PIO XI

[041](1857-1939)
Pontificado el suyo de tiempos difí­ciles y belicosos. Tal vez por eso quiso mirar a la tarea educativa como el camino y recurso para hacer un mundo mejor, más pací­fico y más cristiano.

1. Vida

Ambrogio Damiano Achille Ratti fue su nombre familia. Nació el 31 de Mayo de 1857 en Desio, Milán. Su familia era acomodada y de hondo cristianismo

Ingresó de niño en el Seminario de Milán y realizó en él sus estudios hasta su ordenación sacerdotal el 27 de Diciembre de 1879. Continuó sus estudios teológicos en la Universidad Gregoriana en Roma y desde 1882 ejerció la docencia en el seminario de Padua.

En 1888 ingresó en la Biblioteca Ambrosiana, en Milán, como investigador, aunque no pudo dejar de lado la actividad pastoral, sobre todo en los ámbitos juveniles, que tanto le atraí­an.

Con el fin de acercarse más a las personas, fue aficionado al montañismo y a diversos deportes sociales. Se dedicó al estudio de la paleografí­a. En ese tiempo editó el Misal Ambrosiano y publicó algunas, obras, fruto de su trabajo.

En 1907 fue elegido Director de la misma Biblioteca Ambrosiana. Su reputación de intelectual, investigador y clarividente pensador movió a Pí­o X a designarle en 1912 Proprefecto y luego Director de la Biblioteca Vaticana.

En 1918, por su capacidad para hablar varios idiomas, Benedicto XV lo envió a Polonia como Visitador apostólico y luego Nuncio. Para ello le nombró Arzobispo titular de Lepanto. A pesar de que ya la edad se le echaba encima, aceptó a sus sesenta años esas misiones diplomáticas con paz y espí­ritu de sacrificio, no perdiendo la serenidad ni siquiera cuando, en Agosto de 1920, el ejército bolchevique llegó Varsovia.

En 1921 Benedicto XV lo nombró Arzobispo de Milán y le nombró Cardenal. Sin advertirlo él, Dios le preparaba para que fuera el Pontí­fice elegido a los pocos meses.

2. Pontificado

Eligió el nombre de Pí­o XI. Supo guiar la Iglesia con acierto, serenidad y habilidad, en los años difí­ciles de la postguerra. Su deseo más grande fue asegurar la paz duradera. Por eso el lema de su pontificado fue: «La paz de Cristo en el reino de Cristo».

En Diciembre de 1925 instituyó la fiesta de Cristo Rey con la publicación de su Encí­clica «Quas primas». En ella reclamaba el orden, la justicia y la reconciliación, como modo de vencer los fantasmas del egoí­smo y de la arrogancia, fuentes de todas las guerras y atropellos pasados.

Para sensibilizar en la necesidad de reconciliación y caridad proclamo tres años jubilares, 1925, 1929 y 1933. También promovió los Congresos Eucarí­sticos como ocasiones de encuentro, plegaria y reconocimiento de la supremací­a divina en el mundo. Sus encí­clicas se movieron siempre en esta dirección.

En el ámbito educativo fue especialmente sensible. Siguió los hechos y las dificultades de la educación cristiana en el mundo. Orientó en este terreno con la Encí­clica «Divini illius magistri», en 1929.

En esta encí­clica habló de derechos educativos, de deberes, de necesidades de adaptación y de oferta de la Iglesia en el terreno de la cultura y de la armoní­a con el Estado en esta materia.

Fue hermosa la «Casti connubii» en 1930, sobre matrimonio cristiano y familia. En ella condenó la contracepción y los atentados a la convivencia conyugal, resaltado el sentido de los hijos.

Interesante fue la «Quadragesimo anno» (1931), en que renovó y actualizó la doctrina social de la Iglesia, aprovechando el cuarenta aniversario de la publicación de la «Rerum Novarum».

Actualizó los procesos de canonización de santos, que se hallaban detenidos en la Curia romana por cuestiones burocráticas. Elevó a los altares a figuras entrañables como Juan Fischer, Tomás Moro, Juan Bosco, Teresa de Lisieux… Y declaró doctores de la Iglesia a diversas figuras luminosas en la doctrina cristiana, como San Pedro Canisio, Juan de la Cruz, Roberto Belarmino y Alberto Magno.

En 1931 instaló la estación de radio Vaticano, siendo el primer Papa en usar de este medio de comunicación en diversos mensajes y discursos pontificios.

Se preocupó mucho por la tarea misionera de la Iglesia y personalmente se ocupó de la fundación de Seminarios en diversos paí­ses, recomendando la promoción del clero nativo. En la universidad Gregoriana instituyó las facultades de Historia de la Iglesia y Misionologí­a.

En 1936 fundó la Academia Pontificia de las Ciencias, eligiendo para ella como miembros a distinguidos cientí­ficos de muchos ambientes.

Se preocupó mucho por lograr buenas relaciones con todos los paí­ses. Por eso promovió intensamente los concordatos con algunos Estados. Tal fue el más difí­cil de todos ellos, el preparado y firmado, gracias al Cardenal y Secretario de Estado Eugenio Pacelli, futuro papa Pí­o XII, con el Reich alemán y con Austria, en 1933, siempre incumplido y fuente de sinsabores.

Siguió con preocupación los abusos de los Estados totalitarios que fueron adueñándose de Europa. Nada menos que 34 cartas de protesta dirigió desde 1933 hasta el 1936 al gobierno del Reich alemán, por la continua violación del Concordato firmado y por el desprecio a los más elementales derechos humanos. La protesta se hizo frontal en la Encí­clica «Mit brennender Sorge», de 1937, en la que se condenó el nazismo sin paliativos.

Condenó por igual el comunismo con su encí­clica «Divini Redemptoris». Protestó enérgicamente ante la persecución desatada en México contra los católicos. En 1933 denunció la separación entre Iglesia-Estado que impuso la República en España.

El acuerdo más importante fue el concordato con Italia en 1929, llamado «Tratado de Letrán». Se llegó a una definitiva solución de la «cuestión vaticana», la más amarga para la Iglesia desde 1870, año de la invasión de los Estados Pontificios. Gracias a la comprensión del Papa y a la rí­gida autoridad de Benito Musolini, se pactó que la Iglesia tuviera un Estado de base, el de la Ciudad del Vaticano, independiente, soberano y neutral. Italia fue admitida por la Iglesia como Estado con capital en Roma.

A comienzos de 1939 Pí­o XI ofreció públicamente su vida por la paz del mundo, ante el deterioro de la situación internacional y el inminente estallido del conflicto que se veí­a venir. Dios aceptó este ofrecimiento y el Pontí­fice falleció el 10 de Febrero de 1939 en Roma

3. Documentos y catequesis
Pí­o XI fue un intelectual elevado a la Cátedra de S. Pedro. Por ello fue altamente sensible a la ciencia, a la libertad, a la cultura y a la educación. Por eso reclamó por todos los medios los derechos de la Iglesia y de los cristianos a tener cultura y a tenerla en libertad.

3.1. Los documentos
Muchas fueron las intervenciones de Pí­o XI, siempre preparadas personalmente y con la base humana que su rica cultura le proporcionaba.

Además de otros muchos documentos, en treinta encí­clicas dejó Pí­o XI sus inquietudes y sus enseñanzas. Las más expresivas fueron: «Quas primas» en 1925.

«Rerum Ecclesiae» en 1926

«Miserentissimus Redemptor» 1928.

«Mens nostra» en 1929.

«Casti connubii» en 1930.

«Quadragessimo anno» en 1931.

«Non abbiamo bisogno» en 1931.

«Ad catholici sacerdotii» en 1935.

«Mit brennender Sorge» en 1937.

«Divini Redemptoris» en 1937.

La más relacionada con la catequesis fue sin duda la «Divini illius Magistri» de 1929. En ella Pí­o XI perfiló un planteamiento claro y sistemático sobre el derecho de la Iglesia a enseñar.

La idea central de la Encí­clica estuvo en la defensa del derecho de la Iglesia a la educación. Y tiene ese derecho, porque tiene el deber de enseñar la verdad a todos los hombres. Cristo se lo ha mandado y debe cumplir una misión sagrada en el mundo.

La educación se presenta en la Encí­clica como un derecho de los hombres, sobre todo de los padres. Los padres cristianos tienen además el deber de educar cristianamente a los hijos y ese debe confluye en el deber de la Iglesia para cumplir su misión. El Estado debe respetar ambos derechos y suplir por justicia las deficiencias que la familia, la sociedad o la Iglesia no alcancen.

3.2. Su inquietud de catequista
En 1923 Pí­o XI publicó el motu propio «Orbem Catholicum» para crear una Oficina Central de Catequesis, dentro de la Sda. Congregación del Concilio.

Poco después publicó el Decreto «Provido sane consilium» (2 de Enero de 1935), a partir de los datos recogidos por la Oficina de Catequesis mediante una encuesta a todos los Obispos del mundo. Reclamaba atención prioritaria a la educación religiosa en las parroquias y en los colegios y escuelas de todo tipo.

Este decreto del Papa, aunque formulado por la Congregación del Concilio, reclamaba el establecimiento en todas las Parroquias o Diócesis de la Asociación o Cofradí­a de la Doctrina Cristiana. Se indicaba la necesidad de establecer las catequesis dominicales para todos los niños y las explicaciones catequí­sticas también los domingos para los adultos, sobre todo ante la recepción de los sacramentos y en favor de la vida litúrgica de la Iglesia.

Se recomendaban las visitas de sacerdotes a las escuelas, el establecimiento del dí­a de la Catequesis en las Diócesis y, sobre todo, cursos para la formación de catequistas. Los catequistas y su preparación fueron verdaderamente una de sus prioridades.

En otras directrices del Pontí­fice se reclamaba que en los seminarios se promoviera la educación pedagógica de los sacerdotes y que se cuidara la formación de catequistas, la enseñanza de la doctrina cristiana en las parroquias y en los colegios y escuelas.

El recuerdo de Pí­o XI no pudo separarse en adelante de importancia que dio a la educación cristiana, a la catequesis y a la cultura moderna.

Esquema de la Divini illius Magistri

– La educación cristiana. Importancia, valor y aprecio de la Iglesia.

– Su esencia e importancia. Necesidad de una educación orgánica.

– División del asunto. MUchos aspectos se relacionan con la educación. Parte 1: LA MISION DE EDUCAR

– En particular, a la Iglesia. Tiene misión de educar. Confiada por Cristo.

a) De un modo supereminente. Es importante y responde a su misión de enseñar y santificar.

b) Por su maternidad sobrenatural. Es un deber natural, pero en base a su maternidad espiritual.

c) Con derecho inalienable. No se puede arrebatar sin injusticia. No se puede olvidar.

– A la familia. Es la primera educadora de los cristianos. Los padres tienen un deber sagrado,

a) Derecho anterior al Estado. Es un derecho natural por encima de cualquier otro derecho.

b) Inviolable. Hay que defenderlo contra toda injusticia.

c) Reconocido. Es un atropello cualquier legislación que oprima el derecho paterno.

d) Amparado. Todos los paí­ses y estados justos lo respetan y promueven.

– Al Estado. a) En orden al bien común. Es su deber. b) Dos funciones: cultura y educación.

– Relaciones entre Iglesia y Estado. Ventajas de la armoní­a con la Iglesia. Parte 2. SUJETO DE LA EDUCACION – Educación «sexual». Importancia de una educación en el hogar. Feo nombre el llamarla «iniciación».

– Coeducación. Poco conveniente y no asumible en esa cultura del momento en que se habla. Parte 3 AMBIENTE – Familia cristiana. Es el ambiente ideal y natural de una buena educación.

– La Iglesia. No puede olvidar su primer deber que es anunciar el Evangelio.

– Escuela. Es un ámbito importante, decisivo y sagrado.

a) Neutra, laica, mixta. No aceptable. Deja un vací­o no natural en el hombre.

b) Católica. Es un deber, una necesidad y un derecho de los creyentes y de la Iglesia.

– La «Acción Católica». Puede ayudar y tiene un grave responsabilidad en este terreno.

– Buenos maestros. Son los motores de la educación cristiana. Urge formales bien.

– Mundo: sus peligros. Nos tocan nuevos tiempos. Se precisa responsabilidad en los cristianos.

Parte 4. FIN Y FORMA – El verdadero cristiano. el que cree, el que ama, el que espera.

– El mejor ciudadano. El que se educa cristianamente y es virtuoso.

JESUS, MAESTRO DIVINO. Es el modelo, el inspirador, la fuente de vida y de gracia. LA IGLESIA, MADRE EDUCADORA, la que cuida, exige, recuerda y anuncia el camino.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa