REVISION DE VIDA

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Se suele denominar con esta expresión al proceso o tiempo que una persona o una comunidad dedican a reflexionar sobre sus formas de pensamiento o de comportamiento, con el fin de mejorar ambas dimensiones y purificar sus intenciones menos concordes con los ideales que se hayan propuesto.

Es una práctica que con frecuencia se sigue en las comunidades cristianas de cierta selección o calidad evangélica. Se revisan las personas, se revisan las comunidades, las comunidades revisan a las personas y las personas revisan a las comunidades.

Ascéticamente se puede decir que no puede haber vida cristiana selecta si periódicamente no se hace un alto en el camino, se revisa la vida y se mejoran las actitudes y los procedimientos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La dinámica de un grupo apostólico se basa, de hecho, en un análisis de la realidad (de un “hecho de vida”), a la luz del evangelio, para asumir unos compromisos. Esa dinámica puede ser más en plan de oración, de estudio o de programación pastoral. Se llama revisión de vida a este proceso que parte del ver, para pasar al juzgar o valorar y llegar al actuar concreto y comprometido en el campo personal y social. El proceso se realiza en grupo, según diversas metodologí­as, siempre con una actitud interrelacional comprometida según la fe cristiana.

Está dinámica estuvo muy en boga en la JOC y otros movimientos de Acción Católica, ya desde antes del concilio Vaticano II. Se aplicó especialmente a la espiritualidad apostólica del laicado, en relación con la realidad sociológica afrontada por parte del grupo. Por esto se hablaba de la espiritualidad de los acontecimientos. Algunos teólogos (como Congar) le dieron una importancia de renovación, parecida a la que tuvo la “devoción moderna” en el siglo XIV. Hoy la dinámica de revisión de vida se ha generalizado, en relación con los “signos de los tiempos” y el discernimiento comunitario, a modo de examen y de autocrí­tica de la propia institución para renovarla.

El análisis cristiano de la realidad no prescinde de ningún aspecto de los hechos, pero, para su evaluación, busca la luz en los criterios evangélicos. Se trata de llegar a la “inteligencia” o sabidurí­a cristiana, que descubre mucho más allá de la punta de un iceberg. Así­ mismo, en el momento de asumir unos compromisos responsables, se sigue la lí­nea de la caridad, es decir, de las bienaventuranzas y del mandato del amor.

Los riesgos de la revisión de vida son análisis de la realidad sin la luz de la fe, lectura del evangelio sin espí­ritu de oración, tender a la crí­tica destructiva de culpar a otros sin comprometerse uno mismo. Esos riesgos quedan fácilmente superados cuando se busca la luz en la palabra revelada (contenida en la Escritura), predicada por la Iglesia, celebrada en la liturgia y vivida por los santos. La referencia al comportamiento de Jesús, en situaciones semejantes, es el punto obligado de referencia.

En la revisión de vida se da importancia al acontecimiento histórico (personal o social), para buscar los “signos de los tiempos” o signos de la voluntad salví­fica de Dios (cfr. GS 4,, 11, 44). La revisión de vida es un discernimiento comunitario, donde todos aportan algo en el ver, juzgar y actuar, especialmente por compartir el evangelio en espí­ritu de oración.

Los grupos apostólico de revisión de vida se distinguen por tender a la perfección evangélica y a la disponibilidad misionera, en la perspectiva de las bienaventuranzas. En esos grupos se hace una “relectura” del evangelio para iluminar los acontecimientos, en ambiente de oración, en actitud de pobreza bí­blica y en disponibilidad misionera.

Referencias Arciprestazgo, diálogo, discernimiento, historia, historia de salvación, laicado, Palabra de Dios, pastoral de conjunto, signos de los tiempos, vida comunitaria.

Lectura de documentos GS 4, 11, 44 (signos de los tiempos); 90.

Bibliografí­a J. BONDOUELLE, Situación actual de la revisión de vida (Barcelona, Nova Terra, 1966); J.M. CONTRERAS, Introducción a la dinámica de grupos (Madrid, San Pablo, 1997); J. DELICADO, La fraternidad apostólica (Madrid, PPC, 1987); A. GODIN, La vida de grupo en la Iglesia (Madrid, Studium, 1975); G. LUCE, Dinamica di gruppo (Roma, ELMS, 1967); A. MARECHAL, Toda nuestra vida en el evangelio a través de la revisión de vida (Barcelona, Nova Terra, 1966); F. MARTINEZ, Principios fundamentales sobre la revisión de vida (Zaragoza, Berit, 1968); F. MARTINEZ GARCIA, La revisión de vida (Barcelona, Herder, 1975); C. ROGERS, Encounter groups (New York, Harper and Row, 1970); E. ROYO, Acción militante y revisión de vida (Madrid, JOC, 1964); J.A. VELA, Dinámica psicológica y eclesial de los grupos apostólicos (Buenos Aires, Guadalupe, 1968).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: 1. En qué consiste la revisión de vida. – 2. Condiciones para hacer la revisión de vida. – 3. Momentos en la revisión de vida. – 4. Orientaciones pastorales.

La revisión de vida nace en un con-texto histórico y eclesial concreto: el alejamiento del mundo obrero de la Iglesia y la necesidad de evangelizar a los compañeros de trabajo en la realidad social que se vive y padece. El método de la revisión de vida es una intuición de la Juventud Obrera Católica (JOC) fundada por Joseph Cardijn en 1925. Después de la Segunda Guerra Mundial se generalizó la revisión de vida en todos los movimientos especializados que integran la Acción Católica.

La configuración social en las zonas industriales y la problemática del mundo obrero estaban pidiendo una forma nueva de ejercer el apostolado; éste tendrá dos caracterí­sticas: los laicos deben participar en el apostolado de la jerarquí­a y la educación de la fe debe hacerse a partir de los ámbitos donde transcurre la vida: el trabajo, el barrio, la familia, las diversiones, etc. Estos dos elementos piden una metodologí­a que eduque en y por la acción. El Concilio Vaticano II lo recoge con estas palabras: “Puesto que la formación para el apostolado no puede consistir sólo en la instrucción teórica, desde el principio de su formación el laico debe aprender, gradual y paulatinamente a mirar, juzgar y actuar a la luz de la fe; a formarse y a perfeccionarse así­ mismo, junto con los otros, mediante la acción, y a avanzar así­ en el servicio activo de la Iglesia” (AA 29).

1. En qué consiste la revision de vida
Es el diálogo que un pequeño grupo, constituido para este cometido, realiza sobre un hecho de vida para que este llegue a ser transformado según el proyecto de Dios. Supone un paso intermedio de análisis, toma de conciencia de lo que sucede e iluminación desde la fe. El final del proceso es la oración y la acción transformadora. En el modo de proceder del grupo de revisión de vida hay un supuesto de fe: Dios se manifiesta y revela su proyecto de salvación en los acontecimientos cuando estos son acogidos y leí­dos desde la persona de Jesús de Nazaret. En consecuencia, la revisión de vida lleva al encuentro con Dios y a una mayor disponibilidad para hacer su voluntad en las circunstancias concretas en las que transcurre la vida cotidiana. Se pretende llegar a una actuacion que se pueda llamar cristiana; para ello, en docilidad al Espí­ritu Santo, hay que llegar a tener “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2,5).

Se trata de un ejercicio que si no hace bien va sintonizando nuestra mente sensibilidades y actitudes con la de Cristo Jesús, para que viendo y sintiendo como El actuemos evangélicamente. La exigencia básica para la revisión de vida consiste en querer hacer la voluntad de Dios expresada en los acontecimientos; para ello hay que estar atento y disponible a la que el Espí­ritu Santo nos pueda sugerir. En el fondo se trata de una actitud contemplativa por la importancia que se da a la escucha, la acogida y la disponibilidad.

Es necesario clarificar, aunque sea brevemente, la fundamentación teológica de la revisión de vida. La revelación del Dios cristiano es una revelación histórica, y de manera especial y plena en la persona de Jesucristo (DV 2). Por la Encarnación, el Misterio Pascual y Pentecostés, todo lo humano está llamado a abrirse a la salvación. La Palabra de Dios nos ayuda a desvelar el sentido profundo de la vida; en esto consiste la maduración de la fe: en encontrar a Dios en el vivir cotidiano. Además el lugar propio del laico está en la construcción del Reino en medio de las realidades temporales; por eso importa sobremanera encontrarse a Dios en los acontecimientos del cotidiano vivir. A esto se encamina la revisión de vida.

2. Condiciones para hacer la revisión de vida
Es propia de personas que quieren ser militantes, es decir, evangelizadora y transformadoras de la realidad. Para ello están dispuestos a compartir sus experiencias , las situaciones reales, y lo que hacen (cómo, por qué, para qué, etc.). Hay que estar dispuesto a someter todo lo que se comparte al parecer de los demás y la Palabra de Dios, y a convertir el corazón y actuar de la manera que se haya descubierto como más evangélica. Todo ello es motivo de oración y de una mayor formación. Antes de ir a la reunión del pequeño grupo es preciso vivir lo cotidiano con atención, saber mirar y observar lo que sucede para que no se nos pasen desapercibidos aspectos importantes. Y, después, poner por escrito lo que ha sucedido, cómo me he situado y qué puedo hacer para mejorar la situación.

En las reuniones no se habla de temas teóricos o de contenido, sino de la misma vida. No todas las personas están dispuestas a manifestar sus sentimientos, análisis y reacciones. Condición básica para la revisión de vida es la capacidad de hablar de lo que ha pasado por dentro cuando dejamos que los hechos y los acontecimientos nos afectan. La referencia de lo que se comparte son los espacios en los que transcurre la vida: la familia, los estudios, el trabajo, el tiempo libre, el uso del dinero, la vivencia de lo religioso, el paro, los inmigrantes, la solidaridad, la marginación, etc.

Nos queda una última cuestión: en qué se basa el grupo que hace revisión de vida. Se basa en la experiencia de fe y busca una experiencia de fe, es decir, el paso de Dios por la vida que nos llama a liberar el corazón y a los demás para que el Reino de Dios sea una realidad mayor entre nosotros.

3. Momentos en la revisión de vida
Se trata de tres momentos dialécticamente relacionados entre sí­: ver, juzgar, y actuar.

Ver. En el pequeño grupo se presentan hechos concretos que se hayan vivido; son hechos cotidianos y sencillos, pero significativos. De todos los hechos compartidos el grupo elige uno según las siguientes motivaciones: las posibilidades del hecho en sí­ mismo, el momento por el que pasa el grupo y el sentirnos más proximos o afectados por uno u otro hecho. Para centrar el hecho hay que fijarse en los aspectos que más nos cuestionan o que expresan en mayor medida las contradicciones de lo humano; la relación del hecho elegido con otros hechos vividos o conocidos por el grupo aporta luces. En este momento se harí­a el análisis del hecho viendo las causas de lo que sucede y sus consecuencias, las situaciones en las que se produce el hecho y los valores y contravalores que refleja. Existe un ver cristiano, es decir, una lectura creyente del hecho; se da cuando nos preguntamos qué nos está diciendo Dios en esta situación concreta. Para que surja esta pregunta se necesitan dos condiciones: en primer lugar hay que pasar por el corazón el hecho para que nos afecte, nos interrogue y nos pida una respuesta, y en segundo lugar hay que ver qué relación tiene nuestra experiencia de Dios con lo que estamos analizando.

Juzgar. Al descubrir los valores o contravalores que están implí­citos en la situación o en el hecho vemos en qué medida también nosotros participamos de los mismos; una pista fácil consiste en comprobar las actitudes de las personas que protagonizan el hecho. Evidentemente, no se trata de un juicio moral, sino de un encuentro con Dios vivo y presente en los acontecimientos de la vida. Sabemos que Jesús de Nazaret es el camino del encuentro con Dios y del encuentro con nosotros mismos. Al llegar a este momento nos preguntamos cuál serí­a el análisis y la postura de Jesús ante el hecho analizado y sobre nuestro posicionamiento ante el mismo hecho. Podemos servirnos de palabras, gestos y comportamientos de Jesús en el Evangelio que iluminen el juicio sobre el hecho. En definitiva, el “juzgar” de Jesús cuestiona nuestras posiciones y justificaciones y nos invita a la conversión.

Cualquier hecho, -incluso los que llamamos pecado-, pueden ser salvadores si se miran desde Dios, es decir, desde su proyecto salvador. El fondo de la cuestión no es la valoración de un hecho externo a nosotros mismos, sino el contraste entre los sentimientos que aparecen en nosotros al concientizar la vida y la forma que Jesús tiene de mirar lo humano, de posicionarse, de juzgar y de responder. Para que el Espí­ritu nos conceda unas miradas y unas actitudes evangélicas, tenemos que dejar que Jesús nos mire, nos juzgue y nos ame. Los Evangelios nos ofrecen abundantes hechos en los que la forma de proceder de Jesús es muy distinta de la de los demás, e incluso de lo que los discí­pulos esperaban de El. El juzgar de la revisión de vida supone el intento de entrar en esta novedad de Jesús. Cuando nos posicionamos de esta manera más que juzgar nosotros los acontecimientos, somos juzgados por la vida y por Dios; la óptica privilegiada para este segundo momento está en dejar que los pobres nos cuestionen y nos llamen a la salvación; ellos nos ayudan a conocer el sentido de la vida y nos interpelan para dar una respuesta nueva y más evangélica.

Al finalizar este segundo momento de la revisión de vida aparecen fácilmente sentimientos de oración de petición, de perdón, de acción de gracias, de disponibilidad, etc. Este momento es importante, requiere tiempo, y de él va a depender la fuerza y la radicalidad al plantear el compromiso transformador en el momento siguiente.

Actuar. Es la consecuencia lógica del ver y del juzgar. La acción de Dios en la historia de la salvación ha manifestado amor, perdón, misericordia y futuro nuevo. Con la referencia en Dios ahora tenemos que concretar nuestra actuacion empezando por el hacer interior, es decir, por la conversión personal, y continuando por el compromiso en las relaciones y en las estructuras. Los ámbitos donde transcurre diariamente la vida son los lugares del actuar del creyente; cada miembro del grupo pone en común lo que va a realizar, y el pequeño grupo piensa en posibles acciones colectivas. Las propuestas se someten a la valoración de todos, para que todos se sientan implicados. No es fácil concretar las acciones que serí­an más evangélicas y evangelizadoras; hacer real y efectiva la opción por los más necesitados es lo que mejor puede ayudar a perfilar las acciones concretas y sencillas, pero siempre significativas, encaminadas a transformar la realidad. El actuar constituye una respuesta desde la fe, guiada por la esperanza y expresada en obras de amor. La revisión de vida podrí­a concluir con la celebracion que anticipa, en el misterio de Cristo, la transformación de la realidad, y alimenta la vida teologal, como el dinamismo del compromiso. Celebramos la liberación integral que Jesús ha hecho con nosotros y quiere explicitar en la realidad en la que vamos a actuar.

4. Orientaciones pastorales
La revisión de vida es necesaria para los bautizados que quieren ser militantes, es decir, que quieran vivir su vocación cristiana con talante misionero y evangelizador. Es un método educativo que facilita grandemente la maduración humana y cristiana, pues incluye observación, reflexión, concientizacion, acción y celebración.

La iniciación a la revisión de vida implica un conocimiento teórico-práctico del discernimiento cristiano; éste nos ayuda a comprender la “gramática” con la que Dios habla en los acontecimientos de la vida que llamamos signos de los tiempos por su potencialidad salví­fica. El Vaticano II nos enseñó a estar atento a los anhelos y sufrimientos de nuestros contemporáneos, pues en ellos Dios sale a nuestro encuentro y nos imita a crear fraternidad.

Si algo necesitamos en la cultura postmoderna es recuperar la unicidad del yo, pues vivimos una cultura claramente fragmentada. La revisión de vida por la fundamentación, la metodologí­a y la meta que tiene puede ayudar a globalizar y centrar la vida. Es un ejercicio de fe que afecta a toda la persona y propicia la sí­ntesis fe-vida, pues ayuda a recorrer el camino en doble sentido: de lo cotidiano a la Palabra de Dios, y de la Palabra a la vida.

La revisión de vida educa dos aspectos de la vida de fe í­ntimamente relacionados: el talante misionero y el sentimiento comunitario de la fe. Ambos deben estar unidos, pues la Iglesia existe para evangelizar, y la vida se ilumina plenamente desde la experiencia de fe de la Iglesia. La fe se vive como fermento en medio de la masa: este modo de presencia y actuación requiere un talante comunitario en todos los pasos que llevan al compromiso evangelizador, pues la Iglesia es para la construcción del Reino. El objetivo final se transforma en método, y el método es contenido. La revisión de vida no es alternativa de otras mediaciones educativas; sí­ puede ser un complemento necesario por su carácter evangélico y por el tipo de cultura en la que estamos.

BIBL. -CRESPO, L. F., Revisión de vida y seguimiento de Jesús, HOAC 19922; MATESANZ, A, Revisión de vida, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo 1999,1968-1978; Royo, E, Acción militante y revisión de vida, Popular 1967; Revisión de vida, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, San Pablo 1991, 1671-1682.

Jesús Sastre

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios “MC”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

SUMARIO: I. Historia. II. Elementos indispensables. III. ¿Qué es la revisión de vida? IV. ¿Cómo se hace?: 1. Ver; 2. Juzgar; 3. Actuar. V. Fundamento teológico. VI. ¿Para qué sirve? VII. Lí­mites en su práctica.

I. Historia
En los años que siguieron a la I Guerra mundial, la Iglesia europea tomó conciencia de estar viviendo una situación nueva. La industrialización, la emigración, la concentración en los suburbios de las grandes ciudades, hicieron que se desdibujaran mucho los perfiles cristianos de las clases populares urbanas. Las masas obreras estaban descristianizadas.

La Iglesia reaccionó. La renovación bí­blica, litúrgica y patrí­stica, iniciada el siglo anterior, vino a fundamentar una conciencia más viva de que la Iglesia es una comunidad y de que todos en ella -por tanto también los laicos- debí­an participar ineludiblemente en el apostolado, en la cristianización de la sociedad.

El gran impulsor del apostolado seglar fue el papa Pí­o XI (1922-1939). En 1928, con la fundación de la Acción Católica, que él mismo definí­a como “participación de los seglares en el apostolado jerárquico”, dio un respaldo decisivo a los nuevos movimientos apostólicos especializados, que habí­an ido naciendo sobre todo en Bélgica y Francia1. El que más se desarrolló posteriormente fue la JOC (Juventud obrera cristiana), fundada en 1925 por Joseph Cardijn para la evangelización de los jóvenes del mundo obrero.

Intuición fundamental en la JOC era que los jóvenes obreros debí­an formarse como evangelizadores de sus compañeros en contacto con la realidad social, en la acción y por la acción. No basta con la escuela ni con el contacto con la naturaleza. En su acción evangelizadora, los jóvenes militantes han de desenvolverse en la vida social en su conjunto. Necesitan, por tanto, una educación total, que tome en serio todos los campos de su vida: la familia, la escuela, el taller, el tiempo libre. Necesitan desarrollar una personalidad cristiana rica, potente, capaz de integrar la fe y la vida en un proyecto personal unitario, iluminado y dinamizado por el evangelio. Para esta educación total, la JOC tení­a un método, la encuesta realista o revisión de vida, con sus tres momentos dialécticamente ensamblados: ver, juzgar y actuar.

En los años cincuenta, los movimientos adultos de la Acción Católica especializada necesitaron dar respuestas más hondamente evangélicas a los nuevos problemas que se les planteaban. En la revisión de vida encontraron el método que habí­a de ayudar a los militantes a tomar conciencia más viva de la realidad humana y social de sus distintos ambientes, y a hacer crecer en ellos la Iglesia. La generalización, en la Acción Católica, de este método de educación por la acción, así­ como la reflexión sobre él, contribuyó mucho en aquellos años a una formulación más elaborada y profunda.

La revisión de vida ha ido marcando la espiritualidad de los movimientos y de amplios sectores de la Iglesia. Fue adoptada por numerosas comunidades religiosas, que encontraban en ella una valiosa ayuda para confrontarse más profundamente con la vida real y con el evangelio, o para lograr una mayor unidad entre los intereses personales y la acción apostólica. También la práctica de la catequesis se benefició de las intuiciones y de la espiritualidad del método.

II. Elementos indispensables
a) El primer elemento indispensable es el grupo. Una persona sola no puede hacer revisión de vida; un grupo excesivamente numeroso tampoco. El número de componentes del grupo debe ser tal que permita la participación de todos. Los miembros del grupo están unidos por una finalidad que les es común: todos comparten el interés por hacer presente el evangelio en medio del mundo. Porque sus componentes aúnan sus esfuerzos a favor de la evangelización, al grupo que hace revisión de vida, se le ha llamado muchas veces equipo2.
b) El segundo elemento es la intención que tienen los miembros del grupo al reunirse: quieren hacer revisión de vida. No se reúnen para estudiar un tema, aunque incluyen el análisis y la reflexión; ni para celebrar una fiesta, aunque haya lugar para la alabanza emocionada y la acción de gracias. Ni se reúnen para pasar un buen rato sin más, conversando entre amigos, por más que la reunión pueda resultar muy gratificante. Se reúnen para hablar sobre un hecho, disponiéndose a acoger la revelación que en ese hecho Dios hace de sí­ mismo y de su designio, para crecer en la comunión y en la colaboración con él. Esta intención, compartida por los miembros del grupo, hace que toda la revisión de vida sea en cierto modo una oración, y, en todo caso, garantiza algunos momentos de oración más intensa y explí­cita.

III. ¿Qué es la revisión de vida?
La revisión de vida consiste en una conversación acerca de un hecho, con el fin de llegar a una comprensión cristiana del mismo, que pueda expresarse en un relato, en una oración y, sobre todo, en una acción respecto de ese hecho.

Ya ha quedado claro de qué clase de conversación se trata. El hecho del que se habla tiene un sujeto personal: alguien hace algo, a alguien le sucede algo; no es un caso ficticio que se invente para transmitir una idea, inculcar una norma o sostener una reflexión. Centrar la conversación en un hecho garantiza que se habla de algo que pertenece a la vida cotidiana, de algo real que afecta a la propia existencia y a la de las personas que viven y actúan en el mismo ambiente. Comprensión quiere decir hacerse cargo del hecho, situándolo en su contexto, con sus causas, sus implicaciones, su significado; no sólo de los aspectos externos del hecho, sino de lo que hay detrás, de lo que hay dentro, de lo que hay en el fondo. La comprensión es cristiana en el sentido de que lo que se busca descubrir en el hecho es la realización del plan de Dios sobre el mundo, anunciado y realizado por Jesús. El modo de actuar al que se pretende llegar es cristiano, en cuanto actualización del actuar de Jesús obrada en sus discí­pulos por el Espí­ritu Santo.

Por tanto, puede decirse que el objetivo último de la revisión de vida es el de conocer mejor a Jesucristo, que se nos revela en la realización del designio de Dios en los acontecimientos actuales de nuestra vida; identificarse con él; entrar en comunión con él y con su trabajo. Ahora bien, el conocimiento de Jesucristo es obra del Espí­ritu Santo en nosotros. No es principalmente un conocimiento que, a través del análisis, nos conduzca a la posesión y al control de la realidad conocida. No terminaremos controlando a Jesucristo. Ese movimiento de nuestra razón, ese discurso, ha de estar motivado en la revisión de vida no por nuestro deseo de controlar, sino por la búsqueda de Alguien que nos llama y nos ha dado cita en los hechos y situaciones, no necesariamente notables, en los que se va desarrollando nuestra vida. Es conocimiento de Alguien que nos atrae hacia sí­, a quien nos entregamos, por quien nos dejamos poseer y controlar. No es resultado de nuestro esfuerzo, sino don que se nos hace. Jesucristo se nos da a conocer.

Por eso serí­a un error empezar la revisión de vida sin invocar al Espí­ritu Santo, que es quien nos conduce a la verdad completa, o buscar en la palabra de Dios argumentos con los que dar autoridad a nuestro propio enjuiciamiento de las personas y de los hechos, sin dejarnos iluminar y juzgar nosotros mismos por esa misma Palabra. Serí­a un error establecer una estrategia de actuación transformadora de la realidad sin haber acogido las luces y las llamadas que nos llegan de Dios.

IV. ¿Cómo se hace?
El proceso de la revisión de vida se desarrolla, generalmente, en tres momentos consecutivos.

1. VER. Después de invocar al Espí­ritu Santo, cada uno de los que van a hacer la revisión de vida presenta muy brevemente el hecho o los hechos de su vida que, por las razones que sea, más le han marcado últimamente o le parecen más significativos. Si quienes están reunidos viven tratando de responder a su vocación de evangelizadores, los hechos que aportan normalmente han ocurrido en los ambientes en los que tratan de hacer presente la fuerza del evangelio. De entre todos los hechos recordados, se elige el que se va a revisar a continuación.

A veces ocurre, sobre todo cuando aún no se tiene mucha costumbre, que alguno de los miembros del equipo no encuentra ningún hecho significativo que proponer. Quizá porque piensa que el hecho debe tener algo de extraordinario y no ve nada extraordinario en su vida. O porque no se fija en lo que pasa. Para poder revisar la vida hay que prestarle atención. Por otra parte, los hechos que se proponen pueden resultar, con frecuencia, una verificación de la clase de vida que se lleva: centrada en uno mismo, en los propios sentimientos, en conflictos domésticos, o solidaria con los vecinos, atenta a los intereses de los colectivos en los que se participa. La revisión de vida, más que formar para la acción, forma por la acción.

Los hechos, lo que pasa, son valorados en el grupo que hace revisión de vida como signos del proyecto amoroso de Dios. Pero no son meras flechas indicativas de una realidad todaví­a distante. En lo que pasa podemos contemplar cómo es estorbada la realización del designio de Dios o también cómo Dios va realizando ya su plan.

Es tópico recurrir a la imagen de la zarza ardiendo sin consumirse ante Moisés en el Horeb, para mostrar el valor religioso de los hechos de la vida. También de estos puede repetirse lo que decí­a la voz desde la zarza: son tierra sagrada que, llenos de respeto, debemos pisar descalzos.

No nos puede pasar desapercibida la atención que presta Moisés a lo que estaba pasando: “Miró y vio que la zarza ardí­a sin consumirse. Moisés se dijo: “Voy a acercarme a ver esta gran visión; por qué la zarza no se consume”” (Ex 3,2-3).

La primera señal del respeto que se profesa por un hecho de vida es tomarlo en serio. Intentamos acogerlo en su objetividad, situándolo en su contexto, analizando las causas que lo originan, las consecuencias que se siguen o se pueden seguir de él, qué personas están implicadas, cuáles son sus actitudes y su modo de valorar el hecho.

No se puede decir que sea superficial analizar así­ un hecho. Y sin embargo, no es suficiente en la revisión de vida. Es necesario aún ver qué es lo que en ese hecho nos asombra, nos conmueve y nos remueve, nos pone en crisis, nos obliga a buscar una posición nueva. Hemos de darnos cuenta de cómo el hecho que estamos revisando nos pone en una encrucijada. Sólo cuando llegamos a contemplar estos aspectos más hondos del hecho podemos decir que nos lo hemos tomado en serio y estamos dispuestos a dejarnos enseñar.

Llegados a este punto, conviene detenerse para que cada uno de los participantes pueda ver en qué hechos de su propia vida -de ordinario el hecho que se revisa sólo le ha ocurrido a uno de los miembros del grupo- se ve también en una encrucijada semejante. Así­ se facilita que el encuentro con el Señor ocurra en la propia vida y no sólo en la vida de otra persona, respecto de la cual puede sentir mucha solidaridad y cuya vida puede sentir como propia, pero que no es verdaderamente la suya.

Es claro que el conocimiento de la realidad que puede lograrse a través de la revisión de vida es distinto del que puede ofrecer la sociologí­a con la ayuda de instrumentos de análisis propiamente cientí­ficos; no se contraponen, sino que son de distinto orden. La sociologí­a muestra correlaciones, funciones o estructuras; la revisión de vida pretende la formación cristiana de las personas y del grupo con vistas a su intervención evangelizadora en sus ambientes.

2. JUZGAR. En la revisión de vida no se trata de hacer un juicio moral sobre la realidad, determinando su bondad o malicia, como si hubiera que premiar a los buenos y castigar a los malos. Eso nos pondrí­a sobre la realidad, como jueces. La revisión de vida nos pone ante la realidad como aprendices: aprendices de Dios, tal como se nos manifiesta, vivo y actuando en las personas, en los acontecimientos. También en los que nos parecen negativos.

Los hechos de la vida nos muestran su significado salvador cuando los juzgamos desde la perspectiva del designio de Dios, tal como se nos ha manifestado en la persona, las obras y la doctrina de su Hijo Jesucristo. Juzgar quiere decir aquí­, por tanto, ver como Dios ve, con su mirada. Vistas desde la “mentalidad de Dios”, las personas, los acontecimientos, las situaciones, se nos transfiguran.

Es indispensable aquí­, por lo tanto, la referencia al evangelio. Nuestra manera de percibir los hechos debe ser confrontada con la manera que tienen Jesús y su comunidad de discí­pulos de vivir hechos análogos, tal como ha quedado plasmada en la Sagrada Escritura. Pero, dicho esto, conviene disipar posibles malentendidos.

No se trata de la confrontación de hechos de nuestra vida con hechos narrados en la Biblia que, en su materialidad o en determinados aspectos externos, pudieran parecer análogos. Por ejemplo: un conflicto familiar nuestro con un conflicto familiar vivido por Jesús, como podrí­a ser el reproche de la Virgen Marí­a a su hijo al encontrarlo en el templo discutiendo con los doctores, o las intenciones de los parientes de Jesús de llevárselo porque les parecí­a que no estaba en sus cabales.

Se trata de confrontar los sentimientos que suscita en nosotros la contemplación de la vida (el asombro, la perplejidad, el desconcierto, la búsqueda…), con la manera que, según los evangelios, tiene Jesús de contemplar la vida, de asombrarse, vacilar, buscar… y de dar respuesta, situarse, decidirse, comprometerse, y con la manera de vivir que, por haberlo conocido, tienen sus discí­pulos, desde el asombro y la perplejidad hasta cambiar su proyecto de vida de manera tan radical, que lo experimentan como un nuevo nacimiento a una vida nueva que se les concede.

La luz que nos llega desde el testimonio de Jesús y de su comunidad de discí­pulos nos ayuda a ver con su mirada, a valorarlo todo y a juzgarlo con sus criterios, a tener sus mismos sentimientos. La realidad nos aparece como marcada por su futuro, marcada por el proyecto de Dios. Es una dimensión más profunda de la realidad: lo que Dios está haciendo en las personas, en las situaciones; el tirón que está dando de ellas el Espí­ritu Santo; la tensión entre lo que ahora son y lo que están llamadas a ser. Entonces oí­mos los gemidos como de parto a los que se refiere san Pablo (cf Rom 8,18-25), y que constituyen la auténtica realidad de todas las cosas3.

A los que acompañan a Jesús al entrar en Cafarnaún se les escapa la auténtica realidad del centurión que suplica a Jesús la curación de un criado. Jesús, sin embargo, la ve y la revela: “Os aseguro que en Israel no he encontrado una fe como esta” (Mt 8,10). Lo mismo pasa con la mujer cananea a la que dijo Jesús: “¡Mujer, qué grande es tu fe!” (Mt 15,28). En el gentí­o que escuchaba la predicación de Jesús, los discí­pulos no veí­an sino el cansancio y el hambre. Jesús, en cambio, sentí­a compasión de la gente, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas (cf Mc 6,34). En una visión, el Señor le hizo ver a Pablo lo que no habí­a visto con los ojos de la cara: “No tengas miedo, habla y no calles, porque yo estoy contigo, y nadie intentará hacerte mal, pues tengo en esta ciudad un pueblo numeroso” (He 18,9-10).

Cuando vemos la realidad con los ojos de Jesús y reconocemos en ella el designio de Dios, eso es siempre evangelio, buena noticia que nos atrae, nos invita, nos interpela, nos juzga y nos salva.

Dios no se nos revela propiamente en un libro, sino en la historia de este Viviente que es su Hijo Jesús, contada en un libro, eso sí­, por quienes recibieron su Espí­ritu y participaron de su vida: de su mirada, de su misericordia, de su proyecto. Por haber conocido a Jesús, también a nosotros su Espí­ritu nos aclara la vista y nos agudiza el oí­do para poder reconocer la obra y la palabra de Dios en las personas y grupos, en los acontecimientos y situaciones de nuestra historia.

Puede decirse que, al mirar así­ la vida, no somos nosotros los que juzgamos la vida, sino que somos juzgados por ella. Entendámonos: somos juzgados por Dios, que se nos revela en la vida realizando sus planes (que, por ahora, están estorbados en su cumplimiento total), amándonos, sirviéndonos, corrigiéndonos.

Todaví­a conviene decir algo más a propósito del segundo momento de la revisión de vida. Dios ha hecho suya la causa de los pobres. Ha tomado partido a favor suyo y se ha identificado con ellos: con José, vendido por sus hermanos y puesto a prueba en la corte del Faraón; con todo el pueblo de Israel, esclavizado en Egipto; con su Hijo Jesús, entregado a la muerte y resucitado de entre los muertos. Aunque la actuación de los pobres no ha sido siempre moralmente irreprochable, Dios no se ha echado atrás y ha intervenido a favor suyo.

Si esto es así­, parece que el Dios que tanto nos atrae y al que tanto queremos conocer, nos está haciendo señas desde la vida de los pobres. Allí­ es donde le podemos contemplar en todo su esplendor, desplegando todo su poder, conduciendo y salvando a su pueblo pobre y humilde. En la vida de los pobres se nos revela el designio de Dios revelado y cumplido en Jesucristo, el Siervo.

Ante el Dios que se nos revela así­ en los hechos de la vida de la gente, de los pobres, los sentimientos que surgen en nosotros son la alabanza, la acción de gracias, la adoración, la conversión, la entrega, el deseo de que también pase por fin con nosotros lo que vemos que Dios está haciendo y quiere culminar en la vida de los pobres, el deseo de colaborar para que la obra de Dios llegue a su colmo. Cuando se hace revisión de vida, conviene mucho detenerse para que estos sentimientos tomen cuerpo y se expresen en el grupo que está haciendo la revisión. También esto es tomar en serio la vida.

3. ACTUAR. Jesús, después de curar en sábado a un paralí­tico junto a la piscina de Betesda, justificó su modo de actuar diciendo: “Mi Padre no deja de trabajar, y yo también trabajo” (Jn 5,17).

A lo largo de la revisión de vida no se ha contemplado nada más que el trabajo de Dios. Y habiéndolo contemplado, ¿cómo no concretar los deseos de cambio, de conversión, de colaboración con ese trabajo de Dios, que se han ido suscitando en nosotros? Si los hechos en los que Dios nos muestra su cariño y su servicio pertenecen realmente a nuestra vida cotidiana, desde nuestra vida cotidiana, y a través de ella, tendremos que ofrecerle nuestra correspondencia. Si sabemos quiénes son los preferidos de Dios, porque le hemos visto actuar a favor suyo, no será difí­cil precisar cuál es la obra en que hemos de colaborar.

La acción a que se compromete cada miembro del grupo que hace revisión de vida está muy relacionada con el proceso que se ha vivido en la reunión hasta ese momento. El compromiso será tan concreto como concreto haya sido el hecho revisado, como concreta sea la implicación personal en ese hecho, como concreto sea el proyecto de vida en el que, con la ayuda de Dios y el apoyo de los hermanos, estamos embarcados. Si en el momento de “ver” no se vieron más que los aspectos externos del hecho, o si en el momento de “juzgar” no se superó la perspectiva moralizante o puramente doctrinal, el compromiso al que se llegue al final difí­cilmente será expresión de conversión personal, señal del crecimiento en el conocimiento de Jesucristo, acción verdaderamente evangelizadora.

La acción en que desemboca la revisión de vida está cargada de sentido evangelizador. Puede ser sencilla y referirse a cosas pequeñas, pero nunca será insignificante. Es respuesta de fe a la llamada que Dios dirige desde la vida. Es ofrecimiento de sí­ que hace una persona interpelada, iluminada, dinamizada, transformada por la palabra de Dios. Es testimonio del amor de Dios y de la esperanza que suscita.

V. Fundamento teológico
El desarrollo de la revisión de vida como método de formación cristiana no hubiera sido posible sin algunas convicciones ampliamente compartidas en la Iglesia. En primer lugar, la convicción de que Dios se nos revela en y a través de los acontecimientos. Y también la convicción de que la vida profana tiene un valor religioso.

La revisión de vida no serí­a posible para quien comprendiera la revelación de Dios de un modo unilateral, prevalentemente intelectual, como comunicación de verdades y doctrinas sobre Dios y sobre cómo debemos relacionarnos con él. La práctica de la revisión de vida fue encontrando fundamento más claro a medida que la revelación fue siendo comprendida, tal como quedó dicho en el Vaticano II, como actuación de Dios que, en acontecimientos históricos intrí­nsecamente ligados con las palabras que desvelan su sentido, se dirige a nosotros para invitarnos a su amistad y hacernos familia suya; Jesucristo, su Hijo, es mediador y plenitud de toda la revelación (cf DV 2). No se trata, pues, en la revisión de vida de prestar atención sin más a los acontecimientos, sino de leerlos a la luz de la palabra de Dios, siempre viva en la Iglesia. La revisión de vida viene a ser así­, en cierto sentido, una forma del ministerio de la Palabra, que coincide en algún aspecto con la catequesis. “Por ser la Revelación fuente de luz para la persona humana, la catequesis no sólo recuerda las maravillas de Dios hechas en el pasado, sino que, a la luz de la misma Revelación, interpreta los signos de los tiempos y la vida de los hombres y mujeres, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación del mundo” (DGC 39).

La revisión de vida no hubiera podido desarrollarse fuera de la convicción del valor cristiano de las realidades seculares y, sobre todo, si no hubiera crecido la valoración de la vocación cristiana de los laicos. En distintos pasajes del Vaticano II quedó expresada la conciencia de la Iglesia en este punto, tal como se vení­a manifestando en los decenios anteriores. “Los laicos tienen como vocación propia el buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios… Es ahí­ donde Dios los llama a realizar su función propia, dejándose guiar por el evangelio, para que, desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo, y de esta manera, irradiando fe, esperanza y amor, sobre todo con el testimonio de su vida, muestren a Cristo a los demás” (LG 31). Los laicos necesitaban un instrumento especí­fico que les ayudara a responder a su vocación particular. La revisión de vida se ha manifestado como uno de los instrumentos más aptos al servicio de la santidad secular.

El mismo Concilio no tiene reparos, en más de una ocasión, en recomendar expresamente este método de educación de la fe: “Puesto que la formación para el apostolado no puede consistir sólo en la instrucción teórica, desde el principio de su formación el laico debe aprender, gradual y paulatinamente, a mirar, juzgar y actuar a la luz de la fe; a formarse y a perfeccionarse a sí­ mismo, junto con los otros, mediante la acción, y a avanzar así­ en el servicio activo de Iglesia” (AA 29).

VI. ¿Para qué sirve?
La revisión de vida sirve para la formación cristiana -inicial y permanente- de los laicos y, en general, de cuantos se sienten llamados a hacer presente en el entramado de la sociedad la vida y la fuerza transformadora del evangelio.

Contribuye a educar una actitud de apertura a lo real, como lugar esencial del encuentro del hombre con Dios. Se concreta esta actitud en la valoración de la persona. En primer lugar, porque la revisión de vida “hace personas”, educa la reflexión, favoreciendo la toma de conciencia de las situaciones que se viven y la participación en la solución de los propios problemas. Pero también porque la revisión de vida hace crecer la atención a la dignidad de las personas, al juzgar los hechos y las situaciones desde la perspectiva bí­blica, en la que la persona es imagen y semejanza de Dios y como sacramento de Cristo. La apertura a lo real se concreta igualmente en la valoración de los acontecimientos. La revisión de vida dispone para el discernimiento de los signos de los tiempos, acontecimientos cualificados que expresan las aspiraciones y las necesidades de la humanidad, y desde los que Dios se revela invitando a la comunión y colaboración con él.

Contribuye a la formación de una actitud misionera; cultivando el conocimiento de Jesucristo resucitado, cuya fuerza está actuando en nuestra historia, capacita para la “misión por dentro” como la entendí­a Pí­o XI, el papa de las misiones y de la Acción Católica: los obreros evangelizadores de los obreros, los jóvenes de los jóvenes… La revisión de vida forma a los militantes que, como el fermento, han de transformar la masa. Fernando Urbina recuerda a este propósito tres caracterí­sticas del fermento: “es pequeño, tiene una alta energí­a y está dentro de la masa, en contacto vivo con ella”4.

Contribuye a la formación de una actitud comunitaria, y no sólo porque el equipo de revisión de vida ayude a salir del anonimato, personalice las relaciones frente a la masa y facilite mayor eficacia en la acción, sino por-que el equipo hace más cercana y palpable la experiencia de Iglesia orando juntos, meditando juntos la palabra de Dios, acogiendo juntos la llamada a la conversión, buscando juntos la acción apostólica más conveniente… (cf IC 34-36).

Fortalece en quien la practica la unidad de vida, porque ayuda a descubrir lo esencial: la obra de la gracia en las personas y en los acontecimientos5. La revisión de vida fortalece la convicción de que la presencia de Dios sólo se revela si se ilumina la vida con la luz de la experiencia de fe de la Iglesia, y así­ propicia la confrontación de la vida y la Palabra. Desde otro punto de vista, también ayuda a incorporar la acción concreta en la respuesta a la llamada de Dios, de modo que la fe no sea confesada sólo unilateralmente a través de las fórmulas razonablemente articuladas, o de las celebraciones litúrgicas, sino que la razón, la emoción y la acción, la persona toda, que-da implicada en la confesión de la fe. Vivir la fe es decirla, celebrarla y practicarla; la revisión de vida propicia que la fe se actúe por medio del amor (cf Gál 5,6).

VII. Lí­mites en su práctica
El tí­tulo revisión de vida se ha utilizado, más por comodidad que por deseo de precisión, para designar distintas prácticas de educación de la fe que no son revisión de vida. Para que la revisión de vida dé su fruto es importante no confundirla con lo que no es, y no convertirla en el único medio de crecer en el conocimiento de Jesucristo y en el servicio a los hermanos.

A veces se adjudican a la revisión de vida algunas limitaciones que no son propias del método ni de su espí­ritu, sino de una práctica incorrecta o indebida. Serí­a incorrecto, por ejemplo, extenderse tanto en el primer momento del “ver exterior” que, sin pasar por el “ver interior”, se busque en la Sagrada Escritura un pasaje que legitime una posición ya tomada de antemano respecto del hecho que se revisa. Serí­a indebido, con el pretexto de que la revisión de vida es un modo de oración, no orar sino haciendo revisión de vida. Serí­a igualmente indebido, con el pretexto de que ya se hace revisión de vida, dejar de hacer el examen de conciencia, al que la revisión de vida introduce y, por así­ decir, ofrece material.

Como método de formación cristiana, que enseña a dirigirse desde los hechos de vida a la Sagrada Escritura para buscar en ella una clave para la interpretación y el discernimiento, cabe decir que es tanto más eficaz cuanto más se complemente con el recorrido inverso, es decir, desde la Sagrada Escritura a la vida, para iluminarla, interpretar-la y corregirla. Sobre todo cuando se trata de la formación cristiana básica, no emplear otro método más que la revisión de vida encierra el peligro de no tener en cuenta la Sagrada Escritura en su integridad y dejar de lado determinados aspectos de la experiencia eclesial de la fe.

En todo caso, si se complementa con otras acciones educativas de la fe, que aseguren la atención debida a la globalidad de la vida cristiana, la revisión de vida puede considerarse una aportación notable a la tradición educativa de la Iglesia, al servicio de la formación misionera de laicos militantes, llamados a intervenir decididamente en la transformación de este mundo para que venga a nosotros el reino de Dios.

NOTAS: 1. “La Acción Católica y este tipo de asociaciones y movimientos tienen hoy la mi-sión de ayudar eficazmente a concretar una experiencia eclesial y un espacio comunitario propicio para el crecimiento de la fe, presentando… un estilo de vida cristiana en la Iglesia y el ejemplo de un testimonio público del creyente en la sociedad” (IC 35). – 2 Los obispos españoles definen estos grupos como “pequeñas comunidades que transmiten la fe, la oración y la liturgia de la Iglesia, con un estilo de vida y de compromiso apostólico… que facilitan la constante interacción entre fe y vida” (IC 35). – 3. Así­ ayuda a comprenderlo J. 1. GONZíLEZ FAUS en las últimas páginas de su ensayo de cristologí­a La humanidad nueva, Sal Terrae, Santander 1984, 583-593. – 4. F. URBINA, Pastoral y espiritualidad para el mundo moderno II, Popular, Madrid 1993, 145. – 5. A. MARECHAL, La revisión de vida, Nova Terra, Barcelona 1960, 293.

BIBL.: BONDUELLE J., Situación actual de la revisión de vida, Nova Terra, Barcelona 1965; CASTAí‘O COLOMER J., La JOC en España (1946-1970), Sí­gueme, Salamanca 1978; CHENU M. D., El evangelio en el tiempo, Estela, Barcelona 1966; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAí‘OLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; CONGAR Y. M., Jalones para una teologí­a del laicado, Estela, Barcelona 1965; CRESPO L. F., Revisión de vida y seguimiento de Jesús, HOAC, Madrid 19922; JOSSUA J. P., Chrétiens au monde. Oú en est la théologie de la “révision de viev et de “l’événementy?, VSpS 71 (1964) 455-479; MARECHAL A., La revisión de vida, Nova Terra, Barcelona 1960; RoYo E., Acción militante y revisión de vida, Popular, Madrid 1967; SPINSANTI S., Revisión de vida, en DE FLORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914, 1671-1682.

íngel Matesanz Rodrigo

M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética

SUMARIO: I. La revisión de vida en el marco de la espiritualidad contemporánea – II. La práctica de la revisión de vida: 1. Elementos estructurales de la revisión de vida; 2. Indicaciones metodológicas – III. La revisión de vida como hecho teológico – IV. Aplicaciones particulares de la revisión de vida: 1. La revisión de vida en los institutos religiosos; 2. Revisión de vida y grupos juveniles; 3..Revisión de vida y examen de conciencia.

I. La revisión de vida en el marco de la espiritualidad contemporánea
En la constelación de las prácticas espirituales brotadas del tronco de la experiencia cristiana, le ha correspondido un éxito de los más singulares a la práctica de la revisión de vida. Surgida originalmente de la rama juvenil de la Acción Católica francesa (la JOC), se difundió rápidamente por los demás sectores de la misma Acción Católica; luego, la adoptaron grupos que trabajaban en situación misionera, religiosos y religiosas, sacerdotes, institutos seculares y grupos juveniles de orientación apostólica.

Su expansión va coreada por voces de aprecio que adoptan tonos entusiastas. Congar llegó a decir que la revisión de vida aparecí­a como la forma de espiritualidad tí­pica del postconcilio. Algunos grupos llegan a atribuir a la revisión de vida la función de vinculum perfectionis, del elemento que mantiene unidos a aquellos que tienden a un seguimiento radical de Cristo (“la revisión de vida es el fundamento de la fraternidad”). Cuando se inculca “vivir en estado de revisión de vida”, ésta llega a ocupar claramente el puesto que en otros tiempos se atribuí­a a la presencia de Dios. No queremos dejarnos llevar por el fácil juego de las frases altisonantes. Es más importante analizar el significado profundo que esta práctica asume en el contexto de la espiritualidad actual. Se ha querido ver en nuestra época espiritual una revolución análoga a la que tuvo lugar en el s. xiv con la devotio moderna. La revisión de vida podrí­a tener entonces para nuestra época una importancia equivalente a la que tuvo la oración “de reflexión” en la espiritualidad moderna.

Decí­amos que la cuna de la revisión de vida fue la JOC. Su campo de cultivo fue la espiritualidad del laicado comprometido. Su libro profético es Oraciones, de M. Quoist. Las razones del éxito y de la rápida difusión de la revisión de vida hay que buscarlas en las necesidades a las que ha dado una respuesta eficaz. Una lenta pero incontenible transformación socio-psicológica impulsaba hacia una participación de todos en los problemas de todos. Los obreros de las fábricas y los jóvenes de la escuela aprendí­an a tomar la palabra, a intervenir y a reclamar el derecho a ser protagonistas de su propio destino. El mayo francés del 68 estuvo precedido de una larga gestación, durante la cual los militantes efectuaron su aprendizaje de democracia directa. Al mismo tiempo, se llegaba al descubrimiento del valor primitivo del “grupo”. La psicologí­a estudiaba su función y su dinámica; la experiencia demostraba su absoluta necesidad para contrastar el anonimato de la cultura de masas, para personalizar las relaciones y para dar mayor incisividad al “comprometerse”. Limitando nuestra consideración al campo de la militancia especí­ficamente cristiana, la necesidad más profundamente sentida era la de integrar el mundo mismo de la fe con la acción directa en la transformación de las estructuras sociales alienantes. No se querí­a reducir la función de la fe al incremento de la piedad privada y al cumplimiento de las prácticas del culto. En el lenguaje teológico preconciliar adquirió muchas veces esta relación el nombre de tensión entre. “horizontalismo” y “verticalismo”. A continuación se centró la atención en los inconvenientes derivados de la dicotomí­a entre acción y contemplación. Los grupos cristianos comprometidos encontraron en la revisión de vida la posibilidad de reaccionar frente a la disociación entre fe e intervención en el campo social, con el propósito de reconstruir la unidad y la homogeneidad de la existencia cristiana. Es cierto que en un primer momento se llevó a cabo esta sutura preferentemente a nivel moral, es decir, con referencia al comportamiento social y a la conducta personal de un determinado ambiente. Sin embargo, de la lectura de la primera bibliografí­a dedicada a la revisión de vida surge el intento constante de superar el nivel moral para dar a la revisión de vida una profundidad teológica especí­fica. Y se puede decir que la operación consiguió un éxito completo, según veremos en detalle en el contexto de la justificación teológica de la revisión de vida.

La revisión de vida, al llevar a la interiorización y a la personalización de los acontecimientos, prepara una intervención más dura, más motivada y más responsable. Constituye una guí­a para la acción apostólica del individuo y del grupo entero, una vez que se ha agudizado la mirada y se ha transformado la mentalidad por un encuentro directo con el plan de Dios revelado claramente en Jesucristo.

Antes de descender a detalles, es oportuno poner de relieve la consonancia global de esta actitud con la que el concilio Val. II propone a toda la Iglesia. Este la ve en el mundo, y no fuera de él ni separada del mismo. Exhorta a los cristianos a no retirarse aristocráticamente de la lid, sino a discernir los signos de los tiempos, a colaborar con todos en orden a la construcción de un mundo más humano y a mirar al mundo con los ojos de Dios, caminando hacia Dios como hombres del mundo. Hay quien ha querido ver en el concilio una enorme revisión de vida llevada a cabo por toda la Iglesia. Independientemente de la metáfora, parece controvertible que la revisión de vida en sentido técnico está en sintoní­a con lo que el concilio espera de toda la comunidad de los creyentes.

II. La práctica de la revisión de vida
1. ELEMENTOS ESTRUCTURALES DE LA REVISIí“N DE VIDA – A medida que los grupos cristianos practicaban la revisión de vida, iba destacando la exigencia de definir las caracterí­sticas constitutivas de la misma para distinguirla de otras prácticas espirituales. En el libro de J. Bonduelle sobre el tema de la revisión de vida, encontramos un conjunto de testimonios directos de este trabajo de progresiva calibración; son testimonios tomados de boletines de diversos movimientos apostólicos que practicaban la revisión de vida ‘. A través de esta documentación es posible revivir el proceso de progresiva puesta a punto a lo largo de los años cincuenta y comienzo de los sesenta.

En vez de dar una árida definición, preferimos sugerir los aspectos fundamentales de la revisión de vida describiendo cómo “funciona”. Evoquemos visualmente la situación tí­pica de un grupo de personas que se sienta en torno a una mesa. La revisión de vida no se hace a solas, de tú a tú; ni tampoco se hace en masa. El número de personas que admite es precisamente el que haga posible un intercambio en el que todos participen. La dimensión numérica de la revisión de vida tiene un carácter funcional con respecto al intercambio personal. Además, el grupo se estructura formalmente. La referencia a un cometido común crea la unidad del grupo. Los franceses llaman a este tipo de grupo equipe, término ampliamente internacionalizado. Los filólogos han puesto de relieve que esta palabra designaba originalmente un convoy de lanchas a la salida del estuario; a continuación pasó a significar un grupo de seres humanos vinculados a un trabajo común o unidos entre sí­ por un cometido común. Lo cierto es que la relación de compromiso común es condición indispensable para que el grupo reunido pueda hacer revisión de vida.

El segundo elemento que pone al grupo en situación de revisión de vida es el que especifica la finalidad del encuentro. Este puñado de personas no se reúne para discutir un tema de estudio ni para preparar o celebrar la liturgia, como tampoco por el simple placer de estar reunidas unas cuantas personas de carácter afí­n. Los componentes del grupo que hacen revisión de vida se reúnen especí­ficamente para “conversar”. Hacen referencia a la vida, a los acontecimientos cotidianos y a todo aquello que estructura la existencia propia y de las demás personas en el ambiente de trabajo y en la familia. El “hecho de vida” se transforma de esta manera en el punto de convergencia de la inteligencia cristiana de los miembros del grupo. “Inteligencia-cristiana”: ambos elementos son esenciales. La inteligencia es reclamada en este campo dentro de su función etimológica de “intus-legere”, es decir, de ver más allá de las apariencias, de captar las motivaciones de las personas, la madeja de causas que inciden en un acontecimiento; en una palabra, la inteligencia está llamada a hacer que salgan a flote las otras nueve décimas partes de un hecho de vida que, como un iceberg, se encuentran bajo la superficie del agua de las apariencias. El retrato exacto de una situación nace del descubrimiento de las dimensiones invisibles de todo hecho. La inteligencia de estas personas es, además, una inteligencia cristiana, es decir, motivada por la fe, al referirsea Jesucristo y a su evangelio. El hecho de vida se contempla al trasluz de la buena nueva de un plan de Dios sobre el mundo, anunciado y realizado por Jesús; un plan que sigue implicándonos a todos los hombres; un plan que confiere a las vicisitudes del mundo una profundidad misteriosa d insospechada.

No nos alargaremos más en este aspecto de la revisión de vida, porque habremos de tomarlo en consideración más detalladamente cuando aportemos indicaciones sobre la metodologí­a de la revisión de vida. Baste por ahora haber recordado este elemento constitutivo: el conversar fraterno sobre los hechos de la vida intentando verlos con la mirada misma de Dios, esa mirada que nosotros conocemos por haberla leí­do en los ojos de Jesús, por haberla escuchado de su boca y por haberla visto en sus acciones. Es evidente entonces que el grupo que hace revisión de vida -y éste es el último elemento constitutivo- vive un método de oración, ya sea que ésta surja explí­citamente durante el desarrollo de la reunión, ya sea que se encuentre latente en todo el encuentro sin aflorar de forma explí­cita a la conciencia (se puede pensar en la experiencia de los discí­pulos de Emaús, que hacen con un peregrino anónimo la “revisión de vida” sobre un “hecho de vida” recientemente sucedido en Jerusalén… y rezan adorando los planes de Dios y entrando en una actitud interior de metanoia, pero que sólo más tarde reconocerán la gracia de aquel momento de oración: “¿No ardí­a nuestro corazón…?”).

Estas referencias a las intenciones fundamentales y al clima que envuelve la revisión de vida nos permiten trazar expresamente los lí­mites que la separan de otras actividades espirituales análogas. Ante todo, por ser una práctica espiritual que afecta a un grupo de personas en cuanto tal grupo, se distingue de los r ejercicios espirituales y de todas aquellas actividades que se proponen llevar al creyente al desierto para que en su individualidad se sitúe frente al amor trascendente de Dios y a las responsabilidades que de ello se derivan. Análogamente, podemos decir que la revisión de vida se diferencia de la corrección fraterna y del examen de conciencia hecho en grupo. También es algo distinto de la pausa de revisión de la actividad, que todo grupo activo debe imponerse para no perderse en un activismo estéril. Alguno de estos elementos puede estar presente de forma ocasional. Sin embargo, lo que distingue especí­ficamente a la revisión de vida en cuanto método que hunde sus raí­ces en la espiritualidad del compromiso apostólico, es la reflexión cristiana realizada en común con el fin de adquirir una visión de la vida cotidiana en sintoní­a con la mirada con que el Padre contempla el mundo en orden a la realización de su proyecto de salvación. Se trata de una “segunda mirada” a la realidad; una mirada de fe viva, que pone de relieve el valor que la vida profana tiene a los ojos de Dios y que revela la llamada divina inserta en los acontecimientos cotidianos. Esta segunda mirada permite al creyente establecer una unión orgánica entre la fe y la vida para transformarse así­ en la base operativa de la actividad apostólica.

2. INDICACIONES METODOLí“GICAS – Al difundirse entre los diversos movimientos apostólicos, la revisión de vida experimentó modificaciones de métodos. En cuanto expresión de la espiritualidad de la acción, es obvio que sea sensible a los diversos enfoques operativos de la realidad. La referencia al Evangelio -el llamado momento del “juzgar”-es vinculante para cualquier tipo de método. Las diversificaciones se producen en el modo en que, al comienzo de la revisión de vida, la atención se centra en los hechos; es decir, en el momento del “ver”. Algunos prefieren concentrarse en las actividades del grupo mismo, con lo cual la revisión de vida es equivalente a un interrogatorio crí­tico sobre la acción llevada a cabo. La pausa que el grupo dedica a someter a reflexión religiosa su propio compromiso activo, deberí­a llamarse más exactamente “revisión de actividad”. Es necesario ampliar el concepto especí­fico de revisión de vida, si queremos incluir en él este tipo particular de observación de lo realizado por el grupo. Sin embargo, no se puede decir que esta ampliación implique una falsificación del sentido de la revisión de vida. Pero es cierto sobre todo cuando la revisión de actividad se utiliza en grupos juveniles; en estos casos la revisión de actividad se convierte en momento de crecimiento, que se hace necesario pedagógicamente por la exigencia de fijar la atención en la dimensión sobrenatural de las iniciativas apostólicas.

Otros métodos de revisión de vida dirigen, en cambio, la atención hacia los tí­picos “hechos de vida”. Y éstos se eligen ocasionalmente, según las experiencias y el interés de los miembros del grupo. A veces los hechos de vida se eligen dentro del cuadro fijado por la “encuesta” anual. La encuesta no es una inquisición, es decir, no es una mirada indiscreta al interior de la vida de los demás, sino un esfuerzo de atención permanente en un sector determinado, con el fin de evitar la dispersión y la superficialidad.

Cualquiera que sea el campo concreto de la vida que se quiera someter a observación, la revisión de vida procede según tres momentos fundamentales y sucesivos, que han recibido nombres diversos en las distintas organizaciones: ver-juzgar-actuar: encuentro-verificación-compromiso; realidad experimentada-realidad transfigurada en la fe-realidad transformada en la caridad; ver-comprender-colaborar. La denominación más difundida es la primera, ya que se ha acreditado por el amplio uso que se ha hecho de ella en la Acción Católica francesa. En todas partes se constata la misma dialéctica: de lo visible y concreto, formado por hechos de vida o por actividades llevadas a cabo, se pasa a lo invisible concreto, lo de Dios, que obra en la realidad de acuerdo con un proyecto de creación y de salvación, para terminar desembocando en la vivencia concreta del compromiso apostólico.

La experiencia ha ratificado un método cada vez más preciso. En él se prevé que, una vez delimitado el hecho de vida que constituye el punto de partida, la revisión de vida proceda mediante estos tres momentos, siguiendo la lí­nea de algunas preguntas-guí­a concretas (los franceses las llaman grilles). Estas no pretenden ser una camisa de fuerza para la revisión de vida, sino un carril que la ayude a no desviarse. El método, si ha sido experimentado amplia y fielmente, sirve para interiorizar el procedimiento de la revisión de vida, es decir, para conseguir que se convierta en el modo habitual con que el creyente se acerque a la realidad y a los acontecimientos de la vida, incluso cuando no haga formalmente la revisión de vida.

Examinemos ahora más de cerca cómo procede una revisión de vida. Aunque resumida, esta descripción podrá servir a cualquiera como iniciación al método de la revisión. Durante el primer momento se centra toda la atención en el hecho de vida propuesto por cualquier miembro del grupo. Con larevisión de vida se gira en torno a este hecho para “verlo” en todas sus componentes: las actitudes de las personas implicadas, las motivaciones, las influencias de los modelos sociales, la inserción del hecho en el tejido de la sociedad y de la humanidad. Para este primer momento pueden ser útiles las siguientes preguntas-guí­a’:

†¢ ¿Qué estí­mulos o motivos interiores han llevado a X a este tipo de comportamiento?
†¢ ¿No hemos experimentado también nosotros alguna vez el mismo impulso o sentimiento?
†¢ ¿Conocemos otros hechos en los que actúa el mismo impulso o sentimiento?
†¢ ¿Quién puede haber influido en el protagonista, siendo, por tanto, corresponsable con él?
†¢ ¿Y qué responsabilidad tenemos nosotros?
Como se ve, las preguntas-guí­a encauzan la búsqueda hacia una implicación de los participantes en el hecho examinado. De otra forma, la revisión de vida degenerarí­a en simple chismorreo o en moralismo de tipo farisaico.

Esta primera visión del hecho es completada por consideraciones que se mueven en un ámbito al que podrí­amos llamar de “teologí­a natural”. Se trata de hacerse sensibles a los valores creativos subyacentes a toda situación, sobre todo al valor de la persona, que jamás puede cancelar por completo ninguna deformación pecaminosa. A este respecto podemos ayudarnos con las siguientes preguntas:

†¢ ¿Qué hay de creado por Dios en el hecho llevado a cabo por X?
†¢ ¿De qué forma ha sido deformado destruido por el mal este bien de X?
Sin embargo, en nuestra calidad de cristianos, nuestra visión de la realidad no está completa hasta que no la hayamos transportado al plano de Dios revelado en Jesucristo. Mediante él se ha puesto de manifiesto el designio de amor del Padre, es decir, el modo en que todas las cosas están llamadas a “contribuir al bien” (Rom 8,28). Tenemos acceso al secreto de Dios (el “misterio”, en el lenguaje de san Pablo); a través de las palabras y los gestos humanos de Jesús somos iniciados, por así­ decirlo, en la “mentalidad de Dios”. Así­, las cosas, los acontecimientos, las personas que tenemos ante los ojos se transfiguran. “Juzgamos” la realidad con la misma mirada del Padre revelada por Jesús. La referencia al Evangelio es aquí­ indispensable. La revisión de vida presta atención privilegiada a aquellos pasajes en los que es Jesús mismo, con sus opciones y sus actitudes concretas, quien nos da la “buena nueva” del reino. La Escritura no aparece entonces ya como libro que contiene una sabidurí­a arcana, sino como testimonio viviente a favor del testigo viviente del Dios viviente. La experiencia del Cristo viviente en la palabra de Dios es uno de los frutos más preciosos de la revisión de vida.

Para un desarrollo concreto de la revisión de vida, en este segundo momento nos podrán ayudar las siguientes preguntas-guí­a:

†¢ ¿Cómo se comporta Jesús en situaciones semejantes en el Evangelio?
†¢ ¿Qué está haciendo actualmente para llevar a cumplimiento su plan de salvación?
†¢ ¿Qué parte del plan de Dios nos corresponde estudiar a fondo?
†¢ ¿Qué colaboración nos pide Dios en esta situación?
Esta última pregunta nos introduce en la tercera fase, que es la del “obrar”. La acción no se agota en hacer esto o aquello. La acción primera y fundamental es el cambio de mentalidad, la conversión en el sentido de metanoia. Conocida la “mentalidad” del Señor y después de adorar e interiorizar su plan, se intenta poner manos a la obra y comprometerse en una acción concreta. A este respecto resultan adecuadas las siguientes preguntas-guí­a:

†¢ ¿Cómo vemos ahora la situación de X, así­ como la nuestra, en virtud de las constataciones que hemos hecho?
†¢ ¿Cómo podemos convertirnos a este nuevo modo de entender la vida?
†¢ ¿Qué podemos hacer de momento por X?
III. La revisión de vida como hecho teológico
La práctica de la revisión de vida tiene indudablemente una trascendencia antropológica relevante. Centrada en los valores de la persona, de las relaciones humanas cercanas y del compromiso social, constituye un elemento de desarrollo tanto para el individuo como para el grupo. Pero ¿cuál es su valor teológico? Las primeras tentativas de valoración han visto en ella una expresión tí­pica de la espiritualidad del compromiso (P. Suavet) y un fruto maduro del despertar del laicado. En este sentido, P. Congar consideraba la revisión de vida como una creación original debida a los laicos, quizá la primera de la historia en el campo de la espiritualidad: “fruto y signo al mismo tiempo de la reconstrucción de un hombre cristiano”. La revisión de vida hace surgir un nuevo tipo de laico cristiano, plenamente inmerso en el mundo con su compromiso temporal, que expresa su fe cristiana en la trama más terrestre de la humanidad.

Otros han intentado comprender teológicamente la revisión de vida a partir de la espiritualidad del “acontecimiento”. Esta óptica aparece ya explí­citamente indicada en el prólogo del libro de M. Quoist, al que hemos hecho referencia: “Escuchad a Dios que habla muy realmente en la vida propia y en la vida del mundo. Dios se dirige a nosotros a través de todos los acontecimientos”`. Esta indicación ha sido seguida con gran seriedad e interés por el padre J. P. Jossua. Este autor toma como punto de partida la constatación de que el término “acontecimiento” aparece constantemente en la bibliografí­a de la Acción Católica, especialmente después del año 1959. Su uso no queda, en realidad, restringido a la revisión de vida, sino que aparece en gran parte de la producción teológica que se ocupa del compromiso de los laicos en el mundo. A pesar de que a veces el término va cargado de un peso desproporcionado, nos remite fundamentalmente a una concepción teológica según la cual Dios actúa a través de los acontecimientos históricos; mediante éstos, si sabemos interpretarlos con fe a la luz del Evangelio, Dios nos llama a tomar posición y a actuar en pro de la evangelización del mundo y su transformación en la estructura profana misma gracias a los dinamismos y a los valores evangélicos, sin que por ello pierda el mundo su autonomí­a. La espiritualidad del acontecimiento se sitúa prácticamente en la lí­nea de la reflexión teológica de las relaciones entre Iglesia y mundo, dependiente del pensamiento de Maritain;. Mounier, Chenu, de Congar y de Rahner. La revisión de vida, en su preocua pasión por llegar del acontecimiento a su significado misterioso para convertirse después en acción evangélica directa. se sitúa en la misma lí­nea que la preocupación social propuesta por los, papas como conditio sine qua non de la autenticidad del Evangelio en nuestro tiempo.

Pasando luego de las definiciones a los ejemplos prácticos, podemos encontrar en los dosieres de la Acción Católica Obrera y de Masses Ouvriéres cantidad de indicaciones precisas sobre cómo se traduce en hechos la espiritualidad del acontecimiento. Encontramos análisis meticulosos para comprender el “sentido divino” de una huelga, de una muerte en un caserón popular, de un caso de racismo, de un acto de vandalismo juvenil. Estos hechos contingentes, mirados con una atención evangélica y transformados en objeto de un juicio cristiano, aparecen cargados de significados en el plan de Dios; precisamente esto es lo que permite comprometerse en una acción pastoral y militante. No está dicho, pues, que haya que aceptar el acontecimiento como “voluntad de Dios”, tal como se nos inculcaba en la espiritualidad de la época moderna (recuérdese, por ejemplo, a san Francisco de Sales y su distinción entre la voluntad de Dios “significada” y la del “bon plaisir”, que conocemos a través de los acontecimientos). Tanto los acontecimientos locales menores como los acontecimientos polí­ticos de gran trascendencia se contemplan como provocación para actuar de una manera evangélica. La espiritualidad del acontecimiento se mide, por lo tanto, por la estatura personal del cristiano, que encuentra su puesto no ya entre las fuerzas conservadoras, sino entre las vanguardias que adoptan una actitud crí­tica de cara a una sociedad que hay que transformar.

Sin embargo, una crí­tica teológica depurada percibe carencias en la teologí­a de la “realidad terrena” subyacente a la práctica de la revisión de vida. Especialmente en el perí­odo preconciliar, ocurre a veces que el significado religioso está ligado de forma excesivamente precaria a la densidad humana del acontecimiento. El proceso de la revisión de vida se reduce entonces a una piadosa interpretación de los acontecimientos’. Para salir al paso del peligro de esta simplificación moralista, es necesario insistir en la dimensión escatológica de la Iglesia. Esta va al mundo, pero en cuanto se considera signo del reino futuro de Dios; relee la historia humana de Jesús en el momento histórico actual no para edificarse, sino para proclamar, como los profetas bí­blicos, la verdad de Dios en nuestra historia. No es retórico comprender la revisión de vida a partir del cometido profético de la Iglesia: “La revisión de vida es el lugar de la profecí­a de Cristo hoy. La misión de la profecí­a es iluminar la historia actual, esclarecer las opciones cruciales y convocar al hombre a la administración responsable de su mundo en espera de la segunda venida de Cristo. Misión de la revisión de vida -misión también de la teologí­a bajo el aspecto cultural e ideológico- es guiar, criticar y profundizar la profecí­a.

Tras el activo fermento de los años cincuenta era necesario que en la enorme cantera de experiencias prácticas y de ideas teológicas formada por el intercambio entre Iglesia y mundo se alzara una palabra autorizada y orientadora. Esta palabra la dijo el Vat. II, especialmente en la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo. Ya Juan XXIII habí­a inaugurado la actitud de la benevolencia y del diálogo. La Gaudium et Spes da un paso más. Afirma que la Iglesia, para desempeñar su cometido, que es el de “continuar la obra misma de Cristo”, debe abrir los ojos, la mente y el corazón ante los acontecimientos del mundo. “Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Así­ pues, no es suficiente que el cristiano abandone el firmamento dogmático y vuelva a tomar contacto con los acontecimientos; es preciso, además, que se refiera a acontecimientos cualificados: los “signos de los tiempos”. Segúnuno de los teólogos que en mayor proporción ha inspirado esta perspectiva, se entiende por “signos de los tiempos aquellos fenómenos generales que comprenden toda una esfera de actividad y expresan las aspiraciones y las necesidades de la humanidad actual. Pero estos fenómenos generales son `signos’ tan sólo en el ámbito de una toma de conciencia, en el movimiento de la historia. Al discernir de tal forma los signos de una realidad que los supera, los `acontecimientos’ no quedan vaciados de su contenido inmediato. A pesar de que impliquen una historia santa, la historia no queda disminuida en su valor de historia. Para que los signos de los tiempos sean efectivamente signos, es necesario que el carácter significativo de los acontecimientos y de los fenómenos no aparezca como una superestructura, sino que esté integrado y encarnado en la misma realidad terrestre e histórica”. Los “signos de los tiempos” constituyen un progreso teológico en relación con la “espiritualidad del acontecimiento”, en cuanto que impiden una lectura del sentido divino o evangélico de los acontecimientos en sentido espiritualizante, haciendo abstracción de su realidad terrestre. Es preciso escucharlos y comprenderlos siguiendo las leyes que les son propias, sin intentar sobrenaturalizarlos prematuramente, lo que vendrí­a a ser una instrumentalización apologética. El recurso a los “signos de los tiempos” no nos ahorra el esfuerzo especulativo, sino que nos obliga taxativamente a realizarlos, so pena de no prestar a Dios nada más que nuestra propia voz en el acontecimiento’.

El subsuelo doctrinal de la teologí­a de los signos de los tiempos puede proporcionar a la revisión de vida un apoyo más sólido que los conseguidos hasta el presente. Esta lo necesita para pasar de la fase de adolescencia explosiva a la de una madurez más reflexiva. ¿No es quizá éste el camino que ha seguido toda la Iglesia empeñada en el acontecimiento conciliar?
IV. Aplicaciones particulares de la revisión de vida
Completemos ahora el panorama de la práctica y de la reflexión sobre la revisión de vida haciendo alguna referencia a su aplicación en dos sectores particulares de la vida eclesial y comparándola con el examen de conciencia.

1. LA REVISIí“N DE VIDA EN LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS – El desbordante éxito obtenido en los grupos apostólicamente comprometidos y la atención creciente que se ha ganado de los teólogos y de las jerarquí­as eclesiásticas, son para la revisión de vida una credencial más que suficiente ante cualquier tipo de ambiente cristiano. Nada tiene, pues, de extraño que también las comunidades religiosas se hayan interesado por esta práctica y, en algunos casos, la hayan adoptado. Y ello no por estar al dí­a o adaptarse mecánicamente a los gustos del laicado, sino por una actitud de disponibilidad interior frente a un método espiritual que parece el más en consonancia con las exigencias actuales. Sin embargo, la inserción de la revisión de vida en las comunidades religiosas no es fácil; entre otras cosas, porque es una fórmula adaptada a un grupo (équipe) y no a una comunidad. La indicación se toma tanto en sentido numérico como en sentido cualitativo. Antes, hemos asociado de manera visual la revisión de vida con un grupo pequeño que se sienta para discutir en torno a una mesa; ahora bien, éste no suele ser el caso más corriente entre las comunidades religiosas tradicionales, que tienden a ser concentraciones desmesuradas. La contraindicación se agrava si consideramos la función del grupo. La revisión de vida reúne a personas que, además de haberse agregado por pura espontaneidad, se mantienen unidas por un compromiso común. Las comunidades religiosas, por el contrario, suelen ser el resultado del acercamiento de personas muy distintas y en las que la vocación común no forma una base suficiente para proceder a un encuentro basado en la inmediatez y la espontaneidad. El grado de homogeneidad de una comunidad religiosa no es precisamente el que exige la revisión de vida.

La revisión de vida está contraindicada especialmente allí­ donde están implicadas las familias religiosas de cuño antiguo. Más que implicadas, estas comunidades podrí­an verse complicadas. Si la familia religiosa ha nacido en otro clima y otra época; si ha asumido una fisonomí­a determinada como consecuencia de la sedimentación de formas tradicionales; si se mueve con reluctancia fuera del cauce de las constituciones, el querer introducir la revisión de vida corre el riesgo de provocar escisiones en la comunidad. Este puede ser el caso tí­pico del vino nuevo que hace reventar los odres viejos. Esta posibilidad no puede considerarse a la ligera por parte de quien ha aprendido del Evangelio a ser respetuoso con la mecha humeante.

Muy distinto es el caso de las familias religiosas de reciente constitución. Estas han crecido generalmente en el mismo clima social y eclesial en que se ha producido la toma de conciencia del laicado; la vida espiritual de los religiosos y de las religiosas se funda en una visión teológica de tipo histórico-bí­blico más que sistemático-racionalista; la actitud frente al mundo es de simpatí­a y de apertura, más que de defensa y apologética; la intervención apostólica, llevada a cabo muchas veces en colaboración con los laicos, ha sustituido al aislamiento tras los muros protectores del convento. Allí­ donde se verifican estas condiciones, puede introducirse sin violencia alguna la práctica de la revisión de vida.

Las dos situaciones extremas que aquí­ se han reseñado y que desaconsejan o recomiendan respectivamente la adopción de la revisión de vida, están muy lejos de agotar todos los casos posibles. Como sucede habitualmente, la vida nos presenta más bien unas situaciones intermedias; en tales casos no se puede decidir con un sí­ o un no drástico. La valoración de la oportunidad de adoptar la revisión de vida en las situaciones fluctuantes es obra de –e-discernimiento de espí­ritus. Sin embargo, no se desvaloriza la utilidad de la revisión de vida como instrumento de reestructuración de las grandes comunidades en pequeños grupos centrados en compromisos concretos de testimonio y de apostolado.

2. REVISIí“N DE VIDA Y GRUPOS JUVENILES – Un campo de elección para la práctica de la revisión de vida es el de los grupos juveniles. A muchos educadores les parece la revisión de vida un instrumento ideal para hacer del grupo un elemento estable de formación cristiana que trasciende el momento espontáneo del asociacionismo juvenil. Su técnica responde excelentemente a la necesidad de encontrar un equilibrio entre la intervención en la realidad circundante (compromiso, acción, realización de proyectos) y la “celebración” de la acción misma (reflexión, contemplación gozosa, búsqueda de un significado profundo). La revisión de vida ayuda, además, a encarnar la fe cristiana, a inscribir la propia acción en el contexto de un plan de salvación universal, ampliando así­ los centros de interés del grupo. Otro aspecto positivo de la revisión de vida podrí­a ser el hábito que en el joven crea mirar los hechos de vida como a cámara lenta, examinando el haz de causas y de motivaciones subyacentes. Un ‘ver” bien llevado contrasta con la tendencia al dogmatismo, cuya réplica en el plano moral es el dualismo, que divide al mundo en blanco y negro. Cuando se ha descendido al fondo del acontecimiento y se ha encontrado allí­ un reflejo del propio rostro (si no, incluso, una cierta complicidad), no puede seguir uno emitiendo los mismos juicios que antes. Finalmente, la revisión de vida crea una familiaridad con el Evangelio y con los planes de Dios. En suma, este método se acredita como medio muy adecuado para una pedagogí­a de la fe. No parece por ello exagerada la opinión de quien considera que la revisión de vida es una cuestión de vida o muerte para los grupos juveniles.

Pero si hay que reconocer los méritos de la revisión de vida, es necesario también denunciar los peligros que lleva consigo. Cuando se quiere leer en un fenómeno histórico, sujeto de por sí­ a una pluralidad de interpretaciones, un signo de Dios, se corre el riesgo de atribuir a la divinidad lo que depende de la iniciativa libre y ambigua del hombre. Por este camino se pueden introducir subrepticiamente el subjetivismo y el moralismo; es decir, se reconocerá la acción de Dios en la historia tan sólo en lo que corresponde a los deseos propios y corrobora las ideas propias. Ello nos desviará hacia una mentalidad de cuño dogmático e integrista. En el lí­mite extremo de la degeneración, lo que deberí­a ser una escuela de la mirada de la fe puede convertirse en una escuela de ateí­smo. Así­ se describen las posibles consecuencias de una interpretación pietista de los acontecimientos: “A fuerza de identificar a Dios con unas aproximaciones o unas interpretaciones discutibles o que no resisten el análisis más elemental, se corre el riesgo de hacer que Dios pase por ser una ilusión; la pedagogí­a espiritual que lleva a los adolescentes a buscar a Dios en su propia vida, mientras no supere la etapa de buenas intenciones y no despierte el sentido de Dios por Dios mismo, corre el riesgo de desbocarse en el ateí­smomás declarado; al descubrir que se ha designado con el nombre de ‘signo de Dios’ lo que encuentra ahora que depende de la psicologí­a o de la relación social más evidente, el adolescente podrá pasar fácilmente del carácter ilusorio de la interpretación adquirida al carácter ilusorio del Dios así­ designado”.

Es saludable evocar el espectro de una frustración radical de los éxitos de la revisión de vida. Así­ se nos pone en guardia contra el peligro de una lectura de la realidad que se reduzca a una piadosa interpretación de los acontecimientos, saltando a pies juntillas el momento de la búsqueda de categorí­as racionales de interpretación y de transformación de la realidad. Serí­a fatal que el joven se ilusionara con poseer, gracias a la revisión de vida, un atajo que le permite ver lo que sucede en el mundo, o bien una receta para intervenir. La revisión de vida será, por el contrario, un precioso instrumento de formación si ayuda al adolescente a luchar contra la tendencia al integrismo y le enseña a concentrar su mirada en Cristo muerto y resucitado, que es el único signo dado por Dios a los hombres, y a obrar según la ética de la libertad y de la responsabilidad, que surge de un encuentro auténtico con los planes revelados por Dios.

3. REVISIí“N DE VIDA Y EXAMEN DE CONCIENCIA – Las consideraciones sobre la función pedagógica de la revisión de vida nos autorizan a intentar un desarrollo ulterior, estableciendo una comparación entre la práctica de la revisión de vida y la del examen de conciencia. Este último ha gozado durante muchos siglos de gran consideración en la vida espiritual, sobre todo en los ambientes monásticos. Muchos autores espirituales han recomendado este ejercicio como instrumento privilegiado para alcanzar un mejor conocimiento de sí­ mismo, lo que constituye un presupuesto psicológico para cualquier progreso en la vida ascética. También hay quien ha pretendido fundar la práctica del examen de conciencia sobre la exhortación de san Pablo respecto a la participación en la mesa eucarí­stica: “Examí­nese, pues, el hombre y entonces coma del pan y beba del cáliz” (1 Cor 11,8). Históricamente, la influencia mayor se debió a las prácticas análogas que recomendaron los filósofos estoicos (Séneca y Plutarco) desde la perspectiva de una ética naturalista, centrada en el hombre, que les era propia, orientada a reforzar psicológicamente al individuo y a hacerlo capaz de autodeterminarse. Del ejercicio ascético con vistas a un progreso moral o espiritual, conocido como examen general de conciencia, se fue diferenciando el examen particular. Recomendado ya en la Imitación de Cristo (“Si todos los años extirpáramos un vicio, pronto serí­amos perfectos”), encontró su forma clásica en los >Ejercicios espirituales de san Ignacio. El examen particular permite concentrarse durante un cierto perí­odo en un solo defecto (la “pasión dominante”) para combatirlo o en una sola virtud para conquistarla.

Como práctica distinta del examen ascético de conciencia, el examen de conciencia previo a la confesión sacramental ha sido una práctica también familiar entre los cristianos piadosos. Los catecismos han propuesto diversos modelos para este examen; algunos se basan en la serie de los mandamientos de la ley de Dios o de los preceptos de la Iglesia, mientras que otros se guí­an por la lista de deberes (para con Dios, para consigo mismo y para con el prójimo), y otros aun por el esquema de los vicios y las virtudes.

La práctica de los dos exámenes de conciencia, el ascético y el sacramental, se ha vuelto cada vez más rara entre los cristianos de hoy. Los motivos son diversos. Además de la crí­tica formulada en virtud de un conocimiento menos ingenuo de los mecanismos psicológicos, también ha desempeñado un papel decisivo la renovación de la teologí­a moral. Esta ha evidenciado los lí­mites de un examen llevado a cabo de forma preferentemente casuí­stica y siguiendo un proceso de autorreflexión extraño al diálogo de fe-amor, que constituye la tonalidad fundamental de la vida espiritual cristiana. Al examen de conciencia tradicional le faltaba ante todo la confrontación con el plan de Dios, que inspira una presencia apostólica activa y creadora en el mundo, caracterí­stica de la espiritualidad subyacente a la revisión de vida. Alguna que otra tentativa de renovar el examen de conciencia en sentido dinámico y apostólico se ha llevado a cabo en los años de mayor difusión de esta espiritualidad”.

Hoy parece que los tiempos están en sazón para que del encuentro de las ciencias psicológicas con la espiritualidad de la acción surjan estí­mulos decisivos de renovación también para este ejercicio espiritual tradicional. El examen de conciencia no puede ser sustituido simplemente por la revisión de vida. El sentido espiritual y la función práctica de estos dos ejercicios son distintos. El examen de conciencia sigue siendo el contrapeso que impide al cristiano proyectado en la acción volcarse hacia el exterior perdiendo contacto con el polo de la personalidad, donde maduran las decisiones que orientan la vida eterna.

S. Spinsanti
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Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad