Biblia

ORDEN

ORDEN

v. Edicto, Estatuto, Juicio, Ley, Mandamiento, Mandato, Ordenanza
1Sa 21:8 por cuanto la o del rey era apremiante
1Co 11:34 demás cosas las pondré en o cuando
1Co 14:40 pero hágase todo decentemente y con o
Col 2:5 gozándome y mirando vuestro buen o
Heb 5:6; 7:11


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Instituto Religioso reconocido como tal por la Iglesia. Corresponde tal categorí­a a las formadas por religiosos que emiten votos solemnes y viven bajo una Regla monacal de cierta consideración histórica. Hasta el siglo XV los monjes y los frailes, con sus monasterios y sus conventos, fueron reconocidos como tales.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Dios ha creado todas las cosas en orden, con peso, número y medida (Sab 11,20); fijó las estaciones y los confines de la tierra todo en orden (Act 17,26). Las asambleas cristianas deben desarrollarse en el más perfecto orden (1 Cor 14,14 15,23). «Según el orden de Melquisedec» es una expresión para distinguir las clases de sacerdocio (Heb 5,6.10; 6,20; 7,11.17). El orden sacerdotal es un sacramento instituido por Jesucristo (Mt 18,18; Lc 22,19; Jn 20,21). —>sacramentos.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Entre los siete sacramentos de la Iglesia, el orden es el que consagra Y capacita a un cristiano para desempeñar el ministerio de obispo, de presbí­tero o de diácono. La ordenación es el rito que confiere los diferentes órdenes. La palabra latina ordinatio, que usaban los romanos para indicar el nombramiento de los funcionarios civiles, pasó al latí­n cristiano para designar la elección para el ejercicio de una función eclesiástica. También el término ordo, para indicar los diferentes grados jerárquicos en el clero, entró en el lenguaje eclesiástico a partir de las instituciones de la antigua Roma, en las que, entre otras cosas, serví­a para designar a una categorí­a social privilegiada (por ejemplo, el orden de los senadores, de los caballeros, etc.).

Tertuliano habla de «orden sacerdotal » o de » orden eclesiástico » precisamente para designar a los que habí­an recibido la imposición de manos para el ministerio. Remitiéndonos a la descripción que hace san Pablo de la Iglesia como de un cuerpo, en el que cada uno tiene su propia función Y donde todos los órganos tienen que cooperar al bien común, podemos decir que al «ministro ordenado» le corresponde la misión de organizar, conducir, santificar a la comunidad: es signo-persona de Cristo cabeza en la guí­a del pueblo de Dios, y pone a los bautizados en disposición para desempeñar su ministerio especí­fico. Es signo eficaz de Cristo en el sentido de que, cuando anuncia la palabra, bautiza, reconcilia, consagra el pan y el vino, es el mismo Cristo el que actúa y obra a través de él.

El sacramento del orden, que da a la Iglesia su estructura ministerial jerárquica, no puede ser, por consiguiente, una invención humana, sino que procede del mismo Cristo. En efecto, Jesús constituyó a los apóstoles llamándolos y enviándolos a anunciar el Evangelio. Les dio el mandato de realizar el gesto de la cena de la nueva Pascua en «memoria» suya; les confirió el poder de atar y desatar, de perdonar y de retener los pecados; les ordenó bautizar a los creyentes en el nombre de la Trinidad. Escogidos por Jesús para ser los testigos de su ministerio y de su muerte y resurrección, los apóstoles

después de Pentecostés son los responsables de la nueva comunidad.

La Traditio apostolica, de Hipólito, es el testimonio más antiguo que se conserva sobre el rito de la ordenación El gesto central de la ordenación del obispo es la imposición de manos, hecha en silencio por parte de todos los obispos presentes, con la oración consecratoria recitada por un solo obispo ordenante. Al obispo se le atribuye el espí­ritu de «principalidad» o soberaní­a. También para la ordenación del presbí­tero los elementos esenciales son la imposición y la oración consecratoria. Todo el presbiterio se asocia al obispo que impone las manos para expresar la comunión ministerial y su asentimiento. Al presbí­tero se le atribuye el espí­ritu de gracia y de consejo para gobernar al pueblo y celebrar el sacrificio. A su vez, para la ordenación del diácono sólo el obispo impone las manos, ya que el diácono no es ordenado para el sacerdocio, sino para el servicio del obispo, para cumplir lo que éste le indica que haga para el bien del pueblo de Dios. Al diácono se le atribuye el espí­ritu de gracia, de solicitud y de diligencia.

Durante la Edad Media se introdujo el rito de la imposición del evangeliario sobre la cabeza del que era ordenado obispo durante toda la oración de ordenación, en la que se desarrollaba la idea del episcopado como sumo sacerdocio, más que como sucesión apostólica y servicio pastoral. A mediados del siglo IX adquirieron una importancia desproporcionada la unción de la cabeza y la entrega de las insignias (primero el anillo, luego el báculo pastoral: por analogí­a con la investidura de los grados jerárquicos no eclesiásticos). Con el Pontifical de Durando, que adoptó la Iglesia latina desde el siglo XII, los ritos aumentaron todaví­a más : la unción de las manos, la entrega de la mitra y de los guantes, la entronización del obispo. Para la ordenación de los presbí­teros y de los diáconos se introdujeron la unción de manos del presbí­tero y la entrega de los instrumentos (el evangeliario para el diácono, el cáliz y la patena para el presbí­tero). La entrega de los instrumentos fue incluso considerada por el concilio de Florencia (Decreto para los armenios, 1439) como el elemento principal del sacramento del orden, es decir, la materia (DS 1326). Fue el papa pí­o XII en 1947 el que estableció (en la Constitución Sacramentum ordinis) que el gesto esencial de la ordenación era la imposición de manos acompañada de la oración consecratoria.

Anteriormente, el concilio de Trento habí­a contribuido a elaborar una teorí­a del orden sagrado que acentuaba fuertemente la dimensión sacerdotal Y sacrificial. También la función dél obispo se describí­a a partir de la del sacerdote, como aquel que ofrece el sacrificio de la misa. El concilio Vaticano II, libre de preocupaciones polémicas y atento a las implicaciones ecuménicas, puso el orden sagrado en su contexto cristológico Y eclesiológico (cf. LG 28-29): es un póder singularí­simo conferido por el Espí­ritu Santo a algunos miembros de la Iglesia, en virtud del cual participan estrechamente del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, Cabeza del Cuerpo.

Los nuevos ritos de ordenación expresan esta doctrina de la Iglesia de manera evidente. Después de la imposición de manos y de la oración que la acompaña (momento central y fundamental del rito) vienen unos ritos complementarios y simbólicos. Para el obispo: la unción de la cabeza con el crisma Y la entrega del evangeliario, del anillo, de la mitra y del báculo. Para el presbí­tero: la unción de las manos con el crisma y la entrega de la estola y la casulla, la patena con el pan y el cáliz con el vino Y el agua para la celebración eucarí­stica. Para el diácono: la entrega de la estola y la dalmática, y del libro de los evangelios.

R. Gerardi

Bibl.: M. Castillo, Sacerdocio en CFP 887-895: í­d., Orden sacerdotal. en’CFC.913: 923; G. Ferraro, Orden/Ordenación, en NDL. 1474-1494; R. Tura, Orden, en DTI, III, 680701; Y Congar, Sacerdocio y laicado, Estela, Barcelona 1964; E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid 1983.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

1. Concepto
El o. es una unidad de varios elementos referidos entre sí­ según una regla. Estos elementos deben ser distintos entre sf, pero mutuamente ordenables, y han de existir realmente para originar un o. real (TOMíS DE AQUINO, De Pot. q. 7 a. 11c). La unidad no debe ser forzosamente cerrada en sí­ misma, sino que puede ser también una unidad abierta (como la serie de números naturales). La regla que en un o. dinámico determina la sucesión o la procedencia de unos elementos respecto de los otros se llama preferente-mente ley o – en un obrar planeado – método; si en un o. estático indica la posición de los elementos entre sí, se llama más bien esquema, modelo, disposición. El aspecto formal condicionado por este principio de o. es: para el o. dinámico, su orientación, su finalidad (- > entelequia); para el o. estáticamente considerado, la estructura; y en la percepción, su forma (Gestalt).

2. División
Según la relación que un o. guarda con el espí­ritu ordenador del hombre, se distinguen tres grupos principales de o.: el o. de la naturaleza (cosmos), que precede al hombre y que éste se limita a descubrir; el o. de la -> ética y de la -> lógica, que le es impuesto, cuyas normas él reconoce como previa-mente dadas, pero que debe ejecutar con su querer y pensar; finalmente, el orden de la cultura y de la -> técnica, que el hombre despliega sobre todo aplicando las normas éticas previamente dadas (orden jurí­dico) o las -> leyes de la naturaleza (estructuras técnicas) según sus necesidades, o que él desarrolla a su gusto (juegos según reglas, vestidos según la moda dominante y hasta las obras de arte según un canon estilí­stico).

También la peculiaridad de los miembros ordenados condiciona una diferencia en la estructura del o. Si éste es una unidad cerrada, cuyos miembros no son independientes, sino que sólo pueden entenderse como partes del o., se llama totalidad; el ejemplo más impresionante es el organismo. Si la estructura une distintos elementos de una manera que satisface a nuestro sentimiento estético, se habla de armoní­a. Según el principio de o. (el punto de vista ordenador), cuya forma más primigenia es lo anterior y posterior (una mera yuxtaposición no produce o.), se distinguen el o. espacial (según la distancia diversa o igual respecto de un determinado punto del espacio, o según la coincidencia con un plano o imagen previo); el o. temporal (serie simplemente continuada o que retorna periódicamente); el o. de rangos (según la dependencia de los elementos entre sí­ o su coincidencia con un o.previo de valores); el o. causal (-> causalidad; según las distintas especies de causas y la relación causa-efecto), que culmina en el o. final, en el o. de cara a un fin, que para el hombre es prototipo de todo o., pues partiendo de su obrar racional ve en la estructura del o. el fin que ha de alcanzarse por la coordinación de los elementos. Finalmente, hay que distinguir también el o. según la facultad (humana) que puede descubrir su estructura, y así­ se contraponen, p. ej., el o. racional y el ordo amoris (M. Scheler) o el ordre du coeur (B. Pascal).

3. Historia
Dada la importancia del o. para la vida humana, no es de maravillar que, desde los comienzos de la historia de la filosofí­a, el problema del o. se cuente entre los más importantes. Ya el pensamiento mitológico (-> mito, mitologí­a) intenta comprender el origen y estructura del -> mundo y el sentido del destino humano aplicándoles órdenes e imágenes trasladadas de la vida humana al terreno de lo divino. La filosofí­a presocrática busca la &NA como principio del o. (p. ej., el número de los pitagóricos), o como material de o. (p. ej., el ersí­.pov de Anaximandro) del mundo experimentado como cosmos. Precisamente su o., y no la presencia de la materia que subyace en él como material y por tanto de suyo es completamente desordenada, tratan de explicar también Platón y Aristóteles por medio del demiurgo como principio ordenador (como ya en Heráclito el logos) y por la idea o forma respectivamente como principio de o. En esta explicación el o. es también estructura; pero, sobre todo, es dirección u orientación al bien que le precede como su meta (cf., p. ej., ARISTí“TELES, Metal. A 1075a). Para el cristianismo – ya que la materia es también creada – no está ya sustraí­da al o.; la creación misma es un o. universal, como lo muestra ya el relato del -> Génesis sobre todo por la imagen de la obra de los seis dí­as. Con ello va estrechamente unida la convicción de que todo es bueno, mientras que, en la concepción griega de una materia que antecede a la creación, aquélla aparece fácilmente como el principo del desorden y luego también como principio del -> mal, que efectivamente consiste en desviarse de una norma, de un o. obligatorio.

Así­ se explica también cómo, para la convicción cristiana de que todo ha sido ordenado por Dios, el mal constituye un problema especial. Ya Agustí­n, en su obra temprana De ordine, aborda especialmente esta cuestión. La edad media toma de él y de la tradición neoplatónica la idea de la estructura jerárquica del mundo, en que todo ocupa su lugar según el plan de la creación, previa y eternamente dado en la mente de Dios, o aspira a ocuparlo. Como el -› bien supremo que ha de realizarse en el mundo es su o. total correspondiente a aquel plan, un mal particular puede todaví­a tener sentido, si sirve a la realización de este o. total (cf. TOMíS, ST 1 q. 49 a. 2).

En la filosofí­a moderna no escolástica, Kant aporta la contribución más importante a la teorí­a del o., pues según él la sensibilidad con su apriori de espacio y tiempo y la razón con sus categorí­as introducen en la naturaleza aquel o. que el hombre encuentra en ella. Partiendo de la idea acertada de que el o. depende del espí­ritu, la cual en el idealismo alemán se exorbitó hasta afirmar la identidad del o. del pensamiento con el del ser, surgió luego, en seguimiento de Kant, la tendencia a reducir el o. únicamente al espí­ritu humano, a peser de que las estructuras causales de la naturaleza – las constantes naturales en lo inorgánico, los organismos y su evolución en el terreno de lo vivo – hacen imposible cerrar los ojos al o. previamente dado. Por el contrario, incluso en estos ámbitos se impugna un o. final, y a menudo se intenta explicar las normas éticas particularmente, no como un o. impuesto, sino únicamente por la convención humana o por medios semejantes, lo cual deja sin esclarecer su carácter absolutamente obligatorio. Siguiendo a Hegel, el -> materialismo histórico ha querido descubrir en la historia un o. fijo de evolución; esta visión corresponde al afán intelectual de o. en el hombre, que busca siempre el o. para hallar un terreno seguro; pero su fundamento es más problemático aún que el correspondiente ensayo cristiano de Teilhard de Chardin de señalar un punto final inmanente al que se ordene toda la historia universal como a su consumación (cf. filosofí­a de la -> historia, teologí­a de la -> historia). Semejante concepción corre por lo menos el peligro de considerar al hombre actual como estadio de transición hacia el venidero, cuando en realidad el hombre es en sf mismo el fin del o. del mundo, e incluso un o. que por él es también el o. último del mundo y que Ú debe realizar de cara a Dios (cf. relación entre -> Dios y el mundo, fin del -> hombre).

4. Importancia del orden
De todo ello se deriva que el hombre, no sólo para su trato con el mundo, está remitido a un o. que allí­ encuentra previamente y que él amplí­a; pues de lo contrario no podrí­a orientarse en el mundo, ni proyectar, ni adaptarse a él, ni transformarlo para sí­. El hombre no sólo debe ordenar su convivencia con los otros hombres para formar una sociedad y su saber para constituir una ciencia, pues de lo contrario una y otra cosa permanecerí­an sin visión de conjunto e imprevisibles; sobre todo debe también orientar su vida y pensamiento mismo, si han de tener -> sentido, según una norma determinada y a la postre por una norma previamente dada, pues en definitiva no puede siquiera elegirla racionalmente, ya que a su vez una elección racional sólo es posible ateniéndose a una dirección y fin precedentes. Así­ entendido, el principio que, pasando por Tomás de Aquino (S. c. G. 1 1), se remonta a Aristóteles (Metaf. A 982a): Sapientis est ordinare, es el verdadero programa de la vida humana. En efecto, la tarea del hombre es realizar el recto o. en sí­ mismo y, de rechazo, en el mundo.

BIBLIOGRAFíA: H. Kringe, Ordo. Philosophisch-historische Grundlegung einer abendländischen Idee (Hl 1941); í­dem: HThG 11251-256 ; H. Kahn – F. Wledmann (dir.), Das Problem der Ordnung (6. Deutscher Kongreß der Philosophie) (Meisenheim 1962); H. Barth, Die Idee der Ordnung. (St 1958); W. Strombach, Natur und Ordnung. Eine philosophische Deutung des wissenschaftlichen Welt- und Menschenbildes unserer Zeit (Mn 1968); 1. A. Doral, La noción de orden público en el Derecho Civil español (Pampl 1967).

Alber Keller

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica