PABLO (ARRESTO)

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vet, (k) Pablo en Jerusalén; arresto; encarcelamiento en Cesarea. No tardó en hacerse realidad la predicción de Agabo. Los hermanos de Jerusalén le dieron una buena acogida a Pablo y a sus colaboradores que, al dí­a siguiente de su llegada, fueron a visitar a Jacobo, el hermano del Señor; se encontraron también con todos los ancianos de la iglesia. Ellos glorificaron a Dios, que se habí­a servido de tal manera del ministerio de Pablo, pero recordaron al apóstol que numerosos cristianos procedentes del judaí­smo habí­an oí­do decir que él no observaba la Ley de Moisés. Los ancianos le propusieron que diera en el mismo Templo una prueba espectacular de su fidelidad a las costumbres judí­as, encargándose de cumplir las prescripciones y de pagar los gastos implicados en la liberación del voto de cuatro nazareos. Pablo consintió en ello, para no tener conflictos con los judí­os. Es posible que se tratara de una observancia análoga a la que él habí­a observado en Corinto de manera voluntaria (Hch. 18:18). Pablo enseñaba que ningún convertido de la gentilidad tení­a que observar las ordenanzas de la ley mosaica, y que ningún cristiano de origen judí­o estaba ya obligado a seguir las costumbres tradicionales. Sin embargo, declaraba que no se debí­a condenar a los judí­os que quisieran conservar su fidelidad a la Ley de Moisés y se reservaba, para sí­ mismo, la libertad de observar estas prácticas, o de renunciar a ellas, según las circunstancias. Al asentir a la petición de los ancianos, Pablo no era incoherente. Pero esta acción no tuvo un buen fin. Unos judí­os de Asia, al ver a Pablo en el Templo, lo acusaron falsamente de haber introducido gentiles dentro, y amotinaron al populacho, afirmando que el fariseo tránsfuga habí­a estado enseñando a los judí­os de la diáspora a menospreciar el Templo y a violar la Ley (Hch. 21:27-29). Pablo hubiera sido seguramente muerto si el tribuno de la compañí­a de guarnición romana, Claudio Lisias, no hubiera intervenido con presteza junto con sus soldados. El apóstol, atado con dos cadenas, fue llevado a la torre Antonia. Pidió entonces, antes de ser introducido en ella, permiso para dirigirse a la multitud. Sorprendido al constatar que Pablo hablaba en griego y que no era un egipcio sedicioso, sino un judí­o de Tarso (Hch. 21:38), el tribuno le permitió que se dirigiera al pueblo; el apóstol hizo su discurso en arameo (Hch. 22:2), haciendo reminiscencias de su juventud, y refiriendo su conversión y vocación. La multitud que lo escuchaba empezó a gritar «Â¡A muerte! ¡A muerte!» en cuanto Pablo hizo mención de la oferta de salvación a los gentiles. Lisias le hizo entrar entonces en la torre Antonia para someterlo a interrogatorio. Al saber que se trataba de un ciudadano romano (Hch. 22:25), el tribuno desistió de hacerlo azotar, y ordenó a los principales sacerdotes que convocaran al sanedrí­n al dí­a siguiente para hacer comparecer ante ellos al preso. Pablo no podí­a esperar ningún juicio equitativo de parte del tribunal supremo de los judí­os. Si el sanedrí­n condenaba al prisionero, Lisias deberí­a abandonarlo a sus manos. El apóstol tuvo la habilidad de dividir a sus enemigos, a fin de defender su vida. Recordó su calidad de fariseo, diciendo que en el fondo estaba siendo sometido a juicio a causa de su doctrina de la resurrección. El recí­proco odio entre fariseos y saduceos era aún más profundo que el que ellos tení­an hacia Pablo, por lo que de inmediato se dividieron en dos bandos. Temiendo que el preso pudiera perder la vida entre las dos facciones en pendencia, el tribuno ordenó a los soldados que devolvieran a Pablo a la torre Antonia (Hch. 23:1-10). El Señor se apareció a Pablo a la noche siguiente, y le dijo: «Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí­ en Jerusalén, así­ es necesario que testifiques también en Roma» (Hch. 23:11). Esta promesa se iba a cumplir de una manera muy inesperada. Unos cuarenta judí­os hicieron gestiones para que Pablo compareciera de nuevo ante el sanedrí­n. Se comprometieron a darle muerte, pero un sobrino de Pablo informó a su tí­o y al tribuno (Hch. 23:12-22). Lisias envió entonces a Pablo con una fuerte escolta a Cesarea, residencia de Félix, el procurador, a quien el tribuno envió una carta. Enterándose de que el acusado era un judí­o de Cilicia, el gobernador no lo quiso interrogar antes de la llegada de los acusadores, y lo hizo guardar en el pretorio, que habí­a sido antes el palacio de Herodes. Cuando los representantes del sanedrí­n comparecieron ante Félix, acusaron a Pablo de sedición, de profanación del Templo, y se quejaron de que Lisias les habí­a arrebatado a su prisionero (Hch. 24:1-9). Pablo refutó estas acusaciones (Hch. 24:10-21). Conociendo la nueva doctrina, que era la verdadera causa del litigio, y dándose cuenta de que el acusado era inocente, Félix aplazó la vista de la causa con el pretexto de obtener de Lisias unos informes suplementarios. Pablo quedó preso, pero podí­a recibir visitas de sus amigos. El procurador y Drusila, su esposa judí­a, quedaron impresionados por lo que Pablo afirmó acerca de la fe en Cristo (Hch. 24:24). Sus solemnes palabras parecen haber hecho temblar a Félix, que prometió volverlo a llamar. El gobernador esperaba también que Pablo comprarí­a su libertad (Hch. 24:25, 26), a lo que el apóstol no accedió. Cuando Porcio Festo sucedió a Félix, hací­a ya dos años que Pablo estaba encarcelado (Hch. 24:27). Los judí­os esperaban que el nuevo procurador se plegarí­a a sus deseos, pero éste rehusó hacer subir a Pablo a Jerusalén, y exigió que sus acusadores fueran a Cesarea (Hch. 25:1-6). Pablo compareció de nuevo ante ellos, y proclamó su inocencia (Hch. 25:7, 8). Deseoso de complacer a los judí­os, Festo propuso a Pablo ser juzgado en Jerusalén. Dándose cuenta de que los judí­os se aprovecharí­an para darle muerte si subí­a a Jerusalén, el apóstol, basándose en su condición de ciudadano romano, apeló al César (Hch. 25:9-11). El procurador, al quedar con ello fuera de la causa, tení­a que enviar al preso a Roma. En medio de estos acontecimientos, Agripa II, biznieto de Herodes el Grande, llegó a Cesarea con su hermana Berenice, sin duda para felicitar a Festo por su nombramiento de procurador. Estando él poco versado en las controversias entre los judí­os, y teniendo que enviar al emperador un detallado informe de la causa, Festo habló a Agripa acerca de Pablo, que quiso oí­rle. Al dí­a siguiente, el procurador hizo comparecer a Pablo ante el rey. El conocimiento que tení­a Agripa de los asuntos judí­os serí­a de ayuda a Festo para redactar su informe al emperador (Hch. 25:12-27). Las caracterí­sticas de la defensa de Pablo ante Agripa fueron el tacto, la elocuencia y el valor. Dando un relato de su vida, el preso mostró que él habí­a buscado obedecer al Dios de Israel, y que su apostolado cristiano era un cumplimiento de las antiguas profecí­as (Hch. 26:1-23). Cuando Festo, interrumpiendo a Pablo, le dijo que estaba loco, el apóstol apeló a Agripa. El rey se encastilló en su papel de observador de lo que estimaba como un nuevo fanatismo, y respondió irónicamente: «Por poco me persuades a ser cristiano» (Hch. 26:28). Sin embargo, dijo que Pablo era inocente, y que hubiera podido ser puesto en libertad si no hubiera apelado a César (Hch. 26:31, 32). (l) Viaje a Roma. En otoño del mismo año (probablemente el 59), el preso fue mandado a Roma (véase Cronologí­a al final de este artí­culo [PABLO (III)]). Pablo y otros cautivos fueron confiados a un centurión llamado Julio, de la cohorte augusta. Lucas y Aristarco de Tesalónica (Hch. 27:1, 2) acompañaban al apóstol. La narración de Lucas es sumamente precisa (cfr. James Smith: «The Voyage and Shipwreck of St. Paul»). El centurión trató humanamente al apóstol. El grupo se embarcó en Cesarea en una nave adramitena, que iba a efectuar una navegación de cabotaje por la costa del Asia Menor. Embarcaron en Sidón, y llegaron a Mira, en Licia. En este puerto el centurión hizo subir a los presos a una nave mercante de Alejandrí­a que partí­a para Italia. Siendo el viento desfavorable, la nave tuvo que navegar a lo largo de la costa al noroeste, hasta llegar a la altura de Gnido, en la costa de Caria. Girando allí­ hacia el sur, dobló penosamente el promontorio de Salmón en la zona meridional de Creta, y arribó a Buenos Puertos, en la costa meridional de la isla (Hch. 27:3-8). Habiendo pasado al ayuno (o dí­a de Yom Kippur, véase EXPIACIí“N [DíA DE LA]), que caí­a en el décimo del mes de Tishri (hacia el final de septiembre, v. 9), se hací­a peligrosa la navegación, y el tiempo era amenazador. Pablo dio el consejo de permanecer en Buenos Puertos, pero el centurión escuchó al capitán y al armador de la nave y no al prisionero. Querí­an invernar en Fenice, un puerto mejor situado, más al oeste en la costa de Creta (Hch. 27:9- 12). Cuando la nave abandonó Buenos Puertos se abatió sobre ellos un furioso viento del noreste, que los echó hacia el sur de la islita de Clauda, que se llama actualmente Gozzo. Aligerando la nave de todo el lastre posible, soportaron el vendaval durante dos semanas, derivando hacia el oeste. El apóstol mantuvo la calma y subió los ánimos de la tripulación y de los pasajeros: un ángel de Dios se le habí­a aparecido y le habí­a asegurado que todos llegarí­an a tierra sanos y salvos (Hch. 27:13-26). A la decimocuarta noche, la sonda reveló la proximidad de tierra. Por miedo a los escollos, echaron cuatro anclas, y esperaron que se hiciese de dí­a. Al alba, vieron una ensenada con una playa. Habiendo cortado los cables de las anclas, intentaron llegar allí­ izando la vela de proa, para varar la nave en la arena (Hch. 27:27-40), pero la proa habí­a quedado encallada en la arena, y la popa se abrí­a ante el embate de las olas. Tripulación y viajeros saltaron al agua. Todos se salvaron. La predicción de Pablo se habí­a cumplido (Hch. 27:41-44). Lucas relata de una manera magistral este dramático episodio. El valor de Pablo, su fe, el ascendiente que su calma ejerció sobre los demás, todo ello nos muestra lo que debiera ser el comportamiento de un cristiano ante el peligro. Los náufragos habí­an sido arrojados sobre la isla de Melita (Malta), a 93 Km. al sur de Sicilia. Los isleños testimoniaron su bondad a los desventurados viajeros, y dieron grandes honores a Pablo cuando él sanó a numerosos malteses (Hch. 28:1-10). Tres meses más tarde, el centurión hizo subir a soldados y presos a una nave alejandrina. Esta nave, que habí­a invernado en Malta, llegó a Siracusa, Regio y, finalmente, a Puteoli, puerto de la Italia meridional (muy cercano a Nápoles). Pablo recibió permiso para pasar siete dí­as con la comunidad cristiana de Puteoli (Pouzzoles, Hch. 28:11-14). Al enterarse de la llegada del apóstol, los cristianos de Roma enviaron a hermanos a su encuentro. Pablo se encontró con ellos en el Foro de Apio y en Tres Tabernas, localidades situadas a 69 y 53 Km. de Roma, respectivamente (Hch. 28:15). El centurión entregó los presos al prefecto militar (según algunos mss., «el prefecto de la guardia pretoriana», que en el año 61 d.C. era el célebre Burrus). Mommsem y Ramsay estiman sin embargo que los prisioneros fueron más bien entregados al jefe de otro cuerpo del que formaba parte Julio, el centurión, y que estaba encargado de supervisar los transportes de cereales y de ejercer una cierta vigilancia policial. En realidad, no se sabe a ciencia cierta a quién fue entregado Pablo; lo que sí­ es cierto es que le fue encadenado el brazo derecho al brazo izquierdo de un soldado (Hch. 28:16; Fil. 1:7, 13), y que se le autorizó a alquilar una casa. Las apelaciones a César implicaban un largo proceso. Después de dos años, Pablo esperaba aún la decisión del tribunal (Hch. 28:30). (m) Pablo después de su comparecencia ante el emperador. Al final de Hechos se relata que, tres dí­as después de su llegada a Roma, el apóstol hizo llamar a los principales judí­os, a fin de explicarles la razón de su presencia en Roma, y les citó un dí­a para exponerles el Evangelio. Como en todas partes, unos lo aceptaron, y los otros lo rechazaron. Pablo dijo entonces que este mensaje serí­a predicado a los gentiles, y que ellos sí­ escucharí­an. En efecto, su condición de preso no le impedí­a dedicarse al ministerio. Los últimos versí­culos del libro de Hechos informan que durante dos años Pablo estuvo recibiendo a todos aquellos que querí­an entrevistarse con él; él les anunciaba el reino de Dios, y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, sin que las autoridades pusieran obstáculo alguno (Hch. 28:17-31). Las epí­stolas a los Colosenses, a Filemón, a los Efesios y a los Filipenses, redactadas durante su cautiverio, arrojan una luz viva sobre este perí­odo. El apóstol escribió indudablemente las tres primeras al principio, y la carta a los Filipenses hacia el final de su detención. Estas epí­stolas revelan que habí­a en Roma fieles amigos del apóstol que le ayudaban en su obra misionera. Entre otros estaban: Timoteo (Col. 1:1; Fil. 1:1; 2:19; Flm. 1); Tí­quico (Ef. 6:21; Col. 4:7); Aristarco (Col. 4:10; Flm. 24); Juan Marcos (Col. 4:14; Flm. 24). Nadie impedí­a a los amigos del apóstol que lo visitaran; mensajeros de Pablo ante las iglesias, eran también sus ayudantes en Roma, Gracias a ellos, y a pesar de su encarcelamiento, Pablo dirigí­a las misiones por todo el imperio. Las epí­stolas de la cautividad revelan asimismo el celo de este embajador encadenado, y la entusiasta acogida que tení­a su predicación (Ef. 6:20). Exhorta él de manera insistente a sus amigos a que oren para que Dios abra una puerta a la Palabra (Col. 4:3). Onésimo, el esclavo fugitivo, fue uno de los frutos del trabajo personal del apóstol preso (Flm. 10), que asimismo podí­a escribir a los filipenses: «Mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás» (Fil. 1:12, 13). Nadie ignoraba ya por causa de quién él llevaba aquellas cadenas. Transmite a los filipenses los saludos de los creyentes pertenecientes a la casa del César (Fil. 4:22). Sin embargo, habí­a en Roma entonces cristianos (posiblemente judaizantes) que se oponí­an a la obra de Pablo (Fil. 1:15-18). Su antagonismo no perturbaba en absoluto la serenidad del preso, que estaba por otra parte seguro de que iba a ser liberado con todos los pronunciamientos favorables (Fil. 1:25; 2:17, 24; Flm. 22). Consideraba su cautiverio como el medio escogido por Dios mediante el cual podí­a cumplir aún mejor su misión de embajador de Cristo. Las cartas muestran finalmente, que el preso no dejó de administrar las iglesias por correspondencia, refutando de manera particular las falsas doctrinas que surgí­an en Asia Menor. Las epí­stolas de la cautividad contienen la enseñanza más completa de Pablo sobre la persona de Cristo y sobre los propósitos eternos de Dios revelados en el Evangelio. El fervor del apóstol y su elevado concepto de los deberes del cristiano se hacen patentes en sus instrucciones prácticas. Aunque el libro de los Hechos concluye con el relato del cautiverio del apóstol Pablo en Roma, hay razones de peso para aceptar que el apóstol fue absuelto y liberado al cabo de los dos años, y que volvió a viajar. Las evidencias que dan razón de esto son: (A) El último versí­culo de Hechos concuerda mejor con la hipótesis de la liberación que con la de la condena a muerte. Al destacar que nadie estorbaba la obra de Pablo, Lucas da la impresión de que el apóstol no estaba esperando su final. (B) El mismo Pablo está persuadido de que será liberado (Fil. 1:25, 26; 2:17, 24; Flm. 22). La actitud de las autoridades romanas hacia él le permití­a abrigar esta certeza. La persecución de Nerón no habí­a comenzado todaví­a. Cuando estalló, fue de manera repentina, sin que se hubiera podido prever a causa de ningún tipo de animosidad oficial anterior. La ley romana seguí­a considerando a los cristianos como a judí­os sectarios, que por ello estaban autorizados a practicar su religión. Todo hace pensar que el tribunal imperial declaró inocente a Pablo y lo absolvió. Además, es indudable que Festo, el procurador de Judea, habí­a enviado un informe favorable (Hch. 26:31), y parece que los judí­os no habí­an enviado a Roma a ningún acusador oficial contra Pablo (cfr. Hch. 28:21). (C) La tradición de la absolución de Pablo, de su reanudación de sus viajes y del segundo encarcelamiento se remonta a una época muy temprana. Clemente de Roma (96 d.C.) afirma que los viajes de Pablo lo llevaron hasta los confines de occidente, lo que parece indicar España. El fragmento de Muratori (170 d.C.) menciona asimismo el viaje a España. Estos testimonios concuerdan con la «Historia Eclesiástica» de Eusebio de Cesarea (324 d.C.), que refiere la tradición existente: «Después de haber hecho su defensa, el apóstol fue liberado, y reanudó sus viajes misioneros. Vuelto por segunda vez a Roma, sufrió allí­ el martirio.» Esta tradición, que no descansa sobre pruebas totalmente convincentes, no serí­a suficiente, por sí­ misma, para establecer el hecho como indudable. Pero la antigüedad de estos testimonios y su autoridad confirman los otros argumentos, en tanto que, por otra parte, no existe evidencia en contra. (D) Numerosas pruebas, externas e internas, dan testimonio de que las epí­stolas a Timoteo y a Tito son paulinas. Pero estas cartas dan evidencia de haber sido escritas con posterioridad a los incidentes relatados en el libro de los Hechos. Esta constatación nos lleva a retener como cierta la tradición referida por Eusebio. Por esta y otras evidencias que se mencionarán en el siguiente apartado, podemos admitir que la apelación a César tuvo corno resultado la liberación de Pablo. Los hechos posteriores de su historia permanecen oscuros. Se puede deducir por alusiones que figuran en las epí­stolas a Timoteo y a Tito y en la tradición. Es posible que después de ser puesto en libertad el apóstol se dirigiera, como habí­a manifestado ser su intención, al Asia Menor y a Macedonia (Fil. 2:24; Flm. 22). Según 1 Ti. 1:3, Pablo llegó a Macedonia y dio a Timoteo el encargo de que dirigiera las iglesias de los alrededores de Efeso. Se desconoce dónde se encontraba cuando escribió la primera carta a Timoteo; 1 Ti. 3:14 revela que el apóstol esperaba volver pronto a Efeso. La carta a Tito muestra que habí­a dejado a este discí­pulo para que administrara las iglesias de Creta, y que esperaba invernar en Nicópolis (Tit. 3:12). Hay tres ciudades que llevan este nombre y todas ellas hubieran podido ser la que se cita en este pasaje: una en Tracia, cerca de Macedonia; otra en Cilicia, y la última en Epiro. Es probablemente la última la que se menciona en Tit. 3:12. Aceptando la antigua tradición del viaje a España (véase más arriba), podemos suponer que Pablo se dirigió allí­ después de haber recorrido de nuevo el Asia Menor y Macedonia. Al volver de España, se hubiera detenido en Creta, dejando a Tito allí­, y habrí­a vuelto a Asia, desde donde habrí­a enviado la epí­stola a Tito; en 2 Ti. 4:20 se puede ver que Pablo pasó a Corinto y a Mileto, y después a Grecia y a Asia. Nada demuestra que haya podido llevar a cabo su deseo de invernar en Nicópolis. Numerosos exegetas piensan que el apóstol no llegó allí­, sino que fue detenido otra vez y conducido a Roma. Las epí­stolas que Pablo redactó en aquella época nos dan algunos detalles acerca de este tema. Al dedicarse a evangelizar en nuevos distritos, acababa de organizar las iglesias ya fundadas. Presintiendo que su carrera iba a quedar truncada, y que las iglesias iban a correr nuevos peligros, externos e internos, escribió las epí­stolas pastorales (las dos a Timoteo y Tito), dando a sus dos delegados personales instrucciones acerca de la disciplina en la iglesia y de los recursos de los creyentes ante los tiempos peligrosos que habrí­an de sobrevenir. (n) Ultima detención y martirio. El primer cautiverio en Roma acabó probablemente el año 62 (o 63) d.C. Pablo se habrí­a lanzado enseguida a predicar el Evangelio durante cuatro años, más o menos. Eusebio sitúa el martirio del apóstol en el año 67 en tanto que Jerónimo afirma el 68. Se desconocen las circunstancias de su segundo arresto. La segunda epí­stola a Timoteo, redactada en Roma poco antes de la muerte de Pablo, contiene algunas breves alusiones a su encarcelamiento. En el año 64, Nerón desencadenó una persecución contra los cristianos de la capital, que indudablemente tuvo sus efectos en diversas provincias (1 P. 4:13-19). Como algunos exegetas han supuesto, podrí­a ser que el apóstol hubiera sido denunciado por uno llamado Alejandro (2 Ti. 4:14). Fuera cual fuera el lugar en que fue detenido el apóstol, Pablo iba a comparecer de nuevo ante el tribunal en Roma. Posibles motivos: nuevo recurso del apóstol al César; inculpación por pretendidos crí­menes cometidos en Italia (quizá de complicidad en el incendio de Roma); deseo de las autoridades provinciales de recoger prestigio a los ojos de Nerón al enviarle un preso importante. En la época de escribir su segunda carta a Timoteo, Pablo no tení­a consigo más que a Lucas (2 Ti. 4:11). Habí­a sido abandonado por ciertos discí­pulos (2 Ti. 1:15; 4:10, 16), otros habí­an partido para efectuar diversos servicios (2 Ti. 4:10, 12). El tribunal imperial ante el que Pablo compareció de nuevo no lo condenó en el acto (2 Ti. 4:17), pero lo mantuvo encarcelado. Es posible que el apóstol pudiera probar su inocencia, pero quedó encarcelado por causa de su fe. Habla de sus cadenas (2 Ti. 1:8, 16); afirma que se le trata corno a un malhechor (2 Ti. 2:9) y presiente cuál será su fin (2 Ti. 4:6-8). Lo cierto es que Pablo fue finalmente condenado a muerte; su profesión de fe cristiana era suficiente para ello, según la polí­tica establecida por Nerón en el año 64 d.C. La tradición dice que Pablo, como ciudadano romano, fue decapitado en la carretera de Ostia. Este bosquejo de la vida de Pablo se basa en los Hechos y en las epí­stolas, pero es evidente que no se ha relatado todo. Hay textos que dejan entrever varios otros episodios de la azarosa vida de Pablo (Ro. 15:18, 19; 2 Co. 11:24-33). (o) Personalidad, obra y teologí­a de Pablo. En el libro de los Hechos y en las epí­stolas de Pablo se revela su carácter y el inmenso valor de su obra. Es difí­cil retratar esta naturaleza tan diversa, y cuya conversión no hizo sino acentuar su ardor religioso. Comprendiendo de un golpe y de una manera total la verdad, extrajo de ella las lógicas consecuencias. Su corazón quedó igualmente prendido, lo mismo que su inteligencia, y el fervor de sus sentimientos fue igual al vigor de sus razonamientos. Expone simultáneamente el aspecto práctico y teórico de la verdad, explicando las doctrinas con una dialéctica consumada, en tanto que introduce el cristianismo en la vida diaria con una sabia habilidad. Este hombre sensible, ardoroso, que conocí­a en ocasiones el éxtasis, no dejó de profundizar en sus enseñanzas. Capaz de llegar a las más altas cumbres del pensamiento religioso, es sin embargo un hombre de acción. Sometido totalmente al control del Espí­ritu de Dios, esta naturaleza intelectual y espiritual, rica, ardiente y pura fue usada por Dios para el apostolado a los gentiles. Se esforzó, mediante la acción y la palabra, en hacer comprensible al mundo pagano el Evangelio de Cristo. El libro de los Hechos nos revela el método de Pablo. Recibió la misión de presentar a Cristo en un mensaje universal, desligado de los ritos judí­os y accesible a todos los hombres. Pablo no fue el único en ver esta meta, pero contribuyó más que nadie a expandir el cristianismo por el mundo. Se mantuvo constantemente en dependencia de Cristo, siendo Su principal obrero. Por otra parte, las epí­stolas de Pablo contienen la interpretación inspirada que dio de la doctrina y de la moral de Cristo. Pablo es el mayor de todos los teólogos. Su teologí­a se desprende de su conversión, por la cual comprendió repentinamente la incapacidad de sus propios esfuerzos para llegar a la salvación; la dependencia del pecador con respecto a la gracia soberana de Dios; la perfección de la obra redentora que Jesús, el Hijo de Dios, ha llevado a cabo por Su muerte y resurrección. Como consecuencia, sólo puede hallarse la salvación por medio de la fe, uniéndose mediante ella a Cristo. El pecador así­ justificado, unido al Señor, participa de todas las bendiciones espirituales y temporales, celestiales y terrenas, que Cristo le ha conseguido. A partir de este fundamento de la fe, Pablo, inspirado por el Espí­ritu Santo, expone todo lo que concierne a la obra y a la persona de Cristo. La cuestión de la salvación se expone de una manera completa en las epí­stolas a los Gálatas y a los Romanos. Las epí­stolas de la cautividad exaltan al Cristo glorificado y ensalzan el propósito eterno de la gracia de Dios para con la Iglesia. Además de estos aspectos centrales, las epí­stolas tocan prácticamente todos los aspectos de la fe y de los deberes del cristiano. La teologí­a de Pablo tiene como objeto esencial la gracia, tema inagotable cuyas profundidades sondea el apóstol. El presentó así­ al mundo gentil el Mesí­as anunciado por los profetas de Israel. Dios suscitó a Pablo para que él presentara a la humanidad la persona y la obra de su Salvador. Entre los apóstoles, fue indiscutiblemente el más brillante expositor y teólogo, y el más ardiente misionero. Dejar de lado la interpretación que Dios nos ha dado por medio de Pablo de las enseñanzas y de la obra de Jesucristo es exponerse a no comprender el absoluto qué es el cristianismo. (p) Cronologí­a. Aunque se conocen en su conjunto los pasos de la vida de Pablo, no siempre es posible asignar fechas a sus hechos y escritos con una precisión absoluta. Hay dos fechas en Hechos que dan puntos de referencia: la Ascensión de Cristo, variamente situada entre el año 29 y el 32 d.C., y la muerte de Herodes (Hch. 12:23), que es situada unánimemente en el año 44 d.C. Pero estas fechas no son suficientes para precisar toda la cronologí­a que nos ocupa. Se ha pensado que serí­a posible erigirla en base a la fecha en la que Festo llegó a ser procurador de Judea. Es plausible que fuera en el año 60 d.C. Josefo sitúa bajo el reinado de Nerón (comenzado en el año 54 d.C.) casi todos los acontecimientos en relación con el gobierno de Félix; por su parte, Pablo dice en Hch. 24:10 que Félix habí­a sido gobernador de Judea «desde hace muchos años». Por ello, no es posible situar el comparecimiento de Pablo ante Félix antes del año 57 d.C. Siendo que el apóstol habí­a estado detenido dos años en Cesarea, la accesión de Festo al poder deberí­a situarse en el año 59 y no más tarde, por cuanto Albino lo sucedió en el año 62, y los acontecimientos relacionados con Festo ocuparon más de un año. Si Festo llegó al puesto de procurador en el año 59, es en otoño de este mismo año que Pablo fue enviado a Italia. El apóstol hubiera llegado a Italia en la primavera del año 60, después de haber pasado el invierno en la isla de Malta. El final del libro de los Hechos y la liberación de su primer cautiverio romano se situarí­an entonces en el año 62 (Hch. 28:30). Los partidarios de esta cronologí­a fechan retrospectivamente los acontecimientos del inicio de la carrera del apóstol a partir del año 59 (accesión de Festo). El arresto de Pablo tuvo lugar en el año 57 (Hch. 24:27), al final de su tercer viaje. Entonces se tiene, retrospectivamente: invierno en Corinto, antes del arresto (Hch. 20:3); otoño anterior en Macedonia (Hch. 20:1, 2); antes de ello, tres años en Efeso (Hch. 20:31), a donde habrí­a llegado procedente de Antioquí­a después de haber recorrido rápidamente los territorios de Galacia y Frigia (Hch. 18:23). Así­, el tercer viaje misionero habrí­a durado cuatro años. Si Pablo estuvo en Jerusalén en la primavera del año 57, su tercer viaje se inició en la primavera del año 53. Hubo un breve intervalo entre el tercer y segundo viajes, que duró al menos dos años y medio, ya que el apóstol pasó un año y medio en Corinto (Hch. 18:11), y el itinerario anterior duró indudablemente un año (Hch. 15:36-17:34). Mediante la inscripción de Delfos, descubierta en 1905, es posible fijar la fecha del proconsulado de Galión entre mayo del año 51 y mayo del año 52, por lo que la comparecencia de Pablo ante este magistrado debe situarse a inicios del año 52. Si el segundo viaje acabó en otoño del año 52, habí­a entonces comenzado en la primavera del año 50, algunos dí­as después del concilio de Jerusalén (Hch. 15:36), acontecimiento de suma importancia, que queda entonces situado en el año 49. Entonces, el primer viaje misionero sólo puede ser situado entre el año 44, año de la muerte de Herodes Agripa (Hch. 12) y el año 49, fecha del concilio (Hch. 15). Es probable que tuviera lugar entre el año 46 y 48, aunque no se conoce exactamente el tiempo que tomó. Para situar la fecha de la conversión del apóstol, es preciso comparar los datos ya dados con lo que Pablo dice en Gálatas (Gá. 2:1) : «Después, pasados catorce años, subí­ otra vez a Jerusalén con Bernabé.» Es indudable la alusión al concilio de Jerusalén, en el año 49. ¿Cuál es el punto de partida de estos catorce años? Según ciertos comentaristas, es su conversión (Gá. 1:15, 16), lo que la remontarí­a al año 35 o 36, según que se cuente o no el primero de los catorce años. Pero Pablo menciona (Gá. 1:18) que él subió a Jerusalén por vez primera tres años después de su conversión. Parece más lógico contar los catorce años en Gá. 2:1 a partir de la primera visita a Jerusalén, mencionada como antecedente en Gá. 1:18. En este caso, su conversión se situarí­a en el año 32 o en el 34, según que se incluya o no el primer año (por lo general los hebreos calculaban incluyendo el año, o el dí­a de punto de partida y el de llegada del cálculo. Cfr. con los tres dí­as que Cristo pasó en la tumba). Conclusión: La conversión puede fecharse en el año 34, lo que deja lugar a la fecha propuesta por Anderson de la muerte y resurrección del Señor en el año 32 (véase JESUCRISTO); la primera visita a Jerusalén en el año 36; los catorce años en cuestión finalizarí­an en el año 49 d.C. Todas estas fechas pueden ser discutidas. Hay exegetas que dicen que Festo vino a ser procurador de Judea en el año 55, con lo que todas las fechas tendrí­an que ir cinco años atrás. Ello obligarí­a a contar los catorce años a partir de la conversión. Sin embargo, las fechas más sólidamente apoyadas son las que han sido presentadas en este apartado. Todo ello nos permite establecer la siguiente tabla: 32 Muerte, resurrección y ascensión de Cristo 34 (?) Conversión de Pablo 36 Primera visita post. a Jerusalén (Gá. 1:18) 37-43 Pablo en Tarso 44 Entrega a la iglesia en Jerusalén de los fondos dados por los cristianos de Antioquí­a (Hch. 11:30) 46-48 Primer viaje misionero 49 Concilio de Jerusalén 50-52 Segundo viaje misionero 51 1 y 2 Tesalonicenses 53-57 Tercer viaje misionero 54 Epí­stola a los Gálatas 55,56 1 Corintios 56 2 Corintios 56,57 Epí­stola a los Romanos 57 Arresto en Jerusalén 57-59 Encarcelamiento en Cesarea 59 Festo nombrado procurador de Judea 60 Pablo llega a Roma 60 o 61 Epí­stola a los Colosenses, a Filemón, a los Efesios 61 o 62 Epí­stola a los Filipenses 62 Liberación del primer cautiverio en Roma 63 o 64 1 Timoteo 64 o 65 Epí­stola a Tito 65 o 66 Epí­stola a los Hebreos (véase HEBREOS [EPíSTOLA] para la cuestión de su paternidad) 66 2 Timoteo 66 Muerte de Pablo Bibliografí­a: Bernard, T. D.: «El desarrollo doctrinal en el Nuevo Testamento» (Publicaciones de La Fuente, México, D.F., 1961); Gutiérrez Marí­n, A.: «Albores del cristianismo en España» (Publicaciones Portavoz, Levittown, Pa., 1963); Hester, H. I.: «Introducción al estudio del Nuevo Testamento» (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1974); J. L. Harris: «Paul a servant of Jesus Christ», en Bible Treasury, abril-junio, 1886; Kelly, W.: «The Epistles of Paul the Apostle» (Bible Truth Publishers, Oak Park, Illinois, reimpr. 1970 de edición 1869); Meyer, F. B.: «Pablo, siervo de Dios» (Clí­e, Terrassa, 1983); Patterson, F. G.: «Paul’s Doctrine» (Bible Truth Publishers, Oak Park, Illinois, 1944); Robertson, A. T.: «Paul», en ISBE, (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, 1946); Tenney, M. C.: «Nuestro Nuevo Testamento, una perspectiva histórico-analftica» (edit. Moody, Chicago, 1973). Véanse también bibliografí­as en los artí­culos correspondientes a las Epí­stolas de Pablo, incluyendo HEBREOS.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado