El término «postmodernidad» es, en sí mismo, ambiguo, pero indica de hecho el momento actual histórico, entre el final del siglo XX y el inicio del XXI. Dice relación a la «modernidad», es decir, a lo que hasta ahora se calificaba de «moderno» («actual»), pero que ya ha sufrido una evolución o un cambio profundo. La modernidad indica cierta separación entre lo divino y lo humano, entre la revelación y la razón; es un proceso cuyo inicio puede encontrar ya en el siglo XIV, pero que prevalece con el racionalismo, la ilustración y el secularismo. La «postmodernidad» considera absoleto este proceso, a modo de protesta contra todo el esfuerzo de elaboración de ideologías, culpándole de todas las guerras e injusticias.
Algunos autores prefieren hablar de «modernidad», como término todavía válido y más preciso, aunque en situación de autocrítica y de evolución. En este concepto se podrían resumir los valores culturales de Occidente (democracia, libertad, derechos del hombre), tendiendo a la valoración de la razón (filosofía), de la técnica y de la ciencia en general. Pero en la «postmodernidad», debido al hundimiento de las ideologías, se pondrían en tela de juicio algunos valores permanentes del pensar y del actuar ético, dando más importancia a la experiencia, a la utilidad y la eficacia. En ambos procesos (modernidad y postmodernidad) habrá que considerar los valores positivos (aprecio de la razón, valoración de la realidad).
La constitución conciliar «Gaudium et Spes», en su primera parte, acentúa el valor de lo moderno, especialmente en el campo cultural. Se vislumbra la realidad de una cultura actual naciente, con sus aspectos positivos y negativos, que puede llegar a imponerse en todos los pueblos por su incisividad económica y técnica. Parece que asistimos a la gestación de «una nueva forma más universal de cultura» (GS 54), que, a veces, es de línea «secularizante», mientras que, por otra parte, es «una angustiosa búsqueda de sentido» (RMi 38) y «exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible» (EN 76; cfr. Heb 11,27).
Las preguntas que se formulan sobre el sentido de la vida, indican un trasfondo cultural nuevo, del que no está ajeno el signo de la esperanza «¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?» (GS 10).
En esta «cultura» actual «postmoderna» no faltan tendencias de absolutismo del poder (económico, político, ideológico), de relativismo doctrinal y ético, de consecución del éxito a toda costa, con el riesgo de atropellar la dignidad de la vida y persona humana, la independencia de la familia y la misma convivencia pacífica entre los pueblos. La nueva cultura tiene un espíritu crítico e icónico que intenta superar formulismos y estructuras caducas. Sirve de purificación a las actitudes cristianas, puesto que «exige cada vez más una adhesión verdaderamente personal y operante a la fe» (GS 7).
Tal vez nos encontramos ante el desafío más radical de la historia de la Iglesia, que está llamada a proponer una síntesis creativa entre evangelio y vida y a dar un alma a la sociedad moderna. Se trata de «una nueva época de la historia humana» (GS 54), en la que tiene lugar una oportunidad irrepetible de insertar el evangelio en las culturas. No se aceptaría el evangelio si no se presentara con los signos del testimonio, autenticidad y vivencia, por parte de quienes han encontrado a Cristo y han adoptado una actitud relacional con él y de compromiso con la humanidad a la luz de las bienaventuranzas.
La actualidad cruza unos momentos de progreso rápido y universal, de avance de tecnología, de predominio de valor económico, de cambios frecuentes y rápidos, de información total y universal, la palabra clave es la esperanza (cfr. GS). «La Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción de épocas y regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, a algún sistema particular de vida, a costumbre alguna antigua o reciente… Cumpliendo su misión propia, contribuye, por lo mismo, a la cultura humana y la impulsa, y con su actividad… educa al hombre en la libertad interior» (GS 58; cfr. Puebla 393).
Referencias Agnosticismo, ateísmo, búsqueda de Dios, civilización del amor, cristiandad, cultura, esperanza, experiencia de Dios, historia, inculturación, signos de los tiempos, sociedad.
Lectura de documentos GS 4-10, 57-62.
Bibliografía AA.VV., Modernidad y postmodernidad (Madrid 1988); F. FUKUYAMA, The end of history and the last man (New York 1988); R. GOMEZ PEREZ, Eldesafío cultural ( BAC, Madrid, 1983); J.F. LYOTARD, La postmodernidad explicada a los niños (Barcelona 1987); H. LEFEBVRE, Introducción a la modernidad (Madrid, Tecnos, 1971); J. MARTIN VELASCO, El malestar religioso de nuestra cultura (Madrid, Paulinas, 1993); P. NEOPI, Cristianití e modernití . Religione e societí civile nell’epoca della secolarizzazione (Roma 1992); J.M. ROVIRA BELLOSO, Fe i cultura al nostre temps (Barcelona, Fac. Teologia de Cataluyna, 1987); H.J. TURK, Postmoderne (Maguncia 1990); C. VALVERDE, Génesis, estructura y crisis de la modernidad ( BAC, Madrid, 1996).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización