POSESION DIABOLICA

esta expresión indica la entrada de un demonio o de varios en el cuerpo de una persona, Lc 8, 2-3; manipulando su pensamiento, sus sentimientos y su voluntad, como sucedió con Judas Iscariote en la última cena, Lc 22, 3-6; Jn 13, 2; con Ananí­as, Hch 5, 3.

Los demonios andaban sueltos haciendo daño a los humanos pues no habí­an descendido a las profundidades de la tierra, su mansión, Lc 8, 28-31; Ap 9, 1/2/11; 20, 1-3. La posesión demoní­aca causaba males corporales de diferente í­ndole, uno habí­a perdido el habla, Mt 9, 32-34; otro se quedó mudo y ciego, Mt 12, 22-23; otro era lunático, 17, 14-18; una mujer no podí­a enderezar su cuerpo, Lc 13, 10-17.

Jesús tení­a el poder de expulsar a los demonios y lo transmitió a sus discí­pulos, Mt 4, 24; 8, 16; 12, 28; Lc 10, 17-19; Hch 5, 16; 8, 7. Jesús dijo que uno de los signos que acompañan a quienes creen en él es el de expulsar demonios, Mc 16, 17. Poti Fera, egipcio regalo de Ra, dios del Sol. Sacerdote de On, Heliópolis, centro del culto solar, padre de Asnat, la mujer que el faraón le dio a José como esposa, en Egipto, Gn 41, 45.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Control interno, por el diablo, de las acciones de una persona humana. La “obsesión diabólica es el control externo, por el diablo, de las acciones de una persona. En ambos casos “la libertad” está intacta; el diablo no puede quitar el libre albedrí­o de una persona. Ver “Diablo” y “Exorcismo”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(-> demonios, Jubileos, exorcismos, batalla contra el Diablo). La posesión diabólica está en el centro de la historia de Jesús*, tal como se expresa en sus exorcismos*, entendidos como batalla contra el Diablo. El tema está vinculado al pecado de los ángeles* violadores, que descendieron de su altura celeste para poseer a las mujeres y enseñar violencia a los hombres. En esa perspectiva, la lucha de los demonios (servidores del Diablo) contra los hombres constituye un elemento clave no sólo de la visión apocalí­ptica del mundo (1 Henoc*), sino también de muchas concepciones populares de la historia. En ese contexto queremos destacar la aportación del Libro de los Jubileos* en el que aparece una de las versiones más conocidas del pecado angélico y de la posesión diabólica, tal como solí­a presentarse en Israel en tiempos de Jesús.

(1) Origen y sentido de la posesión diabólica. El ángel de la revelación apocalí­ptica habla a Moisés: “En el tercer septenario de este jubileo (el jubileo 33) comenzaron los demonios impuros a seducir a los nietos de Noé, haciéndoles enloquecer y perderse. Se llegaron los hijos a su padre Noé y le hablaron de los demonios que seducí­an, extraviaban y mataban a sus nietos. Oró así­ Noé ante el Señor, su Dios: Dios de los espí­ritus que están en toda carne, que tuviste misericordia de mí­, me salvaste con mis hijos de las aguas del diluvio sin permitir que pereciera, como ocurrió con los hijos de la perdición. Grande es tu compasión por mí­, y magní­fica tu misericordia sobre mi persona; elévese tu compasión sobre mis hijos, no tengan potestad sobre ellos los malos espí­ritus, para que no puedan extirparlos de la tierra. Tú me has bendecido a mí­ y a mis hijos, para que crezcamos, nos multipliquemos y llenemos la tierra; tú sabes cómo obraron en mis dí­as tus guardianes [ángeles violadores], padres de estos espí­ritus. A estos espí­ritus que están ahora en vida enciérralos también y sujétalos en lugar de suplicio; no destruyan a los hijos de tu siervo, Dios mí­o, pues son perversos y para destruir fueron creados; no tengan poder sobre el espí­ritu de los vivos, pues sólo tú conoces su sentencia, y no tengan licencia contra los hijos de los justos, desde ahora para siempre. Entonces el Señor, nuestro Dios, nos ordenó apresar a todos esos espí­ritus [habla el ángel que revela a Moisés los secretos de Dios y de la historia], Pero llegó Mastema, prí­ncipe de los espí­ritus, y dijo: ¡Señor Creador, déjame algunos de ellos que me obedezcan y hagan cuanto les mande; pues si no me quedan algunos de ellos no podré ejercer la autoridad que yo quiera sobre los hijos de los hombres, pues son dignos de destrucción y ruina… ya que es grande su maldad! Entonces, Dios ordenó que quedara con Mastema una décima parte, y que las otras nueve descendieran al lugar del suplicio. A uno de nosotros [de los ángeles buenos] nos dijo que enseñáramos a Noé toda su medicina, pues sabí­a que (los humanos) no se conducirí­an rectamente ni procurarí­an justicia. Obramos según su palabra: a todos los malos que hací­an daño los encarcelamos en el lugar del suplicio, pero dejamos a una décima parte para que sirvieran a Satán sobre la tierra. Y comunicamos a Noé los remedios de las enfermedades, juntamente con sus engaños, para que curase con las plantas de la tierra. Noé escribió todo como se lo enseñaron en un Libro, con todas las clases de medicina, y los malos espí­ritus quedaron sin acceso a los hijos de Noé” (Jub 10,113). Conforme a la visión apocalí­ptica de 1 Henoc*, Dios habí­a salvado ya a los hombres del diluvio. Esta nueva versión del Libro de los Jubileos, más cercana a Gn 6-10, supone que el diluvio ya se habí­a desatado y que, tras el diluvio, habí­a comenzado la nueva historia de los hombres, divididos entre Noé y Mastema.

(2) Noé y Mastema. Exorcismos y posesión diabólica. Noé aparece así­ como padre bueno de la nueva humanidad posdiluviana, como hombre justo, salvado de las aguas del diluvio, capaz de interceder ante Dios en favor de los hombres. Pero Mastema (= Satanás), prí­ncipe de los demonios, ha recibido de Dios cierto poder sobre la tierra (sobre los malvados), para contribuir también al despliegue y triunfo de la justicia de Dios, (a) Noé ruega a Dios que destruya a los espí­ritus perversos y Dios le concede parte de su ruego (haciendo que los ángeles cumplan su deseo, arrojando al lugar de perdición nueve de cada diez de ellos). Además, como iniciado en la sabidurí­a angélica, aprende el arte de las curaciones, escribiendo un Libro de remedios contra todos los espí­ritus perversos. Es muy posible que ese Libro, al que aluden otros textos de la apocalí­ptica, fuera un manual de exorcismos o que, al menos, incluyera muchos de ellos, (b) Mastema ruega también a Dios, pidiéndole que deje bajo su dominio algunos demonios, para que puedan actuar como servidores de su juicio y castigo y Dios se lo concede. Eso significa que vivimos en un mundo mixto, sobre un campo de batalla donde combaten entre sí­ hombres buenos y perversos, espí­ritus positivos y demoní­acos, que procuran destruir a los humanos. Los humanos se encuentran de algún modo a merced de los demonios, pero no están condenados de antemano a la derrota, sino que pueden emplear a su favor las medicinas de Noé, vinculadas a las plantas curativas.

(3) Manual de exorcismos. Como hemos indicado, el Libro de los Jubileos presenta a Noé como autor de un Libro de curaciones, que incluye, sin duda, elementos cercanos a los exorcismos: evocación y expulsión de los espí­ritus perversos, en la lí­nea que desarrollan los exorcistas judí­os del tiempo de Jesús, entre los que podemos citar al mismo Jesús y a los primeros discí­pulos cristianos. Los exorcismos son importantes, pero la verdadera medicina de Noé y de Jubileos, el antí­doto que rompe la opresión de los demonios, sigue siendo el cumplimiento de la Ley israelita bien interpretada, con la aceptación del verdadero calendario, la circuncisión y la observancia de los mandamientos. Ciertamente, la apocalí­ptica de los Jubileos, lo mismo que la del conjunto de los textos de Qumrán, se separa de lo que podemos llamar la ortodoxia legal del judaismo posterior (rabí­nico). Pero tanto los se guidores de Jubileos como los de Qumrán quieren mantenerse dentro del modelo nacional judí­o: precisamente para cultivar mejor la Ley se han separado, para vivir en pureza más intensa han asumido un camino más riguroso de vida y cumplimiento litúrgico. No todos los judí­os lo han entendido y aceptado, pero es evidente que ellos han querido ponerse al servicio de la identidad israelita, entendida aquí­ en clave de lucha contra el poder de los demonios que intentan destruir a los humanos. Por el contrario, los exorcismos de Jesús ya no estarán al servicio de la identidad israelita, sino de la libertad humana, de la salvación de los pobres y excluidos de todas las sociedades establecidas.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

En la ciencia de la religión “posesión” designa la aprehensión del hombre por parte de seres buenos distintos de la naturaleza, ya personales ya impersonales (-> entusiasmo). Para la conciencia cristiana la p. d. es un efecto extraordinario de “virtudes y potestades” como poderes ajenos al hombres y de naturaleza personal y maligna. Ese efecto presenta la forma de un “asedio” que procede de fuera o de un apoderarse interiormente del hombre, lo cual causa en él enfermedades, cambios psí­quicos, locura de tipo agresivo y blasfemo; fenómenos que limitan su capacidad de disponer sobre la actividad propia, pero que, sin embargo, no disuelven su ser personal.

Los múltiples poderes malignos aparecen en el NT como repercusiones de un poder fundamental del -> mal, el cual es designado como Satán o -> diablo. Puesto que, entre otras cosas, se llaman “virtudes”, “potestades”, “fuerzas”, son todo lo que designan esos vocablos, a saber, seres dotados de un poderí­o amenazador. Su dinamismo interno tiende a perder, destruir, aniquilar (1 Cor 10, 10; Jn 8, 44), a la -> enfermedad, a la -> muerte (cf. la afinidad con la muerte en Mc 5, Iss), al -> pecado (que en el NT es nombrado frecuentemente en relación con el diablo, cf. 1 Jn 3, 8). Mienten, se presentan vestidos como ángeles de luz, ponen trampas, por la noche siembran cizaña en los trigales. Se apoderan del mundo: de los elementos, que ellos hacen aparecer como dioses (Gál 4, 8ss; Col 2, 10ss); de las instituciones sociales y polí­ticas, que llenan de un espí­ritu destructor (Ap 13); de las circunstancias y situaciones históricas (1 Tes 2, 18; Ap 2, 10); de la esfera religiosa: actúan en el culto pagano (1 Cor 10 19ss; 12, 2; Ap 9, 20), dentro de la ley inducen a gloriarse de sí­ mismo (Jn 8, 44; Ap 2, 9), por la -> herejí­a destruyen la sabidurí­a de la doctrina cristiana (2 Cor 11, 13ss; 1 Tim 4, 1; 1 Jn 4, 1). Si los hombres se abren a la atmósfera determinada por Satán, ellos mismos se convierten en portadores y difusores de la misma, y de ese modo dan entrada al diablo (Ef 4, 27) y se hacen sus “hijos” (Jn 8, 41 44).

Así­ el pecado procede del diablo y del hombre. La presencia del diablo en el hombre se muestra más palpablemente por la enfermedad y la posesión. Así­ ésta no es otra cosa que la expresión extraordinaria de un hecho “religioso” que afecta a todos los hombres, y, para ser entendida correctamente, debe verse dentro de la universal actividad demoní­aca. Es cierto que en el NT la enfermedad se distingue de la posesión en sí­; pero, no obstante, aquélla lleva siempre inherente el momento de la p. d., pues en último término está causada por el destructor. El poseso “tiene” al demonio (Lc 8, 27), es su morada, y, a la inversa, el demonio es el espacio del que vive y en el que se mueve el poseso. La usurpación puede ir tan lejos que el hombre se identifique con el demonio (Mc 5, 6ss). En todo caso, el fenómeno observado de la posesión es “ya una sí­ntesis de influencia demoní­aca, por un lado, y del mundo conceptual y representativo de un individuo o de una época, de las disposiciones, de las posibilidades de enfermedad e incluso de las facultades parapsicológicas, por otro. Fundamentalmente, una distinción adecuada no es ni necesaria ni posible” (K. RAHNER: LThK2 ii 299ss).

Aunque los demonios han sido creados por Dios (Col 1, 16), no obstante ejercen su poderí­o como poder propio, y, concretamente, como poder contrario a Dios. Los demonios han sido vencidos por Cristo; su actuación terrena fue una lucha ininterrumpida contra ellos. “Para esto ha aparecido el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo” (1 Jn 3, 8). Cristo manda aquí­ con aquel poder de Dios (Lc 11, 20) que se le abre en la obediencia. Su victoria es perfecta, aunque el triunfo permanecerá aún oculto hasta la parusí­a. Hasta entonces trabajan todaví­a las “virtudes y potestades”, aunque éstas se hallan condenadas ya al ocaso (Mt 25, 41; 1 Cor 2, 6). De aquí­ la dureza de su ataque (Ap 12, 12), que se muestra especialmente en la posesión (Mt 8, 28ss). Su ataque se concentra contra Cristo y su Iglesia. Por el -> bautismo los cristianos están más expuestos que antes a estos ataques, pero están armados contra ellos. También aquí­ tiene validez el hecho de que Dios no permite que nadie sea tentado por encima de sus fuerzas, y el de queel creyente por la gracia puede realizar en toda situación su ser cristiano (cf. Dz 1092). Así­ como el demonio actúa “en los hijos de la desobediencia”, por la obediencia de la fe el cristiano está en la victoria de Cristo. En él, el cristiano lleva la “armadura de Dios” (Ef 6, 10ss). A esta armadura pertenece toda oración y plegaria: en la forma ordinaria del padrenuestro: libera nos a malo; y en la forma extraordinaria de la plegaria solemne en los exorcismos, en nombre y por encargo de Cristo y de la Iglesia.

Así­ como la p. d. y la enfermedad no pueden distinguirse exactamente, por cuanto cabe que cada enfermedad sea también expresión de la presencia diabólica, del mismo modo la lucha contra la p. d. por los exorcismos y por la medicina tiene un efecto que procede de dos fuerzas compenetradas.

Ante las sorprendentes analogí­as entre la posesión y los fenómenos que se pueden observar en las clí­nicas psiquiátricas, para afirmar el hecho de una p. d. se requiere suma precaución. “La linea directriz, no menos clara que firme, de la Iglesia, bien para establecer el hecho de un milagro o de una aparición, bien para decidir si se da una p. d., es la siguiente: no aceptar una explicación sobrenatural de los hechos antes de que toda explicación natural se haya mostrado como imposible; digo imposible, pues para poder mantener la duda no es preciso que la explicación natural de los hechos se haya demostrado o resulte probable, sino que basta con que continúe siendo posible. Además, si basándose en signos poco claros se tiene por sobrenatural algo que en realidad es enfermizo, la consecuencia nefasta de eso será que la enfermedad acabará por desarrollarse, en lugar de curarse” (J. de Guibert). A este respecto hay que tener en cuenta cómo la moderna -> parapsicologí­a nos previene contra una afirmación precipitada de que algo es imposible para el hombre; por eso, muchas cosas que antes eran consideradas como señal segura de la autenticidad de una p. d., hoy ya no pueden sin más tenerse por tales.

En la práctica debe ayudarse al que está en esta situación a soportar humildemente la prueba (ya sea enfermedad o posesión), con conciencia de que también lo demoní­aco está bajo la providencia y de que Dios no permite nada que pueda superar las fuerzas humanas fortalecidas por la gracia. Hay que evitar cuanto pueda acrecentar la excitabilidad, así­ como toda publicidad; esto último es especialmente importante cuando hay predisposición al histerismo. Si este estado dura y empeora hay que llamar al médico y eventualmente a la autoridad eclesiástica, que es la única competente para decidir si ha de administrarse un exorcismo (cf. Rituale rom., tit. xil, cap. 1, n.° 3).

BIBLIOGRAFíA: M. Summers, The History of Witchcraft and Demonology (Lo 1926); DThC IV 409-414, XII 2635-2647; J. de Tonquédec, Les maladies nerveuses ou mentales et les manifestations diaboliques (P 31938); J. de Guibert, Legons de théologie spirituelle I (Ts 1946) Leg. 23-24; Satan (Etudes Carmélitaines) (P 1948); E. Fasther, Jesus und der Satan (HI 1949); U. Urrutia, El diablo (México 1950); A. Rodewyk, Die Beurteilung der Bessessenheit: ZKTh 72 (1950) 460-480; idem, Die Teufelsaustreibung nach dem Rituale Romanum: GuL 25 (1952) 121-134; DSAM III 141-238; H. Hirschmann, Der Teufel in unseren Versuchungen: GuL 27 (1954) 16-20; J. Lhermitte, Vrais et faux possédés (P 1956); B. Thum – R. Schnackenburg – A. Rodewyk – K. Rahner: LThK2 II 294-300; H. Schlier, Mächte und Gewalten im NT (Fr 1958, 31963).

Karl Vladimir Truhlar

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica