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PRAGMATISMO

PRAGMATISMO

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Actitud filosófica y sociológica que trata de valorar lo útil y lo rentable por encima de lo especulativo. Como sistema o estilo de pensamiento sistemático se le suele considerar como fruto natural del positivismo de Comte.

Fue G. Vailati el primero que lo sistematizó en su libro «El pragmatismo», de 1918. Pero el verdadero promotor de la corriente fue William James (1842-1910) con sus obras «Principios de psicologí­a», «Querer para creer», «La diversidad de experiencias religiosas», «El significado de la verdad» y sobre todo «El pragmatismo», de 1907.

El desarrollo teórico del pragmatismo correspondió a John Dewey (1859-1952), en libros como «Experiencia y naturaleza», «Problemas de la mente», «La Fe común» y, sobre todo, el libro clave de la pedagogí­a americana que tituló «Democracia y educación» También merecen recordarse las corrientes derivadas, como son las del «utilitarismo» de John Stuart Mill (1806 -1873) con «Sistema de lógica deductiva e inductiva» y también de Jeremí­as Bentham (1748-1834) con obras como «La Deontologí­a

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Se llama p. una corriente filosófica nacida hacia fines del siglo xix en los Estados Unidos. Su fundador fue Charles Saunders Peirce (1839-1914), y sus más conspicuos representantes fueron William James (1842-1910), que lo dio a conocer, y John Dewey (1859-1952), a cuya actividad de muchos años debe su influencia permanente. Como teorí­a, el p. es la primera contribución original que América ha hecho a la filosofí­a occidental. El p. es por de pronto un método de análisis lógico, o sea, un método para esclarecer el contenido a la significación de expresiones conceptuales, pero, además, y como consecuencia de ello, una teorí­a sobre la esencia de la verdad, por lo menos en cuanto ésta es conocida por los hombres. Como teorí­a de la verdad y del conocimiento despertó inicialmente una atención particular.

Como teorí­a de la significación, el p. fue formulado primeramente por Peirce (How to Make Our Ideas Clear, 1878): «Consider what ef fects, that might conceivably have practical bearings, we conceive the object of our conception to have. Then our conception of these e f f ects ist the whole of our conception of the object.» El concepto de una cosa o de un acontecimiento no contiene, por su significación, más que la totalidad de las consecuencias prácticas en él tenidas en cuenta, la totalidad de las actitudes y formas de comportamiento que sugiere el concepto, o de las experiencias que pone en perspectiva, etc. Si se aplica falsamente a una situación, las consecuencias efectivas son otras que las previstas por el concepto. Si varios conceptos tienen las mismas consecuencias prácticas, sólo son distintos en cuanto al nombre, pero significan efectivamente lo mismo. Un concepto sin consecuencia práctica alguna, que no significa nada para nuestro obrar, para nuestras expectaciones y posibles reacciones, no tiene en realidad ninguna significación.

Esta regla pragmática de significación, inspirada por las ciencias naturales, que incluye también las reacciones de nuestros sentidos, según la intención de Peirce habí­a de servir en primer término como medio para analizar y esclarecer los conceptos y los contenidos significados, la cual es a su juicio la primera tarea, aunque no la tarea propiamente dicha, de la filosofí­a (cf. la actual filosofí­a analí­tica de Inglaterra y Norteamérica: teorí­a de la -> ciencia); pero, indirectamente, Peirce intentaba también una transformación de la metafí­sica tradicional, cuyo «verbalismo e incesante discutir» se proponí­a mostrar como falto de sentido y contenido por el criterio pragmático de la significación; idea que en forma agudizada se presenta nuevamente en el positivismo lógico.

Una consecuencia del criterio pragmático de la significación es que la verdad de una afirmación no se conoce por una contemplación puramente teórica ni por la comparación de lo afirmado con su objeto correspondiente, sino comprobando y contrastando prácticamente lo afirmado: ¿coinciden o no coinciden las consecuencias empí­ricas resultantes con las consecuencias esperadas? («testing of a hypothesis by its actual working»). Un juicio serí­a verdadero si regula efectivamente nuestro obrar, es decir, si conduce a una adaptación con éxito a las posibilidades y exigencias de la cosa juzgada. Es verdadero – dicen James y F.C.S. Schiller con más colorido que claridad – lo que resulta útil para la vida y trae en la práctica resultados satisfactorios. Si, p. ej., la fe en Dios es útil para la vida, hay derecho a tener esta fe por verdadera.

Pero Peirce y Dewey se vieron pronto obligados a restringir la fórmula usada por James. Opinaron que aunque todo lo verdadero es un bien, no resulta de ahí­ que todo lo bueno sea también verdadero. Una paz eterna serí­a un bien; mas ¿llegará por eso a realizarse? La verdad y el -» valor no son equivalentes. Sobre todo porque la verdad se refiere únicamente al «valor de los pensamientos». De ahí­ la rectificación de Dewey, que James aceptó posteriormente: la verdad es únicamente el valor caracterí­stico de los pensamientos que, mediante una comprobación práctica, conducen a las experiencias predichas. Un juicio sobre la realidad es verdadero cuando (y sólo cuando) por el curso ulterior de las experiencias, es confirmado o verificado (o puede serlo) directa o indirectamente. Un juicio sobre el pasado sólo es verificable indirectamente por medio de las huellas que éste ha dejado y que pueden comprobarse en el presente. Pero ninguna verificación de juicios experimentales es jamás completa, es decir, jamás lleva a controlar todas las expectaciones implicadas; de donde se sigue que tampoco la seguridad o certeza que ofrece puede ser nunca absoluta. Su evidencia nunca es apodí­ctica, sólo funda juicios de tipo falible (Peirce: «fallibilism»), afirmaciones que tienen, desde luego, buen fundamento o cierto grado de probabilidad, pero no están demostradas en sentido estricto (Dewey: «warranted assertibility»).

Es finalmente caracterí­stico del p. que considera el conocimiento, no como una función independiente, sino en relación con el proceso concreto de la vida. El conocimiento y la ciencia están al servicio de la vida; son el instrumento más importante de que dispone el hombre para adaptarse a su ambiente natural y social y dominar con éxito las dificultades y los problemas de la vida diaria. Ideas, hipótesis, teorí­as son, por decirlo así­, instrumentos (tools) para realizar los fines concretos de la vida. Por eso, Dewey designaba también su doctrina como «instrumentalismo».

El p. fue aplicado también al terreno de la ciencia social por George Herbert Mead (1863-1931), que desarrolló una teorí­a sobre la relación genética entre individuo y sociedad. La -» sociedad puede considerarse como un complejo de costumbres sociales que el hombre ha desarrollado para dominar su medio ambiente. Solo asimilándose estas costumbres sociales en el pensar, sentir y obrar llega el individuo al desenvolvimiento espiritual y está en situación de hacerse «él mismo» (cf. filosofí­a social, [-> sociedad]). Ideas semejantes a las del p. defendieron fuera de Norteamérica F.C.S.Schiller (Oxford), W. Jerusalem (Viena), etc.

Lo que los pragmatistas intentaron definir con su teorí­a de la verdad no fue la verdad en abstracto, independientemente del proceso de conocimiento, sino tal como se prueba y justifica en el proceso vivo de la experiencia. Pero no se tuvo en cuenta la importante diferencia teórica entre el factor de la validez o de la verdad en sí­ y el procedimiento para verificar esta validez o conocer la verdad. No deben confundirse la verdad y el conocimiento de la verdad. A esta falta de claridad del p. se añade otra deficiencia: el método para verificar la verdad se concibe unilateralmente en forma empirista, es decir, la verdad cognoscible y el orden de los enunciados con sentido quedan limitados a lo dado por la experiencia o a lo verificable por ésta. Lo cual implica la exclusión de todo saber apriorí­stico o esencial que no sea de naturaleza analí­tica (consiguientemente, de todo conocimiento sintético). Según eso, no habrí­a principios metafí­sicos por los que pudiera sobrepasarse la experiencia de manera categóricamente válida y conocerse lo suprasensible, ni normas morales absolutas que fijaran lo que es bueno en sí­ mismo, independientemente de lo que «uno» (personalmente o en sociedad) desea o ama o de hecho se llama bueno. La consecuencia inevitable seria un relativismo ético, aun en el orden del Estado y de la sociedad.

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Clemens Schoonbrood

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

Véase Buenas Obras.

Fuente: Diccionario de Teología