PATRISTICA, LITERATURA

Los cristianos primitivos no desarrollaron una labor literaria extensa. Sólo cuando las circunstancias lo exigieron tomaron la decisión de poner por escrito las historias que oralmente circulaban por las iglesias, surgiendo así­ los evangelios, las epí­stolas y demás obras que hoy componen el †¢canon del NT, los cuales fueron escritos en un lapso de unos cincuenta años. Para los cristianos de aquellos dí­as el arte de escribir (y las artes en general) se veí­an con sospecha. Ellos habí­an sido los vehí­culos de la idolatrí­a y las falsas religiones. Pero el crecimiento de la Iglesia hizo necesario que algunos creyentes se dedicaran a escribir, a partir de fines del siglo I y durante la mitad del siglo II. Buena parte de los escritos así­ producidos son obra de personas que tuvieron contacto directo con alguno de los apóstoles, de donde nació la costumbre de llamarlos †œpadres apostólicos†. A otros que no tuvieron ese privilegio se les llama †œpadres apologetas†. El estudio de esta literatura es de enorme valor para poder conocer las costumbres de los cristianos de entonces, su manera de pensar en general, y su teologí­a en particular. Además, las citas que hacen de los escritos sagrados son de indudable interés para poder determinar cuáles de éstos eran considerados desde el principio como inspirados o no. Puede decirse que el proceso de formación de †¢canon del NT, terminó definitivamente con el Concilio de Nicea, en el año 325 d.C. Durante ese perí­odo sí­ que se desarrolló una notable profusión de escritos cristianos. No todos han llegado a nuestras manos y a algunos apenas los conocemos por citas, precisamente, en alguna otra obra que perduró. Al principio, los escritores cristianos no eran muy cultos, pero luego algunos de ellos vieron la necesidad de que la corrección gramatical y el estilo estuvieran a una altura adecuada para poder competir con las ideas adversas que exponí­an filósofos y escritores tanto judí­os como paganos, que usaban un griego o un latí­n cultos. No es posible hacer aquí­ una lista de todos los autores u obras que se escribieron en aquella época. Pero comentaremos brevemente las siguientes:

La Didajé. También llamada Doctrina de los apóstoles. Se ignora quién fue su autor. La fecha probable de composición está entre los años 80 y 100 d.C. Su propósito es instruir a los nuevos en la fe. Consta de cuatro partes: a) Unas instrucciones morales, donde se habla de †œlos dos caminos† (el de la vida y de la muerte). b) Unas instrucciones litúrgicas, que hablan del bautismo, el ayuno, la oración y la santa cena. c) Una ordenación disciplinar, con reglas sobre el trato que debí­a darse a los predicadores, obispos, diáconos y hermanos en general. Habla de la celebración del culto en el dí­a domingo. d) Una conclusión de carácter escatológico, que exhorta a los hermanos a esperar la venida del Señor y a estar alertas a las señales del fin.

Clemente de Roma. Según una tradición, este Clemente fue probablemente sucesor de Pedro en el liderazgo de la iglesia en Roma. Otra dice que sucedió a Lino. No se trata del mismo Clemente mencionado en Flp 4:3, ni del cónsul Flavio Clemente, que murió como mártir en el año 95. Existen muchas obras que se le atribuyen, pero sólo estamos seguros de una, la famosa Epí­stola de San Clemente a los corintios que es, en realidad, una carta que enví­a la iglesia de Roma a la de Corinto para corregir problemas que se habí­an suscitado en esta última. Les exhorta a conservar la unidad cristiana. Les habla de varias doctrinas importantes, especialmente de la resurrección. Es el primero que trata el asunto de la llamada †œsucesión apostólica† y de la existencia de una jerarquí­a eclesiástica. Está escrita con mucha dulzura y equilibrio, sin menoscabo de la firmeza. Hace citas del AT con una interpretación alegórica. También cita del NT, especialmente de la primera epí­stola de Pablo a los Corintios. Su estilo es elegante y claro, con argumentaciones lógicas de gran fuerza.

Ignacio. Este fue obispo de Antioquí­a. Antes de él lo habí­an sido Evodio y el apóstol Pedro. Murió en Roma, algunos dicen que en el 110 d.C. y otros que en el 135 d.C. Se le conoce mayormente por una serie de cartas que escribió mientras era llevado a Roma para ser ejecutado. Son las epí­stolas a los efesios, a los magnesios, a los de Trales, a los romanos, a los filadelfos, a los de Esmirna y a Policarpo. En todas ellas, con excepción de la de los romanos, Ignacio exhorta a los hermanos a precaverse de los errores y las divisiones causadas por distintas herejí­as, especialmente los intentos de un gnosticismo judaizante. Recomienda obediencia a los obispos. En cuanto a la carta a los romanos, su intención es pedirles que no hagan nada para evitar su martirio. A pesar de que Ignacio no tení­a pretensiones de escritor, su personalidad es tan fuerte y sus expresiones tan vigorosas que sus escritos son considerados como de los más hermosos de la literatura patrí­stica.

Policarpo. Nació en el año 70 d.C. Murió mártir en el 155 d.C. Fue discí­pulo del apóstol Juan y conoció a muchos de los que habí­an tenido contacto personal con el Señor Jesús. Desafortunadamente toda su correspondencia se perdió, pero nos quedó su carta a los hermanos de Filipo. Visitó a Ignacio cuando éste pasó por su tierra rumbo a Roma. En sus dí­as se levantó una discusión entre las iglesias acerca de la fecha en la cual debí­a celebrarse la Pascua. Aniceto, obispo de Roma, no pudo convencer a Policarpo a †œromper una costumbre que habí­a observado siempre con San Juan, discí­pulo del Señor, y con los otros apóstoles que él habí­a conocido…† La Carta a los filipenses contiene muchas citas del NT y unas pocas del AT. Ataca fuertemente el docetismo e incluye muchas recomendaciones para que todos en la Iglesia, mujeres, diáconos, presbí­teros, matrimonios, cumplan con sus deberes cristianos.

El Pastor. El autor de esta obra se llama a sí­ mismo Hermas. No es el mismo que aparece en Rom 16:14. En el †œfragmento muratoniano† ( †¢Canon del NT), que se escribió probablemente a mediados del siglo II, se dice que esta obra †œha sido escrita en fecha muy reciente, en nuestro tiempo, en la ciudad de Roma†. Hermas habí­a sido esclavo pero fue manumitido e hizo una gran fortuna que luego perdió. En medio de su crisis escribe este trabajo, indicando que se trataba de una revelación que habí­a recibido a través de un ángel llamado †œPastor†. Su principal propósito es lograr que los pecadores se arrepientan y hagan penitencia.
libro está lleno de hermosas alegorí­as y parábolas, evidentemente inspiradas en otras obras del género apocalí­ptico.
í­as. Fue obispo de Hierápolis. Era compañero y pariente de Policarpo. Se calcula que Papí­as probablemente nació en el último tercio del siglo I. Según algunos, fue discí­pulos del apóstol Juan. Otros lo niegan. Pero Papí­as mismo asegura que conoció al apóstol Felipe y a sus hijas. La obra conocida de Papí­as se titula Explicación de las sentencias del Señor. Está escrita en cinco libros. Desafortunadamente está perdida, pero se conservan de ella algunos trozos que Ireneo y Eusebio copiaron. Papí­as se ocupó particularmente de inquirir con las personas que, en su tiempo, eran los más ancianos, a fin de saber de ellos directamente las palabras que habí­an recibido de †œAndrés, Pedro, Felipe, Tomás, Santiago, Juan, Mateo … y los demás discí­pulos del Señor…† Decí­a: †œPues yo estimaba que no podrí­a sacar tanta utilidad de la lectura de los libros cuanta de la viva voz de los hombres todaví­a sobrevivientes…† Se considera a Papí­as, por eso, como el padre de la exégesis del NT.

Justino. Nació a principios del siglo II, cerca de Siquem, de padres gentiles. Murió en Roma aproximadamente entre los años 163-167 d.C. Se dedicó al estudio de la filosofí­a, llegando a abrazar el platonismo, cosa que siguió influyendo en su obra después de convertido al cristianismo. Abrió una escuela en Roma para enseñar filosofí­a, en tiempos del emperador Antonino Pí­o (130-161 d.C.). En esa época viví­an también en Roma los herejes Marción y Valentí­n. Justino enseñaba que habí­a coincidencias entre las doctrinas de Cristo y algunas de †œlos más estimados† de los filósofos del paganismo, pero que predicaba el cristianismo porque las enseñanzas de Cristo y los profetas son más antiguas y, lo más importante, son verdaderas. Se atribuyen a Justino muchas obras, pero sólo se han conservado dos apologí­as y el Diálogo con Trifón. La primera Apologí­a defiende jurí­dicamente a los cristianos y refuta los errores del paganismo. La segunda Apologí­a es una protesta contra los abusos y persecuciones, afirmando la verdad de la doctrina cristiana. El Diálogo con Trifón está dirigido mayormente a los judí­os.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Para muchas ramas de los estudios neotestamentarios se reconoce ampliamente la importancia de la literatura cristiana primitiva extracanónica, tanto los fragmentos de escritos no ortodoxos y los *apócrifos del NT, por un lado, como los escritos patrísticos (e. d. los antiguos escritos cristianos no apócrifos y no sectarios), por el otro. Para la historia del *canon del NT, y la fijación de su texto (* apócrifos, IV), las citas bíblicas y alusiones patrísticas son, naturalmente, indispensables. En la exégesis, también es necesario tener en cuenta a los Padres griegos, en particular, como también lo que autores como Ireneo, Clemente de Alejandría, y sobre todo Orígenes, dicen sobre las tradiciones no escritas. Pero, en una perspectiva más amplia, tanto la iglesia grecoparlante como la latinoparlante del ss. II, con todos los rasgos que la distinguen de la era apostólica, es resultado de la asamblea reunida el día de Pentecostés en Jerusalén, y todo lo que se pueda dilucidar sobre el camino recorrido entre ambas probablemente arrojará luz tanto hacia atrás como hacia adelante.

Lamentablemente en nuestros días hay un túnel muy mal iluminado entre las postrimerías de la era apostólica y los grandes apologistas de mediados y fines del ss. II. Es un período de persecución intensa y de propaganda perniciosa (como se predice en 2 Ti. 3 y otras partes); la iglesia se ha expandido considerablemente en todo el imperio romano y (en el E) más allá de sus fronteras; Israel ha sido repudiada en el año 70 d.C., y así ha llegado a su fin toda posible primacía efectiva de la iglesia de Jerusalén. El nombre de “Padres apostólicos”, que originalmente designaba a los hombres que estuvieron en contacto con los apóstoles, o que fueron nombrados por ellos, se usa desde hace mucho tiempo para identificar los escritos relacionados con este período; pero las listas de los Padres apostólicos varían considerablemente. A tres de ellos—Clemente de Roma, Ignacio, Policarpo—se les aplica este título regularmente, aunque solamente en el caso de Policarpo tenemos pruebas inconfundibles de que tuvo contacto directo con los apóstoles. Todos estos escritos primitivos son prácticos, y no de carácter académico o especulativo. Si se capta el inmediato descenso con respecto al NT, el contraste entre su estilo directo y el tortuoso intelectualismo de, pongamos por caso, el Evangelio de la verdad, obra contemporánea de los mencionados, o la fétida atmósfera de los apócrifos, es también marcado.

Las obras que mencionamos a continuación representan algunos de los escritos patrísticos primitivos.

I. Clemente de Roma

Nos ha llegado con el nombre de Clemente (1 Clemente) una larga carta gr. dirigida por la iglesia de Dios que estaba en Roma a la de Corinto. No hay razones para identificarlo con el Clemente de Fil. 4.3, o con Flavio Clemente, primo de Domiciano. Sin duda se trata de la persona que aparece en tercer lugar en las listas romanas de la sucesión episcopal, pero la expresión “obispo de Roma” empleada en el sentido usual sería un anacronismo, porque en la carta “obispo” equivale a “presbítero”.

El motivo de la carta es un tumulto en la iglesia de Corinto, de la que han sido expulsados presbíteros nombrados legítimamente. Clemente, en nombre de su iglesia, hace un llamado a la paz y al orden, y les pide que recuerden la analogía del culto ordenado de la antigua Israel y el principio apostólico de nombrar a una sucesión de hombres de buena reputación.

La fecha es casi seguramente alrededor de la época de la persecución de Domiciano, en los años 95–96 d.C., e. d. dentro del período del NT.

La llamada segunda Epístola de Clemente (2 Clemente) es una homilía de autor y fecha desconocidos (aunque del ss. II). Cf. K. P. Donfried, The Setting of Second Clement in Early Christianity, 1974.

II. Ignacio

Ignacio, obispo de Antioquía, iba camino a su martirio en Roma durante el reinado de Trajano (98–117 d.C., probablemente a fines de dicho período) cuando escribió siete cartas, que fueron reunidas en un solo corpus: a las iglesias asiáticas en Éfeso, Magnesia, Tralles, Filadelfia, y Esmirna, a su amigo Policarpo, obispo de Esmirna, y a la iglesia de Roma, en las que les pide que no intervengan para evitar su martirio.

Ignacio se aproxima a la sublimidad más que cualquier otro escritor del ss. II cuando escribe sobre los misterios de la encarnación y la salvación. Pero escribe apresuradamente y con frecuencia en forma oscura; además, lo consume el deseo de llegar al martirio, y lo obsesiona la necesidad de una estrecha adhesión al obispo. Algunos han interpretado esto como una indicación de que el gobierno por un solo obispo, a diferencia de los presbíteros, era todavía algo bastante nuevo en Asia. Ignacio no menciona obispo alguno cuando escribe a Roma.

Sus cartas tienen muchas interpolaciones, y algunos falsificadores añadieron otras, generalmente fechadas en el ss. IV (pero véase J. W. Hannah, JBL 79, 1960, pp. 221ss). Sobre el escenario véase V. Corwin, St. Ignatius and Christianity in Antioch, 1960.

III. Policarpo

Policarpo fue una de las figuras más veneradas de la antiguedad cristiana. Era obispo de Esmirna cuando escribió Ignacio; murió en el martirio a edad avanzada. Se disputa la fecha de su martirio, del cual perdura una emotiva narración de temprana data: se proponen 155/6 d.C. y 168 d.C. (véase W. Telfer, JTS s.n. 3, 1952, pp. 79ss). Conoció a los apóstoles, y a Juan en particular, y fue maestro de Ireneo (Ireneo, Adv. Haer. 3. 3. 4; Eusebio, HE 5.20). Establece, por lo tanto, un vínculo entre la era apostólica y la iglesia de fines del ss. II. Nos queda una carta a los filipenses, ardiente y llena de gracia. El cap(s). 13 se escribió sin dar noticias sobre la suerte de Ignacio. P. N. Harrison (Polycarp’s Two Epistles to the Philippians, 1936) argumenta que se trata de una carta aparte de temprana época, y que los cap(s). 1–12 fueron escritos ca. 135–137 d.C. y añadidos a ella.

IV. La didajé

La Didajé es una obra problemática, que contiene enseñanzas (que aparecen en otros trabajos) sobre los caminos de la vida y la muerte, un breve tratado sobre orden eclesiástico, en el que se hace referencia al bautismo, el ayuno, la oración, la eucaristía, los ministros y profetas, y que termina con un apocalipsis. Tiene muchas características peculiares, que no concuerdan exactamente ni con el orden de la iglesia en el NT ni con lo que sabemos de la iglesia del ss. II. Se ha argumentado que se trata de una obra genuina de época temprana (p. ej. J. P. Audet, La Didachè, 1958, que le asigna la fecha 60 d.C.), que se trata de una reconstrucción de fines del ss. II, o que representa una iglesia fuera de la corriente principal. Aparentemente es una obra siria.

V. Papías

Papías fue obispo de Hierápolis a principios del ss. II, y dedicó mucho esfuerzo a una “Exposición de los oráculos del Señor”, en cinco tomos, que existe solamente en desesperantes fragmentos en Ireneo y Eusebio. Su fecha es incierta, y no es probable que haya sido posterior al año 130 d.C. De cualquier modo, estuvo en contacto con personas que oyeron a los apóstoles (* Marcos, Evangelio de; * Mar).

VI. Bernabé

La Epístola de Bernabé es probablemente alejandrina, de principios del ss. II. Su tono es fuertemente antijudío, y se destaca por una forzada exégesis alegórica. Incluye una forma de los “Dos caminos”. Es una obra anónima; indudablemente su atribución a Bernabé (si se refiere al apóstol) fue una conjetura de temprana data. Pero puede haber hecho, sin embargo, que se leyera durante un tiempo el algunas iglesias (cf. Eusebio, HS 3.25). Véase tamb. P. Prigent, L˒Epı̂tre de Bernabé 1–16, 1962.

VII. Hermas

El Pastor de Hermas es una obra simbólica destinada a estimular a una iglesia poco dedicada y llamar al arrepentimiento a los cristianos que habían pecado, dejando en claro que no necesariamente era imperdonable el pecado cometido después del bautismo—cuestión indudablemente discutida—. Está dividida, bastante artificialmente, en Visiones, Tratados, y Mandatos.

Abundan los problemas críticos e históricos. El fragmento muratorio dice que la hahía escrito recientemente el hermano del obispo Pío de Roma (ca. 140 d.C.), pero tiene algunas marcas que indican que es anterior, y aunque actualmente nos parece una obra de calidad inferior, durante un tiempo fue leída como Escritura en algunas iglesias. Aparece en el códice sinaítico del NT. Véase H. Chadwick, JTS s.n. 8, 1957, pp. 274ss. Cf. tamb. J. Reiling, Hermas and Christian Prophecy, 1973, para un estudio del undécimo mandato.

Bibliografía. °J. Quasten, Patrología, 1961, 2 t(t).; °B. Altaner, Patrología, 1953; A. Di Benardino, Patrología, 1971; L. M. de Cádiz, Historia de la literatura patrística, 1954; S. Huber, Los Padres apostólicos, 1948; id., Los santos Padres, 1948, 2 t(t).; H. von Campenhausen, Los Padres de la iglesia, 1974; D. Ruiz Bueno, Padres apologetas griegos, 1979.

J. B. Lightfoot, The Apostolic Fathers, 5 t(t). (una mina de información y de juicios acertados, con textos de Clemente, Ignacio, y Policarpo); J. B. Lightfoot-J. R. Harmer, The Apostolic Fathers, 1891 (textos útiles y traducciones—al inglés), 1917–19; J. A Kleist, Ancient Christian Writers 1, 4, 1946–8; C. C. Richardson, Early Christian Fathers, 1953; R. M. Grant (eds.), The Apostolic Fathers, 1–6, 1964–8; T. F. Torrance, The Doctrine of Grace in the Apostolic Fathers, 1948; J. Quasten (eds.), Patrology, 1950; B. Altaner, Patrology, 1960; J. Lawson, A Theological and Historical Introduction to the Apostolic Fathers, 1961; L. W. Barnard, Studies in the Apostolic Fathers and their Background, 1966.

A.F.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico