PERSECUCION

v. Aflicción, Opresión, Tribulación
Lam 5:5 padecemos p sobre nosotros .. fatigamos
Mat 5:10 bienaventurados los que padecen p por
Mat 13:21 al venir la .. p por causa de la palabra
Mar 10:30 reciba .. madres, hijos, y tierras, con p
Act 8:1 hubo una gran p contra la iglesia que
Act 11:19 esparcidos a causa de la p que hubo con
Act 13:50 levantaron p contra Pablo y Bernabé
Rom 8:35 p, o hambre, o desnudez, o peligro, o
1Co 4:12 nos .. padecemos p, y la soportamos
2Co 12:10 me gozo en las .. en p, en angustias
Gal 5:11 si aún .. ¿por qué padezco p todavía?
Gal 6:12 para no padecer p a causa de la cruz de
2Th 1:4 vuestra paciencia y fe en .. vuestras p
2Ti 3:11 p, padecimientos, como los que me
2Ti 3:12 quieran vivir piadosamente .. padecerán p


Una forma o un perí­odo de tiempo en que se infligí­a sistemáticamente castigos o penalidades por adherir a una determinada creencia religiosa. Debe distinguí­rsela de la opresión. El faraón oprimió a los hebreos; también lo hizo Nabucodonosor. Daniel y Jeremí­as fueron perseguidos. La persecución sistemática de los creyentes comenzó con el gobierno del Imperio Romano. Aunque eran notablemente tolerantes para con las creencias religiosas extranjeras en general, los romanos chocaron con los creyentes por las formas del culto al César. Nerón debe ser considerado como el primer perseguidor.

En el año 64 (Táctico, Anales, 15:38-44), este emperador utilizó a la pequeña comunidad cristiana como chivo expiatorio para el desastroso incendio de Roma, echando sobre los creyentes el cargo de incendio premeditado que el pueblo levantaba contra él.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(seguir a alguien haciéndole mal
-: – Jesús profetizó que los cristianos serí­amos “perseguidos”: Mat 10:23-24, Jua 15:18, Jua 16:2, Jua 16:20, Jua 16:33. y nos dice que “seréis bienaventurados cuando os persigan. ¡alegraos entonces y regocijaos!” Mat 5:11-12.

– Lo mismo la “Iglesia”, siempre será perseguida: San Pedro, en su primera carta, consuela de las persecuciones de fuera de la Iglesia, y en la segunda de las persecuciones desde “dentro de la misma Iglesia”, que son peores.

Las persecuciones de los cristianos, por los Emperadores Romanos, fueron unas de las primeras, “desde fuera”. las muchas “herejí­as” y “falsos profetas” son algunas “desde dentro”, como ya profetizó el mismo Jesús: Mat 24:5, Mat 24:11, Mat 24:24, 2 Ped.2, 2 Tim.3.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El término hebreo murdap contení­a la idea de p. y se usaba para señalar la acción de seguir detrás de alguien con persis-tencia. Aparece en la narración de la p. de Abraham al ejército de †¢Quedorlaomer (†œ… y los siguió hasta Dan† [Gen 14:14]). †¢Saúl desató una p. contra David (†œ… ha salido el rey de Israel a buscar una pulga, así­ como quien persigue una perdiz por los montes† [1Sa 26:20]). Esta palabra tiene asimismo el sentido de un acoso, como el que hace un ejército victorioso a un enemigo derrotado y en fuga (†œLos perseguiré con espada, con hambre y con pestilencia† [Jer 29:18]). Muchas veces los malos persiguen al justo, diciendo: †œDios lo ha desamparado; perseguidle y tomadle, porque no hay quien le libre† (Sal 71:11). †œCon arrogancia el malo persigue al pobre† (Sal 10:2). Pero David expresaba su confianza en Dios al decir: †œCiertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los dí­as de mi vida† (Sal 23:6).

En la experiencia histórica del pueblo de Israel se produjeron muchas p. en su contra. Una de las más terribles fue la que desató †¢Antí­oco Epí­fanes (175 al 164 a.C.). Este rey quiso implantar la cultura griega entre los judí­os y eliminar la religión de éstos, llegando a prohibirla y levantando una estatua de †¢Zeus en el †¢templo. Estalló la rebelión de los †¢Macabeos. Antí­oco mató a miles de judí­os, y vendió a otros como esclavos. Fueron muchos los israelitas que sufrieron p. por causa de su religión.
sucesos dejaron una marca indeleble en la conciencia del pueblo, que estaba muy vigente en la memoria de todos en los tiempos del NT. De manera que cuando el Señor Jesús hablaba de †œla persecución por causa de la palabra† (Mat 13:21), esa era la idea que vení­a a la mente de sus oyentes. La misma que quiere trasmitir Lucas cuando escribe que tras la muerte de †¢Esteban †œhubo una gran p. contra la iglesia que estaba en Jerusalén† (Hch 8:1). Pablo, de gran perseguidor de la iglesia, se convirtió en perseguido al profesar la fe que antes perseguí­a (Hch 9:4; 1Co 15:9). El creyente sabe que †œtodos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución† (2Ti 3:12). Pero ni tribulación, ni angustia, ni p. lo podrá apartar jamás †œdel amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro† (Rom 8:35-39).
las muchas p. en contra del cristianismo que se llevaron a cabo en los inicios de su historia, se mencionan las siguientes:

a) La de los sacerdotes y los saduceos, cuando encarcelaron a Pedro y Juan (Hch 4:1-3). b) La impulsada por los saduceos, cuando encarcelaron a todos los apóstoles (Hch 5:17-18); prendidos de nuevo los soltaron por el consejo de †¢Gamaliel. d) La desatada después del discurso de Esteban y su muerte (Hch 6:12; Hch 7:58). †¢Saulo se distinguió en este perí­odo como gran perseguidor (Hch 8:1; Hch 9:1-2); luego sufrirí­a él mismo p. de distintas naturalezas, tanto por judí­os como por gentiles. e) Las desarrolladas por los emperadores romanos.

Estas últimas dejaron una profunda huella en la historia de los cristianos. La religión judí­a era considerada como lí­cita dentro del Imperio. En realidad, los romanos hicieron algunas excepciones con los judí­os para no ofender ciertos aspectos de esa religión. Pero los judí­os, en términos generales, reconocí­an la soberaní­a de Roma sobre ellos. Los cristianos, considerados al principio como una secta del judaí­smo, no tuvieron problemas en Roma. Pero no tardó mucho tiempo en que el Imperio se diera cuenta del peligro que representaba la nueva religión, que proclamaba el señorí­o de Cristo y se negaba a reconocer como dios al César. Esto, unido a las muchas especulaciones sobre supuestas costumbres bárbaras de los cristianos, produjo el ambiente propicio para el estallido, que se dio en tiempos de †¢Nerón.
continuación los nombres de los emperadores romanos que más se distinguieron por su p. del cristianismo:

a) Nerón. Gobernó del 54 al 68 d.C. Tras incendiar la ciudad de Roma para ejecutar un proyecto de remodelación que tení­a, echó la culpa a los cristianos. Muchos murieron en sus dí­as, entre ellos los apóstoles Pedro y Pablo.

b) Domiciano. Reinó del 81 al 96 d.C. En su época se produjo la deportación del apóstol Juan a la isla de Patmos.

Trajano. Reinó del 99 al 117 d.C. Aunque considerado como buen gobernante en términos generales, trató a los cristianos como una secta que debí­a ser perseguida. En su época se produjo la famosa consulta de Plinio, que instauró la polí­tica de sólo perseguir a los cristianos que fueran denunciados.

Adriano. Gobernó del 117 al 138 d.C. Durante su reinado tuvo lugar otra gran insurrección en Judea. El populacho en el imperio seguí­a con la p., pero este emperador ordenó que se evitaran las falsas acusaciones y se castigara a los culpables de éstas.

e) Marco Aurelio. Gobernó del 161 al 180 d.C. La p. de su tiempo fue una de las más sangrientas, y murieron en ellas Justino y Policarpo de Esmirna.

f) Septimio Severo. Gobernó del 193 al 219 d.C. Por medio de un edicto prohibió las conversiones al judaí­smo o al cristianismo.

g) Maximino de Tracia. Gobernó del 235 al 238 d.C. Su p. se distinguió porque ordenó que se mataran principalmente a los obispos.

h) Decio. Reinó del 249 al 251 d.C. Hizo énfasis en la unidad religiosa del imperio. Indicó dí­as especí­ficos en que todos tení­an que hacer sacrificios al emperador. Los que no lo hací­an eran perseguidos.

i) Valeriano. Gobernó del 253 al 260. Prohibió explí­citamente la fe cristiana y desterró a los obispos a lugares remotos. Esto dio como resultado la fundación de iglesias en esos lugares.

j) Diocleciano. Reinó del 284 al 305 d.C. En adición a las crueldades usuales de las p. anteriores, la desarrollada por este emperador se distinguió por su empeño en destruir la literatura cristiana, por lo cual muchos valiosos manuscritos se perdieron. Se considera que ésta fue la última gran p., pues entonces arribó al trono Constantino el grande, que finalmente reconoció al cristianismo.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

ver, ANTíOCO EPIFANES, MACABEOS, CAíDA, REGENERACIí“N, PABLO

vet, Desde la caí­da ha existido un permanente conflicto y tensión, en el interior de cada persona, y entre las personas. Se trata de una consecuencia del pecado: la alienación del hombre caí­do se extiende desde su separación de Dios y enemistad contra El, a la enemistad contra los propios semejantes, traducida en envidias, celos, contiendas, odios, mentiras, afán de dominio, explotación, y muchas otras actitudes destructivas. Además, existe la mencionada dicotomí­a interior, que se traduce en un estado de permanente insatisfacción. Uno de los resultados es la persecución lanzada por parte del hombre caí­do, individual, colectiva e institucionalmente, contra toda manifestación de Dios en gracia, y contra todo testimonio fiel de parte de Dios. La persecución puede tomar diversas formas y grados: calumnias (Mt. 5:11); desprecio (Jn. 8:48); ostracismo (Lc. 6:22); encarcelamiento (Lc. 21:12); confiscación de bienes (He. 10:34); muerte (Jn. 16:2). Las causas de la persecución pueden ser individuales, como en la muerte de Abel a manos de Caí­n (Gn. 4), odio popular (Hch. 21:27), o acción institucional, en un intento de conseguir una uniformidad ideológica, como en los casos en que se exige una total sumisión al Estado (cfr. los casos de los tres amigos de Daniel, arrojados al horno ardiente por rehusar adorar la estatua de Nabucodonosor, (Dn. 3), así­ como el lanzamiento de Daniel al foso de los leones por desobedecer la orden de no orar a Dios (Dn. 6). Elí­as también habí­a sido perseguido en el intento de Jezabel y Acab de imponer el culto a Baal en el reino de Israel; también muchos profetas del Señor sufrieron la muerte a manos de estos impí­os reyes (1 R. 19; cfr. 18:1-4). Durante la dominación persa se promulgó un edicto por todo el imperio de Persia, a instigación de Amán agagueo, para que se diera muerte a todos los súbditos judí­os (Est. 3). El motivo aducido era el de conseguir la uniformidad de comportamiento (cfr. Est. 3:8). Pero la más cruenta de las persecuciones que sufrieron los judí­os en la época del AT fue la de Antí­oco Epifanes, que quiso helenizar totalmente su imperio, y ordenó la implantación de la cultura, religión y costumbres griegas también en Palestina. Habiendo profanado el Templo y dado cruel muerte a muchos judí­os que persistí­an en permanecer fieles a la Ley de Moisés, los judí­os finalmente se rebelaron y, acaudillados por Matatí­as y después por su hijo Judas Macabeo, se liberaron del yugo sirio (véanse ANTíOCO EPIFANES y MACABEOS). En He. 11:36-38 se da una ví­vida imagen de las persecuciones sufridas por los testigos fieles del AT, “de los cuales el mundo no era digno”. En el NT siguen las persecuciones contra el testimonio y los testigos de Dios. Cristo predice la persecución (Mt. 16:21; 17:22, 23; Mr. 8:31) y la sufre personalmente: en Nazaret intentaron despeñarlo (Lc. 4:16-30), y varias veces tuvo que salir de la vista pública, porque las autoridades intentaban matarlo (Jn. 7:1, 25, 32; 10:31, 39, 40; 11:7-9, 16; 47:54, 57, etc.). El Señor presentó las persecuciones a los Suyos como prueba de discipulado (Mr. 4:17), y declaró bienaventurados a los que debieran sufrir persecución por causa de Su nombre (Mt. 5:10-11). Señaló que el discí­pulo no podí­a ser mayor que su Señor. Si habí­an perseguido al mismo Señor, ¿cómo no perseguirí­an también a los discí­pulos? (cfr. Jn. 15:20). Finalmente, el Señor fue entregado, “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”, y prendido y muerto por manos de inicuos (cfr. Hch. 2:23). De esta manera, el Creador de todo sufrió la persecución y la muerte de manos de Sus propias criaturas, hecho éste indicador de la profundidad de la enemistad instintiva del hombre en su pecado contra Dios y contra Su manifestación personal en la tierra, poniendo en evidencia lo desesperado de su situación, de su necesidad de la gracia. Obsérvese también que la persecución sufrida por Cristo fue religiosa, mostrándose con ello cómo la religiosidad no es garantí­a alguna de llegar a la relación con Dios, por cuanto el sentido religioso del hombre está también pervertido por la caí­da (véase CAíDA). El hombre no necesita “religión”, sino un nuevo nacimiento (véase REGENERACIí“N). Como el Señor ya habí­a indicado, el caminar de los cristianos estarí­a marcado por persecuciones. Una vez resucitado, indicó de manera personal a Pedro que él mismo darí­a testimonio hasta la muerte (Jn. 21:15-22). Las primeras persecuciones contra los cristianos fueron instigadas por las autoridades judí­as. Al principio, en medio de las presiones a que fueron sometidos los apóstoles por parte del sanedrí­n, se dio un toque de moderación con el prudente consejo de Gamaliel (Hch. 5:34). Sin embargo, pronto se olvidaron de aquel llamamiento a la prudencia, y se desató una encarnizada campaña, que tuvo su inicio cruento con el asesinato de Esteban (Hch. 7:1-60), al que siguió una “gran persecución” (Hch. 8:1). Saulo de Tarso se destacó en su celo contra el naciente cristianismo (véase PABLO) (cfr. Hch. 22:4). El rey Agripa hizo encarcelar y dar muerte a Jacobo, el hermano de Juan (Hch. 12:2). A continuación, hizo encarcelar a Pedro, que fue liberado por una intervención sobrenatural de Dios, que envió a Su ángel (Hch. 12:7-11). La implacable oposición de los judí­os a la naciente Iglesia queda reflejada en las palabras de Pablo en 1 Ts. 2:14, 15. Los judí­os trataron continuamente de eliminar a Pablo, intentando darle muerte en varias ocasiones (Hch. 14:2-6, 19-20; 17:1-9, 13; 18:12 ss.; 21:27-32 ss.; 23:12-22 ss.; cfr. 2 Co. 11:24, etc.). También se dieron desde el principio persecuciones de parte de elementos paganos (Hch. 16:11-40; 19:23-41), pero se trataba de explosiones de ira por el desagrado con que ciertos elementos veí­an esta fe que se iba extendiendo; oficialmente, los primeros años fueron de abierta tolerancia por parte de las autoridades. Ramsay señala que la apelación de Pablo a Nerón tení­a entre otros propósitos el de establecer el hecho de que el Evangelio podí­a ser legí­timamente predicado sin prohibición alguna del Imperio, tratándose de una “religio lí­cita” (religión legal) (“St Paul the Traveller and the Roman Citizen”, p. 308). Pero ya en el NT se advierte el gran cambio en la polí­tica oficial del Imperio en sus tratos con el cristianismo entre la absolución de Pablo y su segundo encarcelamiento, al acusar Nerón a los cristianos del incendio de Roma (julio del año 64 d.C.). Esta persecución está reflejada en los “Anales” de Tácito (15:44), en los que él mismo considera a los cristianos como la hez de la tierra, haciéndose eco de las calumnias que corrí­an entonces contra ellos (cfr. 1 P. 4:12 ss.; 2 Ti. 4:16). Los cristianos, en común con los judí­os, se negaban a dar adoración al emperador. Después de la persecución de Nerón este hecho vino a ser importante entre las razones que el Imperio Romano tení­a para perseguirlos. Las persecuciones llevaron al apóstol Juan al destierro en la isla de Patmos, y allí­ escribió el Apocalipsis; en este libro podemos entrever la persecución que se estaba dando en Asia. En Esmirna habí­a sufrimiento, persecuciones de parte de los judí­os, cárcel y tribulación para los creyentes, a los que les era prometida la corona de vida (Ap. 2:10); en Pérgamo se habí­a dado muerte a Antipas, un fiel testigo del Señor (Ap. 2:13); se menciona la paciencia de los creyentes de Efeso y de Tiatira (Ap. 2:2, 19); en Filadelfia los creyentes habí­an sufrido presiones para que negaran a Cristo; allí­ las persecuciones habí­an partido también del judaí­smo (Ap. 3:8- 9); no hay, sin embargo, mención de persecución en Sardis ni en Laodicea. Es posible que allí­ los cristianos se hubieran asimilado tanto a los valores y forma de vida del paganismo, que no causaran inquietud (Ap. 3:1-6, 14- 22). Con sus persecuciones, Roma buscaba establecer el principio de la absoluta lealtad de los ciudadanos al estado, con todos los mecanismos posibles, incluyendo el de la adhesión religiosa con la adoración al emperador. En contraste con esta postura del Imperio, el cristianismo demanda una lealtad primaria y absoluta a Dios (cfr. Hch. 4:18-20). El cristiano es intimado a obedecer a las autoridades terrenas por causa de la conciencia, por cuanto su autoridad está derivada de la de Dios (cfr. Ro. 13:1-14). Sin embargo, este principio era subversivo para la concepción romana, que demandaba una lealtad absoluta y condicional, no derivada. El paganismo se dio cuenta instintivamente de lo radical de la oposición de conceptos, e intentó destruir el cristianismo. Los perseguidores más encarnizados de los cristianos fueron generalmente los emperadores “ilustrados”: Trajano, Antonino Pí­o, Marco Aurelio (el emperador filósofo), Septimo Severo. En particular fueron muy cruentas las persecuciones de Decio en el año 250 d.C. y la de Valeriano, su sucesor. Bajo Gallienus, que lo siguió, se dio un edicto de tolerancia, que fue revocado por Diocleciano, que lanzó una encarnizada persecución, en el año 303 d.C., con el propósito declarado de destruir de debajo del cielo el nombre de los cristianos. Especial atención tuvo la destrucción de los escritos sagrados del cristianismo, desapareciendo gran cantidad de copias del NT. Así­, durante casi doscientos cincuenta años la mera profesión de cristianismo fue considerada, en el Imperio Romano, un delito merecedor de los más terribles suplicios y de la muerte. En el año 313 Constantino promulgaba el Edicto de Milán, mediante el cual se establecí­a la libertad de profesar y practicar el cristianismo. Sin embargo, continuaron las persecuciones, aunque tomando ahora otro carácter. La Iglesia cayó ví­ctima del afán de poder y, pervirtiendo sus valores, se alió con el mundo, intentando establecer su dominio, identificando el Reino de Dios con el dominio de la Iglesia. Empezaron las persecuciones de los disidentes, de los judí­os y de los mismos paganos por parte de la Iglesia oficial, que buscaba a su vez imponer la uniformidad, desobedeciendo las advertencias de Cristo (Mt. 13:27-28; 26:51-52). Como resultado, muchos protestaron separándose de tal estado de cosas, para ser a su vez perseguidos. La historia de la cristiandad es una triste historia de matanzas, cruzadas, intrigas y persecuciones, iluminada sólo por el actuar de minorí­as que han buscado ser fieles al Señor Jesucristo, minorí­as de cristianos fieles que han conocido y siguen conociendo la persecución en grandes extensiones de nuestro mundo actual, en manos de regí­menes totalitarios que exigen una lealtad absoluta que el cristiano ni puede ni debe dar más que a Dios. Así­, los creyentes han conocido, al igual que otros no creyentes, los horrores de la Inquisición, y, en la actualidad, la sospecha, la calumnia, el control y la cárcel, malos tratos, y muerte, provenientes de poderes inspirados por diversas ideologí­as, ateas, islámicas, paganas y neopaganas, que tienen en común su odio contra el evangelio de la gracia de Dios. Se sigue cumpliendo la declaración divina por medio de la pluma de Pablo de que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12). Y los cristianos somos llamados a la mutua asistencia en el común padecimiento con aquellos que sufren, en la comunión del cuerpo de Cristo (1 Co. 12:26). La situación de persecución en la que nació la Iglesia sólo acabará sobre la tierra cuando finalice el conflicto de los siglos con el establecimiento del Reino de Dios con poder. Ahora la justicia sufre (cfr. Mt. 5:6, 10); en la venida de Cristo, la justicia reinará (cfr. Mt. 6:33; Is. 32:1; 42:1 ss., etc.); en los cielos nuevos y la tierra nueva la justicia morará (2 P. 3:13). Además de la consciencia de la victoria final, el cristiano sabe también que Cristo ya ha vencido al mundo (Jn. 16:33), y que “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro. 8:35-39). Bibliografí­a: Eusebio de Cesarea: “Historia Eclesiástica” (B.A.C., Madrid, 1973); Fisher, J. P.: “Historia de la Reforma” (Clí­e, Terrassa, 1984); Forbush, W. B.: “Fox’s Book of Martyrs” (Zondervan, Grand Rapids, 1975); Green, M,: “La evangelización en la iglesia primitiva” (Certeza, Buenos Aires, 1979); Llorente, J. A.: “Historia crí­tica de la Inquisición en España” (Ed. Hiperión, S. L., Madrid, 1980); Miller, A.: “Miller’s Church History” (Pickering and Inglis, Londres, s/f); Pressensé, E. de: “Histoire des trois premiers siècles de l’Eglise chretienne” (Paris, 1858-1869); Soljenitsin, A.: “Archipiélago Gulag” (dos tomos, Plaza y Janés, Barcelona, 1974, 1977); Wurmbrand, R.: “The Soviet Saints” (Hodder and Stoughton, Londres, 1968).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Oposición violenta e injusta a una persona o a una colectividad por su raza, su profesión, su situación o sus creencias religiosas. Con frecuencia la persecución se convierte en actos agresivos y cruentos, incluso con la ejecución cruel de los perseguidos.

En lenguaje cristiano, cuando se habla de persecuciones, se alude a las diversas épocas de la Historia en las que se ha intentado destruir a los cristianos por el solo hecho de ser seguidores de Cristo y se les ha matado como medio de conseguir tal objetivo.

La Iglesia nunca se extrañó de ello, pues es uno de los mensajes de Jesús, latente a lo largo de los siglos, ya se anunciaba: “Si me han perseguido a Mí­, os perseguirán a vosotros… Os echarán de las sinagogas, os maldecirán… Y quien os quite la vida hasta creerá que hace un obsequio a Dios”. (Jn. 15.20; Lc. 21.12). Pero “Dichosos los que son perseguidos por la justicia, porque ellos serán salvados” (Mt. 5.10 y 11). Porque “de la misma manera que persiguieron a los profetas, os perseguirán a vosotros” (Mt. 11.12).

Hasta 59 veces se emplea la palabra “persecución (diogmos, sustantivo; y dioko, verbo) y de ellas 13 en los labios de Jesús. Ante un mensaje tan claro, las enseñanzas de los Apóstoles no podí­an ir por otro camino: las de Pablo (29 veces habla de persecución en su cartas) y las Juan (sobre todo en el Apocalipsis).

Los primero cristianos conocieron la persecución de los judí­os (Pedro, Esteban, Saulo, Juan); Y sobre todo las que el imperio romano desencadenó por medio de sus Emperadores. Es tradicional agruparlas en diez oleadas, con intensidad variable y rasgos propios de cada región del imperio. Las diez se la suele denominar con el recuerdo y la figura de uno de los emperadores: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Séptimo Severo, Maximino, Decio, Valeriano, Aureliano, Diocleciano. La última de Juliano el Apóstata fue una reacción ante el dominio cristiano, reconocido ya en la Carta de libertad de Constantino y Licinio, llamada Edicto de Milán del 313.

La llegada a la escena del islamismo incrementó las persecuciones de los cristianos y de los hinduistas, las dos grandes religiones con las que en Occidente y en Oriente se enfrentó el mahometismo en su expansión por el mundo. Miles de muertos precedieron a las luchas internas entre sectas islámicas del siglo XI y XII, una vez que el Islam se consolidó.

Al extenderse fuera de Europa el cristianismo, apoyado por los viajes misioneros al Oriente y al Occidente en el siglo XV y XVI, fueron surgiendo oleadas de persecuciones: Japón, China, Indochina, Brasil, Africa. Y al mismo tiempo los grandes movimientos violentos dentro del mundo cristiano cuando vinieron las convulsiones religiosas de la Reforma y de la Contrarreforma católica del siglo XVI. Alemania, Inglaterra, Paí­ses Bajos, Francia fueron escenarios de frecuentes matanzas o de procesos represivos de í­ndole religiosa.

Y no otra cosa que persecución religiosa fueron los hechos de tiempos recientes, ya en el siglo XX, acaecidos en Méjico de 1923-1929, en España de 1936 a 1939, en Alemania de 1933 a 1945, en los paí­ses oprimidos por la URSS de 1945 a 1980, en China, en Vietnam, en Cuba y en mil sitios más.

Por eso no es arriesgado decir que el concepto de persecución, de martirio, de cruz, es consustancial con el Evangelio y de una o de otra forma va a estar presente en la Iglesia. En consecuencia será de trascendencia preparar y educar a los nuevos cristianos para que lo tengan en cuenta: es la debilidad y la fortaleza del cristiano, es el signo de la victoria final del bien.

(Ver Apocalipsis 4)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DicEc
 
La palabra “persecución” se deriva del latí­n persequor, que, como la palabra griega diókó, puede significar simplemente “seguir”, pero también “perseguir”. Jesús anunció que sus discí­pulos serí­an perseguidos (Mt 23,34; Mc 13,9-13), y declaró bienaventurados a los que fueran perseguidos (Mt 5,10-11; cf lCor 4,12; 2Cor 4,9). La respuesta ante la persecución es orar por los perseguidores (Mt 5,44; Rom 12,14), como hicieron Jesús (Le 23,34) y Esteban (He 6,69), y pedir entereza para resistir (He 4,31).

Pablo (como Saulo) fue uno de los primeros perseguidores de la Iglesia (He 9,4; Gál 1,13). Entre el 64 y el 313 hubo muchas persecuciones de la Iglesia, tradicionalmente diez, pero en realidad cuatro o cinco perí­odos principales. La persecución no fue constante; los años de paz fueron aproximadamente los mismos que los de persecución. Dependí­a en gran medida de las circunstancias locales y del carácter de los administradores locales romanos. Las razones oficiales de las persecuciones eran sociales y polí­ticas tanto como religiosas, o incluso más. Roma toleraba los cultos más dispares, con tal de que sus fieles tomaran parte también en el culto a Roma y al emperador, que era el ví­nculo del Imperio. El monoteí­smo de los cristianos hizo que los romanos sospecharan de su lealtad. Fueron acusados además de toda clase de inmoralidades —incesto, canibalismo, superstición, y se les hizo responsables de numerosas catástrofes naturales. Por otro lado, en el siglo I la distinción entre cristianos y judí­os no estaba muy clara para los romanos. Aunque hubo algunas muestras de hostilidad popular y de violencia contra los judí­os en el mundo romano, nunca fueron estos objeto de persecución oficial. Fue al ser reconocido el cristianismo como una nueva religión distinta del judaí­smo cuando perdió la protección legal de que previamente habí­a gozado como secta judí­a.

Hubo persecuciones importantes bajo Nerón (a partir del año 64) y Domiciano (81-96). Los emperadores Antoninos declararon que no habí­a que ir tras los cristianos, pero bajo Trajano (98-117) hubo persecuciones. Hubo un perí­odo de relativa calma bajo la dinastí­a de los Severos (193-235). Decio (248-251) impuso la religión romana, llevando a cabo una intensa persecución. Valerio (253-260) hizo lo mismo; la suya fue quizá la más severa de todas las persecuciones. El emperador Galieno (253-268) publicó un edicto de tolerancia y permitió que hubiera lugares para el culto (260). La “gran persecución” de Diocleciano (245-313) duró en Occidente desde el 303 hasta el 305,y en Oriente desde el 303 hasta el 312. El emperador querí­a crear una administración imperial uniforme, inspirada en el culto a los dioses romanos y en la práctica de las llamadas virtudes tradicionales romanas. La persecución fue continuada por Galeno (305-311), quien justo seis dí­as antes de su muerte publicó un edicto de tolerancia, que fue confirmado por el edicto de Milán promulgado por >Constantino (313).

Aunque la época del Imperio romano fue testigo de las primeras grandes persecuciones, cada época de la Iglesia ha tenido las suyas y en ninguna de ellas le ha faltado a la Iglesia la gloria de los > mártires. Especialmente en paí­ses de misión, donde los que llevaban la fe eran considerados a menudo como una amenaza para las religiones locales o el orden social y polí­tico existente. Las persecuciones, por otro lado, han adoptado muchas formas: unas veces han dado como resultado la muerte; otras, la pérdida de las propiedades. En la antigua Unión Soviética (hasta 1989), aunque oficialmente habí­a libertad religiosa, los cristianos eran enviados a la cárcel o a la muerte, se les negaba la educación, el trabajo o los derechos civiles. Los cristianos >baptistas se convirtieron especialmente en objetivo de las autoridades estatales por su incómoda actitud.

En el siglo XX la persecución fue a menudo consecuencia de la proclamación por parte de los cristianos de los derechos humanos o de la liberación (por ejemplo en América Latina o en Africa), o de odios encontrados y seculares. La naturaleza exacta de la persecución, lo mismo que en el pasado, es con frecuencia confusa, ypuede disfrazarse de racismo o de ideologí­a de seguridad nacional. Aunque el seguimiento de Cristo conlleva la persecución, son pocas las autoridades que dirán: “Te castigo por ser discí­pulo de Jesucristo”. El hecho de la persecución y el martirio no es menos real porque se oculte bajo diversos pretextos. [Con motivo del Gran Jubileo 2000, Juan Pablo II presidió junto al Coliseo de Roma una conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX.]

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

(v. cruz, dolor, martirio)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Jesús fue perseguido (Mt 5, 12); como antes lo fueron los profetas (Mt 5, 12) y como lo serán después sus discí­pulos (Mt 5, 11; Lc 21, 12), de la misma manera que lo han hecho con El (Jn 15, 20). Los apóstoles no deben buscar la persecución (Mt 10, 23), pero han de aceptarla de buen grado y sin odio cuando la sufran; incluso deben rogar por sus perseguidores (Mt 5, 44) y tener conciencia de que la persecución es signo de bienaventuranza (Mt 5, 10-11), que les garantiza el recibir una buena recompensa (Mc 10, 30). La causa última de todas las persecuciones que sufre la Iglesia radica en el odio que el mundo tiene a Jesucristo (Jn 15, 18-20). Los perseguidos por seguir a Jesucristo deben tener el alma serena y confiada, pues cuentan con la asistencia de Jesucristo y del Espí­ritu Santo (Mt 10, 19-20; Mc 13, 11; Lc 12, 11-12; 21, 12-15). ->perseguidos.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> violencia, guerra, pena de muerte, martirio, Pablo). Uno de los elementos que mejor definen la trayectoria bí­blica es la experiencia de persecución, en sus varias formas, activas y pasivas. Hay persecución activa allí­ donde la misma Biblia pide a los creyentes que exterminen o expulsen de la tierra de Israel a los pueblos enemigos, a los pueblos y personas que no aceptan al Dios de la alianza (pacto* de conquista, Jehú*, Elias*). Pero la persecución dominante en la Biblia es de tipo pasivo y se expresa allí­ donde los creyentes, que no forman un imperio o grupo de presión dominador, acaban siendo perseguidos. Este es un tema básico, tanto en los libros apocalí­pticos, cuyos portadores se sienten perseguidos por espí­ritus e imperios perversos, como en los libros proféticos y sapienciales del Antiguo Testamento, cuyos representantes (Siervo* de Yahvé, justo) son también perseguidos. Este es un tema que ha venido a culminar en Jesús* (perseguido y asesinado). La Biblia no es un manual de vencedores, sino todo lo contrario: una guí­a para perdedores y excluidos de la gran vida social. Precisamente en ellos, en los oprimidos, se revela la justicia y el futuro de Dios, como sabe el Apocalipsis*.

(1) Déla lucha entre todos a la persecución de los distintos. En ese contexto se sitúan las palabras fundamentales de la tradición evangélica sobre la persecución: “Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y en sus sinagogas os azotarán, os llevarán ante gobernadores y reyes. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué hablaréis. Pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espí­ritu de vuestro Padre… El hermano entregará a muerte a su hermano, y el padre a su hijo. Se levantarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (cf. Mc 13,913; Mt 10,17-22). Jesús ha quebrado los modelos de poder que actúan en el mundo, modelos de talión o justicia violenta donde, estrictamente hablando, no hay persecución, sino violencia de todos contra todos. La persecución estrictamente dicha empieza cuando uno de los componentes del grupo social no tiene poder para oponerse con violencia o no quiere hacerlo, quedando así­ en manos de los violentos. En ese momento, lo que era lucha entre todos, probablemente en un nivel de equilibrio (de grupos iguales que combaten entre sí­), se convierte en persecución de casi todos (de los fuertes) sobre los débiles o, mejor dicho, sobre aquellos que renuncian a defenderse. En ese sentido, la persecución implica un desequilibrio radical, es una especie de desnivel donde algunos, los que se creen dueños del poder, lo ejercen y despliegan imponiéndose sobre los otros. La persecución es el gesto propio de los portadores de un poder o ley que se sienten capaces de imponerse sobre los que piensan y viven de un modo distinto, quizá porque tienen miedo de ellos. Pueden hacerlo de un modo que parece legal: el hermano entrega al hermano, el padre al hijo, poniéndole en manos de la autoridad competente, para que le juzgue y/o mate. Pero pueden hacerlo también de un modo incontrolado: se alzarán los hijos contra los padres y los matarán…; estos hijos no siguen un proceso legal, sino que se dejan llevar por el vértigo de la violencia y para mantener su autoridad deben linchar a los padres que la ponen en riesgo, repitiendo el asesinato primigenio.

(2) El Evangelio, manual de perseguidos. Los grandes movimientos sociales, tanto en un plano social como polí­tico y militar, han sido creados y están entrenados para la lucha, una lucha entre grupos más o menos semejantes. Pero Jesús no ha preparado a sus discí­pulos para la lucha, sino para el amor gratuito; y de esa manera les ha dejado, gratuitamente, en manos de aquellos que poseen el poder, que se sienten amenazados y se defienden a sí­ mismos, defendiendo con violencia su propia realidad sagrada, sea en plano judí­o (sanedrines), sea en plano gentil (reyes). Jesús sabe que toda persecución es en el fondo una lucha familiar, dirigida por aquellos que buscan el poder y que se instituyen a sí­ mismos como instancia de poder frente a los que buscan y exploran caminos distintos de vida, en gratuidad, más allá del poder, por encima de la violencia. Allí­ donde unos y otros apelan al poder y responden con violencia no hay persecución sino batalla, un tipo de guerra de todos contra todos. Sólo allí­ donde algunos renuncian a la guerra (porque no quieren, porque no pueden) viene a darse la persecución. Esto es lo que Jesús ha revelado a sus discí­pulos. Por eso les dice: “Os mando como ovejas en medio de lobos; guardaos de los hombres; sed inteligentes como las serpientes, sencillos como las palomas” (Mt 10,17). En un mundo hecho de lobos, los que quieren comportarse como ovejas tienen que ser y son como palomas, en manos de las águilas rapaces. Pero pueden y deben ser también phronymoi, inteligentes, como las serpientes, es decir, capaces de esconderse, de actuar de un modo distinto: la inteligencia de los perseguidos es la inteligencia que se vincula a la debilidad y a la supervivencia, a la adaptación bondadosa y creadora. Esta inteligencia está vinculada al deseo de no imponerse, de no sobresalir en los foros y en los campos de batalla del poder; ésta es la inteligencia de los grupos que con-spiran desde abajo, pero no para destruir el sistema (desde el resentimiento de los cobardes o desde el doble juego de los grupos secretos), sino para introducir amor en el sistema y para transformar la realidad, como semilla oculta, sin que se vea (Mc 4,26-29).

(3) Persecución y Espí­ritu Santo… Jesús dice a los perseguidos que no se preocupen de preparar su defensa con las razones sabias del mundo, pues tienen alguien que les defiende de manera más profunda: tienen la fuerza del Espí­ritu de Jesús que les asiste e inspira, haciéndoles testigos de su pascua (Mc 13,11). Los perseguidores tienen la fuerza bruta. Los perseguidos tienen la palabra*, que se puede expulsar, pero que no puede ser vencida (Jn 1,10-13). El Evangelio no necesita defenderse por la fuerza externa, porque se defiende por la palabra. Vale por sí­ mismo, sin apoyarse en ejércitos ni juicios. Posee la autoridad del Espí­ritu Santo, que es fuente de gracia salvadora, actuando a través de la palabra de los perseguidos. Este descubrimiento de la Racionalidad (Verdad) del Espí­ritu Santo como presencia de Dios, que se opone a los hombres que persiguen a Jesús (a sus creyentes), constituye la experiencia básica del Evangelio y vincula, de manera sorprendente, la inteligencia (casi astucia) de la serpiente, que actúa desde abajo, con la claridad y amor del Espí­ritu Santo, que actúa desde el mismo centro de la vida (Paráclito*). De esa forma se expresa la más alta racionalidad de las ví­ctimas, la verdad de los que han sido sacrificados a lo largo de la historia, una verdad que, según el Evangelio, ha sido revelada por Jesús: “Por tanto, mirad; yo os enví­o profetas, sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad, de manera que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarí­as hijo de Baraquí­as, a quien matasteis entre el santuario y el altar” (Mt 23,34-35). Este es el mensaje que Jesús dirige a las autoridades de Israel (o de cualquier poder del mundo). Este es el mensaje de sus profetas-sabiosescribas, es decir, de los hombres y mujeres que no tienen más poder que la palabra que revela y dialoga, que dice y comparte. Frente a esa palabra débil se eleva el poder de los que matan, de todos los que han matado y siguen matando, desde el tiempo de Abel hasta el tiempo de Cristo. Pues bien, los que matan se destruyen en el fondo a sí­ mismos, mientras se eleva sobre el mundo, por la fuerza del Espí­ritu Santo, desde el mismo Cristo, la voz de amor de los perseguidos, que no responden con violencia a la violencia, sino que pueden crear y crean un mundo más alto de gratuidad, que no se funda en el veneno de las serpientes destructoras (cf. Mt 23,33), sino en la capacidad de aguante de las buenas serpientes de Mt 10,17, que con-spiran en el mejor sentido de la palabra: que comparten el Espí­ritu de vida, desde el subsuelo de los condenados de este mundo.

(4) 2 Timoteo. Pablo, el perseguido de Cristo. La segunda carta a Timoteo* ofrece una visión de conjunto de la historia y sufrimientos de Pablo que, para transmitir a los creyentes su aliento de evangelio, vuelve a recordar sus primeros “trabajos”: “Tú seguiste mi enseñanza, mis proyectos, mi fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos, como aquellos que me ocurrieron en Antioquí­a, Iconio y Listra. ¡Qué persecuciones padecí­! Pero de todas me sacó el Señor. Pues todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido” (2 Tim 3,10-12). Pablo recoge así­ unos recuerdos y sufrimientos que conocemos por Hechos (cf. Hch 13—14) y que ahora se pueden condensar en la sentencia final: “Todo el que se proponga vivir como cristiano será perseguido”. De esa forma asume el argumento de Col 1,24-25, donde se afirmaba que Pablo debí­a “completar” los sufrimientos de Cristo. Ciertamente, sigue siendo un hombre bien con creto. Han sido reales sus dolores, recordados para siempre en la memoria de la Iglesia. Pero más que su figura aislada, importa ahora su ejemplo y enseñanza, en la lí­nea de aquello que Cristo habí­a dicho: “Yo le mostraré todo lo que él debe padecer por mi nombre” (Hch 9,16). La persecución constituye un elemento esencial de la condición cristiana, pues los fieles de Jesús no responden a la violencia con violencia y así­ quedan a merced de los poderes del sistema, que mata o encierra en la cárcel a sus adversarios. “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, conforme a mi evangelio, por el cual sufro hasta llevar cadenas como un criminal; pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo soporto todo por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación de Cristo Jesús, con la gloria eterna. Esta es la palabra digna de confianza: Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará. Pero aunque seamos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí­ mismo” (2 Tim 2,8-13). Estas palabras condensan la más alta teologí­a de la persecución. Desde el ocaso de su vida, eleva su voz Pablo encarcelado, sujeto con cadenas, como fiera peligrosa (cf. 2 Tim 1,8), a la que quieren impedir que hable. Pero Pablo reacciona de manera fuerte: ¡La palabra no está encadenada! Se podrá matar al hombre, se podrán ahogar las voces de los mártires; pero la voz de Dios que actúa en Cristo no podrá quedar cerrada en una cárcel. Esta paradoja nos lleva al principio de toda persecución, que es el misterio de Cristo muerto y resucitado. Cristo mismo sufre en los suyos, como dijo a Pablo en el camino de Damasco: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (cf. Hch 9,4). Eso significa que ningún perseguido muere solo, sino que participa del destino de Cristo: “Si morimos con él, viviremos con él” (2 Tim 2,11; cf. Rom 14,8). En el principio de toda persecución se encuentra Cristo, “si morimos con él…”. Pues bien, unido a Cristo, Pablo puede presentarse también como modelo para el resto de la Iglesia. De esa forma, su misma existencia de apóstol se ha vuelto mensaje: “Por eso lo soporto todo por los elegidos…” (2 Tim 2,10). El sufrimiento de Pablo ha servido y sirve para sostener en el dolor de los creyentes, para mostrarles el camino de Jesús, para alentarles en la prueba. Pablo no ayuda a los presos liberándoles de la cárcel (como podí­a suponer la tradición de Lc 4,18-19), sino sufriendo en la cárcel con ellos. El anciano apóstol de las gentes ya no predica el Evangelio por los pueblos y ciudades del imperio, pero su misma vida se ha vuelto pregón y mensaje, pues ya no hay distancia entre lo que dice y lo que hace, lo que anuncia y lo que representa, de manera que podrí­a afirmar “ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí­” (Gal 2,20). De esa forma, ha podido convertirse en modelo para los creyentes: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos… según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor, pero la Palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,8-9). Jesús ha resucitado, rompiendo las cadenas de la muerte. También Pablo, encadenado y preso por Jesús, es portador de una Palabra que rompe las cadenas. Externamente está apresado, pero puede anunciar y anuncia un camino de libertad desde la cárcel, por medio de su carta, a través de sus amigos como Timoteo.

(5) 2 Timoteo. Historia de Pablo, el perseguido. Pablo ha sufrido con angustia el abandono de sus discí­pulos (2 Tim 1,15), pues ninguno ha tenido el valor de presentarse en su defensa: les ha vencido el miedo y todos le han dejado (2 Tim 4,16). Lo mismo que Jesús, Pablo tendrá que asumir la muerte solo. A pesar de ello, desde esa soledad, el viejo apóstol reconocerá que algunos han estado a su lado, como los de la casa de Onesí­foro (2 Tim 1,16-18). Por eso, aunque muchos le hayan abandonado, desde una cárcel, Pablo puede seguir confiando en el Dios de Jesús: “El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas” (2 Tim 4,17). Pablo sabe que Dios mismo ha descendido hasta su cárcel, como indicaban las viejas historias de la tradición israelita (José* en Egipto, Daniel* en el foso de los leones, los tres jóvenes en el homo de fuego) y sobre todo la historia de la pasión de Jesús. De esa manera, lo que parecí­a impedimento se ha vuelto principio de libertad para el Evangelio, pues Pablo está dispuesto a morir, sabiendo que su muerte es principio de libertad: “Por lo que a mí­ me toca, yo ya estoy próximo a ser sacrificado. El tiempo de mi ofrenda o destmcción está cercano. He combatido el buen combate, he acabado la carrera, he guardado la fe. Ahora me aguarda la corona de justicia, la que me dará el Señor, juez justo, en aquel dí­a; y no sólo a mí­, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim 4,6-8). Externamente emplea un lenguaje de persecución y sacrificio -derramar la sangre, ser destmido-, pero los motivos de violencia, imposición o amenaza desaparecen. Un mártir del Evangelio no muere porque un tirano decida matarle, empleando para ello la violencia del sistema, sino porque ha terminado su tarea, ha corrido hasta el final en la prueba de la vida y el mismo Dios ha decidido ofrecerle su corona de la gloria. Ante ese descubrimiento de Dios, ante el amor del Cristo, todos los restantes motivos pasan a segundo plano. Pablo encarcelado, al que pronto matarán, viene a presentarse como signo de evangelio y así­ se le comunica a Timoteo: “No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí­, su encadenado, sino al contrario sufre tú también conmigo por el Evangelio, según el poder de Dios” (2 Tim 1,8). “Comparte las penalidades como buen soldado del Cristo Jesús… El labrador que ha sufrido trabajando es el primero que tiene derecho a los frutos” (2 Tim 2,3.6). Estas son las instrucciones del anciano mártir, éstas sus comparaciones. La comparación del labrador nos sitúa en el centro del enigma de una vida cósmica que es fatigosa, en el camino de una humanidad que sólo consigue los frutos de la tierra con trabajo. En ese contexto se añade la imagen del soldado de Cristo, que aquí­ sólo tiene un sentido metafórico: la vida del legionario romano estaba llena de penalidades; penosa es también, pero en otro sentido, la existencia de los discí­pulos del Cristo, que han de estar dispuestos a ser perseguidos sin perseguir, a ser encarcelados y matados, sin querer ellos la cárcel ni la muerte para otros.

Cf. G. Barbaglio, Pablo de Tarso y los orí­genes cristianos. Sí­gueme, Salamanca 1989; J. Gnilka, Pablo de Tarso: apóstol y testigo, Herder, Barcelona 1998; R. Girard, El chivo emisario, Anagrama, Barcelona 1983; La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1983; El misterio de nuestro inundo, Sí­gueme, Salamanca 1982; X. Pikaza, Dios preso, Sec. Trinitario, Salamanca 2005.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La persecución es una acción violenta que se lleva a cabo contra la Iglesia cristiana y sus miembros. En la historia son conocidas las persecuciones romanas (siglos 1-1V), las de los bárbaros que comienzan con el paso del Rin por parte de los vándalos (406) que se dirigieron a la pení­nsula ibérica y al ífrica, las persas (370-379) con Sapor 11, las vejaciones de los regí­menes comunistas a partir de la revolución de 1917 las persecuciones durante la guerra de España (1936-1939), Y toda una serie de situaciones persecútorias que sigue registrando la 1glesia en varias regiones de la tierra.

De todas formas, el término, en su apelación general, se suele referir a las persecuciones que experimentó la lglesia en los tres primeros siglos de su existencia, en contacto con la realidad del lmperio romano, por lo que se habla de persecuciones romanas. Estas, como las posteriores, se justificaron por motivos legislativos, por lo que se plantea el problema de su fundamentación jurí­dica: a los ojos de los paganos el cristianismo era una “superstitio nova”, y sus seguidores unos ” molitores rerum novarum”, ya que viví­an de un modo totalmente distinto, a veces antitético al suyo, y por tanto como enemigos del género humano, identificado con la organización socio-cultural y religiosa de Roma y del lmperio, Si se prescinde del episodio que tuvo lugar bajo el emperador Claudio, que el año 49 expulsó de Roma a los judí­os y a los cristianos debido a sus disputas en torno a la persona de Cristo, todos los antiguos autores cristianos están de acuerdo en designar a Nerón como el primer perseguidor, empezando por el incendio del 64 que devastó a diez de los catorce barrios de Roma, El segundo perseguidor es Domiciano, que amplió las vejaciones a todo el lmperio; entre sus ví­ctimas figuran Flavio Clemente, con su esposa Domitila y el cónsul Acilio Glabrión. A Trajano 198-117) se debe el conocido rescripto a Plinio el Joven que, a pesar de prohibir la caza a los cristianos, afirmaba su punibilidad tras una acusación pública: esta norma de Trajano siguió vigente bajo Adriano (1 17-138) y Antonino pí­o (138-161), sin que faltaran las ví­ctimas. El reinado de Marco Aurelio (161-180) señaló un recrudecimiento de la persecución: se multiplicaron las invectivas de los intelectuales y las agitaciones populares de sabor anticristiano. En Roma murió Justino, en Esmirna Policarpo, en Galia los mártires de Lyón: esta misma situación prosiguió bajo Cómodo y se cuentan nuevos mártires en ífrica, en Roma y en Oriente, especialmente por obra de algunos gobernadores locales. El siglo III marca un paso cualitativo en el sistema persecutorio: de ocasional y geográficamente diferenciado se convierte en intencional y generalizado. El lmperio se da cuenta de la importancia y de la organización de la 1glesia y la ataca abiertamente. Septimio Severo (193-21 1) prohibió las conversiones al cristianismo y en consecuencia se cerró el Didaskaleion de Alejandrí­a: en ífrica hubo mártires como Perpetua y Felicidad y sus compañeros. Maximino Tracio (235-238) se ensañó con la jerarquí­a eclesiástica. Pero la persecución más violenta fue la de Decio (249251), continuada por Galo (251-253), mientras que la regencia de Valeriano se abrí­a con un perí­odo de paz (253257). La persecución volvió a encenderse en el 257. en este perí­odo padecieron el martino Cipriano de Cartago, el papa Sixto 11, Fructuoso de Tarragona y otros muchos. Con Galieno (260268) se tuvo un largo perí­odo de paz, tras el cual estalló la más sangrienta y sistemática de las persecuciones: por obra de Galerio, en el 297 los cristianos fueron depurados del ejército y en el 303 se publicó un primer verdadero edicto con el que se ordenaba la destrucción de las iglesias y la entrega de la abdicación los libros sagrados. Con de Diocleciano y Maximiano en el 305 y el gobierno sUcesivo de Constancio Cloro, Majencio y Constantino, cesó la persecución en 6ccidente. En Oriente, sin embargo, tan sólo en el año 311 Galerio, poco antes de morir concedió a los cristianos el derecho a existir aunque su decreto quedó sin ejecutar todaví­a algunos años, debido a Maximino Daya. El 313, tras las victorias de Constantino y de Licinio, se promulgó definitivamente la paz con el edicto de Milán.

G. Bove

Bibl.: w H. c. Frend, Persecuciones, en DPAC, 11, 1759-1766; W Post, Persecuciones contra los cristianos, en SM, Y 439-444. P Allard, El martirio, FAX, Madrid 1943;’ C: Gallino, Los mártires de los primeros siglos, Lumen, Barcelona 1945; A, Montero Moreno, Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, BAC, Madrid 1961.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Hostigamiento o maltrato al que se somete a una persona o grupo debido a su posición social, raza o ideologí­a, especialmente la fe y creencias religiosas, con la finalidad —en este último caso— de erradicar tales creencias y evitar su difusión entre nuevos conversos. Los verbos ra·dháf (hebreo) y di·o·ko (griego) pueden significar †œperseguir† tanto en este sentido como en el de †˜ir en pos†™, †˜seguir tras†™ o †˜correr tras†™. (Ex 15:9; Dt 1:44; Ro 14:19; Lu 17:23.)
La persecución adopta diversas formas. Puede limitarse al abuso verbal, la burla y los insultos (2Cr 36:16; Hch 19:9), o incluir presiones económicas (Rev 13:16, 17), daño corporal (Mt 27:29, 30; Hch 5:40), encarcelamiento (Lu 21:12; Hch 16:22-24), odio y hasta la muerte. (Mt 24:9; Hch 12:2.) Pueden promoverla las autoridades religiosas (Mr 3:6; Hch 24:1, 27), personas mal informadas (Gé 21:8, 9; Gál 4:29) e ignorantes (1Ti 1:13), o chusmas irrazonables y fanáticas. (Lu 4:28, 29; Hch 14:19; 17:5.) No obstante, a menudo estos grupos son solo los agentes de instigadores más poderosos y siniestros: las fuerzas espirituales inicuas invisibles. (Ef 6:11, 12.)
En la primera profecí­a bí­blica, registrada en Génesis 3:14, 15, Jehová Dios predijo que habrí­a enemistad entre †œla serpiente† y †œla mujer† y entre sus respectivas †˜descendencias†™. En toda la Biblia se da testimonio del cumplimiento de esta profecí­a. Jesús identificó claramente a la serpiente como Satanás el Diablo, y al mismo tiempo dijo a los que le perseguí­an que procedí­an †œde su padre el Diablo†, y por consiguiente eran parte de su †œdescendencia†. (Jn 8:37-59.) El libro de Revelación muestra que esta persecución continuarí­a hasta el tiempo en que Cristo asumiera el poder real, y aun después por algún tiempo más, pues cuando se arroja a la Tierra a Satanás y sus ángeles, el Dragón †˜persigue a la mujer, y se va para hacer guerra contra los restantes de su descendencia que obedecen a Dios y dan testimonio de Jesús†™. (Rev 12:7-17.) A través de la historia, la †œbestia salvaje† —figura simbólica que se explica en el artí­culo BESTIAS SIMBí“LICAS (Rev 13:1, 7)— ha desempeñado un papel destacado como instrumento de Satanás, y lo mismo puede decirse de †œBabilonia la Grande†, un sí­mbolo que se explica en el mismo artí­culo. (Rev 17:5, 6.) Como prueban los hechos históricos que se comentan a partir del próximo párrafo, a través de todos los perí­odos de tiempo registrados en la Biblia ha quedado constancia de la enemistad de Satanás hacia aquellos que procuran hacer la voluntad de Dios con rectitud y de cómo ha empleado las figuras simbólicas mencionadas anteriormente.

Historia. La historia de la persecución religiosa, según Jesús, se remonta hasta Caí­n, el hijo de Adán. (Gé 4:3-8; Mt 23:34, 35.) Caí­n mató a su hermano Abel porque le indujo el †œinicuo†, Satanás el Diablo. (1Jn 3:12.) La cuestión implicada en la muerte de Abel se centró en la adoración fiel a Jehová. (Heb 11:4.) Job, un hombre de Dios cuyo nombre significa †œObjeto de Hostilidad†, con el tiempo fue blanco de la persecución inicua instigada por Satanás. La esposa de Job y tres de sus amigos fueron simples instrumentos utilizados, siendo o no conscientes de ello, por ese archienemigo de Dios y del hombre. (Job 1:8–2:9; 19:22, 28.)
De vez en cuando los gobernantes de Judá e Israel causaron gran sufrimiento a los representantes especiales de Dios. Por ejemplo, el rey Saúl hizo de David (†˜el hombre agradable al corazón de Dios†™; Hch 13:22) el blanco principal de su odio. (1Sa 20:31-33; 23:15, 26; Sl 142:6.) Durante la gobernación de Acab y Jezabel, muchos profetas de Jehová se vieron obligados a ocultarse como fugitivos y otros fueron muertos. (1Re 18:13, 14; 19:10.) El rey Manasés derramó sangre inocente †œen grandí­sima cantidad†. (2Re 21:16.) El rey Jehoiaquim dio muerte a Uriya, †œun hombre que estaba profetizando en el nombre de Jehovᆝ. (Jer 26:20-23.) Jeremí­as fue muy perseguido por los oficiales gubernamentales. (Jer 15:15; 17:18; 20:11; 37:15, 16; 38:4-6.) Jehová permitió que en ocasiones otras naciones persiguieran a los israelitas, aun hasta el punto de llevarlos al exilio, debido a su infidelidad. (Dt 30:7; Lam 1:3.)
Hubo otras ocasiones en las que la persecución violenta, legalizada por un decreto gubernamental, se desató sobre los que mantení­an integridad a Jehová, como los tres hebreos que fueron arrojados al horno ardiente, y Daniel, a quien se arrojó a los leones. (Da 3:13-20; 6:4-17.) Durante el reinado del monarca persa Asuero, hubo un estallido de violencia y persecución contra los judí­os en general y contra Mardoqueo en particular, por instigación del inicuo Hamán el agaguita. (Est 3:1-12; 5:14.)
Otras fuentes de persecución pueden ser ex compañeros (1Pe 4:4) o amigos y vecinos. (Jer 1:1; 11:21.) Jesús dijo que los parientes cercanos, miembros de la propia casa, perseguirí­an con ferocidad a los que creyeran en él. (Mt 10:21, 35, 36.)
Sin embargo, los principales instigadores humanos de la persecución religiosa han sido los promotores de la religión falsa. Así­ ocurrió en el caso de Jeremí­as. (Jer 26:11.) El apóstol Pablo también pasó por esta experiencia. (Hch 13:6-8; 19:23-29.) En el caso de Jesús, leemos que †œlos sacerdotes principales y los fariseos reunieron el Sanedrí­n y […] Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: †˜[…] No raciocinan que les es de provecho a ustedes que un solo hombre muera en el interés del pueblo, y no que la nación entera sea destruida†™. […] Por eso, desde aquel dí­a entraron en consejo para matarlo [a Jesús]†. (Jn 11:47-53.) Antes que Jesús finalmente muriera en el madero de tormento, sufrió de otras maneras severa persecución a manos de hombres impí­os que apoyaban a los lí­deres religiosos, quienes estaban resueltos a deshacerse de él. (Mt 26:67; 27:1, 2, 26-31, 38-44.)

La persecución de los cristianos. La persecución de los fieles siervos de Jehová no finalizarí­a con la muerte de Jesús. El propio Jesús, como sobresaliente profeta de Dios, le anticipó estos hechos a la infiel Jerusalén, diciendo: †œLes enví­o profetas y sabios e instructores públicos. A algunos de ellos ustedes los matarán y fijarán en maderos, y a algunos los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad; para que venga sobre ustedes toda la sangre justa vertida sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarí­as, hijo de Baraquí­as, a quien ustedes asesinaron entre el santuario y el altar†. (Mt 23:34, 35.)
Jesús también se interesó en prevenir repetidas veces a sus discí­pulos en privado, pues les dijo: †œUstedes serán objeto de odio de parte de toda la gente por motivo de mi nombre […]. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra†. †œEl esclavo no es mayor que su amo. Si ellos me han perseguido a mí­, a ustedes también los perseguirán.† †œLos expulsarán de la sinagoga. De hecho, viene la hora en que todo el que los mate se imaginará que ha rendido servicio sagrado a Dios.† (Mt 10:22, 23; Jn 15:20; 16:2.)
Poco después del Pentecostés del año 33 E.C. se produjeron detenciones, amenazas y palizas. (Hch 4:1-3, 21; 5:17, 18.) Más tarde Esteban fue detenido y apedreado hasta morir, pero no sin antes condenar a sus perseguidores, diciéndoles: †œ¿A cuál de los profetas no persiguieron sus antepasados? Sí­, mataron a los que de antemano hicieron anuncio respecto a la venida del Justo, cuyos traidores y asesinos ustedes ahora han llegado a ser†. (Hch 7:52-60; véase también Heb 11:36, 37.) Al asesinato de Esteban le siguió una oleada de persecuciones, encabezadas en parte por Saulo de Tarso, que resultó en la dispersión de la congregación de Jerusalén, con lo que la actividad de predicar las buenas nuevas se extendió. (Hch 8:1-4; 9:1, 2.) Más tarde, Herodes Agripa I hizo matar con la espada a Santiago, el hermano de Juan, y probablemente hubiese hecho lo mismo con Pedro si el ángel de Jehová no lo hubiese rescatado milagrosamente durante la noche. (Hch 12:1-11.)
Cuando se convirtió al cristianismo, Saulo el perseguidor pasó a ser Pablo el perseguido, como él mismo dijo, por la bondad inmerecida de Jehová. Esto ocurrió cuando por fin comprendió que estaba luchando contra el Señor mismo. (Hch 9:4, 5; 22:4, 7, 8; 26:11, 14, 15; 1Co 15:9; Gál 1:13, 23; Flp 3:6.) El relato de su ministerio y sus posteriores viajes muestra que Pablo, a su vez, experimentó mucha persecución a manos de los enemigos del cristianismo. (Hch 13:50; 2Co 6:3-5; 11:23-25; Gál 5:11; 2Ti 3:10, 11.)
La persecución de los cristianos por las autoridades del Imperio romano desde los dí­as de Nerón en adelante está bien documentada en la historia seglar. (Véase CRISTIANO.) Las acusaciones fueron diversas, pero el objetivo parecí­a ser siempre el mismo: la supresión del cristianismo.

La actitud apropiada hacia la persecución. Si una persona guarda los mandamientos de Dios como cristiano, es imposible que se escape de la persecución, pues †œtodos los que desean vivir con devoción piadosa en asociación con Cristo Jesús también serán perseguidos†. (2Ti 3:12.) Sin embargo, los verdaderos cristianos pueden aguantar todo tipo de persecución malvada y aún mantener una actitud feliz, libre de malicia y odio hacia sus perseguidores. Esto se debe a que entienden las cuestiones que están implicadas: de qué fuente proviene la persecución y por qué se permite. En lugar de desconcertarse y preocuparse por tales experiencias, se regocijan de poder participar con Cristo en la prueba de lealtad bajo persecución. (1Pe 4:12-14.)
Sin embargo, el cristiano debe estar seguro de que realmente sufre por una causa justa. El registro bí­blico deja claro que el cristiano nunca debe sufrir persecución por inmiscuirse en la polí­tica, en conspiraciones ni en ningún tipo de actividad delictiva. Haciendo especial hincapié en este punto, el apóstol exhorta: †œMantengan excelente su conducta entre las naciones, para que, en la cosa de que hablan contra ustedes como de malhechores, ellos, como resultado de las obras excelentes de ustedes, de las cuales son testigos oculares, glorifiquen a Dios en el dí­a para la inspección por él†. (1Pe 2:11, 12.) A esto añadió el consejo de sujetarse a funcionarios gubernamentales, amos de esclavos y esposos, citando el ejemplo de Cristo Jesús como el modelo que se debí­a imitar. (1Pe 2:13-25; 3:1-6.) Un cristiano podí­a sentirse feliz si sufrí­a por causa de la justicia (1Pe 3:13, 14), pero nunca deberí­a sufrir †œcomo asesino, o ladrón, o malhechor, o como entremetido en asuntos ajenos†. (1Pe 4:15, 16.)
Los cristianos también valoran el premio que les espera a los que aguantan. Jesús dijo con respecto a esta recompensa: †œFelices son los que han sido perseguidos por causa de la justicia, puesto que a ellos pertenece el reino de los cielos†. (Mt 5:10.) Los fortalece conocer la esperanza de la resurrección, así­ como conocer a Aquel que la garantiza, y los fortalece además para ser leales a Dios aun ante la amenaza de muerte a manos de sus violentos perseguidores. Su fe en los beneficios que la muerte de Jesús ha hecho asequibles los ha emancipado del temor a una muerte violenta. (Heb 2:14, 15.) La actitud mental del cristiano es importante si ha de mantenerse fiel bajo la presión de la oposición. Pablo dijo a este respecto: †œMantengan en ustedes esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús, quien […] se hizo obediente hasta la muerte, sí­, muerte en un madero de tormento†. (Flp 2:5-8.) †œPor el gozo que fue puesto delante de él aguantó un madero de tormento, despreciando la vergüenza.† (Heb 12:2; véanse también 2Co 12:10; 2Te 1:4; 1Pe 2:21-23.)
La actitud cristiana hacia los perseguidores mismos es también un factor importante. El amar a los enemigos y bendecir a los opositores ayuda a aguantar. (Mt 5:44; Ro 12:14; 1Co 4:12, 13.) El cristiano también es consciente de lo siguiente: a cualquiera que deje casa y parientes por causa del Reino de los cielos se le promete el céntuplo, pero junto †œcon persecuciones†. (Mr 10:29, 30.) Es cierto que no todo el que oye las buenas nuevas del Reino resistirá el calor de la persecución, y puede que algunos intenten esquivar cuestiones conflictivas para evitar problemas (Mt 13:21; Gál 6:12), pero es mejor confiar en el poder de Jehová y orar, como hizo David, para ser librado de los perseguidores, sabiendo que Jehová no dejará a sus siervos sin ayuda. Entonces se podrá decir junto con el apóstol: †œEstamos saliendo completamente victoriosos mediante el que nos amó†. (Sl 7:1; 2Co 4:9, 10; Ro 8:35-37.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. diogmos (diwgmov”, 1375), relacionado con dioko (véase PERSEGUIR, Nº 1), aparece en Mat 13:21; Mc 4.17; 10.30; Act 8:1; 13.50; Rom 8:35; 2Co 12:10; 2Th 1:4; 2Ti 3:11, dos veces. Para el v. 12, así­ como Mat 5:10; 1Co 4:12; Gl 5.11; 6.12, véase Nota.¶ En la LXX, Pro 11:19; Lam 3:19:¶ 2. thlipsis (qli`yi”, 2347), propiamente tribulación, se traduce “persecución” en Act 11:19 (RV: “tribulación”). Véase . Nota: El verbo dioko se traduce con la frase verbal “padecer persecución” en Mat 5:10 “que padecen persecución”; 1Co 4:12 “padecemos persecución”; Gl 5.11: “padezco persecución”; 6.12: “padecer persecución”; 2Ti 3:12 “padecerán persecución”. Véase PERSEGUIR, Nº 1.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

El pueblo de Dios a lo largo de su historia pasa por la experiencia de la persecución; ésta no perdona al Hijo de Dios venido a salvar al mundo, y odiado por él (Jn 3,17; 15,18), y culmina incluso en su pasión (Mt 23,31s); finalmente, será también el destino de sus discí­pulos: “Si me han perseguido a mí­, os perseguirán a vosotros” (Jn 15.20).

El misterio de la persecución, aunque en conexión con el del *sufrimiento, se diferencia de él; el sufrimiento crea un problema porque alcanza a todos los hombres, incluso a los justos; el problema es más agudo frente a la persecución que alcanza a los justos precisamente porque son justos. Entonces aparece que la persecución se distingue de las otras tribulaciones por su origen oculto. Por medio del sufrimiento quiere Dios purificar al pecador y probar al justo en un designio de amor; por medio de la persecución, un ser maligno trata de oponerse a este designio y separar al hombre de Dios. El hecho es que la persecución, como todo sufrimiento, es utilizada por Dios: “Al crucificar al Señor de la gloria los prí­ncipes de este mundo” no sabí­an que eran instrumentos de su sabidurí­a (ICor 2,6ss). Y el justo perseguido (Act 3,14) venció para siempre al mundo (Jn 16. 33). Sus discí­pulos, seguros de verse perseguidos (2Tim 3,12), se regocijan de ello (Mt 5,11s); ésta es la señal de que no son del mundo perseguidor (Jn 15,19), sino del número de aquellos en quienes será glorificado el Señor Jesús el dí­a en que triunfe de toda persecución (2Tes 1,4-12).

I. EL MISTERIO DE I.A PERSECUCIí“N. 1. En el AT no sólo el conjunto del pueblo santo sufre la oposición violenta de los paganos, desde la permanencia en Egipto (Ex 1,8-14) hasta la dominación romana, pasando por las diversas crisis de su historia (cf. Sal 44,10-17: 79,1-4; 80,5ss), sino que los grandes personajes, jefes, reyes, y sobre todo profetas, son frecuentemente perseguidos por causa de su amor a Yahveh y de su fidelidad a su palabra: Moisés es desechado por los suyos (Act 7.27…); David es perseguido (ISa 19-24), y asimismo Elí­as (IRe 19), Amós (Am 7,10-17), Jeremí­as (Jer 11,18-12,6), los mártires Macabeos (2Mac 6-7; lMac 1,57-64), etc. Estas persecuciones aparecen a Jeremí­as inseparables de su *misión, y gracias a ellas el *siervo realiza el *designio de Dios (Is 53,10). Asimismo el libro de Daniel muestra que la persecución de los justos, su resistencia y su *fidelidad preparan el *dí­a del *juicio y la venida del *reino (Dan 7,25ss). Finalmente, el libro de la Sabidurí­a pone en claro el motivo profundo de toda persecución: el *impí­o *odia al *justo porque es para él un “reproche viviente” (Sab 2,12ss), al mismo tiempo que un *testigo del Dios al que él desconoce (2,16-20): como el perseguidor pertenece al diablo, apunta a Dios a través de su testigo, y la salvación del justo el último dí­a juzgará la *incredulidad del perseguidor (2.24; 5,1-6).

2. Jesús perseguido remata y corona esta serie de sufrientes injustamente oprimidos por aquellos mismos a quienes habí­an sido enviados. Los jefes de Israel, al condenarle, colman la medida de los crí­menes de sus padres y dan prueba de ser ciertamente hijos de los que asesinaron a los profetas (Mt 23,31s). Pero esta persecución, como todos los *sufrimientos de Cristo, es necesaria para el cumplimiento de su misión y para la realización del plan de salvación.

3. Los discí­pulos no pueden aspirar a otro tratamiento distinto que su maestro: en *seguimiento suyo, como él y por causa de él, son perseguidos (Jn 15,20; 16,1ss), tienen que beber su cáliz (*copa) y ser bautizados con su *bautismo (Mc 10, 39 p); en ellos revive Jesús su persecución (Act 9,4s; cf. Col 1,24): para ellos es una *gracia (Flp 1,29) y por tanto una fuente de *gozo (IPe 4,12ss).

Primeramente los judí­os los oprimen (Act 4,1…: 5.17…; 8,1…; 13. 50), de la misma manera que en otro tiempo “el hijo de la carne perseguí­a al hijo del espí­ritu” (Gál 4. 29). Como Jesús entregado por los suyos (Jn 13.18: 18,35: cf. Jer 12, 6), los *discí­pulos deben ser perseguidos por su propia familia (Mt 10. 34ss). Hay aquí­ más que un mero paralelismo de situaciones: “Los judí­os, que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, y nos han perseguido…, colman así­ la medida de sus pecados en todos los tiempos)) (ITes 2.15s).

También los *paganos persiguen a los discí­pulos de Jesús. Roma, nueva *Babilonia, va a su vez a “embriagarse con la *sangre de los santos y con la sangre de los testigos de Jesús” (Ap 17,6): tan cierto es que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución” (2Tim 3,12).

4. El fondo del problema.

a) La persecución de los amigos de Dios no es sino un aspecto de la *guerra secular que opone a *Satán y a los poderes del mal contra Dios y sus servidores y que se resolverá con el aplastamiento de la serpiente. Desde la aparición ael pecado (Gén 3) hasta las luchas finales descritas en el Apocalipsis, el dragón “persigue” a la *mujer y a su descendencia (Ap 12: cf. 17; 19). Esta lucha se extiende a toda la historia, pero se amplí­a a medida que avanza el tiempo. Llega a su punto culminante con la pasión de Jesús; entonces es a la vez la *hora del prí­ncipe de las tinieblas y la de Jesús, la de su muerte y la de su glorificación (Lc 22,53; Jn 12,23; 17,1). En la Iglesia las persecuciones son signo y condición de la *victoria definitiva de Cristo y de los suyos. Por esta razón poseen un significado escatológico, pues son como un pródromo del *juicio (IPe 4,17ss) y de la instauración completa del *reino. Verdadero “comienzo de los dolores” (Mc 13,8ss p), son preludio del fin del *mundo y condicionan el nacimiento de una nueva era (Ap 7,13-17).

b) Si los perseguidos que permanecieron fieles en la *prueba (Ap 7, 14) son ahora vencedores y “sobreabundan de gozo”, su suerte gloriosa no debe hacer olvidar el aspecto trágico del *castigo de los perseguidores. La *ira de Dios que ya desde ahora se revela para con los pecadores (Rom 1,18), caerá al fin de los tiempos sobre los que se hayan *endurecido, en particular sobre los perseguidores (ITes 2,16; 2Tes 1,5-8; Ap 6,9ss; 11,17s; 16,5s; 19,2). Su suerte estaba anunciada ya en el trágico fin de Antí­oco Epí­fanes (2Mac 9), que se repite en Herodes Agripa (Act 12,21ss). Este nexo entre los perseguidores y el castigo escatológico se subraya en las parábolas de los viñadores homicidas (Mt 21,33-46 p) y del banquete nupcial (22,1-14). El último crimen de los viñadores y los malos tratamientos sufridos por los últimos servidores son el colmo de una serie de ultrajes y desencadenan la ira del amo o del rey. “Han derramado sangre de los santos; sangre, pues, les has hecho beber, y bien se lo han merecido” (Ap 16,6; 19,2).

II. EL CRISTIANISMO FRENTE A LA PERSECUCIí“N. El creyente cuya *fe penetra en el misterio de la persecución halla en su *esperanza la fuerza para soportarla con gozo; ya el AT le ofrecí­a modelos de esta actitud, a la que Jesús da su *perfeccionamiento con su *ejemplo y con sus consejos.

1. Los modelos. Los justos del AT adoptaron todos ante la persecución una actitud de *paciencia y de valiente *fidelidad en la *esperanza. Jeremí­as es el tipo del perseguido fiel y orante; sus “confesiones” son no menos protestas de fidelidad que quejas dolorosas; sabe que suceda lo que suceda, Yahveh “está con él” para protegerle y salvarle (p.c. Jer 1,8.19). Lo mismo se diga del siervo doliente (Is 52-53) y de los salmistas perseguidos: “¡Señor, sálvame de los que me persiguen!” (Sal 7,2) : este grito de angustia y de confianza resuena a través de todo el salterio. Tal oración, acompañada a menudo de imprecaciones contra los *enemigos (Sal 35; 55; 69; 70; 109) o de llamamientos a la *venganza de Dios (Jer 11,20; 15,15; 17, 18), se funda en la certeza de la salvación que el Dios fiel otorga a los suyos (Sal 31,6; cf. 23,4; 91,15).

Jesús perseguido no sólo confí­a en su Padre que está con él (Mt 26,53; Jn 16,32), sino que ora por sus perseguidores (Lc 23,34); así­ da a sus discí­pulos un supremo *ejemplo de la caridad que soporta toda persecución (ICor 13,7).

Los apóstoles y los primeros cristianos, blanco de las persecuciones, oran para verse libres y poder así­ anunciar el *Evangelio (Act 4,29; cf. 12,5); como su maestro, se muestran pacientes en medio de las persecuciones (2Tes 1,4) y como él piden a Dios que perdone a sus verdugos (Act 7,60).

2. Los consejos dados por Jesús corresponden a la actitud cuyo ejemplo dio él mismo. Como él, el discí­pulo debe orar por los que le persiguen (Mt 5,44 p; cf. Real 12,14). Debe afrontar la persecución con valor; aunque no debe ser temerario y debe saber huir de una ciudad donde se le acosa (Mt 10,23; Act 13,50s), debe, sin embargo, estar dispuesto a verse encarcelado, herido y entregado a la muerte (Mt 10,16-39; Jn 16,1-4). Pero ante tales perspectivas no debe tener miedo: su maestro venció al *mundo (Jn 16,33) y triunfará finalmente de los *impí­os perseguidores “con los suyos, los llamados, ,los escogidos, los fieles” (Ap 17,14). Los *enemigos del discí­pulo no pueden nada contra su alma (Mt 10,28-31). El *Espí­ritu de Dios le asistirá cuando sea arrastrado ante los tribunales, por lo cual no tiene que preocuparse por su defensa en el momento de su proceso (Mt 10, 19s). Con todo, hay que *velar y orar constantemente, pues la persecución es una *prueba, una tentación, y si el espí­ritu está pronto, la carne es flaca (Mt 26,41 p).

Pablo reitera las consignas de Jesús. Nada, dice, puede separarnos del amor de Cristo, ni siquiera la persecución o la espada (Rom 8,35). En resumen, el discí­pulo afronta la persecución con una esperanza que lo hace fiel, constante y gozoso (Rom 12,12; 2Tes 1,4; cf. Mt 13,21 p). Sabe en quién ha puesto su confianza (2Tim 1,12). Así­, rodeado de los innumerables *mártires del AT y del NT, fijos los ojos en Cristo “que soportó tal hostilidad contra su persona por parte de los pecadores”, corre hacia la meta, con aguante, sin desanimarse (Heb 11,1-12, 3).

3. El *gozo de la *esperanza (Rom 12,12) es fruto de la persecución así­ soportada: “Seréis bienaventurados cuando os ultrajen y os persigan… por causa de mí­. Alegraos y regocijaos…” (Mt 5,Ils). Esta promesa de Jesús se realiza en el cristiano que “se glorí­a en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce la constancia, la constancia la virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no defrauda…” (Rom 5,3ss; cf. Sant 1,2ss). “Sobreabunda de gozo en las tribulaciones” (2Cor 7,4; 12,10; Col 1,24; cf. Act 5,41; Heb 10,34). La *consolación en la tribulación (2Cor 1,3-10) es fruto del Espí­ritu (ITes 1,6; Act 13, 52; cf. Gál 5,22), al mismo tiempo que signo de la presencia del reino.

El Apocalipsis, espejo de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible *prueba, fomenta esta gozosa esperanza en el corazón de los perseguidos, garantizándoles la *victoria de Jesús y la instauración del reino. A cada uno de ellos como a toda la Iglesia no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: “No temas los sufrimientos que te aguardan; el diablo se apresta a arrojar a los vuestros en la cárcel para tentaron, y vosotros sufriréis diez dí­as de prueba. Permanece fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de vida” (Ap 2, 10).

-> Anticristo- Babel – Prueba – Mártir – Mundo – Paciencia – Proceso – Sufrimiento – Testimonio.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La persecución (literalmente, caza, acosamiento) es el intento sistemático de suprimir o exterminar el cristianismo por medio de la presión social hasta el punto de la violencia. La persecución de los cristianos comenzó con la acción del Sanedrín contra Pedro y Juan, en represalia por su proclamación de la resurrección de Jesús (Hch. 4:1–3, 5ss.). Otra persecución tuvo lugar en el tiempo de la lapidación de Esteban, cuando los cristianos de Jerusalén fueron expulsados de la ciudad y esparcidos en todas direcciones (Hch. 8:1–4). La persecución organizada por el estado no comenzó hasta el tiempo de Nerón, y fue entonces probablemente temporal y local. Hubo tradicionalmente diez persecuciones bajo el Imperio: Nerón, año 64 d.C; Domiciano, 95; Trajano, 100; Antonio Pío, 161–180; Séptimo Severo, 197; Máximo, 235; Decio, 249; Valeriano, 257; Aurelio, 274; Dioclesiano, 303. La evidencia histórica para una persecución bajo Domiciano no está clara, y no todas las otras persecuciones fueron de larga duración. Aquellas bajo Decio y Dioclesiano fueron las más severas.

Dioclesiano intentó no solamente exterminar a los cristianos, sino también destruir su literatura.

Él confiscó y quemó todas las copias de la Biblia que encontró, y demolió los edificios de la iglesia. La persecución oficial terminó cuando Constantino, en el año 313, mediante el Edicto de Milán, declaró la política de la tolerancia para todas las religiones, tratando de canalizar el público apoyo de los cristianos para su régimen. Finalmente, el cristianismo (véase) se convirtió en la religión oficial del estado romano.

Las causas de la persecución fueron numerosas. Los cristianos fueron mal entendidos por los paganos quienes los consideraban ateos, antisociales y políticamente subversivos. La declinación del imperio en el siglo III se atribuyó a que el pueblo no había adorado a los antiguos dioses, y los cristianos fueron consecuentemente hostilizados. A raíz de que la adoración de los ídolos formaba parte de la actividad del estado, los cristianos que no tomaban parte en ella eran tildados de antipatriotas y catalogados de elementos peligrosos en la población. La persecución fue la protesta del paganismo contra el evangelio en sus manifestaciones sociales y espirituales.

BIBLIOGRAFÍA

H.B. Workman, Persecution of the Early Church; G. Uhlhorn, The Conflict of Christianity with Heathenism; W.W. Hyde, Paganism to Christianity in the Roman Empire, pp. 168–185; E.T. Merrill, Essay in Early Church History, pp. 82–130, 148–201.

Merrill C. Tenney

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (470). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Tal como la conocieron los cristianos, la persecución no fue nada nuevo. Formaba parte de su herencia judaica. La asociación de testimonio y sufrimiento, indicada ya en la segunda parte de Isaías, tuvo cristalización en la lucha seléucida. Surgió una teoría del martirio recompensado con la inmortalidad personal, hasta llegar a dominar el pensamiento de los judíos para con el gobierno romano (4 Mac. 17.8ss). La posibilidad de la muerte por la Torá se llegó a aceptar como demanda del judaísmo. Por lo tanto los judíos no fueron reacios al martirio; a pesar de la tolerancia romana para con su religión, su cohesión, su negativa a cooperar, y su impresionante éxito económico les acarrearon el odio generalizado y la persecución intermitente, especialmente fuera de Palestina; los pogromos fueron comunes en Alejandría. Dicho legado fue heredado por los cristianos. Esta decisión para enfrentar el sufrimiento fue intensificada por el ejemplo de Jesús, y por la asociación de la persecución con el anhelado fin de la era (Mr. 13.7–13). Aun así, debemos averiguar qué fue lo que despertó tal animosidad hacia ellos, tanto entre los Judíos como entre los romanos.

a. La oposición de los judíos

Esta creció gradualmente en intensidad. La predicación de un Mesías crucificado, cuya muerte fue atribuida públicamente a los líderes judíos, resultaba altamente provocativa. Aun así, la gente reaccionó favorablemente (Hch. 2.46s; 5.14), y los fariseos moderadamente (Hch. 5.34ss; 23.6ss), mientras que hubo oposición, como era de esperar, entre los saduceos (Hch. 4.1, 6; 5.17). La predicación de Esteban sobre la transitoriedad de la ley (Hch. 6.14) modificó la opinión pública y provocó la primera persecución en Jerusalén y otras partes, p. ej. Damasco. En el 44 d.C. Jacobo fue ejecutado por Herodes Agripa, y en el curso del relato de Hechos los judíos aparecen como los enemigos más encarnizados de Pablo. Esta actitud no puede sino haber sido empeorada por el concilio apostólico, que repudió la necesidad de la circuncisión, y culminó en la excomunión de cristianos en Jamnia, ca. 80 d.C.

b. La oposición de los romanos

La actitud de Roma sufrió un cambio marcado. Al principio, como vemos en Hechos, no sólo toleró sino que alentó a los cristianos. Pero esta actitud pronto se transformó en oposición violenta. En Roma (Tácito, An. 15.44) era tal su impopularidad para el 64 d.C, que Nerón pudo llegar a hacerlos responsables del incendio. En Hitinia (Plinio, Ep. 10. 96–97), para el 112 d.C., aprox., el permanecer en el cristianismo se consideraba una ofensa capital, aun cuando Trajano no aceptaba la delación anónima, y desaprobaba la “caza de brujas”. Se han sugerido tres explicaciones de este cambio de actitud:

(i)      Que a los cristianos se los enjuiciaba únicamente por ofensas concretas, tales como el canibalismo, la provocación de incendios, el incesto, la magia, las reuniones ilícitas, y la majestas (en el caso de ellos, la negativa a sacrificar al numen del emperador). Hay pruebas, en efecto, de que fueron acusados por todas estas cosas, pero 1 P. 2.12; 4.14–17; Plinio, Ep. 10.97; y Suetonio, Nerón 16, dejan en claro que en época temprana el nomen ipsum de cristiano, con prescindencia de la cohaerentia flagitia que se asoriaba con él en la mente popular, era punible.

(ii)      Que existía una ley general en todo el imperio, la institutum Neronianum, que proscribía el cristianismo. Tertuliano afirma esto, y dice que esta fue la única acta de Nerón que no fue rescindida posteriormente (Ad. Nat. 50.7, véase tamb. Apol. 5), y las pruebas aportadas por Suetonio, 1 P., y Ap. permiten esta interpretación. Sin embargo, es probable que el cristianismo no fuera tan importante como para justificar una ley general de esa naturaleza, y si la hubo resulta difícil explicar que Plinio no la conociera, que Trajano no la mencionara, como también los derechos a la propiedad de que disfrutó la iglesia antes de la persecución de Decio, y la notable falta de uniformidad en su aplicación.

(iii)      Que la persecución quedó liberada a la discreción del gobernante, que obraba únicamente basándose en acusaciones privadas; no había fiscal en la sociedad romana. Cualquiera fuese la acusación formal, está claro que para la época de Plinio la participación activa en una organización considerada delictiva, como las bacanales y los druidas, prohibidos porque en los tres casos el culto y los scelera no se podían distinguir, constituía ofensa punible, y la contumacia, la persistente negativa a retractarse, significaba la muerte. La competencia de los procónsules y los prefectos de las ciudades en crimina extra ordinem era muy grande, como se ha demostrado en los últimos años. Si el gobernador quería enjuiciar a los cristianos contaba con el precedente de Nerón como guía, y su imperium coercitivo como apoyo. Alternativamente, tenía facultades discrecionales, como en el caso de Galión (Hch. 18.14–16), para alegar falta de competencia. En caso de duda podía referir el asunto al emperador, cuyo decreto lo obligaba mientras permaneciese en la provincia, aun cuando esto no se hacía extensivo a sus sucesores.

En razón de esta facultad discrecional de que disfrutaban los gobernadores, Tertuliano dirigió su Apología no al emperador sino al gobernador: porque en sus manos estaba la solución. Esto explica el carácter espasmódico de la persecución hasta los días de Decio. Dependía mucho de la política del gobernador, y de si el grado de impopularidad de los cristianos en la provincia era tal que impulsara a individuos particulares a iniciarles causa. No existen pruebas satisfactorias (a pesar de Orosio, 7.7) para aceptar que hubiera una persecución general de los cristianos en el imperio bajo Nerón, aun cuando pareciera que la secta se consideraba ilícita en Roma misma (Suetonio, Nerón 16). Las pruebas concretas de una persecución de la iglesia por Domiciano son precarias, a pesar de la invectiva que lanzaron a dicho emperador los Padres. Una generalización amplia en Dión (67.14), relativa a la muerte de Flavio Clemente, que posiblemente era cristiano, y de Acilio Glabrio, que probablemente lo era también, y la expulsión de Domitila, es prácticamente lo único que se puede argumentar. Pero es muy posible que Domiciano, quien inspeccionaba minuciosamente las rentas públicas judías, y les imponía vigorosamente cargas impositivas (Suetonio, Domic. 12), haya descubierto cristianos incircuncisos amparados bajo los privilegios religiosos de los judíos, y que haya iniciado una persecución general en contra de los tales, indicios claros de lo cual tenemos en el Apocalipsis, si este libro ha de fecharse bajo Domiciano antes que bajo Nerón.

La persecución estaba restringida, por lo tanto, por tres factores: (i) que los gobernadores romanos eran reacios a aceptar acusaciones relacionadas con opiniones religiosas privadas (supersticiones), y procuraban limitar su atención a ofensas reales; (ii) que las acusaciones debían hacerse en forma personal y pública, y que hacer una acusación merecedora de la pena capital era tanto peligroso como difícil; (iii) que en cada provincia, sólo un hombre, el gobernador, podía imponer sentencia de muerte.

Estos tres factores combinados protegían a la mayoría de los cristianos lo suficiente como para que la iglesia pudíera aumentar y afianzarse firmemente en el imperio.

Bibliografía. D. Ruiz Bueno, Atlas de los mártires, 1968; W. Beilner, “Persecución”, °DTB, 1967, cols. 818–821; R. Schippers, L. Coenen, “Persecución”, °DTNT, t(t). V, pp. 351–356; J. Scharbert, “Dolor”, Conceptos fundamentales de teología, 1966, t(t). I, pp. 461–470.

W. H. C. Frend, Martyrdom and Persecution, in the Early Church, 1965; T. W. Manson, “Martyrs and Martyrdom”, BJRL 39, 1956–7, pp. 463ss; H. B. Mattingley, JTS s.n. 9, 1958, pp. 26ss; F. W. Clayton, CQ 41, 1947, pp. 83ss; A. N. Sherwin-White, JTS s.n. 3, 1952, pp. 199ss; H. Last, JRS 27, 1937, pp. 80ss; E. M. Smallwood, Classical Philology 51, 1956, pp. 5–11; G. Ebel, R. Schippers, NIDNTT 2, pp. 805–809; A. Oepke, TDNT 2, pp. 229s; H. Schlier, TDNT 3, pp. 139–148.

E.M.B.G.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Contenido

  • 1 General
  • 2 Resumen de las principales persecuciones
  • 3 Período Moderno
  • 4 Bibliografía

General

La persecución puede definirse en términos generales como la coerción ilegal de la libertad de otro o su castigo ilegal, ya que no todo castigo puede ser tomado como persecución. Para nuestro propósito, debe estar aún más limitada a la esfera de la religión, y en ese sentido, la persecución implica una coerción ilegal o un castigo en nombre de la religión.

La Iglesia ha sufrido muchas clases de persecución. El crecimiento y la continua existencia de la cristiandad han sido obstaculizados por el paganismo culto y la barbarie salvaje. Y, en tiempos más recientes, el agnosticismo ha perseguido a la Iglesia en los diferentes estados de América y Europa. Pero la más deplorable de todas las persecuciones han sido aquellas que el catolicismo ha sufrido de otros cristianos. Con relación a esto debe considerarse que la propia Iglesia ha apelado a la fuerza, y que lo ha hecho no solamente en su propia defensa, sino también en ataque no provocados. Por ejemplo por medio de la Inquisición (q. v.) o de las guerras religiosas ella misma fue el agresor en muchos ocasiones durante la Edad Media y en tiempos de la Reforma. Y aún si la explicación era que ella estaba defendiendo su propia existencia, la réplica parece bastante plausible de que los poderes paganos y bárbaros estaban actuando solamente en su propia defensa cuando prohibían la propagación de la Cristiandad. La Iglesia podría de esta manera parecer extrañamente inconsistente, ya que mientras reclamaba tolerancia y libertad, ella había sido y aún permanece intolerante a todas las demás religiones.

En respuesta a esta objeción, podemos admitir el hecho y también negar la conclusión. La Iglesia reclama llevar un mensaje o mejor un mandamiento de Dios y ser el único mensajero de Dios. En realidad es sólo en años recientes cuando se supone que la tolerancia se ha convertido en dogma, que los otros “campeones de la Revelación” han abandonado sus reclamos similares. Que ellos hayan abandonado su derecho a ordenar lealtad es una consecuencia natural del Protestantismo; mientras es el derecho de la Iglesia el ser el embajador acreditado e infalible de Dios el que justifica su aparente inconsistencia. Dicha intolerancia, sin embargo, no es lo mismo que persecución, por la cual entendemos el ejercicio ilegal de coerción. Toda corporación legalmente constituida tiene el derecho a forzar a sus subordinados dentro de límites debidos. Y aunque la Iglesia ejerce ese derecho en gran parte por sanciones espirituales, nunca ha renunciado al derecho de utilizar otros medios. Antes de examinar este último derecho a la coerción física, debe introducirse la importante distinción entre paganos y cristianos. Regularmente, la fuerza no se ha empleado contra los paganos o los judíos: “Pues ¿por qué voy a juzgar yo a los de fuera?” (1 Cor. 5,12); ver JUDÍOS Y JUDAÍSMO: El Judaísmo y la Legislación de la Iglesia.

Ejemplos de conversiones forzadas como tales que han ocurrido en diferentes periodos de la historia de la Iglesia deben atribuirse al celo impropio de individuos autocráticos. Pero la Iglesia sí reclama el derecho de coaccionar a sus propios miembros. Sin embargo, de nuevo debe hacerse una diferenciación. Los católicos no cristianos de nuestros días son, estrictamente hablando, miembros de la Iglesia; pero en su legislación ella los trata como si no fueran sus miembros. El “Ne temere”, por ejemplo, de Pío X (1907), reconoce el matrimonio de los protestantes como válido, aunque no sea contraído de acuerdo a las condiciones católicas: y las leyes de abstinencia no son consideradas obligatorias para los protestantes. Así, con relación a su derecho de usar la coerción, la Iglesia solamente ejerce su autoridad sobre aquellos a quienes considera personal y formalmente apóstatas. Un protestante moderno no está en la misma categoría con los albigenses o wickliffitas. Estos fueron retenidos por ser personalmente responsables de su apostasía; y la Iglesia ejerció su autoridad sobre ellos: es cierto que en muchos casos los herejes también se rebelaban contra el Estado; pero el reclamo de la Iglesia de usar la coerción no está limitado a los casos de desorden social. Aún más, su propósito no era solamente proteger la fe de los ortodoxos, si no también castigar a los apóstatas. La apostasía formal era vista entonces como una traición contra Dios – un crimen mucho más atroz que la traición contra un gobernante civil, el cual, hasta tiempos recientes, era castigado con gran severidad. (ver: APOSTASÍA; HEREJÍA.) Era un envenenamiento de la vida del alma en otros (Santo Tomás de Aquino, II-II, Q. xi, artículos 3, 4)

No cabe duda, entonces, de que la Iglesia reclamó su derecho a la utilización de la coerción física en contra de los apóstatas formales. Por supuesto, ella no ejercería su autoridad de la misma manera en la actualidad, aún si hubiese un Estado católico en el cual los cristianos fuesen personal y formalmente apóstatas. Ella adapta su disciplina a los tiempos y circunstancias para que sea posible cumplir su propósito beneficioso. Sus propios hijos no son castigados con multas, prisión, u otros castigos temporales, sino a través de dolores espirituales y sanciones, y los herejes son tratados del mismo modo como ella trató a los paganos: : “Fides suadenda est, non imponenda” (la Fe es un asunto de persuasión, no de fuerza) – un sentimiento que se remonta a san Basilio (“Revue de l’Orient Chrétien”, 2a serie, XIV, 1909, 38) y a san Ambrosio, en el siglo cuarto, este último lo aplico incluso al tratamiento de apóstatas formales. También debe recordarse que cuando la Iglesia ejerció su derecho a hacer uso de la fuerza física sobre los apóstatas formales, tal derecho era universalmente admitido. El clero tenía, naturalmente, las ideas de su época acerca de por qué y cómo deberían infringirse las sanciones. Además, la Inquisición Romana (q. v.) fue muy diferente de aquella de España, y los papas no aprobaron los severos procedimientos de esta última. Más aún, tales ideas de coerción física en asuntos espirituales no fueron característicos de los católicos (ver: TOLERANCIA). Los Reformistas no fueron menos, si no tal vez, más intolerantes (ver INQUISICIÓN). Si la intolerancia del clero es censurable, entonces la de los Reformistas lo es doblemente. Desde su propio punto de vista, fue injustificada. Primero, se rebelaron contra la autoridad establecida de la Iglesia, y segundo, ellos difícilmente podrían hacer uso de la fuerza para obligar a los reacios a someterse a su propio principio de juicio privado. Con esta clara demarcación del juicio privado de los Reformistas de la autoridad católica, difícilmente sirve a nuestros propósitos estimar la violencia relativa de los gobiernos católicos y protestantes durante la época de la Reforma. Y también conviene recordar que los métodos de la difamada Inquisición en España e Italia fueron mucho menos destructivos de la vida que las guerras religiosas de Francia y Alemania. Sin embargo, lo que sí sirve a nuestros propósitos es hacer notar la abierta intolerancia de los líderes protestantes; ya que ella le dio a la Iglesia un derecho adicional para apelar a la fuerza. Ella estaba castigando sus miembros rebeldes y, al mismo tiempo, defendiéndose contra sus ataques.

De esta manera, tal coacción al ser utilizada por una autoridad legítima no puede llamarse persecución, ni sus víctimas llamarse mártires. No es suficiente que aquellos que son condenados a muerte pudieran estar sufriendo por sus opiniones religiosas. Un mártir es un testigo de la verdad; mientras que aquellos que sufrieron el castigo extremo de la Iglesia eran, a lo sumo, testigos de su propia sinceridad, y, por lo tanto, infelizmente, nada más que pseudo-mártires. No necesitamos extendernos sobre la segunda objeción, la cual pretende que un gobierno pagano pueda estar justificado al perseguir misioneros cristianos al punto de considerar a la cristiandad como subversiva a la autoridad establecida. La revelación cristiana es el mensaje sobrenatural del Creador a Sus criaturas, contra la cual no puede haber resistencia legal. Sus misioneros tienen el derecho y el deber de predicarla en todas partes. Aquellos que murieron en la propagación o mantenimiento del Evangelio son testigos de Dios para la verdad, sufriendo persecución en Su nombre.

Resumen de las principales persecuciones

El pequeño resumen de las persecuciones contra la Iglesia presentado aquí sigue un orden cronológico, y es poco más que un catálogo de los ataques violentos formales y públicos contra el catolicismo. No toma en cuenta otras formas de ataque, por ejemplo, persecución social y literaria, alguna forma de sufrimiento en nombre de Cristo siendo una nota segura de la Verdadera Iglesia (Juan, xv, 20; II Tm., iii, 12; Mat., x, 23). Para un recuento popular general de las persecuciones de católicos previas al siglo IXX ver Leclercq, “Les Martyrs” (5 vols., París, 1902-09).

Persecuciones Romanas (52-312)

Las persecuciones de este periodo son ampliamente tratadas bajo MÁRTIR. Ver también MÁRTIRES, ACTA DE LOS, y los artículos acerca de los mártires individuales o grupos de mártires (MÁRTIRES, LOS DIEZ MIL; CUARENTA MÁRTIRES; AGAUNUM, por la Legión Tebana).
Bajo Juliano el Apóstata (361-63)

El edicto de tolerancia de Constantino había acelerado el triunfo final de la cristiandad. Pero las medidas extremas aprobadas contra la antigua religión del imperio, especialmente por Constantino, y aún a pesar de que no fueron estrictamente cumplidas, levantaron considerable oposición. Y cuando Juliano el Apóstata (361-63) llegó al trono, apoyó a los defensores del paganismo, aunque se esforzó por fortalecer la vieja religión recomendando trabajos de caridad y un sacerdocio de vida moral Estricta el cual, algo sin precedentes, debería predicar e instruir. La protección del Estado fue retirada de la cristiandad y ninguna sección de la Iglesia se favorecía más que otra, de tal manera que los donatistas y los arrianos pudieron regresar.

Todos los privilegios concedidos anteriormente a los clérigos fueron revocados; se les retiró la jurisdicción civil a los obispos y los subsidios a las viudas y a las vírgenes se cancelaron. También se les arrebató a los cristianos la educación superior al prohibir a cualquiera que no fuese pagano enseñar literatura clásica. Y finalmente, las tumbas de los mártires fueron destruidas. El emperador temía proceder a una persecución directa, pero fomentó la discordia entre los cristianos, y no sólo toleraba sino que alentaba las persecuciones originadas por las comunidades y los gobernadores paganos, especialmente en Alejandría, Heliópolis, Maioima, el puerto de Gaza, Antioquia, Aretusa, y Cesárea en Capadocia (cf. Grergorio de Nazianzo, Orat. IV, 86-95; P. G., XXXV, 613-28). Muchos, en lugares diferentes, sufrieron y aún murieron por la fe, aunque se encontraron otros pretextos para su muerte, al menos por el emperador. De los mártires de este periodo se debe mencionar a Juan y Pablo (q. v.), quienes sufrieron en Roma; los soldados Juventino y Maximiano (cf. El sermón de San Juan Crisóstomo sobre ellos en P. G., L, 571-77); Macedonio, Titán y Teodulio de Meros en Frigia (Sócrates, III, 15; Sozomeno, V, 11); Basilio, un sacerdote de Ancira (Sozomeno, V, 11). El mismo Juliano parece haber ordenado las ejecuciones de Juan y Pablo, el ayudante y el secretario respectivamente de Constancia, la hija de Constantino. Sin embargo, reinó sólo por dos años y su persecución fue, según las palabras de san Atanasio: “sólo una nube pasajera”.

En Persia

Cuando el gobierno romano abandonó la persecución de la cristiandad, esta fue tomada por un enemigo tradicional de Roma, los persas, aunque formalmente ellos habían sido más o menos tolerantes de la nueva religión. Al estallido de la guerra entre los dos imperios, Sapor II (310-80), bajo la instigación de los sacerdotes persas, inició una persecución severa de los cristianos en 339 o 340. Esta comprendía la destrucción o confiscación de las iglesias y una masacre general, especialmente de obispos y sacerdotes. El número de víctimas, de acuerdo con Sozomeno (Hist. Eccl., II, 9-14), no fue menor a 16 mil, entre ellos estaba Simeón, Obispo de Seleucia; hubo un respiro de la persecución general, pero fue reiniciada y aún con mayor violencia por Bahram V (420.38), quien persiguió de manera salvaje por un año y no se le pudo impedir que causara numerosos martirios individuales a pesar del tratado que hizo (422) con Teodosio II, garantizando la libertad de conciencia de los cristianos. Yazdgard II (438-57), su sucesor, comenzó una fiera persecución en 445 0 446, rastros de la cual se pueden encontrar poco antes de 450. La persecución de Cosroes I desde 541 hasta 545 fue dirigida principalmente contra los obispos y el clero. Él también destruyó iglesias y monasterios y encarceló nobles persas que se habían convertido al cristianismo. La última persecución de los reyes persas fue la de Cosroes II (590-628), quien le hizo la guerra a todos los cristianos sin distinción durante 627 y 628. Hablando en general, la época más peligrosa para la Iglesia en Persia fue cuando los reyes estaban en guerra con el Imperio Romano.

Entre los Godos

La cristiandad fue introducida entre los godos cerca de la mitad del siglo tercero, y “Theophilus Episcopus Gothiæ” fue presentada en el Concilio de Nicea (325). Pero, debido a los esfuerzos del Obispo Ulfilas (340, muerto en 383), un arriano, el arrianismo fue profesado por la gran mayoría de los visigodos de Dacia (Transilvania y Hungría del Oeste), convertidos del paganismo; y pasó con ellos al interior de la Baja Mesia a través del Danubio, cuando un jefe godo, después de una cruel persecución, saco de sus tierras a Ulfilas y sus conversos, probablemente en 349. Y en consecuencia, cuando en 370 los visigodos, presionados por los hunos, cruzaron el Danubio y entraron en el Imperio Romano, el arrianismo era la religión practicada por el emperador Valentiniano. Este hecho, junto con el carácter nacional dado al arrianismo por Ulfilas, moldeó la forma de cristianismo adoptado también por los ostrogodos, de quienes se expandió a los borgoñones, los suevos, los vándalos y los lombardos.

La primera persecución de la que tenemos noticia, fue dirigida por el rey visigodo pagano Atanarico. Comenzó cerca del 372 y duró dos, tal vez seis, años después de su guerra con Valentiniano. San Sabas fue ahogado en el 372, otros fueron quemados, algunas veces en masa dentro de las tiendas que eran utilizadas como iglesias. Cuando, en los siglos quinto y sexto, los visigodos invadieron Italia, Galia y España, las iglesias fueron destruidas y los obispos católicos y el clero fueron asesinados; pero la actitud normal era de tolerancia, Eurico (483), el rey visigodo de Toulouse, es mencionado especialmente por Sidonio Apolinar (Ep. Vii, 6) como aborrecedor del catolicismo y perseguidor de los católicos, aunque no es claro que los persiguiera a muerte. En España hubo persecuciones al menos de vez en cuando, durante el periodo desde 476 a 586, comenzando con el mencionado Eurico, quien ocupó Cataluña en 476. Hemos oído de persecuciones por Agila (549-554) y finalmente por Leovigildo (573-86). Los obispos fueron exiliados y los bienes de la iglesia incautados. Su hijo, Hermenegildo, un converso a la Fe católica, es descrito en el siglo séptimo (por ejemplo, por san Gregorio Magno) como un mártir. Un cronista contemporáneo, Juan de Biclaro, quien había sufrido él mismo por la Fe, dice que el príncipe fue asesinado en prisión por un arriano, Sisberto; pero no dice que Leovigildo aprobó el asesinato (ver HERMENEGILDO; y Hodkin, “Italia y sus Invasores”, V, 255). Con el ascenso de Recaredo, quien se había convertido al catolicismo, el arrianismo dejó de ser el credo de los visigodos españoles.

En cuanto a los ostrogodos, ellos parecen haber sido bastante tolerantes, después de los primeros actos violentos de la invasión. Una excepción notable fue la persecución de Teodorico (524-26). Fue impulsada por las medidas represivas que Justino I había promulgado contra los arrianos del Imperio del Este, entre los que se incluían, por supuesto, los godos. Una de las víctimas de la persecución fue el papa Juan I, quien murió en prisión.

Entre los lombardos

San Gregorio Magno, en apartes de sus “Diálogos”, describe los sufrimientos que los católicos tenían que soportar en la época de la invasión lombarda bajo el mando de Alboíno (568) y después. Pero en conjunto, después de la muerte de Autaris (590) los lombardos no causaron problemas, excepto tal vez en los Ducados de Benevento y Espoleto. La reina de Autaris, Teudelinda, una princesa católica de Baviera, pudo utilizar su influencia con su segundo marido, Agiluf, el sucesor de Autaris, de tal manera que él, aunque probablemente todavía permanecía como arriano, fue amistoso con la Iglesia y le permitió a su hijo ser bautizado como católico (ver LOMBARDÍA).

Entre los Vándalos

Los vándalos, arrianos como los visigodos y los otros, fueron los más hostiles de todos hacia la Iglesia. Durante su periodo de dominio en España (422-29) la Iglesia sufrió una persecución, los detalles de la cual son desconocidos. En 429, bajo el liderazgo de Genserico, los godos cruzaron sobre África, y para el 455 se habían apoderado del África romana. En el norte, los obispos fueron expulsados de sus sedes y enviados al exilio. Cuando Cartago fue tomada en 439, las iglesias le fueron dadas al clero arriano, y el obispo Quodvultdeus (un amigo de san Agustín) y la mayor parte del clero católico fueron despojados de cuanto tenían, embarcados en naves inseguras y enviados a Nápoles. La confiscación de propiedad de la Iglesia y el exilio del clero era la regla a lo largo de todas las provincias del norte, donde todo culto público fue prohibido para los católicos. En las provincias del sur, sin embargo, la persecución no fue tan severa. Algunos oficiales católicos de la corte, que habían acompañado a Genserico desde España, fueron torturados, exiliados y, finalmente, sentenciados a muerte debido a que se rehusaron a renunciar a su Fe. Sin embargo, a los no católicos, de hecho, se les permitía mantener cualquier oficio.

El hijo de Genserico, Hunerico, quien lo sucedió en 477, aunque al principio se mostró de alguna manera tolerante, arrestó y desterró bajo circunstancias de gran crueldad a cerca de cinco mil católicos, incluyendo obispos y clérigos, y finalmente, por un edicto del 25 de febrero de 484, abolió el culto católico, transfirió todas las iglesias y las propiedades de la iglesia a los arrianos, exiló a los obispos y clérigos y privó de derechos civiles a todos aquellos que no recibieran el bautismo arriano. Grandes cantidades de personas sufrieron un tratamiento salvaje, muchas murieron, otras fueron mutiladas o lisiadas de por vida. Su sucesor, Guntamundo (484-96), no suavizó la persecución hasta 487. Pero en 494 los obispos fueron llamados, aunque después tuvieron que sufrir alguna persecución de Trasamundo (496-523). Y la completa paz llegó a la Iglesia después del ascenso del hijo de Genserico, Hilderico, con quien la invasión vándala terminó (ver ÁFRICA).

En Arabia

La cristiandad penetró en el sur de Arabia (Yemen) en el siglo cuarto. En el siglo sexto los cristianos fueron brutalmente perseguidos por el rey judío Dunaan, se dice que no menos de cinco mil, incluyendo al príncipe Aretas, fueron ejecutados en 523 después de la captura de Nagra. La Fe se salvó de su posterior extinción en este periodo únicamente por la intervención armada del rey de Abisinia. Y, de hecho, desapareció ante las fuerzas invasoras del Islam.

Bajo los Mahometanos

Con la expansión del mahometismo en Siria, Egipto, Persia y el norte de África, hubo una subyugación gradual del cristianismo. Al comienzo de la invasión, en el siglo octavo, muchos cristianos fueron masacrados por rehusarse a renegar de su religión; más tarde, fueron tratados como ilotas, sujetos a impuestos especiales, y con la posibilidad de perder sus bienes o la vida misma al capricho del califa o del pueblo. En España, el primer gobernante mahometano que instauró la persecución violenta de los cristianos fue el virrey Abderrahmán II (812-52). La persecución comenzó en 850, fue continuada por Mohamed (852-87) y continuó sin interrupciones hasta el 960, cuando los cristianos eran lo suficientemente fuertes para intimidar a sus perseguidores. El número de mártires fue pequeño, Eulogio, Arzobispo de Toledo (11 de marzo de 859), quien nos ha dejado un recuento de la persecución, es el más famoso de ellos (ver MAHOMA Y EL MAHOMETANISMO).

Bajo los Iconoclastas

Los problemas traídos al seno de la Iglesia del Este por los emperadores iconoclastas cubren un periodo de 120 años. León III (el isáurico) publicó dos edictos contra las imágenes cerca de los años 726 y 730. La ejecución de estos edictos resistida tajantemente. Los papas Gregorio II y Gregorio III protestaron con un lenguaje vigoroso contra el reformista autocrático, y la gente recurrió a la violencia abierta. Pero Constantino V (Coprónimo, 741-75) continuó con la política de su padre, convocando a un concilio en Constantinopla en 745 y luego persiguiendo al partido ortodoxo. Los monjes formaron un objeto especial de su ataque. Los monasterios fueron demolidos, y los mismos monjes fueron vergonzosamente maltratados y ejecutados. Bajo Constantino IV (780-97), a través de la influencia de su madre, la regente Irene, el Séptimo Concilio Ecuménico fue convocado en 787, y se anularon los decretos del Concilio de Coprónimo. Pero hubo un resurgimiento de las persecuciones bajo León V (813-20), los obispos que permanecieron firmes, al igual que los monjes, fueron los objetivos especiales de su ataque, mientras que muchos otros fueron asesinados directamente o murieron a consecuencia del tratamiento cruel que sufrían en las cárceles. La persecución, que continuó bajo Miguel II (820-29), alcanzó su fase más fiera bajo Teófilo (829-42). Un gran número de monjes fueron condenados a muerte por este monarca; pero a su muerte (842), las persecuciones terminaron (ver ICONOCLASIA).

Período Moderno

Hemos revisado las persecuciones sufridas por la Iglesia durante su primer milenio de existencia. Durante su segundo milenio ha continuado sufriendo persecuciones en su misión de difundir el Evangelio, y especialmente en Japón y China (ver MÁRTIRES, JAPONESES; MÁRTIRES EN CHINA). También ha tenido que enfrentar los ataques de sus propios hijos, que culminaron en los excesos y las guerras religiosas de la Reforma.

En relación a las persecuciones de católicos irlandeses, ingleses y escoceses, ver INGLATERRA; IRLANDA; ESCOCIA; LEYES PENALES; y los numerosos artículos sobre los mártires individuales, por ejemplo, EDMUND CAMPION, BENDITOBEATO; PLUNKETT, OLIVER, VENERABLE.

Polonia

Durante el último siglo, Polonia ha sufrido la que es tal vez la más notable de las persecuciones recientes. El catolicismo había continuado estableciéndose como religión del país hasta la intervención de Catalina II de Rusia (1762-96). Por medio de intrigas políticas y hostilidad abierta, primero que todo aseguró una posición de soberanía política sobre el país, y luego efectuó la separación de los rutenos de la Santa Sede, y los incorporó a la Iglesia Ortodoxa de Rusia. Nicolás I (1825-55) y Alejandro II (1855-81), reactivaron su política de intimidación y supresión forzada. EL último monarca especialmente, se mostró a sí mismo como un violento perseguidor de los católicos, las barbaridades que fueron cometidas en 1863 fueron tan salvajes como para que se produjera una protesta unida de los gobiernos de Francia, Austria y Gran Bretaña. Después de su muerte, se le concedió a los católicos una cierta medida de tolerancia, y en 1905 Nicolás II le otorgó completa libertad de culto (ver POLONIA; RUSIA).

Para la persecución de los católicos durante el Imperio Otomano, ver TURQUÍA.

En tiempos modernos, sin embargo, un nuevo elemento ha sido añadido a las fuerzas que se oponen a la Iglesia. De hecho ha habido recrudecimientos ocasionales de los “reformistas”, la violencia dictada por un temor frenético al progreso católico. Tales fueron, por ejemplo, los disturbios ocurridos en Charleston y Filadelfia en 1834 y 1844, y el grito de “no papismo” contra el establecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra y Holanda en 1850 y 1853. Pero este no era más que el fantasma de la Reforma. Para la posición de las repúblicas Suramericanas durante el siglo IXX, ver los artículos de esos países.

Liberalismo

Un nuevo espíritu de oposición aparece en el llamado “liberalismo” y el Libre Pensamiento, cuya influencia ha caído sobre los países católicos al igual que sobre los protestantes. Su origen se puede buscar en la filosofía infiel del siglo XVIII. A finales de ese siglo había crecido tan fuertemente que podía amenazar a la Iglesia con violencia armada. En Francia, seiscientos eclesiásticos fueron asesinados por Jourdan, “el Decapitador”, en 1791, y el año siguiente trescientos eclesiásticos, incluyendo un arzobispo y dos obispos, fueron cruelmente masacrados en la cárcel de París. El Reino del Terror terminó en 1795. Pero el espíritu de infidelidad que triunfó entonces, siempre ha visto y encontrado oportunidades para la persecución. Y ha sido asistido por los empeños de los llamados gobiernos católicos para subordinar la Iglesia al Estado, o para separar los dos poderes. En Suiza, los católicos tan encolerizados por los ataques del partido liberal sobre su libertad religiosa que ellos resolvieron apelar a las armas. Su Sonderbund (q. v.) o “Liga Separada” triunfó al principio en la guerra de 1843, y a pesar de su derrota final por las fuerzas de la Dieta en 1847, el resultado fue asegurar la libertad religiosa a lo largo de Suiza. Desde entonces, la excitación causada por el decreto sobre Infalibilidad Papal encontró nuevo aliento en otro periodo de legislación hostil; pero los católicos han sido lo suficientemente fuertes para mantener y reforzar su posición en el país.

En los otros países el liberalismo no se ha encaminado en una guerra tan directa contra la Iglesia; aunque los defensores de la Iglesia se han puesto con frecuencia en contra de los revolucionarios que estaban atacando el altar junto con el trono. Pero la historia del siglo 19 revela una constante oposición contra la Iglesia. Su influencia se ha visto reducida por legislaciones adversas, las órdenes monásticas han sido expulsadas y su propiedad confiscada, y, lo que es tal vez más característico de las persecuciones modernas, la religión ha sido excluida de las escuelas y las universidades. El principio subyacente ha sido siempre el mismo, aunque la forma que asume y la oportunidad para su desarrollo son peculiares a las diferentes épocas y lugares. El Galicanismo en Francia, el Josefismo en Austria, y las Leyes de Mayo del Imperio Alemán tienen el mismo principio de subordinar la Iglesia al Gobierno, o separar los dos poderes por medio de un divorcio secular y antinatural. Pero la solidaridad de los católicos y las protestas enérgicas de la Santa Sede con frecuencia triunfan al establecer Concordatos para salvaguardar los derechos independientes de la Iglesia. Los términos de estas concesiones no siempre se han observado por los gobiernos absolutistas o liberales. Sin embargo, han salvado a la Iglesia en tiempos de peligro. Y la separación obligatoria de la Iglesia del Estado, la cual siguió a la renuncia de los Concordatos ha enseñado a los católicos en los países Latinos los peligro del secularismo (q. v.) y cómo ellos deben defender sus derechos como miembros de una Iglesia que trasciende los límites de los estados y naciones, y reconocen una autoridad más allá del alcance de la legislación política. En los países teutones, por otro lado, la Iglesia no se perfila como blanco de los misiles de sus enemigos. Largos años de persecución han hecho su trabajo, y dejaron a los católicos con una necesidad muy grande y un sentido aún mayor de solidaridad. Hay menos riesgo de confundir al amigo y al enemigo, y el progreso de la Iglesia se hace más evidente.

Bibliografía

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PARA LOS VISIGODOS: SÓCRATES, op. cit., IV, 33; Carta contemporánea sobre San Sabas, Acta SS., 12 de abril; vea también document posterior sobre San Nicetas, ibid., 15 Sept., and HODGKIN, op. cit., I, 1, 175; DAHN, Urgeschichte der germanischen und romanischen Volker, I (Berlin, 1881), 426 sq., for Athanaric’s persecution; SIDONIUS APOLLINARIS, ep. vii, 6 in Mon. Germ. Hist.: Auct. Antiq., VIII, HODGKIN, op. cit., II, 484, for Euric; JOHN OF BICLARO in Mon. Germ, Hist,: Auct. Antiq., XI, 211; GORRES, Kirche und Staat im Westgotenreich von Eurich bis Leovigild in Theol, Stud. u. Krit. (Gotha, 1893), 708-34; GAMS, Kirchengeschichte Spaniens, I, II (Augsburg, 1862), 4; LECLERCQ, L’Espagne chrétienne (Paris, 1906); ASCHBACH, Gesch. der Westgoten (Frankfort, 1827).

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ENTRE LOS LOMBARDOS: SAN GREGORIO EL GRANDE, Dialogues, III, 27, 28, 37, 39; IV, 21-23, vea HODGKIN, op. cit., VI, 97, 104; PABLO EL DIÁCONO, Historia Langobardorum, I-IV in Mon. Germ. Hist.: Script. Langob. et Ital. (Hanover, 1878), 45 Sq., see HODGKIN, op. cit., V. 68-80; DAHN, op. cit.; GRISAR, op. cit.

ENTRE LOS VÁNDALOS: IDACIO en Mon. Germ, Hist.: Auct. Antiq., XI, 13-36; MIGNE, P. L., LI; VICTOR VITENSIS, Historia persecutionis Africanœ provinciœ, ed, HALM in Mon. Germ. Hist., loc. cit., III; PETSCHENIG, Corpus Script. eccles. lat., VII (Vienna, 1881); MIGNE, P. L., LVII; PROSPER, Chronicon in Mon. Germ. Hist., loc. cit.. IX; MIGNE, P. L., LI; RUINART, Hist. persec. Vand. in P. L., LVIII; PAPENCORDT, Gesch. der Vandalischen Herrschaft in Afrika (Berlin, 1837); DAHN, op. cit.; HODGKIN, op. cit., II, 229-30, 269-82; LECLERCQ, L’Afrique chrétienne, II (Paris, 1904); IDEM, Les Martyrs, III (Paris, 1904); DUCHESNE, op. cit., III, 626-45.

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BAJO LOS MAHOMETANOS: PARGOIRE, L’Eglise byzantine, (Paris, 1905), 153-6, 275-9; LECLERCQ, L’Afrique chrétienne, II (Paris, 1904); IDEM, Les Martyrs, IV (Paris, 1905). For Spain: See EULOGIUS and Bibliography; Vita S. Eulogii, by ALVARUS in P. L., CXV, 705 sq.; EULOGIUS, Memoriale Sanctorum seu libri III de martyribus cordubensibus; MIGNE, P. L., CXV, 731; Dozy, Histoire des Mussulmans d’Espagne, II (Leyden, 1861); GAMS, Kirchengesch. Spaniens, II (Ratisbon, 1864); HAINES, Christianity and Islam in Spain, 756-1031 (London, 1889); LECLERCQ, L’Espagne chrétienne (Paris, 1906).

ICONOCLASTAS: Theodori Studitœ Epistola, P. G., XCIX; TOUGARD, La Persécution iconoclaste d’après la correspondance de S. Théodore Studite in Revue des Questions historiques, L (1891), 80, 118; HERGENROTHER, Photius, I, 226 sqq. (Ratisbon, 1867); LOMBARD, Constantin V, Empereur des Romains (Paris, 1902); PARGOIRE, L’Eglise byzantine de 527-847 (Paris, 1905), contains abundant references to lives and acts of martyrs.

ÉPOCA MODERNA: BRÜCK-KISSLING, Gesch. der kath. Kirche im neunzehnten Jahrh. (5 vols., Mainz and Münster, 1908); MACCAFFREY, History of the Catholic Church in the Nineteenth Century (2 vols., Dublin, 1909); GOYAU, L’Allemagne religieuse (3 vols., Paris, 1906).

Fuente: Bridge, James. “Persecution.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. 23 Dec. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/11703a.htm

Traducido por Mauricio Acosta Rojas

Fuente: Enciclopedia Católica