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NOMINALISMO

NOMINALISMO

(Del latí­n nominalis que significa relativo a un nombre.)
Doctrina filosófica. Los nominalistas eran filósofos medievales y su principal énfasis radicaba en sostener que los «universales» no tienen realidad sustancial en sí­ mismos, sino que son creados por la razón. Al nominalismo se oponí­a el ® REALISMO. En realidad, el nominalismo era una reacción al realismo.
Uno de los partidarios del nominalismo era Abelardo, quien trató de lograr una posición intermedia. El primer sistema francamente nominalista lo estableció Guillermo de Ockham (1280–1349). En el nominalismo la fe misma se convierte en base para creer y las esencias no tienen realidad independiente por sí­ misma.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

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Término que alude a la controversia medieval sobre la realidad que existe debajo de las palabras (nombres). Se identifica con el «problema de los universales» o existencia real de los términos generales como justicia, humanidad o sabidurí­a. Unos dirán: sí­ existen realidades generales. Otros dirán: lo que existe en verdad son personas justas, hombres concretos, y individuos sabios. Y ambos tendrán razón.

En la época de las grandes discusiones se proponí­an cuatro opiniones:
– Realismo total. Existe esos conceptos en cuanto están formados por el conjunto de todos que se albergan bajo el término. Existe la humanidad, como población resultante de la suma de todos los individuos y existe un ramillete, suma de todas las flores.

– El Nominalismo. Indicaba todo lo contrario. Sólo existe el nombre. Una realidad colectiva no existe; la casa sólo es la suma de los ladrillos que la forman. Muchas palabras, generales o particulares, sólo son sonidos, no realidades.

– El Conceptualismo. Se acercaba al nominalismo, pero reconocí­a cierta existencia de ideas en la mente del que las piensa. Existen conceptos. No son meras palabras, al igual que las fantasí­as, las cualidades o las relaciones.

– El Relativismo. Es realismo moderado, en cuanto reconoce que una casa, suma de partes, existe, como una población. Hay que diversas formas de existir: individual y colectiva, material o fí­sica y mental o ideal, pasada, presente, futura.

La cuestión puede parecer mera palabrerí­a dialéctica, pero tiene alguna importancia en las materias o temas morales y doctrinales. Conceptos como justicia o virtud, como pecado o gracia, Iglesia o bautismo, son algo más que palabras. Sin embargo no son realidades tangibles, fí­sicas, que ocupan un lugar. Para entender esos conceptos hay que situarse entre el materialismo y el espiritualismo, entre el realismo exagerado y el nominalismo puro. Sin embargo fueron temas que inquietaron a Abelardo (1079-1142) y a Pedro Lombardo, a Juan de Salisbury y a San Anselmo, y por fin a Sto. Tomás de Aquino, a S. Buenaventura y Juan Duns Scoto.

Sto. Tomás formulaba la teorí­a del realismo moderado, o inteligente, en lenguaje preciso y sereno: existe en la mente lo que existe en la realidad, pero no siempre existe en la realidad lo que existe en la mente.

La forma de existir de la mente es diferente, aunque análoga no uní­voca, a la forma de existir en la realidad. Los términos abstractos tienen una existencia real: existe la humanidad, la justicia y la paz. Y existen porque existen los justos, los pací­ficos y los hombres reales.

Guillermo de Occam defenderí­a luego una interpretación conceptualista y resaltarí­a el valor de los «signos», como camino para entender las realidades. En medio de ambos, conceptos y realidades, están los términos.

Por eso los vocabularios son tan importantes para entender y explicar la vida, la realidad, la humanidad.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Con el término nnominalismo» se designa a una doctrina filosófica según la cual los universales o conceptos generales son simples términos abstractos que designan conjuntos más o menos vastos de realidades individuales.

El nominalismo niega, por consiguiente, que los universales puedan subsistir como realidades anteriores o independientes, puestas en las cosas o fuera de ellas, y -en la medida en que tiende a considerar como reales únicamente a las individualidades concretas- pone en duda la misma posibilidad de conceptos universales.

El término nominalismo fue utilizado por los historiadores de la filosofí­a para indicar una solución particular a la disputa sobre los universales, que se mantuvo durante el siglo XII entre los pensadores escolásticos; sin embargo, el problema de los universales representa una de las cuestiones constantes en la historia de la filosofí­a; el primer debate entre soluciones nominalistas y realistas tuvo lugar entre los sofistas (Gorgias y Antí­stenes) y la escuela platónica. En el ámbito dé la filosofí­a antigua, la contribución principal a la elaboración del nominalismo se debe a la escuela estoica con la definición del significado de los términos -significado que se distingue del simple sonido sensible- como algo abstracto, incorpóreo, que no existe propiamente hablando.

En el pensamiento medieval volvió a plantearse el problema con el estudio de la lsagoge de Porfirio (232-303), en la que se suscitaron, pero quedaron sin resolver, los problemas de la existencia real de los géneros y de las especies, de si se trata de entidades corpóreas o incorpóreas, de si están o no separados de las cosas sensibles. En el ámbito de las soluciones nominalistas la posición más extrema es la que se atribuye comúnmente a Roscelino (t 1125), que resulta difí­cil de interpretar dada la escasa entidad de los informes que de él tenemos y la nube de polémicas que suscitó. Roscelino habrí­a sostenido que los universales son puros nombres, flatus vocis, mientras que la realidad verdadera, concreta, pertenece únicamente a los individuos que conocemos. Una forma de nominalismo más moderado es la que sostuvo Abelardo (1079-1142), cuya doctrina presenta, sin embargo, aspectos bastante complejos que han movido a algunos historiadores a negarle la calificación de nominalista.

Las posiciones de Roscelino y de Abelardo provocaron fuertes reacciones por parte de las autoridades eclesiásticas, que temí­an las consecuencias negativas que estas ideas podí­an suscitar en los contenidos teológicos.

En efecto, se intuí­a el riesgo de que las doctrinas nominalistas vaciaran de densidad ontológica los términos clave de la teologí­a y de la metafí­sica cristiana; en particular, el nominalismo avalaba la herejí­a triteí­sta, que de hecho fue defendida por Roscelino.

Los aspectos positivos de las diversas posiciones sobre los universales encontraron una armoniosa sí­ntesis en el realismo moderado de santo Tomás, pero luego, en la Escolástica tardí­a, el nominalismo volvió a cobrar vigor con la lógica de los términos de Occam. La unión entre las tendencias nominalistas y empiristas en el pensamiento de Occam tuvo como consecuencia una acentuación de la separación entre el pensamiento lógico-filosófico y los contenidos de la fe, y su planteamiento filosófico ejerció una influencia decisiva sobre el pensamiento posterior.

En la filosofí­a moderna el nominalismo fue sostenido con acentuaciones diversas por Hobbes (1588-1679), Locke (1632-1704) y de forma más radical por Berkeley (1685-1753), que negó la existencia misma de ideas generales y abstractas, afirmando que sólo existen ideas particulares, expresadas mediante nombres comunes. Así­ pues, la corriente empirista, reduciendo el concepto o la idea a ser una imagen sensible, siempre individual, lleva a una negación más radical de los conceptos universales.

Finalmente, en el pensamiento contemporáneo ha vuelto a proponerse el nominalismo en el programa neopositivista de una reforma radical de la lógica que, resolviendo los términos generales o abstractos en los elementos últimos, individuales, cree que es posible superar definitivamente los «pseudoproblemas » metafí­sicos. En este programa neoempirista encuentran plena expresión las potencialidades antimetafí­sicas del nominalismo que fueron surgiendo progresivamente a lo largo de la filosofí­a moderna.

A. Paris

Bibl.: E. Gilson, La filosofia en la Edad Media, Gredos, Madrid 1972, 197-242; A Dempf, Metafisica en la Edad Media, Gredos 1987, 268-284; E, Vilanova, Historia de la teologí­a cristiana, Herder, Barcelona 1987 821-8S6: P. P. Gilbert, Introducción a la teologí­a medieval, Verbo Divino, Estella 1993.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

La mejor manera de describir adecuadamente el conjunto de problemas del n., tanto en el aspecto objetivo como en el dinámico e histórico, es partir de la génesis histórica y exponer luego la postura que se puede adoptar actualmente.

1. El término n. alude a la disputa en torno a la calificación ontológica o metafí­sica del concepto universal durante los siglos xi y xii (cf. disputa de los -> universales). En estas disquisiciones se planteó de nuevo una cuestión que Porfirio (+ 304) habí­a dejado abierta en su Isagoge a las categorí­as de Aristóteles, obra accesible a la edad media en la traducción de Boecio (cf. PL 64, 84): ¿El genus y la species existen como realidades independientes o están sólo en el intelecto, se hallan separados de lo sensible o están en lo sensible? Es fácil reconocer que en esta cuestión se condensa toda la problemática de la filosofí­a platónica y aristotélica en su confrontación con las diversas formas de escepticismo. Aunque en las discusiones antes de Roscelin de Compigne, así­ como en éste mismo y, sobre todo, en Abelardo, aparecen en primer término los problemas de la lógica y del lenguaje, hay que reconocer, sin embargo, que la cuestión ontológica o metafí­sica, que representaba una crí­tica fundamental a la tradición filosófica y teológica, fue sentida como lo verdaderamente peligroso y sorprendente.

Sobre Roscelin no estamos informados con seguridad histórica. La idea corriente según la cual él defendió la opinión de que los universales no son más que flatus vocis (mera voz), está transmitida por su adversario Anselmo de Canterbury (De fide Trinitatis 2: PL 158, 265 A). Así­, pues, aunque eso de ninguna manera sea motivo para considerar a Roscelin como representante principal de un n., sin embargo, su «antirealismo» puede entenderse como el ataque inicial dentro de la escolástica contra el réalisme outré de los «platónicos» (en el sentido más amplio de esta caracterización [M. de Wulf]). Un n. al estilo de la teorí­a radical del flatus vocis tampoco lo defendió Abelardo, que fue discí­pulo de Roscelin (cf. sobre todo su obra Nostrorum petitioni sociorum, ed. B. Geyer). Su fórmula: universale est sermo o nomen (pero no vox), significa un distanciamiento del sensualismo craso y apunta ya a un «conceptualismo» (así­ Reiners, Vignaux, Gilson), es decir, a una lógica y teorí­a del conocimiento, todaví­a fundada ontológicamente, en que se concede al papel activo y productivo del intelecto humano en el hallazgo y conocimiento de las ideas y de la verdad misma más espacio que en el «realismo» de orientación platónica, y en que, por otra parte, queda superada la simplificación extrema de la teorí­a del flatus vocis.

Con ello aparece ya en Pedro Lombardo una tendencia al aristotelismo critico o, si se quiere, una posición media, como la que también adoptó luego Tomás de Aquino (cf. De ente et essentia, c. 4). En Guillermo de Ockham hallamos ya claramente un conceptualismo (Böhner); el acento se pone sobre las cuestiones acerca del condicionamiento y de la actividad humana en el proceso del conocimiento, es decir, sobre el lado de la subjetividad en general. En los detalles particulares divergen aquí­ las interpretaciones.

El análisis de los datos históricos muestra que el término n. es vago y apenas puede utilizarse. Muy probablemente, el n. nunca fue defendido en forma radical; más bien los realistas lo estilizaron dándole el valor de un limite negativo. Mas precisamente como tal fantasma siempre amenazante, como quimera, «el nominalismo» influyó de manera persistente sobre la filosofí­a de la edad media e influye también sobre la moderna. Todo pensamiento moderno, que parte de un empirismo crí­tico, está necesariamente en el horizonte de la perspectiva nominalista, y a menudo está también expresamente en el terreno del n.; en tal caso, con este titulo se indica abreviadamente la impugnación de la prioridad ontológica de la -> esencia en general (o de la idea, de la forma) y, a la vez, de la metafí­sica.

Hay que mencionar en particular aquella ancha corriente filosófica y teológica de los siglos xiv y xv que, siguiendo las huellas de Ockham, se entendió a sí­ misma como via moderna y adquirió gran eficacia. También aquí­ se habla de n. en un sentido muy diferenciado (cf. p. ej., Nicolás de Autrecourt, Pedro de Ailly, Gabriel Biel; véase una exposición más amplia en J. AYER: LThK2 vii 1020-1023). La problemática de esta «escolástica nominalista», a la que como es sabido se sentí­a ligado Lutero, estaba fundada en la crí­tica (con motivación lógica y epistemológica) del lenguaje de la metafí­sica, de la bí­blica y de la dogmática en general. Este lenguaje no fue interpretado ya como reproducción directa o por lo menos analógica de contenidos ontológicos, sino solamente como modo de hablar que corresponde más a la facultad cognoscitiva del hombre que al objeto mismo. Con ello se’ alcanzaba una posición que habí­a de hacer problemáticas las ideas tradicionales sobre la relación entre el pensar (hablar) y el ser, la ciencia y la fe, la filosofí­a y la revelación. La evolución condujo – en términos generales – a un realce más fuerte de la subjetividad, de la voluntad, de la libertad, y también de la experiencia y de lo positivamente dado (de lo particular), que de lo histórico.

2. La posición de los filósofos y teólogos católicos frente al n. ha sido hasta ahora predominantemente de repulsa (cf. Grabmann, Steinbüchel, Wust, v. Balthasar y otros). Ingenuamente se hace responsable al n. de la reforma protestante y de su teologí­a («no ontológica») y, por añadidura, de la moderna filosofí­a crí­tica y antimetafí­sica, y hasta de la emancipación de la edad moderna en general. Consecuentemente, la llamada «resurrección de la metafí­sica» y el nuevo descubrimiento de los «valores» en la primera mitad del siglo xx fueron saludados como el esperado giro anticrí­tico y antinominalista. Frente a todo ello hay que comprobar desapasionadamente que aquella renovación de la filosofí­a tradicional, señaladamente de la alta escolástica, no logró imponerse más allá del recinto del «filosofar cristiano». La moderna filosofí­a del lenguaje, de tipo logí­stico y neopositivista, el existencialismo y también el marxismo están resueltamente del lado del nominalismo.

En cuanto el n. – no importa bajo qué variante – pone siempre sobre el tapete la problemática metafí­sica, y la metafí­sica acaba en sus aporí­as, en consecuencia la cuestión central del n., la cuestión del valor ontológico del concepto, no puede resolverse definitivamente. Si se mira, empero, a la marcha histórica del filosofar, no es difí­cil reconocer que el n. – aunque sea como un fantasma – ha sido y sigue siendo una fuerza estimulante y liberadora. De ahí­ la necesidad de llegar a una valoración positiva de la función del n. – o más exactamente, del conceptualismo – dentro de la historia del espí­ritu, sin interpretar negativamente el aporismo metafí­sico, ni entregar la teologí­a a una «dialéctica» inmotivada «decisionista». Esto significa que la amplia problemática insinuada con la palabra n. conserva su actualidad, aunque el término n. se haya mostrado como histórica y objetivamente insuficiente.

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Heinz Robert Schlette

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica