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Acción y efecto de ofender a una colectividad en sus creencias y sentimientos religiosos (sagrados) por la irreverencia o desprecio con se tratan los objetos, las personas o las acciones que ellas asociación a los trascendente. La profanación tiene un doble sentido: el religioso y se convierte en un sacrilegio, en una ofensa a lo divino; y el social, que supone una indignidad o una ofensa a las personas.
Los Estados que conservan alguna referencia a la religión, aunque no sea más que por respeto a los ciudadanos si son mayoría en determinada creencia, persiguen las conductas irreverentes con los signos religiosos. Si son radicalmente laicos o ateos, al menos deben exigir el respeto por imperativo social y en defensa de la dignidad de los ciudadanos.
Surge algún problema cuando los Estados deben reprimir aspectos que algunas confesiones religiosas (iglesias, sectas, grupos particulares, posturas personales) atribuyen valor religioso y no asumen plenamente los derechos humanos: derecho a la igualdad, si no respetan el trato igual entre hombre y mujer; respeto a la vida, si no admiten transfusiones de sangre; respeto a la intimidad, si promueven la poligamia, la esclavitud, la pederastia. En todo lo que esos derechos queden afectados por actitudes éticas o religiosas particulares deben ser desatendidos su promotores; no resulta profanación si se reprimen incluso coactivamente por el simple principio de que la dignidad del hombre, como su vida y su libertad, deben ser protegidas, incluso aunque se pretenda renunciar a ellas.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
En sentido estricto, es la acción con que se hace profana una realidad considerada como sagrada (lugar, tiempo, persona). En sentido antropológico e histórico-religioso, profanar una cosa significa hacerle perder su carga de poder, hacerla inadecuada para mediar la relación con el orden de la realidad percibido como «otro».
Desde el punto de vista de una fe cristiana adulta, esta definición es hoy menos segura, va que, aunque la experiencia de lo sagrado sea en cierto modo propedéutica a toda auténtica experiencia religiosa, el acontecimiento de Jesús ha deslegitimado en su raíz toda distinción de principio entre lo sagrado y lo profano, por lo que en la realidad humana va no hay nada sagrado, si por sagrada hay que entender algo separado, trascendente, reservado: y ya no hay nada profano en el sentido de extraño o de opuesto a la salvación más que el mal, que es una realidad que hay que combatir; sólo existen realidades que evocan más inmediatamente el misterio de la salvación y otras en las que este misterio todavía no resulta tan visible y operante, por lo que requieren una fuerte inversión en términos de amor y de inteligencia salvífica.
Es muy difícil que una realidad totalmente aferrada por la salvación pueda ser «profanada».
En sentido amplio, se entiende también por profanación un acto culpable, que se hace todavía más grave por ir en contra de una ley particular de amor y de respeto: y también cualquier uso indebido de ideas o realidades o referencias propias del orden de la salvación.
Al menos desde el punto de vista del sujeto que actúa, la profanación puede ser, por consiguiente. cualquier comportamiento que desconozca deliberadamente la dignidad y la realidad profunda del ser humano.
L. Sebastiani
Bibl.: H. E. Cox, La ciudad secular, Barcelona 1973: J, B. Metz, Teología del mundo, Sígueme, Salamanca 1970; T, Luckmann, La religión invisible, Sígueme, Salamanca 1973; M. Benzo, Hombre profano – hombre sagrado, Cristiandad, Madrid 1979; J Martín Velasco, Introducción a la fenomenología de la religión, Cristiandad, Madrid 1983.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico