PROTOEVANGELIO, PROMESA DE MUJER
(-> Eva, María, madre de Jesús, serpiente, memoria, patriarcalismo). Desde tiempo antiguo, las palabras de Dios a la serpiente del Génesis han venido a tomarse como un anticipo o anuncio de evangelio: «Yahvé Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho esto, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre te arrastrarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón» (Gn 3,14-15). Este pasaje en el que Dios «condena» a la serpiente (le muestra su naturaleza) ha tenido una gran importancia en la exégesis, sobre todo por la relación que algunos han visto entre la mujer y María, la madre de Jesús, entre la serpiente y el Diablo, dentro de una línea de interpretación que puede culminar en Ap 12,1-13 (lucha entre mujer* celeste y dragón*).
(1) Mujer y serpiente. Gn 3,14-15 continúa y transforma la relación que había comenzado en Gn 3,1-6 entre la mujer y la serpiente. Antes se trataba de una relación de engaño, definida por la astucia seductora de la serpiente (cf. Gn 3,13: ella me engañó). Pero ahora no es ya relación de engaño, sino de lucha abierta en que se enfrentan como antagonistas (enemigos casi gemelos, muy distintos y cercanos) la mujer (†˜ishah) y la serpiente (najash). Ellas, mujer y serpiente, determinan o definen la historia de violencia de los hombres, de manera que eso que se suele llamar protoevangelio (Gn 3,15) se podría definir como protoguerra: en el principio de la historia actualmente conocida no está la unión del varón y la mujer (como expresaba Gn 2,23-24), sino la lucha entre la mujer (que simboliza la existencia humana) y la serpiente que es el signo del engaño, destrucción y muerte. Aquí se resitúa y se define la relación entre la mujer y la serpiente, que había quedado esbozada en Gn 3,1-6. En esa línea se sitúa la inversión profética de Is 7,14: la mujer dará a luz y su fecundidad será signo de esperanza para los hombres en medio de la guerra. Mientras la mujer sea madre, la historia seguirá, a pesar de la violencia de los hombres. Eva, aspirante fracasada de diosa, se vuelve madre humana: el argumento básico de la historia de los hombres no es la conquista del varón, sino la maternidad de la mujer. Ella y la serpiente son signos antagónicos supremos. La mujer es madre: está al servicio de la vida y por ello, porque ama la vida, se arriesga a ser dominada por el varón y a padecer con el nacimiento de los hijos. Por el contrario, la serpiente es mentira y envidia: quiere robarle a Dios la vida. Es el deseo de sobrepasar todo límite, es envidia. En esta línea, lo que pareció victoria de la serpiente (que ha engañado a la mujer: cf. 3,13) se convierte en una guerra incesante, abierta al triunfo de la vida, simbolizada por la mujer. Aquí funda el Génesis su esperanza de futuro.
(2) Mujer, madre de la vida. Ambas, serpiente y mujer, aparecen como madres: principio y signo de dos tipos de existencia. La serpiente es el poder que se opone a la mujer engendradora, un tipo de antivida que aparece fijada como envidia, deseo al servicio de la muerte. En esa perspectiva ha situado la simbólica israelita todo lo relaciona do con Satán, que vive destruyendo la vida de los otros, oponiéndose así a la descendencia de la mujer. La serpiente (lo mismo que el sistema capitalista de la modernidad) es poderosa porque vive de matar a los demás (no tiene vida por sí, chupa la vida-sangre de los otros, como potencia de envidia). Enfrentándose de esa forma a la serpiente, la mujer/madre aparece aquí como principio de identidad humana, portadora de semilla o descendencia. A este nivel el varón es subordinado. Esta mujer del principio, portadora de semen, es cabeza de estirpe y garantía de futuro para los hombres: mientras ella tenga semen hay esperanza de vida. La tradición posterior entenderá ese semen izara) como propio del varón (cf. Gn 12,7; 13,16; 15,13; etc.). Pero en el principio no fue así: el transmisor de esperma (como traducen los LXX: cf. 3,15; 12,7; 13,16; 15,13…) no es Adán, sino Eva, fundadora de humanidad, madre de todos los vivientes. En contra de lo que a veces se piensa, apoyándose en Rom 5 (donde Adán aparece como padre y cabeza de todos los hombres), en Gn 3,15, la humanidad brota del semen maternal de Eva. En otras palabras, la humanidad es mujer. Por eso, la guerra de Eva y la Serpiente es en el fondo la única guerra verdadera de la historia humana. Eva es signo de la Vida que se expresa dando vida en debilidad, en contra de la serpiente, que es la envidia reactiva, que no tiene por sí nada, sino que vive de la muerte de los otros.
(3) Mujer, garantía de futuro. Ella aparece así al servicio de la vida y sólo con el fin de mantenerla, desde el sufrimiento intenso, arriesgándose a ser dominada por el varón, a padecer con los hijos. Por el contrario, la serpiente es el engaño: el deseo de sobrepasar todo límite, la envidia interpretada como lucha contra Dios. Lo que ha sido la primera derrota de la mujer (ha dejado que la serpiente le engañe, como ella misma dice en Gn 3,13) se convierte luego en guerra incesante, abierta al fin al triunfo de la vida. Esta mujer que lucha en favor de la humanidad total (está al servicio de los otros, de los hijos) es la garantía del futuro humano, pues Dios ha dicho: pondré i’ashit) enemistades entre serpiente y mujer y entre sus dos descendencias… Ambas, serpiente y mujer, aparecen como madres: son principio y signo de dos tipos de existencia. Es claro que la serpiente aparece en primer lugar como animal concreto que se arrastra por tierra y se alimenta de polvo, como signo de maldición extrema, como vida pervertida, convertida en muerte. Pero ella es, al mismo tiempo, una realidad muy cercana y opuesta a la mujer. Quizá podemos llamarla antimujer. es la vida hecha envidia, es egoísmo al servicio de la muerte. En la perspectiva que ella abre ha situado la simbólica israelita todo lo relacionado con Satán, la tentación destructora, la mentira, el diablo con su descendencia contraria a la mujer. En ese sentido podemos afirmar que en el origen de una historia dominada luego por varones está la visión de una mujer que lucha contra el mal de la serpiente. La descendencia de esa mujer que está al servicio de la vida, y no la descendencia de unos varones guerreros, constituye la mayor garantía de futuro sobre el mundo. Desde esa perspectiva se entiende una exégesis católica antigua que ha vinculado a esa mujer con la gran Mujer celeste de Ap 12,1-3 y con María*, la madre de Jesús.
Cf. M. Bockeler, Das Grosse Zeichen. Ap 12, Müller, Salzburgo 1941; I. DE LA Potterie, La mujer coronada de estrellas, en Id., María en el misterio de la alianza, BAC, Madrid 1993, 285-312; I. de la Potterie, X. Pikaza y J. Losada, Mariología fundamental. María en el misterio de Dios, Sec. Trinitario, Salamanca 1996; B. J. Lc Frois, The Woman Clothed with the Sun, Herder, Roma 1954; A. T. Kassing, Die Kirche und Alaria in Ap 12, Patmos, Dusseldorf 1958; A. Primavesi, Del Apocalipsis al Génesis. Ecología, feminismo, cristianismo, Herder, Barcelona 1995.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra