PATERNIDAD DE DIOS

No hay nada en la Biblia que apoye la noción pagana de una paternidad divina literal de clanes o naciones. Algunos pasajes de las Escrituras enseñan que Dios es el Padre de los ángeles y de los hombres por ser el Creador (Job 1:6; 2:1; 38:7; Sal. 86:6; Lc. 3:38). Pero las referencias que aparecen en el AT están principalmente relacionadas a la paternidad de Dios con Israel, el rey davídico y Mesías. A través del hecho histórico de la liberación de Egipto, Dios creó la nación de Israel y consecuentemente cuidó de ella, estableciendo una relación especial. Las alusiones a su paternidad tienen la intención de hacerles recordar esta crisis como el tiempo del origen de la nación. Su emancipación los liberó de otros pueblos como sus hijos adoptados. Su preocupación por ellos se compara frecuentemente a la de un padre (Os. 11:1; Dt. 14:1; 2 S. 7:14; Sal. 2:7; 89:26; Dt. 1:31; 8:5; Is. 1:2). Por otra parte, se requería de ellos una respuesta de amor filial expresada en obediencia (Jer. 3:9; Mal. 1:6), y puesto que esto se rechazó tan a menudo, resultó en una concepción más restringida de la paternidad de Dios. Según esta idea, él es el Padre de los que temen a Dios entre los de la nación, en vez de la nación como un todo (Sal. 103:13; Mal. 3:17). Este último modo de pensar encuentra su expresión también en la literatura del período intertestamentario (Jubileos 1:24; Salmos de Salomón 13:8; 17:30; Eclesiástico 23:1, 4), y es respaldado por la enseñanza de Jesús. El le dio una gran importancia a la doctrina de la paternidad de Dios. El número de veces que la palabra Padre se aplica a Dios en los evangelios duplica el número de veces que aparece la misma en el resto del NT. Solamente en el evangelio de Juan aparece 107 veces. Dos cosas relacionadas con el uso que Jesús hizo de este título son de especial interés. (1) Cuando Jesús aludió a la relación que tenía con su Padre, jamás incluyó a sus discípulos con él en una manera que sugiriese que la relación que ellos tenían era de la misma clase que la que él tenía. Él estaba consciente de una relación íntima y sin paralelos. Él declaraba ser el Hijo eterno, preexistente, igual con el Padre, quien llegó a encarnarse en cumplimiento de su propósito de salvación, siendo señalado como el único Mediador entre Dios y los hombres (Mt. 11:27; Jn. 8:58; 10:30, 38; 14:9; 16:28; 3:25; 5:22). (2) Cuando él habla de Dios como el Padre de los demás, siempre se refiere a sus discípulos. En tanto que aceptó la enseñanza del AT de que todos los hombres son hijos de Dios por el hecho de la creación, y reciben su cuidado providencial (Mt. 5:45), también enseñó que el pecado ha traído un cambio en los hombres, necesitando nacer de nuevo y reconciliarse con Dios (Jn. 3:3; 8:42; 14:6). De acuerdo a esto, los apóstoles enseñaron que los hombres llegan a ser hijos de Dios por fe en Jesucristo recibiendo así el Espíritu de adopción (Jn. 1:12; Gá. 3:16; Ro. 8:15; Gá. 4:5). El ser hijos conduce a la semejanza y a la herencia (Mt. 5:16; Ro. 8:29; 1 Jn. 3:2; Ro. 8:17). El Padre se revela como soberano, santo, justo y misericordioso. La oración puede ofrecerse confiadamente a él en el nombre de Jesús (Mt. 6:32; Jn. 17:11, 25; 14:14).

William J. Cameron

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (457). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología