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PADRES GRIEGOS, TEOLOGIA DE LOS

PADRES GRIEGOS, TEOLOGIA DE LOS

1. Concepto y fundamentación
La t. de los p. g. es la labor teológica de aquellos padres de la Iglesia que se sienten obligados al mundo del lenguaje y del pensamiento griegos. Dentro de la historia de la teologí­a en la Iglesia antigua representa la modalidad de la labor teológica de la Iglesia oriental (hasta Juan Damasceno + 749 [?], el teólogo normativo de la «Iglesia ortodoxa»). Su desarrollo y evolución en la historia están expuestos en la usual división en perí­odos de la -> patrologí­a.

La base de la t. de los p. g. es la versión griega del caudal de la revelación (el nuevo testamento griego y los LXX como traducción del AT hebreo). El que la legitimidad de esa versión se considerara obvia, se debió al predominio del lenguaje y de la cultura griegos en el imperio romano helení­stico, predominio que se extendí­a también al judaí­smo. La traducción de la revelación al lenguaje griego significa más que una mera formulación lingüí­stica nueva. El -> kerygma y el dogma cristianos reciben además la estructura del pensamiento griego; «todo un mundo de representaciones, sistemas conceptuales y finos matices significativos conquistó el pensamiento cristiano» (W. Jaeger). Con esta conquista pudo hacerse fructí­fera para la teologí­a cristiana la rica herencia de la espiritualidad griega, que por su parte se nutrí­a de la tradición de todas las naciones unidas por el ví­nculo del helenismo (-> helenismo y cristianismo).

Al germen judí­o del mensaje de Jesús se añaden elementos de la filosofí­a griega, especialmente con cuño platónico. Los testigos más importantes del encuentro espiritual del primitivo kerygma cristiano con el pensamiento griego dentro del NT son las cartas de Pablo y los escritos de Lucas y de Juan. Un locus classicus es el discurso de Pablo en el areópago de Atenas (Act 17, 16-34), donde se desarrolla con mentalidad griega el «primer artí­culo de la fe». Esta escena es un testimonio del proceso histórico de la útil discusión del cristianismo con el mundo intelectual helení­stico. La disputa intelectual entre ambas magnitudes discurre por los cauces de una vinculación, acomodación y transformación. En este caso sigue siendo válido el principio filónico: «La vieja moneda se dispone para su nuevo uso gracias a una nueva acuñación» (p. ej., Quod det. potiori insidiari soleat, 152).

Junto a la filosofí­a platónica, la t. de los p. g. acoge las máximas de la ética estoica, y con ellas formula un estilo propio de moral cristiana. Además, los p. g. (con ciertos antecedentes ya en Pablo) se ven obligados a discutir con el movimiento gnóstico. El necesario diálogo conduce a su vez a una múltiple fecundación y ampliación del pensamiento cristiano (-> gnosis, -> gnosticismo).

2. El tiempo de los padres apostólicos
Bajo el nombre de «padres apostólicos» la historia de la primitiva literatura cristiana designa breve y artificialmente los escritos del tiempo postapostólico; sin embargo «como categorí­a de la historia de la teologí­a» la designación es justa. Entre los escritos merecen la primací­a, desde el punto de vista de la historia de la teologí­a, la 1 Clem y las siete cartas de Ignacio. Su preocupación es el orden de la comunidad y la pureza del kerygma recibido (contra la volatilización doceta y la falsificación judaica de la imagen de Jesús), que son esclarecidos sobre el terreno de la Escritura y de la tradición. La cuestión de la organización de la comunidad (especialmente en Clemente) se resuelve con argumentación estoica: ideas de organización y referencia a prototipos de la historia de la salvación y de la profana, revestidos con el ropaje de los grandes pensadores estoicos (terminologí­a agonal y militar). La paideia griega, con su tesoro de experiencia procedente de la polí­tica, ética social y filosofí­a cosmológica (con el concepto de naturaleza propio de los griegos), se introduce en el cristianismo con la 1 Clem. El fuerte carácter ético de que se reviste el mensaje cristiano en este escrito corre paralelo con la pérdida de la dimensión escatológica.

Las siete cartas de Ignacio muestran claramente cómo la t. de los p. g. se alimenta de más fuentes que las reflejadas en 1 Clem. El mundo de conceptos y de imágenes denuncian en Ignacio el influjo del ambiente judeocristiano, más concretamente de sello sirí­aco (Ascensión de Isaí­as, Odas de Salomón), con tendencia fuertemente gnóstica (judeocristianismo, en -> judaí­smo). El culto a los mártires que puede percibirse en la carta a los Romanos se nutre a su vez de la herencia del judaí­smo posterior (4 Mac), se une con imágenes gnósticas y para la posteridad sigue ejerciendo una influencia decisiva en la concepción del martirio cristiano.

Los dos escritos doctrinales del cristianismo primitivo, la carta de Bernabé y el Pastor de Hermas, pertenecen a cí­rculos judeocristianos, a pesar del enfoque antijudí­o de Bernabé. Este se esfuerza por encontrar un camino para seguir utilizando el AT en la comunidad salví­fica de la nueva alianza, y lo encuentra en la -> exégesis espiritual de la alegorí­a y la tipologí­a. Con esto adopta la explicación de la Escritura propia del judaí­smo helenista (Filón) y le concede derecho de ciudadaní­a en la Iglesia cristiana. El Pastor de Hermas, un escrito original, literariamente pobre, de carácter profético-apocalí­ptico, que con la fe en el fin inminente del mundo anuncia la posibilidad de una sola penitencia postbautismal, muestra claramente su dependencia de la literatura judí­a y judeocristiana. Junto a esto, vive además de préstamos helení­sticos.

Los escritos de la era postapostálica indican que en esta época no hay todaví­a una magnitud que pueda ser considerada como una teologí­a unitaria de los padres. La siguiente generación de literatos será la que por primera vez cree una realidad así­.

3. La época de los apologistas
Los apologistas del cristianismo primitivo salen más allá del ámbito de la Iglesia y se atreven a defender la doctrina cristiana y la vida conforme a ella en el ambiente público del paganismo. En la forma literaria se atienen a los géneros ya recibidos: el discurso polémico y protréptico y el diálogo. La discusión con el mundo pagano obliga a una clara asociación y disociación. El politeí­smo pagano experimenta una negación radical. En la lucha contra el cielo homérico de los dioses los apologistas del cristianismo primitivo combaten contra un enemigo ya muerto.

Los apologistas encuentran puntos de apoyo en la filosofí­a griega de su tiempo y luego en la ética estoica. La doctrina de los logoi spermatikoi facilita el proceso de asociación fructí­fera. Los padres apologistas toman los elementos filosóficos de la Academia platónica del siglo II (el llamado «platonismo medio»). Aquí­ se encuentran con la amplia disolución de la filosofí­a en teologí­a natural («el divino Platón»). Así­ es como la labor teológica de los apologistas a su vez puede presentarse como «filosofí­a»: «Ved cómo y por qué me he convertido en filósofo» (JUSTINO, Diálogo vIII 2).

La labor teológica común de los apologistas griegos (los latinos ya desde Tertuliano van por su propio camino) nos ofrece la siguiente imagen: la apropiación de elementos filosóficos conduce la teologí­a más allá del marco de un mero biblicismo. La doctrina de Dios ocupa la posición central de la teologí­a apologética. La doctrina de la creación se convierte en cosmologí­a. Como consecuencia de la ética humaní­stica, las afirmaciones acerca de la muerte de cruz de Cristo pierden su posición central. El esfuerzo intelectual por mostrar la racionalidad incondicional del cristianismo corre el peligro de disolver el mensaje cristiano en verdades racionales evidentes. Se asume incluso el riesgo de ciertas contradicciones con la doctrina de la Escritura: p. ej., la preexistencia de la materia y de las almas, la existencia de varios mundos. La identificación del logos de la filosofí­a de la escuela platónica con Cristo, conduce a la -> cristologí­a del Logos, que obliga a ciertas afirmaciones cristológicas incompletas. Estas se esclarecen en la disputa trinitaria de los siglos nr-rv. De todos modos, para la discusión esclarecedora (y para el conjunto ulterior de la historia de la teologí­a), los apologistas hallan vocablos fundamentales (logos – endiathetos – proforikos – hypóstasis – énosis – diaí­resis), representaciones interpretativas e imágenes explicativas.

Con esto la teologí­a de los apologistas griegos pone de manifiesto que una mera repetición de las afirmaciones bí­blicas no conduce sin más a una teologí­a real. Sólo cuando el mensaje bí­blico se discute positivamente con inteligencia filosófica, surge una manera recta de hacer teologí­a. En este sentido la aportación teológica de los apologistas debe ser reconocida como importante cimiento de la teologí­a cristiana, y ha de quedar registrada como modelo válido de toda la historia de la teologí­a.

4. La era de las escuelas teológicas
La siguiente generación de teólogos prosigue el camino de asociación creadora con la filosofí­a dominante en aquel tiempo: desde el 200 el llamado -> neoplatonismo. La labor teológica de la Iglesia griega se localiza sobre todo en dos centros importantes, a saber, Alejandrí­a y Antioquí­a, que en sendas «escuelas teológicas» se apropian el caudal tradicional de la fe y siguen desarrollándolo. En el lí­mite oriental de la Iglesia griega la «teologí­a siria» sigue su propio camino; en el occidente la teologí­a de los padres latinos corre paralela con la de los griegos. En el lenguaje y en la forma literaria las escuelas mencionadas se sienten obligadas todaví­a al estilo griego: la edición crí­tica, el comentario, el escolio y el tratado erudito han sido tomados de la ciencia griega e introducidos en la literatura cristiana como nuevas formas de expresión.

a) La escuela teológica de -> Alejandrí­a, a través del camino apologético, desde sus más antiguos representantes, consigue rápidamente amplias realizaciones teológicas, que Orí­genes lleva a un primer punto culminante. Aquí­ la teologí­a cristiana se convierte en una apologí­a ante el mundo culto del imperio, pasa a ser una forma de teologí­a cientí­fica, que tiende a una sí­ntesis universal de «cultura y santidad» y con ello consolida el proceso de «helenización» del mensaje cristiano. La conservación de ciertos elementos neoplatónicos en la teologí­a conduce a la consumación de la idea de la paideí­a griega en una primera teologí­a cristiana de la historia: toda la sabidurí­a griega encuentra su plenitud en el cristianismo. Junto a la filosofí­a neoplatónica, como base de toda especulación teológica de los alejandrinos, el elemento más importante es la doctrina del triple sentido de la Escritura, prosiguiendo el sentido alegórico de la misma enseñado por Filón y adaptado especialmente por Orí­genes para la exégesis cristiana. Para la plena formación de un sistema teológico Clemente de Alejandrí­a y Orí­genes añaden una gnosis cristiana propiamente dicha. Estos tres elementos se ponen en juego en todo el trabajo teológico de los primeros maestros alejandrinos y siguen imponiendo su dominio en la teologí­a griega incluso después de la condenación de su gran propulsor (543, en la llamada «disputa de los tres capí­tulos»). A partir de las bases mencionadas la teologí­a alejandrina desarrolla su peculiar especulación metafí­sico-contemplativa. Trata de fundamentar e interpretar a partir de Dios el mundo de lo históricamente dado. Con esto su teologí­a es un pensamiento que va de «arriba hacia abajo». Por esa razón en la disputa trinitaria del siglo iv la escuela alejandrina posterior (especialmente Atanasio) es la defensora más importante de la identidad de naturaleza del Hijo con el Padre. Se utiliza la doctrina del homousios para explicar la redención, pues sólo el verdadero Hijo de Dios puede otorgar al hombre inmortalidad y divinización. En la disputa cristológica los alejandrinos continúan el esquema Logos-sarx. En sus interpretaciones extremas de la relación entre divinidad y humanidad de Cristo llegan necesariamente a afirmaciones que abrevian su humanidad. La consecuencia última es el -> monofisismo en el que de hecho cae la Iglesia alejandrina después del 451.

En estrecho contacto con los alejandrinos se encuentran los grandes -> capadocios (Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno). Están vinculados con Orí­genes incluso por lazos familiares y personales (a través de Gregorio, el Taumaturgo). Como generación postnicena no se hallan gravados por el juego de intrigas personales de los partidos nicenos (al contrario de lo que sucede con Atanasio). La favorable evolución polí­tica en el Imperio (en 378 muere Valente, el último emperador arriano) les permite tomar con calma y con fuerza inquebrantable la decisión de Constantinopla del año 381, a lo cual contribuyó especialmente el hecho de que la fuerza de resistencia de los antinicenos habla quedado debilitada a causa de las divisiones internas. También fueron ellos los que prepararon las soluciones de Efeso y Calcedonia en la disputa cristológica.

Aparte de la teologí­a dogmática, la teologí­a alejandrina (juntamente con la de los capadocios) llegó a ser de gran importancia para la espiritualidad cristiana (-> espiritualidad patristica).

El monacato egipcio de los siglos iv-v vive en gran parte de esta contribución (Evagrio Póntico). Por la traslación de la sabidurí­a de los monjes egipcios al occidente (Juan Casiano), este tesoro pasó también a la Iglesia occidental.

b) La escuela teológica de -> Antioquí­a adopta para su propia tradición doctrinal los elementos filosóficos tomados sobre todo de la obra de Aristóteles. En la exégesis sigue al judaí­smo rabí­nico y trabaja con método histórico-gramático. En lugar de recurrir a la alegorí­a, se sirve de la tipologí­a para dar importancia actual a los acontecimientos salví­ficos del pasado. La especulación teológica de los antioquenos toma los hechos experimentables como punto de partida. Aquéllos mantienen una actitud histórico-positiva en su pensamiento. Desde el mundo de la experiencia ascienden a lo divino. Por esta razón la teologí­a antioquena es una teologí­a que va de «abajo hacia arriba». Su posición extrema conduce en la doctrina trinitaria, partiendo de los presupuestos mencionados de su pensamiento, a la negación de la homousia del Hijo con el Padre (-> arrianismo). El Hijo está ordenado al ámbito de lo creado. En consecuencia la cristologí­a de los antioquenos acentúa más la humanidad de Cristo. Lleva a afirmar una separación entre el Hijo de Dios y el hijo de Marí­a en Jesucristo (Diodoro de Tarso) y a la doctrina de las dos personas de Teodoro de Mopsuestia.

La divulgación de la cristologí­a antioquena por Nestorio (en lugar de theotókos, sólo christotókos como tí­tulo de Marí­a), con lo que se repite en otro plano el caso de Arrio, suscita una violenta disputa teológica que enfrenta a los antioquenos y a los alejandrinos y que, consecuentemente, está cargada de intensa rivalidad humana. La decisión de Calcedonia del año 451, que pone fin a la lucha, está por encima de las dos opiniones de escuela. La condenación del -> nestorianismo en 431 trae el ocaso de la teologí­a antioquena, que sólo se mantiene viva en la Iglesia nestoriana. La cristologí­a antioquena está en correspondencia con la doctrina de esa escuela sobre la redención. El fin de la redención es también aquí­ la «divinización» (p. ej., Teodoro de Mopsuestia). Pero se considera que el camino para llegar a ella consiste en la imitación del redentor. Como consecuencia de la teologí­a antioquena, la ascética muestra un carácter más áspero. Es manifiesta la tendencia a la doctrina «pelagiana» de la perfección. De todos modos hemos de considerar aquí­ que la literatura y la práctica ascéticas deben insistir necesariamente en la actividad de la voluntad humana.

c) Con la escuela alejandrina y la antioquena no nos hemos referido todaví­a a la totalidad de la t. de los p. g. Por una parte, incluso dentro de lo tí­pico de una escuela, ha de tenerse en cuenta que no todos sus representantes pueden considerarse como magnitudes homogéneas. A este respecto hay que pensar en los caminantes solitarios – por ej., Hipólito de Roma)- y en otros grupos autónomos, como los de la «teologí­a de Asia Menor». Esta puede vincularse en sus orí­genes con ciertos gérmenes de Juan (F. Loofs). En su concreción posterior – en Metodio de Olimpia – aparecen claros elementos de la -> apocalí­ptica del judaí­smo tardí­o. Naturalmente, la hostilidad hacia Orí­genes llevó precisamente en el caso de Metodio a aceptar ideas alejandrinas. En este ámbito de influencia del Asia Menor hay que situar también a Ireneo de Lyón, que, contra la disolución gnóstica del kerygma de Cristo, trata de restablecer el caudal de fe perfectamente definido que procede de la tradición apostólica. Su rebuscada doctrina de la recapitulación brota igualmente de una actitud defensiva contra el gnosticismo.

5. Repercusión posterior
Con la fijación de la doctrina de fe por los concilios, que hasta el Constantinopolitano iv se celebraron todos en la Iglesia griega, queda establecido el dogma como el rasgo fundamental más importante de la teologí­a griega. Hay que añadir la mí­stica como otra de sus caracterí­sticas. Fundada por Orí­genes y ampliada por los capadocios, llega a sistematizarse en el Pseudo-Dionisio Areopagita (comienzos del s. vi) mediante elementos del neoplatónico Proclo. Los escritos mí­sticos del Areopagita dan al último pilar fundamental de la Iglesia griega, el culto, su teologí­a y su dignidad permanente. Estas tres caracterí­sticas siguen siendo determinantes para la ulterior teologí­a griega, que con la terminación de la época patrlstica cae en la forma rí­gida de la teologí­a bizantina (-> Bizancio, cultura cristiana de). En el umbral de esta transición la figura luminosa de Máximo el Confesor (+ 662) no es capaz de detener el proceso. También acaba la influencia inmediata sobre la teologí­a occidental. Las obras del Pseudo-Dionisio son los últimos escritos de los padres griegos que son acogidos con entusiasmo en occidente y encuentran su propia historia en la tradición latina. Y, viceversa, concluye asimismo el intercambio positivo con el acervo latino de ideas, que de todos modos se iba debilitando cada vez más (la Regla pastoral de Gregorio Magno es al final de la época uno de los pocos escritos de los padres latinos que se traduce al griego).

La t. de los p. g. realizó sus grandes producciones en los primeros cinco siglos. Con este trabajo se hizo en gran parte necesaria también para la teologí­a latina. En aquel perí­odo productivo de su creación teológica fue su fecunda asociación (acompañada de una necesaria disociación) con la filosofí­a helení­stica la que permitió que llegara a encontrar su propia expresión teológica.

BIBLIOGRAFíA: Cf. los manuales de historia de la Iglesia, de -> patrologí­a y de historia de los -> dogmas. – C. Andresen, Logos und Nomos (B 1955); í­dem, Frühchristliche Apologetik: RGG3 I 480-485; J. Danidloa, Théologie du Jud6o-Christianisme (Tou 1958); H. Crouzel, Origine et la «connaissance mystique» (Tou 1960) (con la más amplia bibliografí­a de su tiempo sobre Orí­genes); J. Daniélou, Message évangélique et culture hellenistique (Tou 1961) W. Jaeger, Das frühe Christentum und die griechische Bildung (B 1963); E. v. Jvdnka, Plato christianus (Ei 1964); C. Andresen, Erlösung (christliche Spätantike): RAC VI 98-219; M. Lods, Précis d’histoire de la théologie chrétienne du 11° au debut du IV° siecle (Neuchátel – P 1966); J. A. de Aldama, Virgo Mater. Estudios de teologí­a patrlstica (Gran 1963); J. Janini Cuesta, La antropologla y medicina pastoral de san Gregorio de Nisa (Ma 1946).

Suso Frank

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica