SACRAMENTALES

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La Iglesia llama sacramentales en su legislación canónica a los “signos sagrados por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y obtienen, por mediación de la Iglesia, efectos principalmente espirituales” (C.D.C. c. 1166).

Y el concilio Vaticano II precisó que esos signos o gestos sacramentales “establecidos por la Iglesia, deben servir para que los hombres se dispongan a recibir los efectos de los sacramentos y santifiquen las diversas circunstancias de la vida”. (Sacr. conc. 62)

El nombre se debe a Pedro Lombardo, que fue el primero en adoptar la denominación. (Sent. IV 6. 7)

1. Valor de los sacramentales

La sacramentalidad es una cualidad de la religión cristiana querida por el mismo Jesús. Por ella se establecen ciertos ví­nculos misteriosos entre elementos sensibles, como son los gestos, las acciones, las posturas, los objetos y otras realidades sensibles, con los dones espirituales como es la gracia divina o el perdón de los pecados.

Desde los primeros tiempos cristianos, la comunidad de Jesús asumió esa realidad cristiana. Hechos tan humanos y universales como la plegaria o la limosna, las bendiciones o las conmemoraciones, las imágenes y los templos, los exorcismos o las homilí­as, fueron mirados como instrumentos para acercarse a Dios. Se usaron con frecuencia y se respetaron.

Se imitaron con ellos los frecuentes gestos de los israelitas en el Antiguo Testamento y se valoraron, aunque con discernimiento cristiano. Es decir, no se repitieron simplemente (circuncisión, ayunos, alimentos impuros…), sino que se cristianizaron unos (la pascua, las bendiciones y los cánticos) y se inventaron nuevos modos de expresión religiosa (domingo, templos, nuevas fiestas) con los cuales se descubrieron los nuevos valores cristianos.

Como queridos por Dios a través de la Iglesia, pusieron su centro de atención en la gracia de Cristo. Se diferenciaron plenamente de los ritos y de los gestos paganos que abundaban en los entornos en donde surgió la Iglesia cristiana (misterios órficos, culto a Baco o a Mitra, fiestas de Venus, etc.). Con ellos, los cristianos perfilaron sus propias señas de identidad religiosa.

Siempre recordaron las condenas de Jesús a las prácticas farisaicas (Mt. 23) y el reclamo cristiano de la adoración a Dios en todo lugar en espí­ritu y en verdad, y no sólo en el templo de Jerusalén (Jn. 4. 21-26).

Con el paso del tiempo, se diferenciaron aquellos más importantes que fueron explí­citamente queridos y realizados por Jesús, a los que se llamo misterios o sacramentos (Bautismo, Eucaristí­a, imposición de manos a los enviados, unción de enfermos, celebraciones matrimoniales) Y la misma comunidad, con su vida solidaria y fraterna, fue estableciendo otros en forma de usos, gestos, objetos, signos, recuerdos, expresiones que, menos importantes, sirvieron para cohesionar a los creyentes y ayudarles a avanzar por el camino de la buena noticia que el cristianismo anunciaba. A estos más tarde, en la Edad Media, se les llamarí­a “sacramentos menores”, o sacramentales.

2. Los signos judí­os
La Iglesia, que nació del judaí­smo y siempre amó y respetó la Escritura Sagrada transmisora del Antiguo Testamento, y miró con respeto los signos sacramentales antiguos, pero no se sometió a ellos. Un recuerdo de su existencia y de algunos de ellos sirve para entender mejor el sentido cristiano de los “sacramentales”.

Ha sido creencia normal entre los teólogos que ya en el Antiguo Testamento existieron signos sensibles que sirvieron para que el pueblo elegido se acercara al misterio del perdón del pecado en virtud de la fe que se cultivó en el Mesí­as redentor que habrí­a de venir.

En relación a este “presentimiento” hubo gestos y signos presacramentales que ayudaron al Pueblo elegido a vivir en conformidad con la voluntad divina.

Entre estos signos, algunos tuvieron especial significación, como fue la circuncisión, establecida como signo de pertenencia al pueblo (Gn. 17. 10) y los diversos sacrificios cruentos de ví­ctimas animales o incruentos de ofrendas especiales, que también fueron visibles desde Abraham, sobre todo en el preanuncio del sacrificio de Cristo con la ofrenda de sus hijo Isaac (Gn 22.1-19)

Entre estos signos y gestos sensibles podemos recordar algunos, que preanunciaban los sacramentos e incluso los sacramentales o acciones piadosas que luego habrí­a de establecer la Iglesia:
– La celebración de la pascua con el cordero. (Ex. 12. 43-50).

– Los ritos de la purificación del pecado. (Gn 15. 10-16).

– Las ofrendas de ví­ctimas en ocasiones señaladas. (Gn 8. 20.21).

– Las comidas hospitalarias con los peregrinos y forasteros. (Gn. 18. 7-9).

– Los juramentos y señales de alianza con Dios (Gn. 26. 30).

– Los cantos y bendiciones, los salmos y alabanzas a Dios. (Ex. 15. 1-21)
– Los dones de reparación o compensación al prójimo. (Ex. 25. 1)
– Los objetos sagrados como el Arca de la Alianza. (Ex. 25. 10-21).

– El respeto al sábado y al descanso sagrado. (Ex. 31. 12-18).

– Las ofrendas a los sacerdotes y al culto. (Ex. 35. 4-19).

– Las expiaciones sacrificiales en los dí­as señalados. (Lev. 4. 4-12).

– La pureza en los alimentos y en las comidas. (Lev. 7. 22-25 y 11. 1-44)
– La purificación de las enfermedades, sobre todo malditas. (Lev. 14. 1- 57)
– La pureza en el ejercicio sexual. (Lev. 15. 1-18 y 18. 1-30)
– La celebración de las fiestas religiosas. (Lev. 23. 1-44)
– Los años y tiempos santos y años sabáticos (Lev. 25. 1-55)
– La ofrenda y rescate de los primogénitos. (Num. 3. 40-51)
– Las ordalí­as y juicios divinos sobre sospechas y celos. (Num. 5. 11-31)
– Los votos y promesas. (Num. 6.1-26)
– Las plegarias y las peticiones a Dios (Num. 14. 13-19)

Los israelitas tuvieron multitud de signos y gestos de este tipo, antes del establecimiento del Templo en Jerusalén y después de ese gran acontecimiento, incluso cuando hubieron de resistir los riesgos de destrucción en tiempos de la Cautividad.

3. Sacramentales cristianos
Consciente de su herencia judí­a y de la necesidad de incardinarse en un mundo pluriforme como era el grecorromano, la Iglesia sintió también la necesidad de orientar, asumir y purificar las diversas prácticas religiosas que en su seno fueron naciendo.

Por eso, después de la partida de Jesús, respondió también a la necesidad del pueblo fiel de mostrar con gestos sus sentimientos y sus creencias, de forma personal o en ocasiones de manera solidaria y comunitaria.

Personas, lugares, plegarias, acciones, conmemoraciones, fiestas, votos y promesas, limosnas, todo ello adquirió el significado religioso que se fue imprimiendo de manera muy diversa. Unos los heredó del judaí­smo y de las culturas de Oriente. Otros nacieron al contacto con Grecia, Roma, Egipto o Asia.

Por formular una clasificación general, aunque incompleta, de los principales gestos y objetos sacramentales que en la Iglesia se usan o se han usado, podemos recoger la lista siguiente: 3. 1. Personas Presbí­teros y ancianos dirigentes.

Sacerdotes y diáconos o diaconisas.

Eremitas, ermitañas/os, santones.

Viudas y ví­rgenes consagradas.

Niños huérfanos y personas débiles.

Pobres, enfermos, abandonados.

3. 2. Plegarias y exhortaciones
Himnos y acciones de gracias.

Invocaciones y oraciones diversas.

Bendiciones y consagraciones.

Exorcismos contra los espí­ritus.

Exequias, sufragios.

Vigilas y preparaciones piadosas.

3. 3. Palabras Catequesis y predicaciones.

Homilí­as y sermones litúrgicos.

Escritos y publicaciones.

Debates y conversaciones religiosas.

Saludos, despedidas y enví­os.

3.4. Acciones
Peregrinaciones y procesiones.

Penitencias y mortificaciones
Ayunos y sacrificios.

Limosnas y servicios de caridad.

Danzas y celebraciones.

Purificaciones y expiaciones.

Posturas y disposiciones.

3.5. Conmemoraciones
Fiestas y celebraciones.

Tiempos santos, Domingo, Pascua.

Aniversarios y obituarios.

Reuniones y encuentros piadosos
3.6. Objetos
Reliquias y restos consagrados.

Sí­mbolos, figuras y arte sacro.

Medallas, escapularios, insignias.

Hábitos y vestiduras santas.

Agua bendita, pan, velas, inciensos.

Imágenes y figuras religiosas.

Adornos, cruces, medallas
Documentos, escritos, actas.

3.7. Lugares
Santuarios, templos, oratorios.

Cementerios, sepulcros de mártires
Monasterios, ermitas, capillas.

lugares santos, tierra santa. 4. Razones teológicas

Podemos recordar diversos aspectos teológicos que sirvan para orientar la educación cristiana en lo que a sacramentales se refiere.

4.1. Valor del sacramental
En la Iglesia lo importante son los sacramentos, que han sido querido por Cristo, Los sacramentales, por excelentes que nos parezcan, son secundarios.

Por medio de los sacramentos Dios nos da la gracia básica de la vida cristiana. Ellos son imprescindibles. Y por medio de los sacramentales, la Iglesia acerca la gracia de los sacramentos a las personas y acomoda la salvación a las circunstancias espirituales de cada persona, ambiente, cultura o situación
Por eso, los sacramentales rondan los sacramentos: son las ceremonias empleadas en su administración, se manifiestan en las plegarias, bendiciones, reclamos o sugerencias que se hacen al creyente para que se sienta interpelado por la misericordia divina, se abre la misma vida personal de gracia a los demás con acciones, dones, beneficios, limosnas, servicios, etc, que ayudan a vivir mejor el mensaje cristiano
De hecho, eso son los sacramentales o gestos de misericordia divina, a través de los cuales nos da sus gracias actuales: buenos sentimientos, piadosos recuerdos, oportunidades de practicar el amor al prójimo, etc.

Los sacramentales no obran por sí­ mismos, sino en virtud de la disposición personal de quien los realiza o los recibe. Por eso conviene tener conciencia clara y recta en su acogida y selección.

Los efectos particulares de los distintos sacramentales dependen del fin peculiar de cada uno de ellos.

5. Los sacramentos son la base
Hugo de S. Ví­ctor llamaba a los sacramentales los “sacramentos menores” para distinguirlos de los sacramentos mayores o principales (De sacr. II. 9) y afirmaba que los sacramentales son una muestra de la abundancia de recursos que Dios puso en nuestro camino para llevarnos hacia la salvación. Unos directamente los inició él o se apoyaron en su ejemplo: vigilias y plegarias, salmos y predicaciones, ayunos y sacrificios, peregrinaciones a Jerusalén. Otros fueron brotando en la Iglesia con el tiempo: celebraciones, recuerdos, bendiciones.

No es correcto confundir los sacramentales con los sacramentos, aunque ambos tenga por objeto el comunicar la gracia a los hombres.

Los sacramentales no han sido por sí­ mismos instituidos por Cristo, sino por la Iglesia: por la comunidad cristiana o por la jerarquí­a. La potestad de la Iglesia para instituir sacramentales se funda en el ejemplo de Cristo y de los Apóstoles (1 Cor. 11. 34) y con ellos desarrolla su debe de administrar para los hombres los dones de Dios. (1. Cor. 4. 1)
6. Catequesis de sacramentales
Ante la abundancia de signos susceptibles de ser santificadores, conviene tener criterios claros en catequesis. Pero esos criterios tienen que ser claros, evangélicos y objetivos. Si se apoyan en gustos pasajeros, se corre el riesgo de la subjetividad.

Se pueden indicar tres criterios desde los cuales se debe educar al cristiano en el aprecio de los sacramentales: la objetividad, la oportunidad, el discernimiento:
– Es preciso prevenir contra el mito, el rito, la superstición o la creencia ingenua de beneficios mágicos. En la medida en que haya instrucción religiosa, se entiende y discierne lo que es valioso o lo que es superficial en todo gesto, objeto o signo religioso. Si predomina la ignorancia, determinados sacramentales pueden rondar el ámbito supersticioso del fetichismo y de la magia, con la consiguiente perturbación de las conciencias y engaño de las mentes.

– Es conveniente graduar con discreción y discernimiento la importancia de las prácticas sacramentales. No siempre es fácil el conseguirlo, dada la carga fantasiosa y afectiva que con frecuencia se deposita en las acciones piadosas.

Depende de las personas y de su situación, de las culturas y de los entornos sociales, de la misma sensibilidad religiosa de los destinatarios o de los artí­fices de los gestos sacramentales. En todo caso, hay que ayudar al creyente, sobre todo si no posee excesiva cultura o sensibilidad selecta, a discernir lo que es importante y lo que resulta secundario. Siempre será criterio firme que lo valioso es la gracia o amistad divina, que los sacramentos son los cauces primarios de la gracia y, sólo en tercer lugar, que hay sacramentales que deben ser respetados y oportunamente empleados. Es aconsejable siempre, sobre todo para espí­ritus formados, la prudente moderación, y cierta austeridad en aras de la libertad, en el uso de los sacramentales. La abundancia de prácticas y de creencias, la exageración de ritos y de objetos, puede ser tan perjudicial o más que la actitud despectiva ante todo lo que refleje sacralidad o religiosidad, por secularizada que resulte una cultura, una persona o un ambiente social

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La naturaleza de la Iglesia, como comunidad de Cristo resucitado presente, es un conjunto de signos de la presencia activa y salví­fica del Señor. Los signos principales son los sacramentos, como signos eficaces instituidos por Cristo, que comunican lo que contienen. Pero todo momento de la vida de la Iglesia queda orientado bajo la acción salví­fica del Señor fiestas, bendiciones, consagraciones, celebraciones, expresiones de culto, exequias, oraciones, exorcismos, etc.

En la Iglesia todo es “sacramental” en el sentido de expresar la gracia del Señor y de ayudar a prepararse para recibirla. Esta realidad se expresa por algún signo, que va acompañado de la oración intercesora de la Iglesia “la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita”, la imposición de las cenizas, el anillo de bodas, la bendición de las velas, etc… (cfr. CEC 1668)

Se llaman “sacramentales” a los signos instituidos por la Iglesia para santificar las diversas circunstancias de la vida, siempre en relación con los signos-sacramentos instituidos por el Señor, y de modo especial en relación con el bautismo. “La santa madre Iglesia instituyó, los sacramen-tales. Estos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas cir¬cuns¬tancias de la vida” (SC 60).

Los signos llamados “sacramentales” tienen la virtualidad de insertarse en la cultura de cada pueblo, en sus costumbres y circunstancias sociológicas. Son como una consecuencia del misterio de la Encarnación del Verbo y de su presencia “sacramental” en medio de la comunidad eclesial. Muchos elementos culturales de otros pueblos y religiones pueden ser asumidos como preparación evangélica y como medio de expresión de la gracia de Cristo único Salvador. Cabe instituir nuevos “sacramentales” que podrí­an ser administrados por los fieles laicos, por el hecho de ser bautizados (cfr. SC 79).

Las realidades temporales tienen su autonomí­a porque siguen sus propias leyes, pero todo está dentro de la perspectiva providencial de Dios creador y redentor. Todo viene de él y vuelve a él. Los “sacramentales” colocan al creyente en esta dinámica teologal y escatológica que orienta la historia de toda la humanidad hacia Cristo.

Referencias Comunión de los santos, exequias, exorcismos, Iglesia sacramento universal de salvación, sacramentos.

Lectura de documentos SC 60-61, 79; CEC 1667-1673; CIC 1166-1172.

Bibliografí­a A. DONGHI, Sacramentales, en Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 1777-1797; J. ESPEJA, Para comprender los sacramentos (Estellla, Verbo Divino, 1994); M. LOHRER, sacramentales, en Sacramentum Mundi (Barcelona, Herder, 1976) 157-164; A.G. MARTIMORT, Los signos de la nueva Alianza (Salamanca, Sí­gueme, 1967); M. RIGHETTI, Los sacramentales, en Historia de la liturgia ( BAC, Madrid, 1956) 1019-1095.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: I. Problemática- II. Sí­ntesis histórica – III. Doctrina generalmente admitida – IV. Concilio Vaticano II – V. Presupuestos para una reformulación de la teologí­a de los sacramentales: 1. Relación hombre-mundo; 2. Centralidad de Cristo; 3. Ministerio de la iglesia: a) Dimensión epiclética, b) Dimensión ritual – VI. Nuevas perspectivas: 1. Contexto litúrgico; 2. Celebración de una existencia esencialmente pascual – VII. Número de los sacramentales – VIII. División de los sacramentales: 1. Consagraciones; 2. Bendiciones; 3. Exorcismos – IX. Sacramentos y sacramentales – X. Consecuencias litúrgico-pastorales – XI. Conclusión.

I. Problemática
La concepción de la realidad teológica de los sacramentales es una de las que difí­cilmente es enfocada con claridad y precisión en la actual teologí­a de los sacramentos. Hoy, a la luz de los últimos estudios, se pueden esbozar algunos elementos que permiten dar un rostro a los sacramentales y buscar, si no propiamente una definición, al menos una descripción.

La problemática que acompaña a la actual reflexión en la teologí­a sacramental ha llegado también a los sacramentales, como es obvio’. Normalmente, los autores dan de ellos una definición a la luz de los sacramentos, ya que, si nos colocamos en una perspectiva jurí­dica o simplemente moral, como podemos observar en los manuales clásicos, los sacramentales parecen ser completamente ajenos al hombre de hoy. Para enfocar mejor la experiencia sacramental, la teologí­a de los sacramentos-sacramentales es considerada en el ámbito de la sacramentalidad de la iglesia. El presupuesto para un verdadero tratado de los sacramentos-sacramentales es un profundo tratado eclesiológico. El descubrimiento de las verdaderas caracterí­sticas de la iglesia-sacramento puede permitir iluminar de un modo más preciso tanto los sacramentos como los sacramentales.

Además, mientras que el campo de los sacramentos propiamente dichos está limitado a los siete, el radio de evolución de los sacramentales es mucho más amplio y difí­cilmente definible. Este es uno de los motivos por los que resulta especialmente difí­cil dar una definición precisa de los sacramentales.

A estos problemas de orden teórico se añaden las dificultades causadas por las diversas concreciones históricas que afloran en la vida sacramental de la iglesia. El hombre contemporáneo es tendencialmente propenso, por causa del fenómeno de la -> secularización, a rechazar toda la ritualidad que expresa el dato sacramental. Teme, en efecto, caer en la magia cuando se prepara para celebrar los sacramentales. En realidad, no se puede negar que una cierta forma de superstición pueda relacionarse o se haya relacionado con muchos sacramentales. La pregunta que se hace el hombre contemporáneo es la siguiente: ¿qué sentido puede tener el bendecir a una persona, una cosa o un alimento que se va a tomar? La tendencia, en este caso, puede llevar a un espiritualismo inconsciente, en el que el sacramental ya no tendrí­a ningún derecho de ciudadaní­a, ya que el gesto-rito resultarí­a, de hecho, marginado de la edificación de la vida cristiana. Por otra parte, el desarrollo de las ciencias humanas conduce a relativizar ciertas prácticas sacramentales. Surge la convicción de que la dignidad del hombre queda disminuida, si no incluso manipulada, por una magia de estilo medieval.

La relación sagrado-profano es uno de los aspectos más sentidos en el contexto de la cultura contemporánea. Este hecho ha empujado al creyente a cuestionarse sobre el porqué de las celebraciones sacramentales y a buscarles el significado en su justo marco teológico-litúrgico. Solamente la recuperación de la auténtica relación entre fe y religión puede ayudar a determinar la identidad sacramental, especialmente en su traducción pastoral. En efecto, la problemática acerca de los sacramentales engloba todo el complejo tratado sobre la relación Dios-mundo, fe-iglesia-mundo, amor a Dios-compromiso temporal.

Los sacramentales son expresiones rituales de la relación iglesia-fe-mundo. El esfuerzo por recuperar la verdadera identidad de los sacra-mentales tiene un gran interés, ya que constituyen un amplio capí­tulo de la ritualidad de la iglesia. Frente a esta problemática, que implica directamente toda la vida litúrgica de la comunidad eclesial, es indispensable redescubrir el sentido más auténtico de los sacramentales.

II. Sí­ntesis histórica
La presencia de los sacramentales en la iglesia se inserta en un amplio cuadro histórico, que hunde sus raí­ces en la antigüedad. En el curso de su vida, con cierta frecuencia, Jesús utilizó gestos con un significado claramente religioso (bendiciones, exorcismos…). Formaban parte de la herencia que él, su comunidad y todo el NT habí­an recibido del pasado. En este sentido, algunos querrí­an formular la hipótesis de una prehistoria de los sacramentos que se remontarí­a más allá del NT y del AT, para llegar hasta las religiones primitivas. En el ámbito veterotestamentario, algunos gestos y ritos se introducí­an en la vida de la comunidad como elementos sustentadores. En el Talmud encontramos toda una colección de bendiciones que nosotros llamarí­amos sacramentales. En el ámbito cristiano hallamos, por citar un ejemplo, el testimonio de la Tradición apostólica de Hipólito. En ella se recomienda la bendición del aceite, el queso, las aceitunas, el pan y la miel, etc. En la tradición litúrgica medieval, los libros litúrgicos (tanto los Sacramentarios como los Pontificales) nos muestran el gran uso de los sacramentales por parte de la comunidad cristiana hasta llegar a la época moderna, en que el Rituale Romanum (1614), con su rico repertorio, atestigua la frecuencia de su celebración.

Ante esta constante, que encontramos en la historia de la revelación y de la iglesia, los intentos de dar una definición precisa del concepto de sacramental han sido muy abundantes a lo largo de las diversas épocas culturales.

El término sacramental, como sustantivo, no se encuentra en uso en la teologí­a anterior al s. x11. Anteriormente la palabra usada de ordinario era sacramentum. Este término se aplicaba también a ritos religiosos naturales, que no se identificaban con los sacramentos tal como hoy los entendemos; es más, la ritualidad en general era un sacramentum. Podemos encontrar la razón de este uso lingüí­stico en el hecho de que todo lo que estaba en relación con los sacramentos propiamente dichos estaba consagrado al servicio divino por medio de una bendición particular. En Agustí­n la palabra sacramentum expresaba realidades diversas: desde el padrenuestro a la celebración del bautismo o de la eucaristí­a. En la época patrí­stica y en la alta edad media encontramos también una gran fluctuación en los modos de interpretar la praxis sacramental de la iglesia. El concepto de sacramental, que antiguamente estaba unido a los ritos relacionados con los sacramentos, se aplica posteriormente a todo tipo de ceremonia religiosa.

Este dato ha obligado a la teologí­a a dar una definición, lo más clara y comprensible posible, de los sacramentales. La profundización en la noción de sacramento en la primera mitad del s. xv ha tenido un papel decisivo para la comprensión teológica de los sacramentales y ha sido determinante para toda la posterior reflexión teológica y la exposición de los manuales. Mientras que el bautismo y la eucaristí­a se consideraban en estrecha relación con el misterio de Cristo, otras categorí­as de sacramentos parecí­an más bien derivar de los primeros y no diferenciarse mucho de los diversos ministerios y de la liturgia concreta de la iglesia. Un vocabulario especial para distinguir bautismo y eucaristí­a de los otros sacramentos a ellos subordinados es usado por Hugo de San Ví­ctor con la especificación de “tria genera sacramentorum “. “Mientras al primer género de sacramentos pertenecen los sacramenta maiora, del segundo género es considerado el complejo de los sacramenta minora, y el tercer género no tiene una denominación particular, aunque se catalogue antes de los otros dos géneros directamente en relación con el tema de la iglesia, de sus miembros y de sus oficios”‘.

En el s. xiii, bajo el influjo de Pedro Lombardo, encontramos una terminologí­a bastante clara, y surge la distinción entre los sacramentos y los sacramentales: los sacramenta principalia o maiora y “alia sacramenta quae significantius possunt sacramentalia dici, quasi sacramentas adnexa et de eis dependentia”.

Siguiendo la especulación medieval, en el perí­odo postridentino se va hacia un tratamiento más sistemático (R. Bellarmino, F. Suárez), que en los ss. xtx y xx se amplí­an hasta convertirse en propios y verdaderos tratados (“De sacramentalibus in genere’), en los cuales son discutidas de modo analí­tico todas las cuestiones referentes a su institución y clasificación, el problema de la eficacia y de los efectos que de ella derivan.

A la luz del desarrollo de nuestro tema en la teologí­a de los manuales, se llega a esta definición litúrgica de los sacramentales: “Los sacramentales son signos visibles religiosos, instituidos por la iglesia para servir al culto, para tutela contra los influjos del demonio y para el incremento del bien espiritual y material de los fieles” 5.

En nuestro siglo el movimiento litúrgico ha dado su precioso aporte para una mayor profundización en la teologí­a de los sacramentales y para una mejor comprensión de sus caracterí­sticas particulares en el contexto global de una teologí­a de la liturgia.

III. Doctrina generalmente admitida
La evolución histórica ha permitido comprender cada vez mejor el significado global de los sacramentales. En este campo algunos elementos doctrinales son hoy comúnmente admitidos; en torno a ellos hay un sustancial acuerdo entre los autores.

a) En la categorí­a de los sacramentales encontramos una gran variedad de ritos, muy diferentes entre sí­, instituidos por la iglesia. De por sí­ no se incluyen en los siete sacramentos, pero tienen una estructura parecida a la de ellos. De hecho, en algunos aspectos, especialmente en lo que se refiere al lenguaje del signo, son muy similares a los sacramentos. Por este motivo el CDC de 1917, can. 1144, los definí­a como “cosas o acciones de las que suele servirse la iglesia, lo mismo, en cierto modo, que de los sacramentos, para conseguir por su impetración efectos principalmente espirituales”. (Más precisamente el CDC de 1983, can. 1166 [que retoma SC 60]: “son signos sagrados, por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la iglesia unos efectos principalmente espirituales”.) Los autores modernos los distinguen, a grandes lí­neas, en dos categorí­as: los sacramentales-cosas y los sacramentales-acciones. Aparece así­ la distinción entre las cosas benditas, consagradas, exorcizadas, y las acciones, que son las bendiciones, las consagraciones y los exorcismos. En el primer tipo de sacramentales podemos clasificar el agua bendita, las velas benditas, los ramos de olivo bendito, la ceniza bendecida al comienzo de la -> cuaresma… En el segundo tipo se catalogan las consagraciones (-> profesión religiosa, bendición del abad; -> consagración de ví­rgenes, -> dedicación de una iglesia…), las -> bendiciones (del agua, de los niños, de los enfermos, de los campos, de los utensilios…), los -> exorcismos Esta multiplicidad de cosas y acciones, que entran en la categorí­a de los sacramentales, ha hecho muy difí­cil su clara definición.

b) Si queremos tomar los elementos comunes y determinantes para hacer una definición-descripción de los sacramentales, podrí­amos decir así­: “Los sacramentales consisten inmediatamente y en primer lugar en una oración impetratoria que la iglesia dirige a Dios, y sólo en segundo lugar y mediatamente, esto es, mediante esta oración intercesora de la iglesia, en una santificación, en cuanto que la iglesia, por medio de estos ritos, impetra precisamente de Dios la santificación de las personas o de las cosas”. Aparece, por lo tanto, bastante evidente que los sacramentales son bendiciones y consagraciones que revelan la fe y el amor de la iglesia para que en la historia de los hombres y en el cosmos se manifieste la gloria de Cristo por encima de todos los obstáculos que impiden su expansión. Los sacramentales son signos de la fe de la iglesia. En esta fe reside toda su fuerza. Cualquiera que sea el objeto de los sacramentales, el elemento que los caracteriza y que les permite no contagiarse del peligro de la magia es la fe orante de la comunidad eclesial. “Por los sacramentales se libra y preserva la fe en Cristo de las extravagancias espiritualistas y de la anemia que amenaza la vida. Las cosas se hacen encuentros con Cristo. En y por ellas se realiza la entrega a él. Está en nosotros, en nuestro quehacer cotidiano, dándole sentido, consistencia y amparo. Los sacramentales son una expresión del valor divino de lo cotidiano y de las cosas, de los trabajos, que llenan la vida de nuestros dí­as. Nos muestran que Dios toma en sus manos, santificándola, la cotidianidad”. En este elemento común (la fe orante e intercesora de la iglesia) hay una diversidad de objetos que constituyen el ámbito de los sacramentales. A través de la mediación de personas y cosas, en el contexto de la mediación de la iglesia frente a una situación histórica, el sacramental adquiere una dimensión funcional con respecto al crecimiento de la comunidad.

c) La semejanza con los sacramentos es una de las caracterí­sticas de los sacramentales. En efecto, los sacramentales están intrí­nsecamente relacionados con la celebración de los sacramentos, y especialmente con la eucaristí­a. Son vistos, en un sentido, como una preparación; y, en otro, como una especie de prolongación de los sacramentos, en la perspectiva de poner al servicio de Dios todo el mundo terreno y de ofrecer al hombre una ayuda y una guí­a en su esfuerzo por forjar el mundo y hacer madurar progresivamente en la propia persona la vocación a ser imágenes de Dios en Cristo en medio del mundo. En la comunión que se celebra, que constituye el amplio campo de la liturgia, los sacramentos y los sacramentales ponen a la comunidad en camino hacia la experiencia escatológica que vive de la gran liturgia del cielo.

d) Entre el sacramento y los sacramentales, aunque se da una semejanza, proveniente de la realidad del signo en un contexto de fe orante, existen sin embargo profundas diferencias. Mientras que los sacramentos fueron instituidos por Jesucristo, los sacramentales son propuestos por la iglesia. Son, en efecto, acción de la iglesia, expresión de su voluntad de santificar a la humanidad en camino a través de su acción de intercesión. Otro aspecto que diferencia a los sacramentos de los sacramentales es el de su eficacia. La diferencia, desde este punto de vista, se expresa tradicionalmente en el lenguaje teológico con las fórmulas ex opere operato (sacramentos) y ex opere operantes (sacramentales). Los ritos sacramentales propiamente dichos producen, con su estilo propio, su efecto con tal de que el signo sea hecho válidamente, y no por la condición moral de los que celebran el sacramento. En el sacramento hallamos la “representación objetiva inmediata” (O. Casel) del misterio pascual de Cristo. En el ámbito de los sacramentales, por el contrario, los efectos del misterio pascual son concedidos por Dios mediante la intercesión de la iglesia significada en los gestos litúrgicos La eficacia de los sacramentales está en relación con la oración de intercesión de la iglesia, que tiene efectos en el plano espiritual e, indirectamente, en el material. Obviamente es en la experiencia eclesial donde tiene lugar la celebración de los sacramentales. Los sacramentales son celebrados por el pueblo de Dios en camino: en cada uno de ellos se expresa y obra la iglesia. En esta condición eclesial de oración el efecto espiritual que se consigue por el gesto litúrgico es actualizado por el Padre en virtud de la dignidad moral de aquel que realiza el rito y aquel que lo acoge.

e) Acerca de los efectos producidos por la celebración de los sacramentales se puede decir que, como todo hecho salví­fico, tienden a incrementar y reforzar el reino de Dios. La intercesión de la iglesia, en el lenguaje propio de la liturgia, interviene para que en aquellos que realizan el acto sacramental o viven de él Cristo sea verdaderamente el Señor. Indirectamente, el creyente recibe del amor pascual de Dios protección contra las tentaciones del demonio, gracias y ayudas actuales según la especificidad de cada sacramental, capacidad operativa y gracias actuales para realizar la voluntad del Padre según el propio carisma y la llamada de Dios, y también favores temporales, en caso de que sirvan para la salvación en el ámbito del plano de la providencia.

f) De acuerdo con la doctrina tridentina, los sacramentos son siete (DS 1601); los sacramentales, por el contrario, no tienen lí­mite en cuanto a número. Son fórmulas que expresan la oración de intercesión de la iglesia sobre personas y objetos particulares para fines de utilización cultual o bien profana. Puesto que el terreno en el que florecen los sacramentales es la vitalidad de la iglesia caminante en la historia, se diversifican y se multiplican según las diversas situaciones de la existencia humana, a la que ofrecen de forma corpóreo-concreta, bajo el lenguaje del signo impregnado de oración y de invocación, el misterio de la acción salví­fica del Resucitado que abarca a todos los hombres. Los sacramentales testimonian cómo la salvación comprende todo lo que es el hombre, en todos sus componentes existenciales, personales y ambientales. Al diversificarse las situaciones en las que el hombre se encuentra, la iglesia aumenta los lenguajes de su oración y, potencialmente, también el número de los sacramentales. La presencia del sacramental es un medio para profundizar y asimilar el misterio pascual en una parte de la historia de los hombres, y para comunicar la salvación a todas las situaciones en las que la humanidad se encuentra.

g) En el origen de la celebración de los sacramentales está el misterio de Cristo. El significado del mundo, en cuyo ámbito obra el sacramental, es Cristo. La iglesia, que es el actor principal de las celebraciones sacramentales, actúa y ora en Cristo. La finalidad del acto de la celebración es cristificar al hombre, a la comunidad, al mundo. En esta concentración crí­stica del sacramental aparece clara la dimensión trinitaria que lo envuelve; la celebración litúrgica la visibiliza muy bien: en los rituales se usa frecuentemente la fórmula “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espí­ritu Santo”, a menudo acompañada del gesto de la señal de la cruz. La fórmula y el gesto, en la celebración de los sacramentales, hacen aparecer claramente cómo todo el misterio de la vida divina, que se nos comunica en el acto celebrativo, nos es ofrecido por el Padre, el Hijo y el Espí­ritu Santo por medio de la cruz de Cristo. Comprendido así­, el sacramental ya no es algo mágico, sino una celebración de la propia fe en Cristo resucitado, realizada a través del gesto ritual. El hombre, consciente de la propia situación histórica, por medio del signo sacramental rico de fe y del ministerio de la iglesia expresa su invocación al Dios uno y trino, para que el propio caminar en la historia tenga siempre el significado querido por el creador.

IV. Concilio Vaticano II
El Vat. II, en su obra general de l reforma litúrgica, puso algunas premisas para una renovación teológica y celebrativa de los sacramentales. En SC se habla de modo difuso del tema de los sacramentales, pero particularmente en LG y GS se descubren aspectos que permiten reformular de modo dinámico la teologí­a de los mismos.

En SC es importante relacionar los nn. 60-62 con el contexto general del documento. Los sacramentales deben interpretarse desde el trasfondo de la atmósfera estrictamente litúrgica descrita por SC 5-8. Viven del dinamismo propio de la experiencia litúrgica: su estudio, de hecho, se desarrolla dentro del capí­tulo dedicado a la celebración de los sacramentos. Este hecho permite superar una comprensión de tipo puramente material de los sacramentales mismos e, indirectamente, establece una constante referencia de los mismos a la estructura salví­ficosacramental. “La santa madre iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y santifican las diversas circunstancias de la vida” (SC 60) ‘°. Esta semejanza con los sacramentos lleva a considerar los sacramentales en relación con el misterio pascual (cf SC 61). En la perspectiva de una auténtica recuperación de los sacramentales, el Vat. II pide una revisión de sus ritos (cf SC 79). En sus propósitos pastorales el concilio desea, por una parte, que se iluminen sus verdaderos valores y, por otra, que se acomoden “a las necesidades presentes” (SC 62) “.

Es interesante observar cómo para SC 60-61 las diversas circunstancias de la vida son santificadas, por medio de los sacramentales. Estos, en efecto, contribuyen a establecer el ví­nculo entre lo sagrado y lo cotidiano, y así­ ayudan al realismo de la vida cristiana, cuyo centro es el momento litúrgico. Esto significa que (los sacramentos y) los sacramentales se encuentran con las grandes experiencias de la vida humana y, “por medio de la gracia divina, que brota del misterio pascual”, las santifican en el mismo momento en que la celebración de la liturgia incorpora a sí­, con su lenguaje, el lenguaje de la vida cotidiana.

La afirmación de SC podrí­a, con todo, parecer restrictiva si las realidades terrenas y los acontecimientos de la vida tuvieran que hacerse culto para ser santificados. Una visión simplemente cultual de los sacramentales, como podrí­a deducirse de la SC, limitarí­a mucho su comprensión. Suple esta posible carencia, aportando una contribución original, LG 10, 31, 34, donde el acto cultual se pone claramente en relación con el compromiso en lo temporal. En GS 34 la actividad ordinaria del hombre es esencialmente comprendida como una prolongación de la obra del creador y como un servicio hecho a los hermanos: es la aportación personal que el hombre hace a la realización del plano providencial de Dios en la marcha de la historia. “Cristo… obra ya por la virtud de su Espí­ritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin” (GS 38). En este marco la celebración eucarí­stica se convierte en una fuente de esperanza para el hombre, que contemporáneamente está comprometido en lo temporal y en camino hacia la escatologí­a. En el culto se consagra a la esperanza del reino que está por venir y a su anticipación a través de sus esfuerzos actuales y de los valores ya encarnados aquí­ abajo. A través de estos valores, “como la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo”, el reino está ya misteriosamente presente en esta tierra, aunque sólo alcanzará la perfección con la venida del Señor (cf GS 39).

La profundización que LG y GS dan a SC permite entrever algunas pistas; de seguirlas, la doctrina sobre los sacramentales puede ser mejor comprendida por el hombre de hoy, comprometido en lo temporal y a la búsqueda de su auténtica liberación.

V. Presupuestos para una reformulación de la teologí­a de los sacramentales
A la luz de la enseñanza global que el Vat. II ha ofrecido y en la escucha de las voces que provienen del mundo contemporáneo, intentamos ahora iluminar algunos puntos que pueden contribuir a presentar una fisonomí­a más auténtica de los sacramentales, al servicio de los que están llamados a celebrarlos.

1. RELACIí“N HOMBRE-MUNDO. Uno de los aspectos que la teologí­a hace evidente a propósito de los sacramentales es el de la consagración del mundo al plan creativo de Dios. También hacen esto los sacramentos, pero el mundo de los sacramentales puede extenderse prácticamente a casi todos los objetos con los que el hombre entra en contacto en su vida diaria y llegar a casi todas las situaciones en las que se puede encontrar.

La celebración de los sacramentales presupone una experiencia concreta de lo temporal. En efecto, el culto debe ser la manifestación de una nueva creación que nace del compromiso del hombre (cristiano) en su historia. El hombre está en continua relación con el mundo de los hombres y de las cosas, y con él y por medio de él realiza su propio sacerdocio cósmico. “El hombre no puede llegar a ser él mismo sin sacar del cosmos no solamente su alimento y su bebida, sino también su saber, su poder, su arte, su religión, su lenguaje; en una palabra, toda su verdad. Ser hombre significa integrar en sí­ el significado del mundo y situarse cósmicamente”. La relación con el mundo es necesaria y debe ser deseada por el hombre, si quiere ser verdaderamente hombre. El cristiano está llamado a tomar conciencia de su puesto en el mundo. “Inmerso en el mundo, profundamente implicado en sus problemas, í­ntimamente unido a sus más nobles aspiraciones, trabajando activamente por su progreso, educado en el mundo y para el mundo, el cristiano, como Cristo, debe ser levadura en el mundo. Nadie puede colaborar de modo efectivo al desarrollo de la comunidad cristiana si no participa activamente en la edificación de la comunidad humana” “. Por medio del dominio consciente sobre la naturaleza, el fiel es incitado a construir el mundo de acuerdo con su fe: hacer del mundo la gloria de Dios. En su activa colaboración a la continua creación del mundo por parte de Dios, el hombre realiza en sí­ la imagen de Dios en Cristo Jesús. Siguiendo este dinamismo, la evolución del mundo por medio del hombre y en el hombre, en un clima de amor fraterno, actualiza aquel reino de Dios que tendrá su cumplimiento en la escatologí­a con los cielos nuevos y la tierra nueva (cf Isa 65:17; 2Pe 3:13; Apo 21:1).

La iglesia entra activamente en comunión con el mundo hasta la plenitud de la parusí­a, para desarrollar continuamente el principio de la encarnación. El cristiano está llamado, bajo la acción del Espí­ritu Santo, a realizar por todas partes, a través de su existencia comprometida en lo temporal, su ser litúrgico. Cumple esta misión creando entre los hombres y entre los hombres y las cosas nuevas relaciones. Aquí­ se introduce el tema acerca de los sacramentales.

El sentido del acto cultual realizado por el hombre, creado a imagen de Dios, se une precisamente con su postura litúrgica frente al mundo y en el mundo. La historia de la humanidad no es otra cosa que el desarrollo activo de las relaciones entre el hombre y el mundo en el marco del plan misterioso de Dios. En este trasfondo, la celebración de los sacramentales se convierte en el lugar para alimentar la esperanza en relación con el cumplimiento del plan de la creación.

La relación hombre-mundo está resquebrajada por la realidad del pecado (Rom 8:19ss). En el acto de la celebración, por medio de la invocación de la iglesia, la presencia pascual del Resucitado se convierte en el centro de un camino que tendrá su acabamiento más allá de la historia; en él la iglesia revive la liberación pascual del cosmos, que será plena cuando todo entre en la gloria de Dios. En el momento de la bendición ritual (en el caso del sacramental-cosa, por ejemplo), aunque el objeto conserve su función natural, sin embargo es puesto en relación con la divinidad, para que el hombre pueda progresar en la actuación del plan de la creación de Dios y obtener fuerza para la construcción del mundo. En el contexto de la celebración del misterio pascual, que es como el alma de todos los sacramentales, el misterio de la creación y de la encarnación se desarrolla en la lí­nea de la cristificación del hombre y del cosmos: el universo es invadido por el misterio de la gracia, sin ser separado de su destino natural. En este acontecimiento pascual, significado por las celebraciones sacramentales, toda realidad creada, hombre o cosmos, es aferrada y llevada a realizar la finalidad propia de la creación: recapitular todo en Cristo. En el hoy del plan divino, el hombre recibe la misión “de preparar, significar, anunciar y llevar adelante la recapitulación pascual hasta su definitiva conclusión: la glorificación de toda la creación en la gloria personal del Señor Jesús resucitado, triunfo del amor del Padre mediante la indisoluble unidad de su gesto creador y de su gesto redentor”
2. CENTRALIDAD DE CRISTO. Según la mentalidad contemporánea, el centro del mundo es el hombre, que no sólo tiene la capacidad de someterlo, sino también de ponerlo al servicio de la importante misión de realizarse a sí­ mismo. Esta vocación creativa impele al hombre a escudriñar las profundidades de su propia personalidad. En este proceso se abre ante el hombre el misterio del amor de Dios, que ha alcanzado la cúspide de su revelación en la encarnación del Verbo: en Cristo Jesús el misterio del amor creativo del Padre ha encontrado su expresión más plena. Resulta, por lo tanto, evidente, que la historia de la humanidad y del cosmos tiene su centro en el misterio de la encarnación de Cristo. Este acontecimiento, fundamento de todo el destino de la humanidad, se desarrolla y encuentra su cumplimiento en una continua incorporación, por parte de toda la humanidad’, de los valores significativos de la persona del Resucitado. En él toda realidad encuentra su significado. El misterio del Verbo encarnado, muerto, resucitado y ascendido al cielo, es el verdadero sentido de la historia. El Cristo pascual es el sentido máximo de la creación, puesto que en él se descubre el sentido de la existencia. En Cristo, Dios creador obra en el mundo y con el mundo: en él, en efecto, se realiza el eterno propósito de Dios de recapitular en Cristo todas las cosas (cf Efe 1:10). Todo lo creado debe su existencia al Cristo preexistente (cf Jua 1:3; Heb 1:3) y en él encuentra la propia consistencia (cf Col 1:17): sólo en él se da la auténtica salvación (cf Heb 4:12). En el misterioso plan de la creación del Padre, el Verbo encarnado está ordenado a ser el significado del cosmos, de toda la creación. El Verbo hecho carne ha sido llamado desde la eternidad a ser el señor del mundo, ya que todo ha sido creado por medio de él (cf Jua 1:3; Apo 4:11).

Puesto que a causa del pecado la unidad y la armoní­a del cosmos y de la comunidad humana han sufrido una situación de ruptura, Cristo en su misterio pascual ha llevado a cabo la reconciliación con el fin de restablecer el orden cósmico (cf Col 1:20). Dios mismo, por medio de Cristo, ha realizado la reconciliación (cf 2Co 5:18ss), y el universo ha sido pacificado. Esta novedad mesiánica, fruto de la condescendencia del amor del Padre en Cristo Jesús, recompone la unidad del universo y mantiene firme la creación ya renovada. Desde ahora, a través de la presencia sacramental de Cristo la paz cósmica ha entrado en el mundo y se ha realizado la redención universal. En el momento de la celebración Cristo se hace presente, renovando el misterio de la reconciliación cósmica.

El acontecimiento Cristo, que es el significado de la historia, se actualiza siempre en ella a través del ministerio de la iglesia. En la iglesia, que es la expresión histórica de Cristo, éste ejercita en un eterno presente su dominio sobre el cosmos y se hace cada vez más señor del universo (cf Col 2:10.19). Si el hombre, y en él el mundo, debe descubrir en Cristo el sentido de la propia existencia y llegar en él al estado de hombre perfecto en plenitud (cf Efe 4:13), la iglesia es el instrumento mediante el cual este proceso es siempre actual y actualizado. En la iglesia, el elemento institucional está al servicio de la realización de ese plano misterioso y fundamental que el Padre ha realizado en Cristo Jesús. En efecto, el ministerio de la iglesia se convierte en continuación y continuidad de la acción de Cristo, que a su vez es el significado de la vida humana sobre la tierra.

El hombre comprometido en lo temporal precisa descubrir las motivaciones más profundas de su ser y de su obrar. El anuncio del evangelio, que fundamenta y hace madurar continuamente la fe del cristiano, ilumina la dimensión más profunda de la realidad a través de la llamada a permanecer enraizados en Cristo. El cristiano, con su acción de fe, que se concreta en la confesión pública de Cristo Jesús y en el consiguiente testimonio por medio de una vida de resucitado en él, renueva continuamente el mundo y lo hace crecer en la caridad hasta su plena realización en Cristo. En el acto de la celebración del sacramental la iglesia quiere impregnar al mundo de un significado cristológico a través de personas y cosas, para que la potencia del Resucitado, mediante estas realidades, haga nuevo al mundo. El culto sacramental, con el dinamismo propio del misterio pascual, ayuda a los hombres, llamándoles a morir a sí­ mismos y a nacer de nuevo en Cristo Jesús.

3. MINISTERIO DE LA IGLESIA. El tercer elemento que es preciso encontrar y descubrir para aprehender el dinamismo de los sacramentales es el significado del ministerio de la iglesia, sacramento de la obra del Resucitado y de su Espí­ritu presente y operante en la humanidad. La iglesia anuncia continuamente a Cristo y celebra su pascua para cristificar el mundo. Desde esta perspectiva aflora el sentido de su acción en la celebración de los sacramentales. Esta intervención de la iglesia puede ser comprendida tanto en su dimensión epiclética como en su dimensión ritual.

a) En primer lugar, la dimensión epiclética. El culto es al mismo tiempo el venir de Dios al hombre y el ir del hombre a Dios en toda la amplitud de su ser hombre, en la perspectiva de someter todo a Cristo y de transformar todo en él (cf 1Co 3:22). Si el compromiso del hombre en la historia tiene como objeto que aflore el misterio de la gloria de Dios, la liturgia es su cumplimiento máximo al nivel de la sacramentalidad. Al realizar este objetivo (o sea, que la creación y el hombre lleguen a la gloria de la libertad de los hijos de Dios: cf Rom 8:21), la iglesia está en situación de continuo caminar. Sin embargo, la meta está muy lejana de la actual condición del hombre. A pesar de todo su esfuerzo, tanto su sentir como su obrar son esencialmente incompletos, ya que no se han dejado todaví­a penetrar plenamente por la potencia del Espí­ritu. Por esto, de la iglesia en marcha brota la invocación (epí­clesis). Del corazón de aquel que, inmerso en el Espí­ritu, actúa en la historia mana una continua epí­clesis. El gemir del Espí­ritu en el hombre es la expresión de la ansiosa espera, por parte de la creación, de ser revestida de la luz divina. Ahora bien, este dato existencial se traduce en invocación cultual: la iglesia, que tiene el deber de recapitular todas las cosas en Cristo, se convierte en continua epí­clesis para que el plan de renovación del mundo pueda realizarse. La actitud de invocación no es otra cosa que el emerger del Espí­ritu presente en la comunidad creyente en marcha, que se siente pobre. Toda situación, todo sufrimiento, toda circunstancia vivida en la pobreza del hombre se traduce en una gran liturgia de invocación. La situación existencial del hombre está en poder del sufrimiento del momento presente y de la liberación escatológica; incluso la creación anhela esta liberación (cf Rom 8:18-19): el Espí­ritu de Dios nos la hace transparente y, a través de los signos sensibles de las cosas creadas, nos ayuda a entrar en contacto con las realidades externas por ellas significadas. En el bautizado, en cuyo corazón actúa el Espí­ritu (cf Rom 5:5), la pobreza histórica se convierte en el lugar en el que se manifiesta esa fuerza de salvación que es el Espí­ritu de Dios. En la celebración del sacramental la iglesia revela el sentido de su propio inacabamiento y pobreza a través de la invocación del Espí­ritu que actúa en ella. Este renovará al hombre y el cosmos para que puedan alcanzar la auténtica meta de la creación.

El Espí­ritu es el enviado, que está en y con nosotros y que intercede por nosotros. En esta perspectiva, el sacramental no es ya ocasión para la magia, sino el momento en que emerge una fe eclesial movida por el Espí­ritu que la anima.

b) En segundo lugar, la dimensión ritual. La invocación del Espí­ritu Santo debe traducirse en lenguaje, gestos y ritos para que pueda ser verdaderamente humana. El hombre como tal no puede vivir sin -> ritos: aunque está inmerso en el ambiente secularizante y no acepta inspirarse en las formas tradicionales de culto, el hombre no puede dejar de expresar su propia interioridad a través del gesto (en el sentido más amplio del término) y encontrar así­ el equilibrio de su propia personalidad. En el ámbito del culto cristiano, el gesto es exigido, causado y realizado por el hombre para introducirse en un proceso de cristificación y pneumatización. Los -> signos sacramentales son vehí­culos del Espí­ritu y revelan su presencia y su actividad, dirigidas a conformar al hombre con Cristo, el Señor. Por medio del gesto sacramental, la iglesia no solamente expresa su propia interioridad, sino que la personaliza en la comunidad orante. En el gesto del sacramental se revela la expresión de la fe. Por una parte, aflora la decisión de acoger la salvación pascual; por otra, la firme convicción de que la fidelidad de Dios realizará todaví­a prodigios en la historia. El acto cultual que caracteriza al sacramental no es más que el acto simbólico plenamente humano que surge de esta fe. De este modo la iglesia, que es esencialmente epiclética en su marcha hacia la plenitud escatológica de los cielos nuevos y la tierra nueva, en el gesto ritual del sacramental expresa su propia esperanza en la fidelidad de Dios, que quiere dar cumplimiento en Cristo resucitado al plan de salvación. “Así­ el contacto con los signos sacramentales deja de ser algo anónimo y abstracto, frí­o e impersonal, para convertirse en un contacto personal con el Dios vivo, que en el Espí­ritu Santo encontramos en cada palabra, signo, actitud y, sobre todo, en las personas”.

VI. Nuevas perspectivas
Estos tres elementos (relación hombre-mundo, centralidad de Cristo y ministerio de la iglesia) nos ayudan a entrar en una visión dinámica de los sacramentales, yendo más allá de la simplemente jurí­dico-canónica. Si a estos elementos añadimos las afirmaciones encontradas en el Vat. II [-> supra, IV], podemos intentar reformular el concepto de sacramental en categorí­as más accesibles para el hombre de hoy.

1. CONTEXTO LITÚRGICO. Desde la perspectiva del Vat. II, el sacramental es considerado en el marco de la celebración litúrgica. La liturgia es el culto que la iglesia, unida a Cristo, el gran liturgo de la comunidad eclesial en marcha, y en él a cada uno de sus miembros, rinde al Padre. A través del ejercicio sacramental del sacerdocio de Cristo, significado por la celebración litúrgica, la iglesia conduce al hombre en su camino de vuelta en Cristo al Padre y lo hace avanzar hacia esa meta. El creyente, en este clima de fe y de invocación, se deja conducir. La iglesia, sacramento de Cristo, representa para el hombre peregrino sobre la tierra el signo, el estí­mulo y el lugar de la propia santificación: la acción de la iglesia ha de verse en la perspectiva de guí­a de los hombres para cumplimiento de la economí­a de la salvación.

La celebración de los sacramentales tiene sus premisas existenciales no sólo en la vocación del hombre a construir el mundo en la obediencia, sino también en la pobreza de la historia de los hombres. El hombre tiene ante sí­ una gran meta, pero no está en situación de alcanzarla a causa de las consecuencias del pecado. Para que el hombre pueda desarrollar su misión, interviene la acción misma de la santí­sima Trinidad, que se convierte en una continua estimulación para él, a fin de que esté a la altura de la vocación que se le ha confiado. Así­ pues, el Espí­ritu Santo, que anima y da vida a la iglesia, hace brotar la plegaria-gesto e inspira a la comunidad eclesial para realizar la celebración litúrgica. Desde el momento en que el Espí­ritu es el Espí­ritu de Cristo, la invocación que caracteriza al sacramental brota de la presencia de Cristo, que ora continuamente en su iglesia por los hombres. A través del gesto litúrgico el hombre se introduce en este retorno cultual al Padre en la alabanza-acción de gracias-súplica del Resucitado. En el momento en que quiere dar significado a la propia existencia, percibe que ha sido creado en una situación relacional de hijo frente al Padre, y que todo el universo en el que está inmerso se encuentra proyectado hacia su Señor. Se hace evidente así­ su vocación: dar gloria al Padre a través de la contemplación activa de las bellezas creadas. La misma vocación de todo lo creado, de ser una alabanza para Dios, se actualiza en el compromiso histórico del hombre; éste, tomando conciencia de su ser de criatura, mediante su compromiso con lo temporal, da voz al homenaje que todas las criaturas deben prestar a Dios y, obrando así­, da un significado no sólo al universo que Dios ha creado, sino también a sí­ mismo.

El gesto cultual, que es el lenguaje del sacramental, se inserta en este orden de realidad. El hombre se da cuenta de que está en camino hacia el Padre, no él solo, sino con los hermanos y con todas las criaturas, para darse a sí­ mismo, y (a través de sí­ mismo) a la humanidad y al mundo entero el sentido cristológico que la celebración litúrgica actualiza continuamente. Por consiguiente, el sacramental surge de esta alabanza que acompaña a la iglesia en su caminar hacia la gran liturgia del cielo. La liturgia de la vida se sedimenta en la liturgia sacramental. La esencia más verdadera de los sacramentales se sitúa en la animación de estas dos liturgias. El contexto cultual aleja el peligro de dar al sacramental una explicación puramente dogmática. Surge de la sacramentalidad litúrgica. En efecto, su interpretación doctrinal está animada por el momento doxológico.

Sólo a la luz de la I celebración, el sacramental adquiere toda su vitalidad, ya que es en ella donde se descubre una importante dimensión de la fe viva, que precisamente encontramos en la oración de la iglesia “. Por tanto, resulta imposible reencontrar el significado auténtico del sacramental si se le aí­sla del contexto global de su celebración.

2. CELEBRACIí“N DE UNA EXISTENCIA ESENCIALMENTE PASCUAL. La celebración del sacramental se sitúa en clara relación con la existencia pascual, que determina la vida del cristiano. Este, a causa de su propia experiencia bautismal, hace una continua anamnesis de las obras maravillosas de Dios y sabe que debe hacer revertir esas riquezas en su servicio a los hermanos y en su compromiso con lo temporal. En la conciencia de sus propios lí­mites, medita continuamente, a través de la escucha de la palabra, en las obras maravillosas que el Padre ha realizado, y no cesa de plasmarlas en la historia de la humanidad. La energí­a divina, de la que está en posesión, a causa de la iniciación sacramental en el misterio de Cristo Jesús le da la capacidad de bendecir a Dios. A la luz de este continuo hoy de la condescendencia de Dios y en el reconocimiento de la vocación recibida por el hecho de estar en el mundo, él bendice a Dios, porque mediante lo bendecido o la acción de bendecir Dios llena de su benevolencia la historia de la humanidad. En efecto, sólo bendiciendo a Dios el hombre puede realizar verdaderamente la propia vocación de volver al mundo gloria de Dios: él ha sido llamado a ser sacerdote del universo mediante su actividad cotidiana, y vive su vocación en la condescendencia benévola del Padre.

En la iglesia que celebra y alaba, el cristiano, a través del sacramental, recibe el estí­mulo para hacer de su propia vida un auténtico culto espiritual agradable a Dios (cf Rom 12:1) y hacer presente en el desarrollo del mundo la voluntad creadora del Padre. El significado y la función de los sacramentales se entienden en la perspectiva de hacer de la historia una historia de salvación: el centro de esta historia es Cristo, que ha entrado en la vida concreta de la humanidad para elevar al mundo entero a la luz del Padre. La iglesia, con los sacramentales, está al servicio de este Cristo cósmico, como la levadura con respecto a la masa.

Al celebrar los sacramentales se tiene una conciencia cada vez más clara del significado que se debe dar al propio compromiso con lo temporal. Para conseguirlo, es indispensable estar en armoní­a con las profundidades del misterio de Cristo. La celebración de los sacramentales es el signo de la voluntad de vivir, a la luz del amor pascual de Cristo, el testimonio de una vida decidida a marchar con una orientación religiosa y con un compromiso de fe, lo cual es posible cuando se reconoce la absoluta gratuidad de los dones de Dios. La realidad sacramental-cultual de la iglesia, comprometida en la construcción del reino de Dios en la historia, se convierte en la celebración de la marcha hacia la plena liberación del hombre, de la historia, de la naturaleza, en la perspectiva de su total donación a Dios y de una transparencia maravillosa de su gloria.

Pero, como es necesario recordar que este camino se desenvuelve en un contexto de pecado, la celebración de los sacramentales se convierte también en la celebración del proceso de reconciliación entre la historia y el Padre en el misterio pascual de Cristo. En el sacramental, este misterio pascual es reconocido como la vida del hombre y de toda la humanidad. Al celebrar la fe en Cristo, que recapitula en sí­ el cosmos y la historia, se asiste a un proceso continuo de reconciliación histórica y cósmica, para que se pueda realizar la confirmación de la presencia de lo humano en la historia misma. En virtud de esto, que añade una novedad posterior en el hombre, con la celebración de los sacramentales la iglesia invoca al Padre a fin de obtener las gracias actuales necesarias para las personas por las que intercede. El efecto será una renovación de la vida teologal y una profundización concerniente al proceso de reconciliación, para que la comunidad cristiana pueda configurarse en el mundo como un auténtico signo del amor pascual.

VII. Número de los sacramentales
La experiencia cultual y sacramental se sitúa en estrecha relación con la estructura antropológica de cada cristiano, que obviamente cambia según el tiempo y el lugar. El hombre vive en una historia siempre nueva, a causa de la evolución del cosmos y de las relaciones entre los hombres. En el misterioso fluir de las situaciones existenciales, ante las diversas realidades que se ofrecen, el hombre siente la necesidad de celebrar el misterio pascual con gestos sacramentales, para poder vivir el momento presente centrado plenamente en Cristo. El campo de los sacramentales no es fácilmente delimitable, en cuanto que tiene la misma extensión que el desarrollo de las relaciones mundo-hombre creyente.

Se deben, por tanto, esperar nuevas posibilidades de desarrollo y formación de los sacramentales, en relación estrecha con el mundo de la liturgia y de la vida cristiana en general. “Partiendo de una sí­ntesis, es decir, de la vida analizada y de sus posibilidades, se debe llegar luego a afirmaciones válidas sobre las formas de manifestar, testimoniar y expresar la vida cristiana” “, que eso son precisamente los diversos sacramentales. Esta apertura a una multiplicidad de sacramentales permite al cristiano vivir como hombre nuevo en Cristo las diversas situaciones en que la Providencia le coloca. Por esto, se asiste de hecho, o se deberí­a asistir, a un continuo proceso de nacimiento de nuevos sacramentales, y contemporáneamente a una decadencia-desaparición de los sacramentales que están en vigor. Ellos, en efecto, están al servicio de la vitalidad del creyente en Cristo, que está llamado hoy a cristificar el mundo en las nuevas modalidades que se presentan en la vida. La iglesia, fiel al mandato recibido de Cristo, deberá celebrar de modo nuevo y en contextos nuevos la vocación del hombre de cristificar el mundo con nuevos sacramentales. En último análisis, mientras el número de los sacramentos está limitado a los siete, el de los sacramentales se transforma constantemente.

VIII. División de los sacramentales
El ámbito de la operatividad de los sacramentales es muy amplio, como es amplia la relación mundo-hombre en el desarrollo del proyecto creador de Dios en Cristo Jesús. Esto explica la dificultad de definir de modo claro la naturaleza de los sacramentales. A lo largo de la historia han sido clasificados de diversos modos. Hoy son agrupados en tres categorí­as.

1. CONSAGRACIONES. En el acto de la consagración, por una libre opción, las personas o las cosas son substraí­das a la libre disponibilidad del hombre. Mediante su oración, la iglesia las confí­a a Dios por medio de Cristo, que es el gran liturgo de la iglesia. En virtud de este acto, las personas o las cosas continúan estando al servicio de la obra del hombre, que, sin embargo, quiere actuar a favor del cumplimiento del plan de Dios sobre la humanidad. En esta categorí­a podemos incluir la consagración o l dedicación de una iglesia, de un altar o de un cáliz, la bendición de un abad, la -> consagración de una virgen, la l profesión religiosa o monástica.

2. BENDICIONES. Son oraciones de invocación sobre personas o cosas para ponerlas bajo la protección o los beneficios divinos. Por medio de su oración la iglesia introduce eficazmente las realidades y las personas, que en su calidad de criaturas están ya bajo la protección de Dios, en el misterio vivo de Cristo, en el que tiene lugar toda nuestra historia de salvación. La bendición de las cosas, que tiene como telón de fondo el obrar de Dios en la historia, adquiere sentido dentro de la perspectiva de la cooperación para el auténtico bien de la persona, en conformidad con las disposiciones del mismo Dios ‘”.
3. EXORCISMOS. Este tercer tipo de sacramental es el que crea mayores dificultades al hombre contemporáneo, por causa de la problemática sobre la presencia del demonio en la vida de la humanidad. En los exorcismos la iglesia, a ejemplo de Jesús, pide la protección del Padre en la lucha contra Satanás, que interpone obstáculos en el desarrollo de la persona humana y del plan universal de salvación. [-> Exorcismos y liturgia].

IX. Sacramentos y sacramentales
El sacramental, dado que surge del gran mundo de la liturgia y en él encuentra su linfa y su vitalidad, se sitúa necesariamente en relación con los sacramentos, en especial con la eucaristí­a. Los siete sacramentos han de verse como los puntos de concentración de la acción salví­fica de Dios realizada en su hijo Jesús. Sin embargo, la vitalidad de la iglesia no se agota en el acto de la celebración de los siete sacramentos, sino que abarca también una gran variedad de otras modalidades rituales. Los sacramentos son celebraciones vitales de la iglesia, esenciales e insustituibles; pero no pueden ser calificados como sus únicas formas expresivas, en el sentido de que no se podrí­an encontrar otras. Aunque el misterio de la iglesia se actualiza de modo especial en los sacramentos, este ámbito donde tiene lugar la salvación no es único ni exclusivo en el plan salví­fico del Padre en Cristo Jesús. En conexión con ellos, por tanto, existen otras formas expresivas de carácter eclesial y personal, que, en determinadas circunstancias, ayudan a los creyentes en su camino hacia Cristo. La vida única de la iglesia se revela y se manifiesta en múltiples realizaciones.

El cristiano se hace nueva creatura y celebra tal acontecimiento en los sacramentos de la -> iniciación cristiana. Estos dan la capacidad de actuar inmersos en lo temporal, con el fin de mantener y desarrollar la vida recibida de Cristo en el momento de la iniciación. Pero la potencialidad de vida recibida en la celebración bautismal, que confirma la conversión a Cristo y a la iglesia, debe consolidarse y crecer. Corresponde a los sacramentales preparar, por un lado, la riqueza celebrativa de los sacramentos y, por otro, prolongar sus efectos, para que el mundo se haga verdaderamente gloria de Dios. En efecto, mientras que los sacramentos privilegian algunos momentos determinados de la vida, los sacramentales están presentes en todas las situaciones de la vida y les imprimen un dinamismo pascual.

Además, si los sacramentos por su naturaleza propia están orientados a la eucaristí­a, también lo están los sacramentales. Toda la ritualidad que caracteriza el amplio campo de la liturgia no tiene otro objeto que actualizar, con las modalidades propias de cada rito, el -> misterio pascual. El lugar privilegiado en donde se encuentra la presencia de la pascua del Señor es la eucaristí­a. Como consecuencia del bautismo, el cristiano vive del Resucitado (cf Rom 6:3ss; Rom 14:6ss) y debe llevar una vida de resucitado para poder celebrar el banquete del Señor (cf 1Co 11:17ss). En su esfuerzo por renovar la vitalidad de la resurrección en Cristo y para poder, indirectamente, celebrar con autenticidad la eucaristí­a, el cristiano, a través de la intercesión tí­pica de las celebraciones de los sacramentales, se pone en actitud de súplica, para que su existencia en lo temporal sea verdaderamente animada por el Espí­ritu de la resurrección. En la celebración eucarí­stica recabará los frutos de su propio compromiso en el mundo, para volver después a lo profano con una vitalidad más inmersa en el misterio pascual. Comulgando el cuerpo de Cristo, el cristiano acoge el dinamismo creador de la historia que lo sitúa en la vida de los hombres, es introducido en la fuerza creadora del Verbo para llevar a la perfección la historia hacia la gloria del Padre. La eucaristí­a, en efecto, es el sacramento de toda la vida y de toda la historia de la humanidad, desde la creación a la parusí­a. El hecho de que tantas celebraciones sacramentales (bendición de un abad, -> consagración de una virgen, -> profesión religiosa o monástica, -> exequias, bendición de los óleos [-> Elementos naturales]…) tengan lugar en el ámbito de la celebración eucarí­stica, es signo evidente de que la eucaristí­a es la cumbre de los sacramentales y su más profundo significado.

Sin embargo, es necesario subrayar también que la eucaristí­a, celebrada en determinadas ocasiones en unión con los sacramentales, muestra cómo el misterio eucarí­stico favorece una participación más inmediata tanto en el misterio de la encarnación del Verbo a través del compromiso activo en lo temporal como en el misterio del sufrimiento-muerte-resurrección del Señor en los grandes momentos de afán de la humanidad. Las celebraciones eucarí­sticas son signo de la continua encarnación del Verbo en la historia y de la constante redención del hombre; son signo de la cotidianidad de la encarnación y de la compasión del Señor con el sufrimiento del hombre; aspectos todos que están presentes en la intercesión de la iglesia durante la celebración de los sacramentales.

El sacramental, por tanto, hace entrar de un modo más claro en el camino hacia la consumación escatológica. En el momento de la parusí­a del mundo se convertirá en la irradiación cósmica del misterio del señorí­o de Cristo. El sacramental existe desde y en vista de la perspectiva de la gran liturgia final, cuando todas las cosas quedarán sometidas a la luz divina y serán un himno perenne y completo a la sabidurí­a creadora del Padre.

X. Consecuencias litúrgico-pastorales
La vida litúrgica de la comunidad cristiana abraza toda la historia del mundo, para que todos los acontecimientos y situaciones que se encuentran en la escena del mundo puedan convertirse en lugares por medio de los cuales el hombre viva de Cristo y de su historia. Este es el fondo que da vida al sacramental. El hombre, desde el nacimiento hasta la muerte, es llamado a identificarse cada vez más con Cristo. En ciertos momentos del transcurso del tiempo, la iglesia, que es signo de la presencia de Cristo en el mundo, hace pasar a la vida humana la vitalidad salví­fica del mismo Cristo a través de los sacramentales. El encuentro, en la celebración de los sacramentales, entre la iglesia y las personas que piden el gesto de la bendición, es el lugar de una palabra y de un rito simbólico llenos de significado para el hombre. A través de la celebración de determinados acontecimientos de la existencia se confí­a en un gesto, que en esas particulares circunstancias asume un especial significado, la función de manifestar y casi objetivar tanto el valor del acontecimiento Cristo como el puesto que éste ocupa en la vida de la comunidad. De este modo, a causa de la presencia de Cristo en la historia humana y del Espí­ritu que reside en cada hombre, estos gestos se convierten en celebraciones de la salvación. El sacramental es la vida mediante la cual la iglesia de todos los tiempos y naciones intenta llevar a los hombres al camino de Cristo.

El gesto, por sí­ mismo, puede tener una gran variedad de significados. Una celebración de un sacramental exige una profunda visión de fe para que sea auténtica. El cristiano vive la sucesión de los acontecimientos de la historia con la convicción de formar parte de un plan de salvación. Tiene la firme seguridad de estar insertado en la gratuidad del amor de Dios. La fe en el hecho de que la historia es un don de Dios, lleva al creyente a celebrar los ritos de la iglesia en los que lo temporal, por la gratuidad del amor pascual, adquiere en Cristo su verdadero significado. La escucha de la palabra de Dios, presupuesto existencial y ritual del gesto simbólico, ayuda a descubrir hasta el fondo la densidad salví­fica de la vida cristiana y de la densidad sacramental. En las situaciones en que se pide la celebración de los sacramentales, la palabra de Dios desvela al creyente y a la comunidad el profundo significado de ese acontecimiento y pone las condiciones para su apertura a todo el plan de salvación. La celebración, mientras es celebración de un determinado hecho o necesidad, abre la situación histórica a una visión de la vida que trasciende lo contingente y lo coloca en la trayectoria del misterio pascual. La fe, que ilumina el acontecimiento, se hace presente en el rito de bendición y fecunda de eternidad la marcha de la historia. Por eso, éste es el primer acto que debe caracterizar la celebración del sacramental: ante los acontecimientos de la vida, el cristiano siente la necesidad de buscar o de renovar en la lectura de la Sagrada Escritura el sentido cristiano de la historia y de las cosas. En el marco de esta fe surge después la bendición: ésta no es más que el prorrumpir de la alabanza y de la invocación de la comunidad, animada por la convicción de la supereminente fidelidad de Dios en su relación con la historia de los hombres. El mismo formulario de bendición que caracteriza al sacramental nos sitúa ante invocaciones concretas solamente después de haber escuchado el relato de las obras maravillosas de Dios. Partiendo de éstas, con una profunda vitalidad teologal, la comunidad invoca su actuación para la situación concreta en que ésta o el creyente particular se encuentran. La bendición sacramental viene de Dios e invade con su fuerza todas las bendiciones pronunciadas por el hombre. En el acto de la celebración de los sacramentales la bendición comprende la invocación a Dios para obtener de su misericordia la ayuda y las gracias oportunas para las personas que a él se consagran o para los objetos, a fin de que su acción o presencia sea signo fructí­fero de salvación para cuantos entran en contacto con el misterio. Toda la vida cristiana será transformada por la comunión con el misterio de la muerte y resurrección del Señor.

El acto de la celebración de los sacramentales por parte del hombre no es otra cosa que el emerger de una precedente bendición del Dios trinidad. Todo hombre que ha sido bendecido por Dios puede invocar la bendición de Dios sobre otros seres vivientes; y, si es cristiano, los puede bendecir en el nombre de Dios Padre por Cristo en el Espí­ritu Santo. La capacidad de acoger la bendición de Dios da la energí­a necesaria para bendecir posteriormente a los otros. En la multiplicidad de las bendiciones sacramentales, no todos ni por un mismo tí­tulo pueden celebrar los sacramentales. Todo sacramental, siendo esencialmente una bendición de Dios, comporta anteriormente la acción renovadora de Dios en aquel que ha sido llamado a celebrar el mismo sacramental: el padre o la madre de familia bendecirán la mesa porque poseen la bendición familiar de Dios, fruto del sacramento del matrimonio. El obispo, a su vez, celebrará aquellos sacramentales que están más relacionados con la construcción de la comunidad eclesial, ya que ha sido constituido como su pastor. Desde este punto de vista, el sacramental no nos coloca fuera del mundo, en un contexto mágico, sino que se convierte verdaderamente en la celebración de la esperanza y del deseo de vivir en el mundo que se pertenece, en la fuerza para ver cada vez mejor las maravillas de Dios, para readquirir la confianza en la sabidurí­a y en el poder amoroso de Dios Padre, para vencer las fuerzas del mal que actúan en el mundo por causa del pecado, para reanimar la esperanza en la victoria final y definitiva de la pascua de Cristo. El sacramental abre decididamente a la iglesia a su destino escatológico: la forma de existencia del mundo es transitoria e insuficiente; los sacramentales son signos de la existencia celeste en la que todo el cosmos será luminosamente transfigurado.

De este fondo escatológico surge la visión litúrgica propia de los sacramentales. Mientras celebra en el signo el hoy del Cristo pascual (SC 7), la iglesia pregusta la realización luminosa de la liturgia celeste (SC 8). Por eso los sacramentales son el lugar de la celebración del significado erí­stico de la historia y de la vida humana, en espera de la renovación definitiva cósmica en la gran liturgia celeste.

XI. Conclusiones
El mundo de los sacramentales plantea múltiples problemas. Para poder comprender su significado más verdadero y más profundo el creyente intenta buscar el sentido del mundo y de su propia relación con él. Está llamado a ser un liturgo-cósmico. Sólo si está animado de una fe profunda, que tenga su centro en Cristo, el cristiano podrá introducir en la historia el dinamismo pascual que permita a la humanidad avanzar hacia su plena realización. Vive una caridad hacia el mundo que está siempre abierta a nuevas manifestaciones. Contemporáneamente, debe construir el mundo liberándolo de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias. Con la misma fe pascual con que construye el mundo debe actuar en el mundo mediante un esfuerzo de continua liberación. A través de esta acción facilita y, a la vez, da testimonio de la propia liberación en el espí­ritu de Cristo. Puesto que la historia no es un hecho abstracto, sino que está situada y es la suma de muchos acontecimientos, personas y cosas, el cristiano, a la luz de la palabra de Dios que regenera su fe, realiza el gesto de la iglesia, o sea el sacramental, en actitud de bendición-invocación, para que Dios fecunde con su presencia pascual la marcha de la humanidad. Esta renovada presencia de Dios, ofrecida por la celebración del sacramental, revitalizada al máximo en el misterio eucarí­stico, da al hombre la esperanza que le permite comprometerse en lo temporal, transfigurar el mundo e imprimirle ese dinamismo pascual que tendrá su plena realización en la escatologí­a.

[-> Bendición; -> Libros litúrgicos VII, 5; -> Sacramentos].

A. Donghi

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D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia

Los s. tienen su lugar en la -> Iglesia por cuanto ésta no sólo se actualiza en forma suprema como signo de salvación en señaladas situaciones concretas (-> sacramentos), sino que, además, o bien desarrolla los sacramentos en sentido estricto bajo la multiplicidad de los aspectos en él contenidos de cara a una plena e í­ntegra realización personal de los mismos (s. que acompañan a los sacramentos), o bien, comprometiéndose en diversos grados de firmeza, indica la presencia de la gracia de Cristo en las más variadas situaciones de la existencia humana (s. independientes). El presupuesto para la existencia de s. es la estructura del hombre, compuesto de cuerpo y espí­ritu, con la capacidad simbólica que ello implica, y en la que se apoya la institución de s. por parte de la Iglesia.

I. Definición y disposiciones en la legislación canónica
Mientras que el magisterio escasamente se ha pronunciado sobre los s. (cf., sin embargo, Dz 655 856 943 954 965, donde en general se defienden las ceremonias de la Iglesia, y también la constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II sobre la liturgia [n° 60ss] ), en cambio, en el CIC se reflejan la práctica y la teologí­a de los s. que han estado en uso hasta hoy. Pero ahora éstas deben someterse a revisión a la luz de la Constitución sobre la liturgia y bajo la perspectiva de la teologí­a y pastoral de nuestros dí­as.

1. Concepto
Según el n° 60 de la Constitución sobre la liturgia, los s. son “signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se significan efectos, sobre todo de carácter espiritual, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia”. Esta definición adopta en gran parte la definición del CIC can. 1144, aunque la modifica con la introducción de la palabra “signo” (CIC can. 1144: “cosas o acciones”), con lo cual desde un principio se descarta la interpretación de los s. a manera de “cosas” y éstos son incluidos en el orden sacramental de la salvación. El derecho vigente cuenta entre los s. consagraciones y bendiciones (can. 1147-1150), y también exorcismos (can. 1151ss). Se presupone la división tripartita en consecrationes, benedictiones constitutivae y benedictiones invocativae (can. 1140 § 2). La consecratio o benedictio constitutiva adscribe permanentemente a una persona o una cosa al ámbito sacral (p. ej., consagración de un abad o de un altar); la consecratio, como forma más solemne, a diferencia de la benedictio constitutiva, va acompañada de una unción; y las benedictiones en general invocan el favor divino sobre personas y cosas. También en este último caso la referencia al hombre debe considerarse como primaria. Objetos bendecidos (p. ej., el agua bendita) son llamados también s. por el CIC [can. 1144], aunque, sin duda con vistas a su utilización.

Las distinciones establecidas por el CIC no quedan suprimidas por la Constitución sobre la liturgia (cf. n.0 79: benedictiones reservatae; n.° 80: ritus consecrationes virginum); sin embargo, la reserva mostrada por el concilio parece tender a la eliminación de la hipertrofia de distinciones teológica en lo tocante a diferentes s. Según los n.°s 60s de la mencionada constitución, los s. deben considerarse en conexión con los sacramentos y por tanto en relación con el misterio pascual. Con esto no se niega la existencia de s. independientes; pero se ponen de relieve los s. que tienen relación directa con los diferentes sacramentos, lo cual permite agrupar diversos sacramentales.

2. Institución
Los s. son institución de la Iglesia (const. cit. n.° 60). La potestad de instituirlos, suprimirlos o modificarlos reside según el CIC (can. 1145) en la Sede apostólica. La Constitución sobre lá liturgiá considera el problema en el concreto contexto histórico, llamando la atención sobre el peligro de obscurecimiento en la práctica actual, y también sobre la necesidad de una cierta adaptación a las condiciones actuales (n° 62).

Se toma igualmente en consideración la creación de nuevos s. (n° 79). Ahora bien, esto no es posible sin una cierta libertad de las Iglesias locales, que pueden introducir s. particulares; en ese caso su aprobación queda reservada a la Sede apostólica (n° 63b).

3. Administración
El CIC can. 1148 $ 1 prescribe que en la administración de los s. se observe el rito aprobado y exige ad validitatem que se emplee la respectiva fórmula (can. 1148 $ 2). Los objetos bendecidos deben utilizarse para su fin adecuado y con el debido respeto (can. 1150). La Constitución sobre la liturgia renuncia a indicar aquí­ especiales normas jurí­dicas, pero por su parte insiste en la utilidad de emplear la lengua vernácula en la administración de los s. (n.° 63), así­ como en la participación activa de los fieles (n.° 79), que también los rituales deben tener en cuenta en sus instrucciones (n° 63b).

4. Ministro y sujeto
Según el CIC can. 1146, el ministro de los s. es en principio el clérigo que esté autorizado para ello por la Iglesia y no se halle impedido en el ejercicio de sus poderes. Las consagraciones están reservadas a los obispos, si no se prevé otra cosa por el derecho o por indulto (can. 1147 & 1). Las bendiciones no reservadas pueden ser impartidas por cualquier sacerdote (can. 1147 S 2). El Vaticano ii va también en este punto más allá de las disposiciones del CIC: por una parte prevé como ministros de (ciertos) s. no sólo a diáconos (Constitución sobre la Iglesia, n° 29), sino también a seglares (Constitución sobre la liturgia, n° 79), y por otra parte exige una severa restricción de las bendiciones reservadas, para las que en adelante sólo han de estar facultades los obispos y los ordinarios (CIC can. 1147 § 2, etc.). Como sujetos de los s. menciona el CIC el can. 1149 a los católicos, catecúmenos y, con una cierta restricción, a los acatólicos. La formulación de este canon ha quedado superada por la situación ecuménica. En la nueva redacción del Código de derecho canónico habrá que revisar hasta qué punto tienen todaví­a sentido las restricciones sancionadas penalmente en lo referente al ministro (can. 2261 2275 n.° 2) y al sujeto (can. 2275 n.° 2 2291 n.° 6 2375).

II. Historia de la teologí­a
1. Para la reflexión teológica sobre los s. tiene importancia capital el esclarecimiento del concepto de sacramento en el s. xii. La agrupación de los sacramenta maiora sugiere la reunión y clasificación de los restantes signos afines a los sacramentos. Es importante la división tripartita de Hugo de San Ví­ctor en sacramenta que son necesarios ad salutem, ad exercitationem y ad praeparationem (PL 176, 327 AB; cf. también 439 A y 471 D), clasificación que a su vez influyó en la quadriformis species sacramentorum, a saber, sacramenta salutaria, ministratoria, veneratoria, praeparatoria, de canonistas como Rufino, Esteban de Tournai, Juan de Faenza y otros (GHELrINCI M 537-’47). Los tres últimos grupos están concebidos muy ampliamente y abarcan también las fiestas del año litúrgico, así­ como el oficio divino. El concepto de s. en sentido teológico es empleado ya por Pedro Lombardo (PL 192, 855) y no tarda en imponerse. Cf. TOMíS, ST IIi q. 65 a. 1 ad 3; i-u q. 108 a. 2 ad 2 (sacra en lugar de sancta).

2. La historia de s. particulares es más antigua que la de su clara y distinta comprensión teológica. Habrí­a que investigar no sólo los sí­mbolos litúrgicos de los padres en conexión con su idea de mysterium y sacramentum, sino también los inicios bí­blicos, en parte muy explí­citos (cf. p. ej., las bendiciones), teniendo en cuenta elementos de historia general de las religiones, y sin olvidar la posterior entrada en contacto del cristianismo con el mundo religioso de los germanos.

3. La evolución histórica de la teologí­a desde la edad media está determinada por exposiciones más sistemáticas (cf. especialmente SUAREz, De sacr. p. 1 q. 65 disp. 15), que en los s. xix y xx se desarrollaron en forma de auténticos tratados De sacramentalibus in genere (F. Probst, F. Schmid, G. Arendt, etc.), en los que, paralelamente a la doctrina de los sacramentos en general, se discutí­an las cuestiones de la institución (¿en parte por Cristo?), de la eficacia (ex opere operato, ex opere operantis, etc.), de los efectos (gracias actuales, remisión de pecados veniales y de penas por los pecados, defensa contra influjos diabólicos, bienes temporales), etc. El movimiento litúrgico condujo no sólo a una interpretación más profunda de los s. en general (J. Pinsk, R. Guardini) y de aspiraciones litúrgicas del pueblo (L. Bopp y otros), sino también a una mejor comprensión de s. particulares en el contexto total de una teologí­a de la liturgia, que ha quedado reflejada en la Constitución sobre la liturgia del Vaticano II. Pero hoy dí­a se plantea además la cuestión de hasta qué punto el problema de la secularización influirá en la práctica y en la teologí­a de los sacramentales.

III. Exposición sistemática
1. Problemáticá
La teologí­a de los s. no puede contentarse con examinar las cuestiones clásicas del tratado sobre los s.; debe más bien llevar a cabo el encuadramiento de los s. en la economí­a sacramental de la salvación, y al mismo tiempo enfrentarse con la cuestión actual de la desacralización y con las consecuencias que ésta implica para los s. Las declaraciones acerca de los s. formuladas en la Constitución sobre la liturgia señalan el camino que conduce a la superación de la inteligencia de los s. a modo de cosas (cf. n.° 5ss: acentuación del carácter de signo) y exigen una reforma de la práctica existente; sin embargo, no dan respuesta a la cuestión de si no son parte de un mundo religioso especial, que parece superado tanto por la relativación neotestamentaria de lo sacral, como por la experiencia existencial del hombre de hoy en el mundo. Aunque esta cuestión afecta a toda la liturgia, tiene sin embargo consecuencias de gran alcance para la práctica de los s. y, consiguientemente, para su teologí­a, que en principio, ha de versar sobre actos dotados de sentido.

2. Momentos de una interpretación teológica
a) A la problemática antes insinuada sólo se puede responder en sentido positivo si: 1.° la fe y la religión no se conciben sin más antitéticamente, sino que se enfocan en una relación en que la fe implica también el momento de la religión; 2.° la religión no se entiende en sentido puramente trascendental o sólo como dimensión de la profundidad, sino también en sentido categorial, en el sentido de una esfera de manifestaciones religiosas; 3.° no obstante la tendencia del NT a la desacralización, se mantiene una esfera (relativa) de lo sacral, por cuanto la diferencia de -> naturaleza y gracia, como también de -> eón venidero y presente, justifica un orden de signos sagrados que dé expresión a tal diferencia. Eso no excluye un momento de variabilidad en la relación entre fe y religión, entre el momento trascendental y el categorial de ésta (con consecuencias también para la práctica de los s.), ni significa que se pase por alto la transformación fáctica o deseable de signos religiosos: los -> sí­mbolos pueden morir, pero también surgir, lo cual a su vez tiene consecuencia en lo referente a la abolición, reforma, nueva interpretación y nueva creación de los s. Pero, sin perjuicios de esas y otras diferenciaciones, la cuestión sobre el sentido y la justificación de la práctica de los s. en la Iglesia, depende en realidad de la respuesta que se dé a esta problemática.

b) Fundamentalmente, los s. deben considerarse como parte de la -> liturgia, aunque en este sentido no se trata aquí­ de aquellos actos fundamentales de la Iglesia sobre el individuo, que se dan en los sacramentos, sino de formas de expresión de la -> oración de intercesión de la Iglesia en favor de personas, o de esa misma clase de oración pronunciada sobre objetos particulares destinados al uso cultual o profano por parte de personas. Algunos s. están ordenados más o menos directamente a determinados sacramentos; los demás se diferencian según las múltiples situaciones de la existencia humana, en la que dan testimonio simbólicamente, en forma corpórea concreta, de gracia multiforme de Cristo, que tiene por meta el hombre entero. Por cuanto los s. caen dentro de la economí­a sacramental de la salvación, participan también de sus propias estructuras. Como la liturgia en su totalidad, incluyen el momento del culto y de la santificación. Según la respectiva importancia e intención, remiten al hecho de Cristo, con su centro en el misterio pascual, y a la consumación escatológica de la salvación. Documentan la totalidad indivisible del hombre en su salvación, la dimensión cósmica de la gracia, la realidad de la communio sanctorum, la virtud del reino de Dios para repeler a los poderes diabólicos. Aquí­ hay que tener en cuenta cómo el concepto general de s. incluye complejos muy heterogéneos (aun excluyendo el oficio divino) que tienen muy variada significación teológica. Por esta razón hay que evitar tanto un enfoque igualitario de los s., como una acentuación exagerada de uno u otro en particular.

c) En los tratados sobre los s. hay que tener en cuenta la posición de éstos en el conjunto de la liturgia, particularmente en lo tocante a la cuestión de su eficacia. Como mejor puede expresarse ésta es mediante el concepto de ex opere operantis Ecclesiae, por cuanto con ello se significa (negativamente) la delimitación frente al opus operatum de los sacramentos, que en su calidad de signos tienen en sí­ una validez escatológica irrevocable, y a la vez se indica (positivamente) el momento de la intervención de la Iglesia con su intercesión, en la cual puede confiar el que recibe el sacramental. Supuesta la debida administración, se da infaliblemente el momento de la intercesión de la Iglesia, aunque, desde luego, según la gradación esencial en que ella empeña su compromiso; lo mismo debe decirse de las consecrationes y benedictiones constitutivae, que trasladan al ámbito de lo sacral mediante una especie de disposición jurí­dica.

En la bendición del sacramental sólo participa el que se abre a ella existencialmente. Por esta razón no se puede concebir una remisión de -> pecados veniales por el sacramental si falta el correspondiente -> arrepentimiento. Por lo demás, los efectos de los s. son, conforme a la oración de intercesión de la Iglesia en general, primariamente de orden espiritual y secundariamente de orden temporal. En razón del encuadramiento de los s. en la liturgia, hay que evitar una inteligencia demasiado individualista de los mismos. Los s., al igual que los sacramentos, han de celebrarse en la comunidad del pueblo de Dios y no deben quedar en el ámbito de la piedad privada.

d) En el aspecto de la teologí­a pastoral, hay que tener en cuenta la problemática antes esbozada. De aquí­ resulta que puede variar notablemente el uso concreto de los s., bien sea por parte de los individuos, bien sea por parte de una Iglesia local determinada. Una reforma de la práctica de los s. deberí­a apuntar igualmente a la eliminación de signos incomprensibles, a la supresión de abusos y a la simplificación, como, en ciertas circunstancias, también a una nueva configuración creadora (sobre todo en paí­ses de misión) y a la actualización de auténticos sí­mbolos (sobre todo en una comunidad). Una solución concreta de estas cuestiones sólo puede hallarse en el marco de las Iglesias locales o territoriales.

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Magnus Löhrer

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica