PROVIDENCIA
La providencia universal de Dios es la presunción básica de toda la Biblia. El significado es †œarreglo previo†. Tal como ha sido usado a través de toda la historia, la expresión teológica †œprovidencia† significa nada menos que †œel gobierno soberano y universal de Dios†.
La definición de la respuesta a la Pregunta 11 del Catecismo Breve de Westminster expresa la creencia de todos los creyentes que siguen la Biblia:
†œLas obras de la providencia de Dios son la preservación y el dominio más santo, sabio y poderoso sobre todas sus criaturas y las acciones de ellas.† La providencia divina es la obra accesoria de los decretos divinos, que son el propósito de aquel que realiza todas las cosas conforme al consejo de su voluntad (Eph 1:11).
La doctrina bíblica de la divina providencia no implica un punto de vista mecanicista o fatalista de los procesos del mundo o de la vida humana. Esto se podría resumir mejor con una cita de la Confesión de Westminster: †œAunque, en relación con el conocimiento previo y lo decretado por Dios, la primera causa, todas las cosas suceden inmutable e infaliblemente, aun así, por la misma providencia, él ordena que sucedan según la naturaleza de las segundas causas, ya sea necesaria, libre o contingentemente.
†œLa providencia de Dios incluye el permiso para todos… los pecados de ángeles y hombres, y no sólo un mero permiso, sino tal permiso que conlleva el más sabio y poderoso lazo y, de otra forma, ordenándolos y gobernándolos en una múltiple dispensación hacia sus santos fines; entendiendo que tal pecaminosidad proviene únicamente de la criatura y no de Dios; quien, siendo infinitamente santo y justo, no es ni puede ser autor del pecado, ni puede aprobarlo† (Confesiones de Westminster, cap. V, párrafos II y IV).
†œLas segundas causas† son los acontecimientos y las fuerzas comunes de la naturaleza que Dios generalmente utiliza para llevar a cabo sus propósitos. No debe parecer extraño o paradójico que la providencia de Dios incluya su determinación de permitir el pecado (Gen 50:20).
Se acostumbra distinguir entre providencia especial y providencia general. La primera se refiere al cuidado particular de Dios sobre la vida y la actividad del creyente (Psa 37:23; Rom 8:28; Phi 1:28). Todo el libro de Job está dedicado a los sufrimientos temporales de un hombre piadoso, dentro de la divina providencia. Heb 11:40 nos dice que la providencia, para los hombres de fe, incluye algo mucho mejor que las experiencias de esta vida. La providencia general incluye el dominio sobre el universo entero, pero especialmente sobre los asuntos humanos (Deu 10:14; Deu 32:8; comparar Neh 9:6; Dan 4:35).
Aunque la gracia de Dios siempre es ofrecida a todas las personas (Act 10:34-35), la corriente principal de la revelación histórica y la bendición para el mundo, por medio de Israel y de la iglesia, es un tema básico en toda la Escritura (Act 7:1-60; Act 13:16-43; Rom 3:1-2; Rom 9:3-6; Rom 11:1; 1Ti 3:15; comparar Heb 11:38a). Con este propósito, algunas veces Dios se mueve en sucesos y procesos que no son fácilmente reconocibles (Isa 40:1-5; Isa 44:28—Isa 45:4).
No sólo el curso general de la naturaleza es sostenido por la providencia de Dios, sino también el orden moral y sus consecuencias lógicas (Gal 6:7-8). La providencia divina que sostiene el orden moral es el tema principal del libro de Proverbios.
La distinción entre la acción inmanente o natural de Dios y su acción trascendente o sobrenatural es de suprema importancia para la comprensión de la doctrina de la providencia. Ver MILAGROS. El cristianismo depende totalmente de los milagros de la encarnación y la resurrección de Cristo. Sin embargo, como lo demuestra el artículo sobre los milagros, la fe en Dios siempre ha existido en un mundo en el cual hay largos períodos de tiempo, incluso en la historia bíblica, en que Dios elige no dar señales o mostrar milagros como evidencias. Es imperativo que aprendamos a ver la gloria de Dios en las acciones normales de la providencia, así como en las milagrosas.
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
(Proveer, cuidar y dar).
Es el cuidado y gobierno de Dios para con todo el universo, especialmente para cada hombre, ¡que lo conoce por su nombre, y le tiene contados hasta los cabellos de la cabeza!: (Isa 43:1, Mat 10:30). y muy particularmente el cuidado especial que Dios tiene de «su pueblo» y de cada «creyente», Mat 6:2533, Luc 12:22-34, Rom 8:28, Isa 49:14-18.
(Job 9:5-6, Job 28:25, Sal 104:10-25, Sal 145:15, Sal 147:9, Hec 17:25-28).
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
Esta palabra no aparece en la Biblia, pero se utiliza en teología para señalar a esa característica de Dios que hace provisión de todas las cosas para los seres humanos. El concepto es totalmente bíblico y, por lo tanto, coherente con el concepto hebreo de la Deidad. †œEl Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay† (Hch 17:24) da a sus criaturas todo lo que necesitan (†œLos ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente† [Sal 145:15-16]).
En la literatura intertestamentaria comenzó a usarse el término griego pronoia, que los traductores (BJ) interpretaron como p. En el libro apócrifo de †¢Sabiduría se lee: †œ… la sabiduría es el artífice que la construyó; y es tu P. (pronoia), Padre, quien la guía…† (Sab 14:2-3). De manera que en los tiempos de NT ya se usaba esta palabra. Sin embargo, pronoia no se usa con el sentido de p. en el NT como característica de Dios, sino como un acto del hombre. El orador †¢Tértulo, se dirigió a †¢Félix, diciéndole: †œComo debido a ti gozamos de gran paz, y muchas cosas son bien gobernadas en el pueblo por tu prudencia [pronoia]…† (Hch 24:2-3). En versiones antiguas de RV se utilizaba el vocablo p. para traducir el griego prognosis. Pero en RV60 se corrigió, diciéndose †œanticipado conocimiento de Dios† (†œ… a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios…† [Hch 2:23]), lo cual es más correcto.
concepto de p. señala a un Dios que lo hizo todo, que proporciona todo a sus criaturas y, además, que controla soberanamente la historia. Un Dios que está en control de los eventos. Esto debe conducir al creyente a una actitud de permanente confianza en él, en su buena voluntad, que es agradable y perfecta (Rom 12:2), sabiendo que †œa los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien† (Rom 8:28), pues †œel que no escatimó ni a su propio Hijo … ¿cómo no nos dará también en él todas las cosas?† (Rom 8:32). Dios proveerá para todas las necesidades de los que confían en él (†œNo os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud…. vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas† [Luc 12:29-30]).
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
tip, DOCT
vet, Cuidado amoroso y previsor que Dios tiene para con sus criaturas. La providencia de Dios sostiene y gobierna todo lo creado. Su operación es tan extensa como el Universo y tan incesante como el curso del tiempo. Todos sus atributos toman parte en ella. Provee al cuervo su alimento y satisface las necesidades de todo ser viviente. La Biblia nos muestra que toda la Naturaleza le dirige su mirada, y depende de El (Jb. 38:41; Sal. 104; 145:15, 16; 147:8, 9), y constantemente declara que todo acontecimiento, así como todo ser, están enteramente subordinados a El. No hay nada en el Universo que pueda llamarse casual: «La suerte se echa en el seno; mas de Jehová es todo su juicio» (Pr. 16:33). Ni un gorrión ni un pelo de la cabeza caen al suelo sin su conocimiento (Is. 14:26, 27; Mt. 10:29, 30; Hch. 17:24-29). Cualquier cosa no fue demasiado pequeña para que Dios la crease, ni demasiado pequeña para que El deje de conservarla y gobernarla. La historia de cada hombre, la organización y la caída de las naciones, y el progreso de la Iglesia de Cristo revelan a cada momento la mano de Aquel que «obra todas las cosas según el consejo de su propia voluntad».
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
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SUMARIO: 1. Vocabulario. En el pueblo de Israel. En el Nuevo Testamento. – II. Abandono a la providencia (Mt 6, 25-34; Lc 12, 22-32). 1. Principio general. 2. Primera ilustración. 3. Inutilidad del esfuerzo afanoso. 4. Segunda ilustración: a) Y del vestido. b) «Pues si a la hierba del campo..» 5. Consecuencias sobre la comida y el vestido. 6. Importante conclusión: «Buscad primero el Reino. 7. Ulterior adición de Mateo. – Conclusión.
1. Vocabulario
No es la suerte, ni la casualidad, sino la Providencia de Dios quien dirige los acontecimientos del universo y de la historia humana hacia la meta que ella le tiene señalada. Si bien cuenta con la libertad del hombre que puede oponerse a sus planes y negarse a cumplir con el papel que la Providencia le tiene señalada. Pero la Providencia de Dios se manifiesta de modo singular en la historia de Israel y en la vida y actividad de Jesús.
– En e/ pueblo de Israel la Providencia de Dios se manifiesta ya en su prehistoria (y en la de la humanidad) en el Paraíso en el que, cometido el pecado original, Dios promete la victoria del linaje de la mujer sobre el diablo. Acompañó a Abraham sobre todo en los momentos cumbres de su vida (vocación en Ur de Caldea, acontecimientos en el país de Canaán, sacrificio de Isaac) prometiéndole que en su descendencia serían bendecidos todos los pueblos de la tierra (Gén 12, 3). Providencia singular que se repite con Isaac, Jacob y José. La salida de Egipto, llevada a cabo «con mano fuerte y tenso brazo» (Dt 5, 15), el paso a través del mar Rojo y la conquista de la tierra prometida son pruebas de la Providencia de Dios sobre su pueblo, interpretadas con frecuencia como tales (Jos 24, 1-13; Sal 77. 105. 106). En la etapa de los Jueces, cuando el pueblo se ve sometido a los pueblos vecinos, Dios suscita Jueces-Salvadores que los libera de ellos.
En los tiempos de la Monarquía, frente a la contumacia de no pocos reyes y la malicia de otros, y frente a la tendencia innata del pueblo hacia la idolatría, Dios le envía Profetas con la misión de mantener al pueblo fiel a la Alianza y de ir perfilando la figura del Mesías y del Reino mesiánico. Ellos enseñaron, además, que Yahveh se cuida no sólo de Israel sino también de los otros pueblos (Am 9, 7) y que se sirve de ellos para la realización de sus designios y el establecimiento de su Reino (Is 2, 2-4; 10, 5-14; Jer 25, 8-13; Dan 2, 31-45). Llevado al destierro, por el incumplimiento repetido de la Ley, Dios lo devuelve a la Tierra Prometida, por medio de su «ungido» Ciro (Is 45, 1). En los siglos que preceden a la venida del Mesías, Dios suscita a los Sabios de Israel -etapa sapiencial: desde la vuelta del destierro hasta el siglo 1 a. C.- que suceden a los Profetas como guías religiosos. Son los humanistas religiosos que incluyen los valores humanos en la literatura canónica. Y precursores, a su manera, de los tiempos mesiánicos, haciendo dirigir la mirada al Mesías planteando problemas cuya solución se esperaba de él, con una doctrina moral tan elevada a la que Cristo sólo tuvo que añadir una motivación superior y con la personificación de la Sabiduría con que prepararon la revelación neotestamentaria de la Segunda Persona de la Trinidad.
– En el Nuevo Testamento la Providencia de Dios aparece también de modo singular en Jesús, desde su concepción virginal hasta su gloriosa Resurrección. Haría falta recorrer todas las páginas de los evangelios para ponerla de relieve adecuadamente. Pero nos limitamos a las enseñanzas de Cristo sobre la Providencia del Padre, consignadas en Mt 6, 25-34 y Lc 12, 22, 31.
La consideración previa de los contextos en que ambos evangelistas encuadran sus perícopas nos ayudará a una mejor interpretación de las mismas:
a) En Mt va precedida del v. 24 en el que Cristo declara la incompatibilidad del servicio a Dios y a las riquezas: «No podéis servir a Dios y a Mammón»; Palabra de origen arameo con la que los rabinos designan el conjunto de bienes materiales que posee el hombre más allá de su propia persona. La podemos traducir por Dinero. Habida cuenta del concepto de siervo en aquel entonces no era posible el servicio a dos señores pues suponía el servicio total a su amo. El servicio a las riquezas -no se dice tener riquezas sino servir a las riquezas- supone una entrega total a ellas que no deja el espíritu libre, abierto a los valores espirituales y trascendentales. Algo incompatible con el servicio a Dios exige la entrega total e incondicional del hombre que le pertenece como su Señor que es. Pablo llama «idolatría» a la codicia de bienes temporales cuando se da a ellos el culto que sólo puede darse a Dios. A esta idea une Mateo su perícopa sobre el abandono a la Providencia en la que va a rechazar toda excesiva preocupación y ansiedad por los bienes terrenos.
b) Lucas conecta su perícopa con la parábola -más bien ejemplo que marca pauta de comportamiento para el cristiano- del «rico insensato» (12, 16-21) que, ante una cosecha exuberante, hace sus cálculos para el futuro sin preocuparse del presente. Y a quien Dios dijo: «Â¡Necio! Esta noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?». A tan desmedida solicitud, Lucas va a oponer, como la únicamente importante la solicitud por el Reino de Dios. Es muy probable que la perícopa de Lucas estuviera unida con la parábola en el texto original. Mateo habría desplazado la suya al Sermón de la Montaña con cuya moral conecta su enseñanza.
II. Abandono a la providencia (Mt 6, 25-34; Lc 12, 22-32)
«De unos principios austeros y rectilíneos, pasa el Evangelio a esas afectuosas reflexiones del Maestro, que saben a coloquio de familia. Su ritmo espontáneo, la vivencia de las interrogaciones, un aliento de profundo sentido poético y humano -gracias al cual la reiteración ilimitada de su lectura nunca marchita la fragancia del primer contacto- clasifican estas líneas en una categoría de estilo inimitable, muy superior al peculiar del primer evangelista. Con poco esfuerzo de actuación en el «sentido de presencia histórica» puede cualquiera alinearse entre los oyentes directos de Jesús «como si presente se hallase» (1. GOMA CIVIT).
El texto de Mt y de Lc provienen de la fuente Q, colección de sentencias de la iglesia primitiva, de la que toman el material discursivo de su evangelio. Y en su conjunto se remonta a la enseñanza misma de Jesús. Sólo él pudo hablar de esta manera, que se expresa, además, no en plan meramente instructivo sino de modo imperativo.
1. Principio general: «Por eso os digo: no andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?» (Mt 6, 25-26; Lc 12, 22). El «por eso» de Mt pone la perícopa en relación con la frase que precede (v. 24) sobre la incompatibilidad del servicio a Dios y al Dinero. Dios reivindica la solicitud del hombre para sí y por eso no puede el hombre vivir angustiado por la comida y el vestido. El «por eso» de Lucas conecta la perícopa con la parábola del «necio insensato» (w. 16-21) que iba dirigida al rico necio absorbido por el aumento y conservación de su gran cosecha; el evangelista se dirige ahora también al pobre, a todo hombre, que vive cada día pendiente de su sustento.
Cristo comienza advirtiendo a sus discípulos que no se afanen el verbo merimnáo no dice sólo hacer planes, sino estar angustiado, preocupado por las cosas terrenas, la comida y el vestido; la preocupación excesiva por ellas llevan al olvido de Dios y su Providencia, al olvido de la salvación de la propia alma. Fundamenta su advertencia, más bien imperiosa, en un argumento «a fortiori», muy frecuentemente utilizado por los rabinos, que va de lo mayor a lo menor: quien da lo más importante que es la vida y el cuerpo, ¿no va a dar también lo menos importante, el alimento y el vestido?
2. Primera ilustración: «Mirad las aves del cielo, no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotras más que ellas?» (Mt v. 26; Lc v. 24). Dios sostiene la vida de los pajarillos que no realizan los trabajos que tiene que poner el hombre para conseguir el alimento y el vestido. Ellos no siembran ni recogen y no les falta el alimento. La nutrición de los pajarillos no es un mero hecho de la naturaleza sino un efecto de la solicitud de Dios por esas criaturillas. Cierto que los pajarillos trabajan en la búsqueda del alimento, pero es la naturaleza creada por Dios la que les proporciona el alimento que ellos han producido con su esfuerzo. Ellos no son modelo sino testigos de la Providencia de Dios.
Pues si Dios se preocupa de que no falte alimento a esas creaturas tan pequeñas, ¡cuánto más se preocupará de proporcionarlo a los hombres, que son sus hijos y que valen inmensamente más que los pajarillos. Decía Rabí Eliecer: «Aquel que tiene un trozo de pan en su cesta y se pregunta, ¿que comeré mañana?, es un hombre de poca fe» (Sota 486). La Escritura testifica que Dios se cuida de que no falte comida a los animales: «Los leoncillos rugen por la presa y reclaman a Dios su alimento… Está el mar lleno de animales, grandes y pequeños,… todos ellos esperan de ti que les des su comida a su tiempo; se la das y ellos la toman, abres tu la mano y se sacian de bienes» (Sal 103, 21-28; cf Sal 146, 9; Job 38, 39-41).
Lucas en lugar de aves del cielo dice «cuervos», que únicamente aparece aquí en el NT. Probablemente es el término original que Mateo ha cambiado por la expresión más genérica de aves del cielo. El término de Lucas es más expresivo. Dice el salmista: «Dios dispensa alimento al ganado, a las crías de cuervo cuando graznan» (147, 9). Y Job constata: «¿Quién prepara al cuervo su comida cuando gritan a Dios sus crías y vagan en busca de alimento?» (38, 41). El cuervo era animal impuro para los judíos y en la antigüedad se los consideraba como animales tan despreocupados que no acertaban a volver a sus nidos y descuidaban a sus hijos. Sin embargo, hasta con estos animales ejercita Dios su Providencia. ¡Cómo no se va a preocupar de los hombres, sus hijos!
¿Y cuando los hombres mueren de hambre, como ocurre en ciertos países en nuestro tiempo? Eso resulta algo accidental que no invalida la norma general. Dios creador ha provisto, y abundantemente, alimento para los millones de habitantes que pueblan el orbe terráqueo. Con lo que sobra en los países ricos se podría alimentar debidamente a los países empobrecidos. Son los hombres, con su ambición y codicia, con su falta de solidaridad y amor al prójimo, los que provocan las situaciones que padecemos.
La enseñanza de Cristo no es una invitación a la pasividad en el trabajo. El trabajo del hombre entra dentro de los designios de Dios (Gén 3, 17-19). Cristo trabajó en el hogar de Nazaret. Y Pablo exhortaba a los tesalonicenses en el nombre de Jesucristo a que trabajasen con sosiego para comer su propio pan» (2Tes 3, 7-12). Ni a una falsa confianza esperando que Dios proporcione el alimento sin el trabajo adecuado. «La «segura confianza filial» a que exhorta el Evangelio no es una efusión de sentimentalismo ni un disimulado contrato comercial con Dios; es la fina punta del espíritu del «pobre de Yahveh» que en su situación concreta, connaturalmente «aflictiva», respira la serena atmósfera de la Fe, sintiéndose conducido en su vida por la mano del Padre. y así acepta sin «congojas» el bien y el mal (cf v. 33) de cada día, cierto de que todo le viene en la exacta proporción que le ha medido la «Providencia» divina que tiene por nombre Amor» (ISIDRO GOMA CIVIT).
3. Inutilidad del esfuerzo afanoso: «Por lo demás, ¿quién de vosotros puede añadir un solo codo a la medida de vuestra vida» (Mt v. 27; Lc v. 25). Este versículo introduce un pensamiento nuevo que interrumpe la ilación entre los vv. 26 y 28. Pero se adapta al tema general: la solicitud afanosa por el alimento y el vestido no es solamente una falta de confianza en la Providencia de Dios, sino que no tiene objeto, porque con ella no se consigue nada fuera de la Providencia de Dios. El término helikía puede significar estatura o edad. Los judíos probablemente utilizaban el «codo» egipcio que equivalía a medio metro; en los griegos aparece como medida de longitud (46,2 centímetros), pero algunos autores lo utilizan con sentido temporal. Son posibles dos interpretaciones: las versiones antiguas, también la Vulgata y algunos comentaristas modernos, como Ulrich Luz, interpretan en el sentido de «estatura»: ¿quién puede añadir medio metro a su estatura? Pero sería añadir algo extraordinario. El contexto y el v. 26 de Lucas, que suponen la añadidura como algo realmente pequeño, hacen más probable la interpretación en el sentido de duración de tiempo: ¿quién puede añadir a la duración de su vida (a su edad) señalada por Dios un breve espacio de tiempo? En todo caso la idea fundamental es clara: Sólo Dios puede incrementar la propia estatura o prolongar la vida. Esta afirmación intercalada «denota un talante de resignación a diferencia de las dos imágenes. Ningún ser humano puede modificar la medida que Dios le ha señalado» (ULRICH LUZ).
Lucas añade: «Si pues no sois capaces ni de lo más pequeño, ¿por qué preocuparos de lo demás?» (v. 26). En efecto, si la capacidad humana, por sí misma, es incapaz de las cosas más pequeñas, será algo inútil preocuparse de las demás cosas. Además la solicitud angustiosa por las cosas terrenas puede ser obstáculo para la orientación total de la vida al Reino.
4. Segunda ilustración:
a) Y del vestido ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo
crecen, no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos» (Mt vv. 28-29; Lc v. 27). El v. 28 continúa el pensamiento del v. 26, con una imagen más detallada que refuerza la idea de la primera ilustración. La solicitud angustiosa por la comida resulta infundada. Lo mismo ocurre con la preocupación excesiva por el vestido. Lo demuestras también con una comparación que va de lo menor a lo mayor. El término traducido por «lirios» (krina; la Vulgata: filia agn) se usaba generalmente como designación genérica de las flores -también el término hebreo, shuhan designaba muchas especies- que cubren el campo palestino (anémonas, margaritas, amapolas…) ofreciendo en la primavera galilea un espléndido y maravilloso colorido. Seguramente lo habrían contemplado los oyentes de Jesús en su predicación al aire libre. Los lirios adquieren ese esplendor sin esfuerzo alguno por su parte. Es Dios quien los hace germinar, crecer y brotar sus hermosas flores. Y la belleza de los lirios supera a la de Salomón, tipo proverbial bíblico de riqueza y lujo en sus vestidos (cf 1 Re 9, 26-10, 29; 2Crón 9, 15-18). «De las vestiduras de Salomón a la flor del campo, dice San Juan Crisóstomo hay la distancia de la mentira a la verdad».
b) «Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» (Mt v. 30; Lc v. 28). La hierba y la flor expresan con frecuencia en la Biblia la caducidad y lo efímero: «Toda carne es hierba, dice Isaías, y todo su esplendor como flor del campo… la hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (40, 6-8; cf. Is 37, 27; Job 8, 12; Sal 37, 2; 102, 15). Los pobres de Palestina tenían que utilizar la hierba como combustible. Pues si Dios se preocupa de cosas tan efímeras, dotándolas de tan singular belleza, ¿cuánto más se preocupará Dios de proporcionar a los hombres, sus creaturas predilectas, cuanto necesiten para su vestido? «Notemos de paso, escribe 1. Gomá Civit, la sensibilidad estética de Jesús; apreciar en un lirio del campo mejor calidad de belleza que en los esplendores artificiales de una corte oriental, revela aquella aristocracia artística que antes de ser «Franciscana» fue «Cristiana»».
La acusación «hombres de poca fe» interpela a personas presentes. Lucas sólo emplea aquí esta expresión. Mateo la utiliza más veces (8, 26; 14, 31; 16, 8). Si los discípulos de Jesús no creen que el Padre, que se preocupa de cosas tan pequeñas, tendrá un cuidado mayor por ellos denota que carece de debida fe en la Providencia de Dios. Estas comparaciones denotan la cercanía de Jesús a la naturaleza, de la que tantas veces se vale para ilustrar a aquellas gentes sencillas de Galilea su doctrina evangélica.
5. Consecuencias sobre la comida y el vestido: «No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué nos vamos a vestir? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo ello». Habida cuenta de la Providencia segura de Dios, los discípulos deben confiar en ella y liberarse de búsqueda angustiosa del alimento y del vestido. Pero ahora añade una doble motivación para esa actitud. Ellos no son paganos, sino hijos de Dios. Los paganos que no conocen a Dios y su Providencia se esfuerzan por conseguirlas cosas de la tierra pensando que el éxito depende únicamente de su propio esfuerzo. Pero la experiencia dice que tal actitud produce un desasosiego que no deja vivir tranquilo. Los discípulos de Jesús no pueden obrar de esa manera. Equiparar su conducta a la de los paganos tenía que hacer fuerte impacto en los discípulos y ofrecía un poderoso motivo para evitar su conducta.
Además, el discípulo tiene que saber que el Padre celestial conoce todas sus necesidades, aun antes de que se sean expuestas, y saldrá al encuentro de ellas. La completa confianza en Dios y no la propia laboriosidad es lo que librará a los discípulos en desasosiego e intranquilidad y les facilitará la entrega a la causa del Reino. Y esa confianza tiene su seguridad en la palabra de Cristo. Ya hemos indicado que Cristo no quiere que rehuyamos el trabajo de cada día, deber humano y cristiano, sino el afán y desasosiego en la búsqueda del alimento y el vestido, sin contar con la Providencia del Padre. Por lo demás, no está mal recordar que la Historia de la Iglesia puede presentar ejemplos de personas e instituciones benéficas que, sin contar con medios de subsistencia y confiados totalmente a la Providencia de Dios, hallaron personas que movidas por el espíritu cristiano les proporcionaron cuanto precisaron para sus fines benéficos cristianos. Esto ocurrió a Cristo durante su ministerio público (Lc 8, 1-3).
6. Importante conclusión: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura» (Mt v. 33; Lc v. 31, que dice «ante todo», en lugar de «primero»). Después de unas precedentes advertencias formuladas negativamente Mt y Lc añaden esta afirmación tajante: la principal obsesión del discípulo de Cristo ha de ser la búsqueda del Reino de Dios. Cristo había enseñado en el «Padre nuestro» que pidiéramos la venida del Reino (Mt 6, 10; Lc 11-2). Oración que precede en ambos evangelistas a la exhortación a confiar en la Providencia. El mismo verbo (dsetein) utilizado para describir la búsqueda afanosa de los paganos por los bienes terrenos se utiliza aquí para expresar el afán con que debe buscar el discípulo el Reino. El «primero» de Mateo no tiene sentido cronológico, como si después de buscar el Reino, el discípulo tuviera también necesidad de buscar las cosas terrenas. Expresa el valor supremo en la escala de valores. Mateo, en consonancia con un tema fundamental de su evangelio, añade «y su justicia», que significa el cumplimiento de la voluntad de Dios, que es lo que decide la entrada en el Reino (5, 20; 7, 21). En su presentación del «Padre nuestro» a la petición de la venida del Reino, sigue el «hágase tu voluntad» (6, 10). «La yuxtaposición de Basileia y dikaiosíne corresponden a la segunda y tercera petición del Padre nuestro; sólo que aquí aparece en primer plano la tarea del hombre y allí la acción de Dios en favor del hombre y por medio del hombre, cuando el hombre le suplica. La acción del hombre implica la acción de Dios: Dios fundará su Reino y ya desde ahora otorgará el alimento y el vestido a sus discípulos a modo de prenda» (ULRICH Luz).
«Todas las demás cosas se os darán por añadidura», la comida, el vestido, los bienes temporales. El «se os darán» es un pasivo divino o paráfrasis para evitar el nombre de Dios. Es él quien dará todas esas cosas. Quien se entrega a la búsqueda del Reino puede contar con la generosidad de Dios que proporcionará las cosas terrenas que precisa para vivir. Venimos advirtiendo que las recomendaciones-mandatos de Jesús no eliminan el trabajo cotidiano sino la preocupación desmedida, que quita la paz del corazón, como si todo dependiera del hombre y no de la Providencia de Dios. «Labor exercendus est, solicitudo tolenda», decía San Jerónimo a propósito de Mt 6, 25. Hay que distinguir: el celo activo y preocupación ansiosa (Lápide). El discípulo de Jesús sabe también que vivir del Evangelio no garantiza una vida sin fatigas por el hecho de buscar sólo el Reino. San Pablo buscó el Reino y tuvo que soportar las más duras fatigas y pasar hambre. Pero sabe que todo viene del Padre y que todo contribuye a la expansión del Reino.
7. Ulterior adición de Mateo: «Así pues, no os preocupéis del mañana; el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal» (Mt v. 34). La perícopa sobre el abandono a la Providencia tiene su conclusión en la intimación tajante y lapidaría en la intimación a la búsqueda del Reino. Esta advertencia sobrecarga la ordenada estructura semita de la perícopa. Se trata de una constatación del estilo sapiencial que Cristo debió pronunciar en otra ocasión. Lucas la omite. Mateo la unió a la perícopa sobre el abandono de la Providencia y no carece de relación con ella. Es un consejo proverbial de vida práctica que se encuentra también en las literaturas judía, griega y romana que recomiendan el «vivir el presente». No es prudente añadir a las preocupaciones del día presente las del día de mañana. Le basta a cada día «su propio mal». El término griego, kakía, designa aquí el trabajo de cada día con sus preocupaciones, sufrimientos y angustias. El hombre tiene bastante con soportar la carga de cada día y enfrentarse con sus dificultades. Además, ¿quién le puede asegurar lo que le espera al día de mañana? Dice el Talmud: «No te preocupes por la inquietud del mañana porque tú no sabes lo que el día traerá» (Sanhedrin 100b).
Pero esta idea universalmente extendida en el mundo antiguo tiene aquí una nueva perspectiva que la libera de su tono un tanto pesimista. Aquí no se trata de un mero consejo de sabiduría práctica: es la confianza en la Providencia del Padre y la búsqueda del reino lo que libera al hombre de la angustia del mañana. Añadir a la preocupación del momento la angustia del mañana es una falta de confianza en la Providencia de Dios, cuya solicitud no faltará el día de mañana. Del «mañana Dios proveerá» decimos nosotros con sentido cristiano. En consecuencia sumar al agobio del día presente el del mañana no es solo una necedad (perspectiva de la filosofía pagana), sino una falta de confianza en la Providencia de Dios.
Conclusión
La clave última de la interpretación de la perícopa está en Mt 6, 33 y Lc 12, 31: la búsqueda del Reino y el cumplimiento de la voluntad de Dios que es lo único absolutamente necesario pues lleva a la salvación en el Más Allá. «¿De qué vale ganar el mundo entero si se la pone en peligro?», advirtió también Cristo (Mt 16, 26). Las demás cosas tienen una importancia secundaria y hay que subordinarlas al Reino. El hombre fácilmente apega el corazón alos bienes terrenos y se afana por incrementarlos, lo que puede llevar al olvido de lo fundamental. Para librar al hombre de ese afán desmedido y peligroso Cristo le remite a la Providencia de Dios en la naturaleza, que es creación suya. Si Dios la sostiene con su bondad, cuánto más cuidará del discípulo que pone su vida en las manos de Dios y su Providencia amorosa.
¿A quién van dirigidas estas advertencias? Cristo las dirigió a sus discípulos que habían renunciado, como él, a sus ocupaciones profesionales para anunciar el Reino de Dios. Recogidas en la fuente Q seguramente iban dirigidas a los misioneros itinerantes que, imitando a Cristo, extendieron el evangelio más allá de los limites de Palestina. Al consignarlas en sus evangelios Mateo y Lucas, por los años 80-85 las dirigen también a los cristianos sedentarios y a los cristianos de todos los tiempos. ->abba; fe; esperanza; confianza.
BIBL. – IsIDRo GOMí CIVIT, El Evangelio según San Mateo, v. 1 Ed. Marova. Madrid 1966, 372-387; JOSEPH A. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, v. 111, Ed. Sígueme, Salamanca 1993, 508-525; ULRICH Luz, GERD THEISSEN, Radicalismo itinerante, en Estudios de sociología del cristianismo primitivo, Ed. Sígueme, Salamanca 1985, 13-40.
Gabriel Pérez
FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
Todos los acontecimientos tienen un significado, y puede que no podamos descubrir inmediara7 mente lo que significan, pero podemos aceptarlos sabiendo que ciertamente tienen este sentido: Dios me ama y me guía. Reconocer que Dios me educa quiere decir reconciliarme conmigo mismo y con mi vida, con los dones que tengo y con los que no tengo, con los que querría tener, con aquello que he perdido y con el poco camino que quizá haya hecho. Reconciliarme con mi vida porque en ella Dios me está guiando, Dios continuamente recompone las situaciones erróneas, sean pequeñas o grandes. Por tanto, a pesar de mis negligencias, mi vida es llevada ante Dios y, en su plan de amor —dinámico y siempre renovado— toda mi historia tiene un sentido. De la paz con nosotros mismos surge la paz con la Iglesia tal y como es, con las personas que me rodean, con la sociedad, con la historia: todo conduce al bien para aquellos que aman a Dios. La Escritura da testimonio de esta verdad; para los judíos tenía sentido el triunfo del reino de David y la decadencia de Salomón, tenía sentido la deportación y el hecho de vivir entre los paganos, y tenía sentido el regreso del exilio. Para mí tiene sentido esta vida con sus contradicciones y sus desgarros, con sus luces y sus sombras. Dios me conduce siempre hacia la purificación del corazón, la madurez de la fe, la semejanza con Cristo.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual
En latín providentia, en griego pronoia, indica el plan de desarrollo presente en la mente de Dios en relación con todos los seres creados y que su amor lleva a cumplimiento. Este plan abarca también la acción libre de las criaturas consideradas en su conjunto y en su singularidad.
En la cultura griega se desarrolló la convicción de un orden intrínseco al cosmos: la presencia de la necesidad, del hado, de la fortuna, tal como ocurre en el pensamiento de Parménides y Demócrito. Falta en ella un verdadero concepto de providencia, al no existir la noción de un Dios personal. Entre los trágicos, Sófocles admite intervenciones divinas en favor de los mortales. Platón parece ser que fue el primero en distinguir entre los hechos que suceden según la providencia y los que ocurren por necesidad: concibe el universo como un organismo unificado por el anima mundi. También los estoicos se sitúan en esta línea y afirman la existencia de un logos inmanente al cosmos que garantiza la armonía del todo. La doctrina de la providencia es un punto sólido del estoicismo, defendido por Crisipo, Séneca, Cicerón y puesto en discusión por los académicos. Su concepto de providencia es inmanente, cósmico, identificado con la necesidad de la naturaleza y de la razón: no deja espacio a la libertad del hombre. La confianza en la providencia debe conducir al sabio a afrontar los dolores de la existencia y la muerte con serena imperturbabilidad.
La Biblia presenta una perspectiva más profunda de la providencia en la medida en que afirma la absoluta omnipotencia y trascendencia de Dios Padre y la plena libertad del hombre. El Antiguo Testamento no da una definición de providencia, pero toda la historia de Israel está impregnada de la solicitud de Dios con sus criaturas. La experiencia de la providencia divina se deriva no tanto del orden cósmico como de las intervenciones de Dios en la historia, desde la creación hasta la elección de Abrahán (Gn 22,14), la liberación de Egipto y el camino por el desierto (Ex 6,15-18), el anuncio de los profetas (1s 45,7: Jr 27 5). Esta experiencia se recuerda y profundiza en los libros sapienciales (Eclo 42,15ss), abrazando no sólo al pueblo, sino también al individuo, En el Nuevo Testamento, la fe en la providencia encuentra en Jesucristo su plena manifestación. Jesús enseña a fundamentar la propia existencia en Dios y en la búsqueda de su Reino (Mt 6,33í: a no temer las persecuciones (Mt 10,28-31): a no buscar la seguridad en los bienes que perecen, ya que Dios se preocupa de sus criaturas (Lc 12,22-34). El vértice de esta confianza en la providencia se nos enseña en el Padre nuestro. Toda la enseñanza de Jesús va orientada a revelar que el hombre vive bajo la mirada providencial y amorosa del Padre, que está cerca de él. Ni siquiera el mal se escapa de la providencia divina, sino que está al servicio del plan de salvación. La certeza que guía la existencia del cristiano es que todo concurre al bien de los que aman a Dios (Rom 8,28).
Los Padres de la Iglesia defendieron la doctrina de la providencia contra los errores de su época (fatalismo, maniqueísmo, gnosticismo) y afirmaron la absoluta omnipotencia de Dios que se extiende a todas las criaturas y la intangibilidad de la libertad humana.
Agustín trató el tema de la providencia en el De civitate Dei, donde considera el desarrollo temporal en una perspectiva teológica con vistas al juicio como una lucha entre el bien y el mal, la fe y la incredulidad. Las vicisitudes históricas revelan la actuación de la providencia como acción benéfica y misteriosa de Dios, que no suprime la libertad.
Santo Tomás considera la providencia como el plan eterno que Dios tiene sobre el mundo, «la razón del orden de las cosas a sus fines» (5. Th. 1, q. 22, a. 1). La providencia abraza a todos los seres en su conjunto y en su singularidad, en cuanto que nada se escapa del conocimiento divino: sin embargo, Dios no actúa directamente en la ejecución de sus planes, va que quiere hacer que las criaturas -participen de su causalidad. Por este motivo, las causas necesarias producen efectos necesarios y las causas contingentes producen efectos contingentes. De esta manera la providencia divina no impone una necesidad a las cosas.
En el pensamiento moderno se ha perdido el significado de providencia y se le ha ido sustituyendo progresivamente por el concepto de » armonía pre-establecida» (Leibniz), de «astucia de la razón» (Hegel), del determinismo materialista del progreso. Frente a estas concepciones el mal se presenta como escándalo y el hombre reacciona en defensa de su libertad y autonomía; la casualidad ocupa el puesto de la providencia.
El Magisterio de la Iglesia afirmó la realidad de la providencia en el concilio Vaticano I (1870) contra el fatalismo pagano, el deísmo y el materialismo: «Dios protege y gobierna con su providencia todo lo que ha creado. Esta providencia se extiende con fuerza de un confín al otro y gobierna con bondad excelente todas las cosas» (DS 3003). La definición magisterial subraya la trascendencia de Dios contra todo inmanentismo y su soberanía y poder operante en la historia, contra el deísmo ilustrado.
La fe en la providencia está atestiguada en la vida cristiana en la oración de petición y en el abandono confiado en Dios Padre. La teología contemporánea subraya que la fe en la providencia no implica ninguna pasividad frente al cosmos y frente a la historia; al contrario, exige del creyente su colaboración activa con Dios para llevar todo lo creado a su cumplimiento.
E, C Rava
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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
P. es el conjunto de todos los actos de Dios en los que se expresa su relación cognoscente, volitiva y ejecutora de su plan salvífico con la totalidad del mundo, relación que lleva a este mundo hacia los fines determinados por su voluntad.
1. La filosofía griega dedujo la realidad de una p. que está sobre los hombres, del conocimiento de la ordenación racional del mundo, adecuada a un fin y dirigida a él. Esta ordenación fue entendida como obra de un espíritu divino que gobierna el universo, el cual garantiza también el bienestar de los hombres. La palabra prónoia para expresar este pensamiento se encuentra por primera vez en el siglo v a.C.; y así en la época siguiente la p. es entendida como obra de un espíritu divino o de la divinidad misma.
Este concepto adquiere una importancia especial en la doctrina, particularmente en la ética, del -> estoicismo. Una divinidad impersonal gobierna este mundo y lo dirige a su finalidad. Esta racionalidad divinizada de la ordenación y del movimiento del mundo abarca también al hombre y su salvación, y le garantiza su seguridad mediante la integración en la armonía cósmica.
La participación en esta armonía no deja ciertamente espacio a la libertad humana, pero proporciona aquella impasibilidad (átaraxia) que en una distancia fría y desapasionada descubre cómo lo incalculable y lo absurdo del destino es sólo apariencia y un estado transitorio, y así lo hace tolerable.
La doctrina antigua de la prónoia y sus consecuencias éticas hubieran podido quedar confiadas a la sabiduría teorética, si sus motivos fundamentales no acompañaran también a la fe cristiana en la p., si no formaran el trasfondo de su comprensión y de su realización, si no influyeran en esta fe cristiana e incluso la falsearan algunas veces. Tal influencia empieza ya allí donde la orientación escatológica del mundo (como base de la fe en la p.) es interpretada con categorías filosóficas de la teleología, tomada en préstamo del mundo helenístico circundante. Y se hace más sensible allí donde la piedad (menos la doctrina), distinguiéndose reflejamente, ha de distanciarse de concepciones que tienen de común con la fe cristiana poco más que el nombre (habría que mencionar, p. ej., la teodicea de Leibniz, la cual buscaba una justificación racional de la acción de Dios mediante la armonía preestablecida; el -> deísmo; el optimismo ilustrado de la historia y del progreso que se da en los siglos xviii y xix; la razón universal de Hegel; la interpretación de la historia que hace el -> marxismo; el abuso de la p. como pretexto para los planes del poder político en los sistemas totalitarios).
La necesidad de la distinción se hace totalmente clara cuando en nombre de la libertad y de la autonomía del hombre, o por causa de falsas expectaciones hundidas en catástrofes históricas, se anuncia una protesta contra tal p., protesta para la que también el Dios del cristianismo se convierte en escándalo allí donde su gobierno del mundo es interpretado a la manera de concepciones secularizadas (p. ej., el Candide de Voltaire; las distintas formas de -> nihilismo y de pesimismo; la critica a la -> religión hecha por Feuerbach; L’homme révolté de A. Camus). A la vista de esas cuestiones que se le plantean desde el trasfondo de la historia del espíritu, la predicación debe reflexionar conscientemente sobre los fundamentos de la fe cristiana en la p. y exponerla en su peculiaridad.
2. El concepto de prónoia aparece en el AT tardíamente, bajo la influencia de la filosofía helenística (Job 10, 12; Sab 6, 7; 14, 3; 17, 2). Pero se hizo cada vez más claro el pensamiento de la bondad y sabiduría, del poder previsor de Dios, que abarca al hombre con su mundo y los dirige a un fin. Para el AT este acontecer admirable, que suscita sorpresa y confianza, empieza ya con la -> creación. Y prosigue en la elección y la dirección del pueblo de Israel por su camino hacia la meta prometida, actos en los que se hace patente la bondad de Dios. Tal experiencia se condensa en los Salmos (p. ej., 9, 2; 26, 7; 40, 6; 71, 17; 72, 18) y es compendiada sobre todo por Isaías en su visión de la historia como acción salvífica de Dios (9, 5; 28, 29; 29, 14). La fe en la p. que hay en el AT se basa, pues, en la experiencia de la acción histórica de Dios y en la promesa dada por él; presupone un Dios personal y un acto históricamente libre de creación, y precisamente así posibilita la libertad del hombre bajo la p. divina. La crisis en que esta fe cayó debido al exilio abrió una nueva visión de la p., que desde ahora no sólo se extenderá al pueblo elegido como un todo, sino también a sus miembros particulares; y a la vez agudizó el sentido para el misterio del fin divino, que no es accesible a los cálculos previos del hombre ni a su disposición.
También el NT habla del celo infatigable con que Dios cuida de sus criaturas (p. ej., Mt 6, 25-34; 10, 29ss). La fe transmitida en la p. experimenta su acuñación definitiva por la comprensión de la obra salvífica de Cristo. El -> reino de Dios anunciado por él es esperado en confianza creyente, no como consecuencia de las leyes internas del mundo, sino como donación libre e histórica de Dios. Pero el principio de la consumación escatológica, conocido como presente, no se produce más allá de la historia del mundo, sino en medio de esta misma. El destino que el Señor sufre en el mundo (muerte de cruz) y la contradicción que éste le opone, enseñan que también los lados sombríos de la historia y del hombre (pecado, culpa, fracaso, agonía, muerte) están abarcados por el plan salvífico de Dios. La penosa comprensión de este hecho queda reflejada en el NT mediante la repetida acentuación de aquel «es necesario» (deï) histórico-salvífico. «¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera esas cosas para entrar así en su gloria?» (Lc 24, 26. entre otros). Cómo precisamente la muerte de Cristo es revelación del plan salvífico de Dios y hace experimentar su bondad y sabiduría, es tema central de la predicación de la comunidad primera (p. ej., Act 2, 23; 4, 28; Ef 1, 3-14). La morada segura en la p. no la recibe el hombre por una visión racional de la armonía del mundo, sino por el seguimiento de Cristo, quien en libre obediencia aceptó el destino que sufría como llamada amorosa de Dios, y en su obediencia transformó este destino y le quitó su poder.
3. La teología cristiana intentó más tarde describir con mayor precisión esta relación de Dios con su mundo, la cual se expresa en el concepto de p. A este respecto usa ante todo los conceptos de «conservación del mundo» y «concurso de Dios».
La «conservación del mundo» acentúa la dependencia radical del mundo en su ser respecto de Dios, dependencia de la que el mundo no queda exento ni siquiera después de la -> creación (contra el -> deísmo). Pero la acción de Dios que fundamenta permanentemente la existencia no puede ser entendida como una constante creación nueva, que desvirtuaría la importancia de las causas segundas. Sólo la conciencia de esa conservación permanente del mundo impide que éste sea concebido como una realidad cerrada en sí misma, y abre la relación personal del hombre hacia el Dios que planifica y dirige.
El «concurso de Dios» que acompaña los actos humanos de -> libertad significa que también éstos están abarcados en todo momento por su p., tanto en lo que atañe a sus presupuestos como en lo que se refiere a sus repercusiones. Así los órdenes internos del mundo y sus poderes pasan a ser de segundo rango, pues actúan transitoriamente y están subordinados al fin de Dios. Pero este concurso no puede entenderse como si quedara suprimida la libertad humana, o como si la acción nacida de ella careciera de valor bajo la p. La relación mutua entre la libertad divina y la de la criatura no puede ser interpretada como una competencia. La libertad divina es la causa trascendente que posibilita la libertad de la criatura. La determinación más exacta de esta coordinación es objeto de disputa en teología (-> gracia y libertad, -> predestinación).
El magisterio eclesiástico ha defendido y confirmado – principalmente en el concilio Vaticano I- la p. de Dios contra el -> ateísmo, el -> deísmo, el fatalismo y el -> dualismo (Dz 1784; otros lugares: Dz 421 816 1702 2305).
Resumiendo la fundamentación bíblica y la doctrina del magisterio sobre la p. de Dios, resaltan los siguientes principios fundamentales:
El gobierno previsor del mundo por parte de Dios, que lleva la realidad mundana hacia su fin, no es un elemento inmanente de un orden natural, sino favor libre e histórico de Dios. Ese gobierno incluye la creación como creatio ex nihilo y la consumación escatológica como acción libre de Dios, la cual escapa a la disposición del hombre ya las leyes del mundo (causas segundas). Por ello la destinación escatológica del mundo sólo insuficientemente puede describirse con categorías del pensamiento teleológico.
La relación de Dios con su mundo, esclarecida en el concepto de p., culmina en la relación personal de un Dios personal, que pone -> principio y fin al hombre libre. Por consiguiente, la libertad de la criatura, en su dependencia radical, ni queda desprendida del fundamento de su posibilidad, ni aniquilada por la voluntad providente que lleva adelante su fin. Por tanto, la acción libre del hombre no se añade a esta p. como un principio concurrente, sino como un momento interno del plan salvífico (cf. relación entre -> Dios y el mundo).
La bondad, la sabiduría y el poder de Dios son experimentables para el hombre tanto por la acción histórico-salvífica de Dios como por las promesas que él ha hecho. Ambos momentos coinciden en la obra salvífica de Cristo. La p. acompaña al hombre en su exposición al mundo y al destino del mismo, así como a su carácter imprevisible.
La bondad de Dios, que planifica y lleva adelante sus fines, requiere un esclarecimiento por la palabra revelada y se experimenta en la -> fe y la -> esperanza (y no en una participación cognoscitiva de la razón universal). Por ello la aceptación de esta p. no se halla exenta de las tentaciones a las que está expuesta toda fe.
La quietud de ánimo (->indiferencia) como postura del cristiano adecuada a la fe en la p., no es por tanto la impasibilidad estoica y desapasionada del alma, que desde la segura visión de la racionalidad del cosmos contempla el gran teatro del mundo, sin participar en él, sentada en la logia del que sabe y está seguro. Es la experiencia creyente de la liberación del hombre de las virtudes y potestades de este mundo y la expectación esperanzada del «día del Señor»; y así hace capaz al hombre tanto de librarse de las cosas del mundo como de intervenir en la historia.
La fe en la p. se realiza en la oración, no sólo en la alabanza y el agradecimiento de la bondad ya experimentada de Dios, sino también en la súplica dirigida a la obtención de la promesa. La oración de petición a un Dios que obra personal e históricamente de ningún modo es superflua, pero tampoco puede entenderse como si ella dispusiera de Dios, situándolo al alcance de la previsión y planificación humana. La palabra de la Escritura: «Â¡Padre, todo te es posible: aparta de mí este cáliz! Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14, 36), delimita, en su aparente contradicción, el ámbito de la oración humana: expresión de la propia necesidad, que es confiada al cuidado de Dios; y dependencia concreta y radical de Dios, aceptada hic et nunc, con la confianza «de que todas las cosas colaboran para bien de quienes aman a Dios, de quienes son llamados según su designio» (Rom 8, 28).
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Ernst Niermann
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
PROVIDENCIA
Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento
Es una de las palabras que no aparecen en la Biblia, pero que, no obstante, representa una doctrina verdaderamente bíblica. No existe un equivalente hebreo para «providencia». La palabra griega pronoia apunta a la prudencia o provisión humanas. La RV60 traduce «prudencia» en Hch. 24:2 y «proveáis» en Ro. 13:14. En cuanto al verbo pronoeō, véase Ro. 12:17; 2 Co. 8:21; 1 Ti. 5:8. Más bien, la Biblia emplea palabras ad hoc como «él da alimento a toda carne» (Sal. 136:25), o «él envía las fuentes por los arroyos» (Sal. 104:10), que expresan en situaciones concretas sus poderosos hechos en favor de los hijos de los hombres.
Debemos resistir derechamente la tentación de pensar en la providencia en forma general e independientemente de Cristo. Seria posible tomar ciertos salmos y el Sermón del Monte y formular una doctrina de la relación de Dios con su creación que nada tuviera que ver con Jesucristo. Pero, dado que es en Cristo que se ha establecido esta relación, sería desde el principio una interpretación falsa el tratar de entenderla sin él. En Jesucristo, Dios ha establecido la relación entre él mismo y sus criaturas, prometiendo llevar a cabo su propósito creador hasta su triunfal consumación. La relación primitiva con Adán, renovada con Noé (Gn. 8:21–22), no es menos en Cristo, que su pacto con Abraham o Moisés. El Mediador, que es el Verbo encarnado, establece esta relación, y en él Dios se hace Dios de los hombres y ellos llegan a ser su pueblo. (De paso, debemos también notar que hay que considerar que el Mediador establece una relación entre Dios y sus criaturas que son distintas del hombre). Como Dios de ellos, él asumirá la responsabilidad de su existencia terrenal.
Ahora podemos considerar la doctrina de la providencia desde tres aspectos diferentes:
(1) La creación es el escenario en que se llevan a cabo los tratos de Dios con la humanidad. La providencia es el obrar misericordioso del propósito de Dios en Cristo que deriva de sus tratos con el hombre. En este punto no nos estamos deslizando hacia la doctrina de la predestinación, sino que estamos diciendo que desde el principio Dios ha ordenado el curso de los acontecimientos hacia Jesucristo y su encarnación. Desde el punto de vista bíblico, la historia del mundo y la historia de una vida personal solamente adquieren significación a la luz de la encarnación. La sórdida historia de la concupiscencia de Judá en sus tratos con Tamar (Gn. 38) adquiere significancia en la genealogía del Mesías (Mt. 1:3). ¡César Augusto estaba en el trono de Roma a causa de un desconocido bebé en un pesebre!
(2) Según Hch. 14:17; 17:22–30, y Ro. 1:18–23, la providencia de Dios sirvió también al propósito de dar testimonio de Dios entre los paganos. El cuidado paternal de Dios era para ellos una señal que indicaba hacia él. Ro. 1:20, deja bien claro que el propósito de este testimonio era hacer que el hombre fuese inexcusable por no conocer a Dios: eis to einai autous anapologētous. En este punto también, por lo tanto, la providencia es incluida en la doctrina de la reconciliación.
(3) El Dios que da vida al hombre también lo preserva mientras está en la tierra. Dios no es un Dios del alma solamente, sino también del cuerpo. En Mt. 6:25–34, se recuerda a los discípulos (¡por el Creador mismo!) su relación a Dios como criaturas, y se los libera de toda ansiedad acerca de su futuro terrenal. Las demás criaturas (ejemplificadas por las aves y las flores silvestres) han sido puestas en una relación definida con Dios, la cual él mantiene fielmente cuidándose de sus necesidades. ¿Dará Dios un cuidado inferior al hombre, a quien ha dado el lugar más alto en la creación? (cf. Sal. 8:6–8). Así que los hombres «glorifican a su Creador mediante la cotidiana aceptación de sus dádivas sin cuestionarlas» (D. Bonhoeffer, The Cost of Discipleship, S.C.M. Press, Londres, 1948, p. 154). Tras esta doctrina está la libertad de Dios, todopoderosa y llena de amor.
En suma, la doctrina de la providencia nos dice que el mundo y nuestras vidas no son gobernadas por la casualidad o por el destino, sino por Dios, quien revela sus propósitos de providencia en la encarnación de su Hijo.
BIBLIOGRAFÍA
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T.H.L. Parker
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HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics
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Fuente: Diccionario de Teología
Ningún término en el heb. o gr. bíblicos expresa el concepto de la providencia divina. Platón emplea pronoia para la previsión expresa de Dios, y los escritores estoicos, Filón, que escribió un libro Sobre la providencia (Peri pronoias), Josefo, y los autores de la Sabiduría (cf. 14.3; 17.2), y de 3, 4
En la teología cristiana normalmente se define la providencia como la incesante actividad del Creador mediante la cual, con gran bondad y misericordia (Sal. 145.9; cf; Mt. 5.45–48), mantiene a sus criaturas en ordenada existencia (Hch. 17.28; Col. 1.17; He. 1.3), guía y dirige todos los acontecimientos, circunstancias, y acciones libres de ángeles y hombres (cf. Sal. 107; Job 1.12; 2.6; Gn. 45.5–8); y encamina todo hacia el fin propuesto, para su propia gloria (cf. E. 1.9–12), Este punto de vista en cuanto a la relación de Dios con el mundo debe distinguirse de: (a) el panteísmo, que absorbe al mundo dentro de Dios; (b) el deísmo, que lo separa totalmente de él; (c) el dualismo, que divide el control del mundo entre Dios y otro poder; (d) el indeterminismo, que sostiene que no está bajo ningún control; (e) el determinismo, que postula un control de tipo tal que aniquila la responsabilidad moral del hombre; (f) la doctrina del azar, que niega que el poder que controla los acontecimientos sea racional; y (g) la doctrina del destino, que niega que sea benevolente.
Las Escrituras presentan la providencia como función de la soberanía divina. Dios es el Rey de toda la creación, y hace lo que su voluntad dispone (Sal. 103.19; 135.6; Dn. 4.35; cf. Ef. 1.11). Esta fuerte convicción satura toda la Biblia. Podemos analizar aquí las líneas principales.
a. La providencia y el orden natural
Dios dirige todas las fuerzas naturales (Sal. 147.8s); gobierna a los animales salvajes (Job 38–41), y todos los sucesos mundiales, grandes y pequeños, desde las tormentas eléctricas (Job 37; Sal. 29) y las plagas (Ex. 7.3–11.10; 12.29ss; Jl. 2.25), hasta la muerte de un pajarillo (Mt. 10.29) o la caída de una suerte (Pr. 16.33). La vida física de hombres y animales es don de su gracia, que puede dar o quitar a su antojo (Gn. 2.17; 1 S. 1.27; 2 S. 12.19; Job 1.21; Sal. 102.23; 104.29–30; 127.3; Ez. 24.16ss; Dn. 5.23, etc.); como también ocurre con la salud y la enfermedad (Dt. 7.15; 28.27, 60), la prosperidad y la adversidad (el “mal”, Am. 3.6; cf. Is. 45.7), etc.
Como se considera que la regularidad del orden natural depende directamente de la voluntad de Dios (cf. Gn. 8.22), la Biblia no tiene dificultad alguna con la existencia de irregularidades milagrosas ocasionales; Dios hace lo que quiere con su mundo, y nada es demasiado difícil para él (cf. Gn. 18.14).
El gobierno providencial de Dios en el orden creado proclama su sabiduría, su poder, su gloria, y su bondad (Sal. 8.1; 19.1–6; Hch. 14.17; Ro. 1.19s). El hombre que frente a esta revelación no reconoce a Dios no tiene excusa (Ro. 1.20).
La Biblia nos presenta el cumplimiento constante de los benevolentes propósitos de Dios en la naturaleza como algo digno de alabanza en sí mismo (cf. Sal. 104; 147) y como garantía de que él es el Señor de la historia humana, y que cumplirá sus benevolentes promesas en esa esfera también (cf. Jer. 31.35ss; 33.19–26).
b. La providencia y la historia mundial
Desde la caída Dios viene llevando a cabo un plan de redención. Este plan gira alrededor de la primera venida de Cristo, y culminará cuando regrese. Su propósito es la creación de una iglesia mundial en la que judíos y gentiles reciben su parte de la gracia de Dios en condiciones de igualdad (Ef. 3.3–11), y por medio de esto la reintegración del cosmos desordenado (Ro. 8.19ss), bajo el reinado de Cristo en su segunda venida (Ef. 1.9–12; Fil. 2.9ss; Col. 1.20; 1 Co. 15.24ss). Por medio del reinado actual de Cristo y su triunfo futuro se cumplen las profecías veterotestamentarias del reino mesiánico de Dios (cf. Is. 11.1–9; Dn. 2.44; 7.13–27). El tema que unifica toda la Biblia es el ejercicio por Dios de su condición de Rey en el establecimiento de su reino. No hay enemigo que pueda entorpecer sus planes; se ríe ante toda oposición a sus planes (Sal. 2.4), y la utiliza para sus propios fines (cf. Hch. 4.25–28, que cita el Sal. 2.1s). La culminación de la historia será el derrocamiento de quienes luchan contra Dios y su reino, como nos lo demuestra el libro de Apocalipsis (Ap. 19, etc.).
Pablo analiza los pasos del plan de Dios en función de las relaciones entre judíos y gentiles, y entre la ley y la gracia, en Gá. 3; Ro. 9–11; cf. Ef. 2.12–3.11.
c. La providencia y las circunstancias personales
Dios le dijo a Israel como nación que los prosperaría mientras fueran fieles, pero que les mandaría desastres si pecaban (Lv. 26.14ss; Dt. 28.15ss). Ha ocasionado problemas el tratar de entender la fortuna de determinados israelitas individuales a la luz de este principio. ¿Por qué permite Dios que prospere el impío, aun cuando convierte al justo en víctima? ¿Y por qué tantas veces el desastre recae sobre los que temen a Dios?
Siempre se contesta la primera pregunta con la afirmación de que el impio sólo prospera por un momento; pronto se ocupará de ellos Dios, y ejercerá venganza (Sal. 37 pass.; 50.16–21; 73.17ss), aunque por el momento pueda contener su ira, a fin de darles una mayor oportunidad de arrepentimiento (Ro. 2.4s; 2 P. 3.9; Ap. 2.21). El NT identifica el día de la visitación de Dios con el juicio final (cf. Ro. 2.3ss; 12.19; Stg. 5.1–8).
La segunda pregunta se responde de diferentes maneras. Se afirma: (i) que el justo será vindicado cuando llegue el día de visitación para el inicuo (Sal. 37; Mal. 3.13–4.3); (ii) que, mientras tanto, el sufrimiento es valioso como disciplina emanada de Dios (Pr. 3.11ss; Sal. 119.67, 71); (iii) que el sufrimiento, cuando se lo soporta fielmente, aun cuando no se lo comprenda, glorifica a Dios y al final es fuente de bendición (Job 1–2; 42); (iv) que la comunión con Dios es el bien supremo, y que para los que la disfrutan en definitiva no tiene importancia el empobrecimiento externo (Sal. 73.14, 23ss; Hab. 3.17s).
En el NT ya no es problema el hecho de que los creyentes sufran malos tratos y circunstancias adversas, ya que se reconoce que la participación en los sufrimientos de Cristo es fundamental para la vocación cristiana (cf. Mt. 10.24s; Jn. 15.18ss; 16.33; Hch. 9.16; 14.22; Fil. 3.10ss; 1 P. 4.12–19). Este reconocimiento, junto con los principios veterotestamentarios anteriormente mencionados, eliminó completamente el “problema del sufrimiento” para los primeros cristianos. Al conocer algo de su gloriosa esperanza (1 P. 1.3ss), y del poder fortalecedor y sostenedor de Cristo (2 Co. 1.3ss; 12.9s), podían afrontar contentos cualquier situación (Fil. 4.11) y regocijarse ante la adversidad (Ro. 8.35ss), confiados de que por medio de la adversidad el Padre amante los estaba disciplinando en santidad (He. 12.5–11), perfeccionando su carácter cristiano (Stg. 1.2ss; 1 P. 5.10; cf. Ro. 5.2ss), probando la realidad de su fe (1 P. 1.7), y de esa manera madurándolos para la gloria (1 P. 4.13). En todas las cosas obra Dios para el bien espiritual de su pueblo (Ro. 8.28), y les provee todas las cosas materiales que necesitan para su peregrinación terrenal (Mt. 6.25–33; Fil. 4.19).
La creencia en la providencia determina muchas de las actitudes básicas de la piedad bíblica. El conocimiento de que Dios determina las circunstancias enseña a los fieles a esperar en él, con humildad y paciencia, su vindicación y liberación (Sal. 37; 40.13ss; Stg. 5.7ss; 1 P. 5.6s). No les permite abatirse o desesperar (Sal. 42–43), y les infunde coraje y esperanza cuando pasan por dificultades (Sal. 60; 62). Les inspira todas las plegarias en procura de ayuda, o las alabanzas por todo lo bueno que se disfruta.
d. La providencia y la libertad humana
Dios gobierna los corazones y las acciones de todos los hombres (cf. Pr. 21.1; Esd. 6.22), a menudo para sus propios fines, fines que el hombre ni siquiera sospecha (cf. Gn. 45.5–8; 50.20; Is. 10.5ss; 44.28–45.4; Jn. 11.49ss; Hch. 13.27ss). El control de Dios es absoluto, en el sentido de que el hombre hace sólo lo que él ha dispuesto que debe hacer; y, sin embargo, es un agente completamente libre, en el sentido de que sus decisiones son suyas propias, y que es moralmente responsable de lo que hace (cf. Dt. 30.15ss). Sin embargo, debemos hacer una distinción entre el hecho de que Dios permite que los pecadores practiquen el mal que deliberadamente han elegido (Sal. 81.12s; Hch. 14.16; Ro. 1.24–28), y su obra de gracia, que consiste en lograr que su pueblo haga y quiera hacer lo que el manda (Fil. 2.13); porque en el primer caso, según la regla bíblica del juicio, la culpa del mal cometido recae enteramente sobre el pecador (cf. Lc. 22.22; Hch. 2.23; 3.13–19), mientras que en el segundo debe darse a Dios la alabanza por el bien realizado (cf. 1 Co. 15.10).
Bibliografía. °J. Calvino, Instituciones de la religión cristiana, 1968; °L. Berkhof, Teología sistemática, 1969; °O. Cullmann, Cristo y el tiempo, 1969; L. Scheffezyk, Creación y providencia, 1974; P. Jacobs, H. Krienke, “Providencia”, °DTNT, t(t). III, pp. 428–434; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 172–189; J. Prado, “Providencia”, °EBDM, t(t). V, cols. 1321–1324.
Arndt; A. E. Garvie, en
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico