MORTIFICACION

(hacerse morir).

Ver “Penitencia”.

Necesidad e importancia: Mat 3:4, Mat 7:1314, Luc 9:23, Luc 14:27. 1 Cor.24-27. Recompensa: Mat 6:16-18, Mat 10:38-39, Jua 12:24-26.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Virtud que nos lleva a hacer penitencia y sacrificios con el fin de amortiguar las tendencias malas que existe en el hombre. En la medida en que se mortifica la carne, según la ascética cristiana, se vivifica el espí­ritu y cuando la carne vive con sus inclinaciones y pasiones el espí­ritu se debilita. Por eso “mortificación” es sinónimo de penitencia, sacrificio, renuncia, austeridad, expiación, ofrenda a Dios de los placeres de la tierra.

El educador debe dar a entender al educando que la mortificación por sí­ misma no tiene sentido, como no lo tiene el buscar el sufrimiento por el mero sufrimiento, lo cual es antinatural. Pero adquiere plena significación evangélica cuando se trata de fortalecer la voluntad. Sin esa actitud no se puede vivir el Evangelio tal como Jesús lo anunció con su palabra y sobre todo con su ejemplo.

La mortificación sin referencia al sacrificio redentor de Cristo, a su muerte y resurrección carece de justificación. Ante el crucifijo se descubre su realidad espiritual y su proyección salví­fica. ( Ver Penitencia)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Uno de los métodos que el ascetismo cristiano emplea para adiestrar al alma en la virtud y la vida santa. El término fue acuñado por San Pablo quien traza una ilustrativa analogía entre el Cristo que muere como un mortal y que renace a una vida inmortal y Sus seguidores que renuncian a la vida pecaminosa del pasado y se elevan a la gracia de una nueva vida de santidad. “Porque si viviereis según la carne, moriréis; mas si con el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom., VIII, 13; cf. también en Col. III, 5 y Gal. V, 24). De este uso original del término vemos que la mortificación, aunque bajo un aspecto sea una ley mortal, bajo el otro y más fundamentalmente se trata de una ley vital con lo cual no se destruye sino que se enaltece a la naturaleza. Lo pernicioso es la enfermedad del alma y atacándola se restaura y revigoriza la auténtica fe en ella.

De las enfermedades que matan por sí mismas, el pecado, la enfermedad mortal del alma, ostenta el primer lugar. La comisión de un pecado se destruye gracias al impulso de la auténtica penitencia y el uso de los medios para el perdón y la restitución que Nuestro Señor ha confiado a Su iglesia. Las tentaciones del pecado se superan induciendo a la voluntad a aceptar las dificultades, aunque con tolerancia, más que cediendo a las tentaciones. Llegados a este punto, la mortificación se hace obligatoria para todos pero más para aquellos más meticulosos que deseen ir más allá en su servicio a Cristo y esforzarse con su ayuda en someter -tan lejos como le sea posible en su vida-, esta “rebelión” de la carne contra el espíritu, que es el incentivo interno del pecado. Lo que se necesita para conseguir esta victoria es que las pasiones y los deseos concupiscentes, los cuales cuando son perdonados alegremente tienen perniciosas influencias en la conducta humana, sean reprendidos juiciosamente para subordinarlos y adecuar sus deseos a la regla de la razón y en la fe, según lo discernido por la mente. Pero para que este entrenamiento sea eficaz no basta con refrenar estos deseos carnales solamente cuando sus postulados son ilícitos. Representan una desviación en la naturaleza y deben ser tratados como cuando nos esforzamos en enderezar un alambre retorcido, a saber, torciéndolo hacia el lado contrario. Así, en los diversos aspectos de la observancia ascética, los católicos estrictos se encuentran constantemente con la abnegación incluso en materias que por sí mismas son totalmente lícitas.

La mortificación, entendida como la curación de los malos hábitos y la implantación de los buenos, está reconocida como uno de los métodos, incluso entre los que van encaminados a conseguir fines puramente naturales. Lo que distingue a la mortificación cristiana es la confianza en el logro de sus objetivos espirituales, no simplemente en esta eficacia natural de sus métodos, sino aún más por las ayudas de la gracia divina, para los cuales, por su sinceridad en la autodisciplina y el motivo cristiano que la inspira, puede contar con la omnipotencia divina. Llegados a este punto, y para contribuir a una mayor eficacia espiritual, entra en acción otra motivación. También se practica como una expiación de los pecados y defectos del pasado basándose en la fe en la Iglesia Católica, aunque únicamente el sacrificio de Cristo puede ofrecernos la apropiada expiación de los pecados humanos. Sin embargo, los hombres no deberían tomar esto como excusa para no hacer nada por sí mismos, sino más bien como un incentivo a añadir a sus propias expiaciones. Y, como extensión de su poder, deberían recordar que estas expiaciones personales son agradables a los ojos de Dios. Esto explica porqué muchas de las mortificaciones practicadas por los devotos no sanan directamente las inclinaciones al mal aunque adopten la forma de ejercicios lastimosos y de privaciones infligidas a uno mismo por el hecho de ser dolorosas, como por ejemplo, los ayunos, las camas duras, la abstención de placeres lícitos, etc. No todas estas mortificaciones externas son por sí mismas procedentes. Los escritores espirituales no se cansan de insistir en que la mortificación interna o el amor propio o la autoestima en todas sus variantes son esenciales, pero estas penitencias externas son buenas solamente si proceden del espíritu interior y le sirven para reaccionar (véase ASCETICISMO).

ALVAREZ DE PAZ, De mortifications virium animae in Opera, t. III (Paris, 1875), 1. II; BAKER, Holy Wisdom, ed, SWEENY (London, 1905); RODRIGUEZ, Christian and Religious Perfection LE GAUDIER, De perfectione vitae spiritualis (Paris, 1856); SCARAMELLI, Directorium ASceticum (London, 1897); MATURIN, Self-knowledge and Self-discipline (London, 1905); CHABOT, La mortification chretienne et la vie in Science et Religion series (Paris, 1903)

Traducido por Francisco M. Moreno del Valle

Fuente: Enciclopedia Católica