PAZ

v. Descanso, Reposo, Sacrificio
Lev 3:1 si su ofrenda fuere sacrificio de p, si
Lev 7:11 esta es la ley del sacrificio de p que se
Lev 26:6 yo daré p en la tierra, y dormiréis, y no
Num 6:26 Jehová alce .. su rostro, y ponga en ti p
Deu 20:10 cuando te acerques .. le intimarás la p
Deu 29:19 tendré p, aunque ande en la dureza de
Jdg 6:23 Jehová le dijo: P a ti; no tengas temor
1Ki 2:13 le dijo: ¿Es tu venida de p? .. Sí, de p
2Ki 18:31; Isa 36:16 haced conmigo p, y salid a
2Ki 20:19; Isa 39:8 habrá .. p y seguridad en mis
1Ch 12:17 si habéis venido a mí para p y para
1Ch 22:9 daré p y reposo sobre Israel en sus días
1Ch 22:18 Dios .. os ha dado p por todas partes?
2Ch 14:6 había p en .. Jehová le había dado p
Neh 9:28 una vez que tenían p, volvían a hacer
Job 3:26 no he tenido p, no me aseguré, ni estuve
Job 22:21 vuelve ahora en amistad .. y tendrás p
Job 25:2 están con él; él hace p en sus alturas
Psa 4:8 en p me acostaré, y asimismo dormiré
Psa 28:3 los cuales hablan p con sus prójimos
Psa 29:11 Jehová bendecirá a su pueblo con p
Psa 34:14 mal, y haz el bien; busca la p, y siguela
Psa 35:20 no hablan p; y contra los mansos de la
Psa 35:27 Jehová, que ama la p de su siervo
Psa 41:9 el hombre de mi p, en quien yo confiaba
Psa 72:3 los montes llevarán p al pueblo, y los
Psa 72:7 justicia, y .. p, hasta que no haya luna
Psa 85:8 hablará p a su pueblo y a sus santos
Psa 119:165 muhca p tienen los que aman tu ley
Psa 122:6 pedid por la p de Jerusalén; sean
Psa 125:5 mas a los que .. p sea sobre Israel
Pro 3:2 largura de días .. vida y p te aumentarán
Pro 3:17 son .. deleitosos, y todas sus veredas p
Son 8:10 desde que fui .. como la que halla p en
Isa 9:6 su hombro; y se llamará .. Príncipe de p
Isa 9:7 dilatado de su imperio y la p no tendrán
Isa 26:3 guardarás en completa p a aquel cuyo
Isa 26:12 Jehová, tú nos darás p, porque también
Isa 27:5 haga conmigo p; sí, haga p conmigo
Isa 32:17 el efecto de la justicia será p; y la
Isa 38:17 amargura grande me sobrevino en la p
Isa 39:8 lo menos, haya p y seguridad en mis días
Isa 45:7 que hago la p y creo la adversidad
Isa 48:18 fuera entonces tu p como un río, y tu
Isa 48:22; Isa 57:21 no hay p para los malos, dijo
Isa 52:7 que anuncia la p, del que trae nuevas
Isa 53:5 el castigo de nuestra p fue sobre él, y
Isa 54:13 y se multiplicará la p de tus hijos
Isa 55:12 alegría saldréis, y con p seréis vueltos
Isa 57:2 entrará en la p; descansarán en sus
Isa 57:19 p, p al que está lejos y al cercano
Isa 59:8 no conocieron camino de p, ni hay
Isa 60:17 y pondré p por tu tributo, y justicia
Isa 66:12 yo extiendo sobre ella p como un río
Jer 6:14; 8:11


no sólo es tiempo en que no hay guerra, también bienestar, que puede ser material o espiritual; o armoní­a en una relación entre varias personas. Inverso a la paz era la guerra, la desgracia como, una mala cosecha o una catástrofe natural.

La p. es un don de Dios Nm 6, 26; 25, 12; Sal 29, 11; Is 26, 12, que se recibe si el pueblo elegido respeta sus designios, Lv 26; Is 32, 17.

Después del destierro de Israel como castigo por sus pecados, seguirá una p. definitiva creada por el †œPrí­ncipe de la Paz†, Is 9, 6; Za 9, 9, el Mesí­as, Ez 34, 25; Is 32, 17. Esa p. será para todas las criaturas, incluso los animales, Lv 26, 4 13; Is 11, 4-9.

La palabra hebrea shalôm se usa para saludar y su significado es p. aunque designa también la epoca en que no hay guerra. La p. es la concordia entre el marido y la mujer, 1 Co 7, 15, y entre los miembros de la familia, Lc 12, 51, así­ como en la armoní­a dentro del seno de la comunidad, Hch 9, 31.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., shalom, paz; gr., eirene, concordia). Plenitud, entereza, firmeza, buenas relaciones entre vecinos (Psa 28:3), bienestar y seguridad (Ecc 3:8), o la recompensa de una mente que permanece en Dios (Isa 26:3). Está relacionada con el trato honesto y la verdadera justicia (Zec 8:16) y es una caracterí­stica sobresaliente del Mesí­as que viene (Isa 9:6).

La paz es el resultado del perdón de Dios (Phi 4:7) y es la relación ideal con el hermano (2Co 13:11; comparar Mat 5:23-24). La paz, que es señal de serenidad (Joh 14:27), y que se debe buscar (Heb 12:14), resume el mensaje del evangelio (Act 10:36). Es una faceta del fruto del Espí­ritu (Gal 5:22), que beneficia a quienes lo practican, tanto ahora (Jam 3:18) como en la segunda venida (Rom 2:10), y es lo opuesto del desorden y la confusión (1Co 14:33). La paz es la presencia de Dios, no la ausencia de conflictos.

Cristo trajo la paz, predicó la paz y es nuestra paz (Eph 2:14 ss.).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Es una de las caracterí­sticas del reino mesiánico, Isa 2:4. “Shalom” en Hebreo, “eirene” en griego.

– El N.T. menciona “paz” 90 veces: En 80 significa la paz del corazón, y en 10, la paz entre individuos, instituciones o naciones, que siempre es un fruto de la “paz del corazón”.

– Esta paz es un fruto del Espí­ritu Santo: (Gal 5:22); es la paz que Jesús da a sus discí­pulos, en Jua 14:27, Jua 16:33, y lo primero que les ofrece después de resucitado en Jua 20:21, Jua 20:26.

– Pablo ensena que la paz se obtiene por la fe, tiene su base en la justificación, y sobrepuja a nuestro entendimiento: (Rom 5:1, Rom 5:10, Fi12Cr 4:7).

– La gracia cristiana de la paz es la tranquilidad de conciencia que Dios da al creyente que ha sido perdonado por El, Rom 5:1. Jua 16:33.

El Todopoderoso es el Dios de la paz, Rom 15:33, 2Co 13:11, 1Te 5:23.

– La ordena, Isa 26:12.

– La establece por un pacto, Isa 54:10, Eze 34:25, Ma12Cr 2:5.

– La promete a la Iglesia, Isa 66:12.

– a los gentiles, Za.9:10.

– a los santos, Isa 55:12, Sal 72:2-3, Sal 72:7.

– a los mansos, Sal 37:11.

– a los que confí­an en Dios, Isa 26:3.

– a los que se vuelven al buen camino, Isa 57:18-19.

Cristo es el Senor de la paz, 2Te 3:16. y da la paz.

– El prí­ncipe de la paz, Isa 9:6.

– Es nuestra paz, Efe 2:14.

– Guí­a por el camino de la paz, Luc 1:79.

– La paz nos viene por la expiación de Cristo, Isa 53:5, Efe 2:14-15, Col 1:20.

Paz ante las tribulaciones: Mat 11:28-30, Luc 21:19.

– El cristiano debe sembrar paz: Mat 5:9, Mat 10:11-15.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El término hebreo shalom tiene un sentido que va más allá de la simple falta de problemas o la no existencia de luchas. Comunica las ideas de prosperidad, estar saludable, estar completo, estar a salvo, etcétera. Pero en muchas ocasiones se interpreta con el significado de ausencia de disturbios o guerra. En RV60 se lee que en tiempos de Salomón †œJudá e Israel viví­an seguros [shalom]† (1Re 4:25). En unas veinticinco ocasiones en el AT se usa este vocablo como un saludo (†œ… y decidle así­: Sea p. a ti, y paz a tu familia† [1Sa 25:6]).

El sacrificio de p. era una ofrenda que se diferenciaba del holocausto en el hecho de que sólo se quemaba en el altar la grasa y los riñones del animal, pero el resto de la carne se dividí­a entre el sacerdote y el ofertante y su familia o invitados, que lo comí­an durante tres dí­as (Lev 3:1-17; Lev 7:15-17). De esa forma se disfrutaba de un estado de prosperidad y gozo, ideas encerradas en el término shalom, junto con la de armoní­a entre Dios, el ofertante y sus congéneres.
dos partes tienen un conflicto y llegan a un acuerdo, el resultado es la p. †¢Abimelec, tras hacer un acuerdo con Abraham, dijo: †œ… y te enviamos en p.; tú eres ahora bendito de Jehovᆝ (Gen 26:29). El pacto de Dios con Israel es llamado †œpacto de p.† (†œPorque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi p. se quebrantarᆝ [Isa 54:10]). Dios tiene palabras de p. para su pueblo (†œ… porque hablará p. a su pueblo y a sus santos† [Sal 85:8]). El nombre de Salomón se deriva, precisamente, del término shalom, porque Dios prometió a David: †œ… te nacerá un hijo, el cual será varón de p., porque yo le daré p….† (1Cr 22:9). La promesa mesiánica hablaba del nacimiento de un niño que serí­a llamado †œ… Prí­ncipe de p.† (Isa 9:6).
el NT, la palabra que se usa es eirenë. Dios es †œDios de p.† (Rom 16:20). †œDios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la p. por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos† (Hch 10:36). Como los hombres son enemigos de Dios en malas obras, se habla de una p. con Dios (†œ… tenemos p. para con Dios† [Rom 5:1]), lograda por el Señor con su muerte (†œ… haciendo la p. mediante la sangre de su cruz† [Col 1:20]). Por eso se nos dice que Cristo es nuestra p. (Efe 2:14). La p. de Dios es la que debe gobernar en los corazones de los creyentes (Col 3:15). Los cristianos deben ser †œsolí­citos en guardar la unidad del Espí­ritu en el ví­nculo de la p.† (Efe 4:3) y, †œsi es posible, en cuanto dependa† de ellos, deben estar †œen p. con todos los hombres† (Rom 12:18). †¢Guerra.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

vet, Dios es un Dios de paz; esta afirmación aparece con frecuencia en las Escrituras (Ro. 15:33; 16:20; 2 Co. 13:11; 1 Ts. 5:23; He. 13:20, etc.). En cambio, en el mundo ruge la guerra: entre Satanás y Dios, entre las razas, naciones, individuos y en el corazón de cada individuo. El universo está perturbado por todo lo que ello comporta en inseguridad, angustia, insatisfacción. Ello se debe a la revuelta cósmica de ángeles y hombres caí­dos contra Dios; todos ellos han venido a ser “gentes rebeldes” (Ez. 2:3), “hijos de desobediencia” (Ef. 2:2; 5:6). La realidad es que también ellos sufren en su estado, y desean ardientemente gozar de la paz, aunque dentro de su desobediencia (Dt. 29:19). Es patético contemplar los esfuerzos desesperados de las naciones para alejar de sí­ los peligros de la guerra y de la destrucción atómica, sin que se manifieste un movimiento sincero de arrepentimiento y de fe. La Escritura declara: “No hay paz para los malos, dijo Jehová” (Is. 48: 22; 57:20-21) Frente a esta severa declaración no faltan los polí­ticos, ni los profetas falsos que anuncian: “Paz, no habiendo paz” (Ez. 13:10; cfr. Jer. 6:14; 8:11). Es desafortunadamente cierto que habrá, aquí­ en la tierra, un terrible ajuste de cuentas y que un dí­a será quitada “de la tierra la paz (Ap. 6:4) y que el último conflicto será el más mortí­fero de todos (Ap. 6:8; 19:15-28) Únicamente Jesús puede resolver esta guerra continua y restablecer la paz “El es nuestra paz” (Ef. 2:14). El se lanzó en medio del conflicto aceptando ser golpeado por la vara de la justicia divina que nos perseguí­a (Ef. 2:13- 17; Col. 1:20). Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo; El mismo estableció la paz y está desde entonces proclamando la amnistí­a; El hace mudar al rebelde arrepentido en una criatura de paz (2 Co. 5:17-21). Esta es la razón de que todo creyente justificado tiene paz para con Dios (Ro. 5:1). La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, puede desde entonces guardar su corazón y su mente en Cristo Jesús (Fil. 4:7). Conoce el gozo y la ventura; en paz se acuesta y duerme (Sal. 4:7-9). Esta paz no es el producto artificial y pasajero de un esfuerzo humano, sino el fruto del Espí­ritu (Gá. 5:22), dada por el mismo Dios (2 Ts. 3:16). El hijo de Dios debe ahora vivir en paz (Ro. 12:18; 1 Ts. 5:13; He. 12:14; Stg. 3:18), sin embargo habrá aquellos que le odiarán y perseguirán por cuanto Cristo vino “no para traer paz, sino espada (Mt. 10:34). Y será así­ en tanto que los individuos y las naciones se dejen seducir por aquel que es homicida y mentiroso desde el principio (Jn. 8:44). Pero la gloriosa certidumbre de la vuelta del Señor nos da la certeza de que pronto la paz reinará sobre toda la tierra. La paz será la caracterí­stica principal, junto con la justicia, del reinado del Prí­ncipe de Paz (Is. 2:4; 9:5-6; Sal. 27:7). “Bienaventurados los pacificadores” (Mt. 5:9).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[328]
Ausencia de guerra. Resultado de la justicia. Convivencia solidaria. Armoní­a entre personas.

Término eminentemente bí­blico que se repite con frecuencia en el Antiguo Testamento y fluye con abundancia en el Nuevo. Son 102 las veces que se cita la palabra “airene”, paz, en el los 27 libros del Nuevo Testamento. De ellas 27 están en los cuatro textos evangélicos; y de ese número, unas 20 se ponen en los labios de Jesús.

El mismo Maestro divino la emplea como saludo: Lc. 24.36; Jn. 20. 21 y 26. Y la recomienda a sus discí­pulos en sus misiones apostólicas: Lc. 10. 5. Incluso la hace objeto de una de sus Bienaventuranzas: Mt. 5.9. Y lo es como consejo: Jn. 14. 27; Mc. 9.50; Jn. 20.19.

La paz fue siempre en la Historia de la Iglesia el deseo y el ideal de vida para sus seguidores: la paz vital, en las relaciones de convivencia; y la paz espiritual, ante las dificultades de la vida.

Es importante educar en la paz y en la mayor parte de los sistemas educativos modernos se la mira como uno de los valores básicos de una educación equilibrada. A la paz se llega por la tolerancia, el respeto, la comprensión y sobre todo por el amor al prójimo.

Sin embargo la paz se siente amenazada por la violencia y la guerra, por el terrorismo y la injusticia, por los afanes de dominio. Por eso el ideal cristiano se halla contra todo lo que destruye la paz como la peor ofensa que se puede hacer a los hombres.

El educador debe ser consciente de que el valor de la paz es uno de los que más radicalmente necesita el corazón humano, la sociedad y también la Iglesia. Debe educar no sólo en clave humana, sino resaltando el mensaje evangélico del pacifismo.

(Ver Mundo. 7.1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La clave del corazón

La paz indica, como “tranquilidad en el orden” (San Agustí­n, De Civ. Dei 19,13), unidad y comunión en armoní­a y serenidad. La fuente de esta paz se encuentra en la comunión de Dios Amor, uno y trino. El corazón humano ha sido creado para reflejar y construir esta misma comunión en la familia y la sociedad. El hombre, como imagen de Dios, está llamado a construir esta comunión personal y comunitaria. La paz (“shalom”) “es obra de la justicia (cfr. Is 32,7) y efecto de la caridad (cfr. GS 78)” (CEC 2304). Es un don de la benevolencia de Dios.

En la medida en que se construya esta paz en el corazón, se construirá en la familia y en la sociedad. “La paz es… un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí­ mismo… La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre… En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia” (GS 78).

La guerra y la violencia

Dada la realidad de pecado, ya desde los orí­genes de la humanidad, la paz será siempre una construcción dolorosa, para ir superando las divisiones del corazón y de la sociedad. Ni el pacificismo ni la violencia construyen la paz. Cuando se rompe la unidad interna y externa, amenaza la guerra y la violencia. Por esto, se puede afirmar que el “corazón dividido”, es la causa de los males de la sociedad y de las guerras ambiciones de poseer, dominar, disfrutar a ultranza. “En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio funda¬mental que hunde sus raí­ces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre” (GS 10; cfr. 13).

La paz de Cristo y la misión de la Iglesia

El objetivo de la Encarnación del Hijo de Dios es de “establecer la paz o comunión con él y una fraterna sociedad entre los hombres” (AG 3). Es la paz mesiánica del cántico de la Navidad “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lc 2,14). Cristo, “nuestra paz” (Ef 2,14) y “prí­ncipe de la paz” (Is 9,6)), dio la vida para formar un solo pueblo, “en el que sus hijos que estaban dispersos, se congreguen en la unidad (cfr. Jn 11,52)” (AG 2). La paz o es universal o no es posible. No habrá nunca paz sin el perdón y la reconciliación.

La lucha por la justicia y por la paz, es siempre contra el error y el mal, nunca directamente contra las personas. Esa lucha es parte integrante de la promoción humana y construye la paz. La autodefensa legí­tima (por parte de individuos y de pueblos) no va directamente contra las personas, sino que intenta proteger a los inocentes. “Los cristianos que toman parte activa en el movimiento económico-social de nuestro tiempo y luchan por la justicia y caridad, convénzanse de que pueden contribuir mucho al bienestar de la humanidad y a la paz del mundo” (GS 72).

La misión de la Iglesia, como “pueblo mesiánico” y “germen de unidad para todo el género humano” (LG 9), consiste en construir la comunión entre todos los hombres, hechos “partí­cipes de la naturaleza divina” (AG 3), respetando la autonomí­a de sus culturas y dones particulares. “Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). La Jornada anual de la paz tiene lugar (desde 1967) el dí­a 1 de enero, octava de la Navidad y fiesta de la maternidad divina de Marí­a, “Reina de la paz”.

Referencias Caridad, ecologí­a, guerra, Iglesia comunión, justicia, liberación, perdón, promoción humana (progreso), reconciliación, solidaridad, vida, vida comunitaria.

Lectura de documentos GS 10, 13, 72, 78-90; CEC 2263-2267, 2302-2317.

Bibliografí­a AA.VV., Educar para la paz, educar para el conflicto (Madrid, San Pablo, 1988); AA.VV., Peace and Religions Studia Missionalia 38 (1989); R. COSTE, Moral internacional (Barcelona, Herder, 1967); (Conferencia Episcopal Española) Constructores de la paz (Madrid, EDICE, 1986); B. HäRING, Shalom Paz (Barcelona, Herder, 1970); D.J. HARRIS, Shalom. The Biblical Concept of Peace (Grand Rapids, Becker, 1970); B. LALANDE, Paz, en Diccionario de las Religiones (Barcelona, Herder, 1987), 1378-1385; N.M. LOSS, Paz, en Diccionario de teologí­a bí­blica (Barcelona, Herder, 1985) 1419-1428; A. PEREZ ESQUIVEL, La lucha no violenta por la paz (Bilbao, Desclée, 1983).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
La paz es uno de los rasgos caracterí­sticos de la vida y misión Jesús, el rey pací­fico o prí­ncipe de la paz. De modo especial el evangelio de Lucas pone de relieve ya desde el mismo comienzo de la obra (cfr. Lc 1, 79; 2, 14. 29) y como quiere subrayar la narración evangélica de la entrada en Jerusalén en Mt 21, 2-5 y menos explí­citamente en Mc 11, 1-10; Lc 19, 28-40 y Jn 12, 14-15 con el simbolismo del pollino.

La paz en la tradición veterotestamentaria era una forma abreviada de designar la felicidad humana y aun todos los bienes materiales y espirituales; estaba unida con la justicia (vg. Sal 85, 11; Is 60, 17); Dios es Dios de paz que la da como don suyo, sobre todo la paz mesiánica escatológica (vg. Is 9, 1-6; 11, 1-9; 57, 19; 66, 12-14; Mi 5, 1-4…). De esta forma la paz llega a ser sinónimo de salvación.

Jesús empalma con esta tradición y la perfecciona. Toda la actividad de Jesús va en la lí­nea de promover la paz entre los seres humanos. La expulsión de demonios/espí­ritus impuros produce un estado de paz y tranquilidad en las personas sanadas (cfr. vg. Mc 5, 15; Lc 8, 35).

Ello aparece claramente en las repetidas veces que Jesús desea la paz a quienes le rodean (Mc 5, 34; Lc 7, 50; 8, 48; 14, 32; cfr. Mt 10-13; Lc 10, 5-6). Evidentemente este deseo era normal y hasta convencional entre los judí­os de entonces y de otros tiempos y lugares, igual que entre los hablantes de árabe, pero en boca de Jesús la paz parece adquirir un significado especial. Así­ cuando la desea en primer lugar la crea; con ella despide a la hemorroí­sa (Mc 5, 21; Lc 8, 48) a la que ha dado la salud, signo de la salvación del Reino y de igual modo a la pecadora perdonada (Lc 7, 30). La fe salva y produce la paz.

Lo cual no significa que Jesús no asuma actitudes serias y aun fuertes cuando es preciso y necesario para la realización del Reino en este mundo. La expulsión de los mercaderes del Templo (Mc 11, 15ss. y par.), sus enfrentamientos, discusiones y reprensiones con quienes aparecen en los evangelios como adversarios del Reino van en esta misma lí­nea. A veces también encontramos alguna acción simbólica como la maldición a la higuera (Mc 11, 12-14 y par.) manifiesta que la paz predicada y realizada por Jesús es algo más que aceptación acrí­tica y fácil de cualquier situación y actitud.

En su predicación la paz también ocupa un lugar destacado. Los pací­ficos, mejor, los hacedores de paz son proclamados bienaventurados (Mt 5, 9).

También los discí­pulos de Jesús en su anuncio del Reino y de la salvación transmiten la paz a quienes aceptan su mensaje (Mt 10, 13; Lc 10, 5-6).

La paz de Jesús es mucho más que mera ausencia de guerra. Y va más allá de la no violencia entre los seres humanos, aunque la incluya. Es paz interior, con Dios, con uno mismo, con el mundo.

Sin embargo esta paz, compendio y cifra de la salvación no es irenismo, tal como ha aparecido más arriba. Jesús no ha venido la traer la paz sino la guerra (Mt 10, 34-36; Lc 12, 51-53). Porque tomarse en serio el Reino y sus exigencias puede comportar dificultades, inclusive con quienes creemos cercanos. La paz de Jesús es también interpelación a la falsa paz y seguridad engañosa; de hecho acompañará al juicio definitivo (cfr. Mt 24, 37-44; Lc 17, 26-36).

La paz para los seres humanos es fruto de la presencia y acción de Jesús (Lc 2, 14) y del Reino de Dios en la tierra.

Como es obvio es el acontecimiento pascual lo que instaura definitivamente la paz. La paz de después de la Resurrección adquiere así­ un significado simbólico muy particular (cfr. Lc 24, 36; Jn 20, 21. 26).

Federico Pastor

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Con el terna de la paz tocamos la relación entre los hombres, entre los seres humanos y la naturaleza; entramos en el lugar de la aceptación y del rechazo, en el de ¡as pasiones más tuertes que llevamos dentro, las que unifican y las que disgregan. Tocamos la raí­z de ¡a conflictividad. Todos estamos de acuerdo en decir que la paz no es objeto de debate sino un bien que hay que pedir, un camino que hay que recorrer, un bien que hay que perseguir poniendo las premisas necesarias para que esto sea posible; o, al menos, para que nos acerquemos a este bien de forma que, si no logramos ser plenamente constructores de ¡a paz, al menos no seamos destructores de la misma. Y es aquí­ donde empieza el mayor sufrimiento. En efecto, decimos que queremos poner las premisas para la paz: ¿pero estamos seguros de conocerlas realmente en la actualidad, de estar de acuerdo con estas premisas? ¿Estamos seguros, una vez que estuviéramos todos de acuerdo, de estar dispuestos a ponerlas en práctica? Ame estas preguntas, algunos dicen que tal vez podamos poner solamente unos signos, sin lograr afrontar el problema de manera global y satisfactoria. En todo caso, nos asalta el temor de que las premisas de la paz, aclaradas a fondo y acordadas entre todos, sean impracticables en un mundo como el de hoy. Si somos coherentes, nos preguntaremos cómo es posible poner signos de paz en un mundo que ofrece la posibilidad de cambiar sólo en pocas cosas. Nos encontramos, en definitiva, ante unos caminos que parecen inviables, utópicos y, al mismo tiempo, percibimos que la paz es una necesidad inexorable, una cuestión de vida o muerte.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Diversos factores históricos y culturales, como el Humanismo, la -Ilustración, las guerras, la independencia y la autodeterminación de los pueblos, los movimientos pacifistas, los objetores de conciencia y los medios de comunicación social han contribuido a crear un ethos, en el que la paz ocupa un 1ugar decisivo. La Iglesia por su parte ha percibido este signo de los tiempos Pablo VI se sintió ” solicitado” a proclamar la paz ” desde la madurez de la conciencia moderna, desde la evolución progresiva de los pueblos, desde la necesidad intrí­nseca de la civilización moderna” (Jornada de la Paz, 1 de enero de 1975). Desde los tiempos de León XIII la Iglesia ha acentuado la importancia de la paz y los valores Sobre los que está fundada. La Pacem in terris, la Gaudium et spes y las intervenciones papales durante fa crisis del golfo pérsico, son otras tantas piedras miliares en el desarrollo de su misión.

1. A pesar de los varios matices que encierra su significado, en la base de la palabra hebrea shalom en el Antiguo Testamento está siempre el concepto de benevolencia, de bienestar, de prosperidad y fortuna. Esta paz es un bien religioso, un estado bueno, querido por Dios; en concreto, se trata de la vida. A lo largo de su historia Israel fue aprendiendo cada vez mejor que la paz sólo viene de Dios. Es él el que la crea (1s 45,7) y se la ofrece quienes le sin en (Sal 4,9-‘35,27). El hombre pierde la paz por culpa de su pecado y Dios pide su colaboración para restablecerla. David libera al paí­s de sus enemigos (2 Sm 7 1) y Salomón (= el Pací­fico) hace vivir en concordia a su pueblo. Pero otros soberanos no son fieles y “curan las heridas de mi pueblo a la ligera, diciendo: ¡paz, paz:, siendo así­ que no hay paz” (Jr 6,14). Isaí­as sueña con el principe de la paz (9,5), que concederá una paz sin fin: la naturaleza se someterá al hombre y las naciones vivirán en paz (1s 2,2). – Aunque los acontecimientos parecen desmentirlo (Sal 73,3), la paz está destinada a los que aman la Ley (Sal 119,165). Sólo la fe en la vida eterna resuelve el problema: “Parecen estar muertos…, pero gozan de paz” (Sab 3,1-3). En el Nuevo Testamento llega finalmente a su cumplimiento esta espera. Lucas traza el retrato del rey de la paz (2,14). Siendo “nuestra paz”, Jesús crea la paz, reconcilia a los dos pueblos unificándolos en un solo cuerpo (Ef 2,14-22), Con la frase “vete en paz”, Jesús devuelve la salud (Lc 9,48), perdona las culpas (Lc. 7 50), obtiene su victoria final sobre el poder de la enfermedad y del pecado.

Sin embargo, mientras no sea derrotado el pecado en todos los hombres y venga el Señor en el último dí­a, la paz definitiva seguirá siendo un bien por realizar (2 Pe 3,13-14).

2. Como comunidad de “operadores de paz” (Mt 5,9), la Iglesia, que no atiende a distinciones de raza, de sexo ni de clase (Gál 3,28), es el lugar, el signo y la fuente de la paz entre los pueblos. La paz se basa en la soberaní­a de Dios, quitando así­ al hombre la tentación de erigirse en dueño de su hermano. La paz se hace tangible a través del perdón, de la acogida, de la solidaridad con todos los hombres, porque no hay paz verdadera donde algunos carecen todaví­a de espacio para vivir y expresarse. La verdadera paz no es una “cierta tranquilidad”, fruto de compromisos, de situaciones que se procura eludir, ni nace del silencio de las cosas que habrí­a que decir. Es el fatigoso diálogo del pluralismo y de la confrontación, en donde se conserva intacto el respeto al hombre y la acogida, incluso en medio de las tensiones y en la diversidad de opciones. El hombre es un peregrino siempre en camino, va que Dios lo renueva constantemente y lo purifica con su perdón, sin violar nunca su dignidad y su autonomí­a. Por consiguiente, la paz surge del perdón, porque pone a los hombres en la ocasión de perdonarse mutuamente las propias deudas, lo mismo que Dios sigue dispensando su vida y su perdón.

Las tensiones y los conflictos, en vez de ser un obstáculo, son pasos hacia adelante para los que participan de la resurrección de Cristo. El anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos crean y hacen crecer el perdón y la paz.

3. La base de la paz es la hermandad universal de los hombres, vista como “la ley, el principio, el criterio dominante” (Pablo VI, Jornada de la paz, 1 de enero de 1971). Se trabaja por la paz cuando se camina hacia el bienestar de la humanidad entera: el que obra por la paz es cosmopolita, participa de toda acción de paz, ya que cualquier paz es también la suya, lo mismo que todas las familias son su familia y todo hermano asesinado o toda hermana violentada es su hermano y su hermana. Los ciudadanos tienen que preocuparse del bien de toda la familia humana y no por los intereses nacionales (GS 55). El deber del ciudadano no puede separarse de su misión cristiana (GS 76). “La paz no es pacifismo, no esconde una concepción vil y perezosa de la vida, sino que proclama los más altos y universales valores de la vida: la verdad, la justicia, la libertad, el amor” (Pablo VI, 8 de diciembre de 1967 al anunciar la Jornada anual de la paz para el 1 de enero). “No hay verdadera paz ni auténtica democracia sin un respeto total a la vida” (Juan Pablo II, Jornada por la vida, 2 de febrero de 1992).

4. La paz está en el corazón de todos, independientemente de las propias convicciones polí­ticas y religiosas.

Hoy más que nunca aparecen en el horizonte signos positivos en favor de la paz: el sistema global de las comunicaciones, la preocupación colectiva por los derechos humanos, el acercamiento de las naciones, la educación no formal a través de la televisión y la informática, la reducción de armamentos, el interés por el medio ambiente y la difusión de los métodos de no-violencia. No faltan tampoco, por desgracia, los nubarrones: el vací­o cada vez más amplio entre los ricos y los pobres, el paro laboral, el hambre y la pobreza, la difusión de la urbanización, los prófugos, el fundamentalismo religioso, el racismo, los sistemas opresivos, las torturas, los abortos, la eutanasia, la discriminación religiosa y social, la desintegración de la familia, las deudas internacionales y la destrucción del medio ambiente. El mundo reconoce a Francisco de Así­s y a Máhatma Gandhi como los grandes promotores de la paz.
B. Vadakkekara

Bibl.: N. M. Loss, Paz, en NDTB, 14191428; G, Mattai, Paz y pacifismo, en NDTM, 1337-1347; Conferencia episcopal española, Constructores de la paz, Edice, Madrid 1986; AA, VV , Educar para la paz, educar para el conflicto, San Pablo, Madrid 1988; A. Pérez Esquivel, La lucha no violencia por la paz, DDB, Bilbao 1983.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. La “paz” y su terminologí­a en la Biblia: 1. La paz en las lenguas bí­blicas: a) Tres aspectos de la paz, b) Hebreo y griego; 2. El sentido bí­blico de “paz”. II. Aspectos de la paz según el AT: 1. La paz en la esfera individual; 2. La paz polí­tica y social; 3. Los profetas y la paz; 4. La paz en la esperanza escatológica: a) La paz final y su descripción, b) La paz final como paz mesiánica, c) La paz final y la reflexión sapiencial. III. La paz en el NT entre continuidad y desarrollo. IV. Aspectos de la paz en el NT: 1. La paz total y final; 2. Paz con Dios y con los hombres: a) La justificación, b) La reconciliación, e) La obra de la paz.

I. LA “PAZ” Y SU TERMINOLOGíA EN LA BIBLIA. El tema bí­blico de la paz es muy rico y muy complejo, mientras que la terminologí­a que lo expresa es más bien pobre, aunque cubre un área semántica muy vasta y diferenciada. El mismo nombre hebreo salóm asume en los textos un alcance que trasciende en varios aspectos, sobre todo en los aspectos religiosos, el de los nombres correspondientes en las literaturas clásicas (eiréné, pax). Las versiones bí­blicas, al asumir estos otros vocablos, cargan la noción de “paz” de nuevos matices, ampliamente presentes en nuestras lenguas.

1. LA PAZ EN LAS LENGUAS BíBLICAS. Los dos Testamentos, realmente, han tenido y tienen un recorrido lingüí­stico destinado a proseguir a lo largo de los siglos. Limitándonos a sus primeras etapas, a las tres formas textuales que, a nuestro juicio, siguen siendo fundamentales: la hebrea, la griega y la latina, diremos que en ellas el vocabulario de la paz, pasando por el filtro de la traducción, acabó fundiendo entre sí­ unos matices semánticos que se remontaban a etimologí­as diversas. Y de este modo la entrada en contacto sucesivo de la doctrina bí­blica con nuevos ambientes, culturas e idiomas favoreció la explicitación de una plurivalencia semántica, que no hay más remedio que tener en cuenta con vistas a una definición lo más objetiva posible de los contenidos doctrinales de los textos, y en particular de esa multiforme realidad que en la Biblia figura bajo el nombre único de “paz”, realidad que afecta a la sustancia misma del mensaje bí­blico de salvación, que es precisamente un anuncio de paz.

a) Tres aspectos de la paz. La primera observación que se ha de hacer en este sentido es que los tres nombres salóm, eiréné y pax, considerados en su sentido etimológico original, ponen de relieve tres aspectos de la realidad “paz”, que -ya presentes en el AT hebreo, explicitados sucesivamente en la versión griega y en el NT y recogidos luego por la reflexión eclesial cristiana- iluminan desde tres puntos de vista caracterí­sticos, connaturales respectivamente a la mentalidad hebrea, griega y latina, la densidad de la realidad a la que se refieren: la totalidad í­ntegra del bienestar objetivo y subjetivo (salóm), la condición propia del estado y del tiempo en que no hay guerra (eiréné) y la certeza basada en los acuerdos estipulados y aceptados (pax).
Se trata de una observación que, en el estudio comparativo de las versiones bí­blicas antiguas, se demuestra que puede aplicarse con fruto a la profundización de numerosos temas: pensemos en / “ley”, / “justicia”, / “santidad”, “penitencia” [/ Reconciliación].

b) Hebreo y griego. La versión de los LXX, en particular, traduce normalmente el nombre salóm por eirene y los términos afines: unos 250 casos, frente a menos de 25 que utilizan de forma aislada y ocasional otros 15 términos. Es una señal de la preeminencia del sentido de “estado consolidado de paz” identificado por dichos traductores en el nombre .lalóm, prescindiendo de lo que haya que decir de su etimologí­a.

En efecto, parece comprobado que la raí­z slm, en su significado original, indica ante todo el acto de “completar” o de “dar remate” a una realidad deficiente en algún aspecto, bien se trate de terminar el templo (1Re 9:25), de resarcir algún daño (Exo 21:27) o de cumplir un voto (Deu 23:22 y otras veces). La misma versión favorece de hecho, para la raí­z verbal slm, el sentido de “restituir” (unas 50 veces) y de “reparar” (unas 30 veces), usando para los otros 40 casos hasta 30 términos diversos. Algo parecido es lo que ocurre con el adjetivo salem, traducido preferentemente por “completo, llevado a su plenitud”, mientras que para el sustantivo selem/selamim, de uso exclusivamente ritual, prevalece la versión sóterion “(sacrificio) saludable” (cf Lev 3).

2. EL SENTIDO BíBLICO DE “PAZ”. Así­ pues, parece ser que los LXX captaron en el nombre salóm una referencia preferencial a la condición estable de conjunto que resulta del acto expresado por la raí­z slm, es decir, una referencia preferencial tanto al estado objetivo de una realidad que es tal como debe ser (paradójicamente, hasta la / guerra, en su marcha favorable, entrará en la categorí­a salom: 2Sa 11:7) como a la condición subjetiva de satisfacción o de complacencia del que no carece de nada; es decir, salóm dice “bien” y dice “bienestar”.

Es evidente que el contenido semántico de un término tan caracterizado es muy vasto. Por eso mismo no se limita tan sólo a la certeza del acuerdo que garantiza la pax en sentido latino, ni a la exclusión estable del estado de guerra propia de la eiréne griega, sino que asocia a estos aspectos el bienestar total, la armoní­a del grupo humano y de cada uno delos individuos con Dios, con el mundo material, con los grupos e individuos y consigo mismo, en la abundancia y en la certeza de la salud, de la riqueza, de la tranquilidad, del honor humano, de la bendición divina y, en una palabra, de la “vida”.

Se puede intentar presentar una definición breve de la paz entendida de este modo; podrí­a ser por el estilo de la definición que da Boecio de la eternidad: “Omnium bonorum comulata et secura possessio”. Pero más que una definición discutible, importa subrayar que una paz semejante, incluso cuando se refiere directamente a los bienes materiales, no se refiere nunca exclusivamente a ellos ni restringe jamás su alcance tan sólo al ámbito del tiempo. Si se refiere a la vida de forma primaria, se trata de la vida en su significación bí­blica total, que llena ciertamente toda la existencia terrena, pero que -al menos tendencialmente- la trasciende en dimensión de eternidad. Por esto la noción de paz tiene en la doctrina bí­blica un puesto y una importancia ciertamente central.

II. ASPECTOS DE LA PAZ SEGÚN EL AT. Abarcando, por tanto, la totalidad de la persona y del grupo, en sí­ y en sus relaciones, a nivel humano y en relación con Dios, en el tiempo y más allá del tiempo, la noción bí­blica de paz es tan vasta y omnicomprensiva que su misma densidad podrá a veces dejarnos perplejos sobre el sentido concreto de determinados textos, cuando tendemos a analizarlos por el camino de las “ideas claras y distintas”. En efecto, los hagiógrafos, por su origen y por su mentalidad nativa, no proceden primariamente por “ideas claras y distintas”, sino que -en virtud sobre todo de la intuición poética que capta instintivamente la unidad en la pluralidad y en virtud sobre todo de la divina inspiración que hace vislumbrar relaciones superiores más allá de la simple capacidad de la intelección natural- recurren con toda naturalidad y libertad a la polivalencia semántica de los términos usados en su lengua, encontrando en ella un instrumento menos inadecuado para conferir a su mensaje una expresión más inmediata, eficaz y rica, fiel en cuanto es posible a la realidad que intentan comunicar.

Pues bien, el hecho elemental que unifica entre sí­ todos los valores diversos, pero convergentes, comprendidos en la noción bí­blica de paz es, sin duda alguna, el que se sienta esa paz en primer lugar como un don esencial de Dios, exactamente como ocurre con la vida, con la que está indisolublemente vinculada. La referencia, explí­cita o implí­cita, a Dios es la única clave de lectura que abre al sentido bí­blico genuino del tema de la paz, en las diversas direcciones y en los diversos planes en que se desarrolla.

1. LA PAZ EN LA ESFERA INDIVIDUAL. A nivel de experiencia individual y cotidiana, la paz, además de la tranquilidad y de la concordia, abarca especialmente el doble bien de la salud fí­sica y del bienestar familiar. Que semejante condición sea fruto de la bendición divina es doctrina clásica del AT, que en la paz individual y doméstica ve el reflejo de la “paz sobre Israel” (Sal 128); hasta el punto de que la falta de esa paz se sentirá como un escándalo y suscitará el problema largamente discutido y lacerante de la tribulación del justo (/ Job III)). De estas y de otras resonancias análogas religiosas está cargada, sin duda, la fórmula usual y familiar de saludo: ¡salóm!, que no se halla ciertamente distante en su inspiración de la otra fórmula: “El Señor esté contigo/con vosotros” (Jue 6:12; Rut 2:4; cf Sal 129:7-8). Con la misma implicación de fondo nos formamos del estado del otro: “si está en paz” (Gén 43:27; 2Sa 18:32). De la misma í­ndole es el saludo de despedida: “Vete/id en paz”(Exo 4:18; Jue 18:6; 1Sa 1:17). Más aún, el morir y el ser sepultado “en paz” (Gén 15:15; 2Re 22:20) tiene un matiz religioso totalmente análogo: se trata de vivir acompañado de la bendición y protección divina hasta el último momento de la existencia terrena. En efecto, mientras que “no hay paz para los impí­os” (Isa 48:22), el justo tiene “paz en abundancia” para sí­ mismo y para su descendencia ( Sal 37:11.37).

2. LA PAZ POLíTICA Y SOCIAL. No solamente el individuo y su grupo familiar, sino todo el conjunto de la tribu y de todo el pueblo pueden gozar de un estado de paz o verse privados de ella. La paz con el mundo exterior al pueblo implica naturalmente no sólo la ausencia de guerra, sino también del peligro inminente de ella. Esta es la condición que alcanzó en un determinado momento Israel gracias al rey guerrero por excelencia, David (2Sa 7:1), condición que -según el cuadro ideal transmitido por la tradición- fue la caracterí­stica distintiva del reino de Salomón (l Crón 22,9: paz por dentro y por fuera; cf I Apo 5:1-8). Nótese, sin embargo, que los textos no equiparan la ausencia de guerra simplemente con la paz, sino que la consideran más bien como su condición indispensable, frecuentemente garantizada por la estipulación de un pacto (berît: l Apo 5:26).

Pero no basta con la seguridad exterior; la paz en su más auténtico valor global puede verse sustancialmente comprometida por el desorden interno del pueblo, denunciado generalmente como falta de / justicia (II, 5-7). Aquí­ hay que insertar con pleno derecho la aportación tan importante del profetismo al tema de la paz en todas sus dimensiones, según la doctrina más pura del AT.

3. Los PROFETAS Y LA PAZ. LOS profetas de Israel no separan nunca lo polí­tico y lo social de lo religioso. Su manera de considerar la paz, bien primariamente religioso, es global, partiendo necesariamente de la afirmación del señorí­o de Dios y de la necesidad de acogerlo con plena dedicación al mismo. Por eso mismo denuncian casi unánimemente tanto las falaces alianzas internacionales con las que querí­an apuntalar un estado de cosas incierto como la falta de justicia en las relaciones internas entre los miembros del pueblo y la vaciedad sacrí­lega de un culto privado de contenidos y entregado tan sólo a la solemnidad exterior. Pensemos en el episodio de Miqueas, hijo de Yimlá (IRe 22), o en el comienzo del libro de Amós (,16), o en los primeros capí­tulos de Isaí­as, o en las repetidas denuncias de Jeremí­as y Ezequiel [/ Justicia II, 6-7].

La batalla profética encuentra una dura resistencia por todas partes: por parte de los dirigentes polí­ticos, perdidos en sus cálculos humanos (Isaí­as con Acaz: Is 7; Jeremí­as con Sedecí­as: Jer 37-39); de los ricos ansiosos de poseer cada vez más; de los sacerdotes sometidos al yugo de los poderosos (Jer 20:1-6); del mismo pueblo, fácil presa de bienes ilusorios, pero particularmente de los profetas de la falsa paz. Tal es el caso de Miqueas ben Yimlá (1 Re 22), de’su homónimo Miqueas de Moreset (Miq 3:5-8), de Jeremí­as (continuamente, pero sobre todo en su choque con Ananí­as ben Azur: Jer 28) y de Ezequiel. Son los profetas que predican el bien cuando todo parece ir bien y la desventura cuando llega el castigo; van “diciendo: ¡Paz, paz!, siendo así­ que no hay paz” (Jer 6:14). Los verdaderos profetas, por el contrario, saben sin duda alguna que Dios tiene para con su pueblo “proyectos de paz y no de desgracia” (Jer 29:11); pero no ya -como todos sus adversarios parecen suponer tácitamente- con un inconcebible divorcio entre la paz y la justicia. La conexión entre “buscar el bien” y alcanzar la “vida” (cf Amó 5:14) se propondrá expresamente como una conexión entre la “justicia” y la “paz”: “De la justicia brotará la paz” (Isa 32:17). Este tema se desarrolla ampliamente sobre todo en el Segundo y en el Tercer Isaí­as.

Pero por este camino se ha dado ya un salto esencial de cualidad. La paz de la que se habla no es ya solamente la seguridad, por muy cierta que sea, ni solamente el bienestar, por muy espléndido que aparezca. Es, por el contrario, un bien tan excelso que su realización no podrá quedar absolutamente encerrada dentro de los lí­mites estrechos del tiempo de la humanidad.

4. LA PAZ EN LA ESPERANZA ESCATOLí“GICA. La verdadera paz, en cuanto que es don esencial de Dios, no puede ser en su plenitud más que un don final de Dios. La fe del hombre del AT encierra germinalmente dentro de sí­, ya desde las épocas más arcaicas, como punto recóndito de apoyo, la certeza -real, aunque sólo sea implí­cita- de que Dios tiene poder para prometer y realizar mucho más de lo que nosotros podemos pedir y concebir (cf Efe 3:20). Sólo sobre esta base es comprensible y válido, por ejemplo, el razonamiento de Pablo sobre la fe de Abrahán en cuanto fe en la resurrección de los muertos (Rom 4:16-22).

a) La paz final y su descripción. A partir de aquí­, el largo y accidentado camino de la historia religiosa de Israel, entre vericuetos no pocas veces amargos y llenos de desilusiones, va explicitando poco a poco, sobre todo por obra de los profetas, una dimensión de fe y de esperanza que solamente “al final” logrará expresarse en hechos. Precisamente porque la realidad concreta de esta paz definitiva se escapa de las manos de la experiencia directa, no puede expresarse exactamente; y por eso el cuadro que los textos ofrecen de ella es fundamentalmente alusivo y puede parecer desarticulado en cada uno de sus detalles, mientras que sigue siendo misterioso en su conjunto.

De él forma parte ciertamente la esperanza del cese total de la guerra entre los pueblos (Isa 2:1-5; Miq 4:1-4; cf Isa 9:1-6). Pero esto no es más que el lado negativo. La sustancia del aspecto positivo es la unificación religiosa de los pueblos en torno a Jerusalén, trono de Dios en medio de Israel. Además de los dos primeros pasajes que acabamos de citar, este tema domina en el Tercer Isaí­as, enunciado como está al comienzo y al final de este escrito (Isa 56:1-9; Isa 66:18-21), como base de la renovación final del mundo entero (Isa 66:22-24), encontrando además un desarrollo amplio y espléndido en el poema que constituye el corazón del libro (Is 60-62).

Cuando se trata luego de presentar de forma visual la paz definitiva, o bien se recurre a la plenitud de la paz doméstica (Miq 4:5-6), o bien se añade a ello el anuncio de la restauración del reino destruido con la imagen de la abundancia agrí­cola en una “tierra que mana leche y miel” finalmente reecontrada (Amó 9:11.15), o bien se vuelve al sí­mbolo arcaico de la paz en el paraí­so terrenal (Isa 11:6-9). Pero el material figurativo no debe ocultar el alcance doctrinal innegable de los textos.

b) La paz final como paz mesiánica. Merece especial reflexión la doctrina que vincula esta paz final con la persona y la obra del mesí­as. Ya Miq 5:4, según la forma de entender este pasaje que atestigua san Pablo (Efe 2:14), dice del mesí­as: “El mismo será la paz”. Pero la relación tan estrecha entre el mesí­as y la paz aparece sobre todo en la literatura isaiana. El mesí­as, cuyo nombre -o sea, su realidad profunda- encierra la afirmación de fe “Dios con nosotros” (Isa 7:8), recoge como el calificativo culminante de todos los que constituyen su solemne titulación real el de “Prí­ncipe de la paz”, cuyo “gran dominio” está caracterizado por una “paz sin fin” (Isa 9:5-6, del que probablemente se hace eco Miq 5:4). Realizando el mesí­as en su propia persona, en virtud de la permanencia sobre él del “espí­ritu del Señor”, la realidad completa prefigurada en los personajes más ilustres del pasado establecerá definitivamente en el pueblo la justicia, de lo que se deducirá la paz plena (Isa 11:1-9); y en su función de “siervo del Señor”, por la efusión del mismo “espí­ritu”, extenderá la justicia entre las gentes (Isa 42:1-4), derramando la salvación hasta las extremidades del orbe (Isa 49:6). Y realizará todo esto mediante una sumisión a Dios que exigirá su sacrificio completo, definido significativamente como “el castigo, precio de nuestra paz” (Isa 53:5). También él (y es ésta la perla preciosa encerrada en el centro del poema de Is 60-62), por la presencia del “espí­ritu del Señor” sobre él, es decir, en virtud de una superior unción” (verbo masah, de donde se deriva masiah, “ungido”), será consagrado como “evangelizador de los pobres” (Isa 61:1). Tal es el esbozo vigoroso del tema del “evangelio de la paz”, que resuena también en otros lugares (Nah 2:1; Isa 52:7), [/ Jesucristo III].

c) La paz final y la reflexión sapiencial. En la dirección de la esperanza escatológica nos ofrece su propia aportación la reflexión sapiencial sobre la cuestión tan debatida del sufrimiento del justo, en la que confluyen numerosos problemas de alcance vital: el del bien y el mal, el de la justicia divina en el tiempo y más allá del tiempo, el de la vida terrena y más allá de la muerte, el de la retribución… Si el interrogante que plantea la “paz de los impí­os” constituye un escándalo (Sal 73:2-3), la superación del mismo se logrará en la comunión del justo con el bien de Dios; más aún, con el bien que es el mismo Dios (Sal 73:23-24). En Dios y en su voluntad encuentra el justo una “gran paz” (Sal 119:165): la paz verdadera y definitiva.

Por su parte, el libro de la / Sabidurí­a señala la misma perspectiva para la suerte final del justo, precisamente en cuanto objeto de tribulación y de persecución: “Las almas de los justos están en las manos de Dios… Ellos están en paz” (Sab 3:1-3). En contra de la afirmación según la cual el AT no conocerí­a en el tema de la paz el aspecto í­ntimo y personal de la “paz interior”, ya que en él prevalecerí­a únicamente el lado público (comunitario) y exterior (del bienestar), hay que observar que probablemente también en este punto el criterio de un análisis exclusivamente intelectual ha hecho perder de vista lo sustancial de las cosas. Precisamente porque el justo está “en paz”, se podrá afirmar que en el momento del juicio final “estará en pie con gran seguridad (gr., parrhésí­a) frente a los que lo oprimieron” (Sab 5:1). Esta “seguridad” (o “franqueza”) implica una absoluta tranquilidad subjetiva, basada ciertamente en la plena comunión con Dios, y que, por consiguiente, no puede menos de suponer una paz total del alma.

En esto la situación escatológica, a la que se refiere directamente el texto, no es más que la conclusión madura de la primací­a de la confianza que el justo puso en Dios durante el tiempo de su vida terrena, confianza que también entonces no podí­amenos de producir una auténtica paz del alma.

III. LA PAZ EN EL NT ENTRE CONTINUIDAD Y DESARROLLO. La obra con que Dios, mediante Jesucristo, establece el orden religioso renovado en las relaciones con los hombres, que nosotros llamamos NT, se define en los Hechos como “anunciar (lit., evangelizar) la paz” (Heb 10:36); y del mismo Cristo afirma Pablo que “con su venida anunció (lit., evangelizó) la paz” a los de lejos y a los de cerca (Efe 2:17); también el mensaje cristiano, para cuya proclamación deben mantenerse constantemente preparados los fieles, es definido por Pablo como “evangelio de la paz” (Efe 6:15). Por consiguiente, el tema de la paz, que ya en el AT tení­a una importancia ciertamente no marginal, resulta claramente central en el NT. Esto resulta aún más evidente para quien piensa que en el NT el tema veterotestamentario de la paz no encuentra tan sólo una continuación coherente en la lí­nea tradicional del bien/bienestar o de la liberación/retribución/salvación, sino que recibe incluso una profundización substancial en virtud de un cambio concreto de nivel, con la explicitación completa del alcance primariamente espiritual de la misma paz.

No solamente se verá que el ángel del anuncio a los pastores, con quien se asocian los demás ángeles que en el nacimiento de Jesús cantan “gloria en los cielos” y “paz en la tierra” (Luc 2:14), “anuncia un gran gozo”, es decir, “que ha nacido un salvador” (Luc 2:10-11), sino que se verá que ya en el anuncio primitivo la obra de salvación, implicada en el nombre mismo de Jesús, se especifica diciendo que él “salvará al pueblo de sus pecados” (Mat 1:21).

Se trata, por tanto, sin duda alguna, de la paz; pero de la paz ante todo como “justificación” realizada por Dios en la “reconciliación” de los hombres consigo.

Todo el resto del tema de la paz en el NT gira en torno a este eje, aunque sigue siendo verdad que, rigurosa-mente hablando, en algunos textos se puede encontrar, entre los significados atribuidos a eiréné, algunos de los que tiene este nombre en el lenguaje corriente; por ejemplo, en la afirmación de Jesús de que no ha venido a “traer la paz al mundo” (la paz como ausencia de guerra: Mat 10:34; Luc 12:51); o en la afirmación de Pablo a propósito del orden debido en las asambleas cristianas: “Dios es Dios de paz y no de confusión” (ICor 14,33); o cuando “paz” repite simplemente la fórmula trillada de saludo. Recuérdese, sin embargo, que siempre está presente al menos un matiz religioso. En cuanto a la fórmula de saludo, en particular, es necesario -según los textos- poner atención en un proceso corriente en el NT, por el que no pocas expresiones usuales o estructuras literarias estereotipadas se llenan de significa-dos y de funciones nuevas, renaciendo por así­ decirlo y saliendo por ello mismo del cuadro estereotipado; pensemos también en el mero “praescriptum” (o saludo inicial), propio del formulario epistolar, y en la importancia que asume en Pablo, sobre todo en ciertas epí­stolas (y ahí­ entra eiréné como fórmula de saludo, pero asociada con jaris, “gracia”, que le da una nueva fuerza); y pensemos, finalmente, en las fórmulas de oración por los destinatarios, que ordinariamente dan comienzo al cuerpo de las cartas de aquel tiempo, y en la dilatación y los contenidos que estas fórmulas asumen en el NT.

IV. ASPECTOS DE LA PAZ EN EL NT. Se puede sintetizar la materia -y con ello tocamos indudablemente su punto central- afirmando que el sentido más común y fundamental de eiréné en el NT es el que relaciona este término con el don global, definitivo y supremo que Dios hace a los hombres por medio de Jesucristo. A consecuencia de ello tanto Dios como Cristo quedan definidos de alguna manera con las expresiones “el Dios de la paz” (Rom 15:33, y otras seis veces en Pablo; Heb 13:20) y “el Señor de la paz” (2Ts 3:14). Más gráficamente todaví­a se dirá de Cristo, con alusión a Miq 5:4 : “El es nuestra paz”(Efe 2:14); y en el mismo contexto se le designará como aquel que “hace la paz”, afirmando que “anunció la paz” (Efe 2:15.17).

1. LA PAZ TOTAL Y FINAL. Los textos citados son una pequeña muestra, pero prueban suficientemente el carácter plenario de la paz según el perfil fundamental que se traza de ella en todo el NT. La paz no se sitúa allí­ en el nivel polí­tico o simplemente exterior. Más aún, en este nivel prosigue la guerra en el tiempo (Mat 10:34). El mismo Cristo asegura con claridad que “su paz” no elimina la tribulación que habrán de encontrar los suyos en el mundo; se trata de la paz que éstos encontrarán únicamente “en él”(Jua 16:33). Es precisamente la paz que encierra dentro de sí­ la certidumbre perfecta de aquella salvación que es imposible alcanzar “en el mundo”, pero que obtiene su propia seguridad de la certeza misma de Dios, y que es tan grande que une la tierra (canto de los ángeles: Luc 2:14) con el cielo (aclamación de los discí­pulos en la entrada de Jesús en Jerusalén, en donde Luc 19:38 sustituye la exclamación hebrea “Hosanna en los cielos”, recogida en los otros evangelios, por la versión y paráfrasis griega “¡Paz en el cielo! ¡Viva Dios altí­simo! “).

De un significado muy denso, como lo demuestran los textos, y de una extraordinaria eficacia está cargado el saludo “¡paz!” en labios de Jesús, que se recuerda varias veces en los evangelios: desde el “¡Vete en paz!” a la hemorroisa (Mar 5:24 par) y a la mujer pecadora (Luc 7:50) hasta la “¡paz a vosotros!” del Resucitado a los discí­pulos (Luc 24:36; Jua 20:19.21.26). Esta misma fuerza de anuncio y de comunicación de la salvación se encuentra en el mismo saludo puesto por Jesús en labios de los discí­pulos en su ministerio de evangelizadores: no es un deseo vací­o, sino la proclamación y el ofrecimiento de ese bien que es la paz mesiánica. Esta es de hecho tan concreta que “va a posarse” sobre los que están dispuestos a acogerla, mientras que se aparta, “volviendo” a los discí­pulos, de aquel que la rechaza (Mat 10:13; Luc 10:5-6).

Esta es “la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia” y que “guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4:7), es decir, “la paz de Cristo”, que “ha de reinar en vuestros corazones” (Col 3:15).

En Rom 8:6 esta paz está significativamente asociada con la “vida” (zóé), en cuanto que es salvación llevada a su cumplimiento, en oposición, por tanto, a la “muerte” (thánatos). En efecto, gracias a ella surge en el hombre cristiano la verdadera vida que brota del “Espí­ritu”. En esta lí­nea habrá que leer la mención, que se repite en la conclusión de varias cartas, del “Dios de la paz”. Es especialmente interesante Rom 16:20, donde Pablo afirma que “el Dios de la paz” concederá “pronto” la victoria total y última (“aplastará a Satanás bajo vuestros pies”). Es la paz que comprende “todo bien” (Heb 13:20-21) y “todos los bienes” (ITes 5,23). En la misma dirección y con el mismo peso habrá que entender entonces la mención de la “paz” asociada a la “gracia” en los praescripta de las epí­stolas, como confirma por otra parte el añadido en algunos de ellos de la “misericordia” (lTim 1,2; 2Ti 1:2; IPe 1,3; 2Jn 1:2; Jud 1:2).

2. PAZ CON DIOS Y CON LOS HOMBRES. Con la estructura y la dinámica de la paz, tal como las propone el NT, va estrechamente unido otro elemento esencial, que desde un punto de vista formal y literario está ligado a otros temas: el hecho de que el bien de la paz es concedido por Dios, gracias a Cristo, destruyendo ante todo el obstáculo del pecado y todo lo que va unido a él.

a) La justificación. Por el pecado los hombres se hacen “desobedientes” a Dios y “rebeldes” contra él (Rom 11:30; Efe 2:2; Col 3:6), objeto de su “ira” (Rom 1:18ss) y, consiguientemente, “enemigos” de Dios (Rom 5:10; Col 1:21). Esta es su condición general, tanto de los paganos (Rom 1:18-32) como de los judí­os (Rom 2:1-3, 20). De forma que no hay otra solución para la humanidad que la comunicación de la nueva “justicia” realizada por Dios en Cristo, a la que sólo es posible acceder a través de la fe (Rom 3:21-26). Esta justificación pone al hombre “en paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo” (Rom 5:1). No es una condición estática, sino un progreso de entrega y de vida, desde la fe y la esperanza hasta la caridad, que tiene como fuente al “Espí­ritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5:5).
b) La reconciliación. La obra destructora del pecado no altera solamente las relaciones de los hombres con Dios, sino que afecta también a las relaciones mutuas entre los hombres (Rom 1:26-32), hasta el punto de que incluso lo que Dios realizó para comenzar el proceso de salvación en Israel, es decir, su ley, por la fuerza corruptora del pecado no sólo se convierte en causa de muerte para el que está bajo la ley (Rom 7:13), sino que se hace también para el que está fuera de la ley una barrera divisoria respecto a Israel y un motivo de “enemistad” (Efe 2:14-15). La eliminación del pecado por obra de Cristo elimina también la barrera de la ley y tiene como objeto la “reconciliación” de los hombres con Dios y entre ellos mismos, es decir, la “paz”: paz con Dios, a través de la “jutificación” (Rom 5:1), y paz global con Dios y entre los hombres en la “reconciliación” universal (Rom 5:10; 2Co 5:18; Efe 2:16; Col 1:20-22). El texto que más sintéticamente expone esta doctrina es probablemente Ef 2, donde, tras la mención de la obra universal de salvación del pecado, hasta la vida, la resurrección y la gloria (Efe 2:1-10), se recuerda la reconciliación de los hombres con Dios y entre ellos mismos (de los paganos con los judí­os:Efe 2:11-18) en la paz (vv. 14-17), por lo que todos nos convertimos en un único “hombre nuevo” (v. 15) para formar el único edificio “en el Espí­ritu”, en el que Dios asienta establemente su morada (vv. 19-22).

Esta reconciliación, cuyo ministerio ha sido confiado por Dios a los discí­pulos de Cristo (2Co 5:18-19), supone sin embargo, la colaboración, es decir, la correspondencia, de los que tienen que ser reconciliados (2Co 5:20), tanto en lo que se refiere a Dios como dentro de comunidad. Y se concreta en el esfuerzo “por mantener la unidad del espí­ritu con el ví­nculo de la paz” (Efe 4:3). Por este camino, humilde y familiar (el contexto habla de “humildad, longanimidad, mansedumbre, paciencia unos con otros”) se introduce el himno a la unidad eclesial (Efe 4:4-6), espejo humano de la unidad í­ntima de Dios, que se completa luego con el tema de la diversificación orgánica del único cuerpo que es la Iglesia (Efe 4:7-16), en donde aparecen las dimensiones sorprendentes del alcance de la paz en la estructura misma de la comunidad cristiana. Esta misma doctrina sobre la “unidad del Espí­ritu” encuentra su confirmación en el célebre texto sobre el “fruto del Espí­ritu” (Gál 5:22), que pone de manifiesto el hecho de que la misma paz interior del cristiano no es un bien intimista, sino un paso para la comunión fraternal í­ntegra y verdadera; lo cual aparece también en otros lugares, especialmente en Col 2:12-15. Esto es, el cristiano no sólo es alguien que disfruta del don divino de la paz, sino que ha de ser además el promotor u “operador” de la misma, según la lí­nea trazada por Stg 3:17-18 : “La sabidurí­a de arriba, por el contrario, es ante todo pura, pací­fica (eiréniké), condescendiente, conciliadora, llena de misericordia y de buenos frutos…; el fruto de la justicia se siembra en la paz para los que obran la paz”.

c) La obra de la paz. La realización de la paz en la conducta cristiana tiene en primer lugar un aspecto interno en la vida del cristiano, que consiste en el comportamiento personal que se deduce de la voluntad de vivir en paz con los demás. Esta actitud se expresa en algunos textos con eiréneúó; este verbo aparece en un lóghion propio de Mar 9:50, en el contexto sobre la “sal”, que recuerda el dicho más conocido de Mat 5:13 (“Vosotros sois la sal de la tierra”): “Tened sal en vosotros y vivid en paz los unos con los otros”. Esta misma exhortación con el mismo verbo aparece en la doctrina apostólica, tanto en lo que se refiere a la vida de la comunidad cristiana (cf 1Ts 5:13 : “Corresponded a sus desvelos con amor siempre creciente. Vivid en paz entre vosotros”; 2Co 13:11 : “… Vivid alegres; buscad la perfección, animaos unos a otros, vivid en armoní­a y en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros”) como en las relaciones con los hombres en general (cf Rom 12:18 : “En cuanto de vosotros depende haced todo lo posible para vivir en paz con todos”).

El otro aspecto, más constructivo y que se señala ya en Stg 3:18 (con la expresión eirénén poiéó), consiste en el “promover la paz” (eirénopoiéó). Esto fue ya realizado sustancialmente por Cristo en su obra de reconciliación universal (Col 1:19-20); cf Efe 2:14-18, que tiene eirénén poiéó). No cabe duda de que sobre este modelo hay que entender la bienaventuranza de Mat 5:9 : “Dichosos los que trabajan por la paz (eirénopoioí­), porque ellos serán llamados hijos de Dios”, en donde se anticipa de alguna manera el contenido de la exhortación al amor total y a la perfección total en él (amor incluso a los enemigos), “para que seáis hijos de vuestro Padre celestial… Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mat 5:45.48).

La perspectiva escatológica está ciertamente presente en el cuadro completo sobre la paz que dibuja el NT, pero no de aquella manera ansiosa que a veces se supone; en efecto, el ésjaton está ya en acto, aun cuando su perfecta realización sigue siendo todaví­a objeto de espera para los que viven en el tiempo.

BIBL.: BEA A., L’idea della pace nel VT, en AA.VV., XXXVI Congreso Eucarí­stico Internacional, Barcelona 1952, 49-59; BÜCHSEL Fr., Allássó (cambiar/reconciliar), en GLNT I, 673-696; FOERSTER W., eiréné (paz), en GLNT III, 191-244; GERLEMAN G., 31m-Tener suficiente, en DTMAT II, 1154-1173; HARRIS D.J., Shalom. The Biblical Concept of Peace, Becker, Grand Rapids 1970; LEON-DUFOUR X., Paz, en Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona 198011, 656-660; ID, Paz, en Enciclopedia de la Biblia V, Garriga, Barcelona 1965, 934-938; MIRANDA J. DE (y COI.), Pace, RiJlessioni bibliche, AVE, Roma 1971; Roux H., Paz, en ALLMEN J.J. voN, Vocabulario bí­blico, Marova, Madrid 1968, 253-254; SCHIMID H.H., Shalóm. La pace nell’Antico Oriente e nell’AT, Paideia, Brescia 1977; VOOT E., Pax hominibus bonae voluntatis, en “Bid” 34 (1953) 427-429.

N. M. Loss

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

La palabra hebrea scha·lóhm, que se traduce †œpaz†, se refiere a la ausencia de guerra o disturbio (Jue 4:17; 1Sa 7:14; 1Re 4:24; 2Cr 15:5; Job 21:9; Ec 3:8); puede transmitir la idea de salud, estar sano y salvo (Gé 37:14, nota), bienestar (Gé 41:16), amistad (Sl 41:9) y la totalidad o la cualidad de estar completo (Jer 13:19). La palabra griega para †œpaz† (ei·re·ne) también recoge la amplia gama de acepciones de la hebrea, por lo que puede denotar conceptos como bienestar, salvación y concordia, además de ausencia de disturbio. Aparece en expresiones de despedida, como †œve en paz†, que en cierto modo corresponde a la expresión actual †œque te vaya bien†. (Mr 5:34; Lu 7:50; 8:48; Snt 2:16; compárese con 1Sa 1:17; 20:42; 25:35; 29:7; 2Sa 15:9; 2Re 5:19.)
Puesto que la palabra †œpaz† no siempre es el equivalente exacto de scha·lóhm y ei·re·ne, su significado estará en función del contexto. Por ejemplo, ser †˜enviado en paz†™ podí­a entenderse como una garantí­a por parte del que autorizaba el viaje de que no interferirí­a en el mismo. (Gé 26:29; 44:17; Ex 4:18.) †˜Regresar en paz†™ —tal vez de una batalla— significaba regresar ileso o victorioso, o ambas cosas. (Gé 28:21; Jos 10:21; Jue 8:9; 11:31; 2Cr 18:26, 27; 19:1.) El †˜preguntar en cuanto a la paz†™ de una persona equivalí­a a inquirir cómo le iba. (Gé 29:6; 43:27, notas.) †˜Trabajar en el interés de la paz†™ de alguien significaba trabajar por su bienestar. (Dt 23:6.) El que una persona muriera en paz podí­a significar tener una muerte tranquila después de haber disfrutado de una vida plena o haberse realizado una esperanza acariciada. (Compárese con Gé 15:15; Lu 2:29; 1Re 2:6.) La profecí­a sobre que Josí­as †˜serí­a recogido a su propio cementerio en paz†™ indicó que morirí­a antes de la predicha calamidad sobre Jerusalén. (2Re 22:20; 2Cr 34:28; compárese con 2Re 20:19.) En Isaí­as 57:1, 2 se dice que el justo †œentra en la paz† cuando muere y así­ escapa de la calamidad.

Cómo se consigue la paz. Jehová es el Dios de la paz (1Co 14:33; 2Co 13:11; 1Te 5:23; Heb 13:20) y la Fuente de la paz (Nú 6:26; 1Cr 22:9; Sl 4:8; 29:11; 147:14; Isa 45:7; Ro 15:33; 16:20), que es un fruto de su espí­ritu. (Gál 5:22.) Por esta razón, solo los que están en paz con Dios pueden tener verdadera paz. Las transgresiones serias estorban la relación con Dios y perturban al que las comete. El salmista dijo: †œNo hay paz en mis huesos debido a mi pecado†. (Sl 38:3.) Por consiguiente, los que buscan la paz deben †˜apartarse de lo que es malo, y hacer lo que es bueno†™. (Sl 34:14.) Si no hay justicia o rectitud, no puede haber paz. (Sl 72:3; 85:10; Isa 32:17.) Por esta razón los inicuos no pueden tener paz. (Isa 48:22; 57:21; compárese con Isa 59:2-8.) Por otro lado, la paz es posesión de los que están plenamente dedicados a Jehová, aman su ley (Sl 119:165) y escuchan sus mandamientos. (Isa 48:18.)
Cuando Cristo Jesús estuvo en la Tierra, ni los judí­os naturales ni aquellos que no lo eran estaban en paz con Jehová Dios. Por haber transgredido la ley de Dios, los judí­os estaban bajo la maldición de la Ley. (Gál 3:12, 13.) Los gentiles, que no estaban en pacto con Dios, †œno tení­an esperanza, y estaban sin Dios en el mundo†. (Ef 2:12.) Sin embargo, por medio de Cristo Jesús ambos pueblos recibieron la oportunidad de entrar en una relación pací­fica con Dios, como habí­an anticipado los ángeles a los pastores cuando nació Jesús: †œSobre la tierra paz entre los hombres de buena voluntad†. (Lu 2:14.)
El mensaje de paz que Jesús y sus seguidores proclamaron atrajo a los †˜amigos de la paz†™, es decir, a los que deseaban reconciliarse con Dios. (Mt 10:13; Lu 10:5, 6; Hch 10:36.) Pero al mismo tiempo causó división en las familias, pues unos lo aceptaron y otros lo rechazaron. (Mt 10:34; Lu 12:51.) La mayorí­a de los judí­os rechazaron el mensaje, y por eso no discernieron †œlas cosas que tienen que ver con la paz†, entre las que se hallaban el arrepentimiento y el aceptar a Jesús como el Mesí­as. (Compárese con Lu 1:79; 3:3-6; Jn 1:29-34.) Su negligencia desembocó en que los ejércitos romanos destruyeran Jerusalén en el año 70 E.C. (Lu 19:42-44.)
Sin embargo, incluso los judí­os que aceptaron †œlas buenas nuevas de paz† eran pecadores y necesitaban que se expiasen sus transgresiones para disfrutar de paz con Jehová Dios. La muerte de Jesús como sacrificio de rescate satisfizo esta necesidad, pues se habí­a predicho: †œEl castigo que era para nuestra paz estuvo sobre él, y a causa de sus heridas ha habido una curación para nosotros†. (Isa 53:5.) Su muerte en sacrificio en un madero de tormento también proveyó la base para cancelar la ley mosaica, que separaba a los judí­os de los no judí­os. Por lo tanto, al hacerse cristianos, ambos pueblos estarí­an en paz con Dios y entre sí­. Pablo dijo a este respecto: †œEl [Jesús] es nuestra paz, el que hizo de los dos grupos uno solo y destruyó el muro de en medio que los separaba. Por medio de su carne abolió la enemistad, la Ley de mandamientos que consistí­a en decretos, para crear de los dos pueblos en unión consigo mismo un solo hombre nuevo, y hacer la paz; y para reconciliar plenamente con Dios a ambos pueblos en un solo cuerpo mediante el madero de tormento, porque habí­a matado la enemistad por medio de sí­ mismo. Y vino y les declaró las buenas nuevas de paz a ustedes, los que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca, porque mediante él nosotros, ambos pueblos, tenemos el acceso al Padre por un solo espí­ritu†. (Ef 2:14-18; compárese con Ro 2:10, 11; Col 1:20-23.)
La †œpaz de Dios†, es decir, el sosiego y la tranquilidad que produce la preciosa relación de un cristiano con Jehová Dios, protege las facultades mentales y el corazón de las ansiedades de la vida. Da seguridad de que Jehová Dios provee para sus siervos y responde a sus oraciones, lo que hace descansar el corazón y la mente. (Flp 4:6, 7.) De manera similar, la paz que Jesucristo dio a sus discí­pulos, basada en la fe que tení­an en él como Hijo de Dios, sirvió para tranquilizar su mente y corazón. Aunque Jesús les dijo que se acercaba el tiempo en que ya no estarí­a personalmente con ellos, no tení­an razón para preocuparse o ceder al temor. No les dejarí­a sin ayuda; les prometió enviarles el espí­ritu santo. (Jn 14:26, 27; 16:33; compárese con Col 3:15.)
La paz de la que disfrutaban los cristianos no podí­a darse por sentada. Tení­an que ser †œpací­ficos†, es decir, pacificadores, personas dispuestas a ceder con el fin de mantener la paz. (1Te 5:13.) Para conservar la paz entre ellos mismos, tení­an que cuidarse de no hacer tropezar a sus compañeros de creencia. (Ro 14:13-23.) Jesús les habí­a dicho en el Sermón del Monte: †œFelices son los pací­ficos [literalmente, †œpacificadores†], puesto que a ellos se les llamará †˜hijos de Dios†™†. (Mt 5:9, nota; compárese con Snt 3:18.) A los cristianos se les aconsejó que siguieran tras la paz e hicieran lo sumo posible para ser hallados en paz con Dios. (2Ti 2:22; Heb 12:14; 1Pe 3:11; 2Pe 3:14.) Por lo tanto, tení­an que luchar contra los deseos de la carne, ya que estos podrí­an enemistarlos con Dios. (Ro 8:6-8.) Para tener su aprobación, era necesario que permanecieran en una relación pací­fica con Dios, de ahí­ que se repitiera con tanta frecuencia el ruego: †˜Que tengan paz†™. (Ro 1:7; 1Co 1:3; 2Co 1:2; Gál 1:3; 6:16; Ef 1:2; 6:23; Flp 1:2.)
Los cristianos también deseaban que otros disfrutaran de paz. Por lo tanto, llevaron a cabo su guerra espiritual †œteniendo calzados los pies con el equipo de las buenas nuevas de la paz†. (Ef 6:15.) Incluso dentro de la congregación libraron una guerra derribando razonamientos que no estaban de acuerdo con el conocimiento de Dios, a fin de que estos razonamientos no dañaran su relación con Dios. (2Co 10:4, 5.) Sin embargo, no se trataba de una lucha verbal o disputa, ni siquiera cuando corregí­an a los que se habí­an desviado de la verdad. El apóstol Pablo aconsejó a Timoteo cómo tratar aquellos casos de cristianos que se habí­an apartado del derrotero correcto, diciéndole: †œEl esclavo del Señor no tiene necesidad de pelear, sino de ser amable para con todos, capacitado para enseñar, manteniéndose reprimido bajo lo malo, instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos; ya que Dios quizás les dé arrepentimiento que conduzca a un conocimiento exacto de la verdad, y recobren el juicio fuera del lazo del Diablo, ya que han sido pescados vivos por él para la voluntad de ese†. (2Ti 2:24-26.)

Gobierno pací­fico. Como el Hijo de Dios tendrí­a el †˜gobierno principesco sobre su hombro†™, se le llamó el †œPrí­ncipe de Paz†. (Isa 9:6, 7.) En consecuencia, merece destacarse que Cristo Jesús dejó claro que sus siervos no deberí­an armarse para la guerra fí­sica, pues le dijo a Pedro: †œVuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada†. (Mt 26:52.) Los que se hicieron cristianos batieron figurativamente †œsus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas†. No aprendieron más la guerra. (Isa 2:4.) Estos hechos y las obras de Dios en el pasado, relacionadas sobre todo con Israel durante el reinado de Salomón, señalan a la paz que prevalecerá durante el gobierno de Jesús como Rey. La Biblia declara respecto al reinado de Salomón: †œLa paz misma llegó a ser suya en toda región suya, todo en derredor. Y Judá e Israel continuaron morando en seguridad, cada uno debajo de su propia vid y debajo de su propia higuera, desde Dan hasta Beer-seba, todos los dí­as de Salomón†. (1Re 4:24, 25; 1Cr 22:9.) Como se manifiesta en otros textos (compárese con Sl 72:7, 8; Miq 4:4; Zac 9:9, 10; Mt 21:4, 5), esto fue un modelo de lo que ocurrirí­a bajo la gobernación de Cristo Jesús, quien serí­a mayor que Salomón, cuyo nombre se deriva de una raí­z que significa †œpaz†. (Mt 12:42.)

Paz entre el hombre y los animales. Jehová Dios prometió a los israelitas que si le obedecí­an, †˜El ciertamente pondrí­a paz en el paí­s, y ellos verdaderamente se acostarí­an, sin que nadie los hiciera temblar; y ciertamente harí­a que dejara de estar en el paí­s la bestia salvaje dañina†™. (Le 26:6.) Esta promesa significaba que el animal salvaje permanecerí­a en su hábitat y no causarí­a daño a los israelitas ni a sus animales domésticos. En cambio, si los israelitas desobedecí­an, Jehová permitirí­a que ejércitos extranjeros invadieran y devastaran su tierra. Como estas invasiones resultarí­an en que la población disminuyese, los animales salvajes se multiplicarí­an, entrarí­an en las zonas habitadas y atacarí­an a los supervivientes y a sus animales domésticos. (Compárese con Ex 23:29; Le 26:22; 2Re 17:5, 6, 24-26.)
La paz que se les prometió a los israelitas con relación a los animales salvajes fue diferente de la que disfrutaron Adán y Eva en el jardí­n de Edén, pues ellos ejercieron un dominio completo sobre la creación animal. (Gé 1:28.) Solo las profecí­as referentes a Cristo Jesús hablan de un dominio como ese. (Sl 8:4-8; Heb 2:5-9.) Por lo tanto, bajo la gobernación de Jesucristo, la †œramita del tocón de Jes醝 o el †œsiervo [de Dios] David†, prevalecerá de nuevo la paz entre los hombres y los animales. (Isa 11:1, 6-9; 65:25; Eze 34:23-25.) Estos últimos textos que se citan tienen una aplicación figurada, pues es obvio que la paz entre animales como el lobo y el cordero, mencionada en estos textos, no tuvo un cumplimiento literal en el antiguo Israel. Con esas palabras se predijo que personas de temperamento salvaje o dañino abandonarí­an su mal comportamiento y vivirí­an en paz entre los de disposición apacible. Sin embargo, la mención profética de los animales para representar la paz que existirí­a entre los del pueblo de Dios, indica que también habrá paz entre los animales literales bajo el gobierno de Jesucristo, del mismo modo que la hubo en Edén.

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. La †œpaz†ysu terminologí­a en la Biblia: 1. La paz en las lenguas bí­blicas: a) Tres aspectos de la paz, b) Hebreo y griego; 2. El sentido bí­blico de †œpaz†. II. Aspectos dela paz según eIAT: 1. La paz en la esfera individual; 2. La paz polí­tica y social; 3. Los profetas y la paz; 4. La paz en la esperanza escatológica: a) La paz final y su descripción, b) La paz final como paz mesiánica, c) La paz final y la reflexión sapiencial. 111. La paz en el NT entre continuidad y desarrollo. IV. Aspectos de la paz en el NT:
1. La paz total y final; 2. Paz con Dios y con los hombres; a) La justificación, b) La reconciliación, c) La obra de la paz.

2405
1. LA †œPAZ† Y SU TERMINOLOGIA EN LA BIBLIA.
El tema bí­blico de la paz es muy rico y muy complejo, mientras que la terminologí­a que lo expresa es más bien pobre, aunque cubre un área semántica muy vasta y diferenciada. El mismo nombre hebreo salóm asume en los textos un alcance que trasciende en varios aspectos, sobre todo en los aspectos religiosos, el de los nombres correspondientes en las literaturas clásicas (eiréne, pax). Las versiones bí­blicas, al asumir estos otros vocablos, cargan la noción de †œpaz† de nuevos matices, ampliamente presentes en nuestras lenguas.
2406
1. La paz en las lenguas bí­blicas.
Los dos Testamentos, realmente, han tenido y tienen un recorrido lingüí­stico destinado a proseguir a lo largo de los siglos. Limitándonos a sus primeras etapas, a las tres formas textuales que, a nuestro juicio, siguen siendo fundamentales: la hebrea, la griega y la latina, diremos que en ellas el vocabulario de la paz, pasando por el filtro de la traducción, acabó fundiendo entre sí­ unos matices semánticos que se remontaban a etimologí­as diversas. Y de este modo la entrada en contacto sucesivo de la doctrina bí­blica con nuevos ambientes, culturas e idiomas favoreció la explicitación de una plurivalencia semántica, que no hay más remedio que tener en cuenta con vistas a una definición lo más objetiva posible de los contenidos doctrinales de los textos, y en particular de esa multiforme realidad que en la Biblia figura bajo el nombre único de †˜paz†, realidad que afecta a la sustancia misma del mensaje bí­blico de salvación, que es precisamente un anuncio de paz.
2407
a) Tres aspectos de la paz.
La primera observación que se ha de hacer en este sentido es que los tres nombres Salóm, eiréné y pax, considerados en su sentido etimológico original, ponen de relieve tres aspectos de la realidad †˜paz†, que
-ya presentes en el AT hebreo, explicitados sucesivamente en la versión griega y en el NT y recogidos luego por la reflexión eclesial cristiana- iluminan desde tres puntos de vista caracterí­sticos, connaturales respectivamente a la mentalidad hebrea, griega y latina, la densidad de la realidad a la que se refieren: la totalidad í­ntegra del bienestar objetivo y subjetivo (Salóm), la condición propia del estado y del tiempo en que no hay guerra (eiréne) y la certeza basada en los acuerdos estipulados y aceptados (pax).
Se trata de una observación que, en el estudio comparativo de las versiones bí­blicas antiguas, se demuestra que puede aplicarse con fruto a la profundización de numerosos temas: pensemos en ¡†œley†, ¡ †˜justicia†, ¡ †œsantidad†, †œpenitencia† [1 Reconciliación].
2408
b) Hebreoygriego.
La versión de los LXX, en particular, traduce normalmente el nombre salóm por eiréne y los términos afines: unos 250 casos, frente a menos de 25 que utilizan de forma aislada y ocasional otros 15 términos. Es una señal de la preeminencia del sentido de †œestado consolidado de paz† identificado por dichos traductores en el nombre Salóm, prescindiendo de lo que haya que decir de su etimologí­a.
En efecto, parece comprobado que la raí­z Sim, en su significado original, indica ante todo el acto de †œcompletar† o de †œdar remate† a una realidad deficiente en algún aspecto, bien se trate de terminar el templo (IR 9,25), de resarcir algún daño (Ex 21,27) o de cumplir un voto (Dt 23,22 y otras veces). La misma versión favorece de hecho, para la raí­z verbal sim, el sentido de †œrestituir† (unas 50 veces) y de †œreparar† (unas 30 veces), usando para los otros 40 casos hasta 30 términos diversos. Algo parecido es lo que ocurre con el adjetivo Sa/em, traducido preferentemente por †œcompleto, llevado a su plenitud†, mientras que para el sustantivo Se-iem/Selamim, de uso exclusivamente ritual, prevalece la versión sotérion †œ(sacrificio) saludable† (Lv 3).
2409
2. El sentido bí­blico de †œpaz†.
Así­ pues, parece ser que los LXX captaron en el nombre Salóm una referencia preferencial a la condición estable de conjunto que resulta del acto expresado por la raí­z SIm, es decir, una referencia preferencial tanto al estado objetivo de una realidad que es tal como debe ser (paradójicamente, hasta la / guerra, en su marcha favorable, entrará en la categorí­a Salóm: 2S 11,7) como a la condición subjetiva de satisfacción o de complacencia del que no carece de nada; es decir, Salóm dice †œbien y dice †œbienestar†™.
Es evidente que el contenido semántico de un término tan caracterizado es muy vasto. Por eso mismo no se limita tan sólo a la certeza del acuerdo que garantiza I&pax en sentido latino, ni a la exclusión estable del estado de guerra propia de la eiré-ns griega, sino que asocia a estos aspectos el bienestar total, la armoní­a del grupo humano y de cada uno de los individuos con Dios, con el mundo material, con los grupos e individuos y consigo mismo, en la abundancia y en la certeza de la salud, de la riqueza, de la tranquilidad, del honor humano, de la bendición divina y, en una palabra, de la †œvida†.
Se puede intentar presentar una definición breve de la paz entendida de este modo; podrí­a ser por el estilo de la definición que da Boecio de la eternidad: †œOmnium bonorum co-mulata et secura possessio†™. Pero más que una definición discutible, importa subrayar que una paz semejante, incluso cuando se refiere directamente a los bienes materiales, no se refiere nunca exclusivamente a ellos ni restringe jamás su alcance tan sólo al ámbito del tiempo. Si se refiere a la vida de forma primaria, se trata de la vida en su significación bí­blica total, que llena ciertamente toda la existencia terrena, pero que -al menos tendencialmente- la trasciende en dimensión de eternidad. Por esto la noción de paz tiene en la doctrina bí­blica un puesto y una importancia ciertamente central.
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II. ASPECTOS DE LA PAZ SEGUN EL AT.
Abarcando, por tanto, la totalidad de la persona y del grupo, en sí­ y en sus relaciones, a nivel humano y en relación con Dios, en el tiempo y más allá del tiempo, la noción bí­blica de paz es tan vasta y omnicomprensiva que su misma densidad podrá a veces dejarnos perplejos sobre el sentido concreto de determinados textos, cuando tendemos a analizarlos por el camino de las †œideas claras y distintas†™. En efecto, los hagiógrafos, por su origen y por su mentalidad nativa, no proceden primariamente por †œideas claras y distintas†™, sino que -en virtud sobre todo de la intuición poética que capta instintivamente la unidad en la pluralidad y en virtud sobre todo de la divina inspiración que hace vislumbrar relaciones superiores más allá de la simple capacidad de la intelección natural- recurren con toda naturalidad y libertad a la polivalencia semántica de los términos usados en su lengua, encontrando en ella un instrumento menos inadecuado para conferir a su mensaje una expresión más inmediata, eficaz y rica, fiel en cuanto es posible a la realidad que intentan comunicar.
Pues bien, el hecho elemental que unifica entre sí­ todos los valores diversos, pero convergentes, comprendidos en la noción bí­blica de paz es, sin duda alguna, el que se sienta esa paz en primer, lugar como un don esencial de Dios, exactamente como ocurre con la vida, con la que está indisolublemente vinculada. La referencia, explí­cita o implí­cita, a Dios es la única clave de lectura que abre al sentido bí­blico genuino del tema de la paz, en las diversas direcciones y en los diversos planes en que se desarrolla.
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1. La paz en la esfera individual.
A nivel de experiencia individual y cotidiana, la paz, además de la tranquilidad y de la concordia, abarca especialmente el doble bien de la salud fí­sica y del bienestar familiar. Que semejante condición sea fruto de la bendición divina es doctrina clásica del AT, que en la paz individual y doméstica ve el reflejo de la †œpaz sobre Israel† (SaI 128); hasta el punto de que la falta de esa paz se sentirá como un escándalo y suscitará el problema largamente discutido y lacerante de la tribulación del justo (1 Jb III)). De estas y de otras resonancias análogas religiosas está cargada, sin duda, la fórmula usual y familiar de saludo: ¡salóm! que no se halla ciertamente distante en su inspiración de la otra fórmula: †œEl Señor esté contigo/con vosotros† (Jc 6,12; Rt2,4; Sal 129,7-8). Con la misma implicación de fondo nos informamos del estado del otro: †œsi está en paz† (Gn 43,27; 2S 18,32). De la misma í­ndole es el saludo de despedida: †œVetel id en paz†(Ex 4,18; Jc 18,6; IS 1,17). Más aún, el morir y el ser sepultado †œen paz† (Gn 15,15; 2R 22,20) tiene un matiz religioso totalmente análogo: se trata de vivir acompañado de la bendición y protección divina hasta el último momento de la existencia terrena. En efecto, mientras que †œno hay paz para los impí­os† Is 48,22), el justo tiene †œpaz en abundancia† para sí­ mismo y para su descendencia (SaI 37,11; SaI 37,37).
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2. La paz polí­tica y social.
No solamente el individuo y su grupo familiar, sino todo el conjunto de la tribu y de todo el pueblo pueden gozar de un estado de paz o verse privados de ella. La paz con el mundo exterior al pueblo implica naturalmente no sólo la ausencia de guerra, sino también del peligro inminente de ella. Esta es la condición que alcanzó en un determinado momento Israel gracias al rey guerrero por excelencia, David 2S 7, 1), condición que -según el cuadro ideal transmitido por la tradición- fue la caracterí­stica distintiva del reino de Salomón (ICrón 22,9: paz por dentro y por fuera; IR 5,1-8). Nótese, sin embargo, que los textos no equiparan la ausencia de guerra simplemente con la paz, sino que la consideran más bien como su condición indispensable, frecuentemente garantizada por la estipulación de un pacto (berí­t: IR 5,26).
Pero no basta con la seguridad exterior; la paz en su más auténtico valor global puede verse sustancialmente comprometida por el desorden interno del pueblo, denunciado generalmente como falta de ¡justicia (II, 5-7). Aquí­ hay que insertar con pleno derecho la aportación tan importante del profetismo al tema de la paz en todas sus dimensiones, según la doctrina más pura del AT.
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3. LOS PROFETAS Y LA PAZ. Los profetas de Israel no separan nunca lo polí­tico y lo social de lo religioso. Su manera de considerar la paz, bien primariamente religioso, es global, partiendo necesariamente de la afirmación del señorí­o de Dios y de la necesidad de acogerlo con plena dedicación al mismo. Por eso mismo denuncian casi unánimemente tanto las falaces alianzas internacionales con las que querí­an apuntalar un estado de cosas incierto como la falta de justicia en las relaciones internas entrelos miembros del pueblo y la vaciedad sacrilega de un culto privado de contenidos y entregado tan sólo a la solemnidad exterior. Pensemos en el episodio de Miqueas, hijo de Yimlá (IR 22), o en el comienzo del libro de Amos (Am 1,3-2,16), o en los primeros capí­tulos de Isaí­as, o en las repetidas denuncias de Jeremí­as y Ezequiel [1 Justicia II, 6-7].
La batalla profética encuentra una dura resistencia por todas partes: por parte de los dirigentes polí­ticos, perdidos en sus cálculos humanos (Isaí­as con Acaz: Is 7 Jeremí­as con Sede-cí­as: Jr37-39); de los ricos ansiosos de poseer cada vez más; de los sacerdotes sometidos al yugo de los poderosos (Jr 20, 1-6); del mismo pueblo, fácil presa de bienes ilusorios, pero particularmente de los profetas de la falsa paz. Tal es el caso de Miqueas ben Yimlá (IR 22), de su homónimo Miqueas de Moreset (Miq 3,5-8), de Jeremí­as (continuamente, pero sobretodo en su choque con Ananí­as ben Azur: Jr28) y de Ezequiel. Son los profetas que predican el bien cuando todo parece ir bien y la desventura cuando llega el castigo; van †œdiciendo: ¡ Paz, paz!, siendo así­ que no hay paz† (Jr 6,14). Los verdaderos profetas, por el contrario, saben sin duda alguna que Dios tiene para con su pueblo †œproyectos de paz y no de desgracia† (Jr 29,11); pero no ya -como todos sus adversarios parecen suponer tácitamente- con un inconcebible divorcio entre la paz y la justicia. La conexión entre †œbuscar el bien†™ y alcanzar la †œvida† (Am 5,14) se propondrá expresamente como una conexión entre la †œjusticia† y la †œpaz†: †œDe la justicia brotará la paz† (Is 32,17). Este tema se desarrolla ampliamente sobre todo en el Segundo y en el Tercer Isaí­as.
Pero por este camino se ha dado ya un salto esencial de cualidad. La paz de la que se habla no es ya solamente la seguridad, por muy cierta que sea, ni solamente el bienestar, por muy espléndido que aparezca. Es, por el contrario, un bien tan excelso que su realización no podrá quedar absolutamente encerrada dentro de los lí­mites estrechos del tiempo de la humanidad.
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4. La paz en la esperanza es-catológica.
La verdadera paz, en cuanto que es don esencial de Dios, no puede ser en su plenitud más que un don final de Dios. La fe del hombre del AT encierra germinalmente dentro de sí­, ya desde las épocas más arcaicas, como punto recóndito de apoyo, la certeza -real, aunque sólo sea implí­cita- de que Dios tiene poder para prometer y realizar mucho más de lo que nosotros podemos pedir y concebir (Ef 3,20). Sólo sobre esta base es comprensible y válido, por ejemplo, el razonamiento de Pablo sobre la fe de Abrahán en cuanto fe en la resurrección de los muertos (Rm 4,16-22).
2415
a) La paz final y su descripción.
A partir de aquí­, el largo y accidentado camino de la historia religiosa de Israel, entre vericuetos no pocas veces amargos y llenos de desilusiones, va explicitando poco a poco, sobre todo por obra de los profetas, una dimensión de fe y de esperanza que solamente †œal final† logrará expresarse en hechos. Precisamente porque la realidad concreta de esta paz definitiva se escapa de las manos de la experiencia directa, no puede expresarse exactamente; y por eso el cuadro que los textos ofrecen de ella es fundamentalmente alusivo y puede parecer desarticulado en cada uno de sus detalles, mientras que sigue siendo misterioso en su conjunto.
De él forma parte ciertamente la esperanza del cese total de la guerra entre los pueblos (Is 2,1-5 Miq Is 4,1-4; Is 9,1-6). Pero esto no es más que el lado negativo. La sustancia del aspecto positivo es la unificación religiosa de los pueblos en torno a Je-rusalén, trono de Dios en medio de Israel. Además de los dos primeros pasajes que acabamos de citar, este tema domina en el Tercer Isaí­as, enunciado como está al comienzo y al final de este escrito (Is 56,1-9; Is 66,18-21), como base de la renovación final del mundo entero (Is 66,22-24), encontrando además un desarrollo amplio y espléndido en el poema que constituye el corazón del libro (Is 60-62).
Cuando se trata luego de presentar de forma visual la paz definitiva, o bien se recurre a la plenitud de la paz doméstica (Miq 4,5-6), o bien se añade a ello el anuncio de la restauración del reino destruido con la imagen de la abundancia agrí­cola en una †œtierra que mana leche y miel† finalmente reecontrada (Am 9,11; Am 9,15), o bien se vuelve al sí­mbolo arcaico de la paz en el paraí­so terrenal (Is 11,6-9). Pero el material figurativo no debe ocultar el alcance doctrinal innegable de los textos.
2416
b) La paz final como paz mesiánica.
Merece especial reflexión la doctrina que vincula esta paz final con la persona y la obra del mesí­as. Ya Miq 5,4, según la forma de entender este pasaje que atestigua san Pablo (Ef 2,14), dice del mesí­as: †œEl mismo será la paz†. Pero la relación tan estrecha entre el mesí­as y la paz aparece sobre todo en la literatura isaiana. El mesí­as, cuyo nombre -o sea, su realidad profunda- encierra la afirmación de fe †œDios con nosotros† (Is 7,8), recoge como el calificativo culminante de todos los que constituyen su solemne titulación real el de †œPrí­ncipe de la paz†, cuyo †œgran dominio† está caracterizado por una †œpaz sin fin† (Is 9,5-6, del que probablemente se hace eco Miq 5,4). Realizando el mesí­as en su propia persona, en virtud de la permanencia sobre él del †œespí­ritu del Señor†, la realidad completa prefigurada en los personajes más ilustres del pasado establecerá definitivamente en el pueblo la justicia, de lo que se deducirá la paz plena (Is 11,1-9); y en su función de †œsiervo del Señor†, por la efusión del mismo †œespí­ritu†, extenderá la justicia entre las gentes (Is 42,1-4), derramando la salvación hasta las extremidades del orbe (Is 49,6). Y realizará todo esto mediante una sumisión a Dios que exigirá su sacrificio completo, definido significativamente como †œel castigo, precio de nuestra paz† (Is 53,5). También él (y es ésta la perla preciosa encerrada en el centro del poema de Is 60-62), por la presencia del †œespí­ritu del Señor† sobre él, es decir, en virtud de una superior unción† (verbo maí­ah, de donde se deriva masiah, †œungido†), será consagrado como †œevangelizador de los pobres† (Is 61,1). Tal es el esbozo vigoroso del tema del †œevangelio de la paz†, que resuena también en otros lugares (Nah 2,1; Is 52,7), [/Jesucristo III].
2417
c) La paz final y la reflexión sapiencial.
En la dirección de la esperanza escatológica nos ofrece su propia aportación la reflexión sapiencial sobre la cuestión tan debatida del sufrimiento del justo, en la que confluyen numerosos problemas de alcance vital: el del bien y el mal, el de la justicia divina en el tiempo y más allá del tiempo, el de la vida terrena y más allá de la muerte, el de la retribución… Si el interrogante que plantea la †œpaz de los impí­os† constituye un escándalo (Sal 73,2-3), la superación del mismo se logrará en la comunión del justo con el bien de Dios; más aún, con el bien que es el mismo Dios (Sal 73,23-24), En Dios y en su voluntad encuentra el justo una †œgran paz† (Sal 119,165): la paz verdadera y definitiva.
Por su parte, el libro de la / Sabidurí­a señala la misma perspectiva para la suerte final del justo, precisamente en cuanto objeto de tribulación y de persecución: †œLas almas de los justos están en las manos de Dios… Ellos están en paz† (Sb 3,1-3). En contra de la afirmación según la cual el AT no conocerí­a en el tema de la paz el aspecto í­ntimo y personal de la †œpaz interior†, ya que en él prevalecerí­a únicamente el lado público (comunitario) y exterior (del bienestar), hay que observar que probablemente también en este punto el criterio de un análisis exclusivamente intelectual ha hecho perder de vista lo sustancial de las cosas. Precisamente porque el justo está †œen paz†, se podrá afirmar que en el momento del juicio final †œestará en pie con gran seguridad (gr., parrhesí­á) frente a los que lo oprimieron† (Sb 5,1). Esta †œseguridad† (o †œfranqueza†) implica una absoluta tranquilidad subjetiva, basada ciertamente en la plena comunión con Dios, y que, por consiguiente, no puede menos de suponer una paz total del alma.

En esto la situación escatológica, a la que se refiere directamente el texto, no es más que la conclusión madura de la primací­a de la confianza que el justo puso en Dios durante el tiempo de su vida terrena, confianza que también entonces no podí­a menos de producir una auténtica paz del alma.
2418
III. LA PAZ EN EL NT ENTRE CONTINUIDAD Y DESARROLLO.
La obra con que Dios, mediante Jesucristo, establece el orden religioso renovado en las relaciones con los hombres, que nosotros llamamos NT, se define en los Hechos como †œanunciar (lit., evangelizar) la paz† (Hch 10,36); y del mismo Cristo afirma Pablo que †œcon su venida anunció (lit., evangelizó) la paz† a los de lejos y a los de cerca (Ef 2,17); también el mensaje cristiano, para cuya proclamación deben mantenerse constantemente preparados los fieles, es definido por Pablo como †œevangelio de la paz† (Ef 6, 15). Por consiguiente, el tema de la paz, que ya en el AT tení­a una importancia ciertamente no marginal, resulta claramente central en el NT. Esto resulta aún más evidente para quien piensa que en el NT el tema veterotestamentario de la paz no encuentra tan sólo una continuación coherente en la lí­nea tradicional del bien/bienestar o de la liberación/retribución/salvación, sino que recibe incluso una profundización substancial en virtud de un cambio concreto de nivel, con la explicitación completa del alcance primariamente espiritual de la misma paz.
No solamente se verá que el ángel del anuncio a los pastores, con quien se asocian los demás ángeles que en el nacimiento de Jesús cantan †œgloria en los cí­elos† y †œpaz en la tierra† (Lc 2,14), †œanuncia un gran gozo†, es decir, †œque ha nacido un salvador† (Lc 2,10-11), sino que se verá que ya en el anuncio primitivo la obra de salvación, implicada en el nombre mismo de Jesús, se especifica diciendo que él †œsalvará al pueblo de sus pecados† (Mt 1,21).
Se trata, por tanto, sin duda alguna, de la paz; pero de la paz ante todo como, †œjustificación† realizada por Dios en la †œreconciliación† de los hombres consigo.
Todo el resto del tema de la paz en el NT gira en torno a este eje, aunque sigue siendo verdad que, rigurosamente hablando, en algunos textos se puede encontrar, entre los significados atribuidos a eiréne, algunos de los que tiene este nombre en el lenguaje corriente; por ejemplo, en la afirmación de Jesús de que no ha venido a †œtraer la paz al, mundo† (la paz como ausencia de guerra: Mt 10,34; Lc 12,51); o en la afirmación de Pablo a propósito del orden debido en las asambleas cristianas: †œDios es Dios de paz y no de confusión† (1Co 14,33); o cuando †œpaz† repite simplemente la fórmula trillada de saludo. Recuérdese, sin embargo, que siempre está presente al menos un matiz religioso. En cuanto a la fórmula de saludo, en particular, es necesario -según los textos- poner atención en un proceso corriente en el NT, por el que no pocas expresiones usuales o estructuras literarias estereotipadas se llenan de significados y de funciones nuevas, renaciendo por así­ decirlo y saliendo por ello mismo del cuadro estereotipado; pensemos también en el mero †œpraes-criptum† (o saludo inicial), propio del formulario epistolar, y en la importancia que asume en Pablo, sobre todo en ciertas epí­stDIAS (y ahí­ entra eiréne como fórmula de saludo, pero asociada conjaris, †œgracia†, que le da una nueva fuerza); y pensemos, finalmente, en las fórmulas de oración por los destinatarios, que ordinariamente dan comienzo al cuerpo de las cartas de aquel tiempo, y en la dilatación y los contenidos que estas fórmulas asumen en el NT.
IV. ASPECTOS DE LA PAZ EN EL NT.
Se puede sintetizar la materia -y con ello tocamos indudablemente su punto central-afirmando que el sentido más común y fundamental de eiréne en el NT es el que relaciona este término con el don global, definitivo y supremo que Dios hace a los hombres por medio de Jesucristo. A consecuencia de ello tanto Dios como Cristo quedan definidos de alguna manera con las expresiones †œel Dios de la paz† (Rom 15,33, y otras seis veces en Pablo; Hb 13,20) y †œel Señor de la paz† (2Ts 3,14). Más gráficamente todaví­a se dirá de Cristo, con alusión a Miq 5,4: †œEl es nuestra paz† (Ef 2,14); y en el mismo contexto se le designará como aquel que †œhace la paz†, afirmando que †œanunció la paz† (Ef 2, 15; Ef 2,17).
2419
1. La paz total y final.
Los textos citados son una pequeña muestra, pero prueban suficientemente el carácter plenario de la paz según el perfil fundamental que se traza de ella en todo el NT. La paz no se sitúa allí­ en el nivel polí­tico o simplemente exterior. Más aún, en este nivel prosigue la guerra en el tiempo (Mt 10,34). El mismo Cristo asegura con claridad que †œsu paz† no elimina la tribulación que habrán de encontrar los suyos en el mundo; se trata de la paz que éstos encontrarán únicamente †œen él† (Jn 16,33). Es precisamente la paz que encierra dentro de sí­ la certidumbre perfecta de aquella salvación que es imposible alcanzar †œen el mundo†™, pero que obtiene su propia seguridad de la certeza misma de Dios, y que es tan grande que une la tierra* (canto de los ángeles: Lc 2,14) con el cielo (aclamación de los discí­pulos en la entrada de Jesús en Jeru-salén, en donde Lc 19,38 sustituye la exclamación hebrea †œHosanna en los cielos†, recogida en los otros evangelios, por la versión y paráfrasis griega †œPaz en el cielo! ¡Viva Dios altí­simo!†).
De un significado muy denso,, como lo demuestran los textos, y de una extraordinaria eficacia está cargado el saludo †œjpaz!† en labios de Jesús, que se recuerda varias veces en los evangelios: desde el †œVete en paz!† a la hemorroisa (Mc 5,24 par) y a la mujer pecadora (Lc 7,50) hasta la †œjpaz a vosotros!† del Resucitado a los discí­pulos (Lc 24,36; Jn 20,19; Jn 20,21; Jn 20,26). Esta misma fuerza de anuncio y de comunicación de la salvación se encuentra en el mismo saludo puesto por Jesús en labios de los discí­pulos en su ministerio de evangeli-zadores: no es un deseo vací­o, sino la proclamación y el ofrecimientoA de ese bien que es la paz mesiánica. Esta es de hecho tan concreta que †œva a posarse† sobre los que están dispuestos a acogerla, mientras que se aparta, †œvolviendo† a los discí­pulos, de aquel que la rechaza (Mt 10,13; Lc 10,5-6).
Esta es †œla paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia† y que †œguardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús† (Flp 4,7), es decir, †œla paz de Cristo†, que †œha de reinar en vuestros corazones† (Col 3,15).
En Rom 8,6 esta paz está significativamente asociada con la †œvida† (zoé), en cuanto que es salvación llevada a su cumplimiento, en oposición, por tanto, a la †œmuerte† (thána-tos). En efecto, gracias a ella surge en el hombre cristiano la verdadera vida que brota del †œEspí­ritu†™. En esta lí­nea habrá que leer la mención, que se repite en la conclusión de varias cartas, del †œDios de la paz†. Es especialmente interesante Rom 16,20, donde Pablo afirma que †œel Dios de la paz† concederá †œpronto† la victoria total y última (†˜aplastará a Satanás bajo vuestros pies†). Es la paz que comprende †œtodo bien†(Hb 13,20-21) y †œtodos los bienes† (1 Tes 5,23). En la misma dirección y con el mismo peso habrá que entender entonces la mención de la †œpaz† asociada a la †œgracia† en los praescripta de las epí­stDIAS, como confirma por otra parte el añadido en algunos de ellos de la †œmisericordia† (lTm 1,2; 2Tm 1,2 1PI,3;2Jn2; Jud2).
2420
2. Paz con Dios y con los hombres.
Con la estructura y la dinámica de la paz, tal como las propone el NT, va estrechamente unido otro elemento esencial, que desde un punto de vista formal y literario está ligado a otros temas: el hecho de que el bien de la paz es concedido por Dios, gracias a Cristo, destruyendo ante todo el obstáculo del pecado y todo lo que va unido a él.
2421
a) La justificación.
Por el pecado los hombres se hacen †œdesobedientes† a Dios y †œrebeldes† contra él (Rm 11,30; Ef 2,2; Col 3,6), objeto de su †œira† (Rom 1,l8ss) y, consiguientemente, †œenemigos† de Dios (Rm 5,10; Col 1,21). Esta es su condición general, tanto de los paganos(Rm 1,18-32) como de los judí­os (Rom 2,1-3,20). De forma que no hay otra solución para la humanidad que la comunicación de la nueva †œjusticia† realizada por Dios en Cristo, a la que sólo es posible acceder a través de lafe (Rm 3,2 1-26). Estajustifica-ción pone al nombre †œen paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo† (Rm 5,1). No es una condición estática, sino un progreso de entrega y de vida, desde la fe y la esperanza hasta Ja caridad, que tiene como fuente al †œEspí­ritu Santo que se nos ha dado† (Rm 5,5).
2422
b) La reconciliación.
La obra destructora del pecado no altera solamente las relaciones de los hombres con Dios, sino que afecta también a las relaciones mutuas entre los hombres (Rm 1,26-32), hasta el punto de que incluso lo que Dios realizó para comenzar el proceso de salvación en Israel, es decir, su ley, por la fuerza corruptora del pecado no sólo se convierte en causa de muerte para el que está bajo la ley (Rm 7,13), sino que se hace también para el que está fuera de la ley una barrera divisoria respecto a Israel y un motivo de †œenemistad† (Ef 2, 14-15). La eliminación del pecado por obra de Cristo elimina también la barrera de la ley y tiene como objeto la †œreconciliación†™ de los hombres con Dios y entre ellos mismos, es decir, la †œpaz†:
paz con Dios, a través de la †œjutificación† (Rm 5,1), y paz global con Dios y entre los nombres en la †œreconciliación†™ universal (Rm 5,10; 2Co 5,18; Ef 2,16; Col 1,20-22). El texto que más sintéticamente expone esta doctrina es probablemente Ep 2, donde, tras la mención de la obra universal de salvación del pecado, hasta la vida, la resurrección y la gloria (2,1-10), se recuerda la reconciliación de los hombres con Dios y entre ellos mismos (de los paganos con los judí­os: 2,11-1 8) en la paz (vv. 14-17), por lo que todos nos convertimos en un único †œhombre nuevo† (y. 15) para formar el único edificio †œen el Espí­ritu†™, en el que Dios asienta establemente su morada (Vv. 19-22).
Esta reconciliación, cuyo ministerio ha sido confiado por Dios a los discí­pulos de Cristo (2Co 5, 18-19), supone sin embargo, la colaboración, es decir, la correspondencia, de los que tienen que ser reconciliados (2Co 5,20), tanto en lo que se refiere a Dios como dentro de b comunidad. Y se concreta en el esfuerzo †œpor mantener la unidad del espí­ritu con el ví­nculo de la paz† (Ef 4,3). Por este camino, humilde y familiar (el contexto habla de †œhumildad, longanimidad, mansedumbre, paciencia unos con otros†) se introduce el himno a la unidad eclesial (Ef 4, 4-6), espejo humano de la unidad í­ntima de Dios, que se completa luego con el tema de la diversificación orgánica del único cuerpo que es la Iglesia (Ef 4,7-16), en donde aparecen las dimensiones sorprendentes del alcance de la paz en la estructura misma de la comunidad cristiana. Esta misma doctrina sobre la †œunidad del Espí­ritu† encuentra su confirmación en el célebre texto sobre el †œfruto del Espí­ritu† (Ga 5,22), que pone de manifiesto el hecho de que la misma paz interior del cristiano no es un bien intimista, sino un paso para la comunión fraternal í­ntegra y verdadera; lo cual aparece también en otros lugares, especialmente en Col 2,12-15. Esto es, el cristiano no sólo es alguien que disfruta del don divino de la paz, sino que ha de ser además el promotor u †œoperador† de la misma, según la lí­nea trazada por Jc 3,17-18: †œLa sabidurí­a de arriba, por el contrario, es ante todo pura, pací­fica (eireniké), condescendiente, conciliadora, llena de misericordia y de buenos frutos…; el fruto de la justicia se siembra en la paz para los que obran la paz†.
2423
c) La obra de la paz.
La realización de la paz en la conducta cristiana tiene en primer lugar un aspecto interno en la vida del cristiano, que consiste en el comportamiento personal que se deduce de la voluntad de vivir en paz con los demás. Esta actitud se expresa en algunos textos con eirSneúo; este verbo aparece en un Ióghion propio de Mc 9,50, en el contexto sobre la †œsal†, que recuerda el dicho más conocido de Mt 5,13 (†œVosotros sois la sal de la tierra†): †œTened sal en vosotros y vivid en paz los unos con los otros†. Esta misma exhortación con el mismo verbo aparece en la doctrina apostólica, tanto en lo que se refiere a la vida de la comunidad cristiana (lTs 5,13, †œCorresponded a sus desvelos con amor siempre creciente. Vivid en paz entre vosotros†; 2Co 13,11 :†œ.. Vivid alegres; buscad la perfección, animaos unos a otros, vivid en armoní­a y en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros†) como en las relaciones con los hombres en general (Rm 12,18, †œEn cuanto de vosotros depende haced todo lo posible para vivir en paz con todos†).
El otro aspecto, más constructivo y que se señala ya en Jc 3,18 (con la expresión eirenén poiéó), consiste en el †œpromover la paz† (eireno-poiéo). Esto fue ya realizado sustan-cialmente por Cristo en su obra de reconciliación universal (Col 1,19-20); cf Ep 2,14-18, que tiene eirenenpoiéó). No cabe duda de que sobre este modelo hay que entender la bienaventuranza de Mt 5,9: †œDichosos los que trabajan por la paz (eirenopoioí­), porque ellos serán llamados hijos de Dios†, en donde se anticipa de alguna manera el contenido de la exhortación al amor total y a la perfección total en él (amor incluso a los enemigos), †œpara que seáis hijos de vuestro Padre celestial… Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto† Mt 5,45; Mt 5,48).
La perspectiva escatológica está ciertamente presente en el cuadro completo sobre la paz que dibuja el NT, pero no de aquella manera ansiosa que a veces se supone; en efecto, el ésjaton está ya en acto, aun cuando su perfecta realización sigue siendo todaví­a objeto de espera para los que viven en el tiempo.
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Si queremos asignar al concepto de p. su lugar adecuado en la teologí­a actual, hemos de advertir ante todo, con el Vaticano u, que en nuestro tiempo el mensaje de p. del evangelio resplandece con nueva claridad, y por cierto en armoní­a con los mejores esfuerzos y deseos de la humanidad (Constitución pastoral Sobre la Iglesia en el mundo de hoy, n.° 77). Por eso vamos a mostrar el lugar central de la idea de p. en la Escritura (1) y en la situación actual de la humanidad (11), para construir sobre esa base una teologí­a (sistemática y práctica) de la p. (111).

I. Escritura
En la palabra bí­blica (shalóm en hebreo, eí­réne en griego) que corresponde a nuestro término p., podrí­a mostrarse toda la historia de la revelación en sus rasgos y etapas fundamentales. Un vocablo cotidiano, pero muy importante en los variados matices de su significado, es usado aquí­ como palabra de Dios por los portadores de dicha revelación, y a la vez es ampliado, interpretado de nuevo y a la postre transformado en su contenido. En este término Dios se expresa de tal manera que su salvadora palabra encarnada aparece como “nuestra p.” (Ef 2, 14), su proclamación se presenta como un “evangelio de la p.” (Ef 6, 15), y él mismo se manifiesta como el “Dios de la p.” (cf. luego).

1. Antiguo Testamento
Dentro del AT, en los diversos cambios de significación del concepto late la experiencia del bienestar en todos los ámbitos de las cosas y en todas las situaciones del hombre. Precisamente con relación a éste, el uso del concepto de testimonio de una determinada visión antropológica: es expresión de plenitud y de dicha en la vida humana, con una notable acentuación de lo material y de la dimensión comunitaria (pero, a este respecto, difí­cilmente puede probarse una actitud interna de quietud de alma). Ese bien de la p. tiene desde el principio un carácter religioso, y como tal es deseado e implorado en las fórmulas de saludo y bendición. Confirma esto la temprana expresión cultual “Yahveh es p.” (Jue 6, 24). Una creciente reflexión sobre la necesidad de salvación en el pueblo y en el individuo, hace que la p. aparezca cada vez más como merced dependiente de la voluntad salví­fica de Yahveh (Sal 84 [85], 9ss). De esta manera dos corrientes de la revelación veterotestamentaria transforman la idea de p. en un concepto salví­fico central. Tales corrientes son los profetas y los sabios de Israel.

A los falsos profetas, que prometen p. al pueblo y a sus reyes en el nombre del Señor, se enfrentan los profetas de Yahveh (desde Miqueas [1 Re 22, 7-28] hasta Ez 13, 10 16; el que más claramente Jeremí­as): “Y curan las llagas de mi pueblo, con ligereza, diciendo: P., p.; y tal p. no existe” (Jer 6, 14). Preocupados por la p. polí­tica, y con ello por una salvación producida por las propias fuerzas, desconociendo los planes salví­ficos de Dios, estos conductores del pueblo tení­an que fracasar. Por eso se despejó la mirada para el entrelazamiento de culpa, juicio y redención. Así­ el pueblo estaba preparado para, después de la derrota nacional de Israel, oí­r un nuevo contenido en la predicación de p. de los profetas. La salvación sólo puede venir de la disposición soberana de Dios: “Yo soy d Señor; yo hago la p. y enví­o los castigos” (Is 45, 7). Su voluntad salví­fica queda confirmada solemnemente, pues él tiene sobre su pueblo “designios de p. y no de aflicción” ( Jer 29, 11). Esta voluntad busca una obediencia aperante: “¡Ojalá hubieras atendido a mis mandamientos! Hubiera sido tu p. como un rí­o, y tu justicia, como los abismos del mar” (Is 48, 18). Punto cumbre de la predicción de la salvación en el profeta Ezequiel es el anuncio de una alianza eterna de p., dependiente de la relación de fidelidad mutua (34, 25-30; 37, 26ss). Este designio de Yahveh se revela como definitivo, y esta p. perfecta se descubre como contenido de la gran esperanza escatológica, en la que culmina el mensaje profético del AT como evangelio de la p. (Nah 2, 1; Is 52, 7). El estado final de seguridad y de reconciliación universal en la naturaleza, entre los pueblos, entre Israel y Yahveh (Is 11, 1-9; 32, 15-20 hasta 25; Am 9, 13ss; en el fondo se trata de un retorno al principio paradisí­aco de la historia de la salvación), revela aquella “p. sin fin” que ha creado un humilde prí­ncipe de la p. (Is 9,5ss; Zac 8, 16; 9,9ss), uno que en sí­ mismo es p. (salvación; Miq 5, 4). Y eso se dice en relación con su misterioso sacrificio propiciatorio, pues “sobre él pesaba el castigo, que nos dio p.” (Is 53, 3). Ahora bien, de acuerdo con el carácter de esta escatologí­a, la p. como salvación es a la vez acción de Dios y acción del hombre, dada por aquél. Pues Yahveh pondrá su ley en el interior de los hombres y creará en ellos un corazón nuevo, donde derramará su espí­ritu como principio de un conocimiento creyente y de una conducta fiel (Jer 31, 31-34; Ez 36, 26ss; Jl 3, Iss).

Con este desarrollo de la idea de la p. en Israel está estrechamente unida la teologí­a sapiencial del AT. La pregunta del destino humano fue siempre un tema central de esta literatura; pero el pensamiento bí­blico de que el justo alcanzará su parte en la p., mientras que el impí­o no obtendrá p. (Sal 118[119], 165; Is 48, 22), cae en la situación sin salida que se describe con la máxima agudeza en Job y en el Eclesiastés (cf. también Sal 72 [73]). Al final de la larga reflexión del AT, el libro de la Sabidurí­a (3, Iss; que se halla muy cerca de Dan 12, 2ss; 2 Mac, 7) expresa la persuasión de que, después de las tribulaciones de esta vida, las almas de los justos viven en p. Esa idea, por encima de la influencia griega, significa la salvación eterna para el individuo en el sentido de la concepción israelí­tica de la paz.

2. Nuevo Testamento
En el NT se cumple la esperanza escatológica de p. del AT. Si la p. fue entendida siempre como el buen estado de todas las cosas querido por Dios, ahora se manifiesta en qué consiste propiamente. En Lucas ocupa un puesto importante el anuncio de la salvación llegada como paz. La misión de Juan, el precursor, es enderezar los pasos por la senda de la p. (1, 79). El mensaje del nacimiento del Mesí­as suena: “En la tierra p. entre los hombres” (2, 14). La p. preparada en el cielo y presente en la persona de Jesús ciertamente es saludada por el pueblo (19, 38), pero permanece oculta ante los ojos de Jerusalén (19, 42). Es una p. que supera todas las representaciones terrestres de quietud y bienestar (12, 51), cosa que resalta también la tradición de Juan sobre el testamento de p. hecho por Jesús (Jn 14, 27; 16, 33). La da la palabra de Jesús (7, 50; 8, 48; 24, 36), que sana y perdona; y en virtud de su palabra los discí­pulos la transmiten eficazmente (10, 5ss). Ellos cumplen este encargo relativo a todo el mundo con el mensaje: “Tal es el mensaje que (Dios) ha enviado a los hijos de Israel anunciando el evangelio de p. por medio de Jesucristo, que es Señor de todos” (Act 10, 36; cf. 7, 26; 9, 31; 15, 23). Se llega a una profundización del contenido de este mensaje de p. en las cartas del NT, sobre todo en Pablo, que asume la concepción profética de la p. y la articula teológicamente como la autorrevelación del Dios trino en la obra de mediación de la salvación:
a) Por Cristo. Para Pablo la salvación sólo es posible como reconciliación. Por la cruz, Cristo ha matado en su carne la enemistad (entre Dios y el hombre y, con ello, también entre los hombres). Jesús ha instaurado la p. y es él mismo nuestra p., pues ha unido en un nuevo hombre, en un único cuerpo a los que estaban cerca (el pueblo escogido) y a los que estaban lejos (los paganos; cf. Ef 2, 14-17; Col 1, 20; cf. Is 57, 19).

b) En el Espí­ritu Santo. La p. es en los cristianos un fruto del Espí­ritu Santo (Gál 5, 22; cf. Jn 20, 19-23), el donador de vida (Rom 8, 6), es un ví­nculo que debe conservar la unidad de este Espí­ritu (Ef 4, 3); y como “p. en el Espí­ritu Santo” pertenece a la plenitud del reino de Dios (Rom 14, 17).

c) Desde el Padre. Así­ se ha revelado el origen de toda la historia de la salvación, como “el Dios de la p.”; a él se atribuye frecuentemente en la conclusión de las cartas el todo de la acción salví­fica: resurrección y alianza eterna en la sangre de Cristo (Heb 13, 20); victoria sobre Satán (Rom 16, 20); santificación y conservación para el retorno del Señor (1 Tes 5, 23). Como manifestación salvadora del Dios trino, el don de la p. es meta de la vocación y a la vez, ya ahora, un poder sobrecogedor en el corazón de los cristianos (F1p 4, 7; Col 3, 15; cf. 1 Cor 7, 15), y así­ ese vocablo puede ponerse junto a los términos fundamentales del NT: justicia (Rom 14, 17; Sant 3, 18; cf. Heb 12, 11), fe (Rom 15, 13; 2 Tim 2, 22), vida (Rom 8, 6), amor (2 Cor 3, 11; Ef 6, 23), gracia (introducción de las cartas, etc.). Como reconciliación con Dios desde Dios (Ef 2, 14-17; Rom 5, 1), la p. inunda con alegrí­a a los creyentes (Rom 15, 13) y se traduce en las relaciones entre los hombres como esfuerzo positivo por la concordia (Rom 14, 19; 1 Cor 14, 33; 2 Tim 2, 22; Sant 3, 18; 1 Pe 3, 11), de modo que en las bienaventuranzas del Señor se convierte en un componente esencial del amor al prójimo (Mt 5, 9).

En este punto se abre la visión de la historia universal que se nos ofrece en el Ap y que sólo puede entenderse sobre el trasfondo entero del concepto bí­blico de p., sobre todo del que aparece en la escatologí­a de los profetas y en el mensaje salví­fico de Jesucristo: A los poderes de perdición les es concedido “quitar la p. de la tierra” (6, 4). Aquí­ el pecado del hombre y el juicio de Dios son vistos en una unidad. La historia transcurre entre la creciente amenaza por parte de esos poderes y la salvación misericordiosa de aquel “resto” fiel para el que siempre es válida la promesa de la p., hasta la aparición definitiva de la misma (la beata pacis visio de la liturgia) bajo los rasgos clásicos del final de los tiempos: la congregación de Israel y de todos los pueblos en la ciudad eterna, donde la presencia de Dios y del cordero constituyen la salvación consumada.

II. En la situación presente de la humanidad
La p. (entendida bí­blicamente) fue siempre, aunque en forma más o menos explí­cita, un interés fundamental de la humanidad, el cual apunta hacia la cuestión del sentido último de la existencia humana. Pero este dinamismo fundamental de la humanidad hacia la p. tiene hoy su meta especí­fica en una inteligencia “secularizada”, “poscristiana”, de dicho concepto sobre la base de la versión ética de la p. y de la aspiración a ella que se ha realizado desde la épocamoderna (desde el humanismo, a través de la ilustración, hasta los movimientos de p. en los siglos xix y xx).

Ahora bien, ese concepto autónomo de p. comparte la situación pluralista de nuestro tiempo: recibe matices diferentes al encarnarse en las filosofí­as e ideologí­as, en los humanismos, en las visiones del mundo, en las concepciones polí­ticas y en los demás factores culturales y sociales. Entre estas tendencias los representantes de las diversas Iglesias aparecen simplemente como otras tantas opiniones, que actualizan en la mentalidad pública el mensaje público de la p. y a la vez lo reducen necesariamente o le dan un carácter unilateral y lo desfiguran. Pero como este mensaje de p. (y en general la realización de la p. por parte de la Iglesia) ha de corresponder en cada caso a las nuevas exigencias de la historia, la Iglesia en la inteligencia de sí­ misma debe tener en cuenta los momentos caracterí­sticos de la respectiva situación (así­ Agustí­n en su tiempo con vistas a la antigua idea del orden, y Tomás de cara a la concepción jerárquica de la edad media).

Hoy parecen caracterí­sticos los siguientes momentos: ante la conciencia de una amenaza existencial del hombre, conciencia que se agudiza por la permanente experiencia de guerras y por la posibilidad concreta de una autodestrucción de la humanidad, hay un anhelo radical de p. (ya sea por desesperación o sentido realista, ya por un optimismo que “por primera vez no es utópico”); pero eso bajo la simultánea repulsa de una idea de p. meramente interna o meramente trascendente. Si ahora la p. es concebida en gran parte sobre la base de un orden que mantiene unidas todas las cosas (así­ contra la antigua concepción de la p. social como estadio intermedio en la lucha), este orden ya no es el estado previamente dado de las cosas, como pensaban los medievales, sino una ordenación que debe crearse en cada caso. Y la consolidación de la p. que esto lleva inherente no es concebida ya como tarea de sujetos privilegiados (autoridades eclesiásticas y civiles, carismáticos, entusiastas, etc.), sino como empresa común para la que se requiere la unión de todas las fuerzas que pueden prestar una aportación.

De todos modos, por necesidad interna es universal la amplitud del horizonte de la p. en el campo de la humanidad entera. Pero se muestra dispar y oscilante la reflexión relativa a la fundamentación última de este pensamiento de la p.; por esto la ética de la p. sufre detrimento y se halla expuesta a la influencia masiva de la sociedad actual. Y precisamente ahí­ se muestra una apertura para la necesidad de salvación.

III. Teologí­a de la paz
1. Teologí­a especulativa
En una teologí­a que quiera tener en cuenta las exigencias de la revelación en el respectivo momento presente, el concepto de p. ha de articularse como autocomunicación del Dios trino al hombre para salvarlo en todas las dimensiones de su existencia. Partiendo de la indigencia y del anhelo de p. en el hombre, puede mostrarse cómo éste en principio está abierto y orientado a una manifestación en acciones y palabras de aquel misterio divino que lo soporta. Esa manifestación de Dios se presenta como una alianza gratuita de p., fundada en la sangre de su Hijo, el mediador, y sellada en la fuerza soberana de su Espí­ritu. Tal alianza ha producido su propio presupuesto en la creación de un mundo de cara al hombre y al Logos encarnado de Dios. Esto implica que el hombre como destinatario de la automanifestación divina es persona libre, que en la respuesta de la obediencia de fe debe recibir su p. como don y como tarea; con lo cual se plantea el problema de la relación de esa libertad con la acción libre del Dios que ofrece la p. El hecho de que la voluntad humana de p. muestra una lesión originaria y se presenta como un abismo impenetrable, hace comprensible la relación entre pecado, p. como redención y “pasión” como obra de la paz.

En definitiva, el camino de una humanidad que entiende su ideal de p. y aspira a ella históricamente en medio del tiempo y de la comunidad, está en correspondencia con un designio escatológico de Dios, que se ha revelado y realizado definitivamente en Jesucristo y, sin embargo, todaví­a espera bajo la ley de la cruz su última manifestación y consumación. Así­ la pregunta teológica de la p. desemboca en la exigencia de que los hombres se entreguen amorosamente a la acción pacificadora de Dios con miras a la configuración de la historia del mundo, cuyo destino en un futuro absoluto de p. para él está ya firme y, aunque no puede anticiparse, puede sin embargo ser una pauta orientadora de la acción humana. El lugar del encuentro de p. con Dios en Cristo como centro de irradiación hacia el mundo es para los cristianos la Iglesia de los llamados a la filiación divina, entre los cuales se encuentran también todos los promotores de la p. en el sentido del evangelio, si bien con diversas modalidades de pertenencia a dicha Iglesia.

2. Teologí­a práctica
En la actual realización de la Iglesia corresponde un puesto especial a la proclamación del mensaje de p. Esto se pone ya de manifiesto por las llamadas a la p. desde León xiii hasta nuestro tiempo, entre las cuales merecen mención especial la encí­clica Pacem in terris de Juan XXIII y una parte importante de la Constitución pastoral Gaudium et spes del Vaticano ii. También la celebración del misterio de la Iglesia en la liturgia y toda la práctica sacramental pueden resaltarse hoy en su forma acuñada por el pensamiento de la p., para hacer presente la p. de Cristo en la eficacia de su representación (así­ el bautismo y la penitencia como instauración de la p. y reconciliación; y el matrimonio y el orden como alianza de p., etc.). En la disciplina eclesiástica, la antigua tradición de disposiciones jurí­dicas para asegurar la p. ha de acomodarse a las actuales estructuras sociales. Sobre todo la vida concreta de los cristianos ha de estar determinada por la llamada a la paz.

La Iglesia en su totalidad se ha comprometido en dos direcciones:
a) El encuentro con otros cristianos y con los no cristianos en el terreno de las comunidades eclesiales y de las organizaciones públicas como obra de la p. (cf. Vaticano ii, en sus decretos Sobre el ecumenismo y Sobre la actividad misionera de la Iglesia). Pero ahí­ no sólo se eliminan los impedimentos religiosos y confesionales de la p. (cf. la declaración Sobre la libertad religiosa), sino que se aspira también a crear las condiciones para una colaboración en favor de la p. en la humanidad entera.

b) La participación en los esfuerzos de una polí­tica mundial de p., que la autoridad eclesiástica pone en obra cada vez más decididamente en su magisterio y en las relaciones internacionales, si bien con éxito dispar, y que es continuada por movimientos nacionales e internacionales (1911: Ligue Internationale des Sociétés Catholiques pour la paix: 1945: fundación del movimiento Pax Christi, etc.). Sobre la base de esta colaboración, la Iglesia llega a una mayor coincidencia con otras opiniones cristianas y no cristianas en el enjuiciamiento de la -> guerra y de las exigencias de una p. mundial, p. ej., en lo relativo a la repulsa de una guerra global y a la posibilidad de evitarla, a la necesidad del desarme general y de una futura eliminación de toda guerra bajo la responsabilidad de una autoridad mundial, a la formación de una opinión pública de p., a la posibilidad de objetores de conciencia frente al servicio militar; pero también en lo relativo al derecho de defensa de los pueblos cuando fracasan todos los medios pací­ficos (cf. Vaticano II).

Ahora bien, la realización de esta acción de la Iglesia en favor de la libertad depende de la responsabilidad de los cristianos como individuos y como comunidad. En el fondo tenemos aquí­ una forma concreta del mandato principal en la ley de Cristo, el del amor al prójimo, que extiende sus exigencias hasta el perdón incondicional y hasta el amor a los enemigos, pero que en la edificación del reino divino de p. se halla ei la tensión fundamental de la existencia cristiana entre este siglo y el futuro.

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Julio Terán-Dutari

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

A. Nombres shaloí†m (µ/lv; , 7965), “paz, integridad, bienestar, salud”. Esta es una raí­z semí­tica muy común cuyo significado es “paz” en acádico, ugarí­tico, fenicio, arameo, sirí­aco, arábigo y etiópico. Shaloí†m es un término muy importante en el Antiguo Testamento que se ha conservado en hebreo mishnáico, rabí­nico y moderno. Hoy en Israel la gente saluda a un visitante con las palabras mah shlomka (¿cuál es su paz, cómo está?) y le preguntan acerca de la “paz” (“bienestar”) de su familia. El uso de shaloí†m es frecuente (237 veces) y su gama semántica variada. Desde las dos primeras ocasiones en que se usa el término en Génesis, se puede constatar este hecho: “Pero tú irás a tus padres en paz [shaloí†m en el sentido de “tranquilo”, “a gusto”, “despreocupado”] y serás sepultado en buena vejez” (Gen 15:15 rva). O bien, “de que no nos harás daño, como nosotros no te hemos tocado y como solo te hemos hecho bien y te despedimos en paz [shaloí†m con el significado de “incólume”, “ileso”]” (Gen 26:29 rva). No obstante, ambos usos son en esencia los mismos, puesto que expresan el significado raí­z de “integridad”, “bienestar”. Iïsh sheloméí† (“hombre de mi paz”) indica un estado de ánimo que le permite a uno sentirse a sus anchas, cómodo, con otra persona: “Aun mi amigo í­ntimo [“hombre de mi paz” rvr, nrv], en quien yo confiaba y quien comí­a de mi pan, ha levantado contra mí­ el talón” (Psa 41:9 rva, lba; cf. Jer 20:10). Es una relación de armoní­a y bienestar, todo lo contrario a un estado de conflicto o guerra: “Yo amo la paz, pero si hablo de paz, ellos hablan de guerra” (Psa 120:7 nvi). Shaloí†m es una condición del alma y de la mente que incentiva el desarrollo de facultades y capacidades. Este estado de bienestar se experimenta tanto en el interior como en el exterior del ser. En hebreo, esta condición se expresa con la frase beshaloí†m (“en paz”): “En paz [beshaloí†m] me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Psa 4:8). En estrecha relación con lo anterior se encuentra el significado de “bienestar”, sobre todo el “bienestar” o la “salud” personal. Esta acepción se puede encontrar en la pregunta de Joab a Amasa: “¿Te va bien, hermano mí­o? Y tomó con la mano derecha la barba de Amasa para besarlo” (2Sa 20:9 rva). O en la frase preposicional leshaloí†m junto con el verbo preguntar: “Entonces les preguntó José cómo estaban, y dijo: ¿Vuestro padre, el anciano que me dijisteis, lo pasa bien? ¿vive todaví­a?” (Gen 43:27). Shaloí†m también quiere decir “paz” en el sentido de una relación próspera entre dos o más personas. En esta acepción, shaloí†m no pasa de ser palabrerí­a: “Saeta mortí­fera es su lengua, engaño habla; con su boca habla cada uno de paz a su prójimo, pero dentro de sí­ le tiende emboscada” (Jer 9:8 lba); diplomacia: “Sí­sara huyó a pie a la tienda de Jael, mujer de Heber el queneo, porque habí­a paz entre Jabí­n, rey de Hazor, y la casa de Heber el queneo” (Jdg 4:17 rva); o estrategia bélica: “Si te responde con paz y te abre sus puertas, toda la gente que se halla en ella te rendirá tributo laboral, y ellos te servirán” (Deu 20:11 rva). Isaí­as profetizó acerca del “Prí­ncipe de paz” (Isa 9:6), cuyo reino introducirí­a un gobierno de “paz” (Isa 9:7). Ezequiel habló en cuanto al nuevo pacto de “paz”: “Haré con ellos un pacto de paz; será un pacto eterno con ellos. Los multiplicaré y pondré mi santuario entre ellos para siempre” (Eze 37:26 rva). El salmo 122 es uno de los grandes salmos de celebración y oración por la “paz de Jerusalem”:”Pedid por la paz de Jerusalem” (Psa 122:6). En las bendiciones israelitas se comunicaba la paz de Dios a su pueblo: “¡Sea la paz sobre Israel!” (Psa 125:5 rva). En la Septuaginta se encuentran las siguientes traducciones: eirene (“paz; bienestar; salud”), eirenikos (“apacible; pací­fico”); soteria (“liberación; preservación; salvación”) y hugiainein (“estar en buena salud; sano”). Otro nombre hebreo relacionado es shelem, que se encuentra 87 veces y que significa “ofrenda de paz”: “Y envió jóvenes de los hijos de Israel, que ofrecieron holocaustos y sacrificaron novillos como ofrendas [“sacrificios” rvr] de paz al Señor” (Exo 24:5 lba). B. Verbos shalem (µlev; , 7999), “estar completo, sano”. El verbo, que aparece 103 veces, significa “estar completo” en 1Ki 9:25 (lba): “Después que terminó la casa”. Otro verbo, shalam, quiere decir “hacer las paces”: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Pro 16:7). C. Adjetivo shalem (µlev; , 8003), “completo; perfecto”. Este vocablo se encuentra en Gen 15:16 con el significado de “no del todo completo”: “En la cuarta generación volverán acá, pues hasta ahora no ha llegado al colmo [“aun no está cumplida” rv] la maldad de los amorreos” (rva). En Deu 25:15 el vocablo significa “perfecto”.

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

(eiréné)

En los Setenta y en el Nuevo Testamento se encuentra el saludo “paz a vosotros”, versión literal al griego de la expresión hebrea shalóm lechem. Pablo le añade “gracia” (charis), sacada probablemente del saludo clásico chairein. La fórmula estereotipada tí­picamente cristiana, gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo, abre la mayor parte de las grandes epí­stolas paulinas (Rom 1,7; 2 Cor 1,2; Gal 1,3; Flp 1,2; 1 Tes 1,1; Flm 3; y también Ef 1,2; Col 1,2; Tit 1,4). En las cartas a Timoteo se añadirá: gracia, misericordia y paz.

Pues bien, el libro de la Sabidurí­a describe así­ el destino final de los justos: Están en las manos de Dios;… están en la paz (Sab 3,13).

Para el Nuevo Testamento esta paz, como presencia y cercaní­a de Dios, se nos da en Jesucristo. La expresión “la paz de Dios” (Flp 4,7) se convierte la mayor parte de las veces en “el Dios de la paz” (Rom 15,33; 16,20; 2 Cor 13,11; Flp 4,9). Expresa lo esencial del don de Dios a los hombres que se manifiesta en la comunidad como fruto del Espí­ritu (Rom 8,6; Gal 5,22). Por eso va ligada a otras expresiones de la vida de la comunidad en el Espí­ritu, concretamente el amor (Gal 5,22) y el gozo (Rom 14,17; 2 Cor 13,11; Gal 5,22), que le son prácticamente equivalentes. La expresión más fuerte aparece en Flp 4,6-7: en la confianza y en la entrega más total de sí­ mismo a Dios, por la oración y la acción de gracias, el cristiano recibe de Dios una paz que supera toda comprensión; su corazón y sus pensamientos son guardados en Cristo Jesús, en la paz de Cristo, dirá la Carta a los Colosenses (3,15).
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La Carta a los Efesios insistirá en la paz como reconciliación; es la obra de Cristo que reconcilia a los enemigos -el judí­o y el griego- y establece la paz en su carne sobre la cruz (Ef 2,14-17): él mismo es nuestra paz. ¿Puede decirse con mayor fuerza que la paz es la vida misma de Cristo dada a los hombres?

R. D.

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El hombre ansí­a la paz desde lo más profundo de su ser. Pero a veces ignora la naturaleza del bien que tan ansiosamente anhela, y los caminos que sigue para alcanzarlo no son siempre los caminos de Dios. Por eso debe aprender de la historia sagrada en qué consiste la búsqueda de la verdadera paz y oí­r proclamar por Dios en Jesucristo el don de esta verdadera paz.

I. LA PAZ, FELICIDAD PERFECTA. Para apreciar en su pleno valor la realidad designada por la palabra hay que percibir el sabor de la tierra latente en la expresión semí­tica aun en su concepción más espiritual, y en la Biblia hasta el último libro del NT.

1. Paz y bienestar. La palabra hebrea shalóm deriva de una raí­z que, según sus empleos, designa el hecho de hallarse intacto, completo (Job 9,4), por ejemplo, acabar una casa (1Re 9,25), o el acto de restablecer las cosas en su prí­stino estado, en su integridad, por ejemplo, “apaciguar” a un acreedor (Ex 21,34), cumplir un voto (Sal 50,14). Por tanto la paz bí­blica no es sólo el “pacto” que permite una vida tranquila, ni el “tiempo de paz” por oposición al “tiempo de *guerra” (Ecl 3,8; Ap 6,4); designa el bienestar de la existencia cotidiana, el estado del hombre que vive en armoní­a con la naturaleza, consigo mismo, con Dios; concretamente, es *bendición, *reposo, *gloria, *riqueza, *salvación, *vida.

2. Paz y felicidad. “Tener buena salud” y “estar en paz” son dos expresiones paralelas (Sal 38,4); para preguntar cómo está uno, si se halla bien, se dice: “¿Está en paz?” (2Sa 18,32; Gén 43,27); Abraham, que murió en una vejez dichosa y saciado de dí­as (Gén 25,8), partió en paz (Gén 15,15; cf. Lc 2,29). En sentido más lato la paz es la seguridad. Gedeón no debe ya *temer la muerte ante la aparición celestial (Jue 6,23; cf. Dan 10,19); Israel no tiene ya que temer a enemigos gracias a Josué, el vencedor (Jos 21,44; 23,1), a David (2Sa 7,1), a Salomón (lRe 5, 4; IPar 22,9; Eclo 47,13). Finalmente, la paz es concordia en una vida fraterna: mi familiar, mi amigo, es “el hombre de mi paz” (Sal 41,10; Jer 20,10); es confianza mutua, con frecuencia sancionada por una *alianza (Núm 25,12; Eclo 45,24) o por un tratado de buena vecindad (Jos 9,15; Jue 4,17; lRe 5,26; Lc 14,32; Act 12,20).

3. Paz y “salud”. Todos estos bienes, materiales y espirituales, están comprendidos en el saludo, en el deseo de paz (el salamalec de los árabes). con el que en el AT y en el NT se saluda, se dice “buenos dí­as” o “adiós)) ya en la conversación (Gén 26,29; 2Sa 18,29), ya por carta (p.c. Dan 3, 98; Flm 3). Ahora bien, si se debe desear la paz o informarse sobre las disposiciones pací­ficas del visitante (2Re 9,18), es que la paz es un estado que se ha de conquistar o defender; es *victoria sobre algún enemigo. Gedeón o Ajab esperan regresar en paz, es decir, vencedores de la guerra (Jue 8,9; lRe 22,27s); asimismo se desea el éxito de una exploración (Jue 18,5s), el triunfo sobre la esterilidad de Ana (1Sa 1,17), la *curación de las heridas (Jer 6.14; Is 57,18s); finalmente, se ofrecen “*sacrificios pací­ficos” (salutaris hostia), que significan la comunión entre Dios y el hombre (Lev 3,1).

4. Paz y justicia. La paz, en fin, es lo que está bien por oposición a lo que está mal (Prov 12,20; Sal 28,3; cf. Sal 34,15). “No hay paz para los malvados” (Is 48,22); por el contrario, “ved al hombre justo: hay una posteridad para el hombre de paz” (Sal 37,37); “los *humildes poseerán la tierra y *gustarán las delicias de una paz insondable” (Sal 37,11; cf. Prov 3,2). La paz es la suma de los bienes otorgados a la *justicia: tener una tierra fecunda, comer hasta saciarse, vivir en seguridad, dormir sin temores, triunfar de los enemigos, multiplicarse, y todo esto en definitiva porque Dios está con nosotros (Lev 26,1-13). La paz, pues, lejos de ser solamente una ausencia de guerra, es plenitud de dicha.

II. LA PAZ, DON DE Dios. Si la paz es fruto y signo de la *justicia, ¿cómo, pues, están en paz los *impí­os (Sal 73,3)? La respuesta a esta pregunta acuciante se dará a lo largo de la historia sagrada : la paz, concebida en primer lugar como felicidad terrenal, aparece como un bien cada vez más espiritual por razón de su fuente celestial.

1. El Dios de paz. Ya en los comienzos de la historia bí­blica se ve a Gedeón construir un altar a “Yahveh í‘alom” (Jue 6,24). Dios, que domina en el cielo puede, en efecto, crear la paz (Is 45,7). De él se espera, pues, este bien. “Yahveh, es grande, que quiere la paz de su servidor” (Sal 35,27): bendice a Israel (Núm 6,26), su pueblo (Sal 29,11), la casa de David (IRe 2,33), el sacerdocio (Mal 2,5). En consecuencia, quien *confí­a en él puede dormirse en paz (Sal 4,9; cf. Is 26,3). “¡Haced votos por la paz de Jerusalén! Vivan en seguridad los que te aman” (Sal 122, 6; cf. Sal 125,5; 128,6).

2. Da pacem, Domine! Este don divino lo obtiene el hombre por la oración confiada, pero también por una “actividad de justicia”, pues Dios quiere que coopere a su establecimiento en la tierra, cooperación que se muestra ambigua a causa del *pecado sie4 hpre presente. La historia del tiempo de los jueces es la de Dios que suscita *libertadores encargados de restablecer esa paz que Israel ha perdido por sus faltas. David piensa haber realizado su cometido una vez que ha liberado al paí­s de sus enemigos (2Sa 7,1). El rey ideal,se llama Salomón, rey pací­fico (1Par 22,9), bajo cuyo reinado se unen fraternamente los dos *pueblos del norte y del sur (lRe 5).

3. La lucha por la paz.

a) El combate profético. Ahora bien, este ideal se corrompe pronto, y los reyes tratan de procurarse la paz, no como fruto de la justicia divina, sino con *alianzas polí­ticas, con frecuencia impí­as. Conducta ilusoria, que parece autorizada por la palabra de apariencia profética de ciertos hombres, menos solí­citos de escuchar a Dios que “de tener algo que meterse en la boca” (Miq 3,5): en pleno estado de pecado osan proclamar una paz durable (Jer 14,13). Hacia el año 850 Miqueas, hijo de Yimla, se alza para disputar a estos falsos profetas la palabra y la realidad de la paz (lRe 22,13-28). La lucha se hace muyviva con ocasión del sitio de Jerusalén (cf. Jer 23,9-40). El don de la paz requiere la supresión del pecado y por tanto un *castigo previo. Jeremí­as acusa: “Curan superficialmente la llaga de mi pueblo diciendo: ¡Paz! ¡Paz! Y sin embargo, no hay paz” Jer 6,14). Ezequiel clama: ¡Basta de revoques! La pared tiene que caer (Ez 13,15s). Pero una vez que ésta se ha derrumbado, los que profetizaban desgracias, seguros ya de que no hay ilusión posible, proclaman de nuevo la paz. A los exilados anuncia Dios: “Yo, sí­, sé el designio que tengo sobre vosotros, designio de paz y no de desgracia : daros porvenir y esperanza” (Jer 29,11; cf. 33,9). Se concluirá una alianza de paz, que suprima las bestias feroces, garantice seguridad, bendición (Ez 34,25-30), pues, dice Dios, “yo estaré con ellos” (Ez 37,26).

b) La paz escatológica. Esta controversia sobre la paz está latente en el conjunto del mensaje profético. La verdadera paz se despeja de sus limitaciones terrenales y de sus falsificaciones pecadoras, convirtiéndose en un elemento esencial de la predicación escatológica. Los oráculos amenazadores de los profetas terminan ordinariamente con un anuncio de restauración copiosa (Os 2,20…; Am 9,13…; etc.). Isaí­as sueña con el “prí­ncipe de la paz” (Is 9,5; cf. Zac 9,9s), que dará una “paz sin fin” (Is 9,6), abrirá un nuevo *paraí­so, pues “él será la paz” (Miq 5,4). La naturaleza está sometida al hombre, los dos reinos separados se *reconciliarán, las *naciones vivirán en paz (Is 2,2…; 11,1…; 32,15-20; cf. 65,25), “el justo florecerá” (Sal 72,7). Este *evangelio de la paz (Nah 2,1), la liberación de Babilonia (Is 52,7; 55. 12), es realizado por el *siervo doliente (53,5), que con su sacrificio anuncia cuál será el precio de la paz. Así­ pues, ” ¡ paz al que está lejos y al que está cerca! Las heridas seráncuradas” (57,19). Los gobernantes del pueblo serán paz y justicia (60,17): “Voy a derramar sobre ella la paz como rí­o, y la gloria de las *naciones como torrente desbordado” (66, 12; cf. 48,18; Zac 8,12).

c) Finalmente, la reflexión sapiencial aborda la cuestión de la verdadera paz. La fe afirma,: “Gran paz para los que aman tu ley; nada es para ellos escándalo” (Sal 119,165); pero los acontecimientos parecen contradecirla (Sal 73,3) suscitando el problema de la *retribución. Este sólo quedará plenamente resuelto (Eclo 44,14) con la creencia en la vida futura perfecta y personal: “Las almas de los justos están en la mano de Dios… A los ojos de los insensatos parecen muertos… pero están en paz” (Sab 3,1ss), es decir, en la plenitud de los bienes, en la *bienaventuranza.

III. LA PAZ DE CRISTO. La esperanza de los profetas y de los sabios se hace realidad concedida en Jesucristo, pues el pecado es vencido en él y por él; pero en tanto que no muera el pecado en todo hombre, en tanto que no venga el Señor el úl timo *dí­a, la paz sigue siendo un bien venidero; el mensaje profético conserva, pues, su valor: “el fruto de la justicia se *siembra en la paz por los que practican la paz” (Sant 3,18; cf. Is 32,17). Tal es el mensaje que proclama el NT, de Lucas a Juan, pasando por Pablo.

1. El evangelista Lucas quiere en forma especial trazar el retrato del rey pací­fico. A su nacimiento anunciaron los ángeles la paz a los hombres, a los que Dios ama (Lc 2,14); este mensaje, repetido por los discí­pulos gozosos que escoltan al *rey a su entrada en su ciudad (19,38), no quiere acogerlo *Jerusalén (19,42). En la boca del rey pací­fico los votos de paz terrena se convierten en un anuncio de salvación: como buen judí­o, dice Jesús: “¡Vete en paz!”, pero con esta palabra devuelve la salud a la hemorroí­sa (8,48 p), perdona los pecados a la pecadora arrepentida (7,50), marcando así­ su *victoria sobre el poder de la *enfermedad y del *pecado. Como él, los discí­pulos ofrecen a las ciudades, junto con su saludo de paz, la salvación en Jesús (10,5-9). Pero esta salvación viene a trastornar la paz de este *mundo: “¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? No, sino la división” (12.51). De este modo Jesús no se contenta con proferir las mismas amenazas que los profetas contra toda seguridad engañosa (17,26-36; cf. ITes 5,3), sin,’ que separa los miembros de una misma familia. Según el decir del poeta cristiano, no vino a destruir la guerra, sino a sobreañadir la paz, la paz de pascua que sigue a la victoria definitiva (Lc 24,36). Así­ pues, los discí­pulos irradiarán hasta los confines del mundo la pax israelitica (cf. Act 7,26; 9,31: 15,23), que en el plano religioso es como una transfiguración de la pax romana (cf. 24,2), pues Dios anunció la paz por Jesucristo mostrándose “el Señor de todos” (10,36).

2. Pablo, uniendo ordinariamente en los saludos de sus cartas la *gracia a la paz, afirma así­ su origen y su estabilidad. Manifiesta sobre todo el nexo que tiene con la *redención. Cristo, que es “nuestra paz”, hizo la paz, *reconcilió a los dos pueblos uniéndolos en un solo *cuerpo (Ef 2,14-22), “reconcilió a todos los seres consigo, tanto a los de la tierra como a los del cielo, haciendo la paz por la *sangre de su *cruz” (Col 1, 20). Así­ pues, como “estamos reunidos en un mismo cuerpo”, :la paz de Cristo reina en nuestros corazones” (Col 3,15), gracias al *Espí­ritu que crea en nosotros un ví­nculo sólido (Ef 4,3). Todo creyente, *justificado, está en paz por Jesucristo con Dios (Rom 5,1), el Dios de amor y de paz (2Cor 13,11), que lo santifica “a fondo” (1Tes 5,23). La paz, como la *caridad y el *gozo, es *fruto del Espí­ritu (Gál 5,22; Rom 14,17), es la *vida eterna anticipada acá abajo (Rom 8,6), rebasa toda inteligencia (Flp 4,7), subsiste en la tribulación (Rom 5,1-5), irradia en nuestras relaciones con los hombres (ICor 7,15; Rom 12,18; 2Tim 2,22), hasta el *dí­a en que el Dios de paz que resucitó a Jesús (Heb 13,20), habiendo destruido a Satán (Rom 16,20), restablezca todas las cosas en su integridad original.

3. Juan explicita todaví­a más la revelación. Para él, como para Pablo, es la paz fruto del *sacrificio de Jesús (Jn 16,33); como en la tradición sinóptica, no tiene nada que ver con la paz de este mundo.

Como el AT, que veí­a en la *presencia de Dios entre su pueblo el bien supremo de la paz (p.e. Lev 26, 12; Ez 37,26), muestra Juan en la presencia de Jesús la fuente y la realidad de la paz, lo cual es uno de los aspectos caracterí­sticos de su perspectiva. Cuando la tristeza invade a los discí­pulos que van a ser separados de su Maestro, Jesús los tranquiliza: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27); esta paz no está ya ligada a su presencia corporal, sino a su *victoria sobre el *mundo; por eso Jesús, victorioso de la muerte, da con su paz el Espí­ritu Santo y el poder sobre el pecado (20, 19-23).

4. Beata pacis visio. El cristiano, firme en la esperanza que le lleva a contemplar la *Jerusalén celestial (Ap 21,2), tiende a realizar la *bienaventuranza: “Bienaventurados los pací­ficos” (Mt 5,9), pues esto es vivir como Dios, ser *hijos de Dios en el Hijo único, Jesús. Tiende por tanto con todas sus fuerzas a establecer acá en la tierra la concordia y la tranquilidad. Ahora bien, esta polí­tica cristiana de la paz terrenal se muestra tanto más eficaz cuanto que es sin ilusión; tres principios guí­an su infatigable prosecución.

Sólo el reconocimiento universal del *señorí­o de Cristo por todo el universo en el último advenimiento establecerá la paz definitiva y universal. Sólo la Iglesia, que rebasa las distinciones de raza, de clase y de sexo (Gál 3,28; Col 3,11), es en la tierra el lugar, el signo y la fuente de la paz entre los pueblos, puesto que ella es el cuerpo de Cristo y la dispensadora del Espí­ritu. Finalmente, sólo la justicia delante de Dios y entre los hombres es el fundamento de la paz; puesto que ella es la que suprime el pecado, origen de toda división. El cristiano sostendrá su esfuerzo pací­fico oyendo a Dios, único que da la paz, hablar a través del salmo, en que están reunidos los atributos del Dios de la historia: “Lo que dice Dios es la paz para su pueblo… Fidelidad brota de la tierra y justicia mira desde lo alto de los cielos. Yahveh mismo dará la dicha, y la tierra su fruto. Justicia marchará ante su faz, y paz en la huella de sus pasos” (Sal 85,9-14).

-> Bienaventuranza – Bendición – Guerra – Justicia – Reconciliación – Reposo – Salvación – Unidad – Victoria.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La idea básica y primaria de la palabra bíblica «paz» (AT šālôm; NT eirēnē) es la de un estado completo, íntegro, total. Es un saludo bíblico favorito (Gn. 29:6; Lc. 24:36), y se encuentra al comienzo o final de las epístolas del NT, excepto Santiago y 1 Juan. Hasta hoy es una palabra de uso común entre los semitas. También se usa para despedirse (1 S. 1:17). Significa fin de la guerra (Jos. 9:15). También se encuentra la idea de amistad entre compañeros (Gn. 26:29; Sal. 28:3), así como la amistad con Dios a través de un pacto (Nm. 25:12; Is. 54:10). En el concepto se incluye también la idea de contentamiento o cualquier cosa que produzca seguridad, bienestar y felicidad (Is. 32:17, 18).

La paz tiene que ver con la salud, prosperidad, bienestar, seguridad, así como la ausencia de guerra (Ec. 3:8; Is. 45:7). El profeta Isaías señaló una y otra vez que no había paz para el impío (Is. 48:22; 57:21), aunque los malignos trataran de animarse unos a otros con una falsa paz (Jer. 6:14).

La paz es una condición de la libertad ante la opresión interna o externa. Está incluida la idea de una seguridad ante los enemigos (Is. 26:12), como de tranquilidad de corazón para aquellos que confían en Dios (Job 22:21; Is. 26:3). Tanto agrada la paz al Señor que los justos son exhortados a buscarla diligentemente (Sal. 34:14; Zac. 8:16, 19). Ésta debe ser también una característica del creyente del NT (Mr. 9:50 y 2 Co. 13:11). La paz es un valioso don de Dios, y la bendición prometida y máxima de los tiempos mesiánicos (Is. 2:4; 9:6, 7; 11:6; Mi. 4:1–4; 5:5).

«Conservar la paz» significa simplemente estar silencioso (Lc. 14:4, la mayoría de las versiones de la Biblia traducen la expresión por «estar silencioso». (La versión King James en inglés es una de las pocas que mantienen la arcaica expresión). Las palabras en el AT (ḥāraš como uno), y en el NT (siōpaō entre otros) no tienen nada en común con las palabras que acabamos de considerar.

En el NT, la palabra tiene referencia a la paz que es el don de Cristo (Jn. 14:27; 16:33; Ro. 5:1; Fil. 4:7). La palabra se usa muchas veces para expresar las verdades de la misión, carácter y evangelio de Cristo. El propósito de la venida de Cristo al mundo fue traer la paz espiritual con Dios (Lc. 1:79; 2:14; Mr. 5:34; 9:50; Lc. 24:36). Existe un sentido en el cual él no vino para traer paz sino espada (Mt. 10:34). Esto tiene relación con la lucha contra toda forma de pecado. La vida de Cristo descrita en los evangelios es de calma majestuosa y de serenidad (Mt. 11:28; Jn. 14:27). La esencia del evangelio puede expresarse en el término «paz» (Hch. 10:36; Ef. 6:15), incluyendo la paz de la reconciliación con Dios (Ro. 5:1; Crem, p. 245), y la paz de la comunión con Dios (Gá. 5:22 y Fil. 4:7).

Las innumerables bendiciones del cristiano se fundan en el concepto de la paz. El evangelio es el evangelio de la paz (Ef. 6:15). Cristo es nuestra paz (Ef. 2:14, 15); Dios el Padre es el Dios de paz (1 Ts. 5:23). El privilegio inalienable de todo cristiano es la paz de Dios (Fil. 4:9) a raíz de su legado de paz obtenido por Cristo en su muerte (Jn. 14:27; 16:33). Estas bendiciones no son beneficios que miran hacia la gloria eterna únicamente, sino una posesión presente (Ro. 8:6; Col. 3:15). Así, la paz es «una concepción distintivamente peculiar del cristianismo, el estado tranquilo del alma, asegurada de su salvación a través de Cristo, y de este modo no temiendo nada de Dios y contentándose con su suerte terrena cualquiera que ésta sea» (Thayer, sub voce).

BIBLIOGRAFÍA

Crem, pp. 244s.; HDB, III, pp. 732s.; HDCG, II, p. 330s.; ISBE, IV, pp. 2293; SBD, p. 651; Thayer.

Charles L. Feiberg

Crem Cremer’s Biblico-Theological Lexicon of NT Greek

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

SBD Standard Bible Dictionary

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (459). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Básicamente el término veterotestamentario para paz, šālôm, significa “completo”, “solidez”, “bienestar”. (Véase BDB.) Se lo utiliza cuando se pide o se ora por el bienestar de otro (Gn. 43.27; Ex. 4.18; Jue. 19.20), cuando uno se encuentra en armonía o concordia con otro (Jos. 9.15; 1 R. 5.12), cuando se busca el bien de una ciudad o país (Sal. 122.6; Jer. 29.7). Puede significar prosperidad material (Sal. 73.3), o seguridad física (Sal. 4.8). Pero también puede significar bienestar espiritual. Es la paz que se relaciona con la justicia y la verdad, pero no con la maldad (Sal. 85.10; Is. 48.18, 22; 57.19–21).

A causa del caos en que se encuentra el mundo por el pecado del hombre, y debido a que la paz viene solamente como don de Dios, la esperanza mesiánica se refería a una era de paz (Is. 2.2–4; 11.1–9; Hag. 2.7–9), o a la llegada del Príncipe de paz (Is. 9.6s; cf. Jer. 33.15s; Ez. 34.23ss; Mi. 5.5; Zac. 9.9s). El NT muestra el cumplimiento de esta esperanza. En Cristo ha llegado la paz (Lc. 1.79; 2.14, 29s). Por él nos es dada (Mr. 5.34; Lc. 7.50; Jn. 20.19, 21, 26), y sus discípulos son los mensajeros de ella (Lc. 10.5s; Hch. 10.36).

En el gr. clásico eirēnē tenía una fuerza principalmente negativa; pero a través de la LXX, en el NT tiene el contenido pleno del šālôm veterotestamentario, y casi siempre tiene connotación espiritual. La amplitud de su significado resulta especialmente aparente por su relación con palabras claves tales como gracia (Ro. 1.7, etc.), vida (Ro. 8.6), justicia (Ro. 14.17), y por su uso en bendiciones como 1 Ts. 5.23 y He. 13.20s (cf. 2 P. 3.14).

Para el pecador primero debe haber paz con Dios, y la eliminación de la enemistad producida por el pecado, por medio del sacrificio de Cristo (Ro. 5.1; Col. 1.20). Entonces puede nacer la paz interior (Fil. 4.7), sin que puedan sofocarla las luchas del mundo (Jn. 14.27; 16.33). La paz entre los hombres es parte del propósito por el cual murió Cristo (Ef. 2), y parte, también, de la obra del Espíritu (Gá. 5.22); pero también debe promoverla activamente el hombre (Ef. 4.3; He. 12.14), no simplemente como eliminación de la discordia, sino como motor de la armonía y el verdadero funcionamiento del cuerpo de Cristo (Ro. 14.19; 1 Co. 14.33).

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Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico