PELAGIANISMO
Movimiento considerado herético. Se origina con Pelagio, monje y teólogo británico (siglos IV y V). Negaban el pecado original. Creían que los humanos pueden producir, por cuenta propia y sin el auxilio de la gracia, las buenas obras mencionadas en las Escrituras. Los niños sin bautismo podían salvarse, lo que se contradijo en el Concilio de Cartago en 418. Su principal enemigo fue Agustín de Hipona, que enfatizaba la necesidad de la gracia para la salvación.
El Concilio de Orange de 529 condenó el pelagianismo, que prácticamente desapareció en el siglo VI.
Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas
Error de Pelagio, en el siglo IV que niega la necesidad de la gracia, el pecado original y el valor de la Sangre de Cristo. Fue condenado en el concilio de Cartago: (416).
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
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Es la doctrina iniciada por el monje Pelagio, nacido el 354 en Britania y muerto en Alejandría hacia el 427.
1. Pelagio
Pelagio era un monje laico, pero con prestigio de asceta, de inteligente y de celoso por el bien de la Iglesia. Fue su inteligencia privilegiada la que le jugó una mala partida, al persuadirse de que podía explicar por la fuerza de la razón lo que en realidad es fruto del a gracia.
Hizo hincapié en la libertad de la voluntad como único camino para la perfección humana y menospreció la necesidad de la gracia divina y de la redención.
Hacia el 390 se trasladó a Roma, donde comprobó la relajada moral de los cristianos de esta ciudad. Predicó el ascetismo y aglutinó en su entorno muchos seguidores. Desde Roma, su enseñanza moral se difundió por el sur de Italia y Sicilia. Al mismo tiempo parece que escribió diversos tratados como «De la fe», «Testimonio bíblicos», «Explicación de las Epístolas de S. Pablo.»
Huyendo de Roma ante la invasión de Alarico, se estableció el 410 en Sicilia y allí escribió «De la naturaleza». El 411 escribió «A Demetríades».
2. Doctrina
A partir de entonces su doctrina se hizo más extremista: negó la existencia del pecado original y la necesidad de bautizar a los niños. Argüía que la naturaleza humana no tiene corrupción innata, sino que sus malas inclinaciones se deben a los ejemplos ajenos.
Las facultades naturales de la humanidad no tendrían nada que ver con la caída de Adán. Los hombres de por sí tienden al bien y, por esta razón, merecen el cielo por sus propios méritos.
En el 411 pasó al Africa para tener un encuentro con S. Agustín. Al no conseguirlo, se dirigió a Palestina en donde se estableció hacia el 412 y disfrutó del apoyo de Juan, obispo de Jerusalén.
Su doctrina se hizo popular en Oriente, de forma especial entre los seguidores de Orígenes. Sus discípulos Celestio y Julián fueron acogidos en Constantinopla por el patriarca Nestorio, quien simpatizó con su doctrina sobre la integridad e independencia de la voluntad.
Ya en el 412, Agustín de Hipona escribió una serie de obras en las cuales atacaba la doctrina pelagiana. De manera especial condenaba la autonomía de la moral y el olvido de la acción divina.
3. Rechazo pelagiano
En contra de Pelagio, es como el santo de Hipona elaboró su propia formulación, muy sutil, sobre la relación de la libertad humana con la gracia divina. Ante las críticas persistentes de San Agustín, Pelagio fue acusado de herejía. Los sínodos de Jerusalén y Dióspolis le declararon inocente. Pero en un Concilio de Cartago del 418 se condenó a Pelagio y a sus seguidores.
El Papa Zósimo (papa entre 417-418) lo condenó también. Pelagio envió entonces al Papa una defensa de su fe y rectitud de vida en «Libellus fidei». Pero el Papa mantuvo la condena y el mismo Emperador Honorio publicó un decreto en contra suya el 30 de Abril del 418.
Expulsado entonces de Jerusalén, parece que fue a Antioquía, donde fue condenado de nuevo. Luego debió ir a Alejandría de Egipto, hacia el 425, en donde tal vez murió en ese mismo año.
El error de Pelagio fue no diferenciar los dos niveles del hombre: el natural y el sobrenatural. Quitó la importancia a la acción de Dios y por eso negó la importancia de la fe para la salvación. En el fondo quitó a la religión el valor del dogma y la convirtió en moral. Su afán fue identificar el cristianismo con el estoicismo. Pero cayó en el error del naturalismo más radical.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
(v. gracia)
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
Este término se deriva de Pelagio, oriundo de Gran Bretaña (por el 354), bautizado en Roma (por el 380/384), donde vivió muchos años como uno de los maestros más apreciados de la época. El pelagianismo ha sido leído casi por completo dentro de la óptica de san Agustín (t 430), que lo presentó como «la nueva herejía». Estudios recientes, a partir de los que hizo G. Plinval (1943), permiten redefinir la realidad del movimiento que agitó a la cristiandad occidental durante unos veinte años (410-430), liberando además el pensamiento de san Agustín de algunos planteamientos antropológicos extraños a él, pero que se le atribuyeron impropiamente, en vez de aislarlos del contexto polémico en que se situaban. Los veinte años de polémica pelagiana se suelen distribuir en tres momentos, por motivos de análisis de contenido :
a) Hasta el 41l : es el período más sugestivo, pero también el más difícil de analizar dada la escasez de elementos concretos. Se atribuve a esta época el De induratione cordis Pharaonis, que constituye el manifiesto de Pelagio por la herménéutica del cristianismo, discutida todavía fuertemente entre los círculos intelectuales, y en donde Pelagio, por encima de toclo predestinacionismo, capta en la libertad del hombre el fundamento de su destino.
b) 411-418: en este período estalla y se concluye la polémica pelagiana con tomas de posición por parte de los diversos concilios y sínodos de las Iglesias locales, que unas veces condenan a Pelagio y otras lo absuelven.
c) 418-430, es decir, hasta la muerte de Agustín, que polemiza con Julián de Eclana sobre el traducianismo, a saber, sobre cómo conciliar la bondad del matrimonio con la transmisión del pecado original. Esta confrontación le permite a Agustín la producción de sus conocidas obras sobre la libertad humana, mientras que el pelagianismo se va convirtiendo de herejía en visión del mundo y del hombre (antropología); la fertilidad de la discusión se advierte en la influencia que tuvo en los monasterios de ífrica y de la Provenza. Al morir Agustín, el nombre de pelagianismo sirvió para indicar a todos los que, acentuando la libertad humana, resultaban sospechosos de no comprender plenamente el papel de la gracia.
G. Bove
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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
Con el nombre de p. designa la teología una posición herética dentro del círculo de problemas de la gracia y la libertad. El p. se remonta al monje británico Pelagio, que hacia el 400 inculcó en Roma una rigurosa espiritualidad bíblica con fuerte rasgo voluntarista. Su doctrina fue difundida por sus discípulos Celestio y Julián de Eclano. En la disputa con el p., cuyos detalles históricos no podemos exponer aquí, el papel decisivo correspondió a Agustín. Pelagio pensaba, con los estoicos, que se puede pedir a Dios toda clase de bienes, menos la virtud. Una vez recibido el don del libre albedrío, es asunto del hombre usar de él rectamente. Como él es responsable de toda su situación, no hay santidad a la que no pueda llegar, si tiene el valor de quererlo. Habiendo leído en las Confesiones de Agustín estas palabras: Da quod iubes et quod vis iube (dame lo que mandas y manda lo que quieras: x 29 40, x 31 45; x 37 60; cf. también De dono perseverantiae, 20, 53) Pelagio, que entonces gozaba de gran prestigio en Roma, se escandalizó. Más tarde, uno de sus discípulos, Julián de Eclano, dará una formulación más fuerte a su doctrina: «Por el libre albedrío el hombre es «autónomo»» (libertas arbitrii qua homo emancipatus est a Deo).
Por lo que se refiere al enjuiciamiento de la situación histórica, hemos de advertir que, la doctrina del p. nos ha sido transmitida sobre todo a través de los escritos de sus adversarios.
La afirmación fundamental de la libertad del hombre, como un poder propio, sin duda creado, pero plenamente autónomo, que por sí solo es capaz de cumplir la ley de Dios, provocó la intervención de Agustín, pues esa tesis niega la necesidad de la gracia para un cumplimiento natural y salvífico de la ley moral, y con ello no tiene en cuenta la doctrina del pecado original y sus consecuencias (-> concupiscencia). Ciertamente la -> naturaleza, la -> ley, la providencia divina y la -> libertad misma son gracia de Dios en el sentido amplio de la palabra. Pero la -> gracia en el sentido auténtico es otra cosa, a saber: un don sobrenatural, una ayuda interior, por la que Dios mismo obra en lo íntimo de nuestra libertad para que usemos bien de ella. «Dios – decía Pelagio – me ha dado la existencia; y es asunto mío obrar rectamente.» Agustín cita contra él las palabras de Juan 15, 5: «Sin mí nada podéis hacer»; y comenta: «Cristo no dijo: «Sin mí difícilmente podréis hacer», sino: «Sin mí no podéis hacer nada».»
Para apoyar su tesis, Agustín recurre a múltiples textos de la Escritura: Dios tiene en su mano el corazón del rey (Prov 21, 5); nos da el querer y el hacer (Flp 2, 3); todo buen pensamiento, todo piadoso deseo (2 Cor 3, 5) y, con más razón, una larga perseverancia en el bien, son dones de la gracia. Recuerda con predilección (Sermo 290) la parábola del fariseo y el publicano (Lc 16). En su polémica, Agustín comparó varias veces a los pelagianos con los judíos de que habla Pablo, los cuales no conocían la verdadera justicia de Dios y trataban de establecer su propia justicia (Rom 10, 3). Subraya el contraste entre el AT, orientado hacia la realización de las promesas temporales, y la gracia del NT, gracia interior que nos encamina hacia una herencia eterna (Carta 140, a Honorato). La ley antigua, dice también siguiendo a Pablo, sólo podía dar el conocimiento del pecado, pero no la fuerza para cumplirla. Según los pelagianos, algunos hombres pueden vivir sin pecado. Agustín, en cambio, apoyándose en Pablo, confiesa su miseria y se encomienda a la misericordia de Dios (Sermo 154).
El p. partía de una concepción muy recortada de la revelación, pero era también un error filosófico. El estoicismo, al que más o menos conscientemente estaba vinculado el p., oponía la grandeza de los héroes a las cobardías y debilidades de la humanidad media. No podía comprender que la grandeza moral de los héroes está sobre todo en su dependencia de Dios. Ciertamente Agustín dice: «Dios que nos hizo sin nosotros, no nos salvará sin nosotros»; pero añadiendo: «El nos salva en cuanto nos comunica su fuerza.» Nada puede existir – dirá a su vez Tomás – que no dependa, en cada instante, de la causa primera. En la cristiana, la creación es una relación de dependencia que la mantiene en el ser después de haber sido puesta en él (ST i q. 104; De pot. q. 5).
Por ser una realidad positiva, existencial, el buen uso del libre albedrío supone una nueva relación con Dios. Cuando digo: «Mi acción es mérito mío», siempre he de entender juntamente que, sin dejar yo de ser responsable de él, este acto libre es un don que Dios acaba de hacerme; sólo el pecado me constituye en causa primera, pero el pecado es la nada en el plano moral. «Nadie tiene, de suyo, sino mentira y pecado», dice el concilio de Orange con Agustín. «El hombre no puede realizar nada bueno sin Dios. Muchos bienes hace Dios sin colaboración humana; ningún bien, empero, produce el hombre sin que Dios haga lo que aquél hace» (Dz 193 195). Ahora bien, esta fundamental verdad teológica ha de traducirse en una relación existencial del hombre con Dios. Por eso el p. es aquí una tentación que revive siempre de nuevo.
La ética del -> kantismo, que pone el acento sobre el deber y su sublime majestad, es un nuevo estoicismo (bajo el vestido de una época distinta) y pretende que el hombre es el único artífice de su destino. La filosofía de Fichte seculariza la idea cristiana de gracia y vida eterna. El existencialismo ateo de hoy día, difundido en numerosas piezas de teatro y en novelas y películas, se inspira en los mismos principios. Este existencialismo es una reacción contra el determinismo científico, psicológico y social. A fines del siglo xix y comienzos del xx, prácticamente se había suprimido la libertad. El vicio y la virtud, decía Taine, son productos naturales. Para explicar la decadencia de determinados seres humanos, éstos eran presentados como esclavos de un medio y de una miseria social inmerecida. En el siglo xx, reaccionando contra Zola, Sartre pretende, por el contrario, mostrar que todo hombre es libre y responsable de su vida. Si hay héroes y cobardes, gentes animosas y seres endebles – dice – eso no es efecto de un temperamento ni de un medio. Nadie nace héroe ni cobarde, sino que se hace, y siempre hay posibilidades de decadencia y resurgimiento. Esta reacción es sana, como lo fue la de Pelagio en el siglo v. Ahora bien, mucho peor que Pelagio, el cual por lo menos creía en Dios, es el existencialismo contemporáneo, que lleva un germen ateo en su punto de partida. El hombre se halla solo en el centro de la naturaleza, girando sobre sí mismo, sin otra finalidad que la que él se dé, sin otro auxilio que su propia voluntad.
Por otra parte, esta filosofía del hombre conduce una vez más a la propia suficiencia y al orgullo. Para Nietzsche, según el cual el cristianismo no ha producido más que hombres no redimidos, sólo es válida una moral del superhombre. Pelagio en cambio dejaba al hombre solo frente a la ley de Dios. El existencialismo ateo, para el cual es sospechosa toda moralidad, no ha logrado construir una moral objetiva. De suyo aspiraba a una ética en la que la humanidad en su condición humana fuera la meta de esta moral objetiva.
Lo que se ha designado como conflicto entre los humanismos, entre el humanismo cristiano, por una parte, y el marxismo y el existencialismo ateo, por otra, muestra la actualidad de la disputa de Agustín con Pelagio. Pelagio aparece como un cristiano anclado en el AT; él no comprendió lo que teológicamente se llama gracia y así, de acuerdo con su concepción pragmática del cristianismo, entendió la gracia como un auxilio externo para la acción del hombre. Sin duda Pelagio no estudió a fondo ni la doctrina del cuerpo místico de Cristo ni el problema de la condición social y solidaria del hombre en el pecado y la salvación. La gracia interna, que él no quería reconocer, es en realidad la gracia de Cristo. Cristo nos mereció la salvación por su sacrificio redentor; y él es también la cabeza de un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo. Si para usar bien de nuestra libertad necesitamos de un auxilio interior sobrenatural, eso se debe a que existimos no a manera de mónadas cerradas, sino en unión con otros hombres y con Jesucristo, cabeza y salvador, como miembros de su cuerpo. Todo el que se separa del cuerpo por el pecado, se convierte en miembro muerto. Una raíz viva puede producir otro brote en lugar del cortado, pero el brote no puede vivir sin raíz (Dz 197).
La disputa con el p. llevó a formular la doctrina de la necesidad de la gracia interna; pero la doctrina de su necesidad absoluta sólo llegó a articularse cuando se estudiaron el carácter y el fin sobrenaturales de la misma (cf. orden -> sobrenatural, -> naturaleza y gracia, -> gracia [B y D], fin del – hombre).
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Henri Rondet
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
Pelagio, un monje de Bretaña, fue un predicador popular en Roma entre los años 401–409 d.C. Él trató de levantar la moral caída de los cristianos perezosos que se rendían ante la fragilidad de la carne y la aparente imposibilidad de guardar los mandamientos al afirmar que Dios demandaba nada imposible y que cualquiera podría vivir libre del pecado si quisiera.
Por tanto, Pelagio, y sus discípulos Caelestius y Julián de Eclanum, enseñaron la suficiencia de la naturaleza humana como creada por Dios. La voluntad era siempre libre para escoger lo bueno o lo malo. La naturaleza humana no tiene una inclinación hacia el mal heredada. Ni la caída de Adán ni los hábitos de la vida del hombre, afectan la independencia absoluta de la voluntad.
Caelestius se adelantó en negar el pecado original. Cada infante nacido en el mundo estaba en la misma condición de Adán antes de la caída. Este punto de vista llevó a los pelagianos a un conflicto con la doctrina de la iglesia de que «había un bautismo para remisión de los pecados».
Los pelagianos negaban la necesidad de la gracia interna para guardar los mandamientos de Dios. La naturaleza humana fue creada buena; y fue dotada por su Creador con poder para vivir rectamente la vida si el hombre quería hacerlo. En efecto, muchos paganos y judíos vivieron una vida perfecta. Además de esta gracia suprema de la creación, Pelagio afirmaba una gracia adicional de Dios en su provisión de iluminación de la ley y el ejemplo de Cristo. El pelagianismo no sabía nada de la redención.
«Por su libre albedrío, el hombre se emancipa de Dios». Esta declaración de Julián es la clave del pelagianismo, el cual es un moralismo racionalizado. El hombre creado con libre albedrío no tiene ya nada que ver con Dios sino consigo mismo. Dios hace su reentrada solamente en el juicio final.
BIBLIOGRAFÍA
- Harnack, History of Dogma; R.S. Moxon, The Doctrine of Sin.
David Broughton Knox
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (464). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología