ODIO

Num 35:20 si por o lo empujó, o echó sobre él
Psa 25:19 mira .. con o violento me aborrecen
Eze 23:29 los cuales procederán contigo con o, y


sentimiento que se manifiesta fundamentalmente como envidia, sed de venganza y falta de caridad, Gn 27, 41; Ex 20, 5; Sal 109, 5, y como rechazo a una persona, Dt 21, 15. También aparece como un signo de la falta de fe, 1 Jn 3, 13, porque termina la comunión con Dios y con los hermanos, 1 Jn 3, 15.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(aborrecer, aversión, desear el mal a alguien, y hacérselo).

– Está totalmente prohibido: Lev 19:17 Col 3:8, Mat 5:38-48.

– Es homicidio, 1Jn 3:15.

– Amarga la vida, Pro 15:17.

Los cristianos: – Deben esperarlo, Mat 10:22, Jua 16:2-33.

– No maravillarse, 1Jn 3:13.

– Devolver bien por mal, Mat 5:44.

– No dar motivo, Pro 25:17.

– No alegrarse de las calamidades que les ocurra a los que tienen odio, Job 31:29-30, Sal 35:13-14.

Cristo fue odiado, por los que debieron haber sido sus mejores amigos: Los prí­ncipes de los sacerdotes, escribas. fariseos: Mat 27:1-2, Mat 27:22-23, Mar 11:18, Lc. l I
53-54, Jua 7:1, Jua 7:9, Jua 11:47-51.

Dios odia: La idolatrí­a, el culto falso, el pecado: (Deu 12:31, Amo 5:2, Rom 9:13.

Odia el pecado, pero ama al pecador. como el médico: Odia la enfermedad, pero ama al enfermo.

Lo mismo debemos hacer los cristianos: Odiar el pecado, la herejí­a, el error, pero amar a las personas. y la mejor prueba de que las amamos es tratar de arrancarle ese error, ¡aunque duela!, como el médico a veces tiene que producir dolor para quitar la enfermedad, ¡no es por maldad, es por amor!.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

†¢Aborrecimiento.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Véanse ABORRECER, ABORRECIMIENTO.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Actitud afectiva y moral contraria al amor. Si el amor es la adhesión plena a una persona, a una idea, a un lugar o a una situación, el odio es el alejamiento radical de un objeto. No es una mera aversión afectiva (antipatí­a) o una discrepancia o una imposición intelectual (fobia, desprecio a aborrecimiento). Es más bien una radical oposición.

Y es de tal naturaleza que hace infeliz al que se deja dominar por él, en la misma medida en que la felicidad y el placer va unido al amor.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El odio es lo contrario al amor. El odio es homicida (Gén 4,2-8), consecuencia del pecado, de origen satánico (1 Jn 2,9-11; 3,10.12.15). De aquí­ la disyuntiva en que el hombre se encuentra de elegir entre Dios y los bienes de este mundo, pues la elección supone amar a uno y odiar a otro (Mt 6,24; Lc 16,13). El pensamiento semita se expresa frecuentemente por ideas contrarias -vida y muerte, luz y tinieblas, amor y odio-, sin precisar los matices intermedios; y así­ tenemos que odiar puede significar “amar menos”, como es el caso de la actitud que el hombre debe adoptar entre Jesucristo y sus familiares ante la llamada de Dios (Mt 10,37; Lc 14,26; Jn 12,25); en este sentido hay que interpretar también la frase “amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5,43), pues al enemigo hay que amarle también (Mt 5,44; Lc 6,27). Un cristiano no puede tener odio a nadie. ->amor.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

En las Escrituras la palabra †œodio† tiene varios significados. 1) Puede significar hostilidad intensa, una mala predisposición arraigada, a la que suele acompañar el rencor. Tal odio puede convertirse en un sentimiento corrosivo que intenta hacer daño al objeto de su odio. 2) †œOdio† puede significar también fuerte aversión, pero sin ninguna intención de hacer daño al objeto del odio, sino solo de procurar evitarlo debido a un sentimiento de repugnancia. 3) La Biblia también emplea la palabra †œodio† para referirse a amar a un grado menor. (Gé 29:31, 33; Dt 21:15, 16.) Por ejemplo, Jesucristo dijo: †œSi alguien viene a mí­ y no odia a su padre y madre y esposa e hijos y hermanos y hermanas, sí­, y hasta su propia alma, no puede ser mi discí­pulo†. (Lu 14:26.) Obviamente Jesús no querí­a decir que sus seguidores debí­an sentir hostilidad o tener repugnancia a sus familias y a ellos mismos, pues esto no estarí­a en armoní­a con el resto de las Escrituras. (Compárese con Mr 12:29-31; Ef 5:28, 29, 33.)
La ley de Dios a Israel decí­a: †œNo debes odiar a tu hermano en tu corazón†. (Le 19:17.) Uno de los requisitos para que el homicida involuntario pudiera presentarse en una de las ciudades de refugio para conseguir asilo era no haber abrigado odio a la persona a la que habí­a matado. (Dt 19:4, 11-13.)

¿Hay que odiar a los enemigos? El consejo de Jesús de amar a los enemigos está en completa armoní­a con el espí­ritu de las Escrituras Hebreas. (Mt 5:44.) El fiel Job reconoció que cualquier sentimiento de alegrí­a maliciosa por la calamidad de alguien que lo odiase intensamente hubiera sido incorrecto. (Job 31:29.) La ley mosaica impuso a los israelitas la responsabilidad de acudir en ayuda de otros israelitas a quienes pudieran considerar enemigos suyos. (Ex 23:4, 5.) Más bien que regocijarse por la calamidad de un enemigo, a los siervos de Dios se les manda: †œSi el que te odia tiene hambre, dale pan de comer; y si tiene sed, dale agua de beber†. (Pr 24:17, 18; 25:21.)
Una de las ideas que los maestros judí­os de la tradición habí­an añadido a la ley de Dios era que se tení­a que odiar a los enemigos. Como la Ley mandaba que los israelitas amasen a su prójimo (Le 19:18), estos maestros enseñaban que eso implicaba odiar a sus enemigos. Se llegó a pensar que los términos †œamigo† y †œprójimo† aplicaban exclusivamente a los judí­os, mientras que a todos los demás se les consideraba enemigos por naturaleza. A la luz de la acepción tradicional de †œprójimo†, que promoví­a la enemistad con los gentiles, se puede ver fácilmente por qué añadieron a esta declaración de la ley de Dios las palabras no autorizadas: †œy odiar a tu enemigo†. (Mt 5:43.)
Por el contrario, el cristiano está obligado a amar a sus enemigos, es decir, aquellos que se hacen a sí­ mismos enemigos personales. Este amor (gr. a·gá·pe) no es sentimentalismo, basado en un mero apego personal, como normalmente se piensa, sino que es un amor de orden moral o social, fundamentado en un asentimiento deliberado de la voluntad, entendido como una cuestión de principio, deber y propiedad, que busca con sinceridad el bien ajeno según lo que es justo. El amor a·gá·pe trasciende los sentimientos personales de animadversión y nunca permite que hagan que una persona abandone los principios correctos y se desquite. El siervo de Dios incluso ora por aquellos que debido a su ignorancia se oponen a su proceder cristiano y lo persiguen, para que sus ojos puedan abrirse y ver la verdad concerniente a Dios y sus propósitos. (Mt 5:44.)

Odio apropiado. No obstante, en ciertas condiciones y en determinadas ocasiones es apropiado odiar. †œHay […] tiempo de amar y tiempo de odiar†. (Ec 3:1, 8.) Incluso se dice que Jehová odió a Esaú. (Mal 1:2, 3.) Esto no se puede atribuir a ninguna arbitrariedad de Dios. Esaú demostró que no era merecedor del amor de Jehová al despreciar su primogenitura y venderla, con lo que vendí­a también las promesas y bendiciones divinas vinculadas a dicha primogenitura. Además, se propuso matar a su hermano Jacob. (Gé 25:32-34; 27:41-43; Heb 12:14-16.) Dios también odia los ojos altaneros, la lengua falsa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que fabrica proyectos perjudiciales, los pies que se apresuran a correr a la maldad, el testigo falso, así­ como a cualquiera que enví­a contiendas entre hermanos, de hecho, cualquier persona o cosa que se opone por completo a El y a sus leyes justas. (Pr 6:16-19; Dt 16:22; Isa 61:8; Zac 8:17; Mal 2:16.)

¿Qué clase de odio deben cultivar los siervos de Dios?
La verdadera lealtad a Jehová impulsa a sus siervos a odiar lo que El odia y a quien El odia. (2Cr 19:2.) †œ¿No odio yo a los que te odian intensamente, oh Jehová, y no me dan asco los que se sublevan contra ti? De veras los odio con un odio completo. Han llegado a ser para mí­ verdaderos enemigos.† (Sl 139:21, 22.) Pero este odio no procura causar daño a otros y no es sinónimo de rencor o malevolencia. Más bien, expresa un total aborrecimiento de lo que es inicuo, y evita lo que es malo y a los que odian intensamente a Jehová. (Ro 12:9, 17, 19.) Los cristianos con razón odian a los enemigos declarados de Dios, como el Diablo y sus demonios, así­ como a los hombres que de manera consciente y deliberada toman su posición contra Jehová.
Aunque los cristianos no aman a aquellos que tornan la bondad inmerecida de Dios en una excusa para conducta relajada, no odian a las personas que han caí­do en pecado, pero que merecen que se les muestre misericordia. En vez de odiar al malhechor arrepentido, odian el acto inicuo, †œhasta la prenda de vestir interior que ha sido manchada por la carne†. (Jud 4, 23.)

Debe evitarse el odio impropio. Las personas que en otro tiempo se odiaban, dejan de hacerlo una vez que llegan a ser cristianos. (Tit 3:3.) El que odia a su hermano todaví­a anda en oscuridad, por lo que cualquier alegación suya de que es amador de Dios en realidad serí­a una mentira. El odio al hermano equivale a asesinato. (1Jn 2:9, 11; 4:20; 3:15.)
El sentimentalismo puede hacer que el punto de vista personal en cuanto al amor y al odio se desequilibre, como al parecer le sucedió a David con su hijo Absalón. (2Sa 18:33; 19:1-6.) Del mismo modo, †œel que retiene su vara odia a su hijo, pero el que lo ama es el que de veras lo busca con disciplina†. (Pr 13:24.)
Si una persona respeta la intimidad ajena y muestra consideración amorosa, no se convertirá innecesariamente en objeto de odio. De ahí­ el consejo: †œHaz cosa rara tu pie en la casa de tu semejante, para que no tenga su suficiencia de ti y ciertamente te odie†. (Pr 25:17.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

El odio es lo contrario del amor, pero le está también muy próximo. Si el amor de Amnón a Tamar se vuelve de repente aversión violenta, es que su pasión era ardiente (2Sa 13,15). No pocas fórmulas bí­blicas que oponen en forma absoluta esta pareja de amor y odio (Gén 29,18. 31; Mt 5,43; 6,24), suponen esta reacción natural del amor de aborrecer lo que antes era todo para él. Este estado de ánimo supone el Dt en el caso del marido que repudia a su mujer (Dt 22,13.16). Esta violencia de las reacciones es una de las bases del lenguaje semí­tico, que recurre fácilmente a parejas de palabras opuestas sin notar los matices intermedios. Pero la realidad no responde siempre al vigor del lenguaje, y así­ en un matrimonio polí­gamo se puede decir que la mujer que no es la preferida, o que sencillamente es menos amada, es odiada (Dt 21,15; cf. Gén 29,31ss). Estas observaciones pueden explicar ciertas fórmulas sorprendentes (Le 14,26; cf. Mt 10,37), pero dejan intacto el problema religioso que plantea el odio: ¿Por qué y cómo se presenta el odio en la humanidad? ¿Qué quiere decir la Biblia cuando aplica la noción de odio a Dios? ¿Qué actitud adoptó Cristo frente al odio?

I. EL ODIO ENTRE LOS HOMBRES. 1. El mundo entregado al odio. El odio entre los hombres es un hecho de todos los tiempos. El Génesis señala su presencia desde la primera generación humana (Gén 4,2-8) y los sabios lo observan con mirada penetrante (Prov 10,12; 14,20; 19,7; 26,24ss; Eclo 20,8). Pero acerca de este hecho pronuncia la Biblia un juicio de valor. El odio es un mal, fruto del pecado, pues Dios hizo a los hombres *hermanos para que vivieran en el *amor mutuo. El caso tipo de Caí­n muestra bien cuál es el proceso del odio: nacido de la envidia, tiende a la supresión del otro y conduce al homicidio. Esto basta para denunciar su origen satánico, como lo explica el libro de la Sabidurí­a: el diablo, envidioso de la suerte del hombre, le tomó odio y provoco su muerte (Sab 2, 24). Desde entonces está el mundo entregado al odio (Tit 3,3).

2. El justo es objeto de odio. Desde sus orí­genes remotos, el esquema “envidia-odio-homicidio” se aplica siempre en el mismo sentido: el *impí­o odia al *justo y se conduce como su *enemigo. Asi Caí­n con Abel, Esaú con Jacob, los hijos de Jacob con José, los egipcios con Israel (Sal 105, 25), los reyes impí­os con los profetas (I Re 22,8), los malos con los piadosos de los salmos, los extranjeros con el ungido de Yahveh (Sal 18; 21), con Sión (Sal 129), con Jerusalén (Is 60,15). Es, pues, una ley permanente : al que Dios ama es odiado, sea porque su preferencia suscite envidia, sea porque represente un reproche viviente para los pecadores (Sab 2,10-20). En todo caso Dios mismo, a través de su elegido, es tomado por blanco y hecho’ objeto de odio (ISa 8,7; Jer 17,14s).

3. ¿Puede odiar el justo? ¿Puede odiar el justo en respuesta al odio de que es ví­ctima? En el interior del pueblo de Dios está prescrito amar al *prójimo (Lev 19,17s); así­ la legislación ordena dar muerte al asesino que ha matado a otro por odio (Dt 19,llss), precisamente en el momento en que se esfuerza por afinar la práctica de la *venganza de la sangre instituyendo ciudades de refugio (Dt 19,1-10).

Hay, sin embargo, otros casos: el de los malos que odian a los justos, el de los enemigos del pueblo de Dios; unos y otros se conducen como enemigos de Dios (Núm 10,35; Sal 83,3). La conducta que dicta aquí­ el amor de Dios puede parecer sorprendente. Israel odiará a los enemigos de Dios para no imitar su conducta: tal es el sentido de !a *guerra santa (cf. Dt 7,1-6). El justo desgraciado, que podrí­a verse tentado a envidiar a los malos y a imitarlos (Prov 3,31; Sal 37; 73), para guardarse del pecado odiará al partido de los pecadores (Sal 26,4s; 101,3ss). “Amar a los que odian a Yahveh” (2Par 19,2) serí­a pactar con los impí­os y hacerse infiel (Sal 50, 18-21). Al amor celoso de Dios debe responder un amor no dividido (Sal 119,113; 97,10). En todas las cosas hay que abrazar su causa: amar lo que él ama, odiar lo que él odia (Am 5,15; Prov 8,13; Sal 45,8). ¿Cómo, pues, no odiar a los que le odian (Sal 139,21s)?

Esta actitud no está exenta de ambigüedad y de peligro : ¿no se llegará fácilmente a ver en todo enemigo personal o nacional un enemigo de Dios para acaparar en forma egoí­sta los privilegios de la *elección divina? El peligro no era quimérico: los sectarios que Qumrán, al declarar “odio eterno” al partido de Belial, identificaban de hecho el “partido de Dios” con su grupo cerrado. “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5,43): no era tal la letra de la antigua ley, pero muchos admití­an esta interpretación abusiva, dictada por un exclusivismo estrecho.

II. ¿EXISTE ODIO EN DIOS? ¿Cómo se puede hablar de odio a propósito del Dios de amor? Efectivamente, Dios no puede odiar a ninguno de los seres que él mismo ha hecho (Sab 11,24), y serí­a una injuria acusarle de odiar a su pueblo (Dt 1,27; 9,28). Pero el Dios de amor es también el Dios *santo, el Dios celoso. Su mismo amor implica una repulsión violenta hacia el *pecado. Odia la *idolatrí­a, la de los cananeos (Dt 12,31 ; 16,22) o la de Israel (Jer 44, 4). Odia la *hipocresí­a cultual (Am 5,21; Is 1,14), la rapiña y el crimen (Is 61,8), el falso juramento (Zac 8, 17), el repudio (Mal 2,16), y más en general la colección de pecados que enumera Prov 5,16-19. Ahora bien, el pecador forma en cierta manera cuerpo con su pecado; se pone en posición de enemigo (es decir, de “odiador” de Dios : Ex 20,5; Dt 7, 10; Sal 139,21; Rom 1,30). La incompatibilidad total que por su falta establece entre Dios y él se traduce también en la Biblia en términos de odio: Dios odia al violento (Sal 11, 5), al idólatra (Sal 31,7), al hipócrita (Eclo 27,24) y en general a todos los malhechores (Sal 5,6ss). Odia a Israel infiel (Os 9,15; Jer 12,8), como odió a los cananeos a causa de sus crí­menes (Sab 12,3). El caso es algo más complejo cuando declara: “He amado a Jacob y odiado a Esaú” (Mal 1,2; Rom 9,13): este odio es todaví­a provocado por las violencias de Edom para con Israel (cf. Sal 137, 7; Ez 25,12ss; Abd 10-14), pero traduce también las preferencias de la *elección, semejante a la del hombre que “ama” a una de sus esposas y “odia” a la otra.

Pero si esta preferencia y esta repulsión son realidades muy positivas y en las que se afirma Dios con toda su fuerza, sin embargo, sólo se les puede dar el nombre de odio a condición de purgar esta palabra de todo lo que, en nuestro mundo pecador, comporta en materia de rencor malvado, de voluntad de perjudicar y de destruir. Así­ pues, si Dios odia el pecado ¿se puede decir que odia verdaderamente al pecador, él que “no quiere su muerte, sino que se convierta y viva” (Ez 18,23)? Dios, a través de la *elección y del *castigo, persigue un único designio de amor para todos los hombres; su *amor tendrá la última palabra. Se ha revelado plenamente en Jesús. Así­ el NT no habla nunca de odio en Dios.

III. JESÚS FRENTE AL ODIO. 1. El odio del mundo contra Jesús. Jesús, que aparece en un mundo agitado por la pasión del odio, ve converger hacia él todas las formas de éste: odio del elegido de Dios, al que se envidia (Lc 19,14; Mt 27,18; Jn 5,18), odio del justo cuya presencia condena (Jn 7,7; 15,24); los jefes de Israel le odian también porque quieren acaparar ellos mismos la elección divina (cf. Jn 11,50). Por lo demás, tras ellos le odia todo el *mundo malvado (Jn 15,18): en él odia la *luz porque sus *obras son malas (Jn 3,20). Así­ se realiza el misterio anunciado en la Escritura, del odio ciego, inmotivado (Jn 15,25): por encima de Jesús apunta al Padre mismo (Jn 15,23s). Jesús muere, pues, ví­ctima del odio; pero con su muerte mata al odio (Ef 2,14.16), pues esta muerte es un acto de *amor que reintroduce el amor en el mundo.

2. El odio del mundo contrae los cristianos. Todo el que *siga a Jesús conocerá la misma suerte. Los *discí­pulos serán odiados “por causa de su *nombre” (Mt 10,22; 24,9). No deben extrañarse de ello (Un 3,13); deben incluso regocijarse (Le 6,22), pues así­ son asociados al destino de su maestro; el mundo los odia porque no son de este mundo (Jn 15, 19; 17,14). Así­ se revela el *enemigo, que estaba en actividad desde los orí­genes (Jn 8,44); pero Jesús oró por ellos, no para que fueran retirados del mundo, sino para que fueran preservados del maligno.

3 Odiar el mal y no a los hombres. Como Jesús, en quien no tiene nada el prí­ncipe de este mundo (Jn 14, 30; 8,46) como el Dios santo, el Padre santo (Jn 17,11), también los discí­pulos tendrán odio al mal. Sabrán que hay incompatibilidad radical entre Dios y el mundo (1Jn 2, 15; Sant 4,4), entre Dios y la *carne (Rom 8,7), entre Dios y el dinero (Mt 6,24). Para suprimir en sí­ mismos toda complicidad con el mal, renunciarán a todo y llegarán hasta a odiarse a sí­ mismos (Lc 14,26; Jn 12,25). Pero frente a los otros hombres no habrá el menor odio en su corazón : “el que odia a su hermano está en las tinieblas” (1Jn 2,9.11; 3,15). El amor es la única regla, incluso para con los enemigos (Le 6, 27).

Así­, al final de la historia se ha esclarecido la situación. Con su venida cambió el Señor la faz del mundo: en otro tiempo reinaba en él el odio (Tit 3,3); ahora ha pasado ya el tiempo de Caí­n. Sólo el amor da la vida y nos hace semejantes a Dios (1Jn 3,11-24).

-> Amor – Ira – Enemigo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El odio en general es una intensa repulsión que una persona le dispensa a otra, o a alguna cualidad que se identifica con el objeto de nuestro disgusto. Los teólogos mencionan dos aspectos distintos de este tipo de pasión:
El primero de estos dos aspectos (odium abominationis , o sentir repugnancia intensa) se refiere a una sensación de desagrado mayúsculo que se centra principalmente en los atributos que posee una persona y únicamente de manera secundaria en la persona misma.

El segundo aspecto (odium inimicitiae, hostilidad o enemistad) apunta directamente a la persona. Quien experimenta este tipo de aversión por alguien se complace en una actitud que busca señalar todo lo que de malo o desagradable pueda encontrarse en ese ser, objeto de su pasión. Quien es hostil a otro, siente una satisfacción feroz al desacreditar a quien se odia, y desea que el destino de esa persona resulte adverso, ya sea en lo general o en un aspecto especifico.

La hostilidad es una falta de caridad, que es siempre pecaminosa y puede llegar a ser grave. El primer aspecto del odio, sin embargo, que más bien implica desaprobar lo que es malo, no siempre es un pecado e incluso puede llegar a ser una virtud cuando lo que nos repugna es una falta en contra de la ley moral. En este caso, no sólo puedo reprobar lo que es malo, sino que debería de hacerlo. Más aún, uno puede, sin temor a pecar, detestar el mal y a quien lo infringe a otros. Por ejemplo, no constituiría una falta el pedir en oración por la muerte de un miserable que se dedicara a acosar ferozmente a cristianos inocentes. Es claro que este celo aparente no puede servir de excusa para alimentar algún tipo de rencor injustificado hacia algo o alguien.

No debemos considerarnos en pecado aún cuando el motivo de nuestro disgusto fuese personal y surgiese como una reacción al daño que otros nos hubieran causado, a menos que además de indignación cediéramos a una aversión injustificada debido al dolor que hubiéramos experimentado. Una reacción desproporcionada es lo que puede hacer la diferencia entre cometer una falta grave o venial.

Cuando por un alcance inconcebible de maldad humana, el objeto de nuestro odio sea Dios mismo, entonces sí que la magnitud de la falta puede considerarse como espantosamente grave. Si se trata de un sentimiento de enemistad (odium inimicitiae) lo que mueve al pecador a odiar a Dios, en su Persona, es decir, a renegar de las cualidades divinas precisamente por ser propias de Dios, entonces tenemos ante nosotros que en la jerarquía de lo que consideramos pecaminoso, hay una falta muy grave. De hecho, una actitud semejante a la que acabamos de describir es considerada como diabólica. Aquí, la voluntad humana se desprende inmediatamente de Dios; en otras circunstancias de pecado, lo anterior sólo sucede a consecuencia de, o por mediación de alguna criatura que se ha apartado de Dios.

Para tener certeza sobre la condición de nuestras faltas, al consultar las enseñanzas de Santo Tomás (II-II:24:12) y de los teólogos, encontramos que todo pecado mortal implica la falta de caridad sobrenatural, y conlleva un tipo, ya sea virtual o interpretativo de odio hacia Dios. Sin embargo, como la misericordia de Dios es infinita, estos problemas pueden llevarse a la confesión.

JOSEPH F. DELANY
Transcrito por Randy Heinz, sfo
Traducción: Cecilia Nieto B., México.

Fuente: Enciclopedia Católica