PAVLOV. IVAN PETROVICH

[962](1849-1936)
Es uno de los fisiólogos que más influyó en el siglo XX en el estudio de la conducta humana y en la explicación de los mecanismos del aprendizaje. Sus investigaciones sobre el sistema nervioso fueron una revolución en Psicologí­a. Nació en Riazan, Rusia, en 1849, año del fallecimiento de Filomafitski, que habí­a iniciado la fisiologí­a experimental rusa, la cual él continuó con brillantez.

En 1870 ingresó en la Universidad de San Petersburgo en la unidad de ciencias naturales de la Facultad de Fí­sica y Matemáticas. Luego pasó a la Academia de Medicina y Cirugí­a. No querí­a ser médico, según cuenta en la autobiografí­a, sino obtener el doctorado y optar por una cátedra en fisiologí­a.

En 1901 fue designado miembro de la Academia Rusa de Ciencias y en 1904 se le otorgó el premio Nóbel (al que nunca aludió, ni siquiera en su autobiografí­a) por sus estudios sobre la regulación nerviosa de la circulación. Dedicó el premio a sus estudios sobre los reflejos condicionados, que lo hicieron famoso.

Con todo, bueno es recordar que sus investigaciones se movieron en terrenos neuronales mucho más amplios que los acondicionamientos. Algunos de ellos fueron los siguientes:
– La actuación de los estí­mulos en el cerebro. Los estí­mulos llegados a los hemisferios cerebrales establecen conexiones múltiples. Pero no siempre provocan reacciones iguales. Parece como si existiera un factor diferencial en cada individuo y en cada experiencia. Si la corteza se encuentra en un estado de inhibición, los mismos estí­mulos pueden inhibirse, pero resurgen posteriormente.

– Por qué la diferencia de los estí­mulos conlleva con frecuencia a paradojas. Estí­mulos negativos provocan algunas reacciones positivas (afianzamiento) y otros positivos producen inhibiciones (frenos).

– Cómo funciona la maduración del sistema central, más que del periférico, que le llenaron de sorpresas, sobre todo al comparar la celeridad del humano en relación con la rutina del animal.

Pero es conocido que fueron los reflejos condicionados los que le llevaron buena parte de su vida. Observó la relación de las conductas con las estructuras nerviosas. Tuvo interés en relacionar la fisiologí­a con lo que él llamó psicologí­a.

Con sus estudios sobre los reflejos condicionados entró con pasión en la investigación de la función psí­quica. Observó que, si se introduce alguna sustancia ácida en la boca de un perro, el animal presenta una reacción de defensa.

Mueve la cabeza y aumentan la secreción salivar. Esta respuesta es lo que denominó reflejo incondicionado o innato.

Pero al someter al perro a otro estí­mulo (el repique de una campana, por ejemplo, para luego darle el ácido), al poco tiempo, con sólo oí­r la campana, el perro segrega saliva. Este segundo reflejo desaparece si se secciona las ví­as eferentes (nervios motores bucales o de las glándulas salivares) y aferentes (nervios de la mucosa bucal o del oí­do).

Pavlov entendió el sistema nervioso en clave mecanicista, esto es como instrumento que permite conectar partes del organismo, al estilo de una máquina. Por eso llamó reflejo no condicionado a la conexión automática y reflejo condicionado a la asociación artificial. Observó que cada especie genera sus propios reflejos no condicionados, desde los simples, como la tos, hasta los complejos, como la construcción de la guarida.

Dada su inquietud por la psicologí­a (mejor, por la conducta humana) supo trascender también la mera ciencia biológica a su manera y sacó determinadas conclusiones. Entre las referentes a los condicionamientos podemos citar: – La necesidad de «saber vivir», entendiendo por tal la capacidad de aprendizaje para acomodarse a la sociedad en la que se habita.

– La conveniencia de explicar las conductas por los aprendizajes y los registros permanentes que dejan en las estructuras nerviosas los años y las experiencias.

– La posibilidad de inhibir lo que resulta pernicioso («inhibición por retardo» la llamo él), que aparece cuando se incrementa el tiempo entre el estí­mulo condicionante y el estí­mulo no condicionante.

– La diferencia entre dos tipos de estí­mulos condicionantes: los positivos, que provocan un proceso de excitación de la corteza cerebral; y los negativos, que producen un proceso de inhibición, a la que llamo «inhibición cortical».

– La repetición de estí­mulos que provocan reflejos condicionados durante un determinado tiempo, facilita y termina fijando las respuestas producidas.

– Pensó que, en la corteza cerebral, esa repetición y acumulación registrada de estí­mulos forma un esquema o estereotipo de conexiones dinámicas. Cuanto más sólidamente establecida está, menos esfuerzo supone obrar según él.

Si no se halla todaví­a firme, reclama más esfuerzos la actuación y se borra si se deja de obrar. Esa persistencia permite que cada vez sea menor el gasto de energí­a, pues la respuesta estereotipada y grabada se convierte en inerte, es decir, difí­cil de romper por nuevas circunstancias o por nuevos estí­mulos.

La formación de un estereotipo es difí­cil de obtener, ya que requiere muchas horas de repeticiones continuas de los estí­mulos. Es la base del aprendizaje por amaestramiento, en el hombre como en el animal.

Los datos obtenidos durante los años de análisis de los reflejos condicionados lo llevaron a una clasificación de los tipos nerviosos: primero, por la intensidad de los procesos de excitación e inhibición corticales; segundo, por el equilibrio que guardan los procesos entre sí­; y luego, por su movilidad y plasticidad.

También dividió a los animales en fuertes y débiles, según la intensidad de sus respuestas; y en equilibrados y no equilibrados, según el parámetro de sus procesos nerviosos (excitación e inhibición). A los fuertes y equilibrados los dividió a su vez en lábiles (poco estables) e inertes (poco modificables), según el parámetro de movilidad. Esta clasificación era parecida a la realiza dos milenios antes por el griego Hipócrates, quien clasificó los temperamentos en coléricos (fuertes, pero no equilibrados, en los que la excitación predomina sobre la inhibición), flemáticos (fuertes, bien equilibrados, pero inertes, calmados y lentos), sanguí­neos (fuertes, equilibrados, lábiles y móviles) y melancólicos (débiles).

La vida de Paulov discurrió en la monotoní­a de la investigación y, como buen biólogo, supo organizarla con trabajo, morigeración y actividad fí­sica relajante.

En 1929, cuentan sus biógrafos como sí­mbolo de su vida, se operó de apendicitis de forma anónima en una clí­nica. Tení­a 80 años y llegó sin identificarse al pequeño poblado ruso que escogió. Un médico joven lo operó sin ningún contratiempo. Al dí­a siguiente, pidió un recipiente con agua y metió sus brazos moviéndolos como si estuviera nadando. Después, el operador se enteró de que ese anciano era el premio Nóbel Pavlov. Y le explicó con sencillez que el balde de agua era para seguir su costumbre de todas las mañanas de nadar en un estanque y sentirse fresco y relajado. «Mi cerebro – agregó Pavlov – percibí­a el estí­mulo del agua fresca como cuando practico natación: es un simple reflejo condicionado más».

Pavlov falleció el 27 de Febrero de 1936 dejando, en su testamento, un texto de agradecimiento para los perros que sirvieron a sus investigaciones y el monumento de un perro de bronce al frente de la llamada La Torre, que fuera su laboratorio en la población de Koltushi.

Entre sus libros quedaban: «Reflejos condicionados e inhibiciones», «Veinte años de investigación sobre la actitud nerviosa», «Lecciones sobre la actividad de los grandes hemisferios del cerebro.»

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa