SUMARIO: 1. Dimensión tradicional: catolicismo o piedad popular. – 2. Dimensión psico-sociológica. – 3. Dimensión política. – 4. Principales manifestaciones de religiosidad popular hoy – 5. Constantes o rasgos comunes. – 6. Actitudes ante la religiosidad popular. – 7 Santuarios y peregrinaciones. – 8. Apunte final.
En diversos foros europeos de reflexión y pastoral, se ha hecho presente, directa o indirectamente, el tema de la religiosidad popular o piedad popular, tan arraigado en nuestras viejas comunidades cristianas.
Hace tan sólo algunas décadas se la pronosticaba muy poco futuro. Sin embargo, las manifestaciones de religiosidad popular, o catolicismo popular, viven, aparentemente, una renovada etapa de florecimiento. Triduos, novenas, rogativas, procesiones, peregrinaciones, veneración de imágenes, celebración de fiestas patronales y otras manifestaciones, están en auge, con gran respaldo popular.
Los presbíteros se preguntan, como buenos pastores, ¿qué claves de discernimiento podemos aportar?, ¿qué análisis podemos realizar?, ¿qué pautas pastorales podemos subrayar?
1. Dimensión tradicional: catolicismo o piedad popular. (La religión con sabor a pueblo y con raíz popular)
Ya el papa Pablo VI, en su encíclica Evangelii Nuntiandi (1975) subrayó que en dicha religiosidad popular se manifestaba muchas veces una auténtica sed de Dios que sólo aciertan a expresar los pobres y sencillos. La religiosidad popular hace referencia a un cristianismo encarnado, con sabor y formas de pueblo: «Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado».
Después de esta primera aproximación descriptiva, debemos necesariamente enumerar los núcleos principales o campos de la citada religiosidad popular. Destacan al menos los siguientes: piedad mariana y a los santos (incluyendo romerías y peregrinaciones); misteríos de la muerte y resurrección del Señor (incluyendo las cofradías y hermandades); sacramentos y sacramentales ( incluyendo devociones, romerías, novenas, etc); y culto de difuntos.
2. Dimensión psico-sociológica. (Añoranza nostálgica de lo vivido en la niñez. Señas de identidad en un mundo sin hogar: en la tierra de nacimiento, o en la tierra de nadie)
L. Maldonado se preguntaba no hace mucho qué buscan las generaciones jóvenes, chicos y chicas, cuando piden ingresar en las cofradías. Responde que hay cuatro motivaciones posibles: primero, el deseo de asumir unas raíces constitutivas de identidad: es la conexión con unas tradiciones, bien familiares, bien locales-regionales, que hacen suyas; de este modo alcanzan un equilibrio entre este vértigo que acaba produciendo la aldea global, el internacionalismo, al que se ve lanzada cada vez más la juventud. En segundo lugar, los jóvenes expresan así un cierto sentido de lo sagrado, del misterio de la existencia precibido a través de la propia juventud, la naturaleza, la primavera, la amistad, el amor naciente, la corporalidad-sexualidad. Esto se concreta muchas veces en la vivencia de una procesión en el silecnio de las noches, de las madrugadas. Sería el sentido de lo religioso. Por eso hablamos de religiosidad popular. En tercer lugar, se constata un gozo de la estética, la belleza de ciertas expresiones artístico-religiosas: la imagen, el paso, el entorno urbano, la música. Y, en cuatro lugar, debemos mencionar la influencia del grupo de amigos y amigas, el compañerismo, ese carácter algo «tribal» de las relaciones juveniles a lo largo de cierta edad.
En cuanto a las principales manifestaciones de esta religiosidad popular, estarían las siguientes: Fiestas de los santos de mayor devoción popular; las cofradías y hermandades de Semana Santa que potencian las procesiones de Semana Santa y una nueva vivencia de fraternidad solidaria; la asistencia a los funerales y entierros y el culto popular de difuntos; los bautizos, las bodas y las primeras comuniones, con marcado acento festivo-folklórico; las peregrinaciones a santuarios y el Camino de Santiago; las prácticas a las que se asocia algo mágico como puede ser besar el cordón del Cristo, «caminatas de S. Nicolás», etc., y, finalmente, las velas-ofrendas en el interior de los templos.
3. Dimensión política
En los años 60-70 estuvo muy de moda la «religiosidad popular». Por tal entendemos las formas y manifestaciones tradicionales, propias de cada pueblo, que encierran la riqueza del misterio cristiano. Religiosidad respetada, aunque necesariamente deba alimentarse y purificarse.
En los años 80-90, en cambio, se habla de «religión popular». Con dos versiones: la de los nostálgicos (quieren volver a recobrar formas de la infancia, supuestamente perdidas hoy), y la de los democratizadores (se erigen como dueños y señores de lo que tiene que ser la religiosidad de un pueblo). ¿Algunos ejemplos de dicha religión popular? Cuando se recibe un saluda de un Alcalde «que invita a la Misa solemne en la ermita X». O cuando una cofradía se erige en asociación civil y no quiere oír hablar de estatutos canónicos. O, cuando la procesión, a veces precedida de Vísperas en un latín no precisamente clásico y nada canónico, tiene que estar acompañada de abundante vino y alguna que otra blasfemia. Las frases también delatan: «¿Quién es el obispo para entrometerse en nuestros asuntos? ¿Quién es ese forastero (léase el párroco) para decidir sobre nuestras fiestas? ¿Quién ha dicho que la Iglesia, o la ermita, o la casa rectoral no son del pueblo?»…
El Concilio Vaticano II nos habló de respetar, en su justa medida, las formas de religiosidad popular. En cierta manera es el cristianismo con raíces y sabor a pueblo. La religión popular es otra cosa. A la larga se convierte en forma pagana de vivir una fe que se queda anclada en «algo» (ritos, procesiones, formas, etc.) y no en «Alguien» (Jesucristo, el Señor). Y, lo que es más grave, detrás de la religión popular existe una necesidad de poder, personal o colectivo, encubierto. Por sus frutos se conocerán.
4. Principales manifestaciones de religiosidad popular hoy
Si nos atreviésemos a preguntar directamente en nuestras comunidades hispanas «qué manifestaciones de religiosidad popular están más en auge», se respondería, fenomenológicamente, de esta manera descriptiva: las que conllevan una mayor expresión estética o popular (ofrenda al Patrón y otras) y las que suponen evocación del pasado (costumbres, danzas, etc.). En efecto, a medida que ha crecido la secularización y descristianización se ha generado un mayor florecimiento de piedad popular que intenta compensar el déficit de espiritualidad y apunta a mantener el natural deseo de transcendencia, mientras se recuperan nostálgicamente las raíces perdidas en muchos casos.
Son importantes, igualmente, las manifestaciones que expresan una especie de cultura popular secular, como las romerías o las fiestas patronales de cada pueblo, a veces trasladadas a época estival para facilitar una mayor participación. Dichos actos comportan más un sentido folklórico y de diversión colectiva, avalado especialmente por la ayuda económica de organismos oficiales. Los organizadores suelen ser «los de la Comisión de Festejos» de los Ayuntamientos, sin que intervenga la comunidad cristiana en su programación. El aspecto religioso se convierte en la ocasión y motivo de la gran fiesta popular-colectiva, particularmente en el mundo rural. En el extremo de estas prácticas se llega a identificar la religiosidad popular, y a mudarla, por la denominada «religión popular» (civil, neopagana).
El Directorio Litúrgico-Pastoral de la CEE (1989) clasificaba las manifestaciones de religiosidad popular en dos ámbitos principales: a) individual y familiar (ej.: Imposición de nombres, uso de objetos piadosos, capillas domiciliarias, acontecimientos, etc.); b) ámbitos sociales (ej.: Devociones populares, culto eucarístico, devociones marianas, procesiones, rogativas, romerías, etc.) (Cf. SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Liturgia y piedad popular. Directorio, PPC, Madrid 1989, n. 8).
5. Constantes o rasgos comunes
Como rasgos comunes a esta religiosidad popular, al menos, podemos señalar los que siguen: predominio de prácticas y ritos; utilitarismo o protagonismo de «mediaciones» religiosas; normas tradicionales detalladas y precisas, y mezcla de protagonismo individual y colectivo, de lo religioso y lo profano. M. Meslin habla de «relaciones con lo divino más sencillas, más directas y más rentables».
Nos hacemos una pregunta más para seguir profundizando: «¿Qué contenido religioso-cristiano se observa en todas estas manifestaciones?».
Las respuestas son variadas y variopintas:
– En una minoría, se observan contenidos de fe bien arraigados y hasta una justa valoración del misterio.
– En otros, destacaría una cierta piedad personal y una religiosidad mezclada con lo profano y, en algunos casos, con lo supersticioso y lo «mágico».
– En otros apreciaríamos, un fuerte componente religioso de añoranza y nostalgia y cierto sentimentalismo religioso que ofrecen seguridad e identidad.
– En determinados grupos de creyentes se va consiguiendo una cierta profundidad religiosa en el sentido penitencial, eucarístico y de oración.
– En cualquier caso se debe destacar el protagonismo decidido de los laicos en la religiosidad popular y el sentido religioso de tradición. Se puede encontrar algo de expiación, de acción de gracias, y hasta de sentido penitencial y mágico.
– En algunas cofradías y hermandades se intenta buscar la solidaridad y la fraternidad junto al sentido de fiesta participada con sabor popular. Se asiste, con preocupación, como ya se ha apuntado, a la constatación de que la mayor parte de las `fiestas religiosas’ que se siguen celebrando, particularmente en el mundo rural o semirural, están siendo instrumentalizadas por poderes políticos o por intereses particulares. El aspecto religioso de dichas celebraciones festivas, muchas veces, es un mero adorno al servicio de quienes lo organizan (prestigio de instituciones públicas o privadas).
6. Actitudes ante la religiosidad popular
Ante la religiosidad popular se pueden asumir, al menos, las siguientes posturas: tolerancia, proscripción, potenciación y purificación. Desde estas dos últimas palabras puede ser plataforma válida para una Nueva Evangelización. Porque, entre los valores positivos que se detectan en la denominada religiosidad popular, se pueden encontrar una sed de Dios, generosidad y ascetismo, sentido de la transcendencia, necesidad de renovación interior, personal y social, y verdaderos gestos de solidaridad y fraternidad.
Dando por hecha la revalorización de dicha religiosidad popular, señalamos algunos de los retos que esperan respuesta desde la misma.
El primer reto se presenta en forma de realización de un serio discernimiento de los valores que pueden encerrar dichas manifestaciones religiosas y aprovecharlas como base antropológica y cultural de evangelización. Se debe resaltar la convivencia, el compartir, la solidaridad, la hospitalidad, el sentido intuido pero no clarificado de transcendencia, etc. Se trata de descubrir, discernir y valorar lo que hay de positivo en lo tradicional y en lo nuevo. Igualmente, se presenta el reto de estudiar profundamente el propio fenómeno de la religiosidad popular, para reconvertirla en verdadero medio de evangelización actual, porque no se puede criticar dicha religiosidad «desde fuera», desde prejuicios adquiridos.
El reto de hacer discernimiento no equivale tanto a «eliminar» como a «encauzar y purificar» formalismos y formulismos trasnochados y sin concordancia con el Vaticano II. En la religiosidad popular muchas veces está en juego el recobrar las raíces verdaderas.
En otro orden de cosas, el reto de revisar a fondo los estatutos y reglamentos de asociaciones, instituciones, hermandades y cofradías que han quedado obsoletos y poco o nada dicen al hombre de hoy y a sus problemas. Y, sobre todo, encierran una teología, eclesiología y espiritualidad, si no falsa, al menos incompleta. Igualmente hay que examinar la identidad eclesial de las personas que promueven las manifestaciones de religiosidad popular y mantener una actitud dialogante con quienes viven las expresiones tradicionales «al margen» de la Iglesia (secularización de lo religioso).
Pastoralmente, se impone otro reto: cómo unificar criterios ante la religiosidad popular. Es necesario, por ejemplo, un estudio serio de las devociones, de sus orígenes y su historia. Se hace necesaria la cercanía al pueblo, el compartir acciones, responder a sus preguntas, en un proceso de catequesis y evangelización desde esa misma presencia, cercanía y respeto. Todo ello, con actitud humilde y acogedora, respetando el ritmo religioso de cada persona y pueblo y no ahuyentando a quienes tienen intenciones menos puras.
Finalmente, el reto de despertar la fe auténtica y cuidar las celebraciones en esos encuentros sacramentales donde se sigue primando el aspecto social. En este sentido, el reto de potenciar que las devociones populares y los ejercicios piadosos estén inspirados en la Escritura y la Liturgia; al mismo tiempo, promover el sentido de la oración, de la adoración, del sacrificio, de la caridad, de la justicia, del desprendimiento, despertando el carácter comunitario y participativo, eclesial, de dichas celebraciones y manifestaciones.
Una última anotación: aunque es evidente el nuevo despertar religioso observado en nuestra sociedad, sin entrar en la ambigüedad del fenómeno, algunos siguen uniendo la religiosidad popular en una franja intermedia entre los creyentes y los no creyentes. Las principales manifestaciones de las mismas serían los llamados «ritos de transición» (sociales), y su transcendencia se llamaría «media» («de mediaciones») y no «absoluta» (Dios único). Desde esta perspectiva, como reto, estaría el redescubrir, una vez más el Dios de la revelación, el valor comunitario (y comunal) de dicha religiosidad y, ya desde el cristianismo, traducirlo en comunión de los santos.
Como hemos señalado más arriba, ante el fenómeno de la religiosidad popular podemos adoptar diferentes posturas, que van desde el rechazo de la misma juzgada como mágica o supersticiosa hasta la rehabilitación de formas de legítima devoción; desde la tolerancia pragmática de formas imperfectas de vivencia religiosa hasta la renovación de prácticas y tradiciones compatibles con las normas litúrgicas y la eclesiología conciliar. Y, a pesar de poder hablarse de rasgos de religiosidad «extraeclesial» y «religiosidad subterránea», seguimos creyendo en el valor evangelizador y catequético de la religiosidad popular.
Es necesario valorar la sed profunda que se expresa en la misma como apertura a la transcendencia. Desde un paciente acompañamiento pastoral en orden a la evangelización, debemos discernir y ayudar a discernir un triple movimiento: lo secular de lo sagrado; lo religioso de lo meramente sentimental; y lo religioso de lo cristiano. Se puede hablar, en consecuencia, de descubrir tres niveles en la religiosidad popular: antropológico, religioso y cristiano.
Nos atrevemos, pues, a señalar algunos puntos mínimos a tener en cuenta, principalmente, en la catequesis y en la pastoral con relación al fenómeno señalado:
– Es evidente que en la religiosidad popular se mezclan luces y sombras que, por una parte, producen, principalmente a los pastores, perplejidad y desconcierto y, por otra, es una llamada y un reto a evangelizar.
– Al parecer, «los campos más relevantes» de la religiosidad popular en suelo hispano se manifiestan principalmente en la actualidad en sacramentos y sacramentales, misterios de Jesucristo (acentuando Pasión y Muerte), piedad mariana, culto de difuntos y fiestas populares.
– En la religiosidad popular se pueden descubrir posibilidades evangelizadoras desde estas claves pastorales:
* Paso de una Iglesia de cristiandad a una de misión.
* Espiritualidad de encarnación.
* Experiencia comunitaria como lugar de acogida, misericordia y celebración.
* Signos de presencia y compromiso entre los más pobres.
– Así mismo en la evangelización de la religiosidad popular se requieren unas actitudes y un talante determinado: escucha («con el oído atento»); acompañamiento («con el paso presto»); con criterios eclesiales (pastorales y catequéticos) comunes; realizando signos claros desde la presencia del misterio de Jesucristo, discerniendo lo accesorio de lo nuclear; en diálogo y respetando procesos personales y comunitarios; en la confluencia de caminos evangélicos y con fuerte dosis de resistencia ante los fracasos e intentos de purificación.
– La complejidad de «campos» de la religiosidad popular hace necesario un sano y prudente discernimiento evangélico con algunos criterios: identidad y comunión eclesial; proceso de madurez y compromiso cristianos; vivencia comunitaria; denuncia profética de los ídolos (dinero, poder, magia, etc.); al servicio de los más pobres, en cuya evangelización se hace presente el Reino. En resumen, coherencia cristiana y eclesial.
– Más en concreto, algunos de los criterios de discernimiento y acción anteriormente expuestos, y ya en los diversos campos de la religiosidad popular, pueden ser los siguientes:
a) Para los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús:
* Presentar la Pasión y Muerte de Jesucristo en el conjunto del Misterio Pascual.
* Descubrir el sentido evangelizador del domingo y de las fiestas.
* Descubrir el valor de solidaridad del Cristo sufriente con la humanidad sufriente.
* Acompañar con catequesis adecuada los actos populares.
* Atender a las cofradías y hermandades para que sean ámbito, destinatarios y agentes de evangelización evitando la posible manipulación de otros poderes o intereses ajenos a lo cristiano.
* Descubrir el valor catequético de la imaginería.
b) Celebraciones sacramentales
* Insistir en una Pastoral de conjunto. Dentro de lo establecido por las orientaciones diocesanas, favorecer criterios y materiales comunes para una adecuada catequesis y celebración de los Sacramentos de Iniciación.
* Cuidar el proceso de iniciación cristiana con la participación de padres e hijos.
* En los sacramentos, cuidar la acogida.
* Aprovechar la riqueza que ofrecen los rituales.
c) Piedad mariana
* Presentar el misterio de María en perspectiva bíblica y de historia de la salvación.
* Potenciar la piedad mariana como amplio instrumento pastoral para vivir la cristología y eclesiología.
* Desmitificar y purificar la piedad mariana liberándola de connotaciones «localistas y crematísticas».
* Renovar la piedad mariana utilizando las orientaciones de la Iglesia y los materiales litúrgicos.
d) Culto de los difuntos
* Expresar el sentido pascual de la muerte. Puede ser un momento para evangelizar a los alejados.
* Cuidar no sólo la celebración de exequias, sino el acompañamiento de la familia.
* Cuidar la liturgia de exequias aprovechando la riqueza que nos ofrece el ritual renovado.
* Ofrecer un testimonio de fe y gratuidad.
* Aprovechar los velatorios para realizar una pastoral adecuada.
En el tema de la religiosidad popular, pedagógica y pastoralmente, nos movemos entre dos extremos: respetarlo sin eliminarlo y no aceptarlo sin purificarlo. En otros ámbitos geográficos ésta ha sido la postura inteligente y equilibrada. Ojalá pudiera afirmarse lo que señala F. A. Pastor: «En la religiosidad popular cobran nueva importancia los movimientos de renovación en la pastoral popular y laical». Sería tanto como decir que el Pueblo de Dios ha encarnado el mensaje en el sentido indicado por el propio Juan Pablo II: «La síntesis entre cultura y fe no sólo es una exigencia de la cultura, sino de la fe. Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada ni fielmente vivida». Como afirmaban los obispos del Sur de España, «para que la relación cristianismo-piedad popular sea fecunda, han de cumplirse las debidas condiciones de reciprocidad: por un lado, hay que hacer capaz a esa cultura de expresar explícitamente los signos de fe y de aceptar la ruptura con las tradiciones y las formas que sean incompatibles, del todo o en parte, con la penetración del evangelio en todos los campos de su vida colectiva; por otro lado, la Iglesia ha de hacerse a sí misma capaz de asimilar los valores de ese pueblo, de comprender cómo ve él el evangelio desde ellos…».
Los pastores y los evangelizadores cualificados tienen una misión especialmente encomenda en este sentido.
7. Santuarios y peregrinaciones
La pastoral de peregirnaciones y santuarios, dentro de la religiosidad popular, ocupan su espacio concreto y están íntimamente relacionados. Para ofrecer algunos criterios de actuación pastoral nos remitimos una vez más al Directorio de la CEE (1989), nn. 1-10.
Los santuarios cristianos son lugares de culto, oración y penitencia. No todos los lugares de culto se consideran santuarios. Necesitan la aprobación del obispo, o en su caso de la CEE y de la Santa Sede, según sea su calificación como diocesano, nacional o internacional. En cualquier caso son lugares destinados de forma permanente al culto. Y, a la vez, el santuario es un lugar privilegiado para la caridad. Muchas veces, gracias a ellos, se sostienen instituciones, destinadas a pobres y necesitados. Y, finalmente, un santuario puede ser un lugar de cultura y formación.
La peregrinación, a su vez, es una manifestación religiosa íntimamente unida a la vida de un santuario. Cuando no sólo tiene una motivación humana u horizontal constituye una iniciación y una mediación para entender la vida cristiana como peregrinación en la fe.
Como orientaciones prácticas, se pueden destacar las siguientes:
– Fomentar en los santuarios una verdadera y sana vida litúrgica.
– Potenciar una adecuada proclamación de la Palabra.
– Celebrar con dignidad la Eucaristía, como centro de Vida. Cuidar las misas votivas.
– Cuando se celebren sacramentos de Inicación, estar en contacto y coordinación con la parroquia.
– Cuidar especialmente el sacramento de la Penitencia y reconciliación.
– Dar oportunidad a la oración no sólo personal, sino al rezo de la Liturgia de las Horas.
– Las procesiones, que ofrezcan un carácter de oración y penitencia.
– Educar adecuadamente en el tema de ofrendas y exvotos y mostrar la máxima transparencia.
– Fomentar las peregrinaciones y romerías, junto a marchas juveniles o, cuando el lugar lo permita, convivencias de matrimonios y catequistas.
– En cualquier caso, en el tema de romerías y peregrinaciones, cuidar con esmero la preperación, la motivación de partida, el camino o desarrollo de la peregrinación, la acogida al llegar al santuario y el mismo retorno.
8. Apunte final
El Directorio Litúrgico-Pastoral de la CEE (1989) al que hemos venido haciendo referencia, en su n° 9, viene a subrayar que las manifestaciones de piedad popular pueden constituir un cauce auténtico de expresión de fe cristiana. La misma Iglesia ha incorporado a su vida litúrgica diversos elementos de esta piedad popular a lo largo de los siglos. Pero el gran reto que se plantea es hacer que las actitudes religiosas personales y colectivas no se queden a un nivel meramente humano y natural sino que se dejen empapar por la fe auténtica, por los valores del Evangelio, y por la verdadera Tradición y Liturgia.
Todo ello, como nos recuerda otro importante documento de la CEE, sabiendo discernir en profundidad y respetando la justa autonomía y las leyes propias de dicha piedad popular. En cierta manera, es puente y mediación con lo religioso en estos tiempos de increencia (Cf. COMISIí“N EPISCOPAL DE LITURGIA, Evangelización y renovación de la piedad popular, PPC. Madrid 1987, n° 44).
BIBL. – COMISIí“N EPISCOPAL DE LITURGIA, Evangelización y renovación de la piedad popular, PPC. Madrid 1987; SECRETRIADO NACIONAL DE LITURGIA, Liturgia y piedad popular. Directorio, PPC, Madrid 1989; R. BERZOSA MARTíNEZ, Evangelizar en una nueva cultura, San Pablo, Madrid 1998; ID., voz Religiosidad Popular, en «Nuevo Diccionario de Catequética», San Pablo, Madrid 1999.
Raúl Berzosa Martínez
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
SUMARIO: I. Una realidad compleja y cuestionada.`II. Aproximación fenomenológica. III. Algunos retos desde la «religiosidad popular». IV. Algunas respuestas catequético-pastorales. V. Religiosidad popular andaluza. Conclusión.
I. Una realidad compleja y cuestionada
De antemano subrayamos cuál será el campo de nuestro desarrollo: la religiosidad popular en el marco de las viejas Iglesias de cristiandad europeas, con especial incidencia en la Iglesia en España. En otra voz de este mismo diccionario se trata el tema, desde el punto de vista latinoamericano.
Definir el término religiosidad popular es, en principio, problemático. Es un fenómeno sincrético de encuentro e interacción de realidades distintas, pero convergentes. No basta con decir que es la religión del pueblo, o el catolicismo popular, o las devociones populares tradicionales1. Porque, en la Europa católica, lo popular adquiere diversos y heterogéneos sentidos, y el concepto de tradición puede remontarse a un período secular o, sencillamente, a algunas décadas. Puede ser tradición de todo un pueblo, o sencillamente una devoción con un carisma o espiritualidad muy definida.
Hoy se puede afirmar que, en la pastoral, la teología y la catequesis, ha crecido el interés por el conjunto de realidades que encierra la denominada religiosidad popular. Ya Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975), subrayó que en dicha religiosidad popular se manifestaba muchas veces una auténtica sed de Dios que sólo aciertan a expresar los pobres y sencillos. La religiosidad popular hace referencia a un cristianismo encarnado, con sabor y formas de pueblo: «Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado» (EV 48).
A diferencia de lo sucedido en otras áreas geográficas del universo católico, en Europa, cuna del viejo catolicismo, la religiosidad popular entró en crisis en los años 60-70, cuando nunca debió ser un problema. Y mucho menos mereció sufrir el desprecio, o menosprecio, que se observó en dichos años. ¿A qué se debió este fenómeno? Al menos tres fueron los factores o causas que lo provocaron: dos, extraeclesiales con incidencia en lo cristiano-católico, a saber, el fenómeno secularizador que comportó la visión del mundo moderno y la denominada teología de la secularización protestante. Y, ya intraeclesialmente, una aplicación indebida y no suficientemente reflexionada de lo que supuso la reforma litúrgica y evangelizadora del Vaticano II.
a) Analizando el primer fenómeno que cuestionó la religiosidad popular, nos encontramos con la cosmovisión moderna de la realidad en una doble vertiente: la crítica de la religión como factor alienante del hombre (opio del pueblo) y como desestructuración simbólica del universo. En cuanto al primer punto, L. Feuerbach se atrevió a exclamar: «La religión es la esencia infantil de la humanidad. El niño ve su esencia, el hombre, fuera de sí. Como niño, en la religión, el hombre es para sí mismo como otro hombre; es objeto»2. Por lo que hace relación al segundo punto -la desestructuración simbólica- la modernidad perdió la transparencia, casi sacramental, de lo creado. El mundo, el cosmos, no encerraba sentido trascendente y objetivo alguno. No hacía referencia ya a un Dios creador. El mundo tenía el sentido que el hombre mismo, o los pueblos, quisieran otorgarle3. A esta mentalidad, ya desde la praxis, contribuyó sin duda de forma decisiva la compleja sociedad industrial.
b) En cuanto a la teología de la secularización protestante, que tanto influirá en la crisis de la religiosidad popular, debemos remontarnos a K. Barth y su distinción entre fe cristiana y religión. Para este autor «la religión es considerada como la expresión mayor y más peligrosa de la impiedad y de la insubordinación de los hombres que mantienen prisionera a la verdad en los cepos de la injusticia, ya que presume conocer a Dios a partir de la experiencia humana. Dios es el totalmente otro, el Deus absconditus»4. Ninguna manifestación o gesto religioso tiene, pues, valor alguno. Mucho menos la religiosidad popular. Bastan tan sólo Jesucristo y la fe. Sin detenernos en pasos intermedios, avanzamos hasta la denominada teología de la secularización (A.T. Robinson, W. Hamilton, T. Althizer, G. Vahanian, H. Cox, entre otros). Para esta corriente teológica la constatación de que a los hombres de hoy les resulta cada vez más difícil pensar y hablar de Dios, y en general de la realidad no empírica (metafísica, sobrenatural, mística), les lleva a proponer la renovación de la teología, la pastoral y la catequesis desde el nuevo concepto antropocéntrico y político: hay que reformular la teología y la pastoral desde el hombre adulto, posreligioso y autónomo. Lo religioso se transforma en ética práxica y de compromiso político. La religiosidad popular, evidentemente, es un estorbo para esta nueva mentalidad y sólo queda como reliquia o restos de una mentalidad mágica y desfasada del universo y de la vida5. Se llegó a cuestionar, desde el rechazo de la religiosidad popular, incluso la identidad del ministerio sacerdotal, al que se veía como «mago o hechicero de la tribu alimentando una religiosidad mágica»6.
c) En cuanto a los factores de renovación intraeclesial, a raíz del Vaticano II, debemos señalar que el cambio experimentado por la eclesiología conciliar ha dado lugar a que los cristianos sean más sensibles a su formación religiosa y a comprender la Iglesia como la Comunidad en la que todos tienen un lugar y una corresponsabilidad como pueblo de Dios, en comunión para la evangelización. La insistencia, desde el Vaticano II, en lo central del cristianismo, ha contribuido a abandonar y relegar muchas de las prácticas religiosas populares que se creía estaban situadas en lo periférico. Con frecuencia se han roto muchas devociones y hábitos religiosos sin sustituirlos por otros más evangélicos y eclesiales. Particularmente los pastores han ridiculizado ciertas prácticas y tradiciones religiosas. Unos soportan como pueden lo viejo; otros lo han eliminado de raíz, cambiándolo por formas nuevas que no han cuajado, y otros no tienen ni lo nuevo ni lo viejo. En el tema de la religiosidad popular hay una cierta división y polarización entre conservadores-sacramentalizadores (pastoral de mantenimiento) y progresistas-evangelizadores (pastoral de misión).
En cualquier caso, hoy, en pleno posconcilio, lo repetimos, la religiosidad popular, en el viejo continente, ha vuelto a cobrar una gran y merecida relevancia. No es fácil, sin embargo, encuadrar las realidades que se encierran dentro de dicha religiosidad popular. Cubre una amplísima gama de fenómenos vitales, sociales, culturales y religiosos. Su fenomenología no está exenta de un alto grado de heterogeneidad y equivocidad7. Lo cual no invalida, sino que hace más relevante, el interés suscitado en nuestros días.
II. Aproximación fenomenológica
Si nos atreviésemos a preguntar directamente en nuestras comunidades hispanas «qué manifestaciones de religiosidad popular están más en auge», se respondería, fenomenológicamente, de esta manera descriptiva: las que conllevan una mayor expresión estética o popular (ofrenda al Patrón y otras) y las que suponen evocación del pasado (costumbres, danzas, etc). «En los países de cristiandad, se ha ido elaborando, poco a poco, todo un modo de comprender y vivir la fe que, con el tiempo, ha acabado por impregnar la existencia y la vida común de los hombres… Se ha constituido así una cultura de la que participan todos y en la cual la fe entra como un elemento constitutivo, incluso integrador. Este tipo de cultura se ve particularmente amenazada por el secularismo»8. En efecto, a medida que ha crecido la secularización y descristianización, se ha generado un mayor florecimiento de piedad popular, que intenta compensar el déficit de espiritualidad y apunta a mantener el natural deseo de trascendencia, mientras se recuperan nostálgicamente las raíces perdidas en muchos casos.
Son importantes, igualmente, las manifestaciones que expresan una especie de cultura popular secular, como las romerías o las fiestas patronales de cada pueblo, a veces trasladadas a época estival para facilitar una mayor participación. Dichos actos comportan más un sentido folclórico y de diversión colectiva, avalado especialmente por la ayuda económica de organismos oficiales. Los organizadores suelen ser los de la Comisión de festejos de los ayuntamientos, sin que intervenga la comunidad cristiana en su programación. El aspecto religioso se convierte en ocasión y motivo de la gran fiesta popular-colectiva, particularmente en el mundo rural. En el extremo de estas prácticas se llega a identificar la religiosidad popular y a mutarla por la denominada religión popular (civil, neopagana).
En cuanto a otras manifestaciones de religiosidad popular, estarían estas: fiestas de los santos de mayor devoción popular; las cofradías y hermandades que potencian las procesiones de semana santa y una nueva vivencia de fraternidad solidaria; la asistencia a los funerales y entierros y el culto popular de los difuntos; los bautizos, las bodas y las primeras comuniones, con marcado acento festivo-folclórico; las peregrinaciones a santuarios y el Camino de Santiago; las prácticas a las que se asocia algo mágico, como puede ser besar el cordón del Cristo, caminatas de san Nicolás, etc.; y, finalmente, las velas-ofrendas en el interior de los templos.
Descritas algunas de las manifestaciones de la religiosidad popular, sería necesaria una segunda pregunta: «¿Qué contenido religioso-cristiano se observa en ellas?».
Las respuestas son variadas y variopintas: en una minoría, se observan contenidos de fe bien arraigados y hasta una justa valoración del misterio. En otros, destacaría una cierta piedad personal y una religiosidad mezclada con lo profano y, en algunos casos, con lo supersticioso y lo mágico. En otros, apreciaríamos un fuerte componente religioso de añoranza y nostalgia y cierto sentimentalismo religioso que ofrecen seguridad e identidad. En determinados grupos de creyentes se va consiguiendo una cierta profundidad religiosa en el sentido penitencial, eucarístico y de oración. En cualquier caso se debe destacar el protagonismo decidido de los laicos en la religiosidad popular y el sentido religioso de tradición. Se puede encontrar algo de expiación, de acción de gracias, y hasta de sentido penitencial y mágico. En algunas cofradías y hermandades se intenta buscar la solidaridad y la fraternidad junto al sentido de fiesta participada con sabor popular. Se asiste, con preocupación, como ya se ha apuntado, a la constatación de que la mayor parte de las fiestas religiosas que se siguen celebrando, particularmente en el mundo rural o semirrural, están siendo instrumentalizadas por poderes políticos o por intereses particulares. El aspecto religioso de dichas celebraciones festivas, muchas veces, es un mero adorno al servicio de quienes lo organizan (prestigio de instituciones públicas o privadas).
Después de esta primera aproximación fenomenológica debemos necesariamente enumerar los núcleos principales o campos de la citada religiosidad popular. Destacan al menos los siguientes: piedad mariana y devoción a los santos (incluyendo romerías y peregrinaciones); misterios de la muerte y resurrección del Señor (incluyendo las cofradías y hermandades); sacramentos y sacramentales (incluyendo devociones, romerías, novenas, etc.); y culto de difuntos.
A partir de estos datos debemos matizar que, lógicamente, no son las mismas las manifestaciones de la religiosidad popular andaluza, que la castellana o gallega, por ejemplo. Y, como rasgos comunes a esta religiosidad popular, podemos señalar, al menos, los que siguen: predominio de prácticas y ritos; utilitarismo o protagonismo de mediaciones religiosas; normas tradicionales detalladas y precisas, y mezcla de protagonismo individual y colectivo, de lo religioso y lo profano. M. Meslim habla de «relaciones con lo divino más sencillas, más directas y más rentables»9.
Ante la religiosidad popular se pueden asumir, al menos, las siguientes posturas: tolerancia, proscripción, potenciación y purificación. Desde estas dos últimas palabras, la religiosidad popular puede ser plataforma válida para una nueva evangelización. Porque, entre los valores positivos de la denominada religiosidad popular, se pueden encontrar una sed de Dios, generosidad y ascetismo, sentido de la trascendencia, necesidad de renovación interior, personal y social, y verdaderos gestos de solidaridad y fraternidad10.
III. Algunos retos desde la «religiosidad popular»
Dando por hecha la revalorización de la religiosidad popular, señalamos algunos de los retos que esperan respuesta desde la misma.
En el horizonte cultural, una advertencia, como en su día exclamó Ortega y Gasset: «Â¡Dios a la vista!». En efecto, E. Trías11, I. Sotelo12 y otros, nos advierten que lo religioso no ha muerto: sencillamente se había eclipsado en la modernidad. ¿Sabremos abrir nuevos horizontes, y anunciar el kerigma, ante el desafío de la religiosidad popular? ¿Sabremos, como decían nuestros clásicos, «asumir para redimir», «acompañar para transformar»? ¿Sabremos hacer realidad, desde dicha religiosidad popular, las dos caras de toda evangelización verdadera: inculturación y anuncio?13
El primer reto se presenta en forma de realización de un serio discernimiento de los valores que pueden encerrar dichas manifestaciones religiosas, y aprovecharlas como base antropológica y cultural de evangelización. Se debe resaltar la convivencia, el compartir, la solidaridad, la hospitalidad, el sentido intuido pero no clarificado de trascendencia, etc. Se trata de descubrir, discernir y valorar lo que hay de positivo en lo tradicional y en lo nuevo. El reto de hacer discernimiento no equivale tanto a eliminar como a encauzar y purificar formalismos y formulismos trasnochados y sin concordancia con el Vaticano II. En la religiosidad popular muchas veces está en juego el recobrar las raíces verdaderas.
Igualmente, se presenta el reto de estudiar profundamente el propio fenómeno de la religiosidad popular, para reconvertirla en verdadero medio de evangelización actual, porque no se puede criticar dicha religiosidad desde. fuera, desde prejuicios adquiridos.
En otro orden de cosas, el reto de revisar a fondo los estatutos y reglamentos de asociaciones, instituciones, hermandades y cofradías que han quedado obsoletos y poco o nada dicen al hombre de hoy y a sus problemas. Y, sobre todo, encierran una teología, eclesiología y espiritualidad, si no falsa, al menos incompleta. Igualmente hay que examinar la identidad eclesial de las personas que promueven las manifestaciones de religiosidad popular y mantener una actitud dialogante con quienes viven las expresiones tradicionales al margen de la Iglesia (secularización de lo religioso).
Pastoralmente, se impone otro reto: cómo unificar criterios ante la religiosidad popular. Es necesario, por ejemplo, un estudio serio de las devociones, de sus orígenes y su historia. Se hace necesaria la cercanía al pueblo, el compartir acciones, responder a sus preguntas, en un proceso de catequesis y evangelización desde esa misma presencia, cercanía y respeto. Todo ello, con actitud humilde y acogedora, respetando el ritmo religioso de cada persona y de cada pueblo, y no ahuyentando a quienes tienen intenciones menos puras.
Finalmente, el reto de despertar la fe auténtica y cuidar las celebraciones sacramentales en esos encuentros donde sigue primando el aspecto social. En este sentido, el reto de potenciar que las devociones populares y los ejercicios piadosos estén inspirados en la Escritura y la liturgia; al mismo tiempo, promover el sentido de la oración, de la adoración, del sacrificio, de la caridad, de la justicia, del desprendimiento, despertando el carácter comunitario y participativo, eclesial, de dichas celebraciones y manifestaciones.
Una última anotación: aunque es evidente el nuevo despertar religioso observado en nuestra sociedad14, sin entrar en la ambigüedad del fenómeno, algunos siguen uniendo la religiosidad popular en una franja intermedia entre los creyentes y los no creyentes15. Las principales manifestaciones de las mismas serían los llamados ritos de transición (sociales), y su trascendencia se llamaría media (de mediaciones) y no absoluta (Dios único). Desde esta perspectiva estaría, como reto, el redescubrir, una vez más, el Dios de la revelación, el valor comunitario (y comunal) de dicha religiosidad y, ya desde el cristianismo, traducirlo en comunión de los santos.
IV. Algunas respuestas catequético-pastorales
«Para llegar al corazón de los hombres, el anuncio del evangelio a los jóvenes y a los adultos así como la celebración de la salvación en la liturgia requieren, no sólo un profundo conocimiento y una experiencia de fe, sino también de la cultura ambiente»16. Partimos de una aseveración: es tiempo de evangelizar. También la religiosidad popular y desde ella.
Como hemos señalado más arriba, ante el fenómeno de la religiosidad popular podemos adoptar diferentes posturas, que van desde el rechazo de la misma, juzgada como mágica o supersticiosa, hasta la rehabilitación de formas de legítima devoción; desde la tolerancia pragmática de formas imperfectas de vivencia religiosa hasta la renovación de prácticas y tradiciones compatibles con las normas litúrgicas y la eclesiología conciliar. Y, a pesar de poder hablarse de rasgos de religiosidad extraeclesial y «religiosidad subterránea»17, seguimos creyendo en el valor evangelizador y catequético de la religiosidad popular. Es necesario valorar la sed profunda que se expresa en la misma como apertura a la trascendencia. Desde un paciente acompañamiento pastoral en orden a la evangelización, debemos discernir y ayudar a discernir un triple movimiento: lo secular de lo sagrado, lo religioso de lo meramente sentimental y lo religioso de lo cristiano. Se puede hablar, en consecuencia, de descubrir tres niveles en la religiosidad popular: antropológico, religioso y cristiano18.
Nos atrevemos, pues, a señalar algunos puntos mínimos a tener en cuenta, principalmente, en la catequesis y en la pastoral con relación al fenómeno señalado: 1) Es evidente que en la religiosidad popular se mezclan luces y sombras que, por una parte, producen, principalmente a los pastores, perplejidad y desconcierto y, por otra, es una llamada y un reto a evangelizar. 2) Al parecer, los campos más relevantes de la religiosidad popular en suelo hispano, en la actualidad, se manifiestan principalmente en los sacramentos y sacramentales, misterios de Jesucristo (acentuando su pasión y muerte), piedad mariana, culto a difuntos y fiestas populares. 3) En la religiosidad popular se pueden descubrir posibilidades evangelizadoras desde estas claves pastorales: paso de una Iglesia de cristiandad a una de misión; espiritualidad de encarnación; experiencia comunitaria como lugar de acogida, misericordia y celebración; signos de presencia y compromiso entre los más pobres. 4) Asimismo en la evangelización de la religiosidad popular se requieren unas actitudes y un talante determinado: escucha («con el oído atento»); acompañamiento («con el paso presto»); con criterios eclesiales (pastorales y catequéticos) comunes; realizando signos claros desde la presencia del misterio de Jesucristo, discerniendo lo accesorio de lo nuclear; en diálogo y respetando procesos personales y comunitarios; en la confluencia de caminos evangélicos, y con fuerte dosis de resistencia ante los fracasos e intentos de purificación. 5) La complejidad de campos de la religiosidad popular hace necesario un sano y prudente discernimiento evangélico con algunos criterios: identidad y comunión eclesial; procesos de madurez y compromiso cristianos; vivencia comunitaria; denuncia profética de los ídolos (dinero, poder, magia, etc.); servicio a los más pobres, en cuya evangelización se hace presente el Reino. En resumen, coherencia cristiana y eclesial.
Más en concreto, algunos de los criterios de discernimiento y acción anteriormente expuestos, y ya en los diversos campos de la religiosidad popular, pueden ser los siguientes: 1) Para los misterios de la pasión y muerte de Jesús. Presentar la pasión y muerte de Jesucristo en el conjunto del misterio pascual; descubrir el sentido evangelizador del domingo y de las fiestas; descubrir el valor de solidaridad del Cristo sufriente con la humanidad sufriente; acompañar con catequesis adecuadas los actos populares; atender a las cofradías y hermandades para que sean ámbito, destinatarios y agentes de evangelización, evitando la posible manipulación de otros poderes o intereses ajenos a lo cristiano; descubrir el valor catequético de la imaginería. 2) Celebraciones sacramentales. Insistir en una pastoral de conjunto: dentro de lo establecido por las orientaciones diocesanas, favorecer criterios y materiales comunes para una adecuada catequesis y celebración de los sacramentos de iniciación; cuidar el proceso de identificación cristiana con la participación de padres e hijos; en los sacramentos, cuidar la acogida; aprovechar la riqueza que ofrecen los rituales19. 3) Piedad mariana. Presentar el misterio de María en perspectiva bíblica y de historia de la salvación; potenciar la piedad mariana como «amplio instrumento pastoral para vivir la cristología y eclesiología»; desmitificar y purificar la piedad mariana liberándola de connotaciones «localistas y crematísticas»; renovar la piedad mariana utilizando las orientaciones de la Iglesia y los materiales litúrgicos. 4) Culto de los difuntos. Puede ser un momento para evangelizar a los alejados. Expresar el sentido pascual de la muerte; cuidar no sólo la celebración de exequias, sino el acompañamiento de la familia; cuidar la liturgia de exequias aprovechando la riqueza que nos ofrece el ritual renovado; ofrecer un testimonio de fe y gratuidad; aprovechar los velatorios para realizar una pastoral adecuada. 5) Santuarios y peregrinaciones. Se deberían potenciar los santuarios y lugares de peregrinación como verdaderos focos de una sana espiritualidad, y purificar, en consecuencia, todo lo que pueda estar unido a magia, esoterismo o moda meramente cultural.
V. Religiosidad popular andaluza
Merece la pena detenernos brevemente en la religiosidad popular de las tierras andaluzas, por dos motivos: los serios estudios que se han hecho sobre la misma20 y las respuestas de evangelización y catequesis que se intentan desarrollar21.
Las manifestaciones de dicha religiosidad popular se centran principalmente en las fiestas, ricas y variadas, que se celebran a lo largo del año, como son: ferias patronales, romerías, carnaval, semana santa, cruces de mayo, corpus, navidad, moros y cristianos, etc., y en las hermandades y cofradías que, a su vez, pueden ser sacramentales (por ejemplo en el culto a la eucaristía), penitenciales (semana santa) y de gloria (en honor de la Virgen y de los santos)22.
Estas manifestaciones de religiosidad popular comportan, al menos, tres finalidades: sentimientos hondos de estética y religiosidad (en los que la tradición y herencia familiar juegan un papel importante); socialización integradora y generalizada desde lo religioso, que se sitúa más allá de lo profesional, ideológico, político, generacional o del rol social; y, finalmente, identificación simbólica externa de esas mismas creencias, y al tiempo y por ello, socialización.
Si concretamos aún más el sentido profundo de la religiosidad popular andaluza, por ejemplo en la semana santa, hablaremos de representación conjunta de todos los misterios de Jesucristo, de triunfo anual y cósmico de la muerte sobre la vida y de la alegría de la resurrección desde los ojos y el corazón de María, la Virgen23. Si, como otro ejemplo, nos ceñimos a la Romería del Rocío, la cuestión es mucho más compleja: significa hacer camino y sentimiento de ser peregrinos; celebrar la fiesta grande; orgullo de sentir la identidad de clase y de pueblo de toda la tierra andaluza; continuación del triunfo de la vida sobre la muerte que culmina en Pentecostés, etc.24. Andalucía, aun teniendo expresiones y matices propios, participa, en otros rasgos, de lo expuesto anteriormente, en lo que es genérico y básico de toda religiosidad popular25.
Y, desde el punto de vista catequético, añado en este breve anexo las recientes aportaciones y afirmaciones de F. Echeverría, Director del Secretariado diocesano de catequesis de Huelva. Para este autor, hay que reconocer y aceptar, ante todo, el hecho de la religiosidad popular como una realidad catequética fundamental: «Es un humanismo cristiano o forma cultural o existencial que la religión adopta en un pueblo determinado». Es necesaria una reeducación de la religiosidad popular desde el misterio central de Jesucristo, con estas claves: ofrecer el Cristo bíblico-eclesial; que ese mismo Cristo incida existencialmente en las vidas de los creyentes; que se exprese en lenguaje más narrativo que discursivo; que se palpe un Cristo vivo y viviente en la humanidad de hoy, y que sea un Cristo salvador26.
En Andalucía y otras tierras hispanas, las posturas y actitudes ante la religiosidad popular no pueden ser más que estas: escuchar y acoger, discernir y purificar, acompañar y compartir27.
Conclusión
Pedagógica y pastoralmente, en el tema de la religiosidad popular nos movemos entre dos extremos: respetarlo sin eliminarlo y no aceptarlo sin purificarlo. En otros ámbitos geográficos esta ha sido la postura inteligente y equilibrada28. Ojalá pudiera afirmarse lo que señala F. A. Pastor: «En la religiosidad popular cobran nueva importancia los movimientos de renovación en la pastoral popular y laical»29. Sería tanto como decir que el pueblo de Dios ha encarnado el mensaje en el sentido indicado por el propio Juan Pablo II: «La síntesis entre cultura y fe no sólo es una exigencia de la cultura, sino de la fe. Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada ni fielmente vivida»30. Y es que «el anuncio del evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad» (FR 71). Como afirmaban los obispos del sur de España, «para que la relación cristianismo-piedad popular sea fecunda, han de cumplirse las debidas condiciones de reciprocidad: por un lado, hay que hacer capaz a esa cultura de expresar explícitamente los signos de fe y de aceptar la ruptura con las tradiciones y las formas que sean incompatibles, del todo o en parte, con la penetración del evangelio en todos los campos de su vida colectiva; por otro lado, la Iglesia ha de hacerse a sí misma capaz de asimilar los valores de ese pueblo, de comprender cómo ve él el evangelio desde ellos…» 31. Los catequetas, los catequistas y los evangelizadores tienen especialmente encomendada una misión en este sentido.
NOTAS: 1. L. SEBASTIíN, Religiosidad popular, en PACOMIO L. Y OTROS, Diccionario teológico enciclopédico, Verbo Divino, Estella 1995, 850-851. – 2. Citado en L. DucH, La experiencia religiosa en el contexto de la cultura contemporánea, Bruño-Edebé, Barcelona 1979, 30. – 3 J. M. ISASI, Reflexiones sobre religión y modernidad, Cuadernos de Teología de Deusto 10, Universidad Deusto (1996); K. H. WEGER, La crítica religiosa en los tres últimos siglos, Herder, Barcelona 1986. – 4. B. MONDIN, Dizionario dei Teologi, Studio Domenicano, Bolonia 1992, 91-99. – 5. G. ANGELINI, El desarrollo de la teología católica en el siglo XX, en PACOMIO L. Diccionario teológico interdisciplinar IV, Sígueme, Salamanca 19872, 790-793. – 6. L. MALDONADO, Religiosidad popular, nostalgia de lo mágico, Cristiandad, Madrid 1975; D. SALADO, La religiosidad mágica. Estudio crítico fenomenológico, San Esteban, Salamanca 1986. – 7. F. A. PASTOR, Religión popular en R. LATOURELLE-R. FISICHELLA (dirs.), Diccionario de teología fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 1192-1172. – 8. CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 mayo 1999) 27-28. – 9. M. MESLIN, Le phénoméne religieux populaire, en B. LACROix-P. BOGLIONI, Les religions populaires, Québec 1972, 2-16; cf J. L. SíNCHEZ NOGALES, Cristianismo y cultura: cinco temas pendientes, Proyección 41 (1994) 201-218; para la religiosidad popular y la diversa valoración de la misma, cf L. MALDONADO, La religiosidad popular en la actualidad y en el futuro de la vida española, Sociedad y Utopía (octubre 1996) 151-166; Para comprender el catolicismo popular, Verbo Divino, Estella 1990; Religiosidad popular, en C. FLORISTíN-J. J. TAMAYO (eds.), Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, Madrid 19832, 874-886; Introducción a la religiosidad popular, Sal Terrae, Santander 1985; Religiosidad popular, nostalgia de lo mágico, o.c. – 10. R. ALVAREZ GASTí“N, La religión del pueblo, BAC, Madrid 1976, 176-183. – 11. E. TRíAS, Pensar la religión, Destino, Barcelona 19972. -12 1. SOTELO, La persistencia de la religión en el mundo moderno, en AA.VV., Formas modernas de religión, Alianza, Madrid 1994, 38-54. – 13 Cf R. SCHREITER, ¿Inculturación de la fe o identificación con la cultura? Concilium 251 (1994) 31-42. -14 R. BERZOSA, Hacer teología hoy, San Pablo, Madrid 1994, 139-152. – 15. L. MALDONADO, La religiosidad popular en la actualidad y en el futuro de la vida española, a.c., 151-166. – 16. CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, o.c., 27. -17 AA.VV., La religiosidad popular: escuchar, discernir, acompañar, Sal Terrae 999 (marzo 1997). – 18. Cf L. MALDONADO, Para comprender el catolicismo popular, o.c., 17. – 19. Cf COMISIí“N EPISCOPAL DE LITURGIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAí‘OLA, Evangelización y renovación de la piedad popular, Madrid 1987. – 20 Cf M. ALVAREZ-S. RODRíGUEZ (eds.), La religiosidad popular (3 vols.), Anthropos, Barcelona 1989. – 21. Recientemente, cf F. ECHEVARRíA, La catequesis ante la religiosidad popular, Catequética (enero-marzo 1997) 10-14. – 22 1. MORENO, Cofradías y hermandades andaluzas. Estructura, simbolismo e identidad, Sevilla 1985. – 23 ID, La semana santa de Sevilla, Sevilla 1982. – 24. L. MALDONADO, Para comprender el catolicismo popular, o.c., 39-40. No entramos a desarrollar los aspectos teológicos y psicoanalíticos de la religiosidad popular andaluza, en los que raramente se llama Padre a Dios, sino más bien a Jesús, y en los que la Madre es María (pp. 37-39). – 25 Cf el folleto del XVII ENCUENTRO DE ARCIPRESTES DE IGLESIA EN CASTILLA, Religiosidad popular y nueva religiosidad, Villagarcía de Campos, 1997. – 26 F. ECHEVARRíA, o.c. – 27. AA.VV. La religiosidad popular: escuchar, discernir, acompañar, a.c. – 28. Cf apartado 3 de la segunda parte de Puebla, Madrid 1979, 131-137; cf igualmente S. GALILEA, Religiosidad popular y pastoral, Cristiandad, Madrid 1979. – 29 F. A. PASTOR, Religión popular, o.c., 1172; cf también J. MARTíN VEI,ASCO, Increencia y evangelización, Sal Terrae, Santander 1988, 189-205. – 30 JUAN PABLO II, Al Consejo pontificio para la cultura: L’Osservatore Romano 701 (6.6.1982). – 31.Dicho documento, citado en L. MALDONADO, Para comprender el catolicismo popular, o.c., 26, se titula El catolicismo popular en el sur de España, PPC, Madrid 1975.
Raúl Berzosa Martínez
M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999
Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética