximila decía: “No me oigas a mÍ, sino oye a Cristo” (ibid.); y: “Soy llevado de entre los corderos como un lobo (es decir un falso profeta – cf. Mat. 7,15); yo no soy un lobo, sino palabra, espíritu y poder”. Esta posesión por un espíritu, que hablaba mientras el profeta era incapaz de resistirse, es descrita por el espíritu de Montano: “Mirad, el hombre es como una lira y yo soy como el plectro. El hombre duerme y yo estoy despierto” (Epifanio, «Hær.», XLVIII, 4).
Al principio no se oían falsas doctrinas. El Paráclito ordenaba unos pocos ayunos y abstinencias; estas últimas eran xerophagioe estrictas, pero sólo por dos semanas al año y los sábados y domingos no contaban (Tertuliano, «De jej.», XV). No sólo se recomendaba la virginidad (como siempre lo ha hecho la Iglesia), sino que se desaprobaban los segundos matrimonios. Priscila decía que la castidad era una preparación para el éxtasis: “el santo (casto) ministro sabe como administrar su santidad. Para los que purifican sus corazones (leyendo purificantes enim corda, por conjetura por purificantia enim concordal] ven visiones y colocando sus cabezas hacia abajo (¡) también oyen voces tan salvadoras como secretas” (Tertuliano, «Exhort.» X, en un manuscrito). Sin embargo se rumoraba que Priscila se había casado y había abandonado a su marido.
El martirio era tenido en tan alta estima que se desaprobaba huir de la persecución así como el pagar para no ser castigado. “¿Te declaran fuera de la ley?”, decía Montano, “eso es bueno para ti. Porque el que no es declarado fuera de la ley entre los hombres será declarado proscrito en el Señor. No os confundáis. Es la justicia la que os lleva en público. ¿Por qué estáis confundidos cuando sembráis alabanzas? El poder viene cuando los hombres os miran”. Y de nuevo: no deseéis salir de esta vida en camas, por enfermedades o por fiebres, sino por el martirio, para que Aquél que sufrió por vosotros sea glorificado (Tertuliano, «De fuga», IX; cf. «De anima», LV.). Tertuliano dice: «Aquellos que reciben al Paráclito no saben huir de la persecución ni sobornar” (De fuga, 14), pero no es capaz de citar ninguna prohibición formal de Montano.
Hasta aquí, lo más que se puede decir de estas manifestaciones didácticas es que hay una ligera tendencia a lo extravagante. La gente de Frigia estaba acostumbrada al culto orgiástico de Cibeles. Indudablemente había allí muchos cristinos. Los relatos contemporáneos del montanismo mencionan cristianos en pueblos de otro modo desconocidos: Ardabau en la frontera con Misia, Pepuza, Timión, así como en Otro, Apamea, Cumane, Eumenea. Se han encontrado inscripciones cristianas primitivas en Otro, Hierópolis, Pepuza (del 260), Trajanópolis (del 279), Eumenea (del 249) etc. (ver Harnack, «Expansión del Cristianismo, II, 360). Hubo un concilio en Sinnada en el siglo III. Las «Acta Theodoti» representan a la villa de Malus, cerca de Ancira, como completamente cristiana bajo Diocleciano. Sobre todo debemos recordar qué grupos de cristianos encontró Plinio en Ponto y Bitinia en 112, no sólo en las ciudades sino también en el campo. Por lo tanto, sin duda había numerosos cristianos en las villas de Frigia que fueron atraídos por los asombrosos fenómenos. A Pepuza llegaban multitudes, y al parecer se producían desacuerdos. Ya en los primeros días, Apolinario, sucesor de San Papías como obispo de Hierápolis en el extremo sur de la provincia, escribió contra Montano. Eusebio conocía esta carta porque había sido incluida por Serapión de Antioquía (alrededor de 191-212) en una carta dirigida por él a los cristianos de Caria y Ponto. Apolinario relata que Ælio Publio Julio de Debeltum (ahora Burgas) en Tracia, juró que “Sotas el bendito que estaba en Anquialo (en la costa de Tracia) quiso hacerle un exorcismo a Priscila, pero los hipócritas no se lo permitieron”. Claramente Sotas estaba muerto y no pudo hablar por sí mismo. El escritor anónimo nos dice que algunos pensaban que Montano estaba poseído por un espíritu malo y que era un perturbador del pueblo; le censuraron y trataron de que dejara de profetizar; los fieles de Asia se reunieron en muchas partes y, luego de analizar sus profecías, las declararon profanas y condenaron la herejía, para que sus discípulos fueran expulsados de la Iglesia y de su comunión.
Es difícil decir cuan pronto se produjo esta excomunión en Asia. Probablemente algunos obispos excluyeron a los seguidores de Montano desde el principio, y esta severidad se volvió común antes de la muerte de Montano; pero difícilmente era la regla general antes de la muerte de Maximila en 179. La primera etapa fue condenar a los profetas mismos y desaprobar a sus discípulos. Se oyó que algunas personas santas, incluyendo a los obispos Zótico de Cumana y Julián de Apamea, intentaron exorcizar a Maximila en Pepuza, sin duda tras la muerte de Montano. Pero Tesimón le advirtió (Eusebio, V, XVI, 17; XVIII, 12). Este personaje fue llamado confesor pero, según el escritor anónimo, se había salvado pagando. Publicó “una epístola católica, imitando al Apóstol” en apoyo a su grupo. Otro tal llamado mártir, de nombre Alejandro, fue durante muchos años compañero de Maximila que, aunque profetisa, no sabía que el procónsul Emilio Frontino en Éfeso (en fecha desconocida) lo había condenado por robo y no “por el Nombre”; se pone como prueba de esto los archivos públicos de Asia. Nada se sabe del otro líder, llamado Alcibíades.
Se acusó a los profetas de aceptar regalos so capa de ofrendas; Montano envió a predicadores pagados; las profetisas se maquillaban la cara, se teñían los párpados con estibio (antimonio), llevaban ornamentos y jugaban a los dados. Pero estas acusaciones pueden ser falsas. Lo principal era que la manera de profetizar, se denunciaba que era contraria a la costumbre y tradición. Miltíades, un escritor católico, escribió un libro al que se refiere el autor anónimo, “Cómo un profeta no debería hablar en éxtasis”. Se insistía en que los fenómenos eran los de posesión y no los de los profetas del Antiguo Testamento, o los de los profetas del Nuevo Testamento como Silas, Ágabo y las hijas de Felipe el Diácono; o de los profetas recientemente conocidos en Asia como Cuadrato (obispo de Atenas) y Ammia, profetisa de Filadelfia, de los que los profetas montanistas se jactaban de ser sucesores. Parecía blasfemo hablar en primera persona como el Padre o el Paráclito. Los antiguos profetas hablaban “en el Espíritu”, como portavoces del Espíritu, pero no tener libre albedrío, estar incapacitado en un estado de locura, no era cónsono con el texto.: “Los Espíritus de los profetas están sometidos a los profetas”. Montano declaraba: “El Señor me ha enviado como escogedor, revelador, intérprete de la labor, esta promesa y este pacto, forzado, voluntaria o involuntariamente, para aprender la gnosis de Dios. Los montanistas apelaban a Gen. 2,21: «El Señor envió un éxtasis [ektasin] sobre Adán»; al Salmo 116(114-115),10: «dije en mi éxtasis”; a Hch. 10,10: «Le sobrevino un éxtasis (a Pedro)»; pero estos textos no prueban ni que la excitación de un éxtasis fuera propio de la santidad ni que fuera el estado apropiado para la profecía.
Un argumento mejor era la declaración de que la nueva profecía era de un orden superior al de la antigua y por consiguiente distinta. Se llego a pensar que era superior a la de los Apóstoles e incluso hasta más allá de la enseñanza de Cristo. Priscila fue a dormir a Pepuza, decía ella, y Cristo vino a ella y durmió a su lado “en forma de mujer, vestida con una brillante túnica, puso sabiduría dentro de mi y me reveló que este lugar es sagrado y que aquí baja la Jerusalén celestial”. “Los Misterios” (¿sacramentos?) se celebraban allí públicamente. En tiempos de Epifanio Pepuza era un desierto y la villa desapareció. Maximilana, que sobrevivió a los otros dos, profetizó guerras continuas después de su muerte—ningún otro profeta, sino el fin.
Parece que en general Montano no tenía una doctrina particular y que sus profetisas fueron más lejos que él. Las extravagancias de su secta continuaron tras la muerte de los tres, pero es difícil saber hasta dónde podemos confiar en nuestras autoridades. El escritor anónimo admite que sólo tiene un informe incierto de la historia de que ambos, Montano y Maximila, se ahorcaron, y que Temison murió cuando el diablo lo elevó por los aires y luego lo lanzó al vacío. La secta se hizo muy popular en Asia. Daba la impresión de que algunas iglesias eran totalmente montanistas. El escritor anónimo encontró la iglesia de Ancira en 193 muy trastornada por la nueva profecía. Predestinato dijo que el libro perdido de Tertuliano, «De Ecstasi», en defensa de sus trances, fue una contestación al Papa San Sotero (Hær., XXVII, LXXXVI), que los había condenado o desaprobado, pero la autoridad no es buena. Parece que confundió a Sotero con Sotas, obispo de Anquialo.
En 177 las iglesias de Lyons y Viene enviaron a las iglesias de Asia y Frigia su famoso informe de los martirios que habían tenido lugar. Eusebio nos dice que al mismo tiempo adjuntaron cartas respecto a los montanistas que los mártires habían escrito en prisión. Enviaron las mismas con Ireneo al Papa San Eleuterio. Eusebio dice que tomaron un punto de vista prudente y muy ortodoxo. Es probable que censuraron a los profetas pero no se inclinaron a tomar medidas extremas contra sus seguidores. No se negaba que los montanistas tuvieron muchos mártires; era debido a su jactancia que todos los heréticos tenían muchos, y especialmente los marcionitas, pero que los verdaderos mártires como Gayo y Alejandro de Eumenea habían rehusado comunicarse con los compañeros mártires que habían aprobado la nueva profecía (Anon. in Eusebio, V, XVI, 27). Las actas de Carpo, Papilo y Agatónice (esta última se arrojó al fuego) mártires de Tiátira bajo Marco Aurelio (alrededor de 161-9), puede que muestren cierta influencia del montanismo en los mártires
EL MONTANISMO EN OCCIDENTE
Según Tertuliano, un Papa del siglo II (más probablemente Eleuterio que Víctor) estaba inclinado a aprobar las nuevas profecías, pero fue disuadido por Práxeas. Su defensor en Roma era Proclo o Próculo, muy respetado por Tertuliano. Gayo sostuvo una disputa contra Proclo ante el Papa Ceferino (al parecer cerca de 202-3). Como Gayo apoyaba la postura de la Iglesia, Eusebio le llama eclesiástico (II, XXV, 6), y está encantado de descubrir en las minutas de la discusión que Gayo rechazaba que Juan fuera el autor del Apocalipsis, y se la atribuía a Cerinto. Pero Gayo era el peor de los dos, pues sabemos por el comentario sobre el Apocalipsis de Bar Salibi, escritor siríaco del siglo XII, (ver Theodore H. Robinson en «Expositor», VII, sexta serie, junio 1906), que también rechazaba el Evangelio y las Epístolas de San Juan, y las atribuía a Cerinto. San Hipólito escribió contra Gayo su “Cabezas contra Gayo” y su “Defensa del Evangelio y el Apocalipsis de San Juan (a no ser que sean dos títulos de la misma obra).
San Epifanio utilizó estas obras para su quincuagésima primera herejía (cf. San Filastrio, «Hær.» LX), y como la herejía no tenía nombre inventó el de Alogi, queriendo decir “los que no razonan” y “los que rechazan el Logos”. Suponemos que Gayo acabó rechazando el Evangelio por oposición a Proclo que enseñaba (Pseudo-Tertuliano, «De Præsc.», LII) que “el Espiritu Santo estaba en los Apóstoles, pero el Paráclito no lo estaba, y que el Paráclito publicaba a través de Montano más de lo que Cristo reveló en el Evangelio; y no sólo más sino también mejores y más grandes cosas”; así, la promesa del Paráclito (Juan 14,16) no era para los Apóstoles sino para la próxima generación. San Ireneo se refiere a Gayo sin nombrarle (III, XI, 9): «Otros, pera poder frustrar el don del Espíritu, que en los últimos días ha sido derramado sobre la raza humana según la voluntad del Padre, no admiten esa forma (de león) que corresponde al Evangelio de Juan, en el que el Señor prometió enviar el Paráclito; sino que rechazan el Evangelio y con él el Espíritu profético. Infelices, ciertamente, en que queriendo evitar los falsos profetas (leyendo con Zahn pseudoprophetas esse nolunt por pseudoprophetoe esse volunt], alejan la gracia de la profecía de la Iglesia; asemejándose a personas que, para evitar a los hipócritas, se retiran de la comunión incluso con los hermanos”.
Ya no es sostenible la antigua idea de que los Alogi eran una secta asiática (ver Alogi); se trataba del romano Gayo y sus seguidores, si llegó a tener alguno. Pero evidentemente Gayo no se aventuró a negar el Evangelio en su disputa ante Ceferino, cuyo informe era conocido por Dionisio de Alejandría y por Eusebio de Cesarea (cf. Eusebio, III, XX, 1, 4). Hay que notar que Gayo es testigo de que San Juan habitó en Asia, puesto que considera como falsificaciones los escritos de San Juan, cuyo autor, Cerinto se las atribuye a San Juan; de ahí que piense que San Juan es representado por Cerinto como cabeza de las iglesias asiáticas. Otro montanista (cerca de 200) que parece haberse separado de Proclo fue Esquines, que enseñaba que “el Padre es el Hijo” y se incluye entre los monarquianos del tipo de Noeto o Sabelio.
Pero el más famoso de los montanistas es Tertuliano. Nació hacia el 150-5, y se hizo cristiano hacia el 190-5. Su naturaleza excesiva le llevó a adoptar las enseñanzas montanistas en cuanto las conoció (alrededor de 202-3). A partir de entonces sus escritos fueron creciendo en acritud contra la Iglesia Católica, con la que rompió definitivamente en el 207. Murió alrededor del 223 o poco después. Su primera obra montanista fue la defensa de la nueva profecía en seis libros, «De Ecstasi», probablemente escrita en griego; añadió un séptimo libro como réplica a Apolonio. La obra se ha perdido, pero es importante una frase conservada por Predestinato (XXVI): “Solamente diferimos en que nosotros no recibimos un segundo matrimonio y que no rehusamos la profecía de Montano sobre el juicio futuro”. De hecho Tertuliano mantiene como ley absoluta las recomendaciones de Montano de evitar los segundos matrimonios y de no huir de la persecución. Niega a la Iglesia la posibilidad de perdonar los pecados e insiste en los recién ordenados ayunos y abstinencias. Los católicos son los Psychici opuestos a los seguidores “espirituales” del Paráclito; la Iglesia católica es un conjunto de glotones y adúlteros que odian ayunar y le encanta volver a casarse. Tertuliano evidentemente exageraba las partes de la enseñanza montanista que le afectaban, preocupándose poco del resto. No tiene ni idea de hacer un peregrinaje a Pepuza, pero habla de unirse en espíritu a las celebraciones de las fiestas montanistas en Asia Menor. Las actas de las santas Perpetua y Felicidad reflejan para algunos el período en Cartago cuando las enseñanzas montanistas estaban despertando interés y simpatía pero aún no se habían convertido en cisma.
Los seguidores de Tertuliano no pudieron ser muchos, aunque una secta tertuliana le sobrevivió y sus remanentes fueron reconciliados con la Iglesia por San Agustín (Hær., LXXXVI). Hacia el 392-4 una dama africana, Octaviana, esposa de Hesperio, un favorito del duque Arbogastes y del usurpador Máximo, trajo a Roma a un sacerdote tertuliano que se agitaba como poseído. El logró el uso de la iglesia de los Santos Proceso y Martiniano en la vía Aurelia, pero fue expulsado por Teodosio y no volvió a oírse hablar ni de él ni de Octaviana. Epifanio distinguía una secta de montanistas como pepuzianos o quintilianos (él llamaba a Priscila también Quintila). Dice que tenían algunos dichos tontos que daban gracias a Eva por haber comido del árbol de la ciencia. Solían dormir en Pepuza para poder ver a Cristo como lo había visto Priscila. Con frecuencia entraban a su iglesia siete vírgenes con lámparas, vestidas de blanco, para profetizar al pueblo, a quienes podían hacer llorar con su acción excitada. Esto nos recuerda algunas misiones modernas un como la de los irvingitas “hablando lenguas” con la que a menudo se compara los éxtasis montanistas.
Se decía que los pepuzianos tenían a mujeres para sus obispos y sacerdotes en honor a Eva. Se les llamaba “artotiritas” porque su sacramento consistía en pan y queso. Predestinato dice que los pepuzianos en realidad no diferían de los otros montanistas, pero que despreciaban de hecho a todo aquel no habitara en la “nueva Jerusalén”. Hay una historia muy conocida en la que los montanistas (o al menos los pepuzianos), en una fiesta, tomaban a un niño al que pinchaban por todo el cuerpo con alfileres. Usaban la sangre para cocinar pasteles para el sacrificio. Si el niño moría era considerado como un mártir; si sobrevivía, como sumo sacerdote. Esta historia era, sin duda, una pura invención y fue claramente negada en «De Ecstasi» de Tertuliano. Un absurdo sobrenombre de la secta era Tascodrugitoe, de las palabras frigias clavija y nariz, porque se decía que ponían su dedo índice en la nariz mientras oraban para aparecer acongojados y piadosos. (Epifanio, Hær., XLVIII, 14).
Es interesante el informe de San Jerónimo, escrito en 384, sobre las doctrinas del montanismo puesto que creía que existían en su época (Ep., XLI). Los describe como sabelianos en sus ideas sobre la Trinidad, que prohibían el segundo matrimonio, que observaban tres Cuaresmas “como si hubieran sufrido tres Salvadores”. Sobre los obispos tienen «Cenones» (probablemente no koinonoi, sino una palabra frigia) y sobre ellos, patriarcas en Pepuza. Cierran la puerta de la Iglesia a casi todos los pecados. Dicen que Dios, no siendo capaz de salvar al mundo por Moisés y los Profetas, se encarnó en la Virgen María y en Cristo, su Hijo, predicó y murió por nosotros. Y como no pudo realizar la salvación del mundo por este segundo método, el Espíritu Santo descendió sobre Montano, Prisca y Maximila dándoles la plenitud que San Pablo no tuvo (1 Cor.13,9). San Jerónimo se niega a creer la historia de la sangre del niño, pero su relato exagera más allá de lo que los montanistas habían admitido. Orígenes («Ep. ad Titum» in «Pamph. Apol.», I fin.) no está seguro si son cismáticos o herejes. San Basilio se asombra de que Dioniso de Alejandría admita como válido su bautismo (Ep. CLXXXII). Según San Filastrio (Hær., XLIX) bautizaban a los muertos. Sozomeno (XVIII) nos dice que observaban la Pascua el 6 de abril o el domingo siguiente. Germano de Constantinopla (P.G., XCVIII, 44) dice que enseñaban que había ocho cielos y ocho grados de condenación. Los emperadores desde Constantino en adelante emitieron leyes contra ellos que apenas se ejecutaron en Frigia (Sozomeno, II, XXXII). Pero gradualmente se convirtieron en una pequeña secta secreta. Los huesos de Montano fueron exhumados en 861. Se han perdido todos los numerosos escritos montanistas (bibloi apeiroi, «Philosophumena», VIII, XIX). Parece que un cierto Asterio Urbanu reunió una colección de las profecías. (Eusebio V, XVI, 17).
La teoría de Ritschl sobre el origen del montanismo ha sido seguida por Harnack, Bonwetsch y otros críticos alemanes. La secularización de la iglesia en el siglo II por su propio éxito y la desaparición del primitivo “entusiasmo” era una dificultad para aquellos “creyentes de la vieja escuela que protestaban en nombre del Evangelio contra la Iglesia secular y que querían reunir a la gente preparada para su Dios sin tener en cuenta ni el número ni las circunstancias”. Algunos de estos “se unieron a un movimiento entusiasta que se había originado en un pequeño círculo en una provincia remota, teniendo al principio solamente importancia local. Entonces, en Frigia el grito a favor de una vida cristiana más estricta se reforzó por la creencia en una nueva y final manifestación del Espíritu… El deseo fue, como siempre, padre del pensamiento y así se fueron formando sociedades de cristianos “espirituales” que sirvieron, especialmente en tiempos de persecución como sitios de reunión para aquellos, cercanos o lejanos, que suspiraban por el fin del mundo y el excessus e soeculo, y que querían en estos últimos días llevar una vida santa. Los celotes aplaudieron la aparición del Paráclito en Frigia y se sometieron para ser guiados por él.” (Harnack en «Enciclopedia Británica», Londres, 1878, s.v. Montanismo). Esta ingeniosa teoría solo tiene bases en la imaginación, y nunca se han pronunciado datos a su favor.
Bibliografía: TILLEMONT, Mémoires, II; SCHWEGLER, der Montanismus (Tübingen, 1841); RITSCHL, Entstehung der Altkatholischenkirche (2nd ed., Bonn, 1857); BONWETSCH, Gesch. des Montanismus (Erlangen, 1881); IDEM, Die Prophetie im apost. u. nachapost. Zeitalter in Zeitschr. für kirchl. Wissenshaft u. Leben (1884), 460; IDEM in Realencyclop. für prot. Theol. (1903), s.v. Montanismus; WEIZSÄCKER en Theol. litt. Zeitung (1882), 74; SALMON en Dict. Christ. Biog., s.v. Montanus; DESOYRES, Montanismo y la Iglesia Primitiva (Londres, 1880); VÖLTER, Der Ursprungsjahr des Mont. in Zeitschr. für wiss. Theol., XXVII, 23; HARNACK in Enciclopedia Británica (9th ed., 1878), s.v. Montanism; IDEM, Gesch. der altchr. Litt., I, 114; II, 363; ZAHN, Gesch. des N.T. Kanons, I, IV (Erlangen, 1888); IDEM, Forschungen, V, 3-57: Die Chronologie des Mont. (Erlangen, 1893); VOIGT, Eine verschollene Urkunde des antimont. Kampfes (Leipzig, 1891); FRIEDRICH, Ueber die Cenones der M. bei Hieronymus in Sitzungsber. Akad. München (1895), 207; A.H., Die Cenonen der Mont. in Zeitschr. für wiss. Theol., III (1895), 480; FUNK en Kirchenlex. (1893), s.v. Montanismo; JULICHER, Ein gall. Bischofschreiben des 6. Jahrh. als Zeuge für die Verfassung der Montanistenkirche in Zeitschr. für Kirchengesch., XVI (1896), 664; WEINEL, Die Wirkungen des Geistes und der Geister im nachapost. Zeitalter bis auf Irenäus (Freiburg, 1899); SELWYN, The Christian prophets and the prophetic Apocalypse (London, 1900); ERMONI, La crise montaniste in Revue des questions hist., LXXII (1902), 61; TIXÉRONT, Hist. des dogmes, I, 210; BATIFFOL, L’église naissante (3rd ed., 1909), 261; DUCHESNE, Hist. ancienne de l’Eglise, I, 270.
Fuente: Chapman, John. «Montanists.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/10521a.htm
Traducido por Pedro Royo. L H M.
Fuente: Enciclopedia Católica