PROFECIA, PROFETA

Tres términos particulares en hebreo se utilizan para designar a los profetas. El más usual es nabhi, que se usa unas 300 veces en el AT. Esta palabra viene de una raí­z que significa †œllamar†, o †œuno que es llamado†. Los otros dos son ra†™ah y hazah, ambos relacionados con la idea de †œver† y traducidos al castellano como †œvidente†. También se les llama ish elohim (varón de Dios). En la Septuaginta, la palabra nabhi se traduce al griego como prophetes, es decir, †œalguien que habla a nombre de†. El NT hereda este uso.

El profeta era una persona que recibí­a una revelación de Dios y la transmití­a a los hombres. La condición de profeta era un llamamiento directo de Dios, no se heredaba. No pertenecí­a, entonces, a ningún linaje especial. Podí­a ser un sacerdote, como †¢Jeremí­as, o un pastor, como †¢Amós. El mensaje que Dios le revelaba muchas veces no era del agrado del profeta mismo, pero tení­a que trasmitirlo de todas maneras. Tampoco agradarí­a a los oyentes, pero no podí­a evitar pronunciarlo. Algunos profetas, mientras ejercí­an su ministerio, eran considerados como asesores reales, como fue el caso de †¢Natán e †¢Isaí­as. Otros, sin embargo, fueron rechazados y perseguidos.
cuanto al origen de la profecí­a en Israel, algunos eruditos han sugerido que este pueblo seguí­a un patrón establecido en otros paí­ses del Oriente Medio, ya fuera Canaán, o Mesopotamia, o Egipto. Ciertamente, en esos paí­ses existí­an personas especializadas en adivinación y augurios (†¢Magia. Magos). Pero la opinión de un amplio sector de especialistas es que el fenómeno del profetismo israelita es único en su clase. En los profetas encontramos una revelación sobre el sentido de la historia, mucho más allá de los oráculos resultantes de consultas circunstanciales. Ellos presentan a un Dios que controla los acontecimientos y los lleva a un fin preparado por él. Como él es el señor de la historia, Dios prohibió totalmente la práctica de la adivinación (†œEl hombre o la mujer … [que] se entregare a la adivinación ha de morir† [Lev 20:27]; †œNo seréis agoreros† [Lev 19:26]). El deseo o la necesidad sentida de conocer el futuro es algo natural en el hombre y no ofende a Dios. Lo que sí­ lo ofende es que se pregunte a otro que no sea él sobre el particular, porque él es el único que lo conoce y convida al hombre a inquirir ante él. †œAsí­ dice Jehová, el Santo de Israel, y su Formador: Preguntadme de las cosas por venir† (Isa 45:11). El profeta o vidente, sin embargo, serví­a también al pueblo como medio de consulta a Dios aun para cosas de la vida común (†œAntiguamente en Israel cualquiera que iba a consultar a Dios, decí­a así­: Venid y vamos al vidente; porque al que hoy se llama profeta, entonces se llamaba vidente† [1Sa 9:9]). Es por eso que †¢Saúl acude a Samuel para que le ayude a encontrar unas asnas perdidas (1Sa 9:10-27).

Pertinencia. Los profetas eran hombres y mujeres que hablaban a las personas de su tiempo, mayormente sobre asuntos pertinentes para su tiempo pero que tení­an y tienen una proyección hacia el futuro. Esa proyección es una parte de la profecí­a, no su totalidad. No se debe, entonces, entender que profetizar sólo significa predecir. Sin embargo, la predicción es parte esencial y verificativa de la legitimidad del profeta (†œ… si se cumpliere la señal o prodigio que él anunci󅆝 [Deu 13:2]). Dios declaraba su mensaje al profeta sobre temas muy vivos y candentes en los momentos de sus vidas, así­ como les hablaba también sobre los eventos del porvenir. Lo que constituye el ministerio profético es la proclamación de †œla palabra de Jehovᆝ. Esa palabra era dada, no para satisfacer curiosidades †œfuturí­sticas†, sino para buscar cambios en la conducta de los que oí­an o leí­an la profecí­a en el momento de ser emitidas. Esos cambios podí­an significar arrepentimiento o, cuando se hablaba de glorias futuras, buscaba como resultado inmediato la consolación.

Obra del Espí­ritu. La profecí­a era una de las manifestaciones del Espí­ritu Santo. Se nos dice de †¢Saúl que †œel Espí­ritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó† (1Sa 10:10). David llegó a decir: †œEl Espí­ritu de Jehová ha hablado por mí­, y su palabra ha estado en mi lengua† (2Sa 23:2). Ezequiel testifica: †œY luego que me habló, entró el Espí­ritu en mí­ y me afirmó sobre mis pies…. Y me dijo: Hijo de hombre, yo te enví­o a los hijos de Israel…† (Eze 2:2-3). Sin embargo, el mismo Espí­ritu dotaba a otras personas para diferentes funciones, como en el caso de †¢Bezaleel, que fue †œllenado del Espí­ritu de Dios† para la obra del †¢tabernáculo (Exo 31:1-3). Lo que hace al profeta, entonces, es la revelación del mensaje divino, que le permití­a decir: †œPalabra de Jehovᆝ (Isa 28:14).

La inspiración. La forma en que Dios revelaba su mensaje a los profetas variaba de una a otra persona y de una a otra situación. No es posible discernir el mecanismo por el cual el Espí­ritu Santo producí­a en seres humanos el fenómeno de la inspiración. Pero por su comunión con Dios, el profeta era hecho partí­cipe de sus †œsecretos† (Jer 23:21-22). Y es en el devenir de esa experiencia í­ntima que recibe †œla palabra de Dios†, quien se place en comunicar de antemano a sus siervos lo que va a hacer (†œPorque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas† [Amo 3:7]). Los hebreos consideran a Moisés el profeta por antonomasia, porque Dios le hablaba †œcara a cara† (†œCuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así­ a mi siervo Moisés…. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras† [Num 12:6-8]). De manera que la comunicación de la palabra de Dios se realizaba por medio de visiones y sueños. La llegada de éstos al profeta se producí­a sin contar con su propia voluntad, ya fuera que estuviera despierto o durmiendo. Pero también se podí­a inducir su arribo, pidiendo el profeta a Dios que le hablara. En esos momentos, se consideraba que la música podí­a ayudar a la búsqueda de un estado psicológico favorable para la revelación. Por eso †¢Eliseo pidió en una ocasión que le trajeran un tañedor. †œY mientras el tañedor tocaba, la mano de Jehová vino sobre Eliseo† (2Re 3:15). Este mismo profeta tení­a una enorme capacidad de telepatí­a. A un rey sirio se le dijo que habí­a en Israel un varón que †œdeclara al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta† (2Re 6:12).

Formas. En muchas ocasiones la visión se producí­a en momentos de †¢éxtasis, como el caso de los ancianos de Israel en Num 11:24-29; o el ejemplo de Balaam, el varón †œcaí­do, pero abiertos los ojos† (Num 24:3-4); o los profetas que encontró Saúl (1Sa 10:5). En cuanto a las †œfiguras†, es una referencia al uso de parábolas y sí­miles (†œ… he hablado a los profetas, y aumenté la profecí­a, y por medio de los profetas usé parábolas† [Ose 12:10]). †¢Ezequiel usa muchos de ellos, como es el caso de †œlas dos águilas†, que se plantea en Eze 17:1-24. En algunas ocasiones no es fácil advertir el sentido en otro idioma que no sea el hebreo, porque se trata de juegos de palabras que guardan semejanzas entre sí­ pero que no se parecen cuando son traducidas. Por ejemplo, en el libro de †¢Amós, Dios le pregunta al profeta: †œ¿Qué ves, Amós? Y respondí­: Un canastillo de fruta de verano. Y me dijo Jehová: Ha venido el fin sobre mi pueblo Israel; no lo toleraré más† (Amo 8:2). †œFruta de verano†, en hebreo, es kitz. Y la palabra †œfin† es keetz. Luego, lo que se quiso expresar era que así­ como el verano es el tiempo de la madurez de las frutas, Israel estaba maduro ya para recibir su castigo. En otras circunstancias el profeta mismo se veí­a convertido en figura (†œ… porque por señal te he dado a la casa de Israel† [Eze 12:6]). Dios ordenó a Isaí­as que anduviera †œdesnudo y descalzo† en cierto momento (Isa 20:1-2). Ezequiel recibió instrucción de Dios de acostarse sobre su †œlado izquierdo† y luego sobre el derecho durante cierto tiempo, como una señal para los israelitas en el exilio (Eze 4:1-7).

Libertad del profeta. Una vez recibido el mensaje de Dios, el profeta no perdí­a el control de su propia personalidad. Su libertad no se coarta, puede decidir dar el mensaje o no darlo. †¢Jonás no querí­a proclamar la palabra de Dios y huyó, pero el Señor le alcanzó y finalmente, arrepentido, fue y predicó en Ní­nive. Jeremí­as sufrió terriblemente a causa de la dureza del mensaje que tení­a que trasmitir, pero finalmente tuvo que hacerlo (†œY dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, habí­a en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos, traté de sufrirlo, y no pude† [Jer 20:9]). Incluso se establecí­a a veces una especie de diálogo entre Dios y el profeta, muchas veces resistiéndose éste a realizar la encomienda. El profeta no era un filósofo, ni un teólogo. Como conocedor de la persona de Dios, estaba familiarizado con sus caminos, pero el foco de su atención estaba en que se cumpliera la voluntad divina. Su mensaje era siempre de enfrentamiento con la sociedad, a la cual sacaba en cara sus males y le mostraba la senda del retorno a Dios.

Escritos. Se sabe de la existencia de libros atribuidos a profetas, como †¢Natán y †¢Semaí­as, cuyas obras sirvieron parcialmente como fuente para los escritores de Reyes y Crónicas (1Re 12:22; 2Cr 11:2-4; 1Cr 29:29). Pero no todos los profetas eran escritores. Los que han llegado a nuestras manos fueron el resultado a) del trabajo directo de un profeta; b) del trabajo de un amanuense a quien el profeta le dictaba, como Jeremí­as a †¢Baruc; o c) del trabajo de recopilación hecho por distintas personas, probablemente discí­pulos del profeta. Estos últimos, llamados †œhijos de los profetas† 2Re 2:15), formaban grupos que acompañaban al siervo de Dios, aprendí­an de él y le serví­an. El varón de Dios no andaba siempre solo. Los soldados que Saúl envió a matar a David en casa de Samuel se encontraron con †œuna compañí­a de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí­ y los presidí­a† (1Sa 19:20).

Falsos profetas. Habí­a, naturalmente, muchos profetas falsos en Israel, que hablaban tanto a nombre de Baal como a nombre de Jehová. Ya hemos dicho que una manera de saber si el profeta era verdadero consistí­a en verificar si se cumplí­a lo que anunciaba. Pero ese no era el único criterio. Satanás, experto en imitaciones, podí­a hacer que alguno de sus siervos tuvieran éxtasis como un profeta verdadero y, además, que anunciaran cosas que podí­an cumplirse, con fines de engañar. Dios permití­a que esto aconteciera (†œCuando se levantare en medio de ti profeta … y te anunciare señal o prodigios, y se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos … no darás oí­do a las palabras de tal profeta … porque Jehová vuestro Dios os está probando…† [Deu 13:1-3]). La piedra de toque para detectar la falsedad de un profeta es la sanidad de la doctrina. Nadie, por más capaz que sea de predecir acontecimientos, debe ser oí­do si en lo que dice hay algo que nos aparta de Dios.
el NT, el derramamiento del Espí­ritu Santo reactivó el don de la profecí­a, que estaba dormido en Israel desde tiempos de †¢Malaquí­as (o Esdras). Se cumplí­a así­ la promesa del Señor (†œDerramaré de mi Espí­ritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán† [Joe 2:28; Hch 2:17]). El eslabón unificador con la tradición profética veterotestamentaria lo fue Juan el Bautista, pero el ministerio mismo del Señor Jesús y sus discí­pulos fue profético. La iglesia primitiva disfrutó de este don abundantemente. Pablo escribe a los Corintios que el Espí­ritu Santo daba a uno ciertos dones y a otro †œel hacer milagros; a otro, profecí­a…† (1Co 12:10). De hecho, el ejercicio de este don era algo muy apreciado (†œSeguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis† [1Co 14:1]). La frecuencia de este don en aquellos dí­as se ve en versí­culos como Hch 11:27 (†œEn aquellos dí­as unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquí­a†). En el ministerio de †¢Agabo, quien predijo que vendrí­a una gran hambre en la tierra, lo cual motivó a que los hermanos de Antioquí­a decidieran enviar una ofrenda a los santos en Jerusalén (Hch 11:27-30). †¢Felipe el evangelista tení­a †œcuatro hijas doncellas que profetizaban† (Hch 21:8-9). En el devenir de los siglos este don se ha hecho cada vez más escaso en la iglesia. Incluso algunos sugieren que no es necesario, puesto que ya se completó el canon del NT, en el cual se encuentra toda la revelación de Dios. Se fundamenta esta opinión en 1Co 13:8 (†œEl amor nunca deja de ser; pero las profecí­as se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabarᆝ). Sin embargo, hay que recordar que el don de la profecí­a lo otorga el soberano Dios, a la persona que quiere, en el lugar que escoge y en el momento histórico que le parece más conveniente.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano