POSITIVISMO HISTORICO

Inspirándose en el ideal del positivismo en general, es decir el conocimiento objetivo e imparcial de la realidad, el positivismo histórico que se desarrolló sobre todo en el siglo pasado, gracias a Ludwig von Ranke y J Theodor Mommsen, se proponí­a dar una imagen del pasado lo más exacta y fiel que fuera posible, partiendo de fuentes históricamente “puras”.

Basándose en unos principios epistemológicamente ingenuos y acrí­ticos, el positivismo histórico consideraba de hecho el conocimiento histórico como la percepción del dato tal como es y el registro de los “bruta facta” es decir, de los hechos en su verdad original, fuera y más allá de toda interpretación. Pero la reciente filosofí­a de la historia ha demostrado ampliamente que semejante ideal de conocimiento es absolutamente inalcanzable. Efectivamente, en la investigación histórica, lo mismo que en todas las demás ciencias humanas, intervienen siempre ciertos elementos subjetivos, como por ejemplo las precomprensiones, los prejuicios, la elección de un punto de vista particular, las opciones afectivas, etc., difí­ciles de eliminar, que condicionan consciente o inconscientemente la investigación.

El positivismo histórico interesó a la teologí­a sobre todo por el juicio fuertemente negativo que inspiró sobre el valor histórico de los evangelios.

Si la historia es la crónica puntual, fiel e imparcial de los sucesos, es evidente que los evangelios, en los que está presente una clara interpretación teológica, no pueden ni mucho menos considerarse como históricos.

Hoy, gracias a los trabajos de G. Dilthev H. 1. Marrou, R. Aron, H. G. Gadamer, P. Ricoeur, no puede sostenerse una concepción positivista de la historia y la interpretación histórica es considerada pací­ficamente como una interpretación recreadora de la intención creadora de la historia vivida. Entonces, en esta perspectiva, los evangelios se acercan mucho más a los conceptos de historia y de fidelidad histórica.

G. Occhipinti

Bibl.: 9. Latourelle, Positivismo histórico, en DTF, 1062-1065: íd., A Jesús, el Cristo, por los evangelios, Sí­gueme, Salamanca 1982: H, I, Marrou, Teologí­a de la historia, Rialp, Madrid 1978: H, G, Gadamer Verdad y método, 2 vols” Sí­gueme, Salamanca 1988-1994: Ricoeur, Historia y verdad, Ed. Encuentro, Madrid 1990.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El positivismo histórico, representado por Ludwig von Ranke (17951886) y por Theodor Mommsen (1817-1903), interesa ala teologí­a fundamental por haber transmitido la concepción de la historia que dominó en el siglo xlx y que durante mucho tiempo inspiró los juicios pronunciados sobre el valor histórico de los evangelios. Pues bien, según los cánones del positivismo, que aspira a dar una imagen exacta y completa del pasado a partir de unas fuentes “históricamente puras”, este juicio de valor no puede menos de ser desfavorable para los evangelios, ya que éstos se presentan evidentemente como fuentes “contaminadas” por la visión de la fe y por la interpretación teológica de sus autores. Conviene, por tanto, examinar los- postulados del positivismo.
En la base del positivismo está una epistemologí­a ingenua, acrí­tica. En efecto, el positivismo considera el objeto del conocimiento histórico como un dato ya construido y el conocimiento histórico como el registro o la fotografí­a de ese objeto. La objetividad del conocimiento histórico consiste en percibir el dato tal como es (wie es eigentlich gewesen), en registrar los hechos en estado bruto, en su verdad original, fuera de toda interpretación. El ideal del positivismo histórico es llegar a la exactitud frí­a, neutra, impersonal de las ciencias naturales, como la botánica, la biologí­a, la quí­mica. Se mantiene rigurosamente en el nivel de los hechos, en su pura materialidad.

Pues bien, hemos de reconocer que semejante ideal no es solamente inaccesible, sino contrario a la realidad. El mismo von Ranke, en su Historia de la reforma protestante, está visiblemente inspirado por sus simpatí­as luteranas. Los hechos van siempre acompañados de una interpretación individual o colectiva sin la que por otra parte serí­an ininteligibles. Así­, por ejemplo, decir que Kennedy fue “asesinado” en Dallas es algo más que enunciar un hecho; para hablar de un hecho solamente habrí­a que decir: “Kennedy, durante una visita a Dallas, fue visto cubierto por su propia sangre, con dos balas en el cuerpo”; pero decir “asesinado”es ya una interpretación del hecho e implica una causa intencional por parte de una o varias personas. Cualquier hecho humano, en la práctica, se manifiesta a la vez como un hecho y como una interpretación, que se traduce por un juicio. Fuera del espí­ritu humano que capta y que juzga, no hay más que un caos de datos. Así­ pues, la objetividad a propósito de un hecho histórico consiste en entrar en el horizonte de una conciencia que lo percibe y lo juzga.

Hemos de añadir que cada uno de los hechos humanos encierra un número indefinido de interpretaciones, que esperan ser reconocidas o descubiertas de nuevo. Pues bien, esta actividad de discernimiento será siempre imperfecta, parcial, unilateral. Además, la materialidad del hecho no constituye más que un elemento entre otros muchos del devenir de un hombre que se realiza en un proyecto. Un hombre dio vida a un proyecto; otro hombre, el historiador, se dedica a recuperar ese hecho, interpretando la intención que lo anima por medio de una hipótesis explicativa. Por eso, en cada hecho humano, la objetividad no puede definirse más que integrando la aportación del sujeto que dio vida al hecho como expresión de su proyecto y la aportación de ese otro sujeto que lo recupera, intentando interpretarlo.

En la investigación histórica, como en todas las ciencias humanas, intervienen siempre ciertos elementos de subjetividad, individuales o colectivos, que no es posible eliminar. Por ejemplo: 1) la opción de una perspectiva: v.gr., la contrarreforma puede presentarse como un momento de revitalización religiosa llena de vigor o, por el contrario, para la historia del arte, como un perí­odo de decadencia; 2) la opción afectiva: por ejemplo, los factores emotivos representan un papel determinante en los juicios sobre las personas o sobre los sucesos; la guerra de 1939-1945; vista por los franceses, por los alemanes, por los ingleses, por los americanos, por los rusos, se presentará bajo una luz muy diferente según las naciones en cuestión. La opción existencial del historiador, creyente o no creyente, con sus presupuestos filosóficos, condiciona todo su trabajo; consciente o inconscientemente, inspirará la elección de los documentos, la organización y la interpretación de los materiales, la sí­ntesis a la que llega. No se trata, sin embargo, de caer en un escepticismo radical sobre la posibilidad de una investigación histórica válida, sino de evaluarla correctamente. Un primer paso hacia la objetividad consiste, para el historiador, en declarar abiertamente la perspectiva que adopta y en declarar sus presupuestos. Puede entonces abrir a otra perspectiva, diferente de la suya, e incluso, si hay lugar y ante unos hechos sólidamente atestiguados, renunciar simplemente a ellos. La objetividad es entonces “búsqueda” de la objetividad.

Por consiguiente, la investigación histórica no se encuentra ante un puro hecho material, desprovisto de toda significación, sino ante una intención encarnada, ante un proyecto realizado. La investigación histórica es la interpretación re-creadora de la intención creadora de la historia vivida. Recorre al revés el camino de la vida. Se dedica a descubrir la intencí­ón del sujeto en el acto por el que se construye. La historia vivida y la investigación histórica se condicionan mutuamente. Pero el conocimiento histórico no es posible sino porque la misma historia vivida es ya “significante”, inteligible. De aquí­ se sigue que la investigación histórica no es posible más que con la condición de adoptar ante la historia vivida una actitud al mismo tiempo de “afinidad”, para comulgar con ella, y de “distanciamiento”, para juzgarla correctamente. La “comprensión” supone siempre estos dos procesos. Es la tradición la que mantiene a la vez la distancia y la continuidad en la distancia.

Sucede con frecuencia que la situación de afinidad está ya dada de antemano, bien debido a una contemporaneidad cronológica con el acontecimiento y con su ambiente de origen, bien porque la tradición mantiene y transmite el horizonte en que nació un documento y hace así­ connatural la lectura de este texto cronológicamente lejana. El trabajo exegético consiste entonces simplemente en aclarar el sentido del texto, si es oscuro o ambigua. Pero también ocurre que la tradición representa a veces una serie de lecturas o de interpretaciones hechas a la largo de los siglos, en unos horizontes culturales distintos en cada ocasión. En ese caso se trata de reconstruir la situación cultural original y de descubrir el sentido inicial. Esta es la situación en que se encuentran nuestros ! evangelios, que representan una serie de relecturas sucesivas de la existencia vivida de Jesús.

Las observaciones hechas hasta ahora sobre la historia y el conocimiento histórica nos permiten ya constatar que los evangelios se acercan a las nociones de historia y de fidelidad histórica mucho más de lo que pensaban los partidarios del positivismo. Efectivamente, lo que refieren los evangelios es la existencia terrena de Jesús, pero con el profundo sentido que reviste para el mismo Jesús. Jesús acepta la voluntad del Padre hasta aquel abismo de caridad que lo condujo a la cruz: éste es el proyecto fundamental de Jesús. Que la intención de los evangelistas haya sido verdaderamente recoger este sentido de oblación salví­fica de la vida de Jesús, podemos verificarlo por la importancia que conceden al relato de la pasión. Lo cierto es que estos dos aspectos están continuamente subrayados en los evangelios:
1) Por un lado, el acontecimiento mismo, en su realidad de acontecimiento “sucedido de verdad”. Los evangelios, sin embargo, indican también el sentido del acontecimiento, a saber: ese sentido que pertenece al propio acontecimiento, que le es “interior”. Por tanto, el sentido no es un elemento “sobreañadido” por la tradición, sino que forma cuerpo con el acontecimiento. El sentido fructifica, pero no es creado. Así­, la muerte de Jesús no es un simple fallecer; el carácter oblativo de esa muerte pertenece a su realidad. La función del historiador es la de buscar, más allá de la diversidad de las recensiones, la realidad del acontecimiento y de su significación. Tal es el elemento de verdad que contiene el positivismo: la investigación histórica tiene que encontrar al Jesús prepascual, en su totalidad de acontecimiento-significante.

2) Por otra parte, si el acontecimiento tiene un sentido, éste no se ofrece a la curiosidad corno si fuera un puro objeto de “información”; se presenta como una interpelación, como una llamada a la conversión y a una vida auténtica.La realidad de Jesús no es neutra; pone en juego la existencia de aquel que lo encuentra. Este es el elemento válido de la “nueva hermenéutica”. El historiador, como tal, no tiene que decidir por los demás. Puede mostrar, sin embargo, que la llamada a la decisión de fe pertenece al mensaje de Jesús. Puede igualmente mostrar que la interpretación cristiana de Jesús es coherente con la dirección históricamente presente en su existencia.

Al final de su exploración, el historiador se encuentra siempre ante unos acontecimientos y ante un sentido. No llega nunca a unos acontecimientos “insignificantes”. Por otra parte, su ambición no es la de captar un pasado muerto, neutro, para contemplarlo luego como un espectador frí­o y lejano (mito del positivismo), sino lade llegar a un Jesús prepascual ya significante y fuente de significación. El texto presente aparece como el “precipitado” de una evolución temporal y significativa, cuyas etapas se esfuerza por reconstruir el historiador verificando su fidelidad. La relación del texto con la tradición del acontecimiento Jesús sólo se va precisando poco a poco gracias al esfuerzo conjugado de la historia y de la hermenéutica.

Las reflexiones recientes sobre la naturaleza de la historia, sobre su ambición y sus lí­mites, han rehabilitado en gran parte los evangelios como caminos de acceso a Jesús. En efecto, la investigación histórica, concebida como la interpretación recreadora del proyecto de la historia vivida, muestra que los evangelistas, al introducir al lector en el sentido último de la vida de Jesús, o sea, su oblación al Padre por la salvación de los hombres, se sitúan en el corazón de la historia y de sus preocupaciones. En su libertad frente a las coordenadas de tiempo y de lugar siguen siendo más fieles a Jesús que la más seca, estricta y rigurosa de las crónicas.

BIBL.: ARON R., Introduction á laphilosophie de 1 hfstoire, Parí­s 1948; FRUCHON P., Existence humaine et Révélation. Essais d herméneutique, Parí­s 1976; GADAMER H.G., Le probléme de la conscience historique, Lovaina 1963; ID, Verdad y método, Salamanca 1988; HouRsJ., Valeur de 1 histoire, Parí­s 1954; LATOURELLE R., A Jesús el Cristo por los evangelios, Salamanca 1982; MARRDU H.L, Teologí­a de la historia, Madrid 1978; MELCHIORRE V., II sapere storico, Brescia 1963; RICOEUR P., Historia y verdad, Madrid; Rlzzl A., Cristo veritá dell úomo, Roma 1972.

R. Latourelle

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental