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NUEVA EVANGELIZACION

NUEVA EVANGELIZACION

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Concepto que se ha ido divulgando a partir de la demanda de Juan Pablo II en su glosa sobre esta expresión en repetidas ocasiones. En su visita a Puerto Prí­ncipe, Haití­, el 9 de Marzo de 1983 recogió el término de Pablo VI en la Exhortación Evangelii nuntiandi cuando hablaba de Marí­a, la «estrella de laevangelización renovada».

En 1979, en el documento preparado para le reunión de los Obispos latinoamericanos, (CELAM) tenida en Puebla de los Angeles, se dedicó el capí­tulo primero a disponer la reflexión sobre la nueva evangelización que América y el mundo necesitan.

El documento episcopal preparado para el encuentro de Santo Domingo, conmemorativo del V Centenario de la evangelización de América, en Octubre de 1992, volvió a reflexionar sobre la necesidad de una nueva evangelización, haciendo una clara definición del concepto y tratando de hacerlo algo operativo y dinámico. «Nueva evangelización es el conjunto de acciones, medios y actitudes aptos para colocar el Evangelio en diálogo activo con la modernidad y con lo postmoderno» (n. 24)

A partir de estos planteamientos la idea de que el mundo ha entrado en fase nueva y de que la Iglesia debe sentirse en disposición de adoptar nueva forma de evangelizar ha ido ganando terreno en los ámbitos pastorales y ha ayudado a formular esa necesidad de hallar, en palabras de Juan Pablo II, «nuevos métodos, nuevas expresiones y nuevo fervor en los apóstoles y en los enviados.»
1. Cambios y evangelización
La nueva evangelización no es una revolución o cambio radical, pues la Iglesia y sus miembros, conscientes del mandato de Cristo (Mt. 18. 16-20; Mc.16. 15), nunca han dejado de Evangelizar a «todo el mundo».

Pero en su caminar terreno de dos milenios, la labor evangelizadora ha atravesado ciertos perí­odos que han precisado cambios pastorales portentosos. Tal aconteció cuando en el siglo VI los pueblos bárbaros invadieron y transformaron la Europa romanizada, cuando en el siglo XVI la revolución protestante convulsionó las relaciones y desencadenó sangrientas guerras de religión; cuando a finales del XVIII la revolución francesa y sus efectos napoleónicos rompieron las monarquí­as de Europa y nació el laicismo.

Cuando a finales del XIX estalló una acelerada revolución industrial y la competitividad mercantil inició una carrera alocada la Iglesia, como en tránsitos anteriores hubo de hacer incómodas adaptaciones.

2. Rasgos del mundo actual
En los tiempos actuales el hombre atraviesa una transformación original, radical, imprevisible y a veces desconcertante. Nunca como hoy cambios culturales han sido tan dasafiantes y las incógnitas éticas tan acuciantes.

Pero, en medio de todo lo que acontece, la Iglesia sigue y seguirá siempre ofreciendo el mensaje que ella recibió y dará luz a los hombres en su caminar cotidiano en medio de los hombres. Lo hará con espí­ritu nuevo, con una savia joven que fecundará con el Espí­ritu de Dios las nuevas realidades. Por eso se pregunta por el efecto de los hechos transformadores del mundo presente, entre los cuales observa algunos de ellos con especial atención. Una explosión demográfica impresionante hace que el mundo sea demográficamente joven y que exista la contradicción de islas, o naciones, envejecidas, al menos en relación a las más fértiles.

– Los medios de información masiva, sobre todo audiovisual, hacen necesaria la superación de la mera palabra oral y escrita por una experiencia directa o indirecta de lo que en el mundo se ve y se valora por medio de la imagen.

– La revolución tecnológica sin precedentes, sobre todo en el área de las comunicaciones, ofrece a los hombres artilugios asequibles, admirables, pragmáticos, versátiles y cambiantes.

– Una globalización o interdependencia sorprendente invade al mundo. La globalización, o interinfluencia de los pueblos, de los Estados y de las personas, hace que la mayor parte de las cuestiones o de los problemas locales traspasen unas fronteras que cada vez son más permeables: al terrorismo, a las enfermedades, a las modas, a los lenguajes, a las preferencias, a los sistemas comerciales.

– La movilidad social que en otros tiempos se denominaba emigración convierte a grandes masas de hombres en peregrinos que abandonan sus lugares de nacimiento y por el trabajo, por la guerra, por los cambios de fortuna o por el deseo de mejora, abandonan las zonas rurales y acuden a masificar las zonas urbanas; o se marchan de unos paí­ses a otros en espera de hallar mejores formas de vida. Muchos lo hacen en realidad, pero son muchos millones más lo que desearí­an hacerlo y viven con el sueño de un dí­a conseguirlo.

Estos fenómenos instrumentales originan irreversiblemente tres condicionamientos ideológicos confluyentes:

– Unas formas frágiles de pensar condicionan sistemas de vida y de relación humana despersonalizados, egocéntricos y frecuentemente desconcertantes.

– La desacralización de las mayor parte de las tradiciones y los efectos del secularismo, del laicismo, del subjetivismo en todo lo referente a lo religioso ponen en entredicho los postulados de la fe cristiana, sobre todo si se la sitúa en contraste con el amplio abanico de ateí­smos, pragmatismos, materialismos, agnosticismos y escepticismos hoy extendidos.

– Una convulsión ética incomprensible pone entredicho los criterios tradicionales y hace que los grandes problemas morales (bioéticos, ecológicos, cosmológicos, sexuales, fí­sicoquí­micos) reclamen directrices que no siempre son concordes con el Evangelio auténtico y que no resultan tolerables a la luz de la vocación trascendente del hombre. 3. Respuesta evangelizadora
Ante este mapa de situación, la Iglesia se pregunta cómo acomodarse al mundo de hoy en acelerada y convulsiva transformación moral y cómo puede actuar para cumplir su misión. Se interroga cómo introducir el mensaje de Cristo en medio de esta nueva situación tecnológico, ideológica, globalizadora del mundo y cómo debe lograr que el hombre ilumine su vida con los grandes principios del cristianismo, como quiso Jesús.

– Siente que armonizar la tecnologí­a con el Evangelio no es difí­cil: Dios es compatible con los programas informáticos, con los espectáculos televisivos y con la red de la telefoní­a móvil. A través de esos recursos puede hacerse presente el mensaje de la otra vida, recordarse la necesidad de amar al prójimo y reclamar para todos los hombres la justicia social, la paz y el progreso moral.

– Pero intuye y experimenta que no es tan fácil armonizar el Evangelio con el secularismo radical, que reduce a mitologí­as todas las creencias religiosas; o advierte que resulta fatigoso identificar la verdad con sistemas éticos que, como el mahometismo, siguen infravalorando a la mujer con respecto al varón; o que, como el judaí­smo, siguen considerando la venganza un deber so pretexto de ser Dios el que manda destruir a los enemigos; o incluso que, como el hinduismo, sigue esperando en un nirvana (parálisis estática de la existencia) como final pasivo de la emigración de las almas y no como un cielo activo y personal en el que se seguirá amando a Dios, Señor del Universo.

– Incluso la Iglesia no ve claro cómo pedir amor a los enemigos en un mundo castigado por el terrorismo y multitud de focos de violencia: o cómo pedir mejor reparto de la riqueza de la tierra en medio de una sociedad tan consumista y a pesar de las empresas multinacionales opresoras que aspiran a la hegemoní­a en los servicios y en los beneficios.

– Sabe que tiene que hablar de virtudes tales como castidad, responsabilidad, honestidad, austeridad, sobriedad y lo hace en medio de una revolución sexual que demanda separar el placer de la reproducción, que juega con el embarazo en sus leyes como si de una mala digestión se tratara, que predomina una sociedad tan hedonista que todo los somete a los medios del marketing comercial y a la equiparación de felicidad con despilfarro.

– Y además tiene que hablar de comunidad, de fraternidad, de intimidad familiar, de oración compartida en macrópolis de millones de habitantes, en las cuales se alzan rascacielos lujosos en las cercaní­as de millones de habitantes que habitan en barrizales y no tienen luz eléctrica, agua corrientes y menos comida diaria.

Sin embargo la Iglesia tiene que seguir evangelizando en medio de todas estas contradicciones. Y se siente responsable de hacer el milagro de que los hombres escuchen el mensaje y, sobre todo, que lo apliquen en sus vidas.

Sabe que evangelizar es seguir invitando a vivir el amor real al prójimo, superando las simples palabras de solidaridad. Intenta conseguir más justo reparto de la riqueza del mundo y aspirar a superar todo género de injusta explotación y extorsión. Esto no se consigue con sólo aconsejar paciencia en espera de que la justicia se haga en el juicio final; exige que la fe vaya acompañada de obras buenas y no se reduzca a un mero sentimiento de confianza en la Providencia.

La nueva evangelización pretende anunciar lo siempre dicho, con palabras agradables y no con amenazas; supone acoger los cambios con dominio y con esperanza y no sólo con curiosidad y con resignación; conduce a seguir anunciando la venida de Jesús con visión viva de su presencia actual en medio del mundo y no con perspectivas de erudición histórica sobre una figura que vivió hace dos milenios.

4. Campos nuevos y originales

Todo lo dicho vale para cualquier rincón del mundo, desde la aldea tropical del Amazonas o del desierto australiano hasta el centro de una megalópolis moderna o la cátedra de la mejor universidad de Occidente. Todos son iguales ante el mensaje de la salvación.

Pero es evidente que es preciso adaptarse a la realidad del mundo actual. Es verdad que hay rasgos comunes al universo entero, pero las zonas de la tierra presentan suficiente complejidad para que sea preciso adaptación.

El término de «evangelización» y el adjetivo «nueva» resuenan con cierta originalidad en cada área cultural y espiritual. Los educadores deben situarse, realizarse, encarnarse y comprometerse con cada pueblo real.

4.1. La vieja cristiandad
Europa, Norteamérica, zonas urbanas de Australia y áreas desarrolladas de la costa asiática del Pací­fico, han sido abatidas por el virus del agnosticismo pragmático, de la indiferencia espiritual, del hedonismo anexo al desarrollo industrial. Han abandonado, sin apenas advertirlo, los ideales que durante siglos configuraron la vida de sus habitantes.

Fueron territorios cristianos (católicos, evangélicos, anglicanos) que discutí­an sobre quien tení­a la verdad evangélica. Pero en tiempos recientes hasta dejaron de discutir tal asunto, pues altos porcentajes de sus habitantes se dieron cuenta de que estaban circulando por sendas de indiferencia religiosa, de agnosticismo total, de claro ateí­smo práctico. Lo disimularon creando una cultura del laicismo y justificando un secularismo como progreso integral. Pero en realidad se trató del abandono total del Evangelio.

La Iglesia se pregunta en estos lugares cómo proceder para una nueva Evangelización. Sospecha que va a ser difí­cil una «recristianización» en forma de retroceso al pasado, pues sabe que la Historia es, por su misma naturaleza, «irreversible» y que las poblaciones se han alejado masivamente del Evangelio.

Nueva Evangelización en estos lugares llenos de arte, de literatura, de monumentos y nomenclaturas, de tradiciones cristianas supone reelaborar otras formas de anunciar que Cristo ha resucitado. La Iglesia sigue ansiando que haya muchos ciudadanos que vivan según las demandas de su mensaje.

Evangelizar exige primero recapacitar en la importancia de volver a las propias raí­ces espirituales y eso no es posible para una población hecha de hombres que siempre tienen prisa, que necesitan dinero o satisfacciones materiales, que hasta no quieren hijos, o los quieren escasos, para no perder el nivel de vida y el ritmo de gasto o crear ataduras estables en el hogar pues el lugar en que se vive se mira más como residencia que como familia. Puede parecer un panorama sombrí­a, pero todos saben por experiencia que es real.

Nueva evangelización en estos lugares es equivalente a pedir sinceridad y austeridad; es ayudar a la juventud a asumir los valores trascendentes y a no esconder su soledad espiritual en el alcohol, las drogas, el sexo libre, las habilidades cibernéticas, el espiritismo negro o la curiosidad de participar en sectas orientalistas; es reclamar madurez para dar parte de lo que se tiene de sobra a quien carece de todo.

Pero esa ayuda neoevangelizadora no se presenta con lamentos y nostalgias, con palabras paternales y moralistas, con amenazas de trastornos y frustraciones. Sólo se logra con ofertas prácticas: participación en voluntariados generosos, compromisos con grupos activos, cultivo de una cultura abierta, lucha decidida por ideales personales y colectivos
4.2. La Iglesia latinoamericana
El mundo suramericano, por sus condiciones demográficas y su situación económica, es la parcela del catolicismo que más ha sufrido la transformación social en los últimos decenios. La doble capa poblacional que lo habita distorsiona moralmente el Continente. Está formada una por los privilegiados de la fortuna (un 10%), que viven un bienestar cercano al de paí­ses ricos y desarrollados. Y existe el otro 90% de personas pobres, entre los que la mitad se halla en los umbrales de la miseria o totalmente hundidos en ella.

Históricamente católicos, viven llenos de mitos, tradiciones religiosas, afectivas y expresivas. Saben que viven años de esperanza en cuanto cuentan con riquezas naturales que puede facilitar las mejoras sociales. Pero se hallan amenazados por explotaciones extranjeras de las que es difí­cil liberarse. Basta el dato estadí­stico de que más del 50% de los católicos del mundo se halla en Latinoamérica y que más del 50% de las 12.000 llamadas sectas religiosas operan en estas poblaciones, para entender por qué la Iglesia mira con inquietud y con esperanza al mundo latinoamericano y reclama para sus gentes una intensa «evangelización nueva».

Esa acción en este mundo ya no está en la maravillosa tarea catequí­stica de los primeros colonizadores, con sus franciscanos predicadores, con sus dominicos alentando universidades y sus jesuitas construyendo defensivas «reducciones» en las selvas amazónicas.

Es momento de reforzar una piedad atada a tantos santuarios marianos, a tantas fiestas, romerí­as y peregrinaciones, a tantas iconografí­as mágicamente atractivas que se extienden por el Continente entero.

El reforzamiento viene por un encuentro más limpio con la Palabra divina, por mayor conciencia pastoral autónoma, por una llamada insistente a salvar la familia estable, por una teologí­a liberadora que sea más creativa que revolucionaria, más práctica que especulativa y que vaya más directamente a la cabeza, donde se forjan los criterios, que al corazón, en el que bullen los sentimientos. Si todo esto se revitaliza, habrá nueva evangelización.

Entonces Latinoamérica, desde Florida y California hasta la austral Tierra de fuego, tal vez entienda que ha terminado de recibir oleadas de misioneros de fuera de sus fronteras y se ella la que comience a enviar legiones de misioneros a los otros continentes con generosidad.

4.3. La Iglesia negra

La evangelización Africa sigue senderos en parte similares, pero también diferentes, a los de Latinoamérica. La diversidad del continente en razas, culturas, religiones, zonas lingüí­sticas y en grandes intereses internacionales de neocolonización, hace que la tradicional evangelización basada en el proselitismo misionero un tanto agresivo, y polémico entre las religiones, se debilite en aras de nuevas exigencias humanas.

La nueva evangelización africana pasa por un incremento del respeto a las diversidades étnicas, en donde se armonice el respeto y la convivencia con las necesidades de superar las fronteras heredadas de la etapa colonial.

Es necesario fomentar la autonomí­a del clero diocesano y religioso y la nacionalización de las jerarquí­as, sobre todo católicas. Pero también es preciso recoger y preservar los beneficios de la cristianización promovida en el siglo XIX y en parte del XX, reconociendo lo que de positivo hubo. No se debe destruir lo recibido, a pesar de las luchas tribales y de las guerrillas alentadas por espúreos intereses comerciales (petróleo, diamantes, oro, cacao, cementerios nucleares) de las multinacionales norteamericanas sustitutorias de las europeas de la primera mitad del siglo XX.

Las diferencias entre el Africa negra, animista y cristiana, y el Norte africano, mahometizado desde hace siglos, convierte al mundo africano en un continente bicéfalo. La nueva evangelización reclama servicios, refuerzos, apoyos en el sur; y diálogo, rectificaciones y, a veces, exigencias, en el Norte. En todo caso reclama paciencia y tiempo, ideas claras y posturas nobles en ambos segmentos demográficos, a fin de que se armonice la oferta de fe con el respeto a las originales condiciones de las razas que pueblan el gran continente.

4.4. El mundo resistente El mundo árabe, o no árabe pero de fe islámica y mahometana, resulta el más resistente al diálogo interreligioso y en los tiempos recientes el más minado por fanatismos integristas y actitudes intransigentes.

Las naciones del bloque mahometano se hallan convulsionadas por un tremendo desajuste social. Minorí­as privilegiadas dominan en la mayor parte de las naciones la riqueza artificial y caduca de las materias primas. Mientras tanto, masas demográficamente explosivas sobreviven en la miseria. Valores como la democracia, la igualdad de la mujer, el respeto a las creencias ajenas, la igualdad ante la ley, la valoración suprema de la persona y de sus derechos fundamentales, se hallan conculcados por postulados o legislaciones medievales. El clericalismo manipulador, falsamente coránico, alienta las dificultades sociales con actitudes agresivas y defensivas.

Durante siglos la evangelización se ha estrellado contra tales lacras sociales y bloqueos ideológicos. La oscuridad ante el futuro no hace a la Iglesia abandonar el deseo de anunciar el Evangelio en estos ambientes y de mejorar su tarea mediante el diálogo, la comprensión, la colaboración en terrenos humanitarios.

Demanda el respeto a las minorí­as religiosas, entre las que se encuentran los cristianos herederos del pasado, aunque no sean católicos, como el caso de los ortodoxos. Observa con preocupación la explosión demográfica y la emigración abundante que se da hacia Europa y América. No encuentra fácil el camino de la colaboración por la poca receptividad de las masas sometidas a los desconfiados poderes clericales.

Rechaza la violencia y pide a los paí­ses de Occidente más aportación social y económica que militar. Sabe que tiene ante sí­ un desafí­o evangelizador nuevo y comprende las diferencias religiosas entre sunnies y chií­es, o entre los paí­ses más liberales y los dictatoriales.

4.5. El mundo desafiante
Es el de Asia, con sus grandes extensiones y con sus regiones y poblaciones diferentes, donde el mensaje cristiano ha entrado desde hace tiempo, ha progresado muy poco y hoy todaví­a se desarrolla con lentitud, empantanado en los barrizales mitológicos de tradición milenaria.

Es mundo diversificado. Hay más de mil millones de habitantes en la China de las mil facetas, cuyas actitudes arcaicas laten bajo un sistema que tiene ya más de neocapitalismo que de maoí­smo, aunque se disfrace de dictadura nacional.

Hay otros mil millones de habitantes en el mosaico de pueblos que forman la Unión India, en donde convive el hinduismo religioso con el budismo, el lamaí­smo con la jainismo y las diversas religiones animistas de las masas campesinas.

El fragmentado Sur del Continente, con sus diversos pueblos, razas y lenguajes y los reinos montañosos que se prolongan en el Asia Central, donde otros mosaicos de pequeños Estados recogen la herencia de la fallecida Unión Soviética, ofrecen situaciones tan diferentes que la Iglesia se sobresalta cuando tiene que atender a la emergente y fecunda Iglesia católica de India o redimir a los escondidos católicos cismáticos de la China, cuando tiene que entender a los rí­gidos mahometanos de las paí­ses ribereños del Caspio o rebuscar los restos portugueses y holandeses en el Pací­fico.

Nueva evangelización en estos lugares tan dispares presupone conocimientos, comprensión, adaptación, flexibilidad legislativa y, en lo posible, recuperación de la figura del viejo misionero a lo Francisco Javier con más de testigo que de predicador de aldea.

5. Campos evangelizables
El repaso de las diversas situaciones ayuda a entender que «Nueva evangelización» no es algo homogéneo en una Iglesia que culturalmente es cada vez menos romana y más católica pues se abre a diferentes situaciones mundiales. Es pues fácil entender que nuevas formas culturales, nuevos lenguajes, múltiples culturas, historias diferentes están tiñendo el mundo de colores hoy familiares y hace un siglo insospechados.

La Iglesia sabe que en todos esos ámbitos diferentes hay variables que inspiran sus preferencias pastorales: y que hay verdades irrenunciables y principios viejos que debe ser redefinidos con nuevos criterios de progreso espiritual.

Pero también sabe que la nueva evangelización no es simple cambio de ropaje, como no puede ser de ninguna forma alteración del mensaje esencial. Es hacer del anuncio el centro de nuevos estilos, de nuevas relaciones, de nueva reformulación de objetivos, de nuevas formas de presentar los esquemas sin engaños falaces y sin culpables omisiones.

En cada campo mundial de los citados hay que ofrecer la fuerza de la verdad revelada (Providencia, perdón, encarnación, redención, anuncios de resurrección, amor al hombre por el hombre). Pero hay que hacer la siembra de forma nueva para que la savia circule con fuerza y rejuvenezca los organismos: las familias, las parroquias, los grupos, los movimientos.

La Iglesia busca una acción pastoral en medio de los hombres que responda a las nuevas circunstancias del mundo.

– Quiere evangelizar no sólo con programas informáticos, sino con el reclamo a las exigencias sinceras de solidaridad internacional empezando por la local.

– Quiere acercarse a la diversidad de las culturas y aceptar la originalidad de cada lugar, sin «occidentalizar» a los orientales, ni europeizar a los africanos o «romanizar» a los asiáticos.

– Quiere proclamar la sinceridad de sus intenciones, sin disimular su postura ante postulados esenciales: el valor de la vida, la igualdad de los hombres, la dignidad de los enfermos o deficientes, la necesidad de libertad y la prioridad de los derechos humanos sobre los intereses.

– Busca asumir los lenguajes de la pantalla audiovisual o informática, como en otros tiempos asumió la importancia de las cátedras universitarias o la revolución de la imprenta.

– Se interesa por los foros internacionales, interculturales e interlingüí­sticos, como en otro tiempo se preocupó por situar en lugares asequibles los púlpitos.

– Quiere que a todos llegue la verdad para que no sea la ignorancia el muro que impida asumir con alegrí­a el mensaje de la Resurrección de Jesús y el anuncio de que volverá al final de los tiempos.

Y todos estos deseos para una «Nueva evangelización» requieren revisión de las formas en la plegaria y en la Liturgia, en las leyes y en el Derecho Canónico, en las relaciones internacionales y en la comunicación con las otras Iglesias.

Baste como sí­mbolo sorprendente de los nuevos aires evangelizadores que hasta el mismo Papa Juan Pablo II aceptaba una declaración conjunta de la teologí­a de la justificación que tanta ira generó en la iglesias protestantes (Declaración firmada el 31 de Octubre de 1999) y reclamaba una nueva manera de formular el Primado romano, incluso renunciando a sus modos históricos de hablar, para eliminar la irritación que produjo históricamente en los patriarcas de Antioquí­a, Jerusalén, Atenas, Constantinopla o Alejandrí­a. (Encí­clica «Ut unum sint»)

5. Nueva Catequesis
Por supuesto la Nueva Evangelización requiere una nueva forma y estilo de catequización y de educación de la fe. La nueva catequesis, eco directo y fecundo de la nueva evangelización, implica determinados condicionamientos:
– Se necesita superar las simples formas de adoctrinamiento religioso con la promoción de actitudes más conscientes, libres y responsables ante los postulados cristianos.

– La personalización de las actitudes deben superar los ideales de un cristianismo sociológico que hoy se resquebraja en muchos lugares.

– Al mismo tiempo la clarificación doctrinal se impone para no caer en una religiosidad de sentimientos difusos, la cual ha predominado mucho tiempo y generado ignorancia religiosa generalizada.

– Algo falló a veces en la catequesis si saben más del Ramadán los jóvenes islámicos que de la Cuaresma y de la Pascua los jóvenes católicos.

– No se trata de reducir la catequesis a cuestiones de comprensión y de explicación. Hay que reclamar más vida cristiana, hacer más hincapié en la práctica de la caridad con el prójimo que en la misma dominical, das más valor a la limosna que a las devociones particulares.

– La nueva catequesis no se reduce a explicar y persuadir sino que aspira a enseñar a manejar la libertad; es más importante amar con hechos que repetir fórmulas; supone más mira a los objetivos que a los contenidos.

6. Riesgos y demandas
Los tres riesgos que deben ser tenidos en cuenta en la nueva evangelización y en la nueva catequesis deben hacer reflexionar.

– El riesgo del vací­o. Conducir al abandonado de todo lo anterior por viejo sin sustituirlo por nada de valor, por inseguro, frágil y debilitado es peligroso. Con frecuencia acontece en las personas jóvenes: quitan todo lo anterior: imágenes, novenas, devociones, plegarias. Se quedan sin nada. Y al cabo de poco tiempo se defraudan por falta de respuestas, por abandonos inesperados. En vez de reconocer la torpeza cometida, se desengañan o comienzan a desahogarse con lamentos si es que ellos mismos con siguen los caminos de los alejados.

Por eso la evangelización debe acoger la piedad popular o las viejas tradiciones como punto de partida no como objeto de ataque.

– El riesgo del desconcierto y la carencia de una sabia «pedagogí­a del cambio» exige transformaciones graduales, sustituciones inteligentes, itinerarios pacientes y siempre la esperanza en lontananza.

Muchos de los procesos de secularización salvaje y de laicismos militantes en los ámbitos cristianos, no sólo católicos, sino sobre todo en ambientes anglicanos y evangélicos (protestantes) han estado estrechamente vinculados a minirrevoluciones religiosas. Temas disciplinares como el celibato opcional de los ministros ordenados, morales como la eutanasia pasiva, litúrgicos como la ordenación sacerdotal femenina, eclesiales como la elección democrática de Obispos, ha sido motivo de lucha en vez de ser objeto de discernimiento evangélico. La causa ha estado en la falta de sentido pedagógico en quienes los han planteado desde la dialéctica y no desde la caridad.

– El riesgo de la independencia de opinión, de la ruptura con la tradición, de la rebeldí­a contra el Magisterio conduce al cisma (ruptura) y a la herejí­a (error). Y ambos se producen si uno prefiere su opinión a la verdad, su libertad de expresión a su servicio a Dios, su amor propio y al verdadero amor al prójimo.

Puede haber un riesgo de ruptura cuando algunos aventureros se sienten incómodos en las estructuras eclesiales. Pero puede haber ruptura sutil, so pretexto de nuevas formas de evangelización, cuando algunos grupos, incluso católicos, se comportan como sectas (secta, corte, ruptura, apartamiento) displicentes con las mayorí­as o engreí­das con sus estilos aristocráticos o selectivos. Puede darse en grupos católicos que miran más a su yo colectivo que a la comunidad real de la Iglesia.

7. Esperanza y escatologí­a
La nueva evangelización es una necesidad, pero no de cara a las estadí­sticas eclesiales, sino con miras a la esperanza escatológica. Lo que la Iglesia ha recibido de Jesús no es la orden de convertir a todo el mundo al mensaje cristiano, sino el anunciar la verdad a los hombres.

Podrán ser muchos o pocos los bautizados, podrán aumentar o disminuir los que los aceptan y lo viven como opción personal. Pero lo importante es que los hombres tengan el mensaje del amor de Dios a su alcance y que se sientan libres para rechazarlo o aceptarlo.

Las formas de la «Nueva evangelización», que tantas veces hoy se proclaman como solución a los problemas eclesiales (suficientes ministros ordenados, vocaciones religiosas, sentido misionero de la Iglesia, oferta evangélica en ambientes no cristianos, mejora del rostro clerical de la Iglesia) podrán triunfar o fracasar. Lo importante no es el triunfo sino el servicio, no es la noticia televisiva sino la verdad proclamada.

Es lo que debe enseñar la nueva evangelización a los educadores de la fe. Lo importante es anunciar el Evangelio con fe y con esperanza. «El que invoca el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿cómo van a invocarlo sin creer en El? ¿Y cómo van a creer si nadie se lo anuncia? ¿Y cómo se lo van a anunciar si no hay mensajeros? Por eso está escrito: Bienaventurados los que traen las buenas noticias». (Rom. 10.14-15)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Orí­genes y alcance de la expresión

Pablo VI, en «Evangelii Nuntiandi» (n. 82) habí­a hablado de Marí­a como «Estrella de la evangelización renovada», urgiendo a poner los medios necesarios para preparar y adentrarse en el tercer milenio del cristianismo. La frase «nueva evangelización» fue glosada por Juan Pablo II, en Puerto Prí­ncipe, Haití­, 9 de marzo de 1983, con ocasión de empezar la novena de años para celebrar el quinto centenario de la evangelización en América Latina. La frase, en sí­ misma, puede tener un significado general, pero, de hecho, es una invitación a encontrar y suscitar nuevos métodos, nuevas expresiones y nuevo fervor de los apóstoles. El documento de Puebla (1979) habí­a hablado de «situaciones» que «requieren una nueva evangelización» (n. 366).

En sus visitas a los diversos Continentes, el mismo Papa Juan Pablo II habí­a matizado más la expresión con aplicaciones diversas asumir la propia responsabilidad en la evangelización del Continente (en Africa), presentar la experiencia contemplativa cristiana (en Asia), reevangelización desde las raí­ces culturales (en Europa y Occidente en general). Para América Latina, el Papa ha ido repitiendo la trilogí­a «nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión».

El documento de Santo Domingo (IV Conferencia General del CELAM, año 1992) dedica a la Nueva Evangelización el cap. 1 de la segunda parte, indicando que se trata de un concepto «operativo y dinámico» y dando una definición descriptiva «Es el conjunto de medios, acciones y actitudes aptos para colocar el evangelio en dialogo activo con la modernidad y lo postmoderno» (n.24). A continuación analiza el sujeto («toda la comunidad eclesial»), la finalidad («formar hombres y comunidades maduras en la fe y dar respuesta a la nueva situación que vivimos»), los destinatarios (todos los sectores), el contenido («Jesucristo, evangelio del Padre»), la modalidad («nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión») (nn.25-30).

A partir del hecho de que «sólo una Iglesia evangelizada es capaz de evangelizar» (n.23), el documento de Santo Domingo afirma «La nueva evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo toca todo y a todos en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento de salvación universal» (n. 30).

En el contexto de tres situaciones evangelizadoras

Se distinguen tres situaciones de la evangelización
pastoral ordinaria, nueva evangelización y evangelización «ad gentes» (RMi 33). La «nueva evangelización» tiende a la renovación de la comunidad cristiana (la de antigua cristiandad y también la más reciente) para hacerla responsable de la evangelización «ad intra» y «ad gentes». La «nueva evangelización» lleva a la evangelización «ad gentes». Efectivamente, «la nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal» (RMi 2).

La «nueva evangelización» se orienta a «una situación intermedia, especialmente en los paí­ses de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio» (RMi 33). Marí­a es «Estrella de la Primera y de la Nueva Evangelización» (Juan Pablo II y Santo Domingo n.15).

También tiene el sentido de una llamada a compartir los bienes, espirituales y materiales «La actividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto» (RMi 59). Así­ mismo, «la nueva evangelización comporta también el anuncio y la propuesta moral» (VS 107).

Respuesta comprometida

La nueva evangelización es una respuesta comprometida a la «nueva primavera» de gracia (RMi 2) o «nueva época misionera» (RMi 92). La comunidad eclesial se prepara no sólo por nuevos métodos y nuevas expresiones, sino principalmente por el nuevo fervor de caridad y comunión. Por este nuevo fervor, la Iglesia aparecerá como «nueva comunidad fraterna», encargada de ser comunión para construir la comunión universal «Jesucristo ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor» (GS 32; cfr. SRS 40).

Referencias Ambitos nuevos de evangelización, evangelización, misión, postmodernidad, renovación eclesial, signos de los tiempos.

Lectura de documentos RMi 2-3, 30, 33, 59, 72-73, 83, 85-86; CA 5; VS 107; EA 63; Puebla 366; Santo Domingo 23-30.

Bibliografí­a AA.VV., Il posto di Maria nella Nuova Evangelizzazione (Roma, Centro Cultura Mariana, 1992); B. CABALLERO, Bases de una nueva evangelización (Madrid, San Pablo, 1993); CELAM, Nueva evangelización, génesis y lí­neas de un proyecto misionero (Bogotá 1990); (Conferencia Episcopal Española) Impulsar una nueva evangelización (Madrid 1991); J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147; C. FLORISTAN, Para comprender la evangelización (Estella, Verbo Divino, 1993); P. GIGLIONI, Perché una «nuova» evangelizzazione Euntes Docete 43 (1990) 5-36; J. LOPEZ GAY, Il rapporto tra la «nuova evangelizzazione» e la missione «ad gentes» secondo l’enciclica «Redemptoris Missio» Seminarium (1991) n.1, 91-105; G. MELGUIZO, La nueva evangelización en el magisterio de Juan Pablo II, el CELAM y la preparación de la IV Conferencia, en Hacia la cuarta Coferencia (Santa Fe de Bogotá, CELAM, 1992) 163-180; R. OLIVEROS, Nueva Evangelización en el hoy de América Latina, Mensaje de la Conferencia Episcopal de Santo Domingo (México 1994); B. MONDIN, Nuova evangelizzazione dei paesi d’antica cristianití , en Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) 187-214; A. SALVATIERRA, Retos y factores de la Nueva Evangelización Lumen 40 (1991) 234-295; F. SEBASTIAN, Nueva Evangelización, cultura y polí­tica en la España de hoy (Madrid, Encuentro 1991); A. TROBAJO, Nueva Evangelización, Un proyecto práctico (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1994).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: 1 Evolución del contenido del término evangelización. – 2. Aportaciones de la teologí­a conciliar y postconciliar. – 3. Aportaciones de la teologí­a de la liberación. – 4. Qué es la nueva evangelización. -5. La situación actual y la evangelización: 5.1. Algunos rasgos culturales que conviene subrayar,. 5.2. Afirmaciones básicas paro la nueva evangelización; 5.3. Aspectos concretos que hay que potenciar en la nueva evangelización.

Estamos ante un tema decisivo y fundamental en la vida de la Iglesia; también ante una forma de entender la evangelización que tiene pocas décadas de historia. Y sin haber llegado a entender y vivir plenamente esta realidad tan rica, se nos habla de nueva evangelización. En Europa se reflexiona y apuesta por la nueva evangelización en un contexto sociocultural profundamente coloreado por el fenómeno de la increencia. Sentimos que hemos pasado de una situación eclesial de mantenimiento de la fe a otra situación en la que el problema más importante es suscitar y educar la fe. Las dificultades para evangelizar al hombre de hoy son muchas en un mundo complejo; al mismo tiempo, sabemos que en la tarea de la evangelización se juega el ser y la misión de la Iglesia (cfr. J. SASTRE, Evangelización en la misión y en la vida de la Iglesia, Sinite n.° 122, sep.-dic. 1999, 343-366).

1. Evolución del contenido del término evangelización
Los términos Evangelio, evangelizar, evangelizador, evangelización tienen una fuerte base bí­blica y fueron palabras muy queridas en las primeras comunidades cristianas. Tanto para los sinópticos como para San Pablo, Evangelio es «buena nueva», y evangelizar consiste en anunciar la «buena noticia» del Evangelio de Jesús de Nazaret. El núcleo de esta buena noticia es el amor misericordioso de Dios Padre que nos salva en el Misterio Pascual de Jesucristo. En los sinópticos, Jesús de Nazaret aparece anunciando el Reino de Dios como el meollo del Evangelio. El Padre ha enviado a su Hijo, y Jesús enví­a a los Apóstoles para continuar su misión con la fuerza del Espí­ritu Santo. Anunciar el Evangelio y anunciar a Jesucristo viene a ser la misma cosa (Hch 8, 4 y Hch 9, 20). En los Hechos de los Apóstoles vemos el dinamismo misionero de los apóstoles y de las primeras comunidades que van implantando y edificando la Iglesia en sitios muy diferentes. En todos ellos se une la proclamación de la Palabra con las obras y los testimonios, llaman a la conversión, celebran los sacramentos, y establecen los ministerios para alentar la vida de estas comunidades. El término misión serví­a para indicar la relación entre el que enví­a y los que habiendo sido llamados por Dios son enviados para la salvación del pueblo.

A medida que van pasando los siglos y se instaura el régimen de cristiandad, el término misión se va aplicando cada vez más a la acción de la Iglesia en otros continentes y con paganos. En este contexto surge la teologí­a y praxis de las misiones para la conversión de los no creyentes o para la salvación de los que están expuestos a la condenación eterna por la vida que llevan. En los años entre el final de la 2a Guerra Mundial y el comienzo del Concilio Vaticano II se produce un cambio significativo: poco a poco se va tomando conciencia del paso de una Iglesia que tiene misiones a una Iglesia en estado de misión, incluso en los paí­ses de vieja cristiandad. Las aportaciones de Liegé, Dewailly, Dournes, Chenu, De Lubac, Rahner, Schillebeecks, Congar y Moltmann, etc., fueron decisivas, pues dotaron a este nuevo enfoque de una sólida y adecuada fundamentación teológica (cfr. A. DE GROOT, La misión después del Vaticano II; Conc 36 (1968) 552-571; C. FLORISTíN, La misión. Boletí­n de publicaciones recientes: Past. Mis. 10 (1974) 78-82; ID. La evangelización, Conceptos Fundamentales de Pastoral, 1983, 339-351).

La Iglesia de Francia celebra en 1947 un encuentro que tiene como tí­tulo «Evangélisation». En la década de los 50 se divulga el término, sobre todo por parte de Liegé que insiste en los aspectos testimoniales y transformadores de la evangelización. Los fundamentos teológicos de la misión vigente hasta ahora aparecen como insuficientes, en sí­ mismos y en la terminologí­a empleada. En los años inmediatamente anteriores al Concilio Vaticano II se trabaja denodadamente por elaborar una buena fundamentación bí­blica de la misión. En los años posteriores al Concilio, la teologí­a del laicado, los movimientos y comunidades, la vuelta a los orí­genes y las aportaciones de la teologí­a de la liberación contribuyeron a clasificar y enriquecer el término evangelización.

2. Aportaciones de la teologí­a conciliar y postconciliar
La constitución Dei Verbum habla de la Revelación como la manifestación personal de Dios a los hombres; el hombre creado por Dios a su imagen y semejanza, por naturaleza y vocación es «capaz de Dios». Este designio amoroso de Dios se manifiesta plenamente en Jesucristo y se realiza por la acción del Espí­ritu Santo. La transmisión de la revelación por medio de la Iglesia es obra del Espí­ritu Santo; de este modo la Iglesia es sacramento universal de salvación (cfr. LG 48; A. 1; GS 45). En DV la fe es la respuesta a la Revelación (nn. 25); desde un punto de vista pastoral y, catequético, la fe se vincula más a la evangelización que a la Revelación. El decreto AG. dice que la Iglesia es misionera por su propia naturaleza; la Iglesia tiene permanentemente los medios de salvación, pero acentúa de forma gradual: presencia, diálogo y testimonio (nn. 11-12), anuncio del Evangelio e invitación a la conversión (n. 13), iniciación cristiana en el catecumenado (n. 14) y formación de la comunidad creyente por la celebración de los sacramentos y la estructura ministerial (nn. 15-18). «A cada circunstancia o estado deben corresponder actividades apropiadas o medios adecuados» (AG 6).

El Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (1972) recoge esta nueva visión y la plasma en lo que podrí­amos llamar «dinamismo de la evangelización»: «situaciones iniciales» (initia), «los desarrollos graduales» (gradus) y la situación de madurez de la vivencia de la comunidad cristiana. El Papa Pablo VI en Evangelii Nuntiandi (1975) hace aportaciones significativas y fundamentales a la realidad de la evangelización. La referencia a esta encí­clica sigue siendo imprescindible para reflexionar sobre la evangelización en el momento actual. Conviene subrayar dos aportaciones nucleares que hace la encí­clica: la «Iglesia existe para evangelizar» (EN 14) y transformar desde dentro a la humanidad; y la presentación de la evangelización como una realidad rica y compleja, con muchos elementos. A veces, alguno/s de los elementos que la integran tiene/n una importancia tal que fácilmente pueden identificarse con la acción evangelizadora; no obstante, «ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización». (EN 17). Es decir, debe desplegar «toda su integridad» (EN 28).

El proceso evangelizador está estructurado en etapas o «momentos esenciales» (C.T. 18): la acción misionera con no creyentes y los que viven alejados de la fe; la acción catequético iniciadora de los que animados por la conversión inicial quieren seguir a Jesucristo y los que necesitan retomar la iniciación; la acción pastoral con los creyentes que han madurado su fe y viven en comunidad. El Directorio General de Catequesis de 1997 asume plenamente la nueva comprensión de la evangelización y del proceso evangelizador, y ahí­ sitúa la etapa catequética subrayando la importancia del ministerio de la Palabra, el proceso de conversión en la vida de fe y las diferentes situaciones socio religiosas ante la evangelización.

3. Aportaciones de la teologí­a de la liberación
Apenas comenzada la etapa postconciliar, la 2ª Conferencia Episcopal Latino-americana (Medellí­n 1968) insiste en que la evangelización implica el compromiso con los pobres, explotados y oprimidos. De alguna forma se incorpora el que la evangelización tiene que ver con las dimensiones sociales, culturales y polí­ticas de la existencia humana, tanto a nivel personal como comunitario (cfr. D. VALENTíN, Evangelización, en Nuevo Diccionario de Teologí­a, 497-516; C. FLORISTíN, Concepto de evangelización, Not obr. 822-823 (1981-1982) 764-766; cfr. A. GONZíLEZ DORADO, La nueva evangelización y la mentalidad eclesial, Past Mis 177 (1991) 47-63).

Esta nueva concepción y enfoque supera la evangelización doctrinal y la evangelización kerigmática. Aparece con claridad cómo la evangelización de la Iglesia tiene que ser como la de Jesús de Nazaret; cómo confesar a Dios Padre y su Reino en las situaciones más deshumanizadoras. Para conseguir esto hay que purificar el mensaje cristiano de las ideologí­as dominantes y se han de valorar las caracterí­sticas de aquellos a los que se evangeliza. ¿Cómo conseguir una evangelización liberadora en el contexto socio-cultural concreto? Esta pregunta encierra la importancia del análisis crí­tico de la realidad sociopolí­tica en la que la Iglesia lleva a cabo su misión.

Se da una importancia grande a la dimensión práxica de la fe que vincula la evangelización a la liberación integral de la persona y de las personas. En esta perspectiva se entienden las virtudes teologales: la fe auténtica se valida en la praxis liberadora, la caridad se comprende con dimensiones sociopolí­ticas, y la esperanza lleva a trabajar denodadamente para que el Reino de Dios tenga más acogida en este mundo. La categorí­a teológica del Reino de Dios ha ayudado sobremanera a esta concepción de la evangelización: el Reino de Dios proclamado por Jesús conlleva la justicia y el derecho para los pobres, y llama a todos a cambiar los corazones para que aparezcan los frutos de la nueva humanidad.

4. Qué es la nueva evangelización
En 1969 en Medellí­n, aparece la expresión «nueva evangelización» por vez primera; se retoma en Puebla (1983) por boca de Juan Pablo II; después en Haití­ (1983) y en 1984 en Sto. Domingo cuando se inicia el novenario preparatorio al V centenario de la evangelización de América Latina. Juan Pablo II en Estrasburgo habla de la nueva evangelización para Europa, y en el sí­nodo de Europa se aborda la cuestión fundamental: ¿cómo evangelizar en Europa a finales del siglo XX? Las diferentes Conferencias Episcopales se han hecho eco de esta misma preocupación. En general, se ha venido hablando de la «nueva evangelización» como un proyecto nuevo, en elaboración, para toda la Iglesia, y en el que está empeñada toda la Iglesia según las peculiaridades de cada Iglesia local. En el magisterio de Juan Pablo II encontramos tres aproximaciones progresivas y complementarias al concepto de nueva evangelización:

En 1984 en Sto. Domingo el Papa se sitúa en esta óptica: está naciendo un mundo nuevo, interdependiente en muchos aspectos. Ante este fenómeno de globalización, el Papa habla de que la nueva evangelización tenga como horizonte la «civilización del amor». Esta formulación fue empleada por Pablo VI para hablar de la categorí­a teológica del Reino de Dios en términos sociopolí­ticos. Juan Pablo II utiliza en SRS la expresión «cultura de la solidaridad»; esta propuesta la hace el Papa después de analizar las sangrantes situaciones de explotación y marginación que se dan entre el Norte y el Sur. El gran reto de la evangelización consiste en promover una forma nueva de entender las relaciones humanas y las estructuras sociales desde los valores evangélicos que propician la civilización del amor.

En la encí­clica «Redemptoris Missio» Juan Pablo II tiene en cuenta a las Iglesias de vieja cristiandad que cuentan nominalmente entre sus miembros a muchos alejados que viven, en la práctica, como no cristianos. En algunas zonas de América Latina también se da de forma alarmante el problema de los nuevos movimientos religiosos y de las sectas. Para el Papa, en estos contextos, el objetivo prioritario de la nueva evangelización consiste en testimoniar, de modo profético y martirial, a Cristo Resucitado, presente y actuando en unas sociedades que fueron vivas en otro tiempo, y que conservan las raí­ces cristianas en su cultura.

En la encí­clica sobre los laicos, ChFL, en el n° 34 se presenta una óptica nueva para comprender la nueva evangelización: la renovación de las comunidades eclesiales para que sean signo de evangelio y transformación social. Esto no será posible sin primar como objetivo principal en la evangelización la desembocadura comunitaria de los procesos catecumenales y la formación de comunidades eclesiales convertidas, encarnadas en la realidad y comprometidas con los problemas humanos.

Si sintetizamos los tres enfoques podemos decir que la nueva evangelización tiene como horizonte la civilización del amor, y desde ahí­ tanto para evangelizar a los alejados como para construir el Reino en una sociedad descristianizada, necesitamos de comunidades cristianas maduras en su fe, entusiasmadas con el Evangelio, con un estilo de vida alternativo y generadoras de cultura cristiana. La renovación de las comunidades supone volver a beber en los orí­genes, el análisis de la realidad para ser alternativa de vida, la vida de comunión y corresponsabilidad, y el compromiso con los más desfavorecidos.

Los grupos sólo llegarán a ser comunidades maduras a través de procesos catecumenales donde tengan una experiencia afectiva de Dios, de los valores del Evangelio, de la fraternidad y del compromiso transformador. Esta es la tarea prioritaria en la evangelización, pues de ella dependen los demás aspectos del proceso evangelizador: la convocatoria misionera de catequesis y la animación de las comunidades locales.

5. La situación actual y la evangelización
«Los cristianos, insertos en los más diversos contextos sociales, miran al mundo con los mismos ojos con los que Jesús contemplaba la sociedad de su tiempo» (DGC 16). Jesús mira la realidad desde dentro de la humanidad y su historia, atento al proyecto salvador del Padre y con una actitud profundamente esperanzada. Sabemos, como creyentes, que en todo acontecer humano está la acción creadora del Padre, la presencia del pecado y la fuerza definitiva de la Pascua que lleva la realidad humana a la «plenitud escatológica».

5.1. Algunos rasgos culturales que conviene subrayar:

En nuestro mundo se valora la dignidad humana y los derechos humanos que de ella se derivan; al tiempo, se sigue conculcando la dignidad humana de la forma más abusiva en uno y otro lugar.

Una cultura globalizada desde la ciencia y la técnica, la economí­a y los medios de comunicación. En este contexto se revalorizan también las culturas autóctonas en lo que tienen de localismo.

La situación de pobreza y marginación en la que vive una parte muy significativa de la humanidad, y con pocas posibilidades de salir de ella. En el modo de situarnos los creyentes ante esta realidad se juzga gran parte de la credibilidad del cristianismo entre nuestros contemporáneos.

El reduccionismo que supone el intento de explicar al hombre y al mundo por sí­ mismo. Esto confiere una peculiaridad a la consideración religiosa y moral del ser humano, pues se da un «oscurecimiento de la verdad ontológica de la persona humana… Se asiste así­, en muchas partes, a un «relativismo ético que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral» (VS 101; cfr. EV 1920) (DGC 23).

Entre los creyentes ha habido avances muy positivos en la forma de entender la experiencia de Dios Padre, la persona de Jesús, la vida eclesial y el compromiso social de la fe. En la práctica, hay varios tipos de cristianos; los que viven al margen de la fe aunque se sigan sintiendo creyentes, los que viven en la religiosidad popular, los practicantes con la formación religiosa recibida en la infancia, y los bautizados convertidos que viven la fe en comunidades encarnadas y comprometidas. Cada uno de estos grupos exige una forma distinta de evangelización.

Están apareciendo estudios en los que se habla de la «metamorfosis de lo sagrado» para referirse al cambio de horizonte de lo religioso y a la forma misma de creer, más subjetiva, inmanente y desinstitucionalizada. Este dato implica un replanteamiento de la forma de entenderse, situarse y actuar la Iglesia como tal.

5.2. Afirmaciones básicas para la nueva evangelización
La evangelización es quehacer de todos los cristianos y para todos los cristianos. «La Iglesia existe para evangelizar» (EN 14) y la evangelización tiene que ver con el proceso que engendra y desarrolla la fe a través de varios momentos y aspectos unidos intrí­nsecamente entre sí­: «anunciad», «haced discí­pulos y enseñad», «sed testigos», «bautizad», «haced esto en memoria mí­a», «amaos unos a otros». Si este es el camino de la maduración de la fe, la evangelización engloba tanto el anuncio a los no creyentes, la edificación y consolidación de las comunidades existentes, y el proceso catecumenal que siguen los que hacen la iniciación cristiana o la retoman para renovarse interiormente. El mensaje de Jesús afecta a todos los niveles de la existencia humana: la respuesta de la fe como sentido de la vida, la conversión al Reino como estilo de vida y el compromiso sociopolí­tico para cambiar la realidad de los más desfavorecidos de la humanidad.

La evangelización continúa la obra de Jesucristo, «el primer evangelizador» (EN 7). La persona de Jesús, su mensaje y su causa son las referencias del contenido de la evangelización, así­ como de su pedagogí­a. La evangelización consiste en realizar con palabras y obras la salvación realizada en y por Jesucristo. Todos son invitados a acoger la «buena nueva», pero no todos aceptan en su corazón el plan de salvación del Padre revelado y comunicado en el Hijo por la acción del Espí­ritu Santo. La misión fundamental de Jesús de Nazaret fue el anuncio y la realización del Reino de Dios; la Iglesia y las comunidades cristianas que la integran deben configurarse según las exigencias del Reino que se puede sintetizar en el espí­ritu de las Bienaventuranzas y las virtudes teologales. Por este camino, el evangelizador y el evangelizado irán identificándose con Jesucristo para intentar pensar, sentir y actuar como El lo hizo hasta que «Dios sea todo en todos».

«Los pobres son evangelizados». Debemos partir de dos constataciones: en el mundo actual hay muchos pobres porque han sido empobrecidos por poderes y estructuras; y el Hijo de Dios se hizo pobre y se dirigió preferencialmente a los pequeños, excluidos, enfermos y pecadores. En la historia de salvación los pobres tienen significativa relación con Dios, porque el Dios trinitario quiere que todos los hombres sean sus hijos, iguales en dignidad y posibilidades. «Por esta sola razón, los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aún escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama» (Puebla 1142).

Jesús ha venido para evangelizar a los pobres; como dice Pablo VI en EN. Estas palabras tienen un gran alcance, pues la prueba de que ha llegado y está llegando el Mesí­as y su Reino es que se anuncia la Buena Noticia a los pobres. Mt. 25, 3136 es una elocuente invitación a no quedarse en qué del Reino, sino a intentar llegar a los cómos que hacen real y concreta la fe verdadera. Cristo nos consiguió la revelación «en pobreza y en persecución». (cfr. L.G. 8c), si éste ha sido el camino de Cristo debe ser también el camino de la Iglesia evangelizadora. La preocupación que los cristianos tenemos de evangelizar a «todo hombre y a todos los hombres», se asegura de manera más plena si vemos la realidad y situamos nuestro corazón y nuestros pies en la «muchedumbre inmensa» de despojados que van «como ovejas sin pastor» en la miseria más absoluta y la privación de los derechos humanos más elementales. Cuando los pobres están en el corazón de la Iglesia ésta es más y mejor «sacramento de salvación» para el mundo. El evangelizador es también evangelizado por el mensaje y la causa de Jesús, el evangelio de los pobres, que adquiere rostro en los pobres concretos y nos pide una respuesta audaz y profética para que la fe cristiana sea más creí­ble.

De las comunidades cristianas y de la capacidad de crear comunidad depende la eficacia de la evangelización. En la sociedad actual se valoran más los hechos que las palabras. El talante evangélico de las personas y de las comunidades es el requisito fundamental para que las palabras tengan resonancia y pueda ser posible el «ven y verás». La evangelización tiene que ver directamente con la iniciación cristiana, y ésta con la vida de la comunidad cristiana. La maduración de la fe y el proceso de conversión se dan en el paso de una existencia despersonalizada a sentirse miembro activo del Pueblo de Dios, y a formar pequeñas comunidades que trabajen por el Reino.

En este intinerario de fe la comunidad que convoca, acompaña y acoge es fundamental para que el proceso evangelizador desemboque en la formación de pequeñas comunidades que, en comunión y servicio, remueven y alienten la vida de las comunidades locales. El sentido comunitario de la fe debe llevar a un modo nuevo de entender el estilo de vida y de relaciones de aquellos que se sienten cristianos. Y desde aquí­, las comunidades puedan ser alternativas de vida por los valores que encarnan y potencian, tales como el compartir, el discernimiento, la disponibilidad, la presencia en lugares necesitados, el modo de valorar los bienes y el tiempo, los proyectos que se sostienen, etc., etc. La fe está llamada a hacerse cultura, es decir, modo normal de entenderse, vivir y relacionarse.

La evangelización tiene presente los retos sociales y la identidad cultural del pueblo. Como bien señala Casiano Floristán una de las tentaciones frecuentes de la teologí­a es relacionarse y expresarse con los esquemas propios de la cultura académica, es decir, la dominante. Cuando el pensamiento teológico se lleva a la pastoral y la catequesis, hacemos una teologí­a popularizada, pero no popular (C. FLORISTíN, Conceptos fundamentales de Pastoral, Evangelización, Cristiandad, 1983, 348-349; cfr. J. SOBRINO, ¿Qué es evangelizar? MisAb (1985/3); cfr. L. BOFF, La nueva evangelización. Perspectivas de los oprimidos, Sal Terrae, 1990). A esta peculiaridad cabrí­a añadir el hecho de que el contexto sociocultural actual es poco facilitador de la formulación y expresión de la fe cristiana. Por lo mismo, la evangelización debe tener presente al mismo tiempo los retos sociales y la identidad cultural del pueblo, que como sustrato existencial más o menos solapado sigue estando presente, al menos, en las vivencias principales de lo humano. Este doble reto, que aunque va unido en la práctica, no se puede confundir, supone estar atento a lo siguiente:

El análisis de la realidad y la lectura de los signos de los tiempos están muy mediatizados por el lugar social en el que los teólogos, pastores, evangelizadores y educadores de la fe nos situamos, pues actúa como precomprensión hermenéutica de la realidad social y de los datos de la fe. Una vez más, hay que escuchar la Palabra de Dios desde «los gritos de los más pobres»; ahí­ seremos encontrados y convertidos por Dios que sale a nuestro encuentro y nos ayuda a mirar y actuar de otra manera.

La vigilancia permanente para unir la constatación de las «semillas del Verbo» que hay en nuestra cultura, la denuncia profética de lo que nos engaña y esclaviza, y la propuesta de caminos nuevos en clave de esperanza. El pueblo, es decir, la gente buena y sencilla tiene mucho que decir, por su propia competencia experiencial. ¿Cómo devolver al pueblo la palabra para que pronuncie su palabra? Sin duda alguna, la evangelización conecta con los núcleos más profundos de la persona humana y con los centros de interés más humanizadores que los seres humanos llevamos dentro.

El estudio de la evolución del sentido de lo religioso en el hombre actual, pues tiene que ver con la misma concepción de lo trascendente y la importancia concedida a sus mediaciones en la vivencia de lo sagrado. Sin duda que se trata de una tarea en doble dirección: cómo interpela esta nueva situación religiosa a la reflexión teológicapastoral, y qué puede seguir aportando la fe cristiana al ser humano para que se entienda mejor a sí­ mismo y dé sentido a su vida. Quien comparte la existencia humana en todos sus niveles, desde dentro, puede hacer una propuesta significativa; los deseos profundos de los hombres y de las mujeres del final del milenio deben ser escuchados y enriquecidos con la propuesta cristiana.

El valor de la subjetividad y de la solidaridad son fuertes y patentes; por lo mismo, la fe cristiana tiene que cuidar mucho la experiencia personal de Dios, la posición profética frente a toda injusticia, y la fecunda relación entre ambos aspectos.

La cuidada integración de todas las dimensiones de la evangelización. Pablo VI en EN habla de esta relación e insiste en el equilibrio que las distintas dimensiones de la evangelización deben tener. Recordemos las dimensiones: la transmisión de la fe, la educación de la misma, la vida testimonial de la comunidad cristiana, la celebración de los sacramentos, y la transformación de las realidades temporales. Todas las dimensiones son necesarias, cada una de ellas realiza, a su manera, lo que el conjunto de ellas pretenden, se implican y desarrollan al tiempo, se apoyan en el mensaje evangélico y en la experiencia de los creyentes, se desarrollan de forma gradual, y deben enraizarse en la experiencia humana. El cuidado armónico de estas dimensiones ayudará a conseguir un perfil de creyente más maduro y sólido, y sin las lagunas y contradicciones con las que nos encontramos en no pocos cristianos, incluso entre los que se consideran convertidos y formados. La tarea de evangelización es compleja y exige evangelizadores con sí­ntesis personal de fe.

La corresponsabilidad de la labor evangelizadora. Si la evangelización define el ser y el hacer de la Iglesia, si la Iglesia existe para la evangelización, todos los bautizados estamos empeñados en esta misión, servida desde carismas y ministerios distintos «El anuncio, la transmisión y la vivencia del Evangelio se realizan en el seno de una Iglesia particular o diócesis…» En cada Iglesia particular «se hace presente la Iglesia universal con todos sus elementos esenciales» (DGC 217). Este es el principio teológico básico que lleva a afirmar que toda la comunidad cristiana es responsable de la tarea de evangelizar; además, la comunidad cristiana acoge también a aquellos que ha acompañado en el proceso de engendramiento y maduración de la fe. No pocas comunidades parroquiales funcionan más con un talante de prestación de servicios religiosos que de misión evangelizadora. Los sacerdotes siguen siendo los responsables de casi todo; y salir de esta situación sólo es posible si descubrimos y valoramos la vocación y misión de los laicos, como tales y en asociaciones laicales, así­ como el carácter secular de la Iglesia entera, llamada a ser sacramento del amor de Dios y de la salvación del género humano. Supone comunidades maduras, vivas y con el talante del Concilio Vaticano II. Estas comunidades son el ámbito adecuado para que se dé, en la práctica, el reconocimineto de la igualdad de todos los cristianos y su participación en la toma de decisiones en la comunidad desde el principio de la comunión orgánica.

5.3. Aspectos concretos que hay que potenciar en la nueva evangelización
Las sugerencias que están a continuación se centran en mediaciones que posibilitarán el que la realidad que tenemos se acerque un poco más a los ideales propuestos.

1.° Comunidades cristianas testigos del Resucitado, que han encontrado su lugar en la cultura actual y que son invitación al seguimiento de Jesucristo. – Las actitudes que Jesús enseña a los que le siguen y con los que hace la comunidad fundante son los siguientes: la primací­a de Dios y su justicia, el desprendimiento de los bienes materiales, la actitud de servicio al hermano, el perdón misericordioso, la donación gratuita de la vida, el asumir las cruces con confianza y esperanza, el anuncio de la Buena Noticia de que Dios es Padre y de que somos hermanos, y la opción preferencial por los más pobres. Cristo muerto y resucitado es la confirmación definitiva de que el modo de vida de la comunidad apostólica es más fuerte que la muerte, augura la felicidad y anticipa los bienes escatológicos. Esto da a las primeras comunidades creatividad en el Espí­ritu, misión compartida y corresponsabilidad en los ministerios. El ideal comunitario sigue estando en los sumarios de los Hechos de los Apóstoles. A nosotros nos toca seguir preguntándonos: ¿cómo un grupo de creyentes a través del proceso evangelizador llega a ser una comunidad con estas caracterí­sticas constitutivas?; ¿qué experiencias estructurales de la identidad cristiana tiene que vivir un grupo de catecúmenos para llegar a ser comunidad madura, encarnada y misionera?; y ¿cómo hacer este proceso, con qué metodologí­a, qué catequistas requiere?
Si estas preguntas no se responden adecuadamente, es casi imposible la consecución de las demás cosas que decimos de las comunidades cristianas: el diálogo con la cultura, la presencia crí­tica en la sociedad, la acción transformadora de lugares significativos, etc., etc. Evidentemente estos aspectos que acabamos de enumerar son constitutivos del proceso de formación de la comunidad, así­ como la referencia de su presencia y acción, pero su descubrimiento y vivencia son fruto de un proceso, que se hace desde los interrogantes anteriores. Y no se trata de tener proyectos de catecumenados de jóvenes y de adultos, sino de constatar en la práctica cuántos grupos llegan al final del itinerario de fe, y a su vez, se constituyen en acompañantes de otros grupos para hacer la experiencia del seguimiento de Jesús.

2.° La problemática de la convocatoria y la conversión inicial. – La evangelización da su fruto si aquellos a los que se dirige responden, es decir, están interesados en hacer la experiencia que se les propone, a pesar de las dudas, los miedos, y reticencias propias de lo desconocido. El proceso evangelizador en sus tres etapas será recorrido en su totalidad por algunos de los que comenzaron el camino. En la convocatoria, que no es únicamente una serie de acciones, sino una etapa, nos jugamos las etapas siguientes. En la mayor parte de los sitios no es suficiente informar para que surja un pequeño grupo de personas dispuesto a iniciar la experiencia; cada vez más la convocatoria debe ser misionera: partirá de la presencia significativa y de la invitación personal a los familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc. A este modo de situarnos y de confesar la fe seguimos estando poco acostumbrados; si no reaccionamos desde una fe militante y concientizadora, en un futuro próximo veremos decrecer drásticamente el número de creyentes en las celebraciones dominicales, por ejemplo.

La evangelización de los jóvenes y de los matrimonios jóvenes es la tarea más prioritaria de todas las que se nos puedan presentar si miramos el futuro de la Iglesia. Tan importante como la convocatoria y la formación de grupos que estén dispuestos a plantearse lo que ofrece el Evangelio de Jesús, es el que los convocados lleguen a la experiencia de conversión inicial que posibilita el paso a la segunda etapa del proceso evangelizador, la etapa catecumenal. La primera etapa, la misionera, es tiempo de búsqueda del sentido de la vida y de los valores propios de la antropologí­a cristiana: la apertura a lo transcendente y la asunción de los lí­mites de la vida. Estos dos aspectos llevan a la pregunta religiosa entendida como invocación, en confianza, a un Dios que puede salvar. Esta experiencia de encuentro posibilita la conversión inicial a Jesucristo que nos propone una existencia nueva y plena. Del proceso evangelizador en conjunto, la convocatoria y la conversión inicial sientan los cimientos de todo lo demás; por eso deben cuidarse de manera especial en la nueva evangelización.

3.° La centralidad de la «iniciación cristiana» en el proceso evangelizador. – «Dado que la «misión ad gentes» es el paradigma de toda acción misionera de la Iglesia, el catecumenado bautismal, a ella inherente es el modelo inspirador de su acción catequizadora» (DGC 90; cf. MPD 8; EN 44; ChL 61).

El catecumenado bautismal nos recuerda continuamente la importancia de la «función de iniciación» en la vida de la Iglesia, la maternidad espiritual que se da en la educación de la fe, la í­ndole pascual de toda la iniciación (cfr. RICA 8) la importancia de la interculturación en la evangelización y en el carácter procensal de la maduración de la fe. La evangelización busca la conversión a Jesucristo; el sí­ a Jesucristo implica la entrega a Dios y el asentimiento a su autocomunicación (cfr. DV 5). «La fe es encuentro personal con Jesucristo, es hacerse discí­pulo suyo. Esto exige el compromiso permanente de pensar como El y de vivir como El lo hizo. Así­, el creyente se une a la comunidad de discí­pulos y hace suya la fe en la Iglesia». (DGC 53). La iniciación cristiana si se realiza bien lleva a una fe que brota de lo profundo del corazón y afecta totalmente a la persona. El proceso de conversión radical según recoge el Directorio (DGC, 56) tiene los siguientes momentos: «el interés por el Evangelio», «la conversión», «la profesión de la fe» y «el camino hacia la perfección». Este camino tiene que hacerse ateniéndose a las distintas situaciones socio religiosas de los catecúmenos. La acción catequética es el aspecto más importante en la iniciación cristiana; por eso la catequesis dentro del proceso evangelizador busca la profesión de la fe vivida, comprendida y comprometida (cf. CD 14).

Dentro de la evangelización conviene distinguir adecuadamente sus etapas constitutivas, asegurar la adecuada conexión entre ellos y dar la importancia que tiene a la catequesis de iniciación, cuyas caracterí­sticas, muchas veces olvidadas o diluidas en acciones genéricas, son las siguientes: se trata de la formación sistemática y orgánica, que afecta al hombre entero para que crea desde el «corazón», centrada en lo básico de la experiencia cristiana (certezas de fe y valores evangélicos) y que incorpore progresivamente a la comunidad cristiana para discernir y vivir en ella la vocación a la que Dios llama a cada uno. La riqueza y complejidad de la evangelización no está reñida con la precisa comprensión y definición de las etapas (misionera, catecumenal y pastoral) que constituye el proceso evangelizador.

Estamos en un momento eclesial en el que todo es pastoral, y así­ no se valora la centralidad y la especificidad de la iniciación cristiana, propia de la etapa catecumenal. Al proceder de este modo se olvida que la etapa misionera se encamina a la catequética, y ésta es seguida por la pastoral de la comunidad cristiana. La solidez de la fe, la perseverancia de la misma, y la superación de las dificultades del creyente en un mundo complejo y contradictorio depende básicamente de cómo se haya hecho la iniciación cristiana.

En concreto, y por citar únicamente uno de los problemas importantes que seguimos teniendo: ¿qué pasa con los adolescentes y jóvenes que año tras año se confirman y desaparecen de las comunidades parroquiales? Es claro que de su permanencia depende, en gran medida, el futuro de las comunidades parroquiales. Si esto sucede es que la iniciación cristiana no se ha hecho bien, pues no ha terminado en una integración mí­nima y básica en la comunidad.

4.° Renovar la pedagogí­a evangelizadora según la pedagogí­a divina. – A lo largo de la Historia de la Salvación Dios se presenta como un padre entrañable, un maestro muy especial y un sabio que desde el amor, desde lo cotidiano y desde el corazón ayuda a crecer para que cada creyente y cada comunidad viva en fidelidad y disponibilidad (cfr. Dt. 8,5; Os. 11, 34; Pr. 3, 11-12). Jesucristo continúa esta pedagogí­a, y añade «la perfección y la eficacia inherente a la novedad de su persona» (DGC 140). Y la Iglesia está llamada a ser en cada lugar y momento histórico «madre y maestra» de la fe (cfr. GE 3c). La finalidad de la acción evangelizadora de la Iglesia es llevar a la persona «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef. 4,13). «Queriendo hablar a los hombres como a amigos, Dios manifiesta de modo particular su pedagogí­a adaptando con solí­cita providencia su modo de hablar a nuestra condición terrena» (DGC 146). Este diálogo que Dios quiere entablar personalmente es la «inspiración y norma» de la pedagogí­a de la fe; de ahí­ el carácter progresivo de la Revelación y su adaptación a la situación cultural y personal de los destinatarios.

Preocupación constante del evangelizador debe ser la progresiva sí­ntesis entre la acogida del Dios revelado en Jesús y los contenidos propios del mensaje cristiano, así­ como el descubrimiento vivencial de las dimensiones de la fe: conocimiento, oración, celebración y compromiso. «Una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y al hombre, en una misma actitud de amor» (GT 55).

En la sociedad en la que vivimos urge analizar los destinatarios y los contextos en los que se evangeliza; cada vez más necesitamos proyectos catequéticos especializados según: edades, contextos socioculturales, contextos socioreligiosos y «escenarios» como hace, por ejemplo, el estudio de A. TORNOS y R. APARICIO, ¿Quién es creyente en España hoy? En este estudio cada tipologí­a de creyente se estudia desde las conductas religiosas, los factores desencadenantes, la repercusión vital, las alternativas profanas y los bloqueos. Y cada grupo de esta tipologí­a requiere una respuesta distinta, aunque todas busquen la maduración de la fe.

El catequista actúa desde la doble fidelidad a Dios y a las personas concretas a las que se dirige; además, sabe que lo que se trasmite no es suyo, lo ha recibido del mismo Jesucristo a través de la tradición eclesial. Lo que anuncia como Buena Noticia no es posible si no se encuentra en comunión de vida con Aquel que es el origen y el contenido de su mensaje. Si la finalidad de la catequesis de iniciación es llevar al hombre al encuentro con Dios, sólo lo puede intentar el catequista desde ese mismo encuentro con Dios. Aquí­ reside la fuerza y garantí­a de su misión, y no en los logros pastorales por muy eficaces que parezcan. La exigencia propia del proceso catecumenal no está reñido con la sencillez de los creyentes y de las comunidades; la evangelización de la sociedad actual se hace mejor desde la actitud de servicio y la exclusión de toda superioridad, pero con la confianza gozosa del que desde su vida, se siente feliz en el seguimiento de Jesús, y desde ahí­ se atreve a proponer el Evangelio.

El sentido humanizador y liberador de la fe, tanto a nivel personal como social, es lo que puede interpelar más hondamente a nuestros coetáneos. Bueno será terminar este apartado recordando las palabras de Pablo VI en EN al hablar del evangelizador al que le pide que tenga el amor de la madre, cuyas caracterí­sticas son la incondicionalidad, la acogida, la ternura y la entrega hasta dar la vida, pensando más en los hijos que en ella misma. Este cariño no está reñido con la claridad del que tiene que corregir y amonestar, pero pensando siempre en el bien del otro, y haciendo que la persona sea siempre lo más importante. Lo que nos dice si la iniciación cristiana está bien hecha y se ha llevado hasta el final son dos parámetros irrenunciables: la incorporación de los catecúmenos a la comunidad cristiana como miembros activos, y el discernimiento de la vocación personal a la que Dios llama a cada uno desde el Bautismo y la Confirmación.

5.° Evangelizar desde la religiosidad popular. – Partimos del hecho de que para muchos cristianos es la forma normal, y casi única, de vivir la fe. En muchos casos, es la mejor plataforma para llegar a los bautizados alejados de la referencia eclesial. Por el carácter afectivo, expresivo y estético que tiene la religiosidad popular el esquema propio del catecumenado queda invertido; lo primero en la religiosidad popular es la expresión, desde ahí­ se da la acogida de la fe y, si se consigue por el trabajo pastoral, se puede llegar al anuncio de la fe que reeduque la religiosidad popular.

Los obispos del sur de España en los documentos que tienen sobre la religiosidad popular dan pistas muy sugerentes; nos invitan a asumir, colmar y trascender las formas llenas de sentimiento que el pueblo tiene de manifestar su fe. Esta postura del magisterio es una invitación a estar cercanos, a valorar desde dentro todo lo que tiene de positivo la religiosidad popular y a ayudar a estas personas a purificar y enriquecer su fe. El camino es largo y lento; los cambios se percibirán más al final que al principio. Desde la cercaní­a y la aceptación se puede hacer el contraste y la crí­tica para que lo auténtico aparezca con más fuerza y nitidez. A su vez, también los pastores y evangelizadores debemos cuestionarnos sobre nuestra forma de vivir la fe, pues en muchos casos no ha conseguido empatizar ni enriquecer la religiosidad popular.

Para que se pueda dar el diálogo que lleve a evangelizar la religiosidad popular desde la necesidad popular necesitamos: cambiar nuestra actitud de frialdad y, a veces, rechazo de estas manifestaciones, repensar seriamente cómo dar al pueblo su propio protagonismo en estas propuestas, recuperar lo narrativo en la metodologí­a de la educación de la fe, adaptar el proceso de maduración de la fe a las caracterí­sticas propias de la religiosidad popular, captar las vivencias de la gente sencilla que más tienen que ver con las experiencias fundamentales cristianas, profundizar en la relación entre Cristo y Marí­a para asegurar el cristocentrismo y la comunión afectiva con la persona, el mensaje y las causas de Jesús.

Como la religiosidad popular tiene que ver mucho con lo celebrativo, conviene repensar por qué nuestra liturgia, rica en contenido teológico, pero pobre en elementos simbólicos y afectivos, conectan tan poco con la religiosidad popular, pues una y otra caminan de forma paralela. En la práctica, el desarrollo de procesos catecumenales con las minorí­as que dirigen los grupos, hermandades, cofradí­as, etc., puede ser, a largo y corto plazo, lo que aporte resultados mejores y más sólidos.

6.° El problema de la interculturación de la fe. – «De la catequesis, como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas» (CT 53). EN del número 30 al 35 insiste en que el anuncio del Reino que proclama la salvación incluye un mensaje de liberación para todos los que quedan marginados en la sociedad. La historia de la salvación hace «memoria» de las obras realizadas por Dios en la historia, habla de un futuro en plenitud como don de Dios e ilumina el presente. En consecuencia, la inculturación «no es una nueva adaptación externa que, para hacer más atrayente el mensaje cristiano, se limitase a cubrirlo de manera decorativa con un barniz superficial. Se trata, por el contrario, de la penetración del Evangelio en los niveles más profundos de las personas y de los pueblos, afectándoles «de una manera vital, en la profundidad y hasta las mismas raí­cesí­ de sus culturas» (DGC 109; cfr. EN 20, 63 y RM 52).

El Concilio pide a las comunidades una labor de discernimiento para favorecer y asumir todos los elementos culturales compatibles con la fe; (cfr. LG 13) y añade que una adecuada interculturación sana, eleva y perfecciona los criterios y valores discrepantes del estilo de vida del Evangelio (cfr. LG 17).

Uno de los elementos más significativos donde se juega la interculturación de la fe está en el lenguaje y los sí­mbolos, í­ntimamente relacionados con los valores y los dinamismos que expresan la existencia humana. Siempre estará presente el interrogante de fondo: ¿cómo conjugar la inculturación y la integridad del mensaje cristiano? La revelación «no está aislada de la vida, ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla ya para juzgarla, a la vez del Evangelio» (CT 22c; cfr. EN 29). Jesús de Nazaret vivió su condición humana en plenitud; por eso nosotros podemos vivir lo humano en El y como El; quien vive en comunión con Jesucristo hace la experiencia de la nueva humanidad. En consecuencia, se puede partir del Dios de Jesús para alcanzar el corazón del hombre, o se puede partir de las aspiraciones del corazón humano para llegar a Dios. Uno u otro camino depende de la condición de los destinatarios.

«La inculturación debe implicar a todo el pueblo de Dios, no sólo a algunos expertos, ya que se sabe que el pueblo reflexiona sobre el genuino sentido de la fe que nunca conviene perder de vista. Esta inculturación debe ser dirigida y estimulada, pero no forzada, para no suscitar reacciones negativas en los cristianos: debe ser expresión de la vida comunitaria, es decir, debe madurar en el seno de la comunidad y no ser fruto exclusivo de investigaciones eruditas» (RM 54). La relación método-contenido es fundamental en la evangelización, pues hay que evitar tanto la yuxtaposición como la idea ingenua de que el método es neutro en la transmisión del mensaje, o que el contenido del mensaje es indiferente a cualquier método. Más aún, determinas formas de evangelizar pueden provocar un rechazo total desde la sensibilidad del hombre actual. «El método inductivo no excluye, más bien exige el método deductivo, que explica y describe los hechos procediendo desde sus causas. Pero la sí­ntesis deductiva tendrá pleno valor sólo cuando se ha hecho el proceso inductivo» (DGC 150).

La iluminación y la interpretación de la vida a la luz de la fe supone la confianza profunda de la correlación entre las expresiones fundamentales de la persona y el Evangelio; pero, al mismo tiempo, pide un método y un lenguaje que ayude a conectar, explicitar y a asumir esta interacción. Veamos algunas orientaciones para el adecuado enfoque de la pedagogí­a de la fe:

El equilibrio en el uso de los medios de comunicación social entre la imagen y la palabra.

La determinación de qué experiencias humanas son fundamentales para los destinatarios de la evangelización.

La concreción de los lugares donde se gestan los cambios culturales y en qué dirección van estos cambios.

El análisis de los ámbitos humanos donde se generan estilos de vida: lo urbano, lo turí­stico, lo juvenil, las autopistas de la comunicación, etc.

Los llamados «areópagos modernos» (RM 37) porque en ellos se generan sensibilidades y compromisos a los que son especialmente sensibles nuestros contemporáneos: la ecologí­a, la paz, los derechos humanos, el compromiso a favor de las minorí­as, la solidaridad con los excluidos, etc.

Situaciones especialmente conflictivas, generadas por los problemas que estamos viviendo en los últimos años: los conflictos étnicosreligiosos, las situaciones históricas no resueltas adecuadamente, «los modelos de referencia dominante en unos paí­ses profundamente influidos por la secularización masiva y, en otros, por una fuerte religiosidad» (DGC 212).

Las culturas que existen en los diferentes lugares, y que a primera vista pueden parecer un todo homogéneo y no lo son: los grupos profesionales, el mundo obrero, las personas dedicadas a la investigación cientí­fica, los jóvenes, los ambientes marginados, los discapacitados fí­sicos o psí­quicos, los inmigrantes, las mujeres sin promoción social, etc.

Todas estas particularidades, y otras más que se pudieran añadir, piden experiencias nuevas, después de un serio análisis de los datos, que abran el camino a proyectos de evangelización especí­ficos, plurales y lo más adaptados a los destinatarios. En consecuencia, los materiales para las diferentes etapas de la evangelización y, sobre todo para la etapa misionera, deberí­an ser mucho más abundantes, variados y especí­ficos. Aquí­ tenemos una tarea pendiente y mucho trabajo por delante.

BIBL. – BOFF, L. La nueva evangelización. Perspectiva de los oprimidos, Sal Terrae, 1990; CARDENAL DANNEELS, Evangelizar la Europa secularizada (Ponencia en IV Simposio de los Obispos de Europa): Ecclesia, 17 noviembre de 1986, 28-43; C.E.E., Impulsar una nueva evangelización (Plan de acción pastoral para el trienio, (1990-1993), Edice, Madrid 1990; CELAM, Nueva evangelización. Promoción humana. Cultura cristiana (Documento de trabajo) 1992; Congreso Evangelización y hombre de hoy, Edice, 1987; ESQUERDA J., Evangelizar hoy, Madrid 1987; GAYA S., La segunda evangelización de Europa en el pensamiento de luan Pablo II, PPC, Madrid 1990; INIESTA, A., Anunciar a jesucristo en la España de hoy, HOAC, 1987; GONZíLEZ CARVAIAL, L., Evangelizar en un mundo postcristiano, Sal Terrae 1993; LASANTA, P. J., La nueva evangelización de Europa, Valencia 1991; MACASE, C., La espiritualidad de la nueva evangelización. Desafí­os y perspectivas, CRT, México 1990; Obispos vascos y de Pamplona, La Iglesia comunidad evangelizadora, ldatz, San Sebastián 1989; PAGOLA, J. A., Acción pastoral para una nueva evangelización, Sal Terrae 1991; Roux, R. E., Nueva evangelización Eucaristí­a y construcción comunitaria, Indo-American Press Service, Bogotá 1991; SALADO, D., Inculturación y nueva evangelización, San Esteban 1991; SEBASTIíN, F., Nueva evangelización. Fe, cultura y polí­tica en España de hoy, Encuentro 1991; VALADIER, P., La Iglesia en proceso. Catolicismo y sociedad moderna, Sal Terrae 1990; VITORIA, F. J., La nueva evangelización de Europa: Iglesia Viva 159 (1992) 303-326; Revistas: Evangelizar Europa, «Servicio de documentación» de Iglesia Viva n° 33 (1992); Evangelizar en España hoy: Iglesia Viva n° 51 (1974); La misión en España hoy: Pastoral Misionera n° 174 (1991); Desafí­os al cristianismo al cambio de siglo: Iglesia Viva n° 192 (1997)
Jesús Sastre

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

Expresión reciente en la terminologí­a teológica y pastoral, usada a menudo y de buen grado por Juan Pablo II para recordar la urgencia de la evangelización del mundo contemporáneo.

Con este término se tiende a subrayar, ante todo, la tarea perenne que incumbe a la Iglesia en la evangelización del mundo, de los pueblos y de las culturas. En la pluralidad de expresiones que se refieren a las diversas fases de la evangelización (preevangelización, reevangelización…), la expresión nueva evangelización subraya sobre todo la búsqueda de nuevas metodologí­as de intervención que parten de la reflexión y del estudio y proceden hacia la predicación y la catequesis, para alcanzar finalmente las formas concretas de testimonio, que sepan reproponer la vitalidad y la fuerza provocativa del Evangelio como fuente y respuesta a la pregunta sobre el sentido y la salvación.

Sobre todo en el contexto occidental, marcado por fuertes contradicciones derivadas de formas de secularización y de secularismo, se entiende por nueva evangelización el descubrimiento de las matrices culturales comunes y de los valores ético-sociales, que durante siglos han constituido la historia de poblaciones enteras y que encontraban en el Evangelio y en la cultura inspirada cristianamente su referencia de base. Finalmente, nueva evangelización hace pensar en la responsabilidad que tienen los creventes, en las diversas comunidades, de anunciar el Evangelio; se invita a los laicos, a los sacerdotes y a los pastores a redescubrir, en sus respectivos ministerios, la vocación bautismal de sacerdotes, profetas y reyes en un mundo en continua transformación, pero que requiere todaví­a la presencia de signos que recuerden el valor y la exigencia insuperable de lo trascendente.

R. Fisichella

Bibl.: c. Floristán, Nueva Evangelización, en CFC, 461-478; íd., Para comprender la evangelización, Verbo Divino, Estella 1993; Conferencia Episcopal Española. Impulsar una nueva evangelización, Madrid 1991; B, Caballero, Bases de una nueva evangelización, San Pablo, Madrid 1993; F Sebastián, Nueva evangelización: cultura y polí­tica en la España de hoy, Ed, Encuentro, Madrid 1991 .

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Proyecto de la Iglesia universal: 1. Puntos de referencia del proyecto; 2. Algunas caracterí­sticas de la nueva evangelización. II. Fines y objetivos de la nueva evangelización: 1. Los fines de la nueva evangelización; 2. Tres objetivos de la nueva evangelización. III. Generadora de una Iglesia rejuvenecida: 1. Tres objetivos y un fin de la autoevangelización; 2. Un nuevo sistema de relaciones con toda la humanidad; 3. Una Iglesia testimonial para que sea creí­ble. IV. La nueva evangelización y el catecumenado.

I. Proyecto de la Iglesia universal
A finales de 1985, Juan Pablo II proponí­a un compromiso «para toda la Iglesia, a nivel cósmico, proyectada hacia una nueva evangelización misionera, según el impulso que le ha sido otorgado, ad intra y ad extra, por las consignas del Vaticano II, retomadas e irradiadas por el sí­nodo de los obispos»1.

1. PUNTOS DE REFERENCIA DEL PROYECTO. Teniendo en cuenta la proclamación hecha por el Papa, la nueva evangelización queda enmarcada en un cuadro de cuatro referentes fundamentales.

En primer lugar, pretende recuperar y actualizar la identidad más profunda de la Iglesia: su misión evangelizadora, al servicio del reino de Dios y de toda la humanidad, como ya habí­a destacado Pablo VI en la Evangelii nuntiandi (EN 14).

En segundo lugar, la Iglesia misionera, en nuestra época, ha de asumir las orientaciones y las consignas dadas por el Vaticano II, en el que, como en un nuevo Pentecostés, el Espí­ritu ha hablado a su Iglesia (RH 3).

En tercer lugar, la Iglesia de la nueva evangelización ha de tener una apertura cósmica, es decir, preocupada por «toda la familia humana con el conjunto universal de las realidades que esta vive» (GS 2). Más aún, esta preocupación ha de traducirse en un proceso de adaptación al mundo actual (ES 37), al advertir que «el género humano se halla hoy en un perí­odo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero… Tan esto es así­, que se puede ya hablar de una metamorfosis social y cultural, que redunda también sobre la vida religiosa» (GS 4). «De esta manera somos testigos de que nace un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por su responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia» (GS 55). La Iglesia evangelizadora, superando la tentación del inmovilismo, ha de tomar conciencia de que Jesucristo «sale al encuentro del hombre de toda época y también de nuestra época» (RH 13), y que «este hombre (concreto e histórico) es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, ví­a que inmutablemente conduce a través del misterio de la encarnación y de la redención» (RH 14-15). El antiguo adagio decí­a: «Lo que no se encarna no se redime».

Por último, estos tres grandes desafí­os conjuntados reclaman, tanto para la Iglesia universal como para las Iglesias particulares y para cada uno de los cristianos y de sus diversas agrupaciones, un proceso de autoevangelización o de evangelización interna. Es un proceso que implica simultáneamente un reencuentro con el Jesús evangelizador y una encarnación en la humanidad de nuestra época. Por eso, Juan Pablo II lo califica también en diversas ocasiones con el nombre de nueva evangelización (ChL 34; RMi 33).

2. ALGUNAS CARACTERíSTICAS DE LA NUEVA EVANGELIZACIí“N. Situado el proyecto dentro de este gran cuadro de referencia, es útil destacar algunas de sus caracterí­sticas más importantes.

a) Una evangelización nueva. En algunos ambientes ha desconcertado el calificativo nueva que se aplica a la evangelización en este proyecto, ya que el evangelio «es el mismo ayer y hoy y lo será por siempre» (Heb 13,8). Pero, también hay que recordar que Pablo, el gran misionero abierto a ambientes y situaciones marcadamente diferentes, por fidelidad al mismo evangelio, nos decí­a que se hizo «todo para todos, para salvarlos a todos» (lCor 9,19-23). Es especialmente significativa la adaptación al mundo helénico que asume Pablo en su visita a Atenas (He 17,16-34).

Por eso afirma la Conferencia de Puebla que situaciones nuevas que nacen de cambios socio-culturales requieren una nueva evangelización (Puebla 366; AG 6). No debemos olvidar que la expresión nueva evangelización fue acuñada por las Iglesias de América latina, desencadenando el importante desafí­o evangélico de la inculturación de las Iglesias particulares y de la propia Iglesia universal, que les exige especialmente hoy la superación de la tentación del inmovilismo (ES 46) y del uniformismo. Como afirmaba Pablo VI, «el Reino que anuncia el evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas» (EN 20), incluso reconociendo que la Iglesia misma ha recibido muchos beneficios de la evolución histórica del género humano. La encarnación exige un proceso múltiple y constante de inculturación.

El proyecto también se califica de nueva evangelización por relación al Vaticano II. Este tuvo como orientación fundamental el aggiornamento de la Iglesia, impulsada por Juan XXIII, teniendo en cuenta los nuevos signos de los tiempos (ES 46). En el fondo subyací­a la necesidad de una superación de la mentalidad y el modelo eclesiales de la larga época de cristiandad vivida en la Iglesia. Su objetivo era «limpiar y rejuvenecer el rostro de la Santa Iglesia… para infundir nuevo vigor espiritual en el cuerpo mí­stico de Cristo, en cuanto sociedad visible, purificándolo de los defectos de muchos de sus miembros y estimulándolo a nuevas virtudes» (ES 39). Los documentos publicados por el Concilio fueron extraordinariamente renovadores e importantes y, como nos recuerda Juan Pablo II, en ellos se encuentran las consignas para una nueva evangelización de la Iglesia ad intra y ad extra. Pero los documentos exigen un largo y difí­cil camino de asimilación y de aplicación. Son importantes los pasos que se han ido dando durante estos años. Pero conforme se han concretado, en diferentes ambientes, con un sano sentido crí­tico, se ha cuestionado si estamos siendo fieles y consecuentes a las consignas y orientaciones del Vaticano II2. La pregunta es si estamos acertando con la nueva evangelización y con el camino que el espí­ritu ha marcado a su Iglesia.

Descendiendo a un plano más operativo, Juan Pablo II ha clarificado la novedad del proyecto afirmando que es necesaria «una evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión»3. En la brevedad de esta formulación recoge, sin duda, orientaciones que ya habí­an aparecido en documentos anteriores.

El nuevo ardor ya habí­a sido especialmente desarrollado por Pablo VI al tratar del espí­ritu de la evangelización que ha de animar interiormente a los cristianos de hoy (EN 74-80).

Entre los nuevos métodos destacan los siguientes. En primer lugar, como proponí­a Juan XXIII en su discurso de apertura al Vaticano II, ante los errores y problemas actuales hay que tener en cuenta que «Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia a la de la severidad», especialmente caracterí­stica de épocas anteriores. Segundo, el método del diálogo y del encuentro, tanto en el interior de la propia Iglesia como con todos los sectores de la humanidad, participando e impulsando el coloquio ecuménico, panreligioso y con todos los hombres de buena voluntad (ES 54-108). Tercero, el método de la colaboración entre creyentes e increyentes, ya que todos los hombres debemos colaborar en la edificación de este mundo, en el que vivimos en común (GS 21), y en todos hemos de reconocer una misteriosa presencia del espí­ritu salví­fico de Dios (RMi 28-29). Cuarto, el método del amor y de la caridad con el que Dios se nos ha manifestado en Jesucristo para la salvación del mundo y no para su condenación. Es la hora de la caridad (ES 52).

La nueva evangelización también postula un nuevo modo de expresar el mensaje evangélico, que permita hacerlo comprensible para el hombre de hoy y de sus diferentes culturas. «Se trata no sólo de injertar la fe en las culturas, sino también de devolver la vida a un mundo descristianizado, cuya referencias cristianas son a menudo sólo de orden cultural»4. Pablo VI subrayaba en esta expresión la importancia del testimonio, dado que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41). Juan XXIII apuntaba la necesidad de traducir el evangelio a las categorí­as y al lenguaje de nuestro mundo actual, recordando que «una cosa es la sustancia que contiene nuestra verdadera doctrina, y otra la manera como se expresa; y esto ha de tenerse muy en cuenta, con paciencia si fuere necesario, ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio prevalentemente pastoral».

b) Un proyecto planetario, regional y complementario. El proyecto de la nueva evangelización surge como un proyecto orgánico de evangelización de toda la Iglesia católica, aunque con marcadas coincidencias de proyectos similares surgidos en el ámbito ecuménico, como el de la Evangelización de la paz, desarrollado en la Asamblea de Basilea, el año 1989.

Pretende responder al acontecimiento de una humanidad unificada, densamente comunicada e interdependiente, en la que se desarrolla un nuevo humanismo transcultural, fuertemente marcado por una cultura del progreso y orientado por la Declaración universal de derechos humanos, proclamada por la Asamblea general de las Naciones Unidas en 1948. Fundamentalmente, dicha declaración fue recogida por Juan XXIII en su encí­clica Pacem in terris, y el compromiso por el progreso por Pablo VI en la Populorum progressio. Ante una humanidad unificada surge la necesidad de un proyecto evangelizador de toda la Iglesia católica también unificado.

Pero la unidad del proyecto no ha de conducirnos al uniformismo de otros tiempos, que marcó una evangelización colonizadora, fuertemente condicionada por el etnocentrismo europeo. Hoy somos conscientes de que la unidad no se opone a la pluralidad, y de que la pluralidad humana, correctamente asumida y orientada, es fuente de paz y de progreso para todos. Consecuentemente, la nueva evangelización ha de regionalizarse y adaptarse a los diferentes continentes, culturas y situaciones. Es la preocupación que se advierte en los diferentes sí­nodos continentales que se vienen celebrando durante estos años, y a los que aludí­a Juan Pablo II en la carta apostólica Tertio millennio adveniente (TMA 38).

La regionalización de los proyectos no puede desembocar en un desconocimiento y desconexión entre ellos, sino en una complementariedad, dada la interdependencia de la humanidad ubicada en la aldea común de nuestro planeta. Los problemas de unos pueblos no son ajenos a las actitudes y modos de proceder de otros, como se denuncia en la Sollicitudo rei socialis (SRS 14-17). El Norte, por ejemplo, no sólo tiene problemas internos de increencia cualificada, sino también de insolidaridad con relación al Sur, cuestiones que han de ser asumidas por una evangelización integral y realista. Conscientes de esta realidad las Iglesias del Norte han de asumir en su testimonio el espí­ritu de la pobreza (ES 49-51) y de la solidaridad efectiva (SRS 31).

c) Opciones preferenciales de la nueva evangelización. Entre las caracterí­sticas del proyecto destacan las que se han denominado sus opciones preferenciales. Entre ellas sobresalen tres: 1) los pobres o ví­ctimas de la sociedad; 2) los jóvenes y, especialmente en zonas de plurisecular tradición cristiana; 3) los nuevos increyentes y alejados, que cada vez constituyen un sector más numeroso.

– Los pobres, principalmente a partir de León XIII, han irrumpido en la conciencia de la Iglesia como un colectivo cultural e histórico, ví­ctima de una historia de injusticias y protagonista de otra historia de liberación, promotora de la instauración de una sociedad justa y solidaria, bases necesarias para el florecimiento de la paz integral entre todos los hombres y todos los pueblos. Juan Pablo II afirmaba: «La Iglesia en virtud del compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a estas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y ayudar a hacerlas realidad, sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común» (SRS 39). La Iglesia recupera que Jesús ha venido para traer una buena noticia a los pobres y liberar a los oprimidos (Lc 4,16-21), y que desde ellos abre el juicio a toda la humanidad (Mt 25,31-46). Pablo VI dirá expresamente que la evangelización ha de integrar un mensaje de liberación (EN 30-39).

– Los jóvenes constituyen el segundo sector preferencial de la nueva evangelización, dado que son el futuro de una Iglesia evangelizadora y han de ser los constructores de una nueva humanidad en la que adquiera carta de ciudadaní­a la civilización del amor y de la paz (Puebla 1186; ChL 46).

– En los paí­ses de antigua tradición cristiana, principalmente durante la segunda mitad de este siglo, se ha ido incrementando el fenómeno de la increencia, la indiferencia religiosa y el abandono o alejamiento de las Iglesias. Ya en 1940 el abate Godin comenzaba a definir a Francia como un paí­s de misión, cualificación que progresivamente se viene aplicando a todo el continente europeo. El tema fue especialmente estudiado en el VI simposio de las Conferencias episcopales de Europa, celebrado en 1985 y, dadas las caracterí­sticas reaccionales de la nueva increencia frente a la Iglesia, según expresión del cardenal Daneels, le hací­a reconocer a Juan Pablo II que es «el desafí­o más radical que la historia ha conocido en el cristianismo y en la Iglesia»5. Increencia y descristianización son realidades estrechamente ligadas en Europa y en las naciones de América del Norte. Lógicamente, en este contexto, la Iglesia asume una preferencial preocupación ante los nuevos y originales increyentes, que simultáneamente la impulsa a una revisión de su propia realidad histórica y presente, y a proponer una nueva sí­ntesis creativa entre el evangelio y la cultura moderna (cf FR 92), para impulsar una reevangelización o segunda evangelización en ambientes en los que progresivamente va desapareciendo la fe en Jesucristo y en su cuerpo visible que es la Iglesia.

d) Un proyecto abierto y creativo. Por último, podemos afirmar que la nueva evangelización, en el momento actual, es un proyecto que está iniciando su andadura con todas las dificultades y con toda la esperanza que esto significa. Abundan los documentos, pero faltan las experiencias suficientemente consolidadas. Barruntamos en el horizonte nuevos modelos de Iglesia misionera y evangelizadora, pero tenemos que emerger de los tradicionales modelos de la todaví­a cercana época de cristiandad. Tenemos que mantener una radical fidelidad a Jesucristo y encarnarnos en la compleja cultura del hombre de nuestra época, llena de cuestionamientos y desafí­os inéditos. Esto origina en la comunidad eclesial tensiones, problemas y dificultades, como ya sucedió en la época neotestamentaria cuando
Pablo inicia una evangelización nueva entre los paganos (He 15).

Es un momento en que es necesaria la audacia, la creatividad, pero bajo el impulso y el discernimiento del espí­ritu de Jesús. El discernimiento ha de realizarse en un clima de oración y en un contexto de diálogo fraterno y corresponsable a nivel de toda la comunidad eclesial, confiadamente abierta a los nuevos signos de los tiempos, a través de los cuales Dios misteriosamente nos sigue hablando a través de la historia. Y no podemos olvidar que se hace camino al andar.

II. Fines y objetivos de la nueva evangelización
Aunque el proyecto de la nueva evangelización ha de multiplicarse en diferentes proyectos regionalizados, como vimos anteriormente, sin embargo, a través de su génesis y de numerosos documentos, es fácil destacar las grandes lí­neas generales que lo configuran y articulan. Lógicamente, lo primero que hemos de esclarecer son sus fines y objetivos.

1. LOS FINES DE LA NUEVA EVANGELIZACIí“N. Con toda claridad Pablo VI manifestaba que la evangelización tiene como misión y finalidad, colaborando con el proyecto del Dios salvador, promover el reino de Dios, subrayando que «solamente el Reino es absoluto y todo el resto es relativo» (EN 8).

Apoyándonos en la Carta a los efesios, podemos afirmar que el reino de Dios, apoyado en la promesa de Dios, tiene dos grandes fines: 1) El definitivo es transhistórico y comunitario: llevar la historia a su plenitud «por medio de Cristo…: recapitular en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra» (Ef 1,3-10). Etapa definitiva, cuando el Dios Padre y amor de la familia humana «lo será todo en todas las cosas» (1Cor 15,28); 2) Pero dicho fin transhistórico se encuentra conectado con otro fin que ha de promoverse en la historia: la paz entre todos los hombres, derribando los muros divisorios y la hostilidad entre las naciones, y promoviendo un humanismo nuevo que ya ha sido inicialmente inaugurado y promovido por Jesucristo (Ef 2,11-18), quien ha proclamado que serán «dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Con relación a este fin histórico, la nueva evangelización se ha distinguido por su compromiso con la promoción de la civilización de la paz y del amor.

Con una profundidad evangélica y con una expresión adaptada al lenguaje y a las aspiraciones del hombre de hoy, la Asamblea ecuménica de Basilea nos decí­a: «El término shalom tiene un significado mucho más rico que el que nosotros asociamos normalmente al término paz. Significa armoní­a e integridad, como también salud y pleno desarrollo de la persona. Engloba todas las dimensiones de la vida: la dimensión personal y familiar, como también las dimensiones sociales, nacionales e internacionales. Es algo más que la seguridad puramente polí­tica, que nosotros denominamos corrientemente paz. El shalom es esta realidad divina que comprende la justicia, la paz, la integridad de la creación y su interdependencia, que son los dones de Dios. Para el profeta Isaí­as no existe paz digna de este nombre sin el derecho a la justicia; y la paz que reinará en el pueblo estará acompañada de regocijo y hará florecer el desierto y la tierra árida. Así­, pues, no es sorprendente que shalom sea el término por excelencia empleado para describir las promesas mesiánicas». Y añade el documento: «Estas promesas han sido cumplidas por nuestro Señor Jesucristo, que ha establecido la nueva y eterna alianza de Dios con la humanidad. La nueva alianza es la iniciativa de Dios, pero presupone dos socios: Dios invita a los seres humanos a vivir en comunión con él, y los unos con los otros. En su misericordia Dios nos convierte en sus socios y en sus colaboradores»6.

Pero, con un sentido de realismo, ya Pablo VI señalaba en una homilí­a de 1964, posteriormente recogida por Juan Pablo II7, que para construir esa paz es necesario impulsar una civilización del amor. En efecto, sólo hombres pací­ficos podrán promover y establecer dicha paz. Y sólo hombres y mujeres que tengan como valor central de su cultura, sea cual sea, el amor, podrán ser constructores de esa paz. Pablo VI no hablaba de cualquier amor, sino del que se ha revelado en Cristo (lJn 3,16-17). Amor y paz son los dos grandes valores centrales de la nueva civilización que la nueva evangelización pretende impulsar en toda la humanidad, es decir, la civilización del reino de Dios.

2. TRES OBJETIVOS DE LA NUEVA EVANGELIZACIí“N. En orden a la colaboración cristiana con el Dios salvador para la realización de estos fines, Pablo VI destaca tres objetivos, permanentes para la misión evangelizadora, pero traducidos a nuestro lenguaje de hoy:
a) Proclamación y difusión del mensaje de Jesús. Pablo VI nos recuerda que «no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. La historia de la Iglesia, a partir del discurso de Pedro en la mañana de Pentecostés, se entremezcla y confunde con la historia de este anuncio. En cada etapa de la historia humana, la Iglesia, impulsada continuamente por el deseo de evangelizar, no tiene más que una preocupación: ¿A quién enviar para anunciar el misterio de Jesús? ¿En qué lenguaje anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar?» (EN 22, 25-39). A veces nos olvidamos de que Dios ha dado a todos los hombres el derecho a conocer el mensaje y la sabidurí­a del evangelio, y a los cristianos el deber de comunicarlo y transmitirlo (RMi 11).
El anuncio del mensaje tiene dos finalidades: la formación de nuevas comunidades evangelizadoras y la conversión de la humanidad a los valores evangélicos, aunque siempre respetando la libertad de todos los hombres y todos los pueblos.

b) La evangelización de las culturas. El mismo Pablo VI destacaba que «lo que importa es evangelizar la cultura y las culturas de los hombres, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí­ y con Dios. El Reino que anuncia el evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna» (EN 20; cf FR 70-71).

Concretando más este objetivo, Juan Pablo II ha subrayado que «la Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los valores evangélicos, que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que esta viva los valores evangélicos y esté abierta a la acción del Espí­ritu que sopla donde y como quiere» (RMi 20).

El objetivo de la evangelización de las culturas genera procesos de encuentro y de inculturación, beneficiosos tanto para las comunidades humanas como para las especí­ficamente cristianas. En los actuales documentos del magisterio se privilegian, entre otros, los valores evangélicos de la vida, la solidaridad, la justicia, la libertad, la verdad, la fraternidad y la paz.

c) La promoción humana. La promoción de los valores evangélicos en todas las culturas ha de operativizarse en un impulso de promoción humana en todas sus dimensiones: «Entre evangelización y promoción humana -desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes. En efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?… No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda y deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy en dí­a, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, serí­a ignorar la doctrina del evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad» (EN 31).

Progreso integral de toda la humanidad (PP 20-21) y liberación de todos los oprimidos (EN 33-39) son dos compromisos testimoniales que la acción evangelizadora ha de asumir y promover en todos los ambientes. Juan Pablo II recuerda que existen muchos areópagos del mundo moderno hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia: «Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorí­as; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del evangelio» (RMi 37)8.

III. Generadora de una Iglesia rejuvenecida
La nueva evangelización ha de generar una Iglesia rejuvenecida. El sujeto histórico de la evangelización en nuestra época es, sin duda, la Iglesia de Cristo y las comunidades cristianas. Así­ no resulta extraño que, para asumir una evangelización nueva, el Papa nos recuerde que «esta nueva evangelización -dirigida no sólo a cada una de las personas, sino también a enteros grupos de poblaciones en sus más variadas situaciones, ambientes y culturas- está destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con él, de existencia vivida en la caridad y en el servicio» (ChL 34). La nueva evangelización ha de asumir primariamente un compromiso de evangelización interna de las Iglesias y comunidades cristianas.

1. TRES OBJETIVOS Y UN FIN DE LA AUTOEVANGELIZACIí“N. Pablo VI nos recordaba que «la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el evangelio». Y añadí­a: «El concilio Vaticano II ha recordado y el sí­nodo de 1974 ha vuelto a tocar insistentemente este tema de la Iglesia que se evangeliza, a través de una conversión y una renovación constantes, para evangelizar al mundo de manera creí­ble» (EN 15).

a) El fin de la autoevangelización: resurgir de la misión evangelizadora. En la Evangelii nuntiandi se recordaba con toda claridad que «la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de toda la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14).

En otras épocas se ha tendido a interpretar la misión evangelizadora como un carisma o ministerio especial de algunos cristianos, a desarrollar bien en comunidades cristianas decadentes, bien en los denominados paí­ses de misión. El Vaticano II, superando esta comprensión restrictiva, recuperaba y subrayaba que todos los fieles cristianos, por razón de nuestro bautismo y confirmación, tenemos la vocación misionera de evangelizadores, que hemos de desarrollar tanto dentro de la Iglesia como con relación a todo nuestro contexto circundante (LG 31, 33). Ser cristiano significa ser evangelizador, continuando la misión de Jesucristo, al que libremente hemos decidido seguir.

El fin de la evangelización interna, hoy, es el renacimiento, en cada uno de los cristianos y en toda la Iglesia, de la vocación misionera y evangelizadora al servicio del reino de Dios y de toda la humanidad. En orden a la promoción de este fin destacan tres objetivos: la conversión, la adaptación inculturada y la promoción de una nueva mentalidad eclesial.

b) La conversión interna. La conversión es la condición preliminar y la cuestión siempre actual para una radical renovación de la Iglesia. Esta implica dos aspectos fundamentales. En primer lugar, una toma de conciencia y un reconocimiento de nuestros pecados históricos (TMA 32-35) y un serio examen de conciencia sobre las responsabilidades que los cristianos tenemos en relación a los males de nuestro tiempo, y de nuestra fidelidad a las orientaciones dadas por el Vaticano II (TMA 36). En segundo lugar, la conversión nos ha de conducir a un proceso en el que la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su evangelio (ChL 34), hasta que consciente y alegremente repitamos la palabra de san Pablo: «Â¡Ay de mí­ si no evangelizare!» (1 Cor 9,16).

c) La adaptación inculturada. La evangelización interna de la Iglesia ha de conducirla también a una adaptación a la nueva cultura y a la nueva sociedad en la que hoy nos toca vivir. La nueva evangelización nos recuerda†¢ que «el Reino que anuncia el evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas» (EN 20; cf FR 71). «La vida cristiana debe no sólo adaptarse a las formas de pensamiento y de conducta que el ambiente temporal le ofrece y le impone cuando sean compatibles con las exigencias esenciales de su programa religioso y moral, sino que debe procurar acercarse a él, purificarlo, ennoblecerlo, vivificarlo, santificarlo. Es ésta otra tarea que impone a la Iglesia un perenne examen de vigilancia moral, que nuestro tiempo reclama con particular urgencia y con singular gravedad» (ES 37).

Juan Pablo II cree que Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica, en los que se afianzan en los pueblos los valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida: paz, justicia, fraternidad, dedicación a los más necesitados (RMi 3). Y el Vaticano II reconocí­a con optimismo que «somos testigos de que nace un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido fundamentalmente por su responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia» (GS 55).

Es en esta nueva cultura, sin añoranzas del pasado, donde la Iglesia ha de encarnarse e inculturarse. Aunque no ha de olvidar que en el interior de dicha nueva cultura se encuentran las culturas de la pobreza y de las ví­ctimas de nuestra sociedad, con las que especialmente ha de identificarse y sintonizar por motivos evangélicos.

d) Una nueva mentalidad eclesial. Conversión y adaptación han de ser factores generadores de una sí­ntesis, a la que podemos denominar como una nueva mentalidad eclesial, más acorde con el Jesús de los evangelios (DH 11) y con las caracterí­sticas del nuevo humanismo emergente en nuestro mundo actual (GS 53-55). Esto implica el paso de una mentalidad de cristiandad, que ha prevalecido en la Iglesia durante el segundo milenio, a una mentalidad misionera e impulsora del derecho de la libertad religiosa (EN 39) y el respeto a la libertad de conciencia, de los hombres que honestamente buscan la verdad y el bien (GS 16).

El Vaticano II ha orientado este cambio de mentalidad especialmente en tres documentos: Gaudium et spes, Ad gentes y Dignitatis humanae.

2. UN NUEVO SISTEMA DE RELACIONES CON TODA LA HUMANIDAD. El cambio de mentalidad eclesial, por el que ya se encuentra marcado el proyecto de la nueva evangelización, determina un nuevo sistema de relaciones de los cristianos con todo el mundo exterior que los rodea.

Se fundamenta en tres principios fundamentales. Primero, la Iglesia se siente solidaria del género humano y de su historia (GS 1) y ofrece su sincera colaboración para lograr la fraternidad universal (GS 2). Segundo, el Espí­ritu está presente y operante en todo tiempo y lugar (RMi 28-29). Tercero, no impulsa a la Iglesia ninguna ambición terrena, sino el servir y no el ser servida, en fidelidad a Jesucristo (GS 3).

Así­ la nueva evangelización orienta a la Iglesia ecuménicamente en relación con las Iglesias y comunidades cristianas separadas. La hace impulsora de un encuentro y un diálogo con todas las religiones existentes en la humanidad, promoviendo el espí­ritu de Así­s, según el testimonio y la expresión de Juan Pablo II. «Reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común» (GS 21).

Por último, y de una manera especial, la nueva evangelización recuerda que «la Iglesia, en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a estas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y ayudar a hacerlas realidad, sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común» (SRS 39).

En este nuevo contexto se subraya que Cristo murió por todos y, consecuentemente, «debemos creer que el Espí­ritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS 22; LG 16), aunque sin olvidar nuestro deber de proclamar el evangelio a toda la humanidad (DH 14).

3. UNA IGLESIA TESTIMONIAL PARA QUE SEA CREíBLE. El testimonio interno de la propia comunidad cristiana es fundamental para evangelizar nuestro mundo de una manera creí­ble (EN 15). Así­ se indicaba ya en la Carta a los gálatas, cuando se proponí­a un modelo de Iglesia donde se manifestaba el designio de Dios de reconciliación de todos los pueblos entre sí­ y con su Creador (Gál 3,1-13). Así­ se mostraba que el proyecto del Dios de la paz no es una utopí­a, sino una posibilidad real, si se asume el nuevo humanismo vivido por Cristo y que ha florecido en la comunidad cristiana.

La nueva evangelización tiene como uno de sus objetivos primordiales el promover un modelo de Iglesia y de comunidades eclesiales que, siendo absolutamente fiel al evangelio, responda a las aspiraciones más profundas y legí­timas de nuestro mundo actual.

a) De la fraternidad cristiana a la comunión eclesial. El Vaticano II, a partir de su interpretación de la Iglesia como pueblo de Dios (LG 9-17), abrí­a un camino privilegiado para poder vivirla e interpretarla en sintoní­a con las categorí­as culturales y sociales de nuestra época. Asumiendo la diversidad de sus miembros, tanto por razones socio-culturales como por los diferentes ministerios y carismas que el Espí­ritu suscita en la comunidad, y sin olvidar las deficiencias y fallos de muchos de los creyentes, reconoce que, por razón de su bautismo, todos son iguales en su dignidad, todos están llamados a la santidad, todos participan del sacerdocio común de Cristo, a todos corresponde la misión de la Iglesia, tanto en orden a la edificación interna del cuerpo de Cristo como en el servicio evangelizador a toda la humanidad (LG 30-33). Es la descripción objetiva de la comunidad cristiana, acorde con las palabras de Jesús, afirmando que «vosotros sois hermanos…, pues vuestro Padre es sólo uno, el del cielo… El más grande de vosotros será servidor vuestro» (Mt 23,8-12).

Pero para que la realidad objetiva de la Iglesia pase a ser testimonio es necesario que la fraternidad se viva en comunión entre todos los hermanos, expresión constantemente mantenida después del Concilio: comunión con el Dios salvador y comunión efectiva entre los hermanos, porque «en esto conocerán que sois mis discí­pulos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

Descendiendo a un lenguaje inteligible para nuestro mundo de hoy, la Conferencia latinoamericana de Puebla proponí­a el siguiente modelo: «Cada comunidad eclesial deberí­a esforzarse en constituir para el continente un ejemplo de convivencia donde logren aunarse la libertad y la solidaridad. Donde la autoridad se ejerza con el espí­ritu del buen Pastor. Donde se viva una actitud diferente frente a la riqueza. Donde se ensayen formas de organización y estructuras de participación, capaces de abrir camino hacia un tipo más humano de sociedad. Y sobre todo, donde inequí­vocamente se manifieste que, sin una radical comunión con Dios en Jesucristo, cualquier otra forma de comunión puramente humana resulta a la postre incapaz de sustentarse y termina fatalmente volviéndose contra el mismo hombre» (Puebla 273).

b) Expresión dinámica de la comunión eclesial. La comunión eclesial es una dimensión variable que puede oscilar desde el ideal presentado en los Hechos de los apóstoles (2,42-47; 4,32-37), hasta la de aquellos que dicen «Jesucristo sí­, la Iglesia no» (RMi 47).

Una responsabilidad especial en la promoción de la comunión eclesial corresponde a los que por su ministerio son reconocidos en la Iglesia como sucesores de los Apóstoles. Es un ministerio que ha de desarrollarse al estilo del buen Pastor y del Jesús evangelizador, y abierto a las manifestaciones del Espí­ritu que se encuentra presente en todos los cristianos para la edificación de la comunidad.

Esto nos abre a un punto importante, que es la clarificación de las relaciones entre comunión y participación. Con frecuencia se expresan como dos dimensiones yuxtapuestas, siendo así­ que se trata de dos variables dependientes que originan la fórmula de comunión por participación. La participación responsable, libre y abierta de todos los miembros de la comunidad acrecienta los niveles de comunión. Y el crecimiento de una comunión fraternal y confiada abre nuevos cauces, expresiones y formas de participación.

La comunión tiene una concreción privilegiada en el surgimiento de la corresponsabilidad de todos los creyentes en orden al seguimiento de Cristo, a la edificación de su Cuerpo eclesial, y a la misión evangelizadora que hemos de desarrollar en nuestro mundo actual. Dicha corresponsabilidad se hace consciente y operativa a través del diálogo y la colaboración.

Pablo VI recordaba que en nuestro tiempo actual «la Iglesia se hace coloquio» (ES 60). Juan Pablo II, consciente de la importancia de una nueva evangelización en la Iglesia (ES 106), y refiriéndose particularmente a los jóvenes, pide un diálogo recí­proco entre todos los miembros, que se ha de llevar a cabo con gran cordialidad, claridad y valentí­a, y que «favorecerá el encuentro y el intercambio entre generaciones, y será fuente de riqueza y de juventud para la Iglesia y para la sociedad civil» (ChL 46).

Es el diálogo el que originará la posibilidad de nuevas formas de colaboración en la Iglesia, el que descubrirá nuevos métodos y nuevas expresiones, el que facilitará el encuentro de caminos a los problemas inéditos que hoy la humanidad nos presenta, y el que nos hará sentirnos a todos responsables de los diferentes proyectos de una evangelización nueva, que han de ser asumidos por todos. En dicho diálogo han de estar especialmente presentes los pobres y las ví­ctimas de nuestra sociedad y también los alejados que, «a causa de sus prejuicios o de las culpas de los cristianos, no llegan a percibir la verdadera naturaleza de la Iglesia, misterio de fe y de amor» (RMi 47).

La gran fuerza impulsora de esta nueva Iglesia ha de ser fundamentalmente la eucaristí­a, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11). Redescubrir el mensaje y el impulso eucarí­stico en las comunidades cristianas, como ya lo habí­a hecho Pablo a la Iglesia de Corinto (lCor 11,17-34). La eucaristí­a, encuentro con Cristo, es la fuente del espí­ritu de fraternidad, de caridad (ES 52), de pobreza (ES 49-51) y de misión (EN 74-80), necesario dentro de la propia Iglesia para emprender creativa y audazmente el camino de la nueva evangelización.

IV. La nueva evangelización y el catecumenado
Catequesis y catecumenado siempre han sido una actividad fundamental de la Iglesia, bien para los nuevos conversos, bien para nuevas etapas fundamentales de los bautizados, de los confirmados y de los que desean iniciarse en el conocimiento y seguimiento de Jesucristo. Pero en cada época de la historia, la catequesis y el catecumenado, atendiendo a las circunstancias históricas, sociales y de configuración de la Iglesia, ha tenido una pedagógica capacidad de adaptación. Hoy la nueva evangelización exige una revisión y adaptación nuevas, dado que nos encontramos con un nuevo modelo de Iglesia en el contexto de una nueva cultura y de una nueva sociedad a la que pertenecen y en la que se encuentran integrados los catecúmenos.

La catequesis de hoy ha de concienciarse de que tiene como objetivo el iniciar a nuevos cristianos, conscientes de su vocación evangelizadora y capaces de integrarse y promocionar el nuevo modelo de Iglesia que el Espí­ritu ha suscitado en nuestro tiempo, con una actitud de servicio y de colaboración con relación a toda la familia humana, con la que se sientan fraternalmente unidos según el estilo inaugurado por el mismo Jesucristo.

Se ha de promover entre los miembros del catecumenado la experiencia progresiva de la comunión solidaria con el Dios salvador y con los hermanos; de la participación corresponsable y coloquial, y del encuentro evangelizador con el ambiente en el que viven y al que pertenecen, con una preocupación preferencial por las ví­ctimas de su entorno. Un punto de referencia puede ser el catecumenado que desarrolló Jesús con sus doce discí­pulos.

Pero los catecúmenos necesitarí­an tener como punto de referencia comunidades eclesiales que procuran vivir en el espí­ritu y el estilo de la nueva evangelización. También es válida para los catecúmenos la intuición de Pablo VI, que recordábamos anteriormente: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41).

NOTAS: 1. Ecclesia 2252 (1986) 27. – 2 J. MARTíN VELASCO, La nueva evangelización. Ambigüedades de un proyecto necesario, Misión abierta 5 (1990) 87-97. – 3. Ecclesia 2119 (1983) 14-15. -4 CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 mayo 1999) 1. – 5. Ecclesia 2242 (1985) 1320. – 6. Ecclesia 2427 (1989) 829. – 7. O. LEWIS, Antropologí­a de la pobreza, Fondo de cultura económica, Madrid 1985. – 8. En CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, o.c., se citan como nuevos areópagos la ecologí­a, la ciencia, la filosofí­a, la bioética, la familia y la educación, el arte y el tiempo libre y el mundo del descanso, del deporte, de los viajes y del turismo (nn. 11-18). Para ampliar el tema «evangelización y cultura» puede ser útil ver los nn. 1-6.

BIBL.: AA.VV., Nueva evangelización, CELAM, Bogotá 1990; AA.VV., De nova evangelizatione, Seminarium, Roma 1991; BOFF L., La nueva evangelización. Perspectiva de los oprimidos, Sal Terrae, Santander 1990; GONZíLEZ DORADO A., La buena noticia hoy, PPC, Madrid 1995; HORTELANO A., Nueva evangelización. Ofrecer la buena nueva al hombre de hoy, PS, Madrid 1991; JIMENEZ E., Moral eclesial. Teologí­a moral nueva en una Iglesia renovada, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991; LASANTA P., La nueva evangelización de Europa, Edicep, Valencia 1991; LUNEAU R., El sueño de Compostela, Desclée de Brouwer, Bilbao 1993; MARTíN VELASCO J., El malestar religioso de nuestra cultura, San Pablo, Madrid 19984; SEBASTIíN F., La nueva evangelización, Encuentro, Madrid 1991; VALADIER P., L’Eglise en procé.s, Callmann-Levy, Parí­s 1987.

Antonio González Dorado

M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética