PEDRO

v. Cefas Tenía esposa y suegra, Mat 8:14; Mar 1:30; Luk 4:38; 1Co 9:5; es llamado, Mat 4:18-20; Mar 1:16-18; Joh 1:41-42; pescador de hombres, Luk 5:1-11; enviado con los doce, Mat 10:2; Mar 3:16; camina sobre el mar, Mat 14:28-32; confiesa que Jesús es el Cristo, Mat 16:13-20; Mar 8:27-33; Luk 9:18-20; Jesús ruega por él, Luk 22:31-32; corta la oreja de Malco, Joh 18:10-11; niega a Jesús tres veces, Mat 26:69-75; Mar 14:66-72; Luk 22:54-62; Joh 18:15-18, Joh 25:27: -apacienta mis ovejas-, Joh 21:15-19; se dirige a los discípulos, Act 1:15-26; predica el día de Pentecostés, Act 2:14-42; sana a un cojo, Act 3:1-10; su discurso en el pórtico de Salomón, Act 3:11-26; habla ante el concilio, Act 4:1-22; es perseguido con Juan, Act 5:17-42; reprende a Simón el mago, Act 8:14-24; visita a Cornelio después de tener una visión, Act 10:1-48; informa a la iglesia de Jerusalén, Act 11:1-18; es encarcelado y libertado, Act 12:1-19; en el concilio de Jerusalén, Act 15:6-14; visitado por Pablo, Gal 1:18; reprendido por Pablo, Gal 2:11-14.


Pedro (gr. Pétros, “piedra” [traducción del aram. Kêfâ’, “Cefas”, “roca” o “piedra”]). Un apóstol, también llamado Simón,* hijo de Jonás (Joh 1:42). En la KJV se lee “Bar-jona” (gr. Barií‡ná [una transliteración del aram. Bar Yônâh, “hijo de Jonás”; sin embargo, de acuerdo con el libro apócrifo Evangelio a los hebreos, se deberí­a leer Bar Yôjânân, “hijo de Juan”, como dice la BJ en los cps 1:42 y 21:15-17]). En este caso, Barjonás serí­a un sobrenombre de Simón Pedro (Mat 16:17). El nombre de Pedro aparece en 1er lugar en las 4 listas de los Doce en el NT (Mat 10:2; Mar 3:16; Luk 6:14; Act 1:13). Jesús dio a Simón su nuevo nombre, Pedro, cuando Andrés, su hermano, lo llevó ante Cristo (Joh 1:40 42); fue el 1er converso cristiano que resultó de lo que podrí­amos llamar el esfuerzo de un laico. Su fervor, valor, vigor y capacidad organizadora le ganaron un lugar de liderazgo entre los discí­pulos desde el principio. Era un hombre eminentemente de acción, y su rasgo de carácter más notable fue su entusiasta disposición. También tení­a marcados extremos, con grandes virtudes y serios defectos. Generalmente era cálido, generoso, intrépido; pero a veces también egoí­sta, jactancioso, impulsivo y descuidado. En un momento de crisis podí­a ser débil, cobarde y vacilante, y nadie estaba seguro acerca de qué faceta de su carácter y personalidad predominarí­a. Pedro era natural de Betsaida* Julia (Joh 1:44), en la orilla nororiental del Mar de Galilea, y pescador por oficio (Mat 4:18). Estaba casado (Mat 8:14; 1Co 9:5) y viví­a con su familia en Capernaum, donde Jesús en una ocasión restauró la salud de su suegra (Mat 8:5, 14; Mar 1:29-31; Luk 4:31, 38, 39). Antes de su llamamiento junto al mar (Luk 5:1-11) habí­a seguido a Jesús en forma intermitente, volviendo a su casa de tanto en tanto para continuar en su ocupación habitual. Junto con Jacobo y Juan fue parte del cí­rculo í­ntimo de los 3 que tuvieron el privilegio de acompañar a Jesús en ocasiones especiales, y en la lista de los 3 siempre está 1º. Las 3 veces en las cuales se les concedió este favor particular fueron: la resurrección de la hija de Jairo (Mar 5:37), la transfiguración (Mat 17:1) y la pasión de Jesús en el Getsemaní­ (Mar 14:33). A menudo Pedro actuó como el vocero de todos los discí­pulos (Mat 15:15; 16:16; 26:35; etc.). En Cesarea de Filipo fue el 1º en confesar abiertamente que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios (Mat 16:16), pero también fue el 1º en criticarlo (vs 22, 23). En la última Cena tuvo dudas de si debí­a permitir que Jesús le lavara los pies, pero cuando se dio cuenta de que ese acto era esencial para el discipulado, con entusiasmo pidió que le lavara no sólo los pies sino también las manos y la cabeza (Joh 13:8, 9). La noche de la traición fue el más enfático en profesar lealtad al Salvador (Mat 26:33), pero también el 1º en negar a su Maestro y confirmar su triple negación con un juramento (vs 69-74). Al darse cuenta, demasiado tarde, de lo que habí­a hecho. “saliendo fuera, lloró amargamente” (v 75). Luego de la resurrección, Pedro fue el 1º de los Doce a quien Cristo se le apareció (Luk 24:34; 1Co 15:5); y una mañana temprano, cuando Jesús se encontró con sus discí­pulos a orillas del Mar de Galilea. Pedro fue el 1º que nadó hacia la costa para saludar al Maestro (Joh 21:7). En esa ocasión Jesús le dio a Pedro una triple oportunidad de confesar su fe y amor, y eliminar así­ cualquier duda en la mente de sus condiscí­pulos acerca de su lealtad (vs 15-17). Después predijo su muerte como mártir (vs 18, 19), y pocos momentos más tarde reprendió su curiosidad con respecto a la suerte de Juan (vs 21-24). En Pentecostés, plenamente convertido, Pedro predicó el gran sermón registrado en Act 2:14-36, un discurso inspirado que condujo a unas 3.000 personas a creer que Jesús era el Mesí­as (v 41). Junto con Juan, sanó al paralí­tico en la Puerta La Hermosa (3:1-11), y más tarde, rodeado por una multitud en el templo, testificó en forma elocuente acerca de la muerte, la resurrección y del poder de Cristo (vs 12-26). Fue arrestado por sanar al paralí­tico, y cuando fue llevado ante el Sanedrí­n para ser interrogado, osadamente testificó otra vez acerca de Jesús (4:1-12); al ordenársele no predicar más en el nombre del Señor, Pedro y Juan afirmaron: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oí­do” (vs 19, 20). Desempeñó una parte importante en la recolección y distribución de regalos que hací­an los cristianos más prósperos en favor de sus hermanos menos afortunados (5:1-11). Se lo 910 llegó a conocer como una persona a través de la cual operaba el poder divino para sanar a los enfermos (vs 15,16). Cuando otra vez Pedro y ciertos apóstoles fueron encarcelados (vs 17,18), un ángel del Señor los liberó y recibieron la orden de predicar y enseñar en el templo (vs 19, 20). Al hacerlo, fueron citados una vez más delante del sumo sacerdote (vs 21-27), donde se les recordó la prohibición anterior (v 28). Pedro respondió: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (v 29), y sin temor testificó acerca de Cristo como Salvador de Israel (vs 30-32). Se habla nuevamente de Pedro cuando junto con Juan, fue enviado a Samaria para ayudar a Felipe en su ministerio pleno de éxito (Act 8:14). Allí­ reprendió severamente a Simón el Mago por proponer la compra del poder del Espí­ritu Santo (vs 18-24). Parece que allí­ se embarcó en un largo perí­odo de evangelización entre los samaritanos (v 25). Más tarde, en Lida, sano a Eneas, un paralí­tico (9:32-35). Llamado a Jope, resucitó a Dorcas de los muertos y se alojó en casa de Simón, un curtidor (vs 36-43). Mientras Pedro viví­a allí­, el Señor lo instruyó, mediante una visión, “que a ningún hombre llame común o inmundo” (Act 10:9-17, 28). La llegada simultánea de mensajeros de parte de Cornelio lo llevó a comprender el sentido de la visión y a acompañar a los mensajeros a Cesarea, donde el centurión y su familia se convirtieron por su ministerio (vs 19-23, 29-48). Citado por sus hermanos de Jerusalén para explicar su asociación con gentiles, defendió sus actos señalando que estaban en armoní­a con el consejo y la conducción manifiesta del Espí­ritu Santo (11:1-18). Por ese tiempo, fue apresado una vez más, pero otra vez fue milagrosamente liberado por un ángel (12:1-11). Primero fue a la casa de Juan Marcos, donde la iglesia estaba orando por su libertad (vs 12-17), y luego dejó Jerusalén para quedarse por un tiempo en Cesarea (v 19). En el concilio de Jerusalén, llamado para resolver el problema presentado por la Iglesia de Antioquí­a acerca de si los gentiles debí­an observar los ritos de la ley judí­a, Pedro, luego de repasar su experiencia con Cornelio (15:6-9), concluyó: “¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discí­pulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (v 10). Cuando visitó Antioquí­a, en un exceso de prudencia, “se retraí­a y se apartaba, porque tení­a miedo de los de la circuncisión” (Gá. 2:11, 12), pero Pablo lo reprendió abiertamente por su inconsecuencia (vs. 13,14). Pedro trabajó principalmente para sus compatriotas judí­os (2:7, 8), y Pablo se refiere a él como una de las “columnas” de la iglesia de Jerusalén (v 9). Cuando éste visitó Jerusalén por primera vez después de su conversión, estuvo en la casa de Pedro unos 15 dí­as (1:18). Algunos creen que Pedro visitó Corinto (véase 1Co 1:12) y que trabajó extensamente en diversas partes del Asia Menor (1Pe 1:1). Glorificó a Dios con la muerte de un mártir (cf Joh 21:18, 19); de acuerdo con la tradición, fue crucificado cabeza abajo, en Roma, c 67 d.C. Bib.: FJ-AJ xviii. 2.1. Pedro, Epí­stolas de. Dos cartas pertenecientes al apóstol Pedro. En los manuscritos griegos más antiguos se las conoce como Petróu A (“De Pedro I”) y Petróu B (“De Pedro II”). Son conocidas como “generales”, o “católicas” (universales), porque no fueron dirigidas a personas especificas o a una congregación particular sino al cuerpo de creyentes. Ambas son del tipo de las epí­stolas circulantes, y están dirigidas a los “expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1Pe 1:1; cf 2Pe 1:1; 3:1). Que la 1ª epí­stola fue dirigida primariamente a cristianos de origen gentil resulta claro de pasajes como los de 1Pe 1:14; 2:9, 10; 3:6 y 4:3. Fue escrita en la ciudad de Roma (5:13, donde Babilonia sin duda es usada como un nombre oculto de Roma), lugar en que habrí­a trabajado por un tiempo poco antes de su martirio, ocurrido más o menos al mismo tiempo en que Pablo sellaba su testimonio con su sangre; también refleja la actitud hostil del Imperio Romano hacia los cristianos (2:12; 4:12-16), lo que sugerirí­a la época de la persecución de Nerón, que comenzó el 64 d.C. La 2ª epí­stola también habrí­a sido escrita en Roma. Las fechas de ambas se situarí­an entre el 64 y el 67 d.C. I. Primera epí­stola. A. Autor. Las antiguas tradiciones cristianas certifican unánimemente que Pedro fue el autor de la 1ª epí­stola. Sin embargo, la crí­tica moderna, sobre la supuesta base de que el griego de 1 P. es muy elegante para un hombre con los limitados antecedentes educativos del apóstol, de que la teologí­a de la epí­stola se parece más a la de Pablo que a la de Pedro, de que casi no se mencionan incidentes de la vida de Cristo -como se podrí­a esperar de alguien tan estrechamente vinculado con Cristo como él-, y de que no se sabe que estuviera asociado con las iglesias del Asia Menor, ha afirmado que el apóstol no pudo haber sido el autor de esta carta o de la 2ª. Primero, es muy posible que Silvano (1Pe 5:12), 911 que aparentemente serví­a a Pedro como escriba, fuera el responsable de la calidad del griego de las epí­stolas. Segundo, que el argumento de que la teologí­a de la epí­stola no se parece a la de Pedro es cuestión de opinión, como también lo es el que no hablara más de su experiencia con Cristo. El último argumento, y el de que Pedro no estuvo en el Asia Menor, no es más que una suposición basada en el silencio. El autor se identifica como Pedro (1Pe 1:1) y no hay razón válida para dudar de esta aseveración. Policarpo, uno de los discí­pulos de Juan, cita de su epí­stola, confirmando su existencia poco después del comienzo del s II d.C. Hacia el fin de ese siglo, Ireneo y otros la atribuyen a Pedro. B. Contenido. 1 P. es una epí­stola pastoral que tiene consejos sobre diversos temas. Especí­ficamente, el apóstol quiere preparar a sus lectores para “el fuego de prueba” (4:12) que está por delante de ellos, lo que ya se refleja en las dificultades del momento. Procura fortalecer su fe, los exhorta a tener una conducta intachable, a ser leales testigos de Cristo y a prepararse para encontrarse con el Señor. A la introducción (1:1-12) le sigue una exhortación a ser fieles en la vida cristiana (1:13-4:19): amonesta a sus lectores a vivir como es digno de la elevada vocación en Cristo Jesús (1:13-25), a avanzar en el conocimiento de Cristo y en la madurez cristiana (2:1-8), a vivir vidas ejemplares entre los gentiles (vs 9-18) y les aconseja a ser mansos en el sufrimiento (vs 19-25). Tiene un consejo especial para los siervos (v 18), los esposos y las esposas (3:1-7), los ancianos (5:1-4) y los miembros más jóvenes de la iglesia (vs 5-9). Estimula a los creyentes a tener unidad en la fe (3:8-13). El sufrir por Cristo es un elevado privilegio con una gran recompensa (vs 14-22). Apela a que los creyentes controlen los deseos de la carne (4:1-6), a ser sobrios y generosos en su vida (vs 7-11), firmes en la persecución (vs 12-19), y aconseja a los dirigentes de la iglesia y a los miembros a ser fieles (5:1-9). La conclusión (vs 10-14) consiste en una oración de despedida, una doxologí­a y saludos personales (véase CBA 7:563, 564). II. Segunda epí­stola. A. Autor. Desde los primeros tiempos del cristianismo ha habido considerables diferencias de opinión acerca del autor de 2 P. El primer escritor que lo menciona especí­ficamente, Orí­genes, expresa dudas acerca de su autenticidad; Eusebio escribió que la epí­stola no habí­a sido recibida como canónica, pero que muchos la consideraban útil y la estudiaban junto con las demás Escrituras. No parece haber alguna cita directa de 2 P. en los escritos cristianos más antiguos. B. Canonicidad. Tal vez ningún otro libro del NT ha sido declarado tan enfáticamente postapostólico -y por lo tanto espurio- por los eruditos modernos como 2 P. Señalan que su lenguaje y su estilo difieren marcadamente de los de 1 P. Notan que da un estatus especial a las epí­stolas existentes de Pablo, refiriéndose a ellas como “Escrituras” (2Pe 3:15,16), poniéndolas al mismo nivel de inspiración y autoridad que el AT; y observan que es increí­ble que esas epí­stolas hubiesen sido coleccionadas y alcanzaran esa importancia durante la vida de Pedro, especialmente siendo que ambos apóstoles murieron más o menos al mismo tiempo. Sin embargo, la epí­stola afirma haber sido escrita por Simón Pedro, discí­pulo y apóstol de Jesucristo (1:1), y ser su “segunda carta” (3:1). El autor también pretende haber estado con Cristo en el monte de la transfiguración (1:17,18), ocasión en que sólo Pedro, Jacobo y Juan lo acompañaron (Mat 17:1). La diferencia de estilo con 1 P. se puede deber a que Pedro no tuvo la ayuda del amanuense que escribió su 1ª carta (1Pe 5:12). Es muy lógico suponer que Pedro, un palestino sin educación escolar, cuya lengua materna era el arameo, usara un secretario cuando escribí­a en griego, una lengua con la que no estaba muy familiarizado; aun Pablo, que se sentí­a bien con el griego, corrientemente usaba amanuenses. El argumento de que las epí­stolas de Pablo no pudieron haber sido reunidas y reconocidas como “Escrituras” antes de la muerte de Pedro, es sólo una suposición. En vista de que el ministerio activo de Pablo abarcó un perí­odo de unos 20 años, que Pedro estaba en Roma cuando escribió su 1ª carta (1Pe 5:13), y que los 2 apóstoles sufrieron el martirio más o menos al mismo tiempo, no existen razones para que las epí­stolas de Pablo no alcanzaran el estatus reflejado en 2Pe 3:15,16. El activo y exitoso ministerio de Pablo y su pretensión explí­cita de haber recibido su evangelio por inspiración (Gá. 1:11,12) claramente constituyen un sólido fundamento para la afirmación de Pedro. En 1958 se anunció el descubrimiento de un papiro del s III d.C. con las epí­stolas generales de 1 P., 2 P. y Jud., que ahora está en la Biblioteca Bodmer, en Suiza. Este hallazgo es muy significativo, y un testimonio de la aceptación de esas epí­stolas, por lo menos de parte de algunos, en el s III. Fue publicado en 1959 y se lo conoce como Bodmer VII, VIII (P72). Acerca de ciertas similitudes entre 2 P. y Jud., véase Judas, Epí­stola de. 912 C. Contenido. 2 P. es una epí­stola pastoral en la que el autor exhorta a sus lectores a seguir creciendo en gracia y en conocimiento espiritual, para que el propósito del llamamiento y la elección de Dios se pueda cumplir. Después de la introducción (1:1-11), asevera que su propósito al escribir es afirmar a los creyentes en la verdad presente y confirmar el mensaje del evangelio sobre la base de su experiencia personal con Cristo y el cumplimiento de las profecí­as del AT sobre Cristo (vs 12-21). El cp 2 es una serie de severas advertencias contra los falsos maestros y sus engañosas herejí­as. La última sección de la carta (3:1-18) enfatiza la venida de Cristo y la preparación para su aparición. El gran dí­a del Señor es seguro (vs 3-10), y esperando ese evento todos deberí­an vivir vidas piadosas (vs 11-18; véase CBA 7:611-613). Bib.: EC-HE vi.25; iii.3.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego pétros, latí­n petra, arameo cephas, piedra. Principal discí­pulo de Jesucristo, apóstol y misionero de la primitiva Iglesia cristiana. Nació en Betania, hijo de Jonás, Mt 16, 17, o Juan, Jn 1, 42, y hermano del apóstol Andrés. No es muy claro cuándo Jesús puso a Simón el nombre arameo de Cefas, Pedro. Según el apóstol Marcos, fue nombrado así­ el dí­a en que Jesús instituyó a los Doce, Mc 3, 16; según Juan, recibió el sobrenombre cuando su hermano Andrés le condujo por vez primera a presencia de Jesús, Jn 1, 42; y según Mateo, no lo recibió hasta su confesión de la mesianidad de Jesús, cuando el Señor lo instituyó como cabeza de su Iglesia, y le dijo: †œY yo a mi vez te digo que tú eres P., y sobre esta piedra edificaré mi iglesia†, Mt 16, 17-20. Era pescador. Cuando Jesús lo llamó a ser su discí­pulo, estaba casado y poseí­a una casa en Cafarnaúm, Lc 4, 31 y 38. Después de su llamado, fue el portavoz de los discí­pulos, junto con Juan, uno de los más allegados al Maestro. Posiblemente dirigió la Iglesia de Jerusalén hasta el Concilio apostólico, como representante de un cristianismo judí­o moderado, y posteriormente solamente misionero, pero no se sabe adónde le llevaron sus viajes misionales.

Después de Jesús fue P. la cabeza del cristianismo; a él le fueron entregadas las llaves del reino de los Cielos de manos de Jesús: †œyo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos†, Mt 16, 18-19. Por este motivo, P. tuvo la administración de justicia y las decisiones doctrinales y a su vez al papa le correspondieron los mismos derechos como sucesor de P. La intención de Jesús al entregar a éste las llaves fue la de crear una institución que perdurase más allá de la muerte del apóstol.

Según Juan Jesús dio a entender en su aparición a orillas del lago de Genesaret, que P. morirí­a mártir, Jn 21, 18-19. Según la tradición, P. fue crucificado cabeza abajo, en Roma, en tiempos del emperador Nerón, ca. 64 ó 67 d. C., a diferencia de Pablo que por ser ciudadano romano fue decapitado.

De las siete epí­stolas del N. T. dos de ellas se le atribuyen al apóstol P., incluidas dentro de las cartas católicas.

La Primera Epí­stola de San Pedro está dirigida a los cristianos en la diáspora, o los que viven con los gentiles, en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, 1 P 1, 1; es decir, a los cristianos que viví­an en las provincias romanas del norte de Asia Menor; personas recién convertidas al cristianismo. Aquí­ los alienta a perseverar en la fe, pese a las persecuciones y otras dificultades, porque, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, 1 P 1, 3, invitando a vivir dignamente de la gracia procurada mediante la revelación de Jesucristo, 1 P 1, 13; es decir, la segunda venida de Cristo. Invitando también a las mujeres cristianas desposadas con no cristianos a ser sumisas a sus maridos para que, si incluso algunos no creen en la Palabra, sean ganados no por las palabras sino por la conducta de sus mujeres, 1 P 3, 1. Todos deben ser rectos y no deben temer sufrir la injusticia, como la que vivió Cristo, para llevarnos a Dios, 1 P 3, 18. También advierte a quien desobedezca, haga el mal, no ame al prójimo, que el fin se acerca, 1 P 4, 7, y que ha llegado el momento de iniciar el juicio por la casa de Dios, 1 P 4, 17.

La Segunda Epí­stola de San Pedro está dividida en tres capí­tulos. El primero tiene por objeto fortalecer la fe cristiana en la segunda venida de Cristo, la parusí­a, y advierte de los peligros de las falsas doctrinas que se han apartado de la verdadera fe cristiana.

El segundo capí­tulo está basado en la epí­stola de Judas; es un ataque a los falsos doctores. El tercer capí­tulo refuta a los que se burlan, 2 P 3, 3, y confirma la llegada del †œDí­a de Dios†, 2 P 3, 12, incita a no perder la fe, aunque pueda parecer que no llega el dí­a en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán, 2 P 3, 12; esperando que todos lleguen a la conversión, 2 P 3, 9.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., Petros, roca). El más prominente de los 12 apóstoles en los Evangelios y destacado lí­der de los primeros años de la iglesia cristiana. Su nombre original era Simón, un nombre gr. muy común, o más propiamente, Simeón (Act 15:14 [ver nota en RVA]; 2Pe 1:1), un nombre hebreo muy popular.

Era oriundo de Betsaida (Joh 1:44), hijo de un tal Jonás (Joh 1:42; Joh 21:15-17). Como habí­a nacido en Galilea de los gentiles, podí­a hablar en gr., a la vez que su arameo natal estaba lleno de provincialismos en cuanto a pronunciación y dicción (Mat 26:73). El y su hermano Andrés se dedicaban a la dura ocupación de pescadores en el mar de Galilea, y eran compañeros de Juan y Jacobo, los hijos de Zebedeo (Luk 5:7). Era casado (Mar 1:30; 1Co 9:5) y en la época en que Cristo ministraba en Galilea, viví­a en Capernaúm (Mar 1:21, Mar 1:29).

Fue presentado personalmente a Jesús por su hermano Andrés (Joh 1:42). Luego de un perí­odo en el que acompañó a Jesús en la primera parte de su ministerio en Judea (Joh 1:42—Joh 4:43), Pedro volvió a su ocupación habitual.

Al comenzar el ministerio de Cristo en Galilea, Pedro y Andrés, junto con Jacobo y Juan, fueron llamados por Jesús para estar con él en forma permanente y aprender a ser pescadores de hombres (Mar 1:16-20; Luk 5:1-11). Al crecer la obra, Jesús eligió a 12 de sus seguidores para ser sus discí­pulos más cercanos, para capacitarlos en forma especial (Mar 3:13-19; Luk 6:12-16). En las listas de estos 12 discí­pulos designados apóstoles (Luk 6:13), Pedro siempre es mencionado en primer lugar (Mat 10:2-4; Mar 3:16-19; Luk 6:14-16; Act 1:13-14).

La formación de un cí­rculo de discí­pulos más í­ntimo se hace evidente por primera vez cuando Jesús lleva a Pedro, Jacobo y Juan a la casa de Jairo (Mar 5:37; Luk 8:51). Estos tres apóstoles tuvieron también el privilegio de ser testigos de la Transfiguración (Mat 17:1; Mar 9:2; Luk 9:28) y la agoní­a en el huerto (Mat 26:37; Mar 14:33).

Pedro era el vocero natural de los 12 (Mat 16:16, Mat 16:18; Mat 22:41, Mat 22:46; Joh 6:66-69). Por su confesión de fe (Mat 16:16-18), Pedro se identificó con Cristo, la Roca verdadera (Isa 28:16; 1Co 3:11; 1Pe 2:4-5), cumpliendo así­ la predicción de Cristo con respecto a él (Joh 1:42). De esta forma, se convirtió en una roca (petros); y sobre esta roca (petra), compuesta por Pedro y los demás apóstoles, unidos por fe en Cristo, la piedra angular (Eph 2:20), Jesús construirá su iglesia triunfante.

El relato de Hechos interpreta históricamente el uso que Pedro hizo de las llaves al abrir las puertas de la oportunidad cristiana en Pentecostés (Hechos 2), en Samaria (cap. 8) y a los gentiles (cap. 10). El poder de atar y desatar no estaba limitado a Pedro (Mat 18:18; Joh 20:3). Pero Pedro también fue el vocero al tratar de disuadir a Jesús de seguir en el sendero de sufrimiento que el Señor anunciaba, con lo cual se convirtió en piedra de tropiezo (Mat 16:23; Mar 8:33).

Pedro también se destacó en los Evangelios por su participación en la ocasión del pago de los impuestos del templo (Mat 17:24-27), su consulta sobre el lí­mite del perdón (Mat 18:21) y sus palabras a Jesús para recordarle que ellos habí­an dejado todo y le habí­an seguido (Mat 19:27; Mar 10:28). Su figura sobresale en los acontecimientos de la semana de la pasión. El llamó la atención de Jesús con respecto a la higuera que se habí­a secado (Mar 11:21) y junto con otros tres preguntó a Jesús acerca de su predicción referida al templo (Mar 13:3). Junto con Juan fue encargado de preparar la Pascua (Luk 22:8). Pedro se opuso a que el Señor le lavara los pies en el aposento alto y luego, impulsivamente, pasó al otro extremo cuando Jesús le habló de lo que implicaba su negativa (Joh 13:1-11). Le pidió a Juan que averiguara la identidad de aquel que entregarí­a a Jesús (Joh 13:23-24) y resueltamente contradijo a Jesús al ser advertido de sus inminentes negaciones (Mat 26:33-35; Mar 14:29-31; Luk 22:31-34; Joh 13:37-38). En el huerto de Getsemaní­, cuando fue elegido junto con Jacobo y Juan para velar con Cristo, se quedó dormido (Mat 26:37-46; Mar 14:33-42). En celo carnal quiso defender a Jesús, y el Señor lo reprendió por hacerlo (Joh 18:10-11). Huyó con los otros discí­pulos cuando Jesús fue apresado; pero, ansioso por conocer el final, lo siguió desde lejos, fue admitido (por intermedio de Juan) en el patio del sumo sacerdote y allí­, vergonzosamente, negó a su Señor tres veces (Mat 26:58, Mat 26:69-75; Mar 14:66-72; Luk 22:54-62; Joh 18:15-18, Joh 18:25-27). La mirada de Jesús le partió el corazón; salió y lloró amargamente (Luk 22:61-62). No se dice en los Evangelios que Pedro haya sido testigo visual de la crucifixión (pero comparar 1Pe 5:1).

En la mañana de la resurrección, él y Juan corrieron hacia la tumba de Jesús para comprobar lo que habí­a dicho Marí­a Magdalena (Joh 20:1-10). En algún momento, durante ese dí­a, el Señor resucitado se le apareció (1Co 15:5). Cuando Jesús se manifestó a los siete luego de la resurrección, en el mar de Galilea, Juan fue el primero en reconocer al Señor, pero, como siempre, Pedro fue el primero en actuar. Luego de desayunar todos juntos, Cristo probó el amor de Pedro y lo restauró formalmente en su comisión de apacentar a sus corderos (Joh 21:1-23).

El tercer perí­odo en la vida de Pedro comenzó con la ascensión de Jesús. En la primera época de la iglesia (Hechos 1—12), Pedro aparecí­a como el vocero del grupo apostólico, pero no hay indicación alguna de que asumiera algún tipo de autoridad que no ejercieran también los demás apóstoles. El sugirió la elección de un nuevo apóstol para cubrir el lugar de Judas (Act 1:15-26); lleno del Espí­ritu Santo, predicó el sermón de Pentecostés ante los judí­os reunidos (Act 2:14-40) y, junto con Juan, sanó al hombre paralí­tico, el primer milagro apostólico que provocó persecución (Act 3:1—Act 4:21).

Fue utilizado para exponer el pecado de Ananí­as y Safira (Act 5:1-12); fue altamente estimado por el pueblo durante el ministerio de milagros en la iglesia que siguió (Act 5:12-16); y habló en representación de los 12 cuando fue llevado ante el Sanedrí­n (Act 5:27-41). Junto con Juan, fue enviado a Samaria donde, por la imposición de manos, el Espí­ritu Santo cayó sobre los creyentes samaritanos y Pedro expuso los motivos indignos de Simón (Act 8:14-24). Mientras estaba en gira por Judea, Pedro sanó a Eneas y levantó a Dorcas de entre los muertos (Act 9:32-43). A través de una visión divina que tuvo en Jope, Pedro fue preparado y comisionado para predicar el evangelio a Cornelio en Cesarea, abriendo así­ la puerta a los gentiles (Act 10:1-48 [hasta aquí­ sólo a gentiles piadosos y temerosos de Dios]). Esto le atrajo las crí­ticas de los partidarios de la circuncisión en Jerusalén (Act 11:1-18). Durante la persecución de la iglesia que inició Agripa I en el año 44, Pedro escapó de la muerte al ser milagrosamente liberado de la cárcel en que estaba (Act 12:1-19).

En el relato de Hechos, Pedro es mencionado por última vez en relación con la reunión en Jerusalén, donde defendió la libertad de los gentiles (Act 15:6-11, Act 15:14). Las restantes referencias a Pedro en el NT son escasas.

Gal 2:11-21 registra una visita a Antioquí­a de Siria donde su conducta contradictoria provocó una pública reprimenda por parte de Pablo. De 1Co 9:5 puede deducirse que Pedro viajó intensamente, llevando consigo a su esposa, sin duda ocupado en la evangelización de los judí­os (Gal 2:9).

No se sabe nada más de Pedro hasta la escritura de las dos cartas que llevan su nombre, escritas aparentemente desde Roma. La referencia final del NT a los últimos años de Pedro se encuentra en Joh 21:18-19. La interpretación que hace Juan de la predicción de Cristo pone en claro que ésta se refiere a la muerte violenta de Pedro. No hay más referencias a Pedro en el NT fuera de éstas.

La tradición afirma uniformemente que Pedro fue a Roma, trabajó allí­ y sufrió el martirio durante el gobierno de Nerón. La tradición modificada que dice que fue obispo de Roma durante 25 años es contraria a toda la evidencia dada por el NT. Aparentemente llegó a Roma poco después de que Pablo fuera liberado de su primer encarcelamiento allí­.

El carácter de Pedro es uno de los más atrayentes y más ví­vidamente descriptos en el NT. Su profunda humanidad lo ha transformado en uno de los integrantes más amados del grupo apostólico. Era vehemente, impulsivo, enérgico, seguro de sí­ mismo, agresivo y osado, pero también inestable, débil, inconstante y cobarde. Se dejaba guiar más por los impulsos del momento que por el razonamiento lógico, y pasaba rápidamente de un extremo al otro. Era por sobre todo un hombre de acción. Su vida muestra los defectos de su carácter, así­ como su extraordinaria capacidad para el bien. Era directo y muchas veces impetuoso, dado a la inestabilidad y la inconstancia, pero su amor por Cristo y su cercaní­a con él lo convirtieron en un hombre estable, humilde y un valiente servidor de Dios. En el poder del Espí­ritu Santo, se convirtió en uno de los nobles pilares (Gal 2:9) de la iglesia.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(piedra, roca).

Apóstol.

– Su nombre era “Simón”, y Jesús se lo cambió por “Pedro”: (roca, piedra), por la misión que le dio en Mat 16:18.

– Nació en Betsaida, hijo de Jonás, y era pescador con su padre y hermano Andrés: (Jua 1:44, Mat 16:17, Mat 1:16).

– Era casado, y su hermano Andrés lo presentó a Jesús, quien lo eligió para el discipulado y el apostolado: (Mar 1:30, Jua 1:40-42, Luc 5:1-14, Luc 6:1216, Mar 3:13-19).

– Uno de los 3 predilectos Apóstoles: Con Juan y Santiago presenció la resurrección de la hija de Jairo: ( Luc 8:51, Mar 5:37); la Transfiguración: (Mat 17:1, Mar 9:2); y la Oración del Huerto: (Mat 26:37).

– Primací­a entre los Apóstoles.

– Sólo a Pedro le ofreció Jesús las “llaves del reino de los cielos” y el “poder de infalibilidad”, en Mat 16:19, estando enfrente los otros 11.

– Sólo a Pedro le ofreció el “confirma en la fe a los hermanos” en Luc 22:32.

– Sólo a Pedro, enfrente de los otros diez, le mandó Jesús cuidar “sus” ovejas, ¡las ovejas de Cristo!, en Jua 21:15-17. Jesús, el buen pastor, nombraba ahora “su” pastor, después de resucitar, para que el rebano en la tierra no quedara sin “pastor visible”, ¡y se lo mandó tres veces!, ¡y sólo a Pedro!: – En los Hechos vemos a Pedro ejerciendo esta autoridad de Primací­a: Pedro siempre hablaba por todos; los Hechos nos describen siete sermones de Pedro, la mayorí­a estando presentes los otros Apóstoles: (Jua 1:15, Jua 2:14, Jua 3:12, Jua 4:8, Jua 10:34 y 15:7: En el Concilio de Jerusalén, que fue quien primero habló).

-Era un pecador, al único a quien Jesús llamó “Satanás”, porque no querí­a aceptar lo de la cruz: (Mat 16:23). y negó a Jesús tres veces en el palacio del sumo sacerdote: (Mat 26:69-75, Mar 14:70-72).

Pero tení­a un gran corazón: Supo “llorar” su pecado amargamente: (Mat 26:75) . y confesó la divinidad de Jesus y su fidelidad hacia E
(Mat 16:16, Mat 26:33, Mar 8:27-29).

– Era sincero, decí­a lo que sentí­a, y, por eso en algunas ocasiones “metí­a la pata”: Así­ en la Transfiguración, en lo de la cruz, en la última cena, y cuando Jesús andaba sobre las aguas. . . ahí­ la metió tanto, que casi se hundió en el mar: (Mat 14:29-31, Mat 16:2223, Mat 17:4). en la última cena, la metio tres veces: Jua 13:6, Jua 13:9, Mat 26:33-35.

– Después de la resurrección se le apareció junto a los demás Apóstoles, y fue al único apóstol, al que se le apareció individual y personalmente, Luc 24:32, 1Co 15:5.

– Murió crucificado con la cabeza para abajo, por no considerarse digno de morir como su Senor.

(en Roma). Escribió dos Epí­stolas: La Primera es “la carta de la esperanza”, en la que presenta a Jesús como la preciosa piedra angular de nuestra fe y de su única Iglesia. La escribió después de morir San Pablo, en el perí­odo de las grandes persecuciones y calumnias. fue la carta de los mártires cristianos, y sigue siendo la carta consoladora de los que sufren y de la Iglesia perseguida de todos los tiempos.

La Segunda presenta a Jesús “nuestra fortaleza”: La primera era para alentar las persecuciones de los creyentes. esta segunda es todaví­a más importante: Para advertirnos de los horrorosos sufrimientos y peligros que nos vendrán desde “dentro de la Iglesia” y cómo superarlos. El cap. 3 es, posiblemente, el más aterrador de toda la Biblia: “Por el fuego será abrasada la tierra entera. y los cielos también seran encendidos, se disolverán y derretirán con el ardor del fuego”. y, aquí­ viene to glorioso, “habrá unos cielos nuevos y una tierra nueva”: (1Co 3:7-13).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Apóstol del Señor Jesús (Mat 10:2-4; Mar 3:16-19; Luc 6:14-16; Hch 1:13). También llamado Simón y Cefas. Era de †¢Betsaida, pescador de profesión. Su hermano †¢Andrés, tras encontrarse con el Señor, fue y buscó a P. y le dijo: †œHemos hallado al Mesí­as…. Y le trajo al Señor Jesús†, quien le puso el sobrenombre de †œCefas (que quiere decir, Pedro)† (Jua 1:40-42). La palabra Cefas significa †œpiedra† en arameo. P. es su traducción al griego.

Admirado más tarde por el milagro que Cristo hizo de una pesca milagrosa, escuchó de los labios del Maestro las palabras: †œNo temas, desde ahora serás pescador de hombres† (Luc 5:1-10). Junto con Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo y pescadores como él, P. formó parte del cí­rculo más í­ntimo de los discí­pulos, y fue testigo de los muchos milagros y prodigios hechos por el Hijo de Dios.
de los apóstoles, entre ellos P., eran casados. El Señor sanó a su suegra de una fiebre (Mar 1:30-31). Las exigencias de los viajes junto al Señor hizo que P. no pudiera estar todo el tiempo en su casa, por lo cual dijo al Cristo en cierta ocasión: †œHe aquí­, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido†. A lo cual Cristo contestó que †œcualquiera que haya dejado casas … o mujer … por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna† (Mat 19:27-29). Pero después de la resurrección parece que la esposa de P. le acompañó en alguna parte de su ministerio, porque Pablo dice: †œ¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?† (1Co 9:5).
temperamento impetuoso, P. estaba siempre listo para hablar, tomando la iniciativa entre los discí­pulos. Así­, cuando una mujer toca al Señor en medio de una multitud y éste pregunta que quién le habí­a tocado, P. es quien le dice: †œMaestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?† (Luc 8:43-46). Cuando estaban bogando los apóstoles en medio del †¢mar de Galilea, con un fuerte viento contrario, fue P. el único que se atrevió a pedir al Señor que le hiciera andar sobre las aguas (Mat 14:23-32). Y cuando no entendí­a las palabras de Cristo, le rogaba: †œExplí­canos esta parábola† (Mat 15:15). Era él quien la mayorí­a de las veces hací­a las preguntas (†œSeñor, ¿dices estas parábola a nosotros, o también a todos?† [Luc 12:41]; †œ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí­?† [Mat 18:21]). Cuando Cristo comenzó a hablar de su muerte, P. le dijo: †œSeñor … en ninguna manera esto te acontezca† (Mat 16:22).
se dice explí­citamente, pero P. actuaba como una especie de vocero de los demás discí­pulos. Ante la pregunta de Cristo: †œY vosotros, ¿quién decí­s que soy yo?†, fue Pedro quien respondió: †œTú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente†. Esto lo repitió en otra ocasión (†œSeñor, ¿a quién iremos?… nosotros hemos creí­do y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente† [Jua 6:68]). Así­ lo comprobarí­a P., cuando fue testigo de la †¢transfiguración y oyó la †œvoz desde la nube†, que decí­a: †œEste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia† (Mat 17:5).
entusiasmo de P., sin embargo, le conducí­a a confiar demasiado en sí­ mismo. Dijo a Cristo: †œAunque me sea necesario morir contigo, no te negar醝 (Mat 26:35); †œMi vida pondré por ti† (Jua 13:37). Pero el Señor le predijo que le negarí­a. Aunque acompañó a Cristo en el huerto de †¢Getsemaní­, se rindió al sueño (Mat 26:40). Cuando comí­an la última cena y el Señor habló de que alguien le iba a entregar, P. hizo señas a Juan para que preguntara de quién estaba hablando. Pero el momento crí­tico llegó cuando †¢Judas vino con una turba a prender al Señor. Inicialmente, P. se portó valientemente y cortó la oreja a uno, cosa que el Señor no aprobó, y sanó al herido (Jua 18:10-11). Pero más tarde, ante la declaración de una muchacha que le reconoció en el patio del sumo sacerdote, P. †œnegó con juramento† diciendo que no conocí­a a Jesús, quien era interrogado en ese momento delante de sus ojos. Al oí­r †œel canto del gallo†, P. salió afuera y †œlloró amargamente† (Mat 26:75).
cambiarí­a tras la †¢resurrección. P. fue con †¢Juan y vio la tumba vací­a †œy los lienzos puestos allí­† (Jua 20:1-7). Estuvo en el aposento donde el Señor apareció diciendo a sus discí­pulos: †œPaz a vosotros† (Jua 20:19, Jua 20:26). Le vio a orillas del mar de Galilea y comió pan y pescado con él (Jua 21:1-13). En esa ocasión el Señor le preguntó tres veces: †œ¿Me amas?† Y le ordenó que cuidara de sus ovejas. Estuvo con Cristo dí­as enteros recibiendo sus enseñanzas †œdurante cuarenta dí­as† y le contempló cuando subí­a al cielo (Hch 1:1-9).
P. quien propuso que se eligiera a alguien en el lugar de Judas. Y con los creyentes perseveraba †œen oración y ruego†, cuando el Espí­ritu Santo cayó sobre todos en el dí­a de Pentecostés. A él le correspondió predicar el primer sermón de los apóstoles para explicar a la multitud la causa de aquel suceso (Hch 1:15; Hch 2:1-40). Más tarde darí­a también la primera exposición del evangelio a un gentil, †¢Cornelio, cumpliéndose así­ la profecí­a que el Señor habí­a dicho: †œY a ti te daré las llaves del reino de los cielos† (Mat 16:19).
maravillas se manifestaron en la vida de P. al desarrollar su ministerio apostólico. Un cojo fue sanado en †œla puerta del templo que se llama la Hermosa† (Hch 3:1-11). Los esposos †¢Ananí­as y †¢Safira murieron al intentar engañar a a los apóstoles con el precio de una heredad (Hch 5:1-10). P. fue encarcelado junto con el resto de los apóstoles, pero †œun ángel del Señor† los liberó (Hch 5:17-21). De nuevo fueron llevados ante las autoridades que les prohibí­an dar su mensaje, y P. declaró por los demás, diciendo: †œEs necesario obedecer a Dios antes que a los hombres† (Hch 5:29). Los apóstoles fueron azotados, pero insistieron en su predicación.
és de presentar el evangelio a †¢Cornelio y regresar a Jerusalén, P. tuvo que explicar a los hermanos judí­os convertidos en Jerusalén lo que habí­a acontecido con aquellos gentiles. Tras escucharlo, estos hermanos dijeron: †œÂ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!† (Hch 11:1-18). En esos dí­as el rey †¢Herodes comenzó una persecución, y mató a Jacobo y puso a P. en la cárcel otra vez. Pero un ángel del Señor le sacó de ella milagrosamente (Hch 12:1-18).
ás tarde, reunidos los hermanos para discutir si los gentiles debí­an guardar las ordenanzas de Moisés, P. recomendó que no se les impusiera †œun yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar† (Hch 15:7-11). Entre los creyentes de entonces, se juzgaba que a P. le habí­a sido encomendado de manera especial la predicación entre los judí­os, o †œde la circuncisión†, mientras que a Pablo †œel evangelio de la incircuncisión† (Gal 2:7-9). A pesar de esto y de su experiencia personal en el caso de Cornelio, a P. no le resultaba fácil tratarse con gentiles, especialmente en presencia de creyentes judí­os (Gal 2:11-14).
és de estos hechos, registrados todos en el NT, no se tienen muchos datos sobre el desenvolvimiento posterior del ministerio de P. De las dos epí­stolas que llevan su nombre, hay acuerdo universal en cuanto a que la primera es de su autorí­a. No así­ la segunda, que se piensa fue escrita quizás en fecha posterior a la de su muerte. De todos modos, como su primera carta está dirigida a los †œexpatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia† (1Pe 1:1), es evidente que algún tipo de relación tuvo P. con los hermanos de esas regiones. Muchos creen que predicó personalmente por allí­.
testimonios de los llamados padres de la iglesia indican que P. y Pablo estuvieron juntos en Roma. Posiblemente P. estuvo en Roma antes que Pablo, porque éste dice en Rom 15:20-22 que no habí­a ido a esa ciudad porque era su costumbre ir a lugares ví­rgenes en cuanto al evangelio, †œno donde Cristo ya hubiese sido nombrado†. Además, las evidencias de que Primera Pedro fue escrita desde Roma son prueba de la presencia de P. en aquella ciudad, donde murió como mártir. Una tradición dice que le crucificaron cabeza abajo, a solicitud propia en tiempos de Nerón, alrededor del año 64 d.C. Excavaciones arqueológicas hechas en la colina del Vaticano dieron como resultado el hallazgo de un sepulcro señalado como el de P.
ás el tema que más se discute alrededor de la vida de este apóstol es la interpretación que debe darse a las palabras de Cristo: †œY yo también te digo, que tú eres P., y sobre esa roca edificaré mi iglesia…. Y a ti daré las llaves del reino de los cielos…† (Mat 16:18-19). En esta declaración se basa la Iglesia Católica para dogmatizar sobre la institución del papado, diciendo que P. y sus sucesores, son †œla roca† o †œla piedra† sobre la cual Cristo edifica su iglesia. Los creyentes evangélicos rechazan esa manera de pensar, †œporque nadie puede poner otro fundamente que el que está puesto, el cual es Jesucristo† (1Co 3:11). El mismo P. escribió que Cristo es la †œpiedra viva† y †œla principal piedra del ángulo†, sobre la cual se edifica la iglesia (1Pe 2:4-8).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG APOS HOMB HONT

ver, PEDRO (Epí­stolas)

vet, (lat. “Petrus”, del gr. “Petros”: un trozo de roca, un canto rodado, en contraste con “petra”, una masa rocosa; cfr. “petra” en Mt. 7:24, 25; 27:51, 60; Mr. 15:46; Lc. 6:48, donde se menciona como fundamento seguro; véanse los artí­culos PIEDRA y ROCA en el “Diccionario Expositivo de palabras del Nuevo Testamento” de W. E. Vine). Cristo dio a Simón, el hijo de Jonás, el sobrenombre de Cefas (forma aramea, cfr. Jn. 1:42; 1 Co. 1:12, etc.) al encontrarlo por primera vez. Simón, su hermano Andrés, y el padre de ellos, Jonás, estaban asociados con Zebedeo y sus hijos, todos ellos pescadores del lago de Genesaret (Mt. 4:18; Mr. 1:16; Lc. 5:3 ss.). Simón Pedro, originario de Betsaida (Jn. 1:44) pasó a residir en Capernaum con su familia (Mt. 8:14; Lc. 4:38). Pedro, que muy probablemente era discí­pulo de Juan el Bautista, fue presentado a Jesús por Andrés, hermano de Pedro (Jn. 1:41, 42). Andrés era uno de los dos discí­pulos de Juan el Bautista que oyeron la declaración de que Jesús (que volví­a de su triunfo sobre la tentación en el desierto) era el Cordero de Dios, el Mesí­as (Jn. 1:35- 41). Jesús discernió rápidamente la naturaleza de Simón, y cambió inmediatamente su nombre por el de Cefas (gr. “Petros”, ver primer párrafo más arriba). Pedro, al igual que los primeros discí­pulos, recibió tres llamamientos de su Maestro a que viniera a ser Su discí­pulo (Jn. 1:40; cfr. Jn. 2:2) a que lo acompañara constantemente (Mt. 4:19; Mr. 1:17, Lc. 5:10) a que fuera uno de los apóstoles (Mt. 10:2; Mr. 3:14, 16; Lc. 6:13, 14). Tuvo, ya desde el principio, un papel destacado entre los discí­pulos a causa de su fervor, de su energí­a e impetuosidad. Pedro se encuentra siempre encabezando las listas (Mt. 10:2; Mr. 3:16; Lc. 6:14; Hch. 1:13). Tres de los discí­pulos de Jesús eran amigos í­ntimos de El: Pedro es nombrado en primer lugar (Mt. 17:1; Mr. 5:37; 9:2; 13:3; 14:33; Lc. 8:51; 9:28). El es el portavoz de los apóstoles; el primero en confesar que Jesús es el Cristo de Dios (Mt. 16:16; Mr. 8:29), pero también el que intenta desviar a Su Maestro del camino del sufrimiento (Mt. 16:22; Mr. 8:33). La vida de Pedro presenta tres etapas: (a) En primer lugar el perí­odo de formación, expuesto en los Evangelios. En estos años de relación con el Maestro aprendieron a conocer a Cristo y a conocerse a sí­ mismos. La triple negación del presuntuoso apóstol puso fin a este perí­odo (Mt. 26:69 ss.; Mr. 14:66 ss.; Lc. 22:54 ss.; Jn. 18:15 ss.). Cuando Jesús se encontró con Sus discí­pulos en el mar de Tiberias, puso a prueba a Pedro haciéndole tres preguntas, y restableciéndolo después en el apostolado (Jn. 21:15 ss.). (b) Al comienzo de los Hechos se expone el segundo perí­odo, durante el cual Pedro condujo a la Iglesia con audacia y firmeza. Llevó a los hermanos a reemplazar a Judas por un discí­pulo que hubiera conocido al Señor (Hch. 1:15-26). Después del derramamiento del Espí­ritu Santo, en el dí­a de Pentecostés, Pedro explicó el sentido de este milagro a la muchedumbre de judí­os reunidos en Jerusalén (Hch. 2:14 ss.). Fue el principal instrumento en la curación del paralí­tico y se dirigió acto seguido al sanedrí­n (Hch. 3:4, 12; 4:8). Amonestó a Ananí­as y a Safira (Hch. 5:3, 8). El gran discurso que pronunció en el dí­a de Pentecostés abrió a los judí­os la puerta de la salvación (Hch. 2:10, 38). Pedro la abrió, asimismo, a los gentiles, al dirigirse a Cornelio y a los que estaban en su casa (Hch. 10), haciendo así­ uso de las llaves de que Cristo le habí­a hablado (Mt. 16:19). (c) El tercer perí­odo queda marcado por un trabajo humilde y perseverante revelado en las dos epí­stolas de Pedro. Una vez hubo echado los cimientos de la Iglesia, abandonó el primer plano, y trabajó desde la oscuridad para la expansión del Evangelio. Desde entonces, desaparece de la historia, y es Jacobo quien aparece dirigiendo la Iglesia en Jerusalén (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 2:9, 12). Pablo se dirige a los gentiles (Gá. 2:7); Pedro, apóstol de la circuncisión (Gá. 2:8), anunció el Evangelio a los judí­os de la dispersión; dejó Jerusalén a Jacobo, y el mundo grecorromano a Pablo. La última mención que se hace de él en Hechos (Hch. 15) lo presenta en el concilio de Jerusalén, defendiendo que los gentiles debí­an ser admitidos en la Iglesia, y defendiendo asimismo la libertad evangélica, postura ésta que prevaleció. Pedro es mencionado en Gá. 2:11, a propósito del incidente de Antioquí­a; es posible que estuviera en Corinto (1 Co. 1:12) y en la ribera del Eufrates, o en Babilonia (1 P. 5:13). Acompañado de su esposa, prosiguió, sin duda, sus viajes misioneros (1 Co. 9:5). Finalmente, glorificó a Dios en su martirio (cfr. Jn. 21:19). Pedro nos es conocido sólo por las anteriores menciones y por sus dos epí­stolas, donde traslucen su humildad y tacto. Pedro respalda la autoridad de Pablo y Judas y exhorta a sus lectores a permanecer firmes en la fe que comparten con sus hermanos. Visto a lo largo de los Evangelios, de Hechos y de las Epí­stolas, el carácter de Pedro no se contradice nunca, este hombre de acción tiene los fallos propios de sus cualidades (Mt. 16:22; 26:69-75; Gá. 2:11), que son inmensas. El entusiasmo era consustancial a su persona. Transformado por el Espí­ritu de Cristo, Pedro se señala por su amor a su Maestro, por su caridad, y por su clara percepción de las verdades espirituales. La vida de este discí­pulo está repleta de enseñanzas. Sus escritos sondean las profundidades de la experiencia cristiana y alcanzan las más altas cumbres de la esperanza. La historia no añade mucho a lo que sabemos de Pedro por el NT. Hay buenas razones para admitir la tradición que afirma que Pedro fue crucificado en la época en que Pablo fue decapitado, hacia el año 68 d.C.. Jesús habí­a predicho el martirio de Pedro (Jn. 21:19). No es imposible que hubiera sufrido el martirio en Roma. Su vida ha suscitado multitud de leyendas. Escritos apócrifos muy antiguos, debidos a los ebionitas (una secta herética que persistió entre el siglo I y VII d.C.), extendieron la leyenda de que Pedro habí­a sido obispo de Roma durante 25 años. El examen atento de las fuentes de esta tradición y de su contenido no permite admitirla como historia. Por lo que respecta al papel atribuido a Pedro por la Iglesia de Roma, se debe examinar qué es lo que realmente dice el NT acerca de ello: (a) La interpretación de las palabras: “Tú eres Pedro…” (Mt. 16:18) es dada por el mismo apóstol. Hay solamente una roca fundamental: el Cristo. Los creyentes son las “piedras vivas” que vienen a ser edificadas sobre este único fundamento básico, y Pedro, el primer confesor del nombre de Jesús (Mt. 16:15-16), fue la primera de estas piedras individuales (cfr. 1 P. 2:4-6). El apóstol desarrolla el mismo pensamiento en Hch. 4:11- 12. Pablo confirma esta enseñanza: Cristo es la piedra angular del templo espiritual del Señor; los apóstoles (en plural) y los profetas son su fundamento, sobre el que son edificados los creyentes (Ef. 2:20-22). (b) Pedro jugó un papel histórico capital al abrir la puerta del Evangelio a los judí­os el dí­a de Pentecostés y a los gentiles en casa de Cornelio (Hch. 2:10; cfr. 14:27). Por otra parte, el poder de atar y desatar no le fue dado sólo a él, sino también a los discí­pulos (Mt. 16:19; 18:15-18; Jn. 20:23). Desde entonces, los cristianos proclaman, en todos lugares, el perdón de los pecados que Dios concede en Jesucristo (Hch. 10:43; 8:22; Ro. 10:9-13); cumplen la función de embajadores de Cristo (2 Co. 5:18-20), aportando vida, pero también muerte (2 Co. 2:15- 16), porque quien los rechaza, rechaza al mismo Señor (Lc. 10:16). (c) Pedro no vino a ser cabeza de la iglesia, ni “vicario de Cristo”. Si bien juega un importante papel en primer plano en el inicio de Hechos, después desaparece. En el concilio de Jerusalén él dio su consejo, pero fue Jacobo quien intervino de manera decisiva; la resolución final fue tomada en nombre de los apóstoles, de los ancianos y de los hermanos, inspirados por el Espí­ritu Santo (Hch. 15:7, 13, 22, 28). En el relato de Lucas, Pablo ocupa desde entonces el primer lugar, y Pedro es simplemente una de las tres “columnas de la iglesia” mencionadas en Gá. 2:9 (siendo, el mismo Pedro citado después de Jacobo). Está claro que la doctrina del NT es que sólo el Señor Jesucristo resucitado es la cabeza de la Iglesia (Ef. 1:22; Col. 1:18), y que jamás rendirá Su sacerdocio, que es intransmisible (gr., He. 7:24). (d) Además, Pedro no fue “obispo de Roma durante veinticinco años”, no pudiendo haber sido un primer papa. Su muerte tuvo lugar alrededor del año 68, por lo que hubiera debido hallarse en Roma desde el año 43, lo que es imposible en base al NT. Escribiendo a los romanos alrededor de los años 57-65, Pablo hace saludar a treinta personas de su comunidad, entre las que no figura Pedro (Ro. 16); se trata de Priscila y de Aquila, y de la iglesia que está en su casa (cfr. Ro. 16:5). Pablo no hubiera escrito de esta manera (Ro. 15:20-24) si se tratara de una iglesia fundada por Pedro. Cuando Pablo llegó a Roma en el año 60, se encontró conque los judí­os de allí­ no sabí­an nada del Evangelio, y otra vez Pedro no es mencionado (Hch. 28:15 ss.). Su nombre no figura tampoco en las Epí­stolas de la cautividad, ni aun en la Segunda a Timoteo, escrita poco antes de su muerte hacia el año 68 (cfr. 2 Ti. 4:16, que serí­a impensable de Pedro). (e) Finalmente, Pedro, con todas sus cualidades y sus experiencias, ni era infalible ni tení­a una autoridad superior a la de los otros apóstoles. En Antioquí­a, Pablo lo resistió cara a cara “porque era de condenar”; acerca de este incidente, Pablo habla de miedo a los hombres, de simulación, e incluso de hipocresí­a, y de un andar no recto ni conforme a la verdad del Evangelio (Gá. 2:11-14). Sin embargo, Pedro es una de las más grandes figuras, no sólo del NT, sino de toda la Biblia. Su vida entera fue consagrada al Señor desde el dí­a de su llamamiento. Su ardor y celo por su Señor, su perseverancia, humildad, mansedumbre, su cuidado de la grey del Señor, su afán por predicar las buenas nuevas de la salvación de Dios, todo ello ampliamente testificado en las Escrituras, nos da una bella imagen del discí­pulo consagrado, y constituye una vida a estudiar y un ejemplo a seguir. Bibliografí­a: Véase al final de PEDRO (EPíSTOLAS DE).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(v. Iglesia apostólica, modelos apostólicos, Papa)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
SUMARIO: 1. Pedro en los evangelios: a) El nombre de Simón; b) El apelativo “Cefas”. – 2. Datos coincidentes. – 3. Personalidad llena de contrastes. – 4. Perfil de la figura de Pedro en cada evangelista. – 5. La figura de Pedro como “sí­mbolo”.

Quiero presentar cuatro conclusiones de cuatro investigadores que acotan en sus justos lí­mites los problemas teológicos, jurí­dicos, eclesiológicos, confesionales en torno a la figura de Pedro. Seda Rigaux comienza así­ su artí­culo (“San Pedro y la Exégesis contemporánea”) (cfr. Bibl.): “La persona, la historia y el primado de Pedro son temas importantes y discutidos en la exégesis contemporánea. El texto de Mateo 16, 18-19 constituye el epicentro de las discusiones y las divergencias. A más de uno le ha hecho perder la sangre frí­a. Si bien un cronista no puede permanecer neutral en medio de la tempestad, cabe exigirle la mayor objetividad posible… Es indudable que la exegesis protestante ha abandonado en puntos de importancia ciertas posiciones durante largo tiempo mantenidas como verdaderas por la Reforma. Los exegetas católicos se han esforzado por no imponer a los textos un sentido y un alcance que no son de hecho más que prolongaciones teológicas. La historia dirá si un común amor a la verdad y el respeto de las reglas estrictas de una interpretación objetiva llegarán a vencer un dí­a las oposiciones confesionales”.

Sobre la “transmisibilidad” de las perrogativas de Pedro, F. Refoulé escribe (“Primauté de Pierre dans les Evangiles”, 1964): “Los textos evangélicos, si se toman en sí­ mismos, no confirman ni debilitan explicitamente la posibilidad de esa transmisión. De hecho, los exegetas y los teólogos la niegan o la afirman en nombre de una determinada concepción de la Iglesia y de la gracia de la nueva alianza en comparación con la antigua; de ahí­ que se enfrenten sí­ntesis teológicas diferentes y esa es la razón de que el debate haya resultado hasta hoy tan poco fecundo”.

R. Pesch (“Lugar y significación de Pedro en la Iglesia del Nuevo Testamento”): “Hoy es un hecho reconocido, aunque no evidente, que no cabe mezclar los planteamientos histórico-exegéticos y los sistemático-crí­ticos, los de la teologí­a fundamental y los de la dogmática, y que la investigación neotestamentaria debe distinguir cuidadosamente entre cada uno de los datos históricos e histórico-tradicionales y la valoración teológica del testimonio conjunto del Nuevo Testamento que en ellos se basa. Según Wolfgang Trilling, la observancia de esta metodologí­a traerí­a como consecuencia “que del testimonio del Nuevo Testamento como tal no cabe obtener una respuesta adecuada al problema de si en él se conoce o no se conoce, es decir, se excluye (como O. Cullmann) una sucesión de Pedro o en el “oficio de Pedro”.

J. Blank termina su artí­culo (“Tipologí­a y ministerio de Pedro en el Nuevo Testamento”) con estas frases: “¿Puede fundamentarse desde el Nuevo Testamento un ministerio de Pedro en la Iglesia? La respuesta es sí­ y no. NO, si este ministerio importa una orientación especial al primado romano. Aquí­ entraron en juego nuevos aspectos histórico-culturales, que en la primera época eran totalmente imprevisibles. Y sí­, en un aspecto muy amplio, quizá como punto simbólico de inserción de todo “ministerio eclesiástico”, en el sentido de testimonio de la auténtica tradición de Jesús, de su conservación y siempre nueva representación en la doctrina y en la praxis. Desde esta perspectiva podrí­a, tal vez, entenderse “Pedro” como “tipo” de la unidad del “ministerio”. Además de esto, como “roca” de la “ecclesia” de Jesús, continúa siendo fundamento único y exponente claro de la siempre necesaria vinculación de toda la Iglesia a su origen indiscutible, Jesucristo”.

En nuestro trabajo, que se circunscribe a estudiar la figura de Pedro solamente en los Evangelios, presentamos de modo informativo su persona y actividad, evitando todo otro tipo de cuestiones controvertidas. Nadie discute hoy el lugar preponderante que la tradición concede a Pedro, aunque no siempre se saquen las mismas conclusiones.

1. Pedro en los evangelios
Sobre la base de un núcleo tradicional, común a los cuatro evangelistas, se describen, por una parte, los rasgos y datos coincidentes (biográficos, actuación al lado de Jesús y en la comunidad, situación en el grupo…) y, por otra parte, se describen los aspectos redaccionales con que cada evangelista perfila y presenta, de un modo más o menos singular, la figura de Pedro.

a) El nombre de Simón
Simón, nombre original de Pedro, aparece en los cuatro evangelios. Lo mismo que su hermano Andrés, recibe de su padre Juan un nombre griego, en la ciudad helenizada de Betsaida (Bar Yona) (Mt 16, 17; Jn 1, 41; 21, 14-17) —Mateo le da el nombre de Simón solamente dos ves (17, 25; y 16, 17 con Bar Yona). Después de identificar a Simón con Pedro (4, 18; 10, 2), Mateo siempre lo llama “Pedro”. —Marcos, hasta la elección de los Doce, donde a Simón le impone el nombre Pedro (3, 15), Marcos usa siempre el nombre “Simón” (1, 16-29, 30, 36; y también 14, 37). -Lucas usa el nombre “Simón” (4, 38; 5, 3, 4, 5, 10) hasta que se le da el nombre “Pedro” (6, 14), exceptuando el nombre compuesto “Simón Pedro” (5, 8); “Simón Simón” (22, 31=negaciones), confesión de Pascua (24, 34=”se apareció a Simón”). -En el evangelio de Juan, “Simón-hijo de Juan” parece únicamente en labios de Jesús (1, 42; 21, 15, 16-17); a los discí­pulos se lo presenta con el simple nombre de Pedro (1, 44; 13, 8, 37; 18, 11, 16, 17, 18, 26, 27; 20, 3-4, 6; 24, 7, 17, 20, 21) o con el nombre compuesto “Simón Pedro” (6, 8, 68; 13, 6, 9, 24, 36; 18, 10, 15, 25; 20, 2; 21, 2, 3, 7, 11-15).

b) El apelativo “Cefas”
“Cefas” es el sobrenombre o apelativo de Simón (Pedro). Transcripción al griego del arameo “Kefa”; significa “cosa” y no aparece como nombre propio antes de la era cristiana; pronto se convirtió en nombre propio junto a la traducción griega, “Petros”, que significa “piedra”, nombre este preferido por los cristianos de habla griega y que entre los evangelistas lo conserva solamente Juan: “Tu eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas, que quiere decir Pedro” (Petros) (1, 42). No sabemos cuándo tuvo lugar la transformación semántica de “piedra” en “roca” (petra) (Mt 16, 18). El tí­tulo honorí­fico Cefas no pudo Simón recibirlo de Jesús; prueba de ello es que en boca de Jesús aparece constantemente el nombre de “Simón”, incluso en una excepción debida a la redacción de Lucas (22, 34) y que la imposición del nuevo nombre ocupa en los evangelios lugares diferentes (Mc 3, 16; Cfr Jn 1, 42).

El nuevo nombre se debe a su inquebrantable confianza en Jesús (Lc 22, 31 s) y a su vocación como primer testigo de la resurrección (24, 34), es el nombre que corresponde a quien funda y garantiza la fe de la Iglesia, confirma a sus hermanos(Lc 22, 32) y los dirige (Jn 21, 15-17) como cabeza de los Doce y “primer cristiano” (R. Pesch, art. cit. en Bibl. 23-24). La promesa vinculada al cambio de nombre tiene antecedentes (Gen 18, 4-5; 35, 10). Bajo este nuevo nombre, que es a la vez promesa y programa de acción, “Cefas-Pedro” entra como primer actor en el escenario de la historia de la salvación.

2. Datos coincidentes
Estos datos los presentamos tal como aparecen en los evangelios, sin intentar determinar cuales pertenecen al tiempo de Jesús y cuáles al tiempo postresurreccional: -Simón, originario de Betsaida (Jn 1, 44) y casado en Cafarnaún (Mc 1, 21, 29), pescador, hijo de un tal Jonás (Mt 16, 17) o Juan (Jn 1, 42; 21, 15-17), se convierte en seguidor de Jesús, perteneciendo al cí­rculo de sus í­ntimos en el oficio misionero. Es el primer discí­pulo que recibe la llamada de Jesús (Mt 4, 18 y par) (Cfr Jn 1, 40ss); en la lista de los Doce es citado el primero (Mc 3, 16 y par; Cfr Hech 1, 13) y en los relatos de vocación (Mc 1, 6-17 y par.), Mateo destaca que “es el primero” (10, 2). El evangelio de Juan está en esta misma lí­nea, a pesar del importante papel que desempeña el “discí­pulo amado”; el cuarto evangelio reconoce desde el principio, que Jesús ha dado el nombre de Roca (1, 42) y destaca la confesión decisiva de Pedro: “Se encaró Jesús con los Doce ¿También vosotros queréis marchar? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creí­do y conocido que tu eres el santo de Dios” (Jn 6, 66-69). Forma parte, con Santiago y Juan, del cí­rculo más í­ntimo de Jesús, citado siempre en cabeza; con ellos asiste a momentos especiales como la curación de la hija de Jairo (Mt 9, 18-19, 23-26), la transfiguración (Mt 17, 1-13 y par.), escena de Getsemaní­ (Mt 26, 37 y par). Se dirige al Señor como portavoz del grupo (Mt 17, 4; 18, 21; 19, 27; 26, 33-35; Mc 8, 29; Luc 22, 31). Y Jesús se dirige a Pedro personalmente cuando habla a los Doce (Mc 8, 33; 14, 37; Lc 22, 31).

En el relato de las apariciones se destaca a Pedro de los otros discí­pulos (=Pero vosotras id a decir a sus discí­pulos, sobre todo a Pedro… Mc 16, 7; Cfr 1, 36). Igualmente es portavoz de los Doce en escenas tan significativas como la curación de la “hemorroisa” (Lc 8, 45), y en otras ocasiones (Mc 11, 21; Mt 15, 14; 18, 21; Lc 12, 41). Y sobre todo, la confesión de Cesarea (Mt 16, 13-20; Mc 8, 27-30; Lc 9, 18-21).

3. Personalidad llena de contrastes
Por una parte, es el discí­pulo que confiesa al Mesí­as (Mc 8, 27-30 y par.), y es agraciado con grandes promesas (Mt 16, 17-19; Lc 22, 31s; Jn 21, 15-17). Por otra parte, es el discí­pulo al que Jesús rechaza como “Satanás” (Mc 8, 31-33 par.), el que aparece como ejemplo de fe dubitativa, como “hombre de poca fe” (Mt 14, 28-31=”Pedro hundiéndose en las aguas”), el que niega a Jesús (Mc 14, 29-31, 53-54, 66-72 par.). Aparece “arrogante”. “Aunque todos se escandalizan de ti, yo jamás me escandalizaré” (Mt 26, 33); “temerario”: “Simón Pedro desenvainó la espada…” (Jn 18, 10), “cobarde”: “Antes de que cante el gallo me negarás tres veces; y saliendo fuera, lloró amargamente” (Mt 26, 70), “desconcertado” en el sepulcro (Lc 24, 12). “Es curioso observar que (esta unión de contrastes) aparece en todos los testigos neotestamentarios de la tradición de Pedro, lo cual podrí­a ser exponente de un “núcleo” histórico. La primitiva tradición no cayó en absoluto en idealizaciones unilaterales de la figura de Pedro. Pero más tarde, con frecuencia se acentuó, por desgracia, sólo el lado positivo del simbolismo de “Pedro”, mientras el lado negativo apenas se mencionaba o se pasaba incluso en silencio” (J. BLANK, art. cit. en bibl. 350-351).

4. Perfil de la figura de Pedro en cada evangelista
-Mateo describe a Pedro más cercano, más ligado y unido a Jesús, mediantetoques redaccionales y tradiciones que le son propias: ejemplos: Pedro camina sobre las aguas (14, 28); la promesa hecha a Pedro (“roca y llaves”) (16, 16-19); relato de la moneda en la boca del pez (17, 24-27). Por eso, en comparación con Marcos, Mateo da una preeminencia destacada a Pedro (10, 2; 14, 28-29, 30-31; 16, 13, 16, 17-19. 22-23). En la escena de la Transfiguración Mateo omite la frase de Marcos (9, 6a): “no sabí­a lo que decí­a”. En la lista de los discí­pulos de Jesús, Mateo nombra a Pedro como “protos”, el primero de los apóstoles. Para comprender que significa esto, hay que notar que Mateo, a través de la sección 4, 18-10, 4, presenta a Jesús invitando a los discí­pulos a seguirlo. Mateo, con su lista de los Doce, no sólo manifiesta la sucesiva llamada de los discí­pulos, que termina en la formación del grupo, sino que también determina el orden exacto en el que ha previamente descrito la llamada de los cuatro primeros discí­pulos. Esto sugiere que da gran importancia a este orden, y Pedro, que es uno de los Doce, es el “primero” en esta lí­nea. La primacia de Pedro es, pues, desde el punto de vista de la historia de la salvación. “Pedro es la “roca” no en razón de ser elevado a un oficio superior, o aparte de los otros discí­pulos, sino por razón de que fue el primero de los discí­pulos que Jesús llamó” (J. D. KINGSBURY, The Figure of Peter in Matthew’s Gospel as an Theological Problem, JBL (1979)). De este modo se “liga a Pedro completamente con Jesús, que es el mediador de la revelación. Siempre que la Iglesia se asienta sobre la doctrina de Jesús, está edificada -según Mateo- sobre el fundamento de Pedro, que es el tradente de la revelación, y a quien se ha concedido el poder de las llaves con la autoridad para atar y desatar, ejercido en el momento presente por el conjunto de la comunidad unánime (18, 19). Puesto que quiere encarecer la sujeción de la Iglesia a las enseñanzas de Jesús. Mateo tipifica así­ más la figura de este, en la cual figura esboza -por decirlo así­- la norma apostólica de la Iglesia” (R. PESCH, DENT, 919).

Los cristianos de la comunidad de Mateo enlazan los comienzos de la iglesia con el ministerio de Jesús (4, 17-16, 20), y dentro de este ministerio el “honor” es para Pedro por ser el “primero” que fue llamado (4, 18, 21; 8, 19-21; 10, 2-4). La comunidad ve a Pedro como portavoz y como representante suyo en la confesión de Cesarea de Filipo (16, 16); también lo ve como el “primero” de los discí­pulos que hace la “fundación” de la iglesia (16, 18) y recibe las llaves, y así­ se convierte en guardián de la tradición de la Iglesia. Pero a los ojos de Mateo todos los discí­pulos participan del poder de “atar y desatar”, por el que se ejerce el poder de las llaves. Si Pedro fue el “guardián” de la tradición en Cesarea de Filipo, todos los discí­pulos fueron hechos guardianes de la tradición en el monte de Galilea (28, 16-20). Según esto, estos cristianos de la comunidad de Mateo, que se ven a sí­ mismos como en interrumpida sucesión de los discí­pulos terrestres de Jesús, reciben como suyas propias las tradiciones que Jesús entregó a los suyos (5, 1-2; 10, 35; 18, 1; 23, 1; 24, 1-3). “Dentro de la iglesia de Mateo es toda la comunidad la que se reúne en nombre del Señor exaltado y decide lo concerniente a la doctrina y a la disciplina” (18, 1-20) (KINGSBURY, art. cit.).

—Marcos describe a Pedro más distanciado de Jesús, con rasgos menos cordiales; ejemplos: “Jesús reprende a Pedro… Márchate de junto a mí­, Satanás” (8, 32-33) y Pedro censura a Jesús (primera predicción de la Pasión); con motivo de las negaciones “se puso a jurar y perjurar: No conozco a ese hombre de que me hablas” (14, 71); en el palacio del Sumo sacerdote, Pedro sigue a Jesús “desde lejos” (14, 53s); en la escena de la Transfiguración: “No sabí­a lo que decí­a, pues estaban asustados” (9, 7). Se ha querido ver el evangelio de Marcos como un intento de desprestigiar la figura de Pedro o al menos de desprestigiar a un “supuesto” partido petrino. “Pero no hay razón para decir que Marcos ataca al Pedro histórico. Donde Pedro aparece con cierta obscuridad, Marcos se esfuerza por clarificarlo,asociando a otros discí­pulos con él, excepto en la historia de la negación donde acumula materiales acerca de él; pero no es menos claro que no lo hace para desprestigiar a Pedro, puesto que acentúa la participación de los discí­pulos: por ejemplo: “No sabí­a lo que decí­a, pues estaban asustados” (9, 7); en la escena del “prendimiento se destaca también la huida de todos los discí­pulos (14, 50). Si se pregunta por qué Marcos no omitió estos pasajes referentes a Pedro si pretendí­a defenderlo, la respuesta puede ser que estos pasajes pertenecí­an a la tradición conocida en su comunidad. No puede eliminarlos y consiguientemente los modifica, es un proceso que Mateo y Lucas llevan más lejos. “No se demuestra que Marcos intenta atacar a Pedro. Pedro aparece con acentos peyorativos. Pero esto puede deberse a la misma tradición anterior a Marcos. ¿Dónde y cuándo apareció? Hay dos obvias respuestas: a) Dentro de una antipetrina facción partidaria de Santiago o Pablo, durante el tiempo de controversia acerca de la admisión de los gentiles en la comunidad nueva. b) Con Pedro mismo o algunos otros discí­pulos, y halla transfondo en tiempos de Jesús cuando Pedro claudicó de varias maneras. El tiempo tiende a ver el pasado de los conversos en colores más negros de lo que realmente fue. En cualquier caso, para animar a los cristianos, la tradición habrí­a concentrado en las “caí­das” iniciales de Pedro el reflejo de la propia vida cristiana posterior” (E. BEST, Peter in the Gospel according to Mark, CBQ, 1978).

—En Lucas la imagen lucana de Pedro está muy enriquecida por las tradiciones recogidas. Lucas presenta a Pedro de un modo más positivo y entusiasta. Así­: 22, 8 (a diferencia de Mc 14, 13) hace que Pedro y Juan (los dos “abanderados” de la comunidad primitiva), se encarguen de preparar la Pascua; Pedro (Lc 9, 20; a diferencia de Mc 8, 2a) confiesa a Jesús como “el Mesí­as de Dios”, pero no reprende a Jesús ni es reprendido por Jesús; en la tercera negación (22, 60), Pedro no maldice ni jura (a diferencia de Marcos 14, 71); la llamada a convertirse en pescador de hombres se dirige únicamente a Pedro (Lc 5, 10), (a diferencia de Marcos 1, 17); la negación de Pedro (Lc 22, 32) no significa que su fe se eclipse, puesto que él se encarga de confirmar a sus hermanos; acude presuroso al sepulcro (Lc 24, 12) y a él se le aparece el Señor (Lc 24, 34). “La fe pascual está vinculada a su testimonio. Las últimas palabras de Jesús a Simón (Lc 22, 31 ss) indican que la fe personal de Pedro y su arrepentimiento deben fortalecer a la comunidad de los discí­pulos, que serán zarandeados como en un cedazo por la oposición pública (¡Satanás!) contra la causa de Dios representada por Jesús” (R. PESCH, Diccionario exegético del N. T, 920-921, y 924).

-En Juan llama la atención la simbiosis con que actúan Pedro y “el discí­pulo predilecto de Jesús”. Este (“recostado junto al pecho de Jesús”) aparece como el más cercano, el más í­ntimo al Maestro, y por eso como el mediador con los representados por Pedro: -En la Cena (13-24) Pedro, a través de Juan, intenta descubrir quién es el traidor (13, 24); -al llegar al palacio del Sumo Sacerdote, Pedro espera fuera, y es “el otro discí­pulo conocido del Sumo Sacerdote quien habla con la portera e introduce a Pedro” (18, 15-16). Niega por tres veces (en dos escenas según Juan) que sea discí­pulo de Jesús (18, 15-18, 25-27); -en la visita al sepulcro, llega primero el discí­pulo predilecto, pero “deja entrar a Pedro” (20, 3-8); -en la aparición del lago, el discí­pulo predilecto dice a Pedro: “es el Señor”, pero es Pedro quien se arroja al mar, sube a la barca y arrastra a tierra la red (21, 7ss); -en los momentos difí­ciles y comprometidos, Pedro se erige en portavoz que da seguridad y sentido a la situación: “Señor, ¿a quién vamos a ir’?” (6, 68s); -en el lavatorio de los pies Pedro descubre el alcance del gesto de Jesús: “Señor, le dice Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también mis manos y la cabeza” (13, 9). -Como nota curiosa, en el cuarto evangelio se identifica a Pedro como el que cortó la oreja derecha al criado del Sumo Sacerdote, y el criado “se llamaba Malco” (18, 10-11). -Igualmente debe descubrirse el rico contenido del diálogo de Jesús con Pedro: (21, 15-17: “No se trata sólo de mostrar el perdón de Jesús a Pedro; la escena brinda además dos datos importantes para la historia de este apóstol: el encargo del ministerio pastoral y de su muerte en seguimiento de Jesús… El Resucitado no sólo “rehabilita” a Pedro, sino que le trueca en otro hombre, constituido en una función y seguimiento personal” (R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según Juan, vol. III, 447-8).

Los rasgos y la función de Pedro coinciden con los evangelios sinópticos, destacando más la función pastoral petrina. El evangelista pone de relieve la importancia e influencia del “discí­pulo predilecto en la comunidad joánica, a causa de su fe modélica, y la importancia e influencia de Pedro en la iglesia universal como testigo privilegiado del hecho pascual, tal como afirmaba la iglesia primitiva.

5. La figura de Pedro como “sí­mbolo”
Del análisis de las referencias a Pedro en las distintas tradiciones y evangelistas, los exegetas se hacen esta pregunta: “¿Cómo se llegó del “Pedro histórico” a la figura tipológica de Pedro”, ¿cual es el valor simbólico especial de la figura de Pedro? “Hay que preguntarse por un valor simbólico, puesto que el nombre Cetas/Roca -impuesto por el mismo Jesús, según unos o por la comunidad según otros- es el nombre simbólico y alude a una función simbólica, y como los sí­mbolos son polivalentes, permiten muchas posibilidades de interpretación (J. BLANK, art. cit., 349-350). Ejemplos: -Mt 16, 17-19: Pedro aparece: a) como fundamento (único) de la “ecclesia”, y b) como tipo de la “ecclesia” y del poder conferido a ella, el cual proviene de Jesús a través de Pedro como garante de la verdadera doctrina, no sólo en “relación con la “confesión”, sino también con la verdadera praxis. Lo que ello indica es una tipologí­a de Pedro ya muy avanzada. En el sentido de Mateo todo poder eclesiástico podrí­a entenderse como “ministerio de Pedro” y su desarrollo posterior como desdoblamiento del único poder. Es posible esta interpretación; pero también, según Mateo, está limitado este poder. “El poder dado a Pedro está totalmente al servicio de la tradición de Jesús; es únicamente “medio”, no fin en sí­ mismo. Su finalidad consiste en la vinculación permanente al único Señor y maestro, Jesucristo, frente al cual todos los demás no son más que “alumnos” y hermanos” (Mt 25, 8-10) (J. BLANK, art. cit., 358s). -Jn 21, 15-17 que habla de la transmisión de poder en la imagen de un “ministerio pastoral”, habrí­a que entenderlo igualmente en el sentido de tipologí­a de Pedro. En la figura de Pedro se hace visible la función del “ministerio” como “apacentamiento de las ovejas de Jesús”, en sentido de un servicio pastoral representativo. La referencia expresa a las ovejas de Jesús excluye por principio toda pretensión de dominio propio en este servicio. S. Agustí­n parafrasea: “Cuida de mis ovejas como mí­as, no como tuyas”. No cabe pensar, por consiguiente, que Pedro sustituye a Jesús como pastor del rebaño (cfr 1 P 5, 2-4). (R. E. BROWN, El evangelio de Juan, XIII-XXI, 1443). -Lucas 22, 31s encajarí­a en este marco, pues pone el acento en el fortalecimiento de la fe. El texto ofrece la interpretación lucana del sí­mbolo de la “roca”: se alude a la fe inquebrantable y sólida como “una roca” de Pedro, pero con la indicación de que Pedro debe esta firmeza de fe no a su propia fortaleza, sino -tí­pico de Lucas- a la intercesión de Jesús (Lc 5, 1-5) (J. BLANK, art. cit., 359).

BIBL. — R. Ricnux, San Pedro y la exégesis contemporánea, Concilium, III, t. III (1967) 149-177; R. PESCH, Lugar y significación de Pedro en la Iglesia del Nuevo Testamento, Concilium, VII, t. II (1971) 17-30; J. BLANK, Tipologí­a y ministerio de Pedro en el N. T, Concilium, IX, t. 1 (1973) 348-361; R. PESCH “Cefas”, en BALZ, DENT, Vol. 1, Salamanca, 1996, 2327-2329. Y “Pedro”, en DENT, vol. II, Salamanca, 1996, 914-925. “Roca”, ibid., 911-914; G. SCHNEIDER, “Simón” (Symeón), en H. BAL?, DENT, Vol. II, Salamanca, 1996, 1525-1536.

Carlos de Villapadierna

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

1. Historia y sí­mbolo

(-> Iglesia, resurrección, Doce, Marí­a Magdalena, Pablo, Santiago). Se llamaba Simón, como el segundo de los hijos de Jacob, y habí­a sido pescador del lago de Galilea, de familia al parecer humilde (viví­a en la casa de su suegra). No poseí­a campos, ni una cultura religiosa especializada (no era sacerdote, escriba o fariseo). Pero buscaba la renovación religiosa de Israel y, al menos por un tiempo, habí­a seguido a Juan Bautista (cf. Jn 1,35-42). Fue después discí­pulo de Jesús y el evangelio de Mateo le presenta como piedra-roca de la Iglesia.

(1) Discí­pulo de Jesús. Ambos (Jesús y el Bautista) habí­an empezado esperando la llegada del juicio de Dios. Pero Jesús cambió después, para convertirse en mensajero de la gracia, del reino de Dios. Pues bien, Simón cambió también y siguió a Jesús. Debí­a tener sus ideas sobre el mesianismo; por eso, si acogió la invitación de Jesús para seguirle, dejando no sólo a Juan Bautista, sino también a su familia (cf. Mc 1,16-20), sabí­a lo que estaba haciendo. No vino de un modo pasivo, sino que trajo convicciones fuertes sobre la transformación y culminación de Israel, como muchos judí­os de entonces. Es muy posible que Jesús confiara en él de un modo especial para llevar adelante su proyecto. Por su parte, Simón se fiaba de Jesús, de manera que el texto base de Mt 16,13-20 (con la confesión mesiánica de Simón y una bienaventuranza posterior de Jesús) puede tener un fondo histórico. Más aún, es muy posible que el mismo Jesús cambiara el nombre de Simón y le llamara Cefas, Pedro, presentándole así­ como Roca de su comunidad mesiánica. De todas formas, tal como supone el pasaje paralelo de Mc 8,27-27, es muy posible que las relaciones entre ambos nunca fueran plenamente fluidas. Jesús no logró que Simón-Pedro y el resto de los Doce aceptaran su experiencia de gratuidad y entrega de la vida, de manera que, aunque ellos siguieron a su lado, no parecí­an hallarse del todo satisfechos de la forma en que gestionaba su proyecto. Jesús no quiso formar con Simón (ni con los Doce o los otros seguidores) un grupo cerrado y compacto de adictos incondicionales (sometidos a un control social o religioso), en contra de lo que ha sucedido en otros grupos polí­ticos y revolucionarios. Jesús dejó que sus discí­pulos siguieran teniendo sus propias “ideas”, de manera que en su grupo se respiraba un aire de fuerte libertad. Por otra parte, la tradición cristiana ha sabido (y no se ha esforzado en ocultarlo, sino todo lo contrario) que los Doce abandonaron de algún modo a Jesús, cuando éste fue juzgado y condenado, a pesar de que habí­an sellado con él su compromiso en una cena de solidaridad.

(2) Negó a Jesús. Parece seguro que Simón negó de un modo especial a Jesús, no por simple miedo (que también pudo tenerlo), sino porque tení­a una visión distinta de su mesianismo. La negación de Pedro constituye un elemento integrante de la condena y muerte de Jesús, como indica el mismo ritmo narrativo del evangelio de Marcos: mientras Jesús confiesa ante el sumo sacerdote su mesianidad en la parte superior o centro de la sala de juicio (cf. Mc 14,53-65), Pedro le niega y niega su propio pasado mesiánico en la parte inferior o externa, ante criados y servidores del sumo sacerdote (Mc 14,54.66-72). Jesús confiesa una vez y para siempre: “Yo soy” (14,62). Pedro niega por tres veces: “¡No lo conozco!” (cf. 14,71). Jesús afirma ante el sumo sacerdote, Pedro niega con juramentos ante los criados. Nadie le habí­a exigido juramento, pero él jura. Nadie le habí­a pedido imprecaciones, pero impreca: ¡Pone a Dios como testigo (jura), pide que le maten si no es cierto lo que dice (impreca)! No tení­a que haber entrado en el tribunal, pero lo ha hecho, calculando mal sus fuerzas. De esa forma ha llegado hasta el final en su proceso de autodestrucción. No necesitan castigarle: los criados del sumo sacerdote pueden quedar tranquilos: ¡es un hombre sin coraje, un tipo destruido! No merece la pena preocuparse por él: ¡él mismo se ha condenado! Precisamente entonces, desde el fondo de su ruina personal, cuando no tiene nada que defender porque nadie le ataca, Pedro ha escuchado por segunda vez el gallo. Todo nos permite suponer que se trata de un gallo de pascua. Podemos suponer que, antes de Pascua, Pedro tuvo discrepancias de fondo con Jesús sobre su mesianismo, porque “se dejaba” juzgar y matar, en vez de tomar el poder y defenderse (cf. Mc 14,30.68.72 par). Jesús murió solo, sin que sacerdo tes y soldados juzgaran necesario crucificar a los restantes miembros de su grupo, aunque con él murieran algunos “bandidos”, reos comunes o miembros de la resistencia judí­a, ajenos al grupo. Entre los seguidores de Jesús sólo unas mujeres parecen haberle acompañado hasta el final (cf. Mc 15,40-47 y paralelos), aunque no pudieran sepultarle según rito.

(3) Vio a Jesús resucitado. Lógicamente, la historia rnesiánica de Simón podí­a haber terminado ahí­, después que habí­a negado y/o abandonado a su maestro, que muere solo en el Calvario. Pero la amistad de Simón hacia Jesús (y de Jesús hacia Simón) fue más poderosa que las razones religiosas y sociales, que estaban de parte del Sumo Sacerdote (aliado en este caso a los romanos). De esa forma, el amor superó a la lógica y Simón descubrió la “verdad” más honda de Jesús crucificado y experimentó su presencia salvadora. En este contexto se entiende la confesión fundacional de la Iglesia cuando afirma que Simón vio a Jesús tras su muerte, es decir, tuvo una experiencia radical de la verdad de su propuesta rnesiánica (cf. 1 Cor 15,5 y Lc 23,34). Esta visión pascual de Simón no fue una alucinación estéril, ni una aparición espectacular (de visiones espectaculares está llena la historia), sino el descubrimiento de una presencia personal, la revelación del Dios Abba-Papa que se manifiesta por un crucificado. Habiendo comprendido (= visto) desde la entraña de su propio corazón, en su experiencia más honda, que era Dios quien le habí­a hablado y le hablaba por Jesús, Pedro supo entender todas las cosas de un modo distinto: la verdadera autoridad, aquella que vincula en amor a los hombres, no la tienen ni los sacerdotes con sus ví­ctimas, ni los soldados con sus armas, sino Jesús y aquellos a quienes habí­a ofrecido el Reino. Esta fue la experiencia de Simón, que vio (= encontró) a Dios en su amigo crucificado, descubriendo con sorpresa emocionada que, a pesar de que él le habí­a traicionado, Jesús le seguí­a ofreciendo, de parte de Dios, la tarea del Reino (la tarea de su vida), como lo habí­a hecho en los años anteriores. Esta fue la experiencia más honda, que Simón asumió y expandió, compartiéndola con otros, que sintieron algo semejante, para recrear y expandir la buena nueva o evangelio de la gracia de Dios, de tal forma que diversos grupos de cristianos (¡no todos!) le consideraron fundador de la Iglesia, Roca o Piedra (Cefas, Petros) de la comunidad de Jesús.

(4) Pedro y los Doce, Pedro en la Iglesia. Parece seguro que Pedro volvió a instaurar el grupo de los Doce* (que se habí­a disgregado tras la muerte de Jesús), para subrayar así­ la validez del mensaje que ellos (como representantes de las tribus de Israel) podí­an y debí­an seguir ofreciendo a todo el pueblo. Conforme al testimonio de la Iglesia antigua, conservado en 1 Cor 15, también los Doce descubrieron la presencia de Jesús resucitado, que les convocaba otra vez como misioneros y testigos del Reino. Desde esta perspectiva podemos precisar mejor el sentido y función de su nombre. Originariamente se llamaba Simón Bar-Yona, hijo de Juan, como recuerda Mt 16,17, que conserva el apellido Baryona en arameo, y Jn 21,15, que lo traduce al griego. Pero, en un momento determinado, para indicar y constituir su nueva función de fundamento dentro de la comunidad mesiánica, Jesús le llama Piedra o Roca. Esto es lo que significa su nuevo apodo, Cefas, conservado en arameo por san Pablo (1 Cor 1,12; 3,22; 9,5; 15,5; Gal 1,18; 2,9.11.14) y por Jn 1,42. Las comunidades helenistas traducen al griego ese apodo de Simón y por eso los cristianos le llamamos desde entonces Petros (Petrus, Piedra, Pedro), presentándole así­, implí­citamente, como piedra de la nueva comunidad escatológica de Jesús (cf. Mc 3,13; Lc 6,14; Mt 16,18). La Iglesia ha conservado y expandido ese nombre y los cristianos seguimos llamando a Simón de esta manera, para mantener su experiencia y transmitirla dentro de la Iglesia. De esa forma, el mismo nombre se ha venido a convertir en testimonio de experiencia pascual: siempre que llamamos a Simón “El Piedra”, estamos recordando que Jesús le hizo cimiento humano del edificio pascual de su Iglesia. Fue necesario el ministerio de Marí­a Magdalena, como señalaba Jn 20,1118; también se recuerda para siempre dentro de la Iglesia la figura y gesto de la mujer pascual de la unción de Betania (Mc 14,3-9). Pero siempre que se hable de la Iglesia como de un edificio elevado sobre la pascua de Jesús se está recordando también a Simón, la Piedra donde se apoya el edificio. Así­ lo sabe de algún modo el evangelio de Marcos, donde Jesús dice a las mujeres: “Id, decid a sus discí­pulos y a Pedro: El (Jesús) os precede a Galilea, allí­ le veréis, como os dijo” (Mc 16,7). Así­ lo ha destacado el evangelio de Mateo.

(5) Intérprete del Evangelio. Piedra de la Iglesia (Mateo*, Iglesia*). Tras un tiempo (hacia el año 80), un autor a quien llamamos Mateo (Mt) ha retomado en otra perspectiva la narración de Marcos, completándola con elementos de Q y con sus propias aportaciones, desde la nueva situación de su comunidad, vinculada en un primer momento a la iglesia judeocristiana de Santiago*. Pues bien, llevando hasta el final las tensiones y estí­mulos de la iglesia de Santiago, la comunidad de Mateo ha recorrido un camino que le ha permitido alcanzar una visión universal de la misión de Jesús, asumiendo para ello la perspectiva más paulina de Marcos, cuyo material ha recibido en su evangelio. Da la impresión de que Mateo quiere unir las dos grandes tradiciones: la de Santiago (de fidelidad estricta a la ley judí­a) y la de Pablo (de apertura universal del Evangelio). Para ello, partiendo del texto de Marcos, recrea la figura de Pedro, a quien, sin separarle del resto de los primeros discí­pulos (los Doce, sin Judas), concede ahora una función especí­fica, muy importante: la de interpretar la Ley judí­a e iniciar una misión universal cristiana, apareciendo así­ como piedra base de la Iglesia y portador de las llaves del Reino. Es evidente que Mateo no “inventa” esa función de Pedro, sino que interpreta y ratifica lo que fue su tarea al servicio de la Iglesia, cuando asumió la misión universal de los helenistas y Pablo y la vinculó con la misión israelita de los judeocristianos, garantizando así­ (desde la tradición de Jesús) la unidad de las iglesias, que se funda en la confesión de Pedro cuando dice que Jesús es “Cristo, Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). En contra de lo que sucede en Mc 8,29, el Jesús pascual de Mateo asume esta confesión y responde: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. Y a ti te da ré las llaves del reino de los cielos: todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16,17-19). Este es un texto pascual, una palabra que Jesús resucitado dirige a Pedro (¡a un Pedro que ya ha muerto!), ratificando la función que ha realizado en la Iglesia, conforme a la visión de Mateo.

(6) Roca de la Iglesia, clavero del Reino. Mt 16,17-19 es el texto clave de una comunidad que, habiendo estado por un tiempo más ligada a Santiago, ha asumido después una interpretación más universal del Evangelio, en la lí­nea de Pablo, apoyándose para ello en el recuerdo y la misión mediadora de Pedro, quien habí­a sido capaz de abrir con la llave de Jesús las puertas de la Ley (para que los gentiles pudieran entrar en el reino de los cielos). Ciertamente, aquí­ se está aludiendo a algo que Pedro ha realizado ya en las comunidades, asumiendo y ratificando la función de otros misioneros: él ha justificado y avalado el gesto de apertura universal del Evangelio, asumiendo así­ la misión y teologí­a de los helenistas y de Pablo, como supone el fin de su libro (cf. Mt 28,16-20). Para las comunidades que están detrás de Mateo, el gesto de Pedro ha resultado fundamental en su visión del Evangelio. Esta ha sido la “segunda oportunidad” de Pedro. La primera fue al comienzo de la experiencia cristiana, al principio de la pascua, cuando, al lado de las mujeres y a la cabeza de los Doce, inició una misión cristiana dirigida a las ovejas perdidas de Israel (cf. Mt 10,6). Ahora, avanzado ya el camino de la Iglesia, iniciada la disputa entre los más legalistas (partidarios de un cristianismo judí­o) y los más universales (partidarios de un cristianismo abierto a todos los pueblos), Pedro asume y defiende la misión universal de la Iglesia, ofreciéndole unas bases cristianas (el testimonio de Jesús) y unas justificaciones israelitas (desde la lí­nea de la Ley). Así­ aparece como el auténtico “rabino cristiano”, con llaves que “abren y cierran” las puertas del Reino, permitiendo de hecho que entren en la Iglesia los excluidos de la sociedad, los pobres de Jesús, sin necesidad de cumplir la ley nacional judí­a. No todos los grupos cristianos (¡pensemos en Pablo!) necesitaban un testimonio como éste. Pero la comunidad que está detrás de Mateo lo ha necesitado, vinculando de esa forma la misión universal de la Iglesia con el mensaje de la vida de Jesús, a partir del testimonio de Pedro, cuya vida y misión recoge este pasaje. Jesús mismo ha ofrecido a Pedro las “llaves del Reino”, para que lo siga abriendo a los pobres y expulsados de Israel y de un modo especial a los gentiles. Estas palabras han sido esenciales para que una determinada iglesia, que ha tendido a cerrarse en el nacionalismo de sus orí­genes judí­os, pueda abrirse a los gentiles, vinculando los caminos de Santiago y de Pablo. Este será un texto clave para las iglesias posteriores que aceptan el papado como signo permanente de la función liberadora de Pedro.

Cf. R. AGUIRRE (ed.), Pedro en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1990: R. E. BROWN (ed.), Pedro en el Nuevo Testamento, Sal Terrae, Santander 1976; O. CULLMANN, San Pedro, Ediciones 62, Madrid 1967; J. GNILKA, Pedro y Roma. La figura de Pedro en los dos primeros siglos de la Iglesia, Herder, Barcelona 2003; F. MUSSNER, Petrus und Paulus Pole der Einlieit, QD 76, Herder, Friburgo 1976; R. PESCH, Simon-Petrus, Geschichte und geschichtliche Bedeutung des ersten Jüngers JesuChristi, KBW, Stuttgart 1980; X. PIKAZA, Sistema, libertad, iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trottta, Madrid 2001; Una roca sobre el abismo. Historia y futuro de los papas, Trotta, Madrid 2006; T. V. SMITH, Petrine Controversies in Early Christianity. Altitudes towards Peter in Christian Writings of the First Two Centuries, WUNT n/15, Mohr, Tubinga 1985; J. M. TILLARD, El obispo de Roma. Estudios sobre el Papado, Sal Terrae, Santander 1886; T. WIARDA, Peter in the Gospels: Pattem, Personalitv and Relationship, WUNT 127, Mohr, Tubinga 2000.

PEDRO
2. Cartas

El Nuevo Testamento conserva dos cartas o escritos de tipo general (como encí­clicas) dirigidas en nombre de Pedro al conjunto de la Iglesia. Ellas expresan de formas distintas el recuerdo y autoridad que Pedro tuvo en algunas de las comunidades primitivas.

(1) Primera de Pedro. Se apoya, como Mt, en la autoridad de Pedro para dirigirse a las iglesias “de la diáspora de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 Pe 1,1), que conservan la memoria del antiguo apóstol. Está escrita desde Roma (= Babilonia: 5,13), donde (como saben 1 Clem 5 e Ignacio, Rom 4,3) se han unido las tradiciones de Pedro y Pablo. Es una carta “encí­clica” (escrita a varias comunidades y, en sentido extenso, a la Iglesia entera). No sabemos por qué su autor asume el nombre de Pedro, pues en ella descubrimos también bastantes elementos de la tradición paulina, como el patriarcalismo* de la Iglesia (cf. 1 Pe 2,11-25; 3,1-7; 5,111). Sea como fuere, esta carta, escrita entre el 90 y el 100 d.C., muestra que la memoria de Pedro se conserva en Roma y que, en su nombre y con su ejemplo, puede dirigirse una exhortación ejemplar a un conjunto de iglesias que padecen el riesgo de ser perseguidas, igual que las iglesias a las que escribe el Apocalipsis, en esas mismas fechas, pero desde una perspectiva de resistencia martirial, más que de adaptación mesiánica y de recreación eclesial del sufrimiento. (a) Exhortación básica. Ciertamente, Pedro se llama a sí­ mismo “apóstol de Jesucristo” (1 Pe 1,1), como exige la tradición, pero en la carta no actúa con la autoridad que se supone propia de un apóstol o de un obispo, en la lí­nea del Papa posterior de Roma, sino como un “presbí­tero” y testigo de los sufrimientos de Jesús: “A los presbí­teros que hay entre vosotros, les exhorto, yo co-presbí­tero y testigo de los padecimientos de Cristo, y participante de la gloria que debe revelarse: pastoread [poimánete] el rebaño de Dios que hay en vosotros, supervisando [episkopountes] no a la fuerza, sino voluntariamente, según Dios; no por avaricia, sino de buen ánimo; no oprimiendo a quienes os caigan en suerte, sino siendo ejemplo del rebaño. Y cuando aparezca el Archipastor recibiréis la corona inmarcesible de gloria” (1 Pe 5,1-4). Pedro, en cuyo nombre se escribe esta carta, aparece como un miembro del consejo de la iglesia de Roma, de manera que habla en nombre de sus hermanos presbí­teros, que tienen la tarea de “pastorear” y de “supervisar” (vigilar, en el sentido de episkopein) la vida de la comunidad. En este contexto evoca a Jesús, que es el verdadero pastor y obispo (supervisor) de unos creyentes que aparecen como “exiliados y huéspedes” en tierra ajena, amenazados, sin derechos civiles, ni religiosos, siendo, sin embargo, verdaderos “sacerdotes” de Dios, pues están perseguidos: “Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admira ble. Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios. En otro tiempo no habí­ais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia. Amados, como a extranjeros y peregrinos, yo os ruego que os abstengáis de los deseos camales que batallan contra el alma. Tened una manera de vivir hermosa (digna) entre los gentiles, para que, en vez de murmurar de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el dí­a de la visitación, al considerar vuestras buenas obras. Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores… Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos, no solamente a los buenos y afables, sino también a los difí­ciles de soportar… Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas. El no cometió pecado ni se halló engaño en su boca. Cuando lo maldecí­an, no respondí­a con maldición… Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pe 2,9-13.18-19.21-22.25). Estas palabras despliegan una estrategia de transformación rnesiánica. Pedro, que se presenta como presbí­tero y testigo de la pasión de Cristo, se dirige a los cristianos que corren el riesgo de ser perseguidos, llamándoles sacerdotes, precisamente porque se hallan perseguidos y porque así­ pueden actuar como Jesús, invirtiendo la dinámica de poder y venganza del mundo, en la lí­nea del Sermón de la Montaña, (b) El sacerdocio de la vida. Desde esa perspectiva, la ética de sometimiento patriarcalista puede recibir un contenido nuevo: los cristianos no deben someterse por inferioridad, sino por grandeza rnesiánica, lo mismo que Jesús, que es Pastor y Obispo, pero no en lí­nea de poder, sino de entrega a favor de los demás. Los verdaderos sacerdotes, la autoridad suprema de la Iglesia, son aquellos que se mantienen firmes, sin vengarse ni responder con violencia, en medio de la persecución, como mártires o testigos de la nueva humanidad reconciliada que está naciendo por Jesús, como sabe, en un contexto paralelo, aunque en una perspectiva más dramática, el Apocalipsis (Ap 1,8; 50,10; 20,6). El sacerdocio no es un poder establecido, ni un ministerio institucionalizado, sino una forma de entrega de la vida (como la de Jesús en Heb 5-7). Pedro, que se presenta como un simple presbí­tero de Roma, eleva y define a los cristianos de Asia Menor como templos de Dios y sacerdotes, en la medida en que ellos sean capaces de asumir la misma actitud del Cristo, “que es Piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios; y vosotros, como Piedras vivas, edificaos como Templo espiritual, para un Sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios, por medio de Jesucristo…” (1 Pe 2,4-5). También los judí­os de la sinagoga se creí­an herederos de las promesas de Israel, en lí­nea regia (reino) y sacral (sacerdotes), pero los cristianos han recibido ya esa herencia por Cristo, en quien se descubren portadores de la vida de Dios. Precisamente ellos, peregrinos y exiliados, sin tierra o protección civil, sin poder ninguno, forman con Cristo el verdadero sacerdocio, para servicio del conjunto de la humanidad. Pues bien, dentro del ámbito sacerdotal de la Iglesia, los que ejercen funciones directivas dentro de ella no serán, en cuanto tales, sacerdotes (pues sacerdotes son todos), sino simplemente ancianos o presbí­teros, representantes del pueblo. Pedro ratifica así­ la más honda inversión rnesiánica, proclamando el sacerdocio de los expulsados y excluidos.

(2) Segunda de Pedro. Hacia el año 150 d.C., otro autor desconocido escribió, también desde Roma, una carta encí­clica, con el mismo nombre y tradición de Pedro, para criticar a unos pretendidos “herejes” (profetas falsos) que rechazaban la esperanza escatológica y la parnsí­a de Cristo. “Amados, ésta es la segunda carta que os escribo… (Lo hago) para que tengáis memoria de las palabras… de los santos profetas y del mandamiento del Señor y Salvador, dado por vuestros apóstoles. Sabed ante todo que en los últimos dí­as vendrán engañadores, que viven según sus propias pasiones y dicen: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (2 Pe 3,1-4). El autor argumenta retomando, desde su propio contexto, las duras palabras de una carta anterior, que forma también parte del canon del Nuevo Testamento (Judas), para elaborar, partiendo de ella, un argumento muy significativo, que sirve para comprender la autoridad que en ese tiempo se atribuí­a a “Simón Pedro, siervo y apóstol de Je sucristo” (2 Pe 1,1). (a) Testimonio personal y profecí­as. El autor de la carta supone que Pedro tiene autoridad para ofrecer una instrucción universal (una encí­clica), como habí­a hecho también Judas (cf. Jud 1). Más que un escrito doctrinal, 2 Pe es un testamento, el mensaje de un hombre que se supone próximo a la muerte: “Sabiendo que, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado, debo abandonar en breve el cuerpo, quiero procurar que, después de mi partida, vosotros podáis mantener con diligencia, y en todo momento, la memoria de estas cosas” (2 Pe 1,1415). Para convencer a sus lectores de la verdad de su mensaje, “Pedro” emplea dos argumentos principales: (1) el testimonio personal: ha visto la gloria de Cristo en la transfiguración (cf. Mc 9,29) y, fundándose en lo que ha visto, puede asegurar, en contra de sus adversarios “gnósticos”, que Cristo ha de venir (2 Pe 1,16-18); (2) las profecí­as: “Pedro” sabe que ellas son, a veces, malinterpretadas, pero está seguro de que, leí­das con el recto espí­ritu, ofrecen el testimonio de la venida de Cristo (2 Pe 1,19-21). Con estos dos argumentos mantiene a sus oyentes dentro de los compromisos éticos y sociales que implica el Evangelio, sin dejarse engañar por un esplritualismo que les llevarí­a a salir de este mundo y perderse en un laberinto de fantasí­as incontrolables. Pedro aparece así­ como testigo de la “carnalidad” del Evangelio, entendido en forma de sobriedad ética y de fidelidad a los principios concretos de la vida en este mundo, para superar el riesgo de un tipo de “gnosis” que separa el Evangelio de la vida y de la esperanza concreta de los fieles, en contra de la tradición de los profetas de Israel, (b) Referencia a Pablo. Gran parte del ropaje verbal de 2 Pedro, tomado de la carta de Judas, nos resulta duro, impropio del mensaje del Sermón de la Montaña. Pero en su fondo late la exigencia de mantener la calma y diligencia en el tiempo de la espera, sin convertir la religión en una excusa para el escapismo, el deseo de dominio o el libertinaje. Pues bien, en ese contexto, “Pedro” se vincula a Pablo: “Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia que él (el Señor) os encuentre sin mancha e irreprochables, en paz. Y sabed que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro querido hermano Pablo, según la sabidurí­a que le ha sido dada, os ha escrito en casi todas sus cartas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difí­ciles de entender, cosas que los indoctos e inconstantes pervierten (como también las otras Escrituras) para su propia perdición. Así­ que vosotros, amados, sabiéndolo de antemano, tened cuidado, no sea que arrastrados por el error de los inicuos os dejéis caer y perdáis vuestra firmeza” (2 Pe 3,14-17). “Pedro” se vincula de esa forma a Pablo, a quien apela como testigo de la esperanza cristiana, expresada a través de unas cartas, que han sido recogidas ya en un “corpus” al que atribuye un valor normativo (al lado de las profecí­as, que aluden evidentemente al Antiguo Testamento). Pedro admite que las cartas de Pablo han podido ser malinterpretadas, en lí­nea gnóstica, para negar la escatologí­a histórica y la “carnalidad” de la Iglesia, pero él las defiende y defiende al mismo Pablo a quien llama “nuestro querido hermano”. La tradición romana, desde 1 Clem 5,3-7 e Ignacio, Rom 4,3, a la que se vincula aquí­ el testimonio de 2 Pe, ha recordado unidos a Pedro y a Pablo. Pues bien, de una manera muy significativa, nuestro texto no presenta ni a uno ni a otro en clave de jerarquí­a sagrada, sino como siervos de Jesús y hermanos (cf. 2 Pe 1,1; 3,15). Entre el año 100 y el 150, pasados ya unos cien años desde la muerte de Jesús y la fundación de la Iglesia (incluso de la iglesia romana), un autor desconocido ha podido escribir y ha escrito desde Roma una carta en nombre de Pedro, como portador de su autoridad, pero sin presentarse (ni presentarle) como jerarca ni obispo, sino simplemente como siervo de Jesús y como hermano de Pablo, cuya autoridad acepta, apelando a su experiencia (la del Pedro antiguo), a las profecí­as del Antiguo Testamento (cf. 2 Pe 1,16-21) y al testimonio de las cartas del mismo Pablo (2 Pe 3,14-17).

Cf. R. Aguirre (ed.), Pedro en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1990: R. E. Brown (ed.), Pedro en el Nuevo Testamento, Sal Terrae, Santander 1976; J. H. Elliot, Un hogar para los que no tienen patria ni hogar. Estudio crí­tico social de la Carta primera de Pedro y de su situación y estrategia. Verbo Divino, Estella 1995; J. Gnilka, Pedro y Roma. La figura de Pedro en los dos primeros siglos de la Iglesia, Herder, Barcelona 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Primero en el grupo de los Doce, fue puesto por Jesús como su vicario en la Iglesia hasta el cumplimiento escatológico.

En el Nuevo Testamento hay muchos datos sobre Pedro, desde su llamada al seguimiento del Maestro (Jn 1,35-42), hasta su cambio de nombre de Simón a Pedro-Roca, su participación en el grupo de los tres privilegiados que siguen a Jesús en el Tabor (Mt 17 1), y su reconocimiento en nombre de todos de la mesianidad de Jesús (Mc 8,29).

En la primera profesión de fe se indica a Pedro como el primero a quien se apareció Jesús resucitado (1 Cor 15); no hay duda de su primado entre los Doce en el dí­a de Pascua (Gál 1, 18), y es él mismo el que busca el mejor camino para que se anuncie a todos el Evangelio (Hch 10-15; Gál 2). Es llamado por Jesús resucitado para que le siga sin hacer preguntas, signo de un amor que se abandona por completo y que sabe amar más que los demás en virtud de la misión que se le ha confiado (Jn 21,15-23).

El conjunto de los datos del Nuevo Testamento nos presenta a Pedro como una personalidad fuerte y combativa, capaz de grandes entusiasmos y de grandes cobardí­as; capaz de reconocer su propio pecado, pero consciente además de haber sido puesto por Jesús como guí­a de la comunidad. Como tiene que confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22,31), su misión es continuada por sus sucesores, hasta el retorno del Señor.

R. Fisichella

Bibl.: J Schmid. Pedro, en CFT III, 410417; R. Fabris, Pedro, en NDTB, 1449-1459′ O. Cullmann, San Pedro. Ediciones 62, Madrid 1967; A. Penna, San Pedro. FAX, Madrid 1958; B. Rigaux, San Pedro y la exégesis contemporánea, en Concilium’ 27 (1967) 149-177. H. U von Balthasar El complejo antirromano, BAC, Madrid 1981; C. Vidal Manzanares, Diccionario de Jesús y los Evangelios, Verbo Divino. Estella 199S

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: 1. Pedro en la tradición evangélica: 1. La figura de Pedro en los evangelios sinópticos: a) La llamada, b) El seguimiento, c) La crisis, d) La rehabilitación; 2. Pedro en la tradición joanea. II. Pedro en la tradición de la primera Iglesia: 1. Pedro en los Hechos de los Apóstoles; 2. Pedro en el testimonio de Pablo y de su tradición: a) Pedro entre las “columnas” de la Iglesia, b) La tradición petrina. Conclusión.

Pedro, después de Jesús, el Cristo, es el personaje más conocido y citado en los textos del NT: unas 154 veces, con el sobrenombre de Petrós, asociado en 27 casos al nombre hebreo Simeón, en la forma griega Simón. Con este nombre se le conoce al menos unas 20 veces en los evangelios. Pablo, por el contrario, se refiere a Pedro con el apelativo arameo de Kéfa, que aparece en total nueve veces en el NT. Simón Pedro es el hijo de Juan (Jua 1:42) o, en la forma aramea, bar-Yona, hijo de Jonás (Mat 16:17). La figura de Pedro, que tiene un papel tan destacado en el NT, se carga de connotaciones todaví­a más relevantes en la historia de la Iglesia ya desde los primeros siglos por el papel primacial de la sede romana, que apela a él. Así­ pues, son estas dos razones las que invitan a investigar en los textos del NT, donde confluyen tradiciones diversas, pero convergentes, a la hora de trazar el perfil histórico de Pedro y su itinerario espiritual, propuestos a cada uno de los cristianos y a sus comunidades.

I. PEDRO EN LA TRADICIí“N EVANGELICA. Se puede reconstruir una imagen petrina sobre la base de los tres evangelios sinópticos, con los que está también de acuerdo la tradición joanea. Resaltan ante todo ciertos datos biográficos comunes que remiten a una tradición sólida: el nombre, el sobrenombre o apelativo, su función en el grupo de los doce discí­pulos históricos de Jesús, su presencia en algunos episodios de la historia de Jesús y particularmente en el drama de la pasión y en la experiencia pascual.

1. LA FIGURA DE PEDRO EN LOS EVANGELIOS SINí“PTICOS. Sobre la base de una plataforma tradicional común, que da razón de los rangos y de los datos convergentes en la figura y en la función de Pedro, se desarrolla el trabajo redaccional de cada uno de los evangelistas. La imagen y el papel de Pedro se integran con algunos datos particulares sacados de la propia tradición; además, el perfil de Pedro asume aspectos particulares según la perspectiva de cada autor. Pero, a pesar de estas diferencias, es posible recorrer el itinerario espiritual de Pedro siguiendo la documentación evangélica.

a) La llamada. Pedro figura entre los primeros discí­pulos históricos de Jesús, es decir, forma parte de aquel grupo de hombres adultos que compartió el destino y el estilo de vida del maestro en una actividad itinerante a lo largo de las aldeas de Galilea y en las peregrinaciones festivas a Jerusalén. El dato común de partida para reconstruir la imagen evangélica de Pedro es la llamada, que atestiguan de común acuerdo los tres sinópticos, y también en parte la tradición joanea. La vocación de Pedro forma parte de la escena de la llamada de los cuatro primeros discí­pulos, constituida por dos parejas de hermanos: por una parte Pedro y Andrés, y por otra Santiago y Juan. Los cuatro son pescadores del lago de Galilea. La iniciativa se remonta a Jesús, el cual con su palabra autorizada los invita a compartir su destino de mesí­as y predicador del reino de Dios. Efectivamente, este episodio se coloca inmediatamente después del sumario de la actividad inaugural de Jesús, que anuncia la proximidad del reino de Dios (Mar 1:15): “Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Al instante dejaron las redes y le siguieron” (Mar 1:16-18). A las palabras de Jesús, que los saca de su actividad cotidiana proponiéndoles una nueva misión con el estilo y la autoridad de Dios que llama a los profetas, sigue la respuesta de los dos hermanos, que se ponen a seguir a Jesús (Mat 4:18-22).

El tercer evangelista, Lucas, refiere la llamada de Pedro en un contexto de pesca prodigiosa. Fiándose de la palabra de Jesús, Simón Pedro y sus compañeros echan la red al mar y la sacan llena de peces. Este gesto anticipa proféticamente la misión de los discí­pulos de Jesús. Viene a continuación la reacción de Pedro, lo mismo que en las teofaní­as bí­blicas, y las palabras de Jesús, que están sustancialmente de acuerdo con lo que dicen los otros sinópticos (Luc 5:11; cf Jua 21:1-6).

Esta posición preeminente de Pedro, que se remonta a la iniciativa de Jesús, aparece igualmente en la enumeración de los doce discí­pulos que representan el núcleo simbólico del nuevo pueblo de Dios. El papel primordial de Pedro se pone de relieve en términos explí­citos por parte del primer evangelista, Mateo: “Los nombres de los doce apóstoles son: primero (griego, prótos), Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés…” (Mat 10:2; cf Mar 3:13-19 par; Heb 1:13). Por consiguiente, gracias a la iniciativa de Jesús, que constituyó en torno a su persona y actividad un grupo de discí­pulos, Pedro se ve asociado a la misión de Jesús en un lugar de primer plano.

b) El seguimiento. La tradición evangélica sinóptica está de acuerdo al presentar la figura de Pedro, que mantiene unas relaciones particulares con Jesús y con su actividad. En efecto, Jesús se hospeda en Cafarnaún en casa de Pedro, curando a su suegra (Lev 1:26-31 par). Pedro forma parte del grupo restringido de discí­pulos que se distinguen de los otros por participar más de cerca en algunos episodios de la misión de Jesús. Junto con Santiago y Juan asiste a la resurrección de la hija de Jairo (Mar 5:37); junto también con ellos es testigo de la escena de la transfiguración (Mar 9:2-8) y de la oración dramática de Jesús en Getsemaní­ (Mar 14:33 par). A este grupo, al que se añade ahora Andrés, va dirigido el discurso escatológico de Jesús (Mar 13:3).

En la historia evangélica Pedro se convierte en diversas ocasiones en portavoz del grupo de los doce. Así­ ocurre en el caso de la curación de la mujer que perdí­a sangre (Luc 8:45; cf 12,41; Mar 11:21; Mat 15:15; Mat 18:21). Particularmente en la tradición de Mateo, la figura y el papel de Pedro adquieren un relieve mayor, pues Pedro es asociado al estatuto de Jesús, el mesí­as y el Hijo de Dios ( Mat 17:24-24 : tributo al templo; cf Mat 14:28-31).

Entre todos estos episodios evangélicos en los cuales Pedro desempeña una función activa y representativa del grupo de los discí­pulos, destaca el que se conoce como confesión de Cesarea de Filipo. Es ésta una escena central en la estructura de los evangelios sinópticos, porque representa un giro crí­tico entre el anuncio del reino de Dios en Galilea y el comienzo del camino hacia Jerusalén, en donde habrá de consumarse el drama final. El episodio está centrado en el diálogo entre Jesús y los discí­pulos. Cuando Jesús les pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, los discí­pulos responden a coro recogiendo las imágenes de la opinión pública: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elí­as y otros que uno de los profetas”. Entonces Jesús insiste en su pregunta, apelando directamente al grupo: “Y vosotros, ¿quién decí­s que soy?” Entonces respondió Pedro: “Tú eres el mesí­as”. Y Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie (Mar 8:29-30 par). La escena de Cesarea de Filipo en la triple tradición sinóptica va seguida de un diálogo entre Jesús y Pedro. Efectivamente, desde aquel momento Jesús empieza a adoctrinar al grupo de los discí­pulos sobre el destino del Hijo del hombre, humillado y doliente, que al final será condenado a muerte por las autoridades de Jerusalén, pero al que Dios resucitará el tercer dí­a. “Esto lo decí­a con toda claridad. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. Jesús se volvió y, mirando a sus discí­pulos, riñó a Pedro, diciéndole: `¡Apártate de mí­, Satanás!, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres”‘ (Mar 8:32-33). La reacción escandalizada de Pedro frente al anuncio del fracaso y del destino impotente del mesí­as es muy comprensible, ya que está en contradicción con su imagen del mesí­as referida unas lí­neas más arriba. Es igualmente dura la reacción de Jesús, que llama a Pedro “Satanás”, adversario, porque se opone al plan salví­fico de Dios. En este caso Jesús lo invita a ocupar su puesto, a seguirle. En efecto, inmediatamente después los evangelios recogen la instrucción sobre el seguimiento, que consiste en compartir el destino de Jesús al precio más alto: la cruz y el riesgo de perder la propia vida.

En resumen, se presenta a Pedro como el prototipo de los discí­pulos que siguen a Jesús con sus entusiasmos y con sus crisis (cf Mar 10:28-31 par). En nombre del grupo o en primera persona, Pedro es el representante de los que siguen a Jesús y también el destinatario privilegiado de las instrucciones del maestro [/ Apóstol/ Discí­pulo].

c) La crisis. El papel preeminente de Pedro respecto al grupo de los discí­pulos históricos aparece con toda claridad en el contexto de la pasión. Después de la cena final, los tres evangelios sinópticos recogen unas palabras proféticas de Jesús relativas a la crisis que habrá de abatirse sobre el grupo de los discí­pulos: “Todos tendréis en mí­ ocasión de caí­da, porque está escrito: `Heriré al pastor y las ovejas se dispersarán’. Pero después resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea” (Mar 14:27-28). En este momento Pedro, como en otras ocasiones, toma la palabra para disociarse del grupo de los discí­pulos escandalizados. “Pedro le dijo: ‘Aunque fueras para todos ocasión de caí­da, para mí­ no'” (Mar 14:19). Entonces Jesús se dirige expresamente a Pedro y le anuncia la crisis que se consumará con una negación total de su Maestro aquella misma noche: “Jesús le dijo: `Te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres’. Pedro insistió: `¡Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré!'” (Mar 14:30-31). La negación de Pedro es preparada por la escena intermedia de Getsemaní­. Pedro forma parte del grupo de los que fueron elegidos por Jesús para que estuvieran a su lado durante aquella noche. Pero mientras que Jesús encuentra en la oración insistente y perseverante la fuerza necesaria para cumplir la voluntad del Padre, Pedro y los otros discí­pulos se muestran incapaces de velar junto a Jesús. Entonces Jesús se dirige una vez más a Pedro para decirle: “¡Simón!, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no caigáis en tentación. El espí­ritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mar 14:37-38 par). La debilidad de la condición humana no robustecida por la fuerza de Dios la experimentó Pedro primero en el momento del arresto de Jesús y luego en la noche del proceso y de la condenación. Según la tradición sinóptica, uno de los que estaban con Jesús en el momento del prendimiento tomó la espada con la intención de defender por la fuerza al maestro y mesí­as (Mar 14:47 par); Juan dice que se trataba de Pedro, el cual recibió de Jesús la orden de devolver la espada a su vaina (Jua 18:10-11). En la tercera escena se pone de manifiesto la completa crisis de Pedro, el cual por tres veces, ante las insistentes preguntas de los que se estaban calentando a la lumbre en el patio del palacio del sumo sacerdote, reniega de su maestro. La triple negativa corresponde a la triple instrucción de Jesús sobre la pasión del Hijo del hombre y a su triple oración. Pero Pedro, que recorre hasta el fondo el camino de la crisis que le habí­a anunciado Jesús, encuentra también la fuerza de la conversión y del arrepentimiento. Es el recuerdo de las palabras de Jesús lo que le permite reconocer su fracaso y llorar amargamente su pecado (Mar 14:66-72 par). Así­ pues, Pedro, en la reconstrucción que hacen los evangelios sinópticos, es la figura paradigmática de todos los que siguen a Jesús, tanto en la adhesión espontánea como en la experiencia de la crisis provocada por la duda y por el miedo en el seguimiento de un mesí­as humillado y doliente.

d) La rehabilitación. Los tres evangelios sinópticos refieren de manera especial con diversos acentos el cumplimiento de la promesa de Jesús a Pedro: después de su resurrección él estará de nuevo al frente del grupo en Galilea (Mar 14:28; cf 16,7; Luc 24:34). Pero son las tradiciones de Lucas y de Mateo las que conceden un relieve particular a esta nueva función de Pedro gracias a la palabra eficaz de Jesús. Lucas, dentro del contexto del discurso que siguió a la cena pascual, en el que se define el estatuto de la comunidad fiel y perseverante, refiere estas palabras de Jesús: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder cribaros como el trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te arrepientas, confirma a tus hermanos” (Lev 22:31-32). En virtud de la plegaria eficaz de Jesús, Pedro podrá superar la crisis y la tentación que provienen del adversario, de Satanás. Y, también gracias a la palabra de Jesús, Pedro es restablecido en su función de guí­a de la comunidad.

Este mismo motivo se encuentra en la tradición de Mateo, el cual dramatizó la crisis de Pedro en la escena nocturna del encuentro en el lago. Jesús salva a Pedro de hundirse en las aguas respondiendo a su invocación: “¡Señor, sálvame!” (Mat 14:28-31). Pero es en el diálogo posterior a la confesión mesiánica de Cesarea cuando Jesús revela y promete a Pedro su función eclesial. En primer lugar, en respuesta a la confesión de fe cristológica de Pedro: “Tú eres el mesí­as, el Hijo del Dios vivo”, Jesús respode: “Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat 16:17). La declaración de fe de Pedro se remonta a la iniciativa gratuita del Padre, que revela su plan salví­fico a los “pequeños”. Sobre la base de esta fe Pedro es constituido fundamento, “roca”, de la comunidad mesiánica de Jesús -“mi Iglesia”- y se le confí­a la misión de guí­a autorizado de la misma: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mat 16:18-19). La doble imagen de la roca y de las llaves sirve para definir la función de Pedro en el ámbito de la Iglesia en virtud de la palabra eficaz de Jesús. Lo mismo que el “mayordomo” en la casa real, también Pedro tiene autoridad en la comunidad mesiánica de Jesús con el poder de atar y desatar, es decir, según el lenguaje rabí­nico de la época, la autoridad de pronunciar decisiones doctrinales.

En conclusión, la tradición sinóptica reconstruye la figura y el papel de Pedro sobre una base histórica bien sólida, ya que se conservan también ciertos datos que no corresponden en lo más mí­nimo al proceso de idealización de los jefes. En segundo lugar, cabe destacar además que la figura de Pedro es propuesta no sólo como modelo del discí­pulo, sino también como representante autorizado y guí­a de la comunidad creyente.

2. PEDRO EN LA TRADICIí“N JOANEA. En una confrontación entre los evangelios y el cuarto evangelio se obsevan algunas convergencias de fondo sobre la imagen de Pedro: el nombre, el apelativo Pétros, su pertenencia al grupo de los doce y la presencia caracterí­stica de Pedro en algunos episodios de la pasión y resurrección de Jesús. Pero el cuarto evangelio puede utilizar una tradición particular en lo que se refiere a Pedro, que sirve para completar y puntualizar su perfil espiritual. Pedro se presenta como el portavoz del grupo de los doce en la crisis de seguimiento que acompañó al discurso de revelación sobre el pan de vida. Cuando Jesús dirige al grupo esta pregunta: “¿También vosotros queréis iros?”, Pedro responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios” (Jua 6:67-69). Esta declaración de Pedro en nombre de los demás discí­pulos es el eco de la tradición sinóptica sobre la confesión mesiánica de Cesarea de Filipo. Pero está formulada con los rasgos tí­picos del cuarto evangelio. Jesús es reconocido como el enviado de Dios, el único mediador capaz de comunicar a todos los que lo acogen la vida plena de Dios. En las palabras de Pedro, que se convierte en portavoz del grupo de los discí­pulos históricos, se advierte la concepción de la fe tradicional de Juan.

Otro rasgo caracterí­stico de la figura de Pedro en el cuarto evangelio es la confrontación con el otro personaje representativo, “el discí­pulo predilecto de Jesús”. Este último es el intérprete y la garantí­a autorizada de la tradición presidida por Juan. Desde el comienzo del libro de la “gloria” (Jua 13:1) hasta la segunda conclusión (Jua 21:25), aparecen algunos episodios en los que las dos figuras, la de Pedro y la del discí­pulo amado, se mantienen una al lado de la otra en una relación complementaria. Pedro, durante la cena final, cuando Jesús anuncia que el traidor está presente en el grupo de los doce, intenta descubrir quién es preguntándolo a través del discí­pulo que se encuentra junto a Jesús (Jua 13:24). En el relato de la pasión, el evangelista advierte que, mientras que todos los demás discí­pulos huyeron, “Simón Pedro y otro discí­pulo seguí­an a Jesús. Y este discí­pulo, como era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote; pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió entonces el otro discí­pulo, conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y pasó a Pedro” (Jua 18:15-16). Pero la escena más significativa para ver la relación entre estas dos figuras ejemplares es la visita, el primer dí­a de la semana, al sepulcro de Jesús, que Marí­a de Magdala habí­a encontrado abierto y vací­o. La mujer corre a advertir a Simón Pedro ‘ al otro discí­pulo predilecto de Jesús. Los dos discí­pulos corren al sepulcro, y llega primero el discí­pulo preferido de Jesús: “Se asomó y vio los lienzos por el suelo, pero no entró. Enseguida llegó Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos por el suelo; el sudario con que le habí­an envuelto la cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. Entonces entró el otro discí­pulo que habí­a llegado antes al sepulcro, vio y creyó” (Jua 20:3-8). En esta composición aparece la perspectiva joanea en la presentación de la figura de Pedro en relación con la del “discí­pulo” que llega a la fe. Esta confrontación no rebaja la autoridad de Pedro, sino que la coloca en otro nivel y le da otra función. Es lo que aparece también en la última escena pascual, registrada en el epí­logo del cuarto evangelio. Pedro, con otros siete discí­pulos, vuelve a su actividad anterior de pescador en el lago de Galilea. En este contexto, Jesús se hace presente como un personaje anónimo que camina por la orilla del lago. Tan sólo por una palabra suya los discí­pulos obtienen una pesca extraordinaria. Entonces el discí­pulo predilecto lo reconoce como el Señor. Pero es Pedro el que, echándose al agua, alcanza a Jesús en la orilla. Después de haber comido el almuerzo que Jesús habí­a preparado a sus discí­pulos, se recoge un diálogo en el que Jesús se dirige a Pedro con estas palabras: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Jua 21:15). La triple pregunta sobre el amor preside al triple encargo pastoral: “Apacienta mis corderos-ovejas”. La pregunta de Jesús y la misión pastoral de Pedro entran dentro de la perspectiva del cuarto evangelio: la rehabilitación de Pedro y la prolongación de la misión pastoral de Jesús. En efecto, Pedro es llamado a seguirle como el único auténtico “pastor”: dar la vida por él. Dentro de este marco tiene lugar la última confrontación con el discí­pulo amado: “Pedro, al verlo, dijo a Jesús: `Señor, y éste, ¿qué?’ Jesús le dijo: `Si yo quiero que éste se quede hasta que yo venga, a ti, ¿qué? Tú sí­gueme”‘ (Jua 21:22). De esta manera concluye la presentación de la figura de Pedro en la tradición joanea, que, en el contexto de la pasión y de la resurrección, se sitúa en relación de tensión complementaria con el discí­pulo autorizado. En sustancia, la imagen que da de Pedro el cuarto evangelio confirma la de los sinópticos, acentuando la iniciativa de Jesús y la función pastoral petrina a partir de la experiencia de la pascua.

II. PEDRO EN LA TRADICIí“N DE LA PRIMERA IGLESIA. El papel y la figura de Pedro que se nos ha conservado y transmitido en los textos evangélicos queda integrado y ampliado en el ámbito de la primera Iglesia, especialmente en esos dos filones tradicionales que son el que se refiere a Lucas, como autor de los Hechos de los Apóstoles, y a Pablo, cuya actividad y mensaje se conserva en su epistolario.

1. PEDRO EN LOS HECHOS DE LOS APí“STOLES. La presencia de Pedro en la historia de la primitiva Iglesia que nos presenta Lucas es realmente impresionante, aunque reservada a la primera parte de los Hechos, concretamente desde el capí­tulo 1 al 15. Su nombre en esta parte de los Hechos se menciona por lo menos 56 veces. Se trata en esta primera sección de la obra lucana del origen y expansión de la Iglesia en el ambiente judí­o de Jerusalén, de Judea y, más tarde, en Samaria, según el programa que habí­a trazado Jesús resucitado (Heb 1:8). El papel activo y directivo de Pedro aparece desde el principio dentro del grupo de los discí­pulos históricos, los apóstoles, los cuales representan la continuidad entre Jesús y la Iglesia. Por eso es preciso sustituir a Judas, el traidor, mediante la elección de Matí­as. Y es Pedro el que toma la palabra para proponer a la pequeña asamblea electiva la función “testimonial” de los apóstoles, garantes de la continuidad histórico-espiritual de Jesús (Heb 1:15-26). Igualmente es una vez más Pedro el que, el dí­a de pentecostés, pronuncia el discurso programático, prototipo de los anuncios misioneros en los Hechos. Frente a la reacción de los judí­os, que confunden la experiencia carismática con una exaltación colectiva, Pedro toma la palabra en medio de los once y da la interpretación auténtica del fenómeno, como cumplimiento de las promesas de Dios para los últimos tiempos. Viene a continuación la proclamación del mensaje cristiano centrado en Jesús, el hombre rechazado por las autoridades judí­as, pero rehabilitado por Dios. El don del Espí­ritu es el signo de que Jesús ha sido entronizado a la derecha de Dios y constituido Cristo y Señor (Heb 2:12-36). La predicación de Pedro concluye con una llamada a la conversión, que da origen a la primera comunidad cristiana en Je= rusalén (Heb 2:38-41). La expansión del movimiento cristiano en el ambiente de Jerusalén y en Judea ve una vez más a Pedro en primer plano. El choque con las autoridades judí­as del templo y del sanedrí­n es la consecuencia del gesto taumatúrgico de Pedro, que, junto con Juan, cura al paralí­tico en la puerta Hermosa del templo (Heb 3:1-10.11-26). En su primera comparecencia ante el consejo-tribunal -el sanedrí­n-Pedro da testimonio de Jesús, constituido por Dios como único y definitivo “salvador”. Y a la prohibición de las autoridades judí­as de hablar en nombre de Jesús, Pedro y Juan responden: “¿Os parece justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a él? Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oí­do” (Heb 4:19-20). Este principio de la libertad cristiana vuelve a repetirse en la segunda comparecencia ante el sanedrí­n judí­o. Una vez más es Pedro el que, en medio de los apóstoles, toma la palabra afirmando: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Heb 5:29).

No sólo en la confrontación con las autoridades judí­as de Jerusalén, sino también dentro de la joven comunidad cristiana ocupa Pedro una función directiva, como lo muestra el episodio ejemplar de Ananí­as y Safira (Heb 5:1-11). Los bienes recogidos para la asistencia de los pobres en la comunidad son administrados por el grupo de apóstoles (Heb 4:35). Pero el autor de los Hechos presenta a Pedro poniendo al descubierto el intento de la pareja cristiana de engañar a la comunidad en el uso de los bienes y anunciando el juicio de Dios, el cual condena a los que atentan contra el estatuto santo de la comunidad.

También en la expansión de la Iglesia por el ámbito de Samaria y entre los paganos se presenta a Pedro como protagonista. En el primer caso, acompañado de Juan, confirma mediante la imposición de manos la obra evangelizadora de Felipe entre los samaritanos. Al mismo tiempo desenmascara, en su confrontación con Simón mago, el equí­voco de un ambiente sincretista que confunde el don del Espí­ritu con un poder capaz de ser comercializado (Heb 8:17-25). La posición de Pedro en el proyecto de la misión cristiana reconstruida por Lucas aparece en toda su importancia en la cuestión de la admisión de los paganos en la comunidad cristiana como ciudadanos de pleno derecho. Con la opción del bautismo de Cornelio, el pagano convertido de Cesarea Marí­tima, Pedro establece el principio de la libertad de los paganos respecto a las restricciones judí­as. La fe es la única condición para formar parte del pueblo mesiánico. Esto es ampliamente documentado por Lucas en dos capí­tulos fundamentales de su obra: el Espí­ritu conduce a Pedro a superar las barreras étnico-religiosas, aceptando la invitación del oficial pagano Cornelio, a quien anuncia el evangelio en su propia casa. El don del Espí­ritu, derramado sobre los paganos creyentes, confirma la revelación de Dios. Pedro entonces los acoge en la comunidad cristiana mediante el bautismo (Heb 10:44-48). Pero esta decisión suya necesita ser defendida en la comunidad histórica de Jerusalén frente a los convertidos judí­os. Pedro pone de relieve la iniciativa de Dios, a la que él se ha adherido (Heb 11:1-18). Este principio de la salvación de los paganos en virtud de la fe será recogido en la asamblea de Jerusalén. El problema que planteaba la conversión de los paganos, después de la misión de Pablo y Bernabé en la meseta de Anatolia, vuelve a encender las discusiones y las resistencias de los convertidos procedentes del judaí­smo de Jerusalén. En el concilio que se reúne para discutir la cuestión, Pedro apela a la experiencia ejemplar de Cornelio: “Hermanos, vosotros sabéis que hace mucho tiempo Dios me eligió entre vosotros para que los paganos oyesen de mis labios la palabra del evangelio y abrazaran la fe. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor, dándoles el Espí­ritu Santo igual que a nosotros; y no ha hecho diferencia alguna entre ellos y nosotros, purificando sus corazones con la fe” (Heb 15:7-9). De aquí­ la conclusión que saca Pedro: no hay que imponer la ley judí­a, incapaz de comunicar la salvación, puesto que “nos salvamos por la gracia de Jesús, el Señor, igual que ellos” (Heb 15:11).

A continuación Pedro desaparece de la perspectiva lucana para dejar sitio a la figura y a la función de Pablo, que llevará el evangelio hasta los confines de la tierra, según el programa de Jesús resucitado. Pero antes de cerrar el capí­tulo de Pedro, Lucas conserva un recuerdo de su “pasión” y liberación pascual. El jefe de los doce es encarcelado después del martirio de Santiago, hermano de Juan, por Herodes Agripa, el cual con esta polí­tica represiva intenta congraciarse con los ambientes judí­os de Jerusalén. Pero el apóstol es liberado prodigiosamente durante la noche como en un pequeño éxodo pascual (Heb 12:1-17). Desde este momento Pedro desaparece del horizonte histórico lucano. En resumen, se puede decir que el papel de Pedro es decisivo en el origen de la primera Iglesia dentro del ámbito judí­o. Es el protagonista en algunas opciones programáticas de la misión, pero también en la dirección de la comunidad de Jerusalén y de Judea (cf Heb 9:32-43). Por consiguiente, desempeña una doble función: animar la misión cristiana trazando su recorrido ideal y ser el guí­a autorizado de la Iglesia.

2. PEDRO EN EL TESTIMONIO DE PABLO Y DE SU TRADICIí“N. Las cartas auténticas de Pablo tienen un valor de primer orden para reconstruir la historia de la misión cristiana y de sus protagonistas, ya que se trata de textos que es posible fechar con cierta seguridad. Pablo, el apóstol de los paganos, menciona a Pedro en sus escritos tanto en relación con la Iglesia histórica de Jerusalén como en el contexto de su autorización para el apostolado.

a) Pedro entre las “columnas” de la Iglesia. La mención más antigua de Pedro en los textos del NT se conserva en la primera carta enviada por Pablo a la comunidad de Corinto a mediados de los años cincuenta. En ella Pablo remite a su actividad de evangelizador en la ciudad de Corinto, que habrí­a desarrollado al comienzo de dichos años; refiere el contenido esencial del anuncio evangélico que dio comienzo a aquella joven Iglesia. Con una fórmula protocolaria presenta la autoridad tradicional del evangelio relativo a Cristo, el cual “murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer dí­a, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas y luego a las doce” (lCor 15,3-5). Pedro, mencionado en este texto con el correspondiente arameo Cefas, es situado en cabeza de la lista de los destinatarios de la manifestación de Jesús resucitado. Forma parte del grupo histórico de los doce, y por tanto de los testigos autorizados y cualificados por la tradición. Unos capí­tulos antes, Pablo se habí­a referido a Pedro-Cefas como modelo ejemplar de la función apostólica, junto con Santiago y los hermanos del Señor (ICor 9,5-6). Por lo demás, Pedro, designado siempre con el apelativo arameo de Cefas, es conocido en la comunidad cristiana de Corinto, si es cierto que un grupo apela a él como lí­der prestigioso para contraponerse a otros grupos que invocan, por el contrario, a Pablo, a Apolo e incluso al propio Cristo (1Co 1:12).

Hasta en la lejanas comunidades cristianas de Galacia, en donde Pablo habí­a anunciado el evangelio, es conocido Pedro, el jefe histórico del grupo de los doce. Efectivamente, Pablo, en la carta dirigida a aquella Iglesia, recuerda sus encuentros en Jerusalén con Pedro, el apóstol. Para legitimar su función apostólica y el contenido y el método de su evangelio, Pablo traza una rápida reseña de sus relaciones con los dirigentes históricos de la primera Iglesia. Después de hablar de la “revelación” de Damasco, Pablo continúa su autobiografí­a de este modo: “Al cabo de tres años fui a Jerusalén para conocer a Cefas, y estuve con él quince dí­as. Y no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, el hermano del Señor”(Gál 1:18-19). Después de esta primera visita a Pedro, Pablo menciona otra, que tuvo lugar catorce años más tarde, también en Jerusalén, en compañí­a de Bernabé y de Tito. El objetivo de esta segunda visita es el de confrontar con los dirigentes de la Iglesia el contenido y el método de evangelización practicado por Pablo entre los paganos, “para saber si estaba o no trabajando inútilmente” (Gál 2:1-2). En este encuentro con los responsables de la Iglesia quedaron plenamente aprobados el método de Pablo y su legitimidad de apóstol: “Los dirigentes no me añadieron nada…, antes al contrario, vieron que yo habí­a recibido la misión de anunciar el evangelio a los paganos, como Pedro a los judí­os…, y Santiago, Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, reconocieron que Dios me ha dado este privilegio, y nos dieron la mano a mí­ y a Bernabé en señal de que estaban de acuerdo” (Gál 2:7-9).

El tercer episodio, que recuerda Pablo después de este signo de mutuo reconocimiento, en el que Pablo insiste para subrayar su legitimidad de apóstol y la validez de su método misionero entre los gálatas, es conocido como la “controversia de Antioquí­a” (Gál 2:11-14). Se trata de un contraste de carácter práctico-pastoral sobre las relaciones de los cristianos de origen judí­o con los recién convertidos del paganismo. En la comunidad mixta de Antioquí­a los dos grupos cristianos participan en las reuniones en común. “Cuando Pedro vino a Antioquí­a, yo me enfrenté con él cara a caray le reprendí­. Pues antes de que viniesen algunos de parte de Santiago, él comí­a con los paganos; pero cuando vinieron, se retrajo y se apartó por miedo a los judí­os” (Gál 2:11-12). Esta toma de posición y esta resistencia abierta de Pablo al modo de obrar de Pedro, que contradice su lí­nea teórica y a su praxis anterior, es un signo de la autoridad que Pablo atribuye al jefe histórico. En efecto, su ejemplo corre el riesgo de influir también en losmás estrechos colaboradores de Pablo, como Bernabé. En defensa de la “verdad del evangelio”, es decir, del contenido esencial del papel salví­fico de la muerte de Jesús y de la metodologí­a misionera consiguiente, Pablo se enfrenta abiertamente con Pedro. En realidad, el discurso de Pablo, referido en la carta, no va dirigido a instruir a Pedro, sino que quiere recordar cuál es el contenido esencial del evangelio, contradicho por aquellos que apelan a la figura de Santiago para imponer las restricciones judí­as a los recién convertidos paganos.

b) La tradición petrina. En el canon cristiano se conservan dos cartas, puestas bajo el nombre y la autoridad de Pedro [t Pedro, primera carta; / Pedro, segunda carta]. En efecto, en los saludos respectivos el remitente se presenta como “Pedro, apóstol de Jesucristo”, “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo” (lPe 1,1; 2Pe 1:1). En el primer caso la carta va dirigida a los cristianos de la “diáspora”. Así­ pues, la figura de Pedro se presenta como la del apóstol autorizado. Es además el “mártir”, testigo de Jesucristo, el “pastor” supremo, para dar autoridad a sus instrucciones y exhortaciones a los cristianos en crisis (IPe 5,1-4). En la segunda carta, por el contrario, la imagen del apóstol está en el fondo como punto de referencia para avalar la autoridad de la intervención dirigida a desenmascarar las tendencias de carácter gnostizante de los grupos disidentes. Pedro es realmente el que garantiza la tradición auténtica y la fe ortodoxa, “el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2Pe 1:8). Sobre la base de una tradición ya bien sólida, registrada en los evangelios, Pedro se presenta como el testigo histórico de Jesús que puede garantizar la autenticidad del mensaje cristiano frente a las especulaciones de los que se desví­an: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas hábilmente imaginadas, sino como testigos oculares de su majestad. El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la excelsa gloria se le hizo llegar esta voz: `Este es mi hijo querido, mi predilecto’. Esta voz bajada del cielo la oí­mos nosotros cuando estábamos con él en el monte santo” ( 2Pe 1:16-18).

CONCLUSIí“N. Al final de este estudio de reconstrucción del perfil histórico y espiritual de Pedro se puede admitir, sin ceder a preocupaciones apologéticas o a tendencias reductivas, que Pedro ocupa un lugar de primer plano, reconocido y atestiguado por toda la tradición neotestamentaria. Pedro es el discí­pulo histórico de Jesús, el testigo autorizado de su resurrección y el que garantiza la autenticidad de la tradición cristiana.

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R. Fabris

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

(Trozo de Roca).
A este apóstol de Jesucristo se le llama de cinco maneras diferentes en las Escrituras: por el nombre hebreo †œSymeón†, el griego †œSimón† (de una raí­z hebrea que significa †œoí­r; escuchar†), †œPedro† (nombre griego que solo se le aplicó a él en las Escrituras), su equivalente semí­tico †œCefas† (quizás relacionado con el hebreo ke·fí­m [rocas], que se emplea en Job 30:6 y Jer 4:29) y la expresión †œSimón Pedro†. (Hch 15:14; Mt 10:2; 16:16; Jn 1:42.)
Pedro era hijo de Juan, o Jonás. (Mt 16:17; Jn 1:42.) En un principio se dice que residí­a en Betsaida (Jn 1:44), y, más adelante, en Capernaum (Lu 4:31, 38), ambas ciudades situadas en la orilla septentrional del mar de Galilea. Pedro y su hermano Andrés se dedicaban al negocio de la pesca, junto con Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, †œque eran partí­cipes con Simón†. (Lu 5:7, 10; Mt 4:18-22; Mr 1:16-21.) Por consiguiente, Pedro no era un pescador independiente, sino parte de una empresa de cierta envergadura. Aunque los lí­deres judí­os consideraban a Pedro y a Juan †œhombres iletrados y del vulgo†, esto no significa que fuesen analfabetos o ignorantes. El Nuevo Testamento Interlineal (de Francisco Lacueva, 1984, pág. 477) comenta en una nota a este texto que el término que se les aplicó, el plural de a·grám·ma·tos, en este contexto significa †œque no habí­an estudiado en ninguna escuela rabí­nica†. (Compárese con Jn 7:14, 15; Hch 4:13.)
Como indica el registro bí­blico, Pedro estaba casado, y parece que, al menos en los últimos años, su esposa le acompañó en algunos viajes misionales, si no en todos, como hicieron las esposas de otros apóstoles. (1Co 9:5.) Su suegra viví­a en la casa que él y su hermano Andrés compartí­an. (Mr 1:29-31.)

Ministerio con Jesús. Su hermano Andrés —discí­pulo de Juan el Bautista— fue quien lo dirigió a Jesús, y Pedro fue uno de sus primeros discí­pulos. (Jn 1:35-42.) Precisamente en esta ocasión Jesús le dio el nombre Cefas (Pedro) (Jn 1:42; Mr 3:16), y es probable que este nombre fuera profético. Jesús, que pudo percibir que Natanael era un hombre †˜en quien no habí­a engaño†™, también pudo discernir el carácter de Pedro. Este, en efecto, manifestó cualidades comparables a las de una roca, en especial después de la muerte y resurrección de Jesús, al convertirse en una influencia fortalecedora para sus compañeros cristianos. (Jn 1:47, 48; 2:25; Lu 22:32.)
Más tarde, en Galilea, Pedro, su hermano Andrés y sus socios Santiago y Juan, recibieron la llamada de Jesús para ser †œpescadores de hombres†. (Jn 1:35-42; Mt 4:18-22; Mr 1:16-18.) Jesús habí­a escogido la barca de Pedro para hablar desde ella a la multitud que se encontraba en la orilla, y después hizo que se produjera una pesca milagrosa que impulsó a Pedro, quien al principio se habí­a mostrado escéptico, a caer ante Jesús con temor. Tras este suceso, él y sus tres compañeros no vacilaron en abandonar su negocio para seguir a Jesús. (Lu 5:1-11.) Cuando Jesús escogió a sus doce †œapóstoles†, o †˜enviados†™, entre los que se hallaba Pedro, este ya llevaba aproximadamente un año de discipulado. (Mr 3:13-19.)
Jesús eligió de entre los apóstoles a Pedro, a Santiago y a Juan para que le acompañaran en varias ocasiones especiales, como la transfiguración (Mt 17:1, 2; Mr 9:2; Lu 9:28, 29), la resurrección de la hija de Jairo (Mr 5:22-24, 35-42) y durante su propia prueba en el jardí­n de Getsemaní­ (Mt 26:36-46; Mr 14:32-42). Estos apóstoles, junto con Andrés, fueron los que de modo personal le preguntaron a Jesús en cuanto a la destrucción de Jerusalén, su futura presencia y la conclusión del sistema de cosas. (Mr 13:1-3; Mt 24:3.) A pesar de que Pedro aparece junto a su hermano Andrés cuando se hace una relación de los apóstoles, en el registro de los acontecimientos anteriores y posteriores a la muerte y resurrección de Jesús, se le menciona con más frecuencia junto al apóstol Juan. (Lu 22:8; Jn 13:24; 20:2; 21:7; Hch 3:1; 8:14; compárese con Hch 1:13; Gál 2:9.) No se conoce la razón, si fue por afinidad natural entre ellos o porque Jesús los comisionó a trabajar juntos. (Compárese con Mr 6:7.)
Los evangelios recogen más declaraciones de Pedro que de cualquiera de los otros once apóstoles. Se ve con claridad que no era tí­mido ni indeciso, sino de carácter extravertido. Este hecho hizo que hablara antes que los demás y que expresara su parecer cuando otros permanecí­an en silencio. Asimismo, planteó preguntas que hicieron que Jesús aclarase y ampliase sus ilustraciones. (Mt 15:15; 18:21; 19:27-29; Lu 12:41; Jn 13:36-38; compárese con Mr 11:21-25.) A veces fue impulsivo e impetuoso al hablar. Por ejemplo, fue él quien sintió la necesidad de decir algo al presenciar la transfiguración. (Mr 9:1-6; Lu 9:33.) Su comentario, un tanto irreflexivo, sobre lo provechoso de estar allí­ y su proposición de edificar tres tiendas, parecen indicar que no querí­a que terminara la visión (en la que Moisés y Elí­as ya se estaban separando de Jesús), sino que continuara. La noche de la última Pascua en un principio se negó enérgicamente a que Jesús le lavase los pies, pero al ser reprendido quiso también que le lavase la cabeza y las manos. (Jn 13:5-10.) Sin embargo, se puede ver que en el fondo las expresiones de Pedro nací­an de sus buenos deseos e intenciones, así­ como de sus fuertes sentimientos. El hecho de que se hayan incluido en el registro bí­blico pone de manifiesto su valor, aunque a veces revelan ciertas flaquezas humanas de quien las pronunció.
Por ejemplo, cuando muchos discí­pulos tropezaron por la enseñanza de Jesús y lo abandonaron, Pedro, en nombre de todos los apóstoles, manifestó su determinación de permanecer con su Señor, quien tení­a †œdichos de vida eterna […], el Santo de Dios†. (Jn 6:66-69.) Después que los apóstoles respondieron a la pregunta de Jesús acerca de lo que opinaba la gente sobre su identidad, de nuevo fue Pedro quien expresó la firme convicción: †œTú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo†, por lo que Jesús lo pronunció bienaventurado o †œfeliz†. (Mt 16:13-17.)
Pedro fue quien más veces habló, pero también fue a quien con más frecuencia se corrigió, reprendió o censuró. En una ocasión, movido por la compasión, cometió el error de atreverse a llevar a Jesús aparte y reprenderlo por haber predicho sus propios sufrimientos y su muerte como Mesí­as. Jesús le dio la espalda y le dijo que era un opositor, o Satanás, que poní­a los razonamientos humanos por delante del propósito de Dios registrado en la profecí­a. (Mt 16:21-23.) Sin embargo, debe notarse que Jesús †˜miró a los otros discí­pulos†™, lo que parece dar a entender que sabí­a que Pedro expresaba sentimientos que los demás compartí­an. (Mr 8:32, 33.) Cuando Pedro se tomó la libertad de hablar en nombre de Jesús respecto al pago de cierto impuesto, Jesús, de manera muy bondadosa, le ayudó a reconocer la necesidad de ser más reflexivo antes de hablar. (Mt 17:24-27.) Pedro manifestó exceso de confianza y cierto sentimiento de superioridad sobre los otros once cuando afirmó que aunque ellos tropezaran con relación a Jesús, él nunca lo harí­a, y estarí­a dispuesto a ir a prisión e incluso morir con Jesús. Es cierto que todos los demás respaldaron esta afirmación, pero Pedro fue el primero en decirlo y reafirmarlo †œcon insistencia†. Fue entonces cuando Jesús predijo que Pedro negarí­a a su Señor tres veces. (Mt 26:31-35; Mr 14:30, 31; Lu 22:33, 34.)
Pedro no solo era un hombre de palabras, sino de acción: demostró iniciativa, valor y un fuerte apego a su Señor. Cuando Jesús se retiró a un lugar solitario antes del amanecer, para orar, Simón no tardó mucho en †˜ir en su busca†™ con un grupo de acompañantes. (Mr 1:35-37.) También fue Pedro quien pidió a Jesús que le ordenase andar sobre las aguas azotadas por la tormenta para llegar hasta donde él se hallaba, y anduvo cierta distancia antes de ceder a la duda y empezar a hundirse. (Mt 14:25-32.)
Durante la última noche de la vida terrestre de Jesús, Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de acompañarlo al jardí­n de Getsemaní­, donde Jesús se ocupó en orar con fervor. Al igual que los demás apóstoles, Pedro se durmió debido al cansancio y la tensión producida por la tristeza. Quizás debido a que Pedro habí­a expresado reiteradamente su determinación de seguir a Jesús, fue a él en particular a quien se dirigió cuando dijo: †œ¿No pudieron siquiera mantenerse alerta una hora conmigo?†. (Mt 26:36-45; Lu 22:39-46.) Pedro no se †˜ocupó en orar†™, y sufrió las consecuencias.
Cuando los discí­pulos vieron que la chusma estaba a punto de prender a Jesús, preguntaron si deberí­an luchar, pero Pedro, sin esperar respuesta, intervino cortando con la espada la oreja de un hombre (acción con la que posiblemente pretendí­a causar un daño mayor), para luego ser censurado por Jesús. (Mt 26:51, 52; Lu 22:49-51; Jn 18:10, 11.) Aunque Pedro abandonó a Jesús, al igual que los otros discí­pulos, luego siguió †œde lejos† a la chusma que fue a detenerle, tal vez debatiéndose entre el temor por su propia vida y su profunda preocupación respecto a lo que le sucederí­a a Jesús. (Mt 26:57, 58.)
Una vez que Pedro llegó a la casa del sumo sacerdote, otro discí­pulo que debí­a haberle seguido o acompañado le ayudó para que pudiese entrar hasta el mismo patio. (Jn 18:15, 16.) Una vez allí­, no permaneció discretamente callado en algún rincón oscuro, sino que fue y se calentó en el fuego. El resplandor hizo posible que se le reconociese como compañero de Jesús, y su acento galileo dio pábulo a las sospechas. Al ser acusado, Pedro negó por tres veces que conociese a Jesús, y, finalmente, llevado por la vehemencia de su negación, llegó a echar maldiciones. Desde alguna parte de la ciudad se oyó a un gallo cantar por segunda vez, y Jesús †œse volvió y miró a Pedro†. Este, abatido, salió fuera y lloró amargamente. (Mt 26:69-75; Mr 14:66-72; Lu 22:54-62; Jn 18:17, 18; véanse CANTO DEL GALLO; JURAMENTO.) Sin embargo, la súplica que Jesús habí­a hecho a favor de Pedro con anterioridad recibió respuesta, y su fe no desfalleció por completo. (Lu 22:31, 32.)
Después de la muerte y resurrección de Jesús, el ángel les dijo a las mujeres que fueron a la tumba que llevaran un mensaje a †œsus discí­pulos y a Pedro†. (Mr 16:1-7; Mt 28:1-10.) Cuando Marí­a Magdalena comunicó el mensaje a Pedro y a Juan, los dos salieron corriendo hacia la tumba y Juan llegó primero. Mientras que este se detuvo frente a la tumba y tan solo miró al interior, Pedro entró hasta dentro, seguido luego por Juan. (Jn 20:1-8.) El que Jesús se le apareciera antes que al grupo de discí­pulos y el que el ángel le hubiese nombrado especí­ficamente a él, debió confirmar al arrepentido Pedro que su triple negación no habí­a cortado para siempre su relación con el Señor. (Lu 24:34; 1Co 15:5.)
Antes que Jesús se manifestara a los discí­pulos en el mar de Galilea (Tiberí­ades), Pedro, con su caracterí­stico dinamismo, dijo a los demás que se iba a pescar, y ellos decidieron acompañarlo. Más tarde, cuando Juan reconoció a Jesús en la playa, Pedro se echó al agua impulsivamente y nadó a tierra, dejando que los demás llevaran la barca. No obstante, fue Pedro quien luego, al pedir Jesús unos peces, se fue y llevó la red a la orilla. (Jn 21:1-13.) En esta ocasión Jesús le preguntó tres veces a Pedro (quien habí­a negado tres veces a su Señor) si le amaba, dándole la comisión de †˜pastorear sus ovejas†™. Jesús también predijo cómo morirí­a Pedro, quien al ver al apóstol Juan, preguntó: †œSeñor, ¿qué hará este?†. Una vez más, Jesús corrigió su punto de vista y le señaló la necesidad de que †˜fuera su seguidor†™, sin preocuparse por lo que los demás pudieran hacer. (Jn 21:15-22.)

Su ministerio posterior. Habiéndose †œvuelto† de su caí­da en el lazo del temor —causado en gran parte por su excesiva confianza (compárese con Pr 29:25)— Pedro tení­a que †˜fortalecer a sus hermanos†™ en cumplimiento de la exhortación de Cristo (Lu 22:32) y hacer una labor de pastoreo entre Sus ovejas. (Jn 21:15-17.) De modo que Pedro desempeñó un importante papel en la actividad de los discí­pulos después de la ascensión de Jesús al cielo. Antes del Pentecostés de 33 E.C., planteó la cuestión de buscar un sustituto para el infiel Judas, y apoyó con las Escrituras esta medida. La asamblea siguió su recomendación. (Hch 1:15-26.) De nuevo, bajo la guí­a del espí­ritu santo, en el Pentecostés actuó como portavoz de los apóstoles e hizo uso de la primera de las †œllaves† que recibió de Jesús, lo que abrió el camino para que los judí­os pasaran a formar parte del Reino. (Hch 2:1-41; véase LLAVE.)
Su prominencia en la congregación cristiana primitiva no terminó en el Pentecostés. El y Juan son los únicos apóstoles originales a los que se menciona más tarde en el libro de Hechos, a excepción de una breve referencia a la ejecución de †œSantiago hermano de Juan†, otro de los tres apóstoles que habí­a disfrutado de un compañerismo más estrecho con Jesús. (Hch 12:2.) Pedro se destacó también de un modo especial por los milagros que realizó. (Hch 3:1-26; 5:12-16; compárese con Gál 2:8.) Con la ayuda del espí­ritu santo, se dirigió con valentí­a a los gobernantes judí­os que les habí­an detenido a él y a Juan (Hch 4:1-21), y en otra ocasión actuó como portavoz de todos los apóstoles ante el Sanedrí­n, donde declaró con firmeza su determinación de †œobedecer a Dios como gobernante† más bien que a los hombres que se oponí­an a la voluntad de Dios. (Hch 5:17-31.) Después de aquella noche en la que negó a Jesús, Pedro debió sentirse muy satisfecho de demostrar su cambio de actitud y también de aguantar los azotes que los gobernantes le impusieron. (Hch 5:40-42.) Con anterioridad a su segunda detención, Pedro habí­a sido inspirado para descubrir la hipocresí­a de Ananí­as y Safira y pronunciar el juicio de Dios sobre ellos. (Hch 5:1-11.)
Poco después del martirio de Esteban y de que Felipe (el evangelizador) hubiese ayudado y bautizado a algunas personas que se hicieron creyentes en Samaria, Pedro y Juan viajaron a este lugar para que estos creyentes recibieran el espí­ritu santo, de modo que Pedro usó la segunda †˜llave del reino†™. Luego, de regreso a Jerusalén, los dos apóstoles †œiban declarando las buenas nuevas† a muchas aldeas samaritanas. (Hch 8:5-25.) Durante un nuevo viaje misional, Pedro sanó en Lida a Eneas, quien llevaba ocho años paralizado, y en Jope resucitó a Dorcas. (Hch 9:32-43.) Desde esta última ciudad, se le dirigió para que usase la tercera †˜llave del reino†™ cuando viajó a Cesarea para predicar allí­ a Cornelio y a sus parientes y amigos. Esto resultó en que ellos fuesen los primeros creyentes gentiles incircuncisos que recibieron el espí­ritu santo como herederos del Reino. A su regreso a Jerusalén, tuvo que encararse a los que se opusieron a esta acción, pero asintieron cuando demostró que habí­a actuado por dirección celestial. (Hch 10:1–11:18; compárese con Mt 16:19.)
Pudo haber sido alrededor de este mismo año (36 E.C.) cuando Pablo hizo su primera visita a Jerusalén como cristiano converso y apóstol. Fue a †œvisitar a Cefas [Pedro]† y pasó quince dí­as con él. También vio a Santiago, (el medio hermano de Jesús), pero no vio a ningún otro de los primeros apóstoles. (Gál 1:18, 19; véase APí“STOL [Apostolado en las congregaciones].)
De acuerdo con los datos disponibles, Herodes Agripa I ejecutó al apóstol Santiago en el año 44 E. C., y al ver que esto agradaba a los lí­deres judí­os, seguidamente detuvo a Pedro. (Hch 12:1-4.) La congregación †˜oró intensamente†™ por él, y el ángel de Jehová lo libertó de la prisión (y probablemente de la muerte). Después de relatar su liberación milagrosa a los que estaban en la casa de Juan Marcos, Pedro pidió que se hiciese un informe a †œSantiago y a los hermanos†, y luego †œcaminó a otro lugar†. (Hch 12:5-17; compárese con Jn 7:1; 11:53, 54.)
La siguiente vez que se le menciona en el relato de Hechos es con motivo de la reunión que tuvieron los †œapóstoles y ancianos† en Jerusalén hacia el año 49 E.C., para estudiar la cuestión de la circuncisión de los conversos gentiles. Después de una extensa discusión, Pedro se levantó y dio testimonio de la relación de Dios con los creyentes gentiles. El que †˜toda la multitud callara†™ demuestra la fuerza de su argumento y probablemente también el respeto que se le tení­a. Pedro, como Pablo y Bernabé, quienes testificaron después de él, actuó en realidad en calidad de testigo ante aquella asamblea, no de juez. (Hch 15:1-29.) No obstante, refiriéndose a ese tiempo, Pablo llama a Pedro, Santiago y Juan †œhombres sobresalientes†, †œlos que parecí­an ser columnas† en la congregación. (Gál 2:1, 2, 6-9.)
Del registro bí­blico se desprende que aunque Pedro era muy prominente y respetado, no ejerció la primací­a sobre los apóstoles en virtud de un nombramiento. Por eso, cuando la obra de Felipe en Samaria fructificó, el relato dice que los apóstoles —al parecer actuando como colegio o cuerpo— †œdespacharon a Pedro y a Juan† a Samaria con una comisión. (Hch 8:14.) Pedro no se quedó permanentemente en Jerusalén, como si su presencia fuese indispensable para la buena administración de la congregación cristiana. (Hch 8:25; 9:32; 12:17; véanse también ANCIANO; SUPERINTENDENTE.) Trabajó en Antioquí­a de Siria al mismo tiempo que Pablo estuvo allí­, y en aquella ocasión Pablo vio necesario reprender a Pedro (Cefas) †œcara a cara […] delante de todos ellos†, porque se habí­a avergonzado de comer y asociarse con los cristianos gentiles debido a la presencia de ciertos cristianos judí­os que habí­an llegado de Jerusalén de parte de Santiago. (Gál 2:11-14.)
En el artí­culo MASA ROCOSA se provee más información respecto a Pedro y su posición en la congregación cristiana. El punto de vista de que Pedro estuvo en Roma y desde allí­ dirigió la congregación se apoya únicamente en tradiciones dudosas y no concuerda con las indicaciones bí­blicas. Sobre lo anterior y la estancia de Pedro en Babilonia, desde donde escribió sus dos cartas, véase PEDRO, CARTAS DE.

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. Vocación. El nombre de Cefas impuesto por Cristo a Simón (Mt 16, 18; Jn 1,42; cf. lCor 1,12; 15,5; Gál 1,18), a pesar de su traducción clásica, significa “*roca” más bien que “piedra”. Por la gracia de este nuevo *nombre Simón Pedro participa de la solidez duradera y de la fidelidad inquebrantable de Yahveh y de su Mesí­as. Esto explica su situación excepcional.

Si Pedro fue escogido, no pudo ser por causa de su personalidad, todo lo simpática que se quiera, o de mérito alguno (¿no negó a su Maestro?). Esta elección gratuita le confirió una grandeza, grandeza que estriba en la misión que Cristo le confió y que él debí­a desempeñar en la fidelidad del amor (Jn 21,15ss).

2. Primado. Simón fue llamado por Jesús a *seguirle, si no el primero, por lo menos uno de los primeros (Jn 1,35-42). Los Sinópticos tienen incluso tendencia a trasponer en el tiempo el primado de Pedro y a ver en él el primer discí­pulo llamado (Mt 4,18-22 p). Sea de ello lo que fuere, Pedro tiene un puesto preeminente entre los discí­pulos, a la cabeza de las listas de los apóstoles (Mt 10,2) o del grupo de los tres privilegiados (p.e. Mt 17,1 p); en Cafarnaúm se alojó Jesús ordinariamente en casa de Pedro (p.e. Mc 1,29); en los momentos más solemnes responde él en nombre de todos (Mt 16,16 p; Jn 6,68); el mensaje confiado por los ángeles de la resurrección a las . santas mujeres (Mc 16,7) comporta una mención especial de Pedro; Juan le hace entrar el primero en el sepulcro (Jn 20,1-10); finalmente, y sobre todo, Cristo resucitado aparece a Cefas antes de manifestarse a los Doce (Lc 24,34; leer 15,5). En todas partes en el NT se pone de relieve esta preeminencia de Pedro. Hasta Pablo, recordando el incidente de Antioquí­a (Gál 2,11-14), en que Pedro, pusilánime, vaciló sobre la conducta que se habí­a de observar en un caso práctico, que se prestaba a arreglos (cf. Act 16,3), no piensa ni un solo momento en poner en duda su autoridad (cf. Gál 1,18).

3. Misión. Este primado de Pedro está fundado en su *misión, expresada en diferentes textos evangélicos.

a) Mt 16,13-23. Contra las fuerzas del mal, que son poderes de muerte, se asegura la victoria a la *Iglesia construida sobre Pedro. Por eso, a Pedro, que reconoció en Jesús al Hijo de Dios vivo, se le confí­a la misión suprema de reunir a los hombres en una comunidad en la que reciben la vida bienaventurada y eterna. Así­ como en un cuerpo no puede cesar una función vital, así­ también en la Iglesia, organismo vivo y vivificante, es preciso que Pedro, de una manera o de otra, esté personalmente presente para comunicar sin interrupción a los fieles la vida de Cristo.

b) Lc 22,31s y Hechos. Jesús, haciendo sin duda alusión al nombre de Pedro, le anuncia que deberá “confirmar” a sus hermanos y le da a entender que impedirá que desfallezca su *fe. Tal es ciertamente la misión de Pedro descrita por Lucas en los Hechos: se halla a la cabeza del grupo reunido en el Cenáculo (Act 1,13); preside la elección de Matí­as (1,15); juzga a Ananí­as y Safira (5,1-11); en nombre de los otros Apóstoles que están con él, proclama ante las multitudes la glorificación mesiánica de Cristo resucitado y anuncia el don del Espí­ritu (2,14-36); invita a todos los hombres al bautismo (2,37-41), comprendidos los “paganos” (10,1-11,18) y visita todas las Iglesias (9,32). Como signos de su poder sobre la vida, en nombre de Jesús cura a los enfermos (3,1-10) y resucita a un muerto (9,36-42).

Por otra parte, el hecho de que Pedro se vea obligado a justificar su conducta en el bautismo ‘e Cornelio (11,1-18), el modo de desarrollarse el concilio de Jerusalén (15, 1-35), así­ como las alusiones de Pablo en su epí­stola a los Gálatas (Gál 1,18-2,14), revelan que en la dirección, en gran parte colegial, de la Iglesia de Jerusalén tiene Santiago una posición importante y que su conformidad era capital. Pero estos hechos y su relación, en lugar de representar un obstáculo para el primado y la misión de Pedro, ponen en claro su sentido profundo. En efecto, la autoridad de Santiago no tiene las mismas raí­ces ni la misma expresión que la de Pedro: con un tí­tulo particular recibió éste la misión – con todo lo que ella comporta – de transmitir una regla de fe sin quiebra (cf. Gál 1,18), y es el depositario de las promesas de vida (Mt 16,18s).

c) Jn 21. Por tres veces, en forma solemne y quizá jurí­dica, Cristo resucitado confí­a a Pedro el cuidado de la grey entera, corderos y ovejas. A la luz de la parábola del buen pastor (Jn 10,1-28) debe comprenderse esta misión. El buen *pastor salva a sus ovejas, reunidas en un solo rebaño (10,16; 11,52), y éstas tienen la vida en abundancia; da incluso su propia vida por sus ovejas (10, 11); así­ Cristo, anunciando a Pedro su martirio futuro, añade: “Sí­gueme.” Si ha de seguir las huellas de su maestro, no es solamente dando su vida, sino comunicando la vida eterna a sus ovejas, a fin de que nunca perezcan (10,28).

Como Cristo, roca, piedra viva (IPe 2,4), pastor que tiene el poder de admitir en la Iglesia, es decir, de salvar de la muerte a los fieles y de comunicarles ‘la vida divina, Pedro, inaugurando una función esencial en la Iglesia, es verdaderamente el “vicario” de Cristo. En esto consiste su misión y su grandeza.

-> Apóstol – Iglesia – Pastor – Roca.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Simeón bar-Jonás (Mt. 16:17; Jn. 21:16), aunque su nombre original continuó en uso (Hch. 15:14; 2 P. 1:1), fue conocido en la iglesia apostólica principalmente por el nombre que Jesús le confirió, «Piedra» tanto en la expresión aramea derivada de Kēpha (Gá. 2:9; 1 Co. 1:2; 15:5) o griega Petros (Gá. 2:7; 1 P. 1:1; 2 P. 2:1). Mateo asocia esto con la confesión de Cesarea de Filipo (Mt. 16:18), pero no podemos asegurar que en esta solemne ocasión fue la primera vez que le fue dado ese nombre (cf. Mr. 3:16; Jn. 1:42).

Pedro era un pescador de Betsaida (Jn. 1:43), pero tenía una casa en Capernaum (Mr. 1:29ss.). Su hermano Andrés, que lo trajo a Jesús, había sido un discípulo de Juan el Bautista (Jn. 1:35ss.), y posiblemente él también lo había sido. El llamamiento que Jesús le hizo en la playa (Mr. 1:6) no fue evidentemente el primer encuentro (Jn. 1:41ss.).

Se le describe en la tradición sinóptica como líder y vocero de los Doce (cf. Mt. 15:15; Mr. 1:36; 9:5; 10:28; 11:20; Lc. 5:5), particularmente en los períodos de crisis. Él formuló la declaración en Cesarea de Filipo, expresando su resistencia ante la idea del sufrimiento del Mesías, y quien lastimosamente se jactó (Mr. 14:29–31) y lo negó (Mr. 15:66ss.). Cristo lo escogió junto a Jacobo y Juan, como parte del círculo intimo dentro de los Doce (Mr. 5:37; 9:2; 14:32).

El significado de Mateo 16:18ss. se presta para controversias. Desde los primeros tiempos, «esta roca» ha sido identificada con la confesión de fe en Cristo de Pedro, el modelo de testimonio apostólico. La otra interpretación más común (especialmente entre los escritores católico romanos) mira a la roca como Pedro mismo, quien de esta manera recibe una especial preeminencia y comisión en la fundación de la iglesia. La referencia personal del versículo 19 puede favorecer este punto de vista, pero en el resto del NT el fundamento de la iglesia es Cristo (1 Co. 3:11) o el testimonio de los apóstoles y profetas (Ef. 2:20). Cullmann ha insistido que la declaración ha sido mal ubicada en un contexto de pasión, aunque nosotros debemos reconocer que Mateo sitúa la declaración en un texto confesional. Nótese que, aunque Pedro fuera la roca, no hay evidencia que su preeminencia fuera transferible. Cullmann argumenta que Pedro es la roca, únicamente el Pedro histórico, no sus sucesores y aun esto podría cuestionarse.

Sin dudas, Pedro fue el líder de la primera iglesia en Jerusalén. Él es el primer testigo de la resurrección (1 Co. 15:5; cf. Mr. 16:7). Fue el guía de la comunidad antes de Pentecostés (Hch. 1:15ss.), y se constituye el primer predicador después de ello (Hch. 2:14ss.) y en el predicador representativo de los primeros capítulos del libro de Hechos (3:11ss.; 4:8ss.). Él preside en el juicio (Hch. 5:1ss.; 8:20ss.). Pablo ve en él una «columna» de la iglesia (Gá. 2:9).

En un sentido, es también el primer instrumento de la evangelización gentil (Hch. 15:7), y su experiencia es representativa de la revolución intelectual que afectó a los judíos cristianos (Hch. 10:1ss.). En el Concilio de Jerusalén, él insistió en la admisión de los gentiles convertidos sin que éstos tuvieran que someterse a la ley de Moisés (Hch. 15:7ss.), y se reunía a comer con éstos en la principal iglesia gentil de Antioquía (Gá. 2:12) hasta que, para disgusto de Pablo, se marginó como deferencia a la opinión judeocristiana. Esencialmente, él fue un «apóstol de la circuncisión» (Gá. 2:7ss.); pero a pesar de las obvias dificultades, permaneció como un amigo de los gentiles cristianos, a quienes se dirige en 1 Pedro.

Durante su vida y después, fuerzas antipaulinas trataron de usar a Pedro, sin su consentimiento. Había un partido de Cefas en Corinto (1 Co. 1:12), y en los romances pseudoclementinos, Pedro se confunde con Pablo, ligeramente disfrazado como Simón Mago. Posiblemente una división partidista en Roma acerca de la cuestión judía (cf. Fil. 1:15) lo llevó allá.

No hay evidencia que él fuera el obispo de Roma o que hubiera permanecido largo tiempo en la ciudad. 1 Pedro fue escrita allí (de ahí probablemente 1 P. 5:13), sin lugar a dudas, después de la muerte de Pablo, porque Silvano y Marcos estaban con él. Probablemente (cf. Eusebius HE, III; 39) el evangelio de Marcos refleje la predicación de Pedro (cf. C.H. Turner, St. Mark, S.P.C.K., London, 1924). Pedro murió en Roma en la persecución bajo Nerón, (1 Clemente 5–6), probablemente crucificado (cf. Jn. 21:18). Excavaciones recientes revelan un culto primitivo de Pedro, pero nunca se ha descubierto su tumba, lo cual es remoto.

Escritos falsos en el nombre de Pedro, principalmente con intereses heréticos, causaron dificultades en el segundo siglo (cf. R.M. Grant and G. Quispel, Vigiliae Christianae 2). Los libros canónicos reflejan su enseñanza (incluyendo el evangelio de Marcos, y los discursos de Pedro en Hechos) y una teología dominada por el concepto de Cristo como el Siervo Sufriente y el pensamiento de la gloria subsiguiente. Las crisis en la vida de Cristo (p. ej., la transfiguración, 1 P. 5:1; 2 P. 1:16ss.) causaron una fuerte impresión en él.

A finales del segundo siglo, la Iglesia de Roma aplicaba la promesa de Mateo 16:18 a Pedro y luego a sí misma, quizás como poseyendo la tumba de Pedro; esto fue resistido vigorosamente por las iglesias no romanas, (cf. Tertuliano, De Pudicitia 21). La resistencia continuó largamente (p. ej., Cipriano, De Unitate 4–5; Agustín, Retractationes i. 21.1). La Edad Media desarrolló la idea de la transferencia de los poderes de Mateo 16:18ss. a los papas, como sucesores de Pedro. Los reformadores apoyaron este rechazo con fuentes patrísticas (cf. Calvino, Institución vi. 6).

BIBLIOGRAFÍA

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Fuente: Diccionario de Teología

I. Primeros años

El nombre original de Pedro era, al parecer, el heb. Simeón (Hch. 15.14; 2 P. 1.1); quizás, como muchos judíos, también adoptó “Simón”, usual en el NT, como nombre gr. de sonido similar. Su padre se llamaba Jonás (Mt. 16.17); él mismo era casado (Mr. 1.30), y cuando viajaba como misionero su esposa lo acompañaba (1 Co. 9.5). El cuarto evangelio indica que *Betsaida, apenas dentro de la provincia de Gaulanitis, y mayormente ciudad griega, fue su lugar de origen (Jn. 1.44), pero también tenía casa en Capernaum, Galilea (Mr. 1.21ss). Ambos lugares estaban situados en la orilla del lago, donde se ocupaba de la pesca, y en ambos lugares tendría, indudablemente, abundantes contactos con gentiles. (El nombre de su hermano es griego.) Simón hablaba el arameo con fuerte acento norteño (Mr. 14.70), y conservaba la piedad y las perspectivas de su gente (cf. Hch. 10.14), aunque no había sido instruido en la ley (Hch. 4.13; no cabe duda de que sabía leer y escribir). Es probable que haya recibido el influjo del movimiento de Juan el Bautista (cf. Hch. 1.22): su hermano Andrés fue discípulo de Juan (Jn. 1.39s).

II. Llamado

El cuarto evangelio describe un período anterior al comienzo del ministerio de Cristo en Galilea, y a este ministerio se puede atribuir el primer contacto de Pedro con el Señor, por mediación de Andrés (Jn. 1.41). Esto hace más comprensible el posterior llamado a la orilla del lago (Mr. 1.16s). Después vino el llamado al grupo íntimo de los Doce (Mr. 3.16ss).

Fue en calidad de discípulo que Simón recibió su nuevo título, el arameo Kefa (“Cefas”), “roca” o “piedra” (1 Co. 1.12; 15.5; Gá. 2.9), que generalmente aparece en el NT en la forma gr. Petros. Según Jn. 1.42, Jesús le confirió este título (que no se conocía como nombre de persona) en su primer encuentro. La designación usual de Juan es “Simón Pedro”. Marcos lo llama Simón hasta 3.16, y Pedro casi invariablemente después. De todos modos, no hay nada que sugiera que las solemnes palabras de Mt. 16.18 representen el primer otorgamiento de dicho nombre.

III. Pedro en el ministerio de Jesús

Pedro fue uno de los primeros discípulos en ser llamado; aparece siempre en primer lugar en las listas de discípulos; fue también uno de los tres que formaron un círculo íntimo alrededor del Maestro (Mr. 5.37; 9.2; 14.33; cf. 13.3). Con frecuencia se describe su impulsiva devoción (cf. Mt. 14.28; Mr. 14.29; Lc. 5.8; Jn. 21.7), y era el que hablaba en nombre de los Doce (Mt. 15.15; 18.21; Mr. 1.36s; 8.29; 9.5; 10.28; 11.21; 14.29ss; Lc. 5.5; 12.41). En la crisis ocurrida cerca de Cesarea de Filipos representa a todo el grupo, porque la pregunta está dirigida a todos (Mr. 8.27, 29), y todos ellos están incluidos en la mirada que acompaña la subsiguiente reprimenda (8.33).

En cualquier interpretación satisfactoria de Mr. 9.1 la transfiguración está íntimamente ligada a la confesión apostólica que la precede. Esta experiencia hizo una perdurable impresión en Pedro: 1 P. 5.1; 2 P. 1.16ss se interpretan naturalmente como referentes a la transfiguración, y, por lo que puedan valer, el Apocalipsis y Hechos de Pedro (* Apócrifos del Nuevo Testamento) muestran que sus autores asociaban la predicación de este tema con Pedro.

En cierta medida, el desastroso alarde de Mr. 14.29ss es también representativo de los discípulos; y, como las declaraciones de Pedro respecto a su lealtad son las más enfáticas, así también su negación del Señor es la más explícita (Mr. 14.66ss). Sin embargo, se lo destaca en forma especial en el mensaje de la resurrección (Mr. 16.7), y recibe una visita personal por parte del Señor resucitado (Lc. 24.34; 1 Co. 15.5).

IV. La comisión de Pedro

Mt. 16.18ss es uno de los pasajes más discutidos del NT. El rechazo de la genuinidad de la declaración es arbitrario, y se basa generalmente en supuestos dogmáticos (a veces la suposición de que Jesús nunca tuvo la intención de fundar la iglesia). Otros han sostenido que la declaración es genuina pero que está mal ubicada. Stauffer la ve como una comisión relacionada con la resurrección, como Jn. 21.15; Cullmann la coloca en el contexto de la pasión, como Lc. 22.31s. Tales reconstrucciones difícilmente hacen justicia a la claridad de Mt. 16.18ss. Se trata de una bendición y una promesa; los otros pasajes son mandamientos. No es necesario desmerecer el gráfico relato que hace Marcos del incidente de Cesarea de Filipos, que concentra la atención en la incapacidad de los discípulos de comprender la naturaleza del hecho mesiánico que acaban de confesar, para reconocer que la declaración referente a la “roca” pertenece a la ocasión de la confesión.

Aun perdura la falta de unanimidad en cuanto a la interpretación del pasaje. La sugerencia de que “roca” es sencillamente una interpretación errónea de un “Pedro” vocativo en la lengua aramea originaria (SB, 1, pp. 732) es demasiado superficial: el pasaje obviamente tiene algo que ver con la significación del nombre de Pedro, que según diversas fuentes en los evangelios indican le fue conferido solemnemente por Jesús. Desde los primeros tiempos se han sostenido dos interpretaciones principales, con muchas variantes.

1. Que la roca es sustancialmente lo que Pedro ha dicho: o la fe de Pedro o la confesión del mesiazgo de Jesús. Esta es una interpretación muy temprana (cf. Orígenes, in loc., “Roca significa todo discípulo de Cristo”). Tiene el gran mérito de tomar en serio el contexto del Evangelio de Mateo, y de destacar, como lo hace Mr. 8 de manera distinta, la inmensa significación de la confesión de Cesarea de Filipos. En la perspectiva histórica deberíamos probablemente ver la roca, no simplemente como la fe en Cristo, sino la confesión apostólica de Cristo, que se indica en otros lugares como el fundamento de la iglesia (cf. Ef. 2.20). La declaración de la “roca” toca la esencia de la función apostólica, y Pedro, primero entre los *apóstoles, tiene un nombre que la proclama. El hecho de que su propia fe y comprensión están, hasta ese momento, lejos de ser ejemplares no viene al caso: la iglesia ha de ser edificada sobre la confesión de los apóstoles.

2. Que la roca es Pedro mismo. Esta interpretación es casi tan antigua como la anterior, porque Tertuliano y el obispo, ya sea romano o cartaginés, contra el cual escribió en forma fulminante en De Pudicitia suponen esto, aunque con inferencias distintas. Su fuerza radica en el hecho de que Mt. 16.19 está en singular, y debe ser dirigida directamente a Pedro, aun cuando, lo mismo que Orígenes, luego digamos que tener la fe de Pedro y sus virtudes significa tener también las llaves de Pedro. Se podría, también, hacer una comparación con el Midrás sobre Is. 51.1. Cuando Dios puso sus ojos en Abraham, que estaba por aparecer, dijo: “He aquí, he hallado una roca sobre la cual podré edificar y basar el mundo. Por lo tanto, llamo roca a Abraham” (SB, 1, pp. 733).

Muchos intérpretes protestantes, entre ellos Cullmann en especial, adoptan este último punto de vista; pero resulta significativo, quizás, que elimina el dicho del Evangelio de Mateo. Leerlo donde lo coloca Mateo es sin duda más seguro que tratarlo como un dicho aislado.

Sin embargo, es preciso destacar que la exégesis de este punto nada tiene que ver con las afirmaciones de primacía de la iglesia romana o su obispo, en las que se ha visto envuelto debido a circunstancias históricas. Aun cuando pudiera demostrarse que los obispos romanos fueran, en algún sentido significativo, los sucesores de Pedro (lo cual no es posible), el pasaje no permite transferir las estipulaciones a ningún sucesor. El pasaje se refiere a la fundación de la iglesia, lo cual no puede repetirse.

Las palabras que siguen acerca de las llaves del reino deben ser contrastadas con Mt. 23.13. Los fariseos, a pesar de toda su propaganda misionera, cerraron la puerta del reino; Pedro, reconociendo al Hijo que está sobre la casa y tiene en su poder las llaves (cf. Ap. 1.18; 3.7; 21.25), descubre que ellas le han sido entregadas (cf. Is. 22.22) para abrir el reino (* Llaves del reino). El “atar y desatar”, frase para la cual existen paralelos rabínicos ilustrativos, está aquí dirigido a Pedro, pero en otro pasaje abarca a todos los apóstoles cf. Mt. 18.18). “El apóstol sería, en el reino venidero, semejante a un gran escriba o rabino, que produciría decisiones sobre la base, no de la ley judaica, sino de las enseñanzas de Jesús que la ‘cumplían’” (A. H. McNeile, in loc.).

Pero aquí y en otras partes no hay ninguna duda de que se le atribuye a Pedro la primacía entre los apóstoles. Lc. 22.31ss indica la posición estratégica de Pedro como la vieron tanto el Señor como el diablo y, en pleno conocimiento de la deserción que se aproximaba, señala su futura función pastoral. El Señor resucitado vuelve a confirmar esta comisión (Jn. 21.15ss), y es el cuarto evangelio, que justamente señala la relación especial entre el apóstol Juan y Cristo, el que lo registra.

V. Pedro en la iglesia apostólica

En el libro de Hechos vemos la comisión en funcionamiento. Antes de Pentecostés es Pedro quien asume la dirección en la comunidad (Hch. 1.15ss); después, es el principal predicador (2.14ss; 3.12ss), el que habla en nombre de los demás ante las autoridades judías (4.8ss), el que preside cuando se trata de administrar disciplina (5.3ss). Aunque la iglesia en su conjunto hizo una profunda impresión sobre la comunidad, fue a Pedro en particular a quien se le atribuyeron poderes sobrenaturales (5.15). En Samaria, primer campo misionero de la iglesia, se ejercita el mismo liderazgo (8.14ss).

Significativamente, también, Pedro es el primer apóstol a quien se asocia con la misión a los gentiles, y eso por medio de conductos claramente providenciales (10.1ss; cf. 15.7ss). Esto inmediatamente da lugar a críticas hacia su persona (11.2ss); y no por última vez. Gá. 2.11ss nos ofrece un vistazo de Pedro en Antioquía, la primera iglesia con un número significativo de ex paganos, compartiendo la mesa con los gentiles convertidos, enfrentando luego fuerte oposición por parte de los judeocristianos, frente a la cual opta por retirarse. Esta deserción fue vigorosamente denunciada por Pablo; pero no hay la menor sugerencia de que hubiese alguna diferencia teológica entre ellos, y la queja de Pablo radica más bien en la incompatibilidad entre la práctica de Pedro y su posición teórica. La vieja teoría (reanimada por S. G. F. Brandon, The Fall of Jerusalem and the Christian Church, 1951), de una persistente rivalidad entre Pablo y Pedro, poca base tiene en los documentos.

A pesar de este error, la misión gentil no tuvo amigo más leal que Pedro. El evangelio de Pablo y el suyo tenían un mismo contenido, aunque expresado de manera algo diferente: los discursos petrinos en Hechos, el Evangelio de Marcos, y 1 Pedro, contienen la misma teología de la cruz, arraigada en el concepto de Cristo como Siervo sufriente. Estaba listo con la diestra de comunión, reconociendo su propia misión a los judíos, y la de Pablo a los gentiles, como parte de un solo ministerio (Gá. 2.7ss); y en el concilio de Jerusalén se registra que fue el primero en recomendar la plena aceptación de los gentiles sobre la base de la fe únicamente (Hch. 15.7ss).

La carrera de Pedro después de la muerte de Esteban es de difícil determinación. Las referencias a él en Jope, Cesarea, y otros lugares sugieren que se dedicó a la obra misionera en Palestina (es indudable que Jacobo se hizo cargo del liderazgo en Jerusalén). Fue encarcelado en Jerusalén, y después de escapar milagrosamente se dirigió a “otro lugar” (Hch. 12.17). Es inútil toda tentativa de identificar dicho lugar. Sabemos que fue a Antioquía (Gá. 2.11ss); puede haber ido a Corinto, aunque probablemente no por mucho tiempo (1 Co. 1.12). Está íntimamente relacionado con cristianos residentes en el N del Asia Menor (1 P. 1.1), y posiblemente la prohibición cuando Pablo quiso ir a Bitinia (Hch. 16.7) se debió al hecho de que Pedro estaba trabajando en esa zona.

La residencia de Pedro en Roma ha sido discutida, aunque no con bases suficientes. Es casi seguro que 1 Pedro fue escrita desde allí (1 P. 5.13; * Pedro, Primera epístola de). Dicho libro muestra señales de haber sido escrito poco antes o durante la persecución de Nerón, y 1 Clemente 5 insinúa que, lo mismo que Pablo, Pedro murió durante esa erupción. Poco fundamento tienen las dudas con respecto a la interpretación de 1 Clemente (cf. M. Smith, NTS 9, 1960, pp. 86ss). Por otro lado, la sugerencia de Cullmann, basada en el contexto en 1 Clemente y las insinuaciones de Pablo en Filipenses en cuanto a la existencia de ciertas tensiones en la iglesia en Roma, de que Pedro, quizás a pedido de Pablo, acudió específicamente a sanar la brecha, y que la encarnización existente entre los creyentes condujo a la muerte de ambos, vale la pena tenerse en cuenta seriamente. El relato en los Hechos de Pedro, acerca de su martirio por crucifixión (cf. Jn. 21.18ss) con la cabeza hacia abajo, no puede aceptarse como fidedigno, pero es posible que esta obra (* Pedro, Primera epístola de) conserve algunas tradiciones de valor. Es indudable que estos Hechos, así como otros testimonios del ss. II, destacan la cooperación de los apóstoles en Roma.

Excavaciones efectuadas en Roma han revelado debajo de la basílica de San Pedro indicios de un primitivo culto de Pedro (cf. Eusebio, HE 2.25); no es aconsejable aceptar más que esto (* Pedro, Primera y segunda epístolas de).

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A.F.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico