Dirigente e inspirador de una corriente cismática surgida a finales del s. II d. C. en Frigia. Al parecer, poco después de su conversión al cristianismo, fue presa de éxtasis que él interpretó como procedentes del Espíritu Santo pero que sus adversarios atribuyeron a diabólica posesión. Insistiendo en el papel del Espíritu Santo en la Iglesia, Montano relativizó peligrosamente el papel de los obispos insistiendo en el superior de los profetas propios. Muy pronto se encontró con numerosos seguidores que hallaban más alicientes espirituales en la práctica de los carismas que en una tibieza eclesial y que veían más ajustado el mensaje de exigencia ética de Montano a los evangelios que las posturas más relajadas de sus obispos. Se producía así un fenómeno que luego se repetiría, salvando las distancias necesarias, con el donatismo y el priscilianismo. Esto puede ayudar a entender también por qué el montañismo llegó a extenderse a regiones tan lejanas de su origen como Galia o cómo fue aceptado por personajes de la talla de Tertuliano. Realmente, no puede decirse que Montano mantuviera posturas heréticas, pero su falta de tacto y discernimiento al analizar sus experiencias personales — quizá fruto de algún desarreglo emocional — y su desprecio por los que no compartían su punto de vista, ligados a los extremismos de algunos seguidores, ocasionaron la ruptura de la comunión con el cuerpo mayoritario del cristianismo de manera penosa e injustificada.
VIDAL MANZANARES, César, Diccionario de Patrística, Verbo Divino, Madrid, 1992
Fuente: Diccionario de Patrística