PASTOR, JESUS EL BUEN

DJN
 
SUMARIO: 1. La parábola original. a) El verdadero pastor b) La comunidad joánica. – 2. Yo soy la puerta. – 3. Yo soy el pastor «ideal». a) El pastor y el asalariado. b) Relación interpersonal. c) Otras ovejas. d) Encuadramiento literario. – 4. El pastor se enfrenta con los lobos. (Jn 10, 22-39). a) Fiesta de la Dedicación. b) Asedio amenazador c) La blasfemia de Jesús.

Esta alegorí­a en la que Jesús es presentado como el buen pastor debe ser considerada en unión con la sistematización de las discusiones anteriores con «los judí­os», que eran los «malos» pastores. Así­ lo demuestran las consideraciones siguientes: a) Las palabras iniciales: «En verdad, en verdad os digo… «, que demuestran que Jesús sigue teniendo delante a los mismos interlocutores; b) Lo exige también el tema del juicio, que es denominador común de toda la sección: es abordado en el cap. 9 y sigue en éste. Son llamados a juicio, y condenados por su mala gestión, los dirigentes espirituales del pueblo de Dios. Unas veces son llamados «fariseos» y otras «judí­os». Son términos intercambiables. Por si no estuviese suficientemente claro, el caso del ciego de nacimiento es mencionado explí­citamente (Jn 10, 19-21). c) El diálogo-monólogo anterior contiene germinalmente y adelante el tema que se desarrolla en esta sección: los fariseos o «los judí­os», los falsos pastores, han excomulgado y echado fuera al ciego (Jn 9, 34); d) en clara e intencionada contraposición con el buen pastor, los dirigentes judí­os de la época, el judaí­smo fariseo, es fustigado durí­simamente por Jesús. En relación con el rebaño que debí­an apacentar son ladrones y salteadores; son extraños, a los que ni siquiera conocen las ovejas; son gente que roba, mata y destruye; son asalariados irresponsables. Por el contrario, Jesús, el buen pastor, busca la oveja perdida, la encuentra y la cuida (Jn 9, 35).

1. La parábola original
El conjunto del relato (Jn 10, 1-21) podrí­a ser considerado como un discurso simbólico en el que, junto al simbolismo, es utilizado también el lenguaje directo. El punto de partida del mismo fue una parábola de Jesús. Comprendí­a los cinco primeros versí­culos. El Parabolista pretende dar en ellos los criterios adecuados para que las ovejas puedan distinguir entre los verdaderos y los falsos pastores, entre los dirigentes espirituales de los que pueden fiarse y aquellos a los que deben rehuir. Dichos criterios se reducen prácticamente a uno sólo: el acceso que unos y otros tienen al rebaño y los motivos que lo justifican. Para ello recurre al procedimiento literario llamado «inclusión»: los pastores fiables ocupan el centro de la parábola. Ellos, o mejor dicho, el verdadero pastor -porque el texto habla en singular, tanto si se refiere a los verdaderos pastores como si se refiere a los falsarios- está «incluido» en el versí­culo introductorio y en el conclusivo, mediante la mención de los pastores rechazables: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino por cualquier otra parte, es ladrón y salteador… En cambio, nunca siguen a un extraño; por el contrario, huyen de él, porque su voz les resulta desconocida (Jn 10, 1. 5).

Se refiere a los pastores-dirigentes bastardos; no se mueven por el servicio a la gente, a las ovejas; buscan su propio interés egoí­sta. Esto se expresa mediante una serie de calificativos que ya hemos mencionado. Cuando el evangelista, en contra de su costumbre, recurre a estos calificativos de grueso calibre, es que tiene buenas razones para ello. No sólo son arribistas, apoyados en la plataforma de su categorí­a social, para explotar a la gente sencilla, sino que son enemigos declarados de la fe cristiana.

a) El verdadero pastor. En el centro de la «inclusión», mencionada, el Parabolista presenta al pastor propietario de las ovejas con las caracterí­sticas siguientes: entra por la puerta; no necesita identificarse ante «el vigilante»; las ovejas se dan cuenta de que ha entrado su dueño: lo conocen por su voz y, cuando las llama por su nombre, responden con un balido tierno de relación agradecida; saca del redil a las «suyas, que le siguen con seguridad y confianza: saben que las conduce donde puedan pastar con tranquilidad y sin sobresaltos Todo se justifica por el conocimiento mutuo.
Hasta aquí­ la parábola. Estas descripciones, vividas a diario en la vida pastoril, se salen del terreno de la comparación y apuntan a la realidad apuntada por el Parabolista. El pretende poner de relieve la recta relación de Cristo con la comunidad. El está a cien leguas de distancia de otros que se presentan como pastores-dirigentes. El es el único revelador del Padre: viene a «los suyos»; éstos le conocen y siguen; se apiñan en torno a él; sólo su presencia significa la identificación de su persona: El es el revelador del Padre; Aquel que le manifiesta de verdad; en su voz oyen la del Padre. Es su Palabra. Con su voz sitúa a los hombres ante la decisión. La autoridad de otras voces con pretensiones similares o deriva de esta única Voz o es fruto de una arrogancia petulante.

b) La comunidad joánica. La descripción parabólica refleja la situación en la que está (n) viviendo la (s) comunidad (es) joánica (s). Por un lado, está viviendo bajo la presión de un judaí­smo hostil. Por el otro, se ve cercada por la seducción de las corrientes gnósticas, que equiparan a sus «reveladores» con el único Pastor enviado por el Padre. En la parábola se halla subyacente la mentalidad gnóstica. La comprensión de la voz de Cristo por parte de los suyos, tiene presente la creencia generalizada en aquel tiempo según la cual existen en el mundo chispas de luz y rayos del Espí­ritu que proceden del Ser preexistente. El redentor —seguimos utilizando las expresiones del redentor gnóstico, procedente de la mitologí­a— reúne a aquellos en quienes existen dichas chispas de luz o de un rescoldo entre cenizas y los rayos del Espí­ritu y forma una unidad con ellos. Despierta lo que ya existe en ellos.

Estas representaciones gnósticas son incompatibles con la fe cristiana. En el evangelio, Jesús es una figura histórica, enviada por el Padre para comunicar a los hombres algo de lo que carecen; la verdadera vida (Jn 10, 10), no para despertar o potenciar lo que ya poseen. La parábola nos ofrece unas pistas que confirmar lo que acabamos de afirmar:

Para designar al «redil» el parabolista utiliza la palabra griega aulé (la normal hubiese sido épaulis) que, en el A. T., designa casi siempre el patio o la tienda de la reunión o del templo. Al utilizar dicho término el Parabolista está mandando a sus ovejas o seguidores que se alejen del judaí­smo oficial. Tení­a buenas razones para ordenarlo así­.

Jesús saca fuera a las ovejas. El verbo griego utilizado significa «empujar», obligar a que salgan. Cuando escribe el evangelista, el judaí­smo ya habí­a pronunciado su decreto de excomunión contra los judí­os que se habí­an convertido o eran simples simpatizantes del cristianismo. Por eso, «tiene que» sacar a sus ovejas de aquel redil o aprisco.

Jesús va delante de las ovejas. El verbo griego empleado lo emplea frecuentemente el evangelista para indicar el retorno de Jesús al Padre. De esta manera se expondrí­a la meta última hacia la cual el pastor lleva a sus ovejas. La comunidad cristiana tiene el mismo destino que Jesús.

2. Yo soy la puerta
Es la primera explicación-interpretación de la parábola. La expresión se repite dos veces (Jn 10, 7. 9). Y pretende subrayar que únicamente pueden acercarse a las ovejas, al pueblo de Dios, aquellos quelo hacen en nombre de Jesús, desde la fe en él, que es la puerta, el único lugar de acceso al Padre. Una puerta que proporciona la salvación a los que entran por ella. Es utilizada la frase «entrar y salir» como sinónima de lo que alguien hace en su casa. Quien acepta a Jesús como la puerta, como el salvador y el mediador de la vida, se halla ya en casa, en el lugar de la vida, ha encontrado los pastos como medio necesario para llegar a ella. Esta interpretación se halla avalada por las razones siguientes.

El pensamiento antiguo, tanto judí­o como griego, desde Homero, piensa en una puerta necesaria para llegar al cielo (Ap 4, 1). La puerta del cielo es mencionada frecuentemente en la literatura apocalí­ptica. A través de dichas puertas llega hasta los hombres el conocimiento, la revelación y la salvación. La puerta como sí­mbolo mesiánico se halla anunciada en el Sal 118, 119-120. En el A. Tse habla de la puerta o puertas del cielo (Gén 28, 17; Sal 78, 23). El evangelio de Juan presenta a Jesús como el Hijo del hombre, el Hombre celeste, que es el mediador entre el cielo y la tierra, y como la Palabra a través de la cual llegan al hombre el conocimiento y la salvación. En los evangelios sinópticos se habla de la entrada en el reino de Dios. El evangelio de Juan lo traduce por entrar en la vida. Los primeros escritores eclesiásticos, como Justino, utilizan el mismo lenguaje y presentan a Jesús como la puerta del Padre. En sí­ntesis, la imagen de la puerta presenta a Jesús como la fuente de la salvación, como el único acceso al Padre, como la entrada en el Reino o en la Vida.

3. Yo soy el pastor «ideal» (Jn 10, 11-18)
¿Parábola, comparación o la segunda interpretación-explicación de lo que podemos considerar como la alegorí­a del pastor y el rebaño, en su conjunto? Optamos por la última de las posibilidades. La primera explicación pone de manifiesto el significado de la «parábola» mediante la metáfora de la puerta. La imagen del pastor es el segundo intento de hacerlo. El verdadero pastor es Jesús. Su finalidad, al venir a nuestro mundo, fue hacer partí­cipes a los hombres de una vida plena, de la vida de Dios. Así­ lo afirma la conclusión de la primera explicación (Jn 10, 10).

a) El pastor y el asalariado. La parábola se esclarece ahora mediante la contraposición entre el pastor ideal, normalmente traducido por «bueno» y el asalariado. Este intenta cumplir con las obligaciones que le impone el amo que le paga. No arriesga nada. Ante la venida del lobo —sí­mbolo de todo aquello que puede hacer daño a las ovejas, a las personas—huye para ponerse a salvo. Mediante el recurso al «Yo soy» Jesús se presenta como el pastor ideal, «el bueno», y añade, utilizando la tercera persona, que el pastor, «el bueno» expone su vida por las ovejas. El cambio de persona no significa que no siga hablando Jesús. El Parabolista acentúa como caracterí­stica del pastor «ideal», de «el bueno», el poner la vida. Así­ se expresa el texto griego. Una fórmula que nunca tiene el sentido de entregarla a la muerte. Y menos en nuestro caso. Si el pastor muriera, las ovejas correrí­an la misma suerte. Quedarí­an expuestas al peligro mortal del lobo o de otros animales rapaces.

Poner la vida significa exponerla, arriesgarla, para defender a aquellos que están sometidos a un peligro mortal. Es «jugarse la vida» para liberar de la muerte a aquellos que están amenazados por ella. Como hizo David que, como pastor «ideal», puso en peligro su vida para defender a las ovejas de su padre (1 Sam 17, 34-35). Hemos aducido al ejemplo de David porque es una figura mesiánica. Se convierte, en la pluma del evangelista, en el sí­mbolo más claro de Jesús. Poner la vida es correr el riesgo mortal que surge como consecuencia de la defensa del rebaño. Es apostar por la vida. En este terreno Jesús supera a David. Y ello por dos razones: porque Jesús integra el enfrentamiento con la muerte en su existencia terrena como elemento esencial de la misma. Además, porque puede retomarla de nuevo, volver a vivir, resucitar. El poner la vida, el arriesgarla, el exponerla, el apostar por ella, el correr el riesgo, el jugársela son expresiones sinónimas que aparecen de forma obsesiva en nuestro texto; hasta cinco veces se insiste en ello de forma directa o indirecta.

A diferencia de la fórmula tradicional según la cual Jesús es resucitado por Dios, aquí­ es el mismo Jesús el que se autorresucita: «toma de nuevo su vida»; Jesús entrega la vida por, «en favor de», «para provecho de» las ovejas, no «en su lugar». Se halla ausente el valor sustitutivo de la muerte de Jesús. O se expresa de forma distinta, como una «entrega» que es constitutiva del rebaño y gracias a la cual nace la comunidad cristiana. La fe de la Iglesia original lo entendió así­ y lo formuló de forma parecida. Lo especí­fico de Juan es que la muerte de Jesús es su glorificación, el retorno al Padre. De este modo se acentúa la libertad de Jesús frente a la muerte: no está esclavizado por ella; la domina; incluso la desea; siente la alegrí­a de la victoria en un duelo a muerte en el que ésta salí­a como favorita. El la ha vencido. De este modo su muerte no es una catástrofe desconcertante y decepcionante. La victoria en aquel duelo deseado demuestra su poder sobre la muerte y su señorí­o sobre la vida. Así­ puede cumplir la finalidad que le trajo a este mundo.

b) Relación interpersonal El conocimiento tan profundo que une al pastor con las ovejas debe ser entendido en el sentido bí­blico: se trata de un conocimiento amoroso, de elección, de compenetración, de confianza, de intimidad. La razón última de conocimiento tan singular está en que es la participación en el que el Padre tiene del Hijo. El evangelista establece una cadena descendente: el Padre conoce al Hijo y éste a los creyentes. Y viceversa, los creyentes, al conocer al Hijo, conocen al Padre. Así­ se establece una relación interpersonal profunda, estable, creciente y, por otra parte, inimaginable.

La acentuación de este conocimiento mutuo lleva a Jesús al desarrollo explí­cito del tema de amor. La relación interpersonal entre Cristo y los creyentes se asemeja, el texto dice que es «como», «lo mismo que» la relación entre el Padre y el Hijo. Esta doble relación recí­proca: Padre-Hijo, Hijo-creyentes, tiene una triple finalidad: hacer visible el acontecimiento salvador: Cristo expone, arriesga la vida como expresión del amor a su Padre cuya voluntad cumple de forma absoluta y como manifestación de su amor a los suyos; subrayar el pensamiento de la unidad de la Iglesia: el Hijo reúne a los suyos manifestándose a ellos y haciéndoles partí­cipes de su vida. Así­ surge la comunidad cristiana y, finalmente, poner de relieve el enraizamiento de la existencia cristiana en el más allá, en el cielo: la vuelta del Hijo al Padre le sitúa en el plano de la vida hacia donde caminan los creyentes y donde Cristo les ha precedido para prepararles un lugar (Jn 14, 2). Es la participación en la vida común del creyente con el Padre y el Hijo y, para evitar confusiones, en esta relación interpersonal, el Hijo es el Señor; en modo alguno afirma la identidad de Jesús con los suyos.

c) Otras ovejas. La ampliación de la metáfora de las ovejas pretende enseñar el valor universal de la obra de Cristo; el universalismo del evangelio y de la salvación (Ef 2, 15-16), la reconciliación universal, el derribar fronteras, el unificar a los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 51-58). Los hijos de Dios dispersos son todos aquellos que por todos los rincones del mundo acogen la luz divina. Este universalismo es visto por el evangelista desde dos frentes. Las ovejas que tienen que acudir al oí­r la llamada de la Palabra proceden del judaí­smo y del paganismo. En el rebaño de Cristo habí­a ya judeo-cristianos, cristianos procedentes del judaí­smo, y étnico-cristianos o cristianos procedentes del paganismo. Todos ellos llegarán a formar un solo rebaño, no un sólo redil. Se evita cuidadosamente esta palabra para no caer en triunfalismos y representaciones espaciales, que significarí­an una imposiciónde la nueva fe por la fuerza, que comprendiese el mundo entero.

d) Encuadramiento literario. Literariamente hablando, este discurso simbólico está construido con materiales procedentes del A. T. En particular se halla presente y subyacente Ez 34 y 37, 16ss donde se encuentra la llave para la comprensión de la metáfora del pastor y el rebaño. Su contenido esencial se centra en que los dirigentes de Israel son falsos pastores. La descripción que nos hace el evangelio de Juan sobre Jesús como el pastor ideal pretende afirmar que la promesa de Dios, anunciada por Ezequiel, se cumple en él. El buen Pastor es Dios encarnado: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré (Ez 34, 11); es él quien da la vida por las ovejas para que éstas tengan la plenitud de la vida (Jn 10, 10).

A esta estructura fundamental subyacente hay que añadir el comentario que hizo de ella la tradición común. cristiana partiendo del evangelio:

Jesús compara a la gente que le sigue con las ovejas que no tienen pastor (Mc 6, 34).

Se refiere a él mismo como pastor que ha sido arrebatado a las ovejas: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Una profecí­a que lamentaba la eliminación del pastor ideal por los falsos pastores-dirigentes de Israel (Mc 14, 27; ver Zac 13, 7).

La parábola de la oveja perdida se dirige contra los fariseos porque criticaban el ministerio de Jesús con los pecadores (Lc 15, 3-7).

Los justos son comparados con las ovejas que disfrutan de la bienaventuranza porque han superado el juicio y pasan a disfrutar de los bienes y de la felicidad del Reino (Mt 25, 32-34).

La primera carta de Pedro nos presenta a Cristo como nuestro pastor y guardián (1 Pe 2, 25).

El A. T. ya habí­a presentado a Yahvé como el pastor de Israel (Gén 49, 24) y todo el mundo conoce la poesí­a dedicada al buen pastor: El Señor es mi pastor, nada me falta… (Sal 23).

4. El pastor se enfrenta con los lobos. (Jn 10, 22-39)
El supuesto enfrentamiento referido en el presente tí­tulo sólo es imaginable en el pastor que cuida sus propias ovejas. Al pertenecerle en propiedad, el pastor las ve como una prolongación de sí­ mismo y, lógicamente, se arriesga por ellas hasta poner en peligro su vida. El mercenario, por fiel servidor que sea de su amo, nunca se arriesga a tanto. Esta diferencia radical es el contexto en el que se mueven los protagonistas de nuestro relato. Las manifestaciones directas de Jesús sobre el pastoreo verdadero, que únicamente a él compete, aunque veladas, eran lo suficientemente elocuentes como para sospechar que él se tení­a por el enviado del Padre. Era inevitable que a sus interlocutores les viniesen a la mente las palabras que el profeta Ezequiel puso en los labios de Yahvé: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré (Ez 34, 11). Y «los judí­os» -los dirigentes espirituales del judaí­smo, que rechazaron al pastor y explotaban a las ovejas- no podí­an soportar semejantes pretensiones y acusaciones. Eran demasiado petulantes en un «pobre hombre», que no presentaba las credenciales requeridas por los judí­os. Y, lógicamente, se produjo el enfrentamiento.

Los judí­os preguntan directamente a Jesús si él es el Mesí­as (Jn 10, 24). A esta pregunta, tan directa como capciosa, Jesús contesta de forma indirecta y equivalente, remitiendo al testimonio de sus obras. Afirma, además, que su categorí­a únicamente puede ser admitida por aquellos que le pertenecen, por sus ovejas, por los que están abiertos a la fe. Sólo ellos pueden reconocer su unidad con el Padre. Si sus obras son las de Dios la única alternativa es aceptar que Dios está en él. Y su afirmación no debe sonar a blasfemia, porque él es la misma palabra de Dios.

Esta presentación global de la cuestión exige una consideración más particular de las distintas partes y aspectos que la integran.

a) Fiesta de la Dedicación. La escena se desarrolla durante la fiesta de la Dedicación, Hanukka en hebreo, que significa consagración, dedicación. Habí­a sido instituida el año 165 a. de C. Se celebraba durante ocho dí­as a partir del 25 de diciembre. Era la fiesta del año nuevo. Tení­a la finalidad de evocar y actualizar la consagración del templo por Judas Macabeo, después de la profanación realizada por Antí­oco IV Epí­fanes, que habí­a colocado en él una estatua de Júpiter Olí­mpico.

La Hanukka era conocida como la fiesta de la luz, según nos informa Flavio Josefo. Se llamaba así­ porque, durante los ocho dí­as, se colocaban lámparas encendidas en las ventanas de las casas. Según la mente del evangelista la fiesta sugerí­a tres temas fundamentales: el de la resurrección, un deseo o una esperanza que brotaba espontáneamente ante la visión de la naturaleza muerta, como está en el invierno; el del juicio que Dios realiza incluso en sábado (Jn 5, 22. 17); y el del testimonio, que es aplicado también a Jesús (Jn 5, 31), lo mismo que los otros dos, el de la vida y el del juicio.

Como argumento de su mesianidad, Jesús aduce su palabra. Se lo ha dicho y se lo está repitiendo. El segundo argumento se basa en sus obras. El certificado más acreditativo son las obras que hace. Ellas son sus credenciales. Es la misma respuesta que dio a los enviados por el Bautista (Mt 11, 2-6). Todo era inútil. Sencillamente porque «los judí­os» no pertenecí­an a su rebaño; no eran de sus ovejas; no son «traí­dos» hacia él por el Padre, porque no se dejan atraer por él (Jn 6, 44). Ellos son del mundo; pertenecen al mundo, no a sus ovejas (Jn 8, 23). Si perteneciesen a su rebaño, oirí­an y reconocerí­an en él al buen Pastor. Le aceptarí­an y entrarí­an en la recta relación con Dios, porque Jesús y el Padre son uno. Verle a él, aceptarle, es ver y aceptar al Padre. El Padre le ha dado aquellos que son «suyos», los creyentes, los que le aceptan. El rechazo de Jesús es sinónimo del rechazo de Dios.

Para la comprensión de la escena es conveniente destacar otros dos datos importantes. El primero pertenece a la cronologí­a de la fiesta: era invierno. Es un detalle con el que el evangelista no pretende únicamente situar el tiempo en el que tuvieron lugar los acontecimientos. Hay más; mucho más. Lo adivinó muy bien san Agustí­n cuando hace este comentario: «era invierno y estaban helados; no hací­an ningún esfuerzo por acercarse a este fuego divino». En esta lí­nea, y tal vez con mayor precisión, habrí­a que descubrir la intención del evangelista, que pretende acentuar que se está llegando al final de la actividad reveladora de Jesús. Y dicha actividad deja «frí­os», insensibles, a los primeros destinatarios de su revelación.

El otro dato importante es la precisión del lugar: Jesús se paseaba por el templo, en el pórtico de Salomón. Situado al lado este del templo, era una de las galerí­as al aire libre, delimitada por columnas, que rodeaban la gran explanada y que estaba guarnecida contra el viento por una muralla. Era un lugar frecuentado por la gente, que se reuní­a allí­ para escuchar la enseñanza de la Ley. En el momento en el que el evangelista sitúa allí­ a Jesús, éste no aparece como maestro, no estaba enseñando. Se paseaba por el templo como un hijo se mueve por la casa de su padre. De este modo es presentado Jesús como el Hijo del Padre. Sin embargo, para admitir que las pretensiones de Jesús son verdaderas es necesario ser de la verdad, estar abiertos al plan de Dios y no condicionar éste desde los propios prejuicios y seguridades. Esto es lo que significa «ser de la verdad», «oí­r su voz», seguirle y encontrar la salvación y la vida»
b) Asedio amenazador. El cí­rculo hostil que habí­an levantado «los judí­os» en torno a Jesús se cierra cada vez más. Se acercan a él con la intención de obligarle a explicitar lo que se hallaba implí­citamente contenido en sus manifestaciones en las metáforas utilizadas. Se trata, en el fondo, una vez más, de averiguar quién es Jesús. ¿Eres tú el Mesí­as? Esta pregunta maliciosa pretendí­a arrancar una respuesta comprometedora para Jesús. Si caí­a en la trampa de declararse el Mesí­as, entonces no se les escaparí­a, le tení­an atrapado, podí­an proceder libremente contra él, no encontrarí­an oposición por parte de nadie. Hasta el momento presente, la afirmación explí­cita de Jesús «Yo soy, el que habla contigo», se habí­a dado únicamente a nivel individual, a la Samaritana y al ciego de nacimiento. Ante los judí­os nunca se habí­a manifestado tan claramente. En las discusiones con sus adversarios en el templo lo habí­a declarado abiertamente en el «Yo soy» (Jn 8, 24. 58). Ya entonces reaccionaron con piedras en las manos para lapidarlo, pero Jesús se ocultó y salió del templo.

c) La blasfemia de Jesús. Por culpa de las acusaciones y calumnias judí­as, muchos cristianos habí­an sido arrebatados (Jn 10, 28), martirizados, eliminados. Jesús asegura que, más allá de la muerte, seguirán perteneciéndole, seguirán siendo «suyos»… Nadie los arrebatará de su rebaño ni de las manos del Padre. La garantí­a ofrecida por Jesús tiene su fundamento en la unidad con el Padre (Jn 10, 30). El Hijo está en el Padre en una armoní­a perfecta de pensamiento y de acción (Jn 10, 38). Esta afirmación de Jesús serí­a blasfema si no fuera verdadera. En todo caso, ella divide a los hombres en dos facciones: los creyentes aceptan las pretensiones de Jesús y le consideran como el Revelador, como el enviado por el Padre para dar la vida al mundo; los judí­os, los increyentes, le consideran como blasfemo, como alguien tan loco que se pone al nivel de Dios. La réplica de Jesús es tí­picamente judí­a. Partiendo del Sal 82, 6, que llama «dioses» a aquellos que han sido comisionados por Dios para trabajar por el bien de su pueblo, no deberí­an escandalizarse de que se llame Hijo de Dios aquél a quien él ha enviado al mundo como su embajador. Si los jefes humanos pueden ser llamados dioses ¡cuánto más puede ser llamado Hijo de Dios el que es mucho más que ellos!
De nuevo vuelven a aparecer las piedras en manos de los judí­os para lapidarlo, por la misma acusación y con el mismo resultado (Jn 8, 59; 10, 31. 39). Reaccionan así­ como representantes de la increencia. La reacción contraria, la aceptación de Jesús, les obligarí­a a ver en él el juicio escatológico de Dios, que serí­a negativo para quienes le estaban rechazando.

BIBL. –Ch. H. DODD, Interpretación del cuarto evangelio, Madrid, 1978; J. BLANK, El evangelio de san luan, Herder, Barcelona, 1980; D. Mou.AT, Le bon pasteur, «Bible et Vie Chretienne», 1963; K. WENST, Interpretación del evangelio de san luan, Salamanca, 1988. Los grandes comentarios al evangelio de san Juan de R. SCHNACKENBURG, R. E. BROWUN, X. LEí“N-DUFOUR, H. VAN DEN BUSCHE, el de la Casa de la Biblia son óptimas fuentes de información.

Felipe F Ramos

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret