PROFETISMO

[013]

El profetismo en Israel fue una forma de expresar el contacto de Dios con lo hombres y de los hombres con Dios. Hubo profetas desde los primeros tiempos, según las referencias bí­blicas, como era frecuente en todos los pueblos orientales antiguos. Pero profecí­a no implicaba primordialmente «anuncio del porvenir». Habí­a augurios conminatorios y habí­a visiones, reclamos y anuncios. Pero sobre todo la misión del profeta era reconducir al pueblo en sus descarrí­os. La amenaza era un recurso. Pero también lo era la recomendación, la plegaria y el aviso de la recompensa y del perdón.

Los profetas primitivos, antes de Salomón, era mirados más como videntes de cosas divinas, como pastores pueblo. El profetismo es una predicación de parte de Dios, que solí­a hacerse ocasionalmente: Jacob, José, Moisés, Josué, Samuel. Así­ semantuvo el profetismo hasta Natán.

Luego se profesionalizó la «profesión profética». Hubo comunidades de profetas. Los hijos de los profetas era una clase social que viví­a en un santuario y comí­a de los sacrificios ofrecidos. En el Templo se organizaron los grupos sacerdotales. Las comunidades proféticas estaban lejos y caminaban por libre, sobre todo en el Reino del Norte, que se mantení­a lejos del Templo y ajenas a Jerusalén. Así­ hay que entender a Elí­as y a Eliseo y sus correrí­as hasta Damasco.

Desde el siglo VII el profetismo se presentó como un carisma de Yaweh para anunciar a su pueblo la conversión y la salvación y ocasionalmente el castigo. Entonces los profetas escribieron, como Isaí­as y Jeremí­as. O sus profecí­as terminaron conservándose escritas, como aconteció a los demás. Desde el siglo VII a de C. la serie de los profetas bí­blicos se consideró condensada en los doce menores y cuatro mayores, cuyos libros forman la Biblia. Pero con seguridad hubo bastantes más. (Ver Profetas)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Intérpretes de la Palabra que ilumina los acontecimientos

En la Sagrada Escritura, «los profetas» son los transmisores e intérpretes de la Palabra de Dios, aplicada a situaciones concretas de la historia de salvación o también sosteniendo las esperanzas mesiánicas, garantizadas a veces con signos y predicciones. El profeta es el «vidente» («nabí­») y el que habla en nombre de Dios Salvador para transmitir un mensaje a su pueblo. Se ha sentido «seducido» por Dios (Jer 20,7) y es siempre un «servidor» de Dios y de su Pueblo (cfr. Am 3,7), «enviado» con la fuerza del Espí­ritu (cfr. Is 61,1).

Este profetismo del Antiguo Testamento se inspira en las promesas hechas por Dios a Abrahán, recordando que la salvación mesiánica es para «todas las naciones de la tierra» (Gen 12,3). Por esto, el pueblo de Israel es invitado a ser fiel a la esperanza mesiánica, para presentarse como «una bandera izada» que sostiene la esperanza mesiánica de la humanidad (Is 11,12).

El profeta ayuda a leer los acontecimientos. Ellos hablan especialmente en momentos de desgracias, guerras y exilio. El tiempo presente se lee a la luz de un futuro mesiánico. Dios puede transformar el «exilio» en «redención». Por esto, invitan a recorrer nuevamente el camino del «desierto», por un proceso de conversión, que ayude a escuchar la voz de Dios que habla al corazón de su pueblo (Os 2,16-21).

El profetismo es una actitud de denuncia, señalando los defectos y recordando que siempre hay motivo de esperanza. Los profetas de desventuras, que se cierran a la esperanza salví­fica y mesiánica, no son auténticos. La urgencia profética se basa en el amor y la fidelidad del Dios «Esposo» de la Alianza, que recuerda a su esposa un pacto de «amor eterno» (Jer 31.2). La esperanza mesiánica, según los profetas, se recupera siempre por una actitud de reconocer los propios pecados pidiendo perdón al Señor. En el Nuevo Testamento, todo bautizado es llamado se profeta (cfr. Hech 2,17; Joel 3,1-5), aunque puede hablarse también de un carisma profético especial que es don del Espí­ritu Santo (cfr. 1Cor 14,3; Ef 4,11).

Profetismo cristiano

Actualmente se habla de profetismo en sentido analógico, como actualización del profetismo de la historia de salvación. Profeta es quien sabe decir la verdad, urgir a sus exigencias, denunciar sus tergiversaciones y las injusticias, ofreciendo siempre el perdón y la reconciliación… Pero esto tiene lugar especialmente con el anuncio del Evangelio, con la disponibilidad de dar la vida por el martirio. «El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmi¬tir a los demás» (EN 78).

El profetismo cristiano se basa en las «bienaventuranzas», donde aparece el autorretrato de Jesús, profeta de Nazaret. Se invita a entrar en la nueva ley del amor, a partir del desprendimiento de todo lo que sea obstáculo para hacer de la vida una donación entre hermanos. Estos valores evangélicos son anunciados principalmente por quienes se deciden a seguir radicalmente a Cristo.

El profeta cristiano sigue la dinámica de la Palabra de Dios, personificada en Jesús, el Verbo encarnado apertura a la Palabra tal como es, contemplándola en el corazón y en la vida, para anunciarla a toda la humanidad y en toda circunstancia, en un camino escatológico y esperanzador hacia la visión y encuentro del más allá.

Referencias Antiguo Testamento, anuncio, bienaventuranzas, Escritura, magisterio, martirio, Palabra, predicación, seguimiento evangélico, testimonio, verdad.

Lectura de documentos CEC 904-907; EN 78; VC 84.

Bibliografí­a L. ALONSO SCHOKEL, J.L. SICRE, Los profetas (Madrid, Cristiandad, 1980); J. ESQUERDA BIFET, Profetismo cristiano, servidores de la palabra (Barcelona, Balmes, 1986); Idem, Meditar en el corazón (Barcelona, Balmes, 1987); L. MONLOUBOU, Prophète, qui es-tu? (Parí­s 1968); Idem, Los profetas del Antiguo Testamento (Estella, Verbo Divino, 1993); A. NEHER, La esencia del profetismo (Salamanca, Sí­gueme, 1975); G. SAVOCA, Profecí­a, en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica (Madrid, Paulinas, 1990) 1520-1538; J.L. SICRE, Profetismo en Israel (Estella, Verbo Divino, 1992); W. WOGELS, Comment discerner le prophète authentique? Nouvelle Revue Théologique 99 (1977) 681-701.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

En todo tiempo y en todos los pueblos ha habido adivinos, astrólogos , magos que tení­an la pretensión de predecir el futuro a través de algunos medios mecánicos y por la interpretación de sueños y señales.

El Antiguo Testamento habla de los profetas de Baal (1 Re lS,19-25.40), de los profetas de Edom, de Moab, de Ammón y de Fenicia (Gn 27,9), de adivinos y de magos (Gn 41,S-24; 1s 9,31 1), en Babilonia (1s 1,20; 2,2) y en Canaán (Dt lS,9-1 1).

Los profetas bí­blicos no llegaron al monoteí­smo a través de consideraciones filosóficas, sino que establecieron la existencia del único Dios santo a partir de su experiencia directa.

Aunque consideran que Dios es trascendente, hablan de él de un modo antropomórfico. Gn 20,7 declara a Abrahán profeta. Moisés, el mayor de todos Nm 12,6ss, los heraldos de Yahveh, en es ensalzado por encima de todos los profetas, ya que sólo él pudo ver a Dios. Más tarde será llamado el ‘zabi (Dt l8,l8; 34,10).

Aarón es el profeta de Moisés, ya que transmitió sus palabras al faraón (Ex 7 1 ss). Marí­a aparece como profetisa cuando dirigió el canto de alabanza de las mujeres en honor de Y ahveh (Ex 15,20).

En tiempo de los Jueces sólo se habla de la profetisa Débora, que juzgó a Israel (Jdt 4,4). En tiempos de Samuel surgen las corporaciones de los profetas (1 Sam 10,5-10); estos «hijos de los profetas » constituyen un cuerpo de profetas profesionales. Después de Amós (por el 750 a.C.), va no se habla de ellos en el Antiguo Testamento.

Amós, Jonás (2 Re 14,25), Oseas, Isaí­as y Miqueas son del siglo VIII; Jeremí­as, Sofoní­as, Nahún y Habacuc viven entre finales del sigío VII y el 586; Ezequiel se coloca más allá del 586, Durante el destierro vive Daniel; a comienzos del siglo y, Ageo, Zacarí­as y Abdí­as; por el 450, Malaquí­as; más tarde, Joel.

Después del siglo y ya no se menciona a ningún profeta. en aquella época los sabios ocuparon el puesto de los profetas como guí­as espirituales de 1srael. Juan Bautista, que predicó su mensaje de penitencia, es relacionado con los antiguos profetas (Mt 3,7-12) y saludado como profeta (Mt 11,9; 14,5; Mc 11,32; Lc 7 29). Jesús de Nazaret (Mt 4,17. 10,7. Lc 10,9). gracias a su doctrina’ (Mt 7, 29; Mc 1,22; 6,2), es considerado también como profeta (Mt 21,1 1. Lc 7 1. 24,19).

El profeta es elegido y mandado.- El profeta habla en nombre de Dios y anuncia que Dios es el Dios salvador y liberador de su pueblo. El profeta está comprometido con el Señor de la historia y con el pueblo que camina con él. Vive en el presente, pero se muestra tenso hacia el futuro.

La experiencia profética tiene a veces mucho de chocante. El conocimiento de Dios por el profeta es una lucha: » Me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir. Tú me violentas y me has vencido» (Jr 20,7).

El profeta llega a encontrarse en la condición de un discí­pulo o de un escolar. depende únicamente de la voluntad de Dios. La llamada divina es inexorable. Lo vemos en todos los profetas; de manera especial en el profeta Jonás, que no desea permanecer ante el rostro del Señor.

Una experiencia semejante es la que le tocó vivir también a Pablo: «Si anuncio el evangelio, no es una gloria para mí­, sino una obligación que se me ha impuesto; jay de mí­ si no anunciase el evangelio!» (1 Cor 9,16).

El profeta sabe que es un «centinela» (Os g,S), un «servidor de Dios y del pueblo» (Am 3,7; Jr 25,4; 26,5), un mensajero (Ag 1,13), un examinador (Jr 6,27). El profeta habla siempre en términos concretos y comunica el amor apasionado que Siente por Dios.

El profetismo en la Iglesia primitiva.- En la primitiva Iglesia hubo también profetas, que junto con otros carismáticos tení­an la misión de «edificar» la Iglesia, cuerpo de Cristo (Ef 4,1 1). El profeta habla con un lenguaje siempre comprensible, edificando, estimulando, sosteniendo, consolando (1 Cor 14,3ss).

El profeta bajo el impulso del Espí­ritu habla con tal fuerza y convicción que permite a los fieles advertir el soplo del Señor y dejarse conquistar para la salvación (cf. Hch 15,32).

El Vaticano II insiste en el hecho de que todos los cristianos están llamados a participar del papel y de la misión profética de Cristo.

A, A, Tozzi

Bibl.: J L. Sicre. Profetismo en lsrael, Verbo Divino, Estella 1992: AA, VV , Los profetas, en Reseña Biblica, n,t’ 1, Verbo Divino, Estella 1994: A, Neher La esencia del profetismo, Sí­gueme, Salamanca 1975: L, Alonso Schokel – J L. Sicre Dí­az, Los profetas 2vols., Cristí­andad, Madrid 1980: L, Monloubou, l.os profetas del A, T, Verbo Divino. Estella 1993; G. von Rad, Teologia del Antiguo Testamento, 11. Teologí­a de la tradición profética de Israel, Sí­gueme, Salamanca ‘1976.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

1. Concepto
Dentro de la historia de la religión, fenomenológica y sociológicamente, el profeta es una figura que ocurre en todas las religiones «superiores» (es decir, constituidas en relación con un alto potencial cultural), aunque en formas muy variadas. A pesar de las transiciones fluidas y de la posibilidad de que, de hecho, vayan unidos «sacerdote y profeta», éste se distingue del sacerdote, es decir, del sujeto del -> culto, que está fijado, prueba su legitimidad por la tradición y transmite institucionalmente sus poderes a otros sujetos. El profeta, por el contrario, se presenta con un nuevo mensaje, tiene que legitimarse a sí­ mismo, y su misión no puede propiamente institucionalizarse (los «discí­pulos de los profetas» son seguidores y asistentes de un profeta, no propiamente profetas que se estén formando). De ahí­ se sigue que es propio del profeta una experiencia singular de vocación; él es el enviado de Dios – casi siempre el revolucionario religioso – que, por ello (dentro de la unidad de lo religioso y lo social) critica también en nombre de Dios a la sociedad y predica un mensaje exigente y no sólo una doctrina evidente en sí­ misma.

De donde se sigue que no puede hablarse de p. cuando sólo se expone una doctrina sapiencial, o cuando se ofrece una iniciación en la experiencia mí­stica o aparecen facultades mánticas que permiten cierta «técnica» (oráculos, etc.). El profeta es, por tanto, «sujeto de revelación», quiere ser legatus divinus, como se dice en la teologí­a fundamental católica; de ahí­ que tenga una relación originaria con la palabra, esté persuadido de anunciar la -> palabra de Dios mismo y de ser órgano, no de un poder misterioso, sino de un Dios personal «vivo», que se revela libremente a sí­ mismo. El mensaje que trae no está propiamente dirigido (sólo) a sí­ mismo, sino primariamente a los otros a quienes es enviado. Así­, la naturaleza concreta de un profeta determinado ha de verse naturalmente en correlación y dependencia con lo que predica, con su «idea de Dios». Por ahí­ se modifica una vez más su relación con el sacerdocio y la religión institucional, dentro de los cuales se presenta. La «palabra» es constitutiva para el profeta y su misión, de suerte que no se pronuncia como mero enunciado, sino que critica situaciones religiosas y sociales e interpreta acontecimientos históricos, y los interpreta de forma que esta «interpretación» es un momento interno de tales acontecimientos, por cuanto hace brotar su profundidad y verdad y su propia fuerza.

De lo dicho se sigue también que, por una parte, el profeta no predica cosas por venir en el sentido de un oráculo o de un acto de clarividencia (lo cual serí­a una restricción muy secundaria del concepto); mas, por otra parte, al crear por su critica social una nueva situación salví­fica, que lleva una tendencia prospectiva, tiene esencialmente que ver con promesas y futuro. Como, además, su mensaje no ha de quedarse en doctrina teórica, sino que debe hacerse realidad, el profeta viene a ser, por lo menos con frecuencia, cabeza y organizador de los cambios religiosos y sociales, e «institucionaliza» él mismo su mensaje (en paradoja extraña, peligrosa, pero necesaria, con su verdadera esencia).

Por eso, puede hablarse de p. dondequiera en una sociedad religiosa se reconoce la posibilidad teórica de un profeta, se cuenta con la venida de un profeta, no se rechaza a limine como irreligiosa la crí­tica profética de lo religioso, tradicional e institucionalizado, ni la crí­tica de una «Iglesia»; dondequiera se entiende la religión tanto por su futuro como por su pasado; dondequiera, en fin, se reconoce la crí­tica como un ingrediente interno de la religión misma.

2. Principios dogmáticos sobre profetas y profetismo
a) El profeta es constitutivo para una religión que se sabe fundada en la revelación histórica de la palabra y, por ende, para la historia sagrada del AT y NT.

b) Ello no excluye que haya habido también verdaderos profetas fuera del AT y NT. Pues, efectivamente, si hay una verdadera historia universal de la revelación, obra de la gracia (cf. historia de la -> salvación), que coexiste con la historia de la humanidad en general, porque esta historia de la revelación va inherente a la libre comunicación de -> Dios mismo por la gracia, que se da siempre y dondequiera por la universal voluntad salví­fica de Dios; y si tal revelación «trascendental» no puede pensarse siquiera sin cierta objetivación refleja en la palabra, que es la historia y mediación necesaria de esta revelación «trascendental»; sí­guese que el fenómeno de los profetas tiene que darse consiguientemente una y otra vez en esa historia universal de la revelación.

Esto no excluye sin más la existencia de «falsos profetas», que sólo vienen en nombre propio. Con ello no se dice tampoco que la interpretación y actualización de la revelación en palabras por parte de los profetas extrabí­blicos no pueda ser parcialmente desafortunada o tener sólo una importancia regional o temporalmente limitada. Sin embargo, tales profetas, total o parcialmente auténticos, que aparecen fuera del AT y NT por auténtica providencia salvadora de Dios, se distinguen esencialmente de los profetas como legati divini en el AT (profetas) y en el NT (-> Jesucristo, -> apóstoles), en cuanto éstos tienen una conexión históricamente palpable y reconocida como legí­tima con Jesucristo, son sus «precursores» reconocidos.

Ahora bien, Jesucristo es el portador de la pura revelación de Dios, escatológicamente insuperable (en él como acontecimiento, y en su palabra que lo constituye). De ahí­ que, en los profetas fuera del AT y NT, no será siquiera posible establecer una distinción clara y segura entre verdaderos y falsos profetas, entre lo auténtico y lo puramente humano y erróneo en un profeta que a veces, en conjunto, puede ser reconocido como «auténtico» (cf. -> revelación privada). Pero esto no tiene por qué impedirnos reconocer verdadero p. fuera del cristianismo y su prehistoria inmediata (-> Antiguo Testamento, como magnitud de la historia de la salvación). Si eso vale por de pronto respecto del tiempo precristiano, hay que tener en cuenta que este periodo «precristiano» no tiene por qué haber acabado al mismo tiempo para todos los ámbitos y situaciones de la historia de la salvación.

c) La relación del hombre que oye el mensaje profético con el mensaje mismo y con el profeta que reclama obediencia de fe está tratada con relativa exactitud en la -> teologí­a fundamental: cf. -> fe (A, B y C), milagro, -> palabra de Dios.

d) En comparación con la teologí­a medieval, los temas de la vocación profética, del hecho de la revelación al profeta mismo y la formación de su certeza de decir y tener que decir la verdad revelada por Dios, así­ como los distintos modos de palabra profética (imagen, discurso apocalí­ptico, promesa, amenaza de castigo, etc.), están tratados con relativa pobreza en la actual teologí­a escolástica.

Aquí­ debiera pensarse la -> gracia (comunicación de Dios mismo) como ya de por sí­ revelarte. Debiera hacerse tema explí­cito la unidad y diferencia entre tal revelación y de la revelación de la palabra. Serí­a menester recordar el cí­rculo, que se da ya en el profeta, de la recí­proca legitimación entre la misión y el contenido del mensaje. Si la mí­stica (en su sentido pleno) no es experiencia de la propia intimidad «numinosa», sino experiencia de la gracia, y si ésta tiene carácter de revelación; en tal caso no existe oposición absoluta entre experiencia mí­stica y profética. Pero, siendo así­, también mucho de lo que se dice en la teologí­a de la -a mí­stica sobre tal experiencia y sobre los criterios de autenticidad de esta experiencia para el mí­stico mismo y para los otros (-> revelación privada), podrí­a aprovecharse para la teologí­a de la primigenia experiencia profética en el profeta mismo.

De acuerdo con lo dicho en b), no habrí­a por qué descartar de antemano, para el esclarecimiento de esta cuestión, los aspectos paralelos entre la experiencia profética en el AT y NT y en el ámbito extracristiano.

e) Jesucristo es el profeta simplemente, el salvador absoluto. Con ello no cesa sin más el p. (cf. luego en 3), pero ya sólo puede haber profetas que defiendan la pureza del mensaje cristiano, lo atestigüen, y lo actualicen para su tiempo. Al es el profeta por antonomasia, de suerte que si ese concepto es entendido como objetivamente idéntico con el de salvador escatológico absoluto, el contenido de este doble concepto puede reconocerse como idéntico con la declaración dogmática de la Iglesia sobre la persona (-> encarnación) y obra de Jesucristo (-> soteriologí­a).

Pero él es el profeta escatológico, el último, no superable en una historia ulterior de la salvación y de la revelación, y, en este sentido, el profeta simplemente; no porque Dios haya decidido por un decreto arbitrario no enviar ya ningún profeta que lo supere, aunque pudiera; sino porque su misión y su persona coinciden (por más que él se interpreta a sí­ mismo a la luz del reino de Dios que se hace presente, y no tanto a la inversa), porque él trae y anuncia la proximidad y comunicación absoluta de Dios mismo (y ya no un mensaje y promesa particular, de tipo categorial, temporal, nacional, etc.), y porque por su -> muerte (como superación de todo fin inmanente) hacia el interior de la inmediatez de Dios (-> resurrección de Jesús) realiza y hace patente que, «después de él», sólo puede venir ya la consumación de la historia por su superación en la abierta inmediatez de Dios. Su destino de profeta – la muerte, a la que Dios respondió con la resurrección – lo convierte en profeta definitivo, en el «profeta», y hace patente lo que él es. Toda otra palabra de profeta apunta, o bien a la cuestión (no contestada) de la muerte, o bien a un profeta venidero, y se queda así­ en «provisional».

3. La Iglesia y el profetismo
a) La Iglesia tiene que ver con el p., ante todo porque ella es la presencia permanente de la palabra del profeta simplemente, que es Jesucristo. Ella es la Iglesia de la palabra exhibitiva, que es la palabra del profeta. Pues sus sacramentos son el grado sumo de actualización de la palabra exhibitiva, desde el punto de vista de la Iglesia que los administra y de la situación salví­fica del que los recibe. La «conclusión» de su -> kerygma apostólico y la permanencia de su institución fundamental no resultan de una negativa al p., sino de la fe y esperanza de que Jesucristo es el profeta simplemente, y de que la Iglesia es definitiva (en este tiempo) porque mantiene y en cuanto mantiene el carácter definitivo de Jesucristo, de quien procede ese mantener mismo.

b) Dentro de este p. fundamental, se da también en la Iglesia lo profético; porque, a pesar de todo lo institucional (-> oficios eclesiásticos) y también dentro de ello, el – carisma pertenece a su esencia. El carisma libre como encargo en la Iglesia y para la Iglesia es, por su noción misma, profético. Ese carisma no se suprime por el hecho de que deba atenerse al «orden» de la Iglesia (frecuentemente en situaciones de alta tensión), pues precisamente este orden no es otra cosa que la participación en el p. absoluto de Cristo. El carisma profético está en la Iglesia al servicio de la actualización, siempre nueva, del mensaje de Jesús en las situaciones del tiempo, perpetuamente variables. Que tales sujetos del carisma profético en la Iglesia (autores de la renovación religiosa, crí­ticos de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo, anunciadores de nuevas tareas de la Iglesia y de sus miembros, etc.) se llamen profetas o de otra manera (a menudo son simplemente subsumidos bajo el concepto de «santos»: cf. historia de los -> santos), es punto que carece de importancia. Cuando tales hombres no anuncian simplemente en la Iglesia principios generales y los aplican a «casos» particulares, sino que su mensaje se presenta con el carácter irreductible y con la eficacia creadora de las decisiones históricas, y así­ se hace legitimo y eficaz en la Iglesia; se da con ello en la Iglesia algo así­ como un profeta (de mayor o menor rango).

c) La -> revelación privada, como realidad eclesiástica y teológica, debe estimarse dentro de este marco.

d) Sin menoscabo de la última promesa hecha a la Iglesia, puede haber también (y hasta de modo permanente dentro de ésta) opresión de auténtico p. por los oficios eclesiásticos o por la indiferencia de los hombres de la Iglesia, y también falso p. e igualmente mezclas de p. falso y verdadero, difí­ciles y hasta imposibles de deslindar. La «-> discreción de espí­ritus» en defensa del p. verdadero contra un conservadurismo institucionalizado, o para desenmascarar el falso p. en la Iglesia, puede significar a su vez una misión profética.

e) Partiendo de lo profético en la Iglesia, habrí­a que pensar de nuevo a fondo el sacerdocio ministerial. Si el sacerdote es esencialmente predicador de la palabra, que no puede convenirse nunca en mero funcionario de la administración de una sociedad, y si su función cultual no es la oblación de un nuevo sacrificio independiente, sino la representación del sacrificio único de Cristo en la palabra exhibitiva de la eucaristí­a; sí­guese que su esencia debe comprenderse partiendo más de lo profético que de lo cultual; lo cual puede tener también consecuencias prácticas. Ello no es de antemano imposible, porque en la Iglesia el «oficio» y el carisma profético son magnitudes que ya no pueden distinguirse adecuadamente.

BIBLIOGRAFíA: 1. J. Lindblom, Die literarische Gattung der prophetischen Literatur (Up 1924); E. Fascher, IIPO’DHTHE (Bie 1927); Prophet und Seher in Israel (Tréveris 1927); C. H. Dodd, Jesus as Teacher and Prophet: Mysterium Christi, ed. G. Bell-G. A. Deißmann (B 1930) 69-86; J. Coppens, Les prophétes d’Israil, I: Le prophétisme en Israel (Malinas 1932); H. W. Wojff, Die Begründung der prophetischen Heils- und Unheilssprüche: ZAW 52 (1934) 1 ss; A. Michel, Prophétie: DThC XIII 707-737; A. Guillaume, Prophecy and Divination among the Hebrews and other Semites (Lo 1938); J. Hessen, Platonismus und Prophetismus (1939, Bas 21955); B. Decker, Die Entwicklung der Lehre von der prophetischen Offenbarung von Wilhelm von Auxerre bis Thomas von Aquin (Br 1940); H. Bachs, Wahres und falsches Prophetentum: Bibi 32 (1951) 237-262; O. Eißfeldt, The Prophetic Litersture: The Old Testament and Modern Study, ed. H. H. Rowley (Lo 1951) 115-161 (bibl.); O. Plöger, Priester und Prophet: ZAW 63 (1951) 157-192; G. Fohrer, Neuer Lit. zur atl. Prophetie: ThR 19 (1951) 277-346, 20 (1952) 193-271 295-361 (bibl.); H. H. Rowley, The Nature of Old Testament Prophecy in the Light of Recent Study: The Servant of the Lord (Lo 1952) 91-128; A. C. Welch, Prophet and Priest in Old Israel (0 21953); H. Riesenfeld, Jesus als Prophet: Spiritus et Veritas (homenaje a Kundziná) (Eutin 1953) 135-148; H. U. v. Balthasar, Die Prophetie: DThA XIII 253-372; A. Neher, L’essence du prophétisme (P 1955); H. H. Rowley, Prophecy and Religion in Ancient China and Israel (Lo 19561; F. Gils, Jésus prophéte d’aprés des $v. Synopt. (Lv 1957); H. M. Teeple, The Mosaic Eschatological Prophet (Philadelphia 1957); O. Cullmann, Die Christologie des NT (T 21958) 11-48; J. Lindblom, Zur Frage des kanaanäischen Ursprungs des altisraelitischen Prophetismus: Beiheft ZAW 77 (1958) 89-104; Eichrodt I 195-200 204-263; H. Kramet – R. Rendtorff – R. Meyer-G. Friedrich, trpopfrn7 `: ThW VI 781-863; R. Schnackenburg, Die Erwartung des Propheten nach dem Neuen Testament und nach den Qumrantexten: TU 73 (1959) 622-639; J. Steinmann, Le prophétisme biblique des origines á Osée (P 1959); G.Lanczkowskl, Altägyptischer Prophetismus (Wie 1960); Rad II 17-328; C. Westermann, Grundformen prophetischer Rede: BEvTh 31 (1960); F. Heiler, Erscheinungsformen und Wesen der Religion (St 1961) 395-402; G. Mensching – B. Sundkler – R. Meyer- J. Fichtner – A. Jepsen – P. Vielhauer – E. Fascher, Propheten: RGG3 V 608-635 (bibl.); E. Ami, Die alttestamentliehe Prophetie (Z 1962); A. R. Johnson, The Cultic Prophetism in Ancient Israel (Cardiff 21962). J. Mip Noguera, La profecí­a 3 vols. (Ma 1903); R. Criado, La sagrada pasión en los profetas (Yuc Mex); J. Dhellly, Los profetas (C i Vati And); Los profetas de la Biblia y Cristo (C Médica Ba 1963); Los profetas de la Biblia y el Evangelio (C Médica Ba 1904); R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento (Herder Ba 1964); J. Enciso, El concepto de profeta en el Antiguo Testamento, en RET 1 (1940) 139-210; J. Alonso, Los profetas de Israel considerados como predica-dores, en Humanidades 1950, 204-218; J. Lindblom, Prophecy in Ancient Israel (0 1962); E. Oßwald, Falsche Prophetie im AT (T 1962); R. Rendtorff, Botenformel und Botenspruch: ZAW 74 (1962) 165-177; ideen, Erwagungen zur Frühgeschichte des Prophetentums in Israel: ZThK 59 (1962) 145-167; H. v. Reventlow, Prophetentum und Mittler-Prophetie: ThR 28 (1962) 1-75 235-297 (bibl.); F. Hahn, Christologische Hoheitstitel (Gö 1963) 351-404; A. Gelin, Los libros proféticos posteriores, en Robert-Feuillet, Introducción a la Biblia I (Herder Ba 1965) 433-537 W. Wolf, Hauptprobleme alttestarnentlicher Prophetie: Gesammelte Studien zum Alten Testament (Mn 1964) 206-231; S. Herrmann, Die prophetischen Heilserwartungen im AT (St 1965); E. Sellin – G. Fohrer, Einleitung in das TA (Hei 101965) 374-396; J. Scharbert, Die Propheten Israels um 600 vC. (Kö 1967); Haag DB: Profeta (51971) 1572-1581; ibid.: Hijos de profetas 850ss; ibid.: Profecí­a 1582s; ibid.: Profetismo 1583-1588 – 2. cf. bibl. -> carismas, ->-palabra de Dios. – K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia (Herder Ba 1968); idem, Amt und freies Charisma: HPTh I 154-160; B. van Leeuwen, La participación en el ministerio profético de Cristo, en G. Baraúna, La Iglesia del Vaticano II (C Méd Ba 1 1966) 479-504; H. Kling, La Iglesia (Herder Ba 31970).

Karl Rahner

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica