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PROCESIONES

PROCESIONES

(v. liturgia, religiosidad popular, Trinidad)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

En la doctrina trinitaria clásica el término procesiones (processiones, productiones) sirve para indicar los procesos vitales en Dios, que son la generación, en lo que respecta a las relaciones entre el Padre y el Hijo, y la espiración, en lo que respecta a las relaciones Padre-Hijo y Espí­ritu Santo (tradición latina); la tradición oriental, que acentúa las relaciones entre el Padre y el Espí­ritu con la mediación del Hijo, no utiliza el término espiración, sino el de procesión. El mismo término procesión, ekporeusis en griego, se emplea también en Oriente para especificar la relación entre el Padre y el Hijo.

La doctrina de las procesiones es un intento de ilustrar los procesos vitales en Dios por parte de la teologí­a clásica. Por tanto, conviene señalar cuanto antes los fundamentos de esta doctrina. Se trata ante todo de una doctrina analógica que intenta decir la realidad que representa, pero siempre de una forma inadecuada: en efecto, hablar de procesiones dentro de la Trinidad podrí­a hacer pensar espontáneamente en un discurso humano que recuerda procesos de generación. Hay, por el contrario, una singularidad absoluta en la doctrina de las procesiones. Deben entenderse siempre como algo que tiene lugar dentro de la esencia divina: son, por tanto, actos eternos, lo mismo que son eternas las personas trinitarias : por eso mismo se refieren siempre al dinamismo espiritual y eternamente vivo que no sufre variaciones temporales.

Por consiguiente, no existe ningún desarrollo de la esencia divina: las procesiones que se atribuyen a las personas divinas hacen referencia a la estructura esencial de Dios y determinan la esencia divina en su unicidad y eternidad. Especifican a los Tres de la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espí­ritu Santo son juntamente el único Dios. Sin embargo, la doctrina clásica de las procesiones no puede comprenderse más que en relación con la explicación trinitaria de conjunto (apropiaciones, nociones, relaciones, personas, misiones).

Con todo, si no se quiere caer en un formalismo abstracto, esta doctrina debe permanecer siempre vinculada al acontecimiento cristológico-pneumatológico y encontrar en él su fundamento. Es decir, la doctrina de las procesiones resulta ser el intento de explicación de las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espí­ritu que se manifiestan en los acontecimientos de la historia de la salvación: cuando la teologí­a perdió de vista esta vinculación, la doctrina de las procesiones corrió el riesgo (sobre todo en la teologí­a occidental) de caer en un formalismo abstracto y de hecho va no se supo ilustrar dinamicamente la Trinidad. Parecí­a como si hablar de generación y de espiración fuesen maneras tautológicas de expresar la esencia divina, a pesar de que la Tradición enseñaba claramente que se referí­an a las Personas en Dios.

Por lo que se refiere al ví­nculo Padre- Hijo, la primera procesión trinitaria recibe el nombre de generación. El dato bí­blico neotestamentario manifiesta cómo Dios es siempre el Padre de nuestro Señor Jesucristo. El Padre representa siempre el polo central de la existencia de Jesús tanto en su predicación y en su oración como en la historia de su pasión-muerte-resurrección. Jesús es el unigénito que está en el seno del Padre (Jn 1,18): el camino de Jesús es un viaje que parte del Padre para volver al Padre (Jn 16,28). La tradición eclesial ha intentado entonces captar esta relación utilizando conceptualmente la categorí­a de generación para expresar estos tipos de relación, pero especificando enseguida que se trata de una generación totalmente distinta del modelo de la generación humana. Estamos aquí­ en el ámbito de una generación espiritual, va que el Padre es no-engendrado y él Hijo es Aquel que es engendrado, no-creado. El acto del engendrar es propio del Padre: la tradición es unánime a la hora de afirmar que las procesiones se refieren a las personas y no a la esencia divina.

La generación es un proceso vital de la persona del Padre y no de la naturaleza divina en cuanto tal.

La relación Padre-Hijo y Espí­ritu Santo, que constituye la segunda procesión, recibe el nombre de espiración (teologí­a latina) o de procesión (teologí­a oriental). Esta segunda relación traduce los procesos vitales en Dios en relación con el Espí­ritu Santo. En la perspectiva neotestamentaria (sobre todo en la de Juan) el Espí­ritu Santo aparece siempre vinculado a Jesús, enviado por el Padre a través de Jesús. La teologí­a latina, sobre todo en su tradición agustiniana y tomista, ha puesto de relieve la procesión del Espí­ritu Santo del Padre y del Hijo. Agustí­n introduce respecto al Espí­ritu la categorí­a de donum y de caritas: Anselmo introduce el concepto de espiración : el Padre y el Hijo espiran al Espí­ritu Santo como fruto de su mutuo amor. Tomás de Aquino considera al Padre y al Hijo como único principio de la espiración del Espí­ritu Santo (Comnzent. in Sent. 1, d. 1 1, q. 1, a. 4c). El Amor entre el Padre y el Hijo (siempre según santo Tomás es una persona en sí­ misma, tiene el carácter de la subsistencia, pero no de la misma subsistencia del
Padre y del Hijo (S Th. 1, q. 37). Tomás habla ae las procesiones en la q. 27 de la Summa Theologiae (1 pars); su razonamiento es lineal: se sirve de la imagen psicológica, derivada de Aristóteles, pero debidamente corregida, para concluir que la procesión del Hijo a partir del Padre tiene lugar por ví­a intelectiva y es análoga a la generación de la idea a partir del entendimiento (1, q. 27), mientras que la procesión del Espí­ritu Santo se realiza por ví­a de apetito o de volición y es análoga al amor del alma cuando se mueve por un acto de volición para adherirse al objeto conocido y por tanto amado. La diferencia substancial entre la analogí­a psicológica y las procesiones trinitarias está en que, en el caso de Dios, tenemos dos amantes, Padre e Hijo, pero un único amor subsistente, el Espí­ritu Santo. Para Tomás, como para toda la tradición latina, la segunda procesión ve así­ al Padre y al Hijo como único principio y al Espí­ritu Santo como término.

La tradición oriental contempla un procedimiento diferente, aunque no es una operación correcta la de esquematizar y dividir las dos tradiciones. Hay autores orientales contemporáneos, como Sergio Bulgakov, que opinan que, respecto a la procesión del Espí­ritu Santo, no existe en Oriente una doctrina patrí­stica unánime, En la era patrí­stica la procesión del Espí­ritu Santo se atribuí­a ciertamente de modo principal al Padre, pero el Espí­ritu Santo pertenece también al Hijo (Capadocios, Epifanio). Sin embargo, la manera de concebir la Trinidad en la tradición oriental induce sin más a destacar la primací­a del Padre en la procesión del Espí­ritu Santo. Por eso mismo, la imagen que prevalece es la de la ekporeusis del Espí­ritu, que conoce también la mediación del Hijo. La razón formal de las procesiones intratrinitarias se ve, en esta concepción, en el amor de Dios que se derrama; de esta manera la procesión del Espí­ritu Santo llega a manifestar mejor la singularidad de las Personas trinitarias.

La procesión del Espí­ritu Santo ha sido motivo de discusión y también de división entre Oriente y Occidente. Si es verdad, como lo es, que la cuestión del Filioque fue ocasión de discordia por motivos polí­tico-eclesiásticos, que en algunos momentos tení­an muy poco que ver con la ortodoxia, también es exacto reconocer que son diferentes las concepciones teológicas que subyacen a esta disputa. La fórmula Filioque da a entender una manera especí­fica de concebir la procesión del Espí­ritu Santo del Padre y del Hijo como de un único principio más todaví­a una manera distinta de ilustrar el pensamiento trinitario. Actualmente, algunos estudiosos de la pneumatologí­a como Congar, Bouyer Muhlen, reconocen abiertamente los lí­mites estructurales de la teologí­a latina, sobre todo cuando, en casos especí­ficos como en san Anselmo, se concebí­a la procesión del Espí­ritu Santo no ya a partir de las personas sino de la esencia de Dios, sin salvaguardar lo que en san Agustí­n estaba claro, a saber que el Espí­ritu Santo procede principaliter a Patre.

La necesidad de sacar a la teologia latina del «callejón sin salida» en que se habí­a metido -como afirma Bouyer- pasa a través de un replanteamiento más profundo, que intente destacar más las virtualidades inherentes a las diversas teologí­as y no tanto los meandros por los que se han perdido, Es precisamente la diversidad del modo de concebir la procesión del Espí­ritu Santo lo que hace resaltar más la urgencia de un mutuo enriquecimiento de las tradiciones teológicas, para que la cristiandad pueda volver a respirar plenamente a dos pulmones, el de la teologí­a latina y el de la teologí­a oriental.

N Ciola

Bibl.: J. M. Rovira Belloso, Procesiones divinas, en DTDC, 1 132-1 143; AA.VV , Dios es Padre, Secretariado Trinitario, Salamanca 1991; O. González de Cardedal, Misterio trinitario y existencia humana, Rialp, Madrid 1966; J Auer, Dios uno y trino, Herder, Barcelona 1981 , 293-312;.’N, Kasper, El Dios de Jesucristo, Sí­gueme, Salamanca ‘1990 315ss

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico