PRESBITEROS

Se llaman presbí­teros a los que han recibido el sacramento del Orden en segundo grado, es decir, después del diaconado y antes del episcopado. Comunmente desde el siglo III, también se llaman sacerdotes, aunque este tí­tulo se refiere conjuntamente a presbí­teros y obispos por el hecho de presidir el sacrificio de la Eucaristí­a.

Ya desde tiempos apostólicos aparece la figura del «presbí­tero», aunque la terminologí­a es todaví­a fluctuante, difí­cil de precisar si correspondí­a siempre al segundo grado del sacerdocio ministerial o podí­a sólo significar a quienes tení­an una responsabilidad especial en la Iglesia particular. San Pablo habla a los «presbí­teros» de Efeso, reunidos en Mileto (Hech 20,17) da normas a Timoteo para elegir presbí­teros (1Tim 5,17-22) y le recuerda al mismo Timoteo que él ha recibido una gracia especial por imposición de manos del «Presbiterio». A Tito le encarga que establezca «presbí­teros» en los diversos lugares (Ti 1,5).

Desde San Ignacio de Antioquí­a (principios del siglo II) la terminologí­a aparece ya más precisa y prácticamente en toda la Iglesia en cada Iglesia particular y a su servicio, está el obispo con sus presbí­teros y diáconos. En unidad estrecha con el obispo, forman la familia del Presbiterio, que simboliza de algún modo, según el obispo de Antioquí­a, el colegio de los Apóstoles. La doctrina conciliar y postconciliar del Vaticano II afirma que los presbí­teros son «colaboradores y consejeros necesarios» del obispo (PO 7; Dir 22, 62). Con el obispo y en grado inferior, participan en la sucesión apostólica de los Doce (PDV 15-16, 60).

La consagración y misión sacerdotal que Cristo comunicó a los Apóstoles, pasó por medio de éstos a los obispos. Este «cargo ministerial, en grado subordinado, fue encomendado a los presbí­teros, a fin de que… fuesen cooperadores del Orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo» (PO 2). Así­, pues, por haber recibido el sacramento del Orden, los presbí­teros «participan del ministerio de los Apóstoles». Este ministerio, «por estar unido con el orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y gobierna su cuerpo». De este modo «pueden obrar en persona de Cristo Cabeza» (ibí­dem).

La consagración y misión recibidas en el sacramento del Orden (PO 1-3), tienen como objetivo el poder ejercer los ministerios apostólicos de la predicación, sacramentos y dirección de la comunidad eclesial (PO 4-6), en comunión con el propio obispo (PO 7) y formando la familia sacerdotal del Presbiterio (PO 8), como servidores y coordinadores de los diferentes carismas de la comunidad eclesial encomendada (PO 9). Esta misión, como la de Cristo, tiene las mismas dimensiones de universalidad y, por tanto, «se dirige a todos los pueblos» (PO 10) como partí­cipes en «la solicitud de toda la Iglesia» (PO 11).

La fisonomí­a espiritual del presbí­tero es la de ser signo del Cristo Sacerdote, como su «instrumento vivo» (PO 12), que reclama una santidad coherente en relación con los ministerios (PO 13), hasta ser expresión, por la caridad pastoral (PO 14), de las virtudes que caracterizan la vida del Buen Pastor (PO 15-17). Esta fisonomí­a sacerdotal del presbí­tero debe reforzarse con los medios adecuados de vida espiritual, pastoral, intelectual y humana (PO 18-21).

El Espí­ritu Santo, recibido de modo especial por el sacramento del Orden, infunde en el corazón de los presbí­teros «un espí­ritu verdaderamente misionero» (PO 22), que les hace sentir el gozo sereno de la propia identidad y fecundidad apostólica, por el hecho de estar siempre acompañados por Cristo y por toda la Iglesia.

Referencias Orden, Presbiterio, sacerdocio ministerial, sacerdote diocesano.

Lectura de documentos LG 28; ChD 28-30; PO 1-22; SC 41-42; CEC 888, 893, 1562-1268.

Bibliografí­a AA.VV., Espiritualidad del presbí­tero diocesano secular (Madrid, EDICE, 1987); AA.VV., Sacerdotes para evangelizar, reflexiones sobre la vida apostólica de los presbí­teros (Madrid, EDICE, 1987); AA.VV., Los presbí­teros a los diez años de †œPresbyterorum Ordinis† (Burgos, Facultad Teológica, 1975); R. ARNAU, Ministerio sacerdotal y sucesión apostólica (Valencia 1977); Idem, Orden y ministerios ( BAC, Madrid, 1995); M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare «Presbyterorum Ordinis», storia, analisi, dottrina (Roma, Teresianum, 1990); P. J. CORDES, Inviati a servire, «Presbyterorum Ordinis» Storia, esegesi, temi, sistematica (Casale Monferrato, PIEMME, 1990); J. ESQUERDA BIFET, Teologí­a de la espiritualidad sacerdotal ( BAC, Madrid, 1991) cap. V-VI; A. FAVALE, El ministerio presbiteral (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989); R. GERARDI, El ministerio pastoral del presbí­tero (Valencia, EDICEP, 1989); T.I. JIMENEZ URRESTI, Presbiterado y Vaticano II (Madrid, PPC, 1968); N. LOPEZ MARTí­NEZ, Los presbí­teros, en Concilio Vaticano II. Comentarios a la constitución sobre la Iglesia (Madrid BAC, 1966) 540 559.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> ancianos, obispos, sacerdotes, diáconos, ministerios). Hemos dedicado una entrada distinta a la palabra ancianos como institución israelita y como figura honorí­fica en el Apocalipsis. Ahora tratamos de los presbí­teros como institución eclesial. El Evangelio no dejaba lugar cristiano especial para presbí­teros o representantes de la tradición nacional y familiar judí­a. Los presbí­teros judí­os, con sus tradiciones, aparecen una y otra vez como contrarios a la libertad de Jesús (cf. Mc 7,3 par) y participan en el tribunal que le ha condenado a muerte (cf. Mc 14,53). La comunidad primera de Jerusalén, centrada en los Doce, tampoco tení­a un consejo director de presbí­teros, pues ellos habrí­an representado la autoridad de un tipo de tradición que Jesús habí­a superado. En esa lí­nea siguen Pablo y Jn, Me, Mt o la misma Dicl, donde no aparece la institución de los presbí­teros. Sin embargo, a medida que se enfrí­a la expectación escatológica y desaparece el grupo de los Doce, resulta normal que la Iglesia se haya consolidado de forma estable, asumiendo la autoridad natural de padres y ancianos, conforme al modelo judí­o.

(1) El modelo presbiteral. Principios. Las comunidades judí­as estaban presididas y dirigidas desde antiguo por un consejo más o menos firme de ancianos, representantes de la tradición y sabidurí­a de los años. En lugar de la vocación o llamada personal y del despliegue carismático (cf. Mc 1,16-20; 3,7-12; Jn 3,1-10), va emergiendo la autoridad de esos ancianos, que aparecen por vez primera en Hch 11,30, como responsables económicos que acogen la ayuda de la iglesia de Antioquí­a. De esa forma, la comunicación de bienes, que Hch 2,43-47 y 4,32-36 entendí­a de un modo carismático, desde los apóstoles (= los Doce), queda bajo la dirección de unos presbí­teros. Ellos acompañan primero a los apóstoles (cf. Hch 15,2.4.6.22.23; 16,4), como expansión o complemento de su autoridad, luego a Santiago, hermano del Señor, que asume la dirección eclesial (Hch 21,18). Estos suelen ser sus rasgos distintivos. (a) Edad y dignidad. No parece que en principio deban ser especialmente nombrados o elegidos: son autoridad como ancianos, varones (¡no como mujeres!), maduros en edad, respetados por sabidurí­a e influencia (riqueza). No son institución especí­ficamente cristiana, pues habí­a ancianos dirigentes en muchas agrupaciones civiles y religiosas, especialmente en el judaismo, donde actúan como dirigentes del Sanedrí­n (con sacerdotes y escribas: cf. Mc 8,31 par; 11,27 par, etc.), (b) Forman un gobierno colegiado, solos o con otros estamentos (sacerdotes y escribas judí­os; apóstoles u obispos cristianos). Poseen la autoridad de una tradición que es buena, pero puede oponerse a la novedad mesiánica de Jesús, que acoge precisamente a quienes carecen de tradición (enfermos e impuros, posesos y pecadores). Es evidente que una Iglesia dirigida por ellos tendrá dificultad en asumir la creatividad del Evangelio, (c) ¿Reciben su autoridad a través de una imposición de manos? En un primer momento no reciben autoridad delegada, pues lo son en cuanto ancianos. Por eso, resulta extraña y significativa la anotación de Hch 14,23 cuando dice que Bernabé y Pablo iban nombrando ancianos (imponiéndoles las manos) en cada una de sus comunidades, confiriéndoles una autoridad especial, conforme al modelo de la iglesia de Jerusalén, de la que provení­a Bernabé (no Pablo). Como veremos, muchas iglesias posteriores aparecen dirigidas por un consejo de presbí­teros, con o sin obispo monárquico (cf. 1 Pe; 1 y 2 Tim; Tit; 1 Clenv, Herm; /gn), conforme a un esquema aristocrático y patriarcalista, que no proviene del Evangelio, sino de las condiciones sociales del entorno. Así­ ha surgido y se ha consolidado una aristocracia o consejo rector de jefes de buenas familias (bajo un episcopado monárquico), que ha ofrecido un servicio, pero que no deriva en sí­ de Jesús ni de los apóstoles primeros, sino de una prudencia y sabidurí­a patriarcalista, que podrí­a oponerse al ideal de Jesús.

(2) Ausencia de presbí­teros en Pablo. Resulta significativo el que Pablo, el au téntico (el de las cartas), no haya instituido presbí­teros o ancianos dirigentes, en contra de lo que sucedí­a en otras comunidades judí­as (y griegas: gentiles) del entorno. El orden de ancianos (genis í­a o Senado) formaba una estructura normal de gobierno: los mismos romanos concebí­an el imperio como casa ampliada o conjunto de casas presididas por padres de familia (ancianos). Es evidente que ellos no caben dentro de una estructura eclesial carismática, como la que aparece en 1 Cor 12-14. Significativamente, Flp 1,1 habla de obispos y diáconos como servicios eclesiales de coordinación y ayuda mutua, pero no de presbí­teros. Esa ausencia constituye una expresión de libertad evangélica: la Iglesia está dirigida por el Espí­ritu, que se expresa en la Palabra de Gracia y Amor comunitario, en lí­nea carismática; por eso, un gobierno patriarcal de ancianos (como el que aparece en las pastorales) negarí­a la novedad cristiana: la institución social habrí­a destruido al carisma. Eso es también una consecuencia de su estrategia pastoral: Pablo es apóstol, creador de iglesias: no se ocupa de la organización y por eso no cita a sus presbí­teros, aunque pudieran haber surgido en las mismas iglesias que él habí­a fundado, como en otros grupos del entorno. Por eso, en las pastorales, 1 Pedro, 1 Clern o Ignacio aparecen como algo normal que viene del principio de la Iglesia; pero, de existir, no habí­an tenido importancia en la vida de las iglesias. En sí­ mismos, los presbí­teros son la tradición, defensores de la ley nacional o social de un grupo formado, de un poder establecido; por eso asumen aquello que existe (un mensaje religioso, un ideal humano) y lo mantienen. Pues bien, para que surgieran los padres de familia con su tradición jerárquica no habrí­a sido necesario el Evangelio.

(3) Presbí­teros en Hechos. (1) Lí­nea de Pablo. Lucas escribe en torno al 80 d.C., tras la muerte de Pablo, y, de esa forma, proyecta sobre su tiempo y ministerio algunos datos de la Iglesia posterior. De esa forma, cuando concluye el primer viaje misionero de Pablo, puntualiza: «Y volvieron por Listra, Iconio y Antioquí­a, fortaleciendo a los discí­pulos, exhortándoles a perseverar en la fe…; e instituyendo presbí­teros en cada Iglesia, orando y ayunando, los confiaron al Señor» (Hch 14,20b-23). Lucas condensa y culmina así­ el primer viaje de Pablo y Bernabé, suponiendo que ellos han logrado instituir iglesias ya bien organizadas, con un cuerpo de presbí­teros. Lógicamente, Lucas retoma este motivo al final de los viajes de Pablo por oriente, antes de subir a Jerusalén, donde será preso: Pablo llama a los presbí­teros de Efeso, no al conjunto de la comunidad, como hací­a en sus cartas auténticas, y les confí­a su obra, como si ellos fueran los sucesores de su tarea y ministerio: «Llamó a los presbí­teros y les dijo: Sabéis cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo… sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas, en medio de pruebas… Ahora, cuidad de vosotros y de todo el rebaño en el cual el Espí­ritu Santo os ha constituido obispos para pastorear la Iglesia de Dios, que El compró con su propia sangre» (cf. Hch 20,18-19.28). El relato de Lucas les presenta como presbí­teros, pero Pablo les llama obispos o supervisores, como si el mismo Lucas supiera que el nombre «presbí­tero» resulta poco apropiado en el contexto de Pablo. Al unir esas palabras (pastores, presbí­teros, obispos), Hechos parece evocar y unificar el vocabulario y praxis de las comunidades paulinas de su tiempo (y quizá de otras): algunas pueden estar dirigidas por un colegio de presbí­teros, otras por obispos (monárquicos o colegiados); en otras se habla de pastores. Es posible que esos términos resulten todaví­a intercambiables, en contra de lo que sucederá más tarde. Probablemente, los ministerios no se encuentran fijados. Pero es evidente que la Iglesia establecida (como rebaño propio y distinto) necesita dirigentes. Sea como fuere, estos obispospresbí­teros han de ser defensores y guardianes de la comunidad: tienen que custodiar el rebaño e impedir que lo destruyan los pastores pervertidos, que son como lobos que surgen de la misma comunidad. El lenguaje y contenido del pasaje es de los últimos decenios del siglo I d.C., más cercano a las pastorales que el Pablo histórico.

(4) Presbí­teros en Hechos. (2) Lí­nea de Santiago. Parece que tras la marcha de Pedro y la disolución de los Doce, la iglesia de Jerusalén se organizó por un tiempo (43-62 d.C.) bajo el liderazgo monárquico de Santiago, hermano del Señor, a quien la tradición presentará como primer obispo de Jerusalén. Este apelativo (obispo, supervisor o vigilante) parece no sólo anacrónico (el episcopado en cuanto tal surgirá más tarde), sino contrario a los datos de la historia: Santiago no ha sido un simple supervisor al servicio de una Iglesia de la que ha recibido autoridad (a través de elección y/o imposición de manos de los obispos del entorno), sino testigo de la pascua de Jesús (cf. 1 Cor 15,7). De todas maneras, en la base de su función podrí­a hallarse la figura del mebaqqer o inspector, que aparece en Qumrán como encargado de la distribución de bienes y el orden comunitario (cf. CD
13,7-9; 14,8-14). El habrí­a sido un tipo de esenio mesiánico, rodeado de presbí­teros, empeñado en crear en Jerusalén, desde Jesús, una comunidad de creyentes, centrados en el cumplimiento de la Ley. Podemos suponer que Santiago y su grupo aceptaban el carácter mesiánico de Jesús, en una lí­nea de fidelidad sacral de tipo intrajudí­o. En este contexto es significativo el hecho de que Sant 5,14 hable de los «presbí­teros de la Iglesia» que oran por los enfermos y les curan. En este contexto, en el llamado Concilio de Jerusalén, Lucas presenta una doble autoridad: la de los Doce, vinculada sin duda a Pedro; y la de los ancianos o presbí­teros que aparecen como consejo dirigente de la iglesia de Jerusalén, en torno a Santiago (cf. Hch 15,2.4.5.23.24; 16,4). Cuando Pablo llega más tarde a Jerusalén se entrevista con Santiago, que está rodeado de sus presbí­teros (cf. Hch 21,18).

(5) Presbí­teros en 1 Pe. A finales del siglo I, escribiendo desde Roma, con el nombre de Pedro, un cristiano de autoridad se dirige a las comunidades de la diáspora de Ponto, Galacia, etc., con estas palabras: «A los presbí­teros entre vosotros, les exhorto, yo co-presbí­tero y testigo de los padecimientos de Cristo, y participante de la gloria que debe revelarse: pastoread [poimanete} el rebaño de Dios que hay en vosotros, vigilando [episkopountes], no a la fuerza, sino voluntariamente, según Dios; no por avaricia, sino de buen ánimo; no oprimiendo a quienes os caigan en suerte, sino siendo ejemplo del rebaño. Y cuando aparezca el Archi-pastor recibiréis la corona inmarcesible de gloria» (1 Pe 5,1-4). 1 Pe parece escrita desde la comunidad de Roma, que, se gún 1 Clem y El Pastor de Hernias, se encuentra dirigida (a finales del I d.C.) por un grupo de presbí­teros, no por un obispo monárquico. Entre esos presbí­teros ha venido a situarse Pedro (el que escribe en su nombre) y así­, de igual a iguales, se dirige a los presbí­teros de las comunidades de Galacia, Ponto…, encomendándoles la tarea de Jesús, a quien presenta como Pastor y Obispo (cf. 1 Pe 2,25). Estos presbí­teros son pastores que guardan y obispos que vigilan el Rebaño de Jesús, Archi-pastor de todos los creyentes. Ni en la comunidad de Roma, desde donde escribe, ni en las comunidades de Asia Menor a las que escribe, hay sacerdotes ministeriales, pues el sacerdocio pertenece a todos los creyentes. Pero ha surgido un ministerio colegiado de presbí­terosobispos que dirigen la vida de la comunidad.

(6) Cartas pastorales. Modelo presbiteral, modelo episcopal. En ellas aparece, por primera vez, con toda claridad, el intento de organizar las comunidades de herencia paulina poniendo sobre ellas un consejo administrativo que está básicamente centrado en un conjunto de presbí­teros, que forman un cuerpo (Senado, gerousí­a) de varones mayores, que pueden quizá delegar su autoridad sobre un posible obispo individual, a quien imponen las manos (cf. 1 Tim 4,14). En este contexto, los que imponen las manos y delegan su autoridad son los presbí­teros sobre su delegado u obispo, y no al contrario como sucede en la actualidad. Se ha dicho que en aquel tiempo (a principios del siglo II d.C.) habí­a comunidades más judí­as (dirigidas por un consejo de ancianos o presbí­teros) y otras más helenistas (con epí­scopos o vigilantes). Esa distinción es sugerente, pero no es del todo válida, pues la comunidad judí­a de Qumrán contaba con un tipo de vigilante-obispo (Mebaqquer) y muchas instituciones helenistas tení­an un consejo de ancianos o notables. Es posible que el modelo episcopal y presbiteral hayan coexistido, como supone el discurso de Pablo en Mileto (Hch 20,17-36) y como parece suponer 1 Tim 5,17-18). Así­ lo ha mostrado con toda claridad la carta a Tito: «Te dejé en Creta, para que organizaras rectamente lo restante y designaras presbí­teros en cada ciudad, como te mandé: alguien que sea irreprensible, marido de una mujer, con hijos creyentes, no acusados de disolución ni rebeldí­a. Porque el obispo debe ser irreprensible como ecónomo de Dios, no soberbio ni iracundo, no borracho, ni pendenciero ni deseoso de dinero injusto, sino hospitalario, hombre de bien, prudente, justo, santo, continente, que acoge la palabra hermosa de enseñanza, pudiendo así­ exhortar con sana doctrina y refutar a los contradictores» (Tit 1,5-9). Se habla de un grupo de presbí­teros, pero después se concreta la función de un obispo, como parecí­a suceder en Hch 20,17-28 (pero aquí­ parecí­a que todos los presbí­teros realizaban una función episcopal). En la carta a Tito, el autor pasa de presbí­teros (en plural) a obispo (en singular). Estrictamente hablando, ambas funciones pueden identificarse: los presbí­teros aparecen en plural por su función y sentido colegiado; el obispo en singular, aunque ese singular puede tener un carácter genérico y referirse a uno o muchos, en general. Por otra parte, al establecer presbí­teros en cada ciudad se podrí­a suponer que uno de ellos asume funciones de obispo.

(7) Funciones presbiterales, función episcopal. En principio, presbí­teros en plural y obispo en singular pueden responder a dos tipos de organización de las comunidades, una más colegiada, otra más individualizada. Cuando esas formas se vinculan pueden darse dos casos: (a) «Dominancia presbiteral». El consejo básico lo forman los presbí­teros, que son la autoridad más natural, vinculada a la edad, propia del conjunto de la comunidad. En ese caso, el obispo serí­a un delegado de los presbí­teros, como un gerente que depende del consejo superior de la Iglesia, tal como suponen todaví­a algunas iglesias presbiterianas de la actualidad. Este parece ser el modelo más habitual que está en el fondo de las cartas pastorales. (b) «Dominancia episcopal». En un momento dado, o en algunas comunidades, el obispo individual se eleva como un tipo de monarca sagrado sobre el conjunto de los presbí­teros. Así­ aparece ya en las cartas de Ignacio y así­ lo ha visto gran parte de la Iglesia católica posterior. De todas formas, el tema no está claro y quizá el mismo autor de las cartas pastorales ha querido dejarlo sin precisar, pues conoce formas distintas de organización de iglesias (presbiterales, episcopales) y no quiere incli narse por un modelo u otro. Por un lado, parece que las funciones del presbiterio (colegio) y obispo (monarca) se solapan y complementan: el obispo ha de ser buen presbí­tero. Por otra parte, Timoteo (misionero en lí­nea paulina, prototipo de obispos) aparece en 1 Tim 4,12 como joven: «que nadie desprecie tu juventud». Esta referencia casual puede evocar un enfrentamiento entre los presbí­teros (en principio más ancianos) y el obispo, que, por su misma función administrativa y su trabajo, tiende a ser más joven, como afirma Ignacio, Magn 3,1 (no abuséis de la poca edad de vuestro obispo…) y como supone 1 Clem (posible rebelión de los jóvenes contra los presbí­teros). No podemos resolver el tema, pero vemos que la organización de la Iglesia se ha convertido en asunto crucial para las comunidades fundadas por Pablo. La tarea básica de su enviado (Tito) será establecer una estructura ministerial en Creta (Tit 1,5), para mantener la herencia paulina, pues la misma libertad del Evangelio debe suscitar instituciones.

(8) Conclusión. La tarea de la autoridad. Las iglesias paulinas han corrido el riesgo de escindirse, por disputas de tipo judaizante, mezcladas con cierto gnosticismo (Tit 3,9-14) y ambiciones personales (cf. Tit 1,10): los enfrentamientos y herejí­as amenazan a las comunidades (cf. 1 Tim 2,1^1,1). En esta situación, los herederos de Pablo no han querido apelar sólo al principio clásico de la autoridad comunitaria Hch 15,28 (nos ha parecido al Espí­ritu Santo y a nosotros), ni a la práctica disciplinar de Mateo, que no conoce más autoridad que el conjunto de la comunidad (¡llama a la Iglesia!: Mt 18,17), sino que deciden apoyarse en la autoridad de estos pastores presbí­teros y/o presidentes de las comunidades (1 y 2 Tim, Tit). En esa lí­nea, la Iglesia empieza a suscitar una administración en cuya base sigue el ideal evangélico y la urgencia misionera de Pablo, pero donde se vuelve primordial un tipo de organización, lo mismo que en los otros grupos sociales del entorno. El proceso institucional ha empezado: los ministerios de la Iglesia se entienden a la luz del sistema de honor social romano. Tanto presbí­teros-obispos como diáconos son honorables patriarcas de la casa eclesial y el Evangelio queda integrado en la tradición jerár quica del entorno. Ciertamente, la novedad mesiánica sigue en el fondo, como fuerza de transformación gratuita, igualitaria, de la humanidad, en claves de comunión personal. Pero la Iglesia se integra en el contexto patriarcal, de manera que las notas de buena armoní­a y estructuración cobran cada vez más fuerza en un camino que culminará cuando la Iglesia se instituya como sistema (imperio) religioso.

Cf. R. A. CAMPBELL, The Elders. Seniority within Earliest Christianity, Clark, Edimburgo 1994; H. VON CAMPENHAUSEN, Ecclesiastical Authority and Spiritual Power, Hendrickson, Peabody MA 1997; J. DELORME (ed.), El ministerio y los ministerios segi’in el Nuevo Testamento, Cristiandad 1975; A. FAIVRE, Ordonner la Fratemite’. Pouvoir d†™innover et Retour á l†™ordre dans lEglise ancienne, Cerf, Parí­s 1992; Naissance d†™une hie’rarcliie, Beauchesne, Parí­s 1977; X. PIKAZA, Sistema, libertad, iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001; J. ROLOFF, Die Kirche im Nene Testament, GNT 10, Vandenhoeck, Gotinga 1993.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: 1. Importancia y urgencia. – 2. Pastoral institucionalizada y planificada. – 3. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración como persona. – 4. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración permanente como cristiano. – 5. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración permanente como sacerdote. – 6. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración pastoral permanente del presbí­tero: a) Finalidad y objetivos de la formación pastoral; b) Contenidos de la formación pastoral; c) En conclusión

La Exhortación pastoral postsinodal Pastores dabo vobis ha hecho caer en la cuenta de la necesidad y urgencia de la pastoral con los presbí­teros. Esta acción pastoral consiste en todos aquellos servicios de apoyo, tanto personales como estructurales que contribuyan al crecimiento integral y permanente de los presbí­teros en todas las dimensiones de la formación: humana, espiritual, intelectual y pastoral.

1. Importancia y urgencia
Esta tarea de estí­mulo y de ayuda al crecimiento integral de los que han recibido el sacramento del Orden es presentada por Juan Pablo II como de máxima importancia, pues de su aplicación depende en gran medida el futuro de la Iglesia y de su labor evangelizadora: «La formación de los futuros sacerdotes -nos dice el Papa-tanto diocesanos como religiosos, y la atención asidua, llevada a cabo durante toda la vida, con miras a su santificación personal en el ministerio y mediante la actualización constante de su dedicación pastoral lo considera la Iglesia como una de las tareas de máxima importancia para el futuro de la evangelización de la humanidad» (PDV 2). Esta convicción es compartida por toda la Iglesia: «Las Iglesias -nos sigue diciendo el Santo Padre- han proclamado su fe en el cumplimiento de la promesa de Dios: ‘Os daré Pastores según mi corazón’ (Jer 3,15), y han renovado su compromiso pastoral por la atención a las vocaciones y por la formación de los sacerdotes, con el convencimiento de que de ello depende el futuro de la Iglesia, su desarrollo y su misión universal de salvación» (PDV 4). De ahí­ que el Papa haga un llamamiento urgente a esta atención a la formación integral de los presbí­teros con estas palabras: «la formación permanente es necesaria en todo tiempo, pero hoy lo es particularmente urgente, no sólo por los rápidos cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y los pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por aquella ‘nueva evangelización’, que esla tarea esencial e improrrogable de la Iglesia» (PDV 70).

Así­ pues, la atención a los sacerdotes y a su formación y crecimiento integral y permanente debe ser para toda la Iglesia, comenzando por sus más altos responsables, tarea de máxima importancia. En ello, nos dice el Santo Padre, está en juego el futuro de la Iglesia y de su misión evangelizadora.

2. Pastoral institucionalizada y planificada
En Trento, la Iglesia tomó conciencia de la necesidad del cuidado y atención a los futuros sacerdotes, a la formación «inicial» al sacerdocio. Por ello reguló y estructuró todo el proceso formativo e institucionalizó el Seminario, que «antes que ser un lugar o un espacio material, debe ser un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure un proceso formativo, de manera que el que ha sido llamado por Dios al sacerdocio pueda llegar a ser, con el sacramento del Orden, una imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia» (PDV 42).

Ahora, el Concilio Vaticano II y, sobre todo Pastores dabo vobis, ha hecho tomar conciencia de la necesidad de «mantener vivo (durante toda la vida sacerdotal) un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación -humana, espiritual, intelectual y pastoral- como de su especí­fica orientación vital e í­ntima, a partir de la caridad pastoral y en relación con ella» (PDV 71). Por ello, propone institucionalizar los servicios de ayuda, tanto personales como estructurales, para que de modo sistemático se estimule y favorezca este crecimiento, formación y maduración integral y permanente de los presbí­teros.

De ahí­ que sea necesario «programar y llevar acabo un plan de formación permanente (en todas las dimensiones)» (PDV 78). Para ello, «fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbí­tero. La del Obispo se basa en el hecho de que los presbí­teros reciben su sacerdocio a través de él, y comparten con él la solicitud pastoral por el Pueblo de Dios. El Obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbí­teros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene el «derecho» de tenerlos. Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente (humana, espiritual, intelectual y pastoral) no como un mero episodio sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas» (PDV 79). Para la puesta en práctica de este plan Pastores dabo vobis además de insistir en su necesidad, nos indica los fines, los distintos aspectos y dimensiones, los responsables, los momentos, las formas y los medios adecuados, que iremos presentando a lo largo de este artí­culo.

Se trata de un único proceso formativo, comenzado en el Seminario -formación inicial al sacerdocio- y continuado a lo largo de toda la vida, en un proceso de formación integral y permanente. Por una parte, estamos hablando de un proceso de crecimiento integral, es decir, en todas las dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral. Se trata también, por otra parte, de un crecimiento, formación y maduración permanente ya que el sacerdote, en el ejercicio diario de su ministerio, se va haciendo cada vez más plenamente como persona, como cristiano y como sacerdote.

De esta forma, la pastoral de los presbí­teros consiste en todos aquellos servicios de ayuda, tanto personales como estructurales, que promuevan, faciliten y contribuyan a su crecimiento y maduración integral en todos estos aspectos y en las cuatro dimensiones antes señaladas. Y todo ello llevado a cabo de manera armónica y transversal, ya que el sacerdote es una única persona, que en la unidad de vida y acción, garantizada por la caridad pastoral, debe crecer integralmente. Estamos hablando, por tanto, de la atención a un único proceso de realización personal y existencial con diferentes aspectos y dimensiones: como persona, como cristiano y como sacerdote.

3. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración permanente como persona
El amor, vivido en el quehacer diario, es el que va dando forma, el que va configurando a toda persona humana hacia su plenitud existencial.

De esta manera, el ejercicio del ministerio, realizado con amor, por la vida de la Iglesia y del mundo, es decir, vivido en la caridad pastoral, ha de conducir al sacerdote hacia su plenitud existencial, su realización plena como hombre. Crecimiento y maduración que, como toda persona, se debe de ir realizando dí­a a dí­a, en un «continuum». Desde que nace hasta que muere la persona se va haciendo, se va «formando» cada vez más plenamente; va «siendo» y «llegando a ser» más plenamente lo que estaba llamada a ser. Para el sacerdote, su «hacer» diario, es decir, el ejercicio del ministerio, vivido con amor, ha de ser el medio privilegiado para vivir su proceso de realización personal, que constituye el camino gozoso hacia su plenitud existencial.

El servicio de atención a los sacerdotes hacia esta realización personal, que se especificará más detenidamente cuando presentemos el crecimiento en cada una de las dimensiones, ha de consistir en estimularles y en ayudarles a vivir su ministerio con el talante y con las condiciones adecuadas de forma que facilite este proceso de maduración personal.

Pero no se trata solamente de que el ejercicio del ministerio conduzca y favorezca este crecimiento personal sino que también, por otra parte, se estimule y ayude al sacerdote a crecer como persona para servir mejor como pastor. Es decir, también el sacerdote ha de encontrar apoyo para crecer en todas aquellas actitudes y cualidades humanas dignas de aquel que representa a Jesucristo, aquel que es ante el pueblo signo visible, imagen viva y transparente de Jesús, el hombre pleno, modelo de humanidad. Por eso, «en él se esperan ver virtudes como la fidelidad, la coherencia, la sabidurí­a, la acogida de todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, la libertad sobre los puntos de vista subjetivos, el desprendimiento personal, la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, la confianza en la acción escondida de la gracia que se manifiesta en los sencillos y en los pobres (cf. Tit 1, 7-8)» (PDV 26).

Por otra parte, el sacerdote ha de ser ayudado a vivir en la dinámica de encontrar siempre en Dios el último fundamento de su existencia ya que él como «todo hombre, creado por Dios y redimido con la sangre de Cristo, está llamado a ser regenerado «por el agua y el Espí­ritu» (cf. Jn 3, 5) y a ser «hijo en el Hijo» (PDV 45). El, como todo hombre, tiene que vivenciar como propia esta vocación religiosa humana, constitutiva de su ser como persona, pues «en este designio eficaz de Dios está el fundamento de la dimensión constitutivamente religiosa del ser humano, intuida y reconocida también por la simple razón: el hombre está abierto a lo transcendente, a lo absoluto; posee un corazón que está inquieto hasta que no descanse en el Señor» (PDV 45).

4. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración permanente como cristiano
Es cierto que el sacramento del Orden, como sacramento propio y especí­fico del sacerdote, constituye una vocación «especí­fica» a la santidad, como veremos a continuación. Pero el Concilio y PDV nos recuerdan también, y ante todo, la «común» vocación a la santidad. «Esta santidad se fundamenta en el Bautismo, que caracteriza al presbí­tero como un «fiel» (Christifideles), como un «hermano entre hermanos», inserto y unido al Pueblo de Dios, con el gozo de compartir los dones de la salvación (cf. Ef 4, 4-6) y en el esfuerzo común de caminar «según el Espí­ritu», siguiendo al único Maestro y Señor. Recordemos la célebre frase de San Agustí­n: «Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel es un nombre de oficio recibido, éste es un nombre de gracia; aquél es un nombre de peligro, éste de salvación» (PDV 20). Así­ pues para el sacerdote, como fiel cristiano, también son válidas las palabras del Papa cuando invita a todos a vivir «la formación cristiana como «un continuo proceso personal de maduración en la fe y de configuración con Cristo, según la voluntad del Padre, con la guí­a del Espí­ritu Santo» (ChFL 57). El Papa habla de un proceso que se va desarrollando en el tiempo, en un crecimiento continuo de transformación en Cristo. De nuevo nos lo recuerda cuando nos dice que «la formación espiritual ha de ocupar un puesto privilegiado en la vida de cada uno, llamado como está a crecer ininterrumpidamente en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la voluntad del Padre, en la entrega a los hermanos en la caridad y en la justicia» (ChFL 60).

En este sentido el sacerdote necesita ser ayudado a desarrollar este crecimiento como cristiano, como oyente de la Palabra, como fiel discí­pulo de Cristo, como hombre de intimidad con el Señor, como hombre de Dios, como hombre de la caridad, etc. Crecimiento exigido mucho más todaví­a en virtud de su ordenación sacerdotal.

5. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración permanente como sacerdote
Hemos señalado anteriormente que el sacerdote tiene una espiritualidad «especí­fica», en virtud del sacramento del Orden. «Con la misma claridad el texto conciliar habla de una vocación «especí­fica» a la santidad, y más precisamente de una vocación que se basa en el sacramento del Orden, como sacramento propio y especí­fico del sacerdote, en virtud pues de una nueva consagración a Dios mediante la ordenación. A esta vocación especí­fica alude también San Agustí­n, el cual, a la afirmación «Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano», añade esta otra: «Siendo, pues, para mí­ causa del mayor gozo el haber sido rescatado con vosotros, que el haber sido puesto a la cabeza -siguiendo el mandato del Señor- me dedicaré con el mayor empeño a serviros, para no ser ingrato a quien me ha rescatado con aquel precio que me ha hecho ser vuestro consiervo».

El texto del Concilio va más allá señalando algunos elementos necesarios para definir el contenido de la «especificidad» de la vida espiritual de los presbí­teros. Son éstos elementos que se refieren a la «consagración» propia de los presbí­teros, que los configura con Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia; los configura con la «misión» o ministerio tí­pico de los mismos presbí­teros, la cual los capacita y compromete para ser «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote eterno» y para actuar «personificando a Cristo mismo»; los configura en su «vida» entera, llamada a manifestar y testimoniar de manera original el «radicalismo evangélico» (PDV 20). Se trata pues de una configuración con Jesucristo, «Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia» (PDV 23) y «el principio interior, la virtud que anima y guí­a la vida espiritual del presbí­tero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo» (PDV 23).

Esta cada vez más estrecha y ní­tida configuración con Cristo constituye un camino a seguir, una meta a alcanzar que se va realizando en el ejercicio del ministerio: «todos reciben el Espí­ritu como don y llamada a la santificación en el cumplimiento de la misión y a través de ella. Existe por tanto una relación í­ntima entre la vida espiritual del presbí­tero y el ejercicio de su ministerio, descrita así­ por el Concilio: «al ejercer el ministerio del Espí­ritu y de la justicia (cf. 2Cor 3, 8-9), (los presbí­teros) si son dóciles al Espí­ritu de Cristo, que los vivifica y guí­a, se afirman en la vida del espí­ritu. Ya que por las mismas acciones sagradas de cada dí­a, como por todo su ministerio, que ejercen unidos con el Obispo y los presbí­teros, ellos mismos se ordenan a la perfección de vida. Por otra parte, la santidad misma de los presbí­teros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio» (PDV 24). Al mismo tiempo «la relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal puede encontrar su explicación también a partir de la caridad pastoral otorgada por el sacramento del Orden. El ministerio del sacerdote, precisamente porque es una participación del ministerio salví­fico de Jesucristo Cabeza y Pastor, expresa y revive su caridad pastoral, que es a la vez fuente y espí­ritu de su servicio y del don de sí­ mismo» (PDV 24).

Así­ pues, el ejercicio del ministerio, vivido con la misma caridad pastoral de Jesucristo, va madurando al sacerdote, va formando en él la imagen cada vez más viva de Cristo, y hace que se vaya configurando, en un proceso siempre vivo y dinámico, con Cristo, Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia.

Este dinamismo de la vida sacerdotal ya quedó expresado el dí­a de la ordenación. El Obispo preguntaba si se estaba dispuesto a recorrer este camino de configuración con Cristo de esta manera: «¿Queréis uniros cada dí­a más a Cristo?». Y, después de que el elegido manifestara su asentimiento, el Obispo le indicaba que serí­a Dios el protagonista de este proceso de configuración con Cristo vivido dí­a a dí­a con estas palabras: «Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término». Esa obra buena comenzó el dí­a de su creación, siguió el dí­a de su elección bautismal, continuó con su elección sacerdotal -vocación al sacerdocio-y se actualiza permanentemente en la vocación constante -vocación en el ministerio- que Dios va haciendo a lo largo de toda su vida para que se plenifique totalmente como hombre y como sacerdote hasta llegar a la meta eterna. Y el itinerario a recorrer para llegar a ella es Cristo crucificado. De ahí­ que al recibir la patena con el pan y el cáliz con el vino el Obispo le indique el camino y el proceso a seguir: «Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor» (Ritual de Ordenes). Con estas palabras el Obispo expresa la dinámica existencial que arranca del sacramento del Orden.

Así­ pues, por una parte, en la ordenación termina un proceso formativo integral e inicial que preparaba al sacerdocio. Ahora, con la ordenación, comienza un proceso de maduración y crecimiento integral y permanente donde el sacerdote se va configurando cada dí­a más con Cristo Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia y de la humanidad, siendo por tanto, cada dí­a más fiel reflejo, más sacramento, más transparencia viva de su presencia y acción entre nosotros.

Y es el mismo ejercicio del ministerio, si se hace bajo la guí­a del Espí­ritu, el que sitúa en esta dinámica de crecimiento y de maduración interior y pastoral. En este sentido, se podrí­a decir que el presbí­tero va «presbiterándose» en el dí­a a dí­a de su ministerio, pues va configurándose a Cristo, va haciéndose cada vez más realidad en él las palabras del Apóstol «ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí­» (Gál 2,20).

La ayuda personal y estructural a los sacerdotes ha de ir encaminada, por tanto, a favorecer este proceso permanente de maduración y crecimiento integral -como personas, como cristianos y como sacerdotes-, y todo ello entendido como aspectos de un único proceso de realización personal. De esta forma, la finalidad de este servicio a los sacerdotes a su formación integral y permanente «debe ser el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación -humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su especí­fica orientación vital e í­ntima, a partir de la caridad pastoral y en relación con ella» (PDV 71).

6. Estí­mulo y ayuda al crecimiento y maduración pastoral permanente del presbí­tero
«Os daré pastores según mi corazón» (Jer 3,15) promete Dios a su pueblo. Los sacerdotes, como colaboradores de los obispos, han recibido la misma misión de Jesús, «el gran Pastor de las ovejas» (Heb 13,20). A ellos les encomienda el Señor hoy la misión de animar la nueva evangelización de esta humanidad. Así­, son empujados por el Espí­ritu para que mediante la caridad pastoral evangelicen a esta sociedad de forma actual, creí­ble y eficaz.

La formación permanente en esta dimensión pastoral mantendrá al sacerdote en esta «tensión misionera», en permanente escucha del Espí­ritu que guí­a a su Iglesia en la extensión del Reino de Dios.

a) Finalidad y objetivos de la formación pastoral
La Formación pastoral ha de proponerse, a través de las distintas modalidades que se puedan ofrecer, los siguientes objetivos: 1) Ayudar a que el presbí­tero vaya configurándose progresivamente como imagen transparente y viva de Jesús Buen Pastor. Para ello ha de ir creciendo y asimilando en el ejercicio de la caridad pastoral aquellas actitudes de Jesús, Pastor de su Iglesia y de la humanidad. De esta forma el presbí­tero irá creciendo en la sensibilidad del pastor, que lo capacite para asumir responsabilidades, sopesar problemas, establecer prioridades, elegir medios adecuados de solución desde la fe y según las exigencias de la pastoral (cf. PDV, 58). Sensibilidad pastoral que lo empuje a un mejor conocimiento de la situación de los hombres a quienes es enviado, al discernimiento del Espí­ritu en las circunstancias históricas, a la búsqueda de métodos y formas más adecuados para ejercer hoy el ministerio (PDV, 72); 2) Ayudar a buscar y vivir una pastoral actual, creí­ble y eficaz. Se trata de que el sacerdote, a través de la formación permanente pastoral, vaya conectando con aquellos signos evangelizadores de Jesucristo y los Apóstoles, que garantizan y certifican a los enviados por Dios en medio de su pueblo para apacentar el rebaño. De esta forma su misión será siempre actual, creí­ble y eficaz; 3) Aprender a crecer como pastores en un nuevo estilo ministerial de evangelización que ayude a la instauración y extensión del Reino de Dios.Ante el desafí­o de una «nueva evangelización», se impone un tipo de formación que entrañe la radicalidad evangélica, descubran a Cristo como el Señor de esta Historia, busquen los modos de hacer evidente y atractiva la Buena Noticia para este mundo de hoy y faciliten el encuentro con la justicia y la pobreza.

Por ello, la Formación pastoral pondrá en común las experiencias pastorales y evangelizadoras que se estén realizando y será foro para intercambio de proyectos y de acciones y acogerá los logros y los intentos de una Iglesia en la frontera de la misión; será ocasión de descubrir los recursos que cada edad y cada experiencia tienen para poder vivir un nuevo proyecto ministerial actualizado, así­ como de aquilatar más los proyectos y las acciones que se lleven a cabo comunitariamente (diócesis, arciprestazgo, sector…) y facilitará avanzar en mini-especializaciones en la dedicación pastoral, cada vez más necesarias.

Otros fines de la formación pastoral pueden ser los siguientes: 1) Profundizar en el análisis de los problemas y de las posibilidades evangelizadoras que el actual contexto socio-cultural plantea a la fe cristiana eclesial, para deducir con efectividad conclusiones y programaciones de pastoral evangelizadora. Aprender a objetivar las situaciones según sus verdaderas causas sociales, culturales y personales, y a saber leerlas a la luz de la fe y de la esperanza que nos testimonia la Historia de la Salvación; 2) Promover la búsqueda de nuevos modos de acogida, aproximación personal, diálogo pastoral y métodos de «nueva apologética», como medios de evangelización; 3) Adiestrar para poder presidir comunidades maduras yen la guí­a pedagógica de los grupos cristianos hacia esa madurez, mediante nuestro servicio a la Palabra, a los Sacramentos y a la comunión de las personas y grupos; 4) Educar para compartir corresponsablemente la misión con presbí­teros, religiosos/as y seglares en la pastoral de conjunto y para acompañar individual y asociadamente al laicado en sus compromisos seculares; 5) Avanzar en la catequesis misionera y en la pedagogí­a evangelizadora de la religiosidad popular; 6) Progresar en el acercamiento de grupos y comunidades eclesiales hacia el compromiso con los pobres, hacia los paí­ses del Tercer Mundo y hacia iniciativas de reconciliación social; 7) Apoyar y animar nuevos compromisos misioneros entre los sacerdotes.

De todo lo expuesto hasta aquí­ se deduce que la formación pastoral no puede reducirse a un simple aprendizaje, dirigido a familiarizarse con una técnica pastoral, sino que es fundamentalmente un modo de ser y de estar entre los hombres y con los hombres, que le lleva a actualizar los sentimientos y actitudes de Cristo buen Pastor: «tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). La formación pastoral ha de ayudar a que el sacerdote, fundado siempre en claras motivaciones de fe y de exigencia evangelizadora, salga al encuentro de los hermanos para llevar a cabo la misma misión de Cristo. La formación pastoral se desarrolla, pues, mediante la reflexión madura y la aplicación práctica de criterios y decisiones tomadas a la luz de la caridad pastoral.

b) Contenidos de la formación pastoral
Por todo ello, además del asesoramiento personal y el acompañamiento pastoral por parte del Obispo y de los colaboradores designados al afecto, se requiere una profundización en aspectos básicos de formación pastoral, entre los que hay que destacar los siguientes: 1) Fundamentos bí­blicos y magisteriales de la pastoral; 2) Análisis evangélico de la sociedad actual; 3) El discernimiento evangélico y la planificación pastoral; la programación pastoral; concepto de evangelización misionera y sus contenidos fundamentales; 4) La estructura sacramental de la Iglesia y su hacer evangelizador; 5) La diaconí­a evangelizadora en un mundo injusto y desigual: el servicio a los pobres; 6) La doctrina social de la Iglesia; 7) La ministerialidad eclesial y el ministerio ordenado; 8) La pastoral catequética; 9) La iniciación cristiana; 10) La pastoral sacramental y litúrgica; 10) Cómo establecer y acompañar pastoralmente a comunidades cristianas maduras; 11) Promoción, formación y acompañamiento de los laicos; 12) La presidencia de los arciprestazgos; 13) El acompañamiento a los agentes de pastoral de los diversos sectores; 14) El uso pastoral de los Medios de comunicación social, etc.

c) En conclusión
Al comienzo de este artí­culo recordaba que la atención y ayuda al crecimiento y maduración integral de los presbí­teros era calificada por el Santo Padre como tarea de máxima importancia para el futuro de la Iglesia y de la evangelización. Después de este recorrido, que ha querido poner de manifiesto las dimensiones, formas y responsables de esta urgente pastoral de los presbí­teros, sólo me queda volver a dejar la palabra al Santo Padre que exhorta a todos para que ninguna circunstancia ni dificultad impida esta ayuda al crecimiento, formación y maduración integral y permanente de los presbí­teros.

Así­ pues, nos dice: «Las condiciones en las que, con frecuencia y en muchos lugares, se desarrolla actualmente el ministerio de los presbí­teros no hacen fácil un compromiso serio de formación: el multiplicarse de tareas y servicios; la complejidad de la vida humana en general y de las comunidades cristianas en particular; el activismo y el ajetreo tí­pico de tantos sectores de nuestra sociedad, privan con frecuencia a los sacerdotes del tiempo y energí­as indispensables para «velar por sí­ mismos» (cf. 1Tim 4,16).

Esto ha de hacer crecer en todos la responsabilidad para que se superen las dificultades, e incluso que éstas sean un reto para programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad de las expectativas y exigencias de nuestro tiempo» (PDV 78).

Por eso insiste el Papa: «Es responsabilidad de cada sacerdote, de su obispo y de la propia comunidad eclesial a la que sirve, procurar los medios necesarios para poder dedicar parte del tiempo a la formación en los diversos campos durante toda la vida, sin que este importante deber se vea impedido por las diversas y numerosas actividades que la vida pastoral conlleva ni por los compromisos que configuran la misión sacerdotal» (Juan Pablo II a los Obispos españoles en su Visita «ad limina», 29-9-97 (Ecclesia, 2.862, 1997, 2).

BIBL. – Sacerdotes, dí­a a dí­a, Madrid 1995. La Formación Humana de los sacerdotes según «Pastores daba vobis», Madrid 1994. La Formación espiritual de los sacerdotes según «Pastores dabo vobis», Madrid, 1995. La Formación Espiritual de los sacerdotes según «Pastores daba vobis», Madrid 1996. La Formación Intelectual de los sacerdotes según «Pastores dabo vobis», Madrid 1996. Plan de Formación permanente integral. Proyecto de las Delegaciones para el clero de Andalucí­a. 2000. Fco. JAVIER DIAZ LoRITE, San luan de ívila y «Pastores dabo vobis». Actas del Congreso Internacional «El Maestro ívila», Madrid 2001.

Fco. Javier Dí­az Lorite

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización