SACROSANCTUM CONCILIUM
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Constitución del Concilio Vaticano II aprobada el 4 de Diciembre de 1963 sobre la reforma de la Liturgia en la Iglesia católica. Fue el primer documento aprobado por 2.147 votos a favor y cuatro en contra. Supuso una amplia discusión su elaboración. Sobre los diversos esquemas previos presentados intervinieron de palabra 253 Padres con 328 intervenciones y se presentaron además 625 intervenciones escritas.
Tiene ocho capítulos con 130 fragmentos o números y un apéndice sobre la revisión del calendario. El punto que más llevó la atención, aunque no era el más importante, fue el uso de las lenguas indígenas. A los pocos años de la implantación de las nuevas normas, ascendían ya a 245 usadas en diversos lugares del mundo: 144 en Africa, 48 en Asia, 32 en Europa, 9 en América y 12 en Oceanía.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
La Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum concilium, es el primer documento aprobado y promulgado por el concilio Vaticano II el 4 de diciembre de 1963. En la votación definitiva hubo solamente 4 non placet frente a 2147 placet.
En el capítulo 1 se fijan los principios generales para la reforma y el incremento de la liturgia; en el capítulo 11 se trata del misterio eucarístico; en el III, se habla de los otros sacramentos y sacramentales; el IV se dedica al oficio divino; en el V se expone el desarrollo del año litúrgico; en el VI se toca el tema de la música sagrada; en el VII se señalan normas de arte sagrado y se habla de los instrumentos de culto.
La liturgia es considerada por el texto conciliar como » el ejercicio del oficio sacerdotal de Jesucristo; por medio de ella, se significa mediante signos sensibles… y se realiza la santificación del hombre y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir la Cabeza y sus miembros, ejerce el , culto público, integro» (SC 7), Por consiguiente, se puede afirmar que la liturgia es continuación y actuación última y permanente del misterio de la encarnación. El tiempo de la Iglesia es continuación del tiempo de Cristo; y la liturgia constituye precisamente la línea de continuación. La obra de la Iglesia, principalmente en las acciones litúrgicas es, en realidad, la obra de Cristo que actúa con su Espíritu en la Iglesia y a través de la Iglesia, uniéndola a sí mismo como instrumento para comunicar la vida divina a los hombres, para que se santifiquen y, juntamente con él, rindan a Dios – el culto perfecto. La liturgia, por tanto, es «la cima a la que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de la que dimana toda su virtud» (SC 10). Es verdad que la liturgia no agota toda la acción de la Iglesia; para poder participar dignamente en ella se necesitan la fe y la conversión, y por eso mismo la evangelización. Pero esta actividad de la Iglesia está necesariamente ordenada a la liturgia. Ya que es solamente en la liturgia donde los hombres se insertan normalmente en el misterio pascual de Cristo.
Por tanto, la Iglesia debe cumplir con una doble fidelidad: a la propia liturgia como don de Dios a la Iglesia, y al hombre de hoy que pide que el don pueda adaptarse a sus necesidades actuales. Si la Iglesia no fuera fiel a esta doble función, fallaría a su propia misión y haría inútil la gracia del Espíritu Santo. Dejándose guiar por él, la Iglesia está llamada por consiguiente a conservar la sana Tradición, pero abriendo camino al mismo tiempo a un progreso legítimo. En efecto, la liturgia es algo «vivo y duradero'» (la expresión es de pío XII); una sana obra de restauración del elemento vivo conserva la Tradición sin hacerse esclava de ella; por eso, mientras que dirige al pasado su mirada, tiene en cuenta el presente y si es posible, también el futuro. De aquí se deriva la necesidad de una detenida investigación teológica, histórica y pastoral, la obligación de tomar en consideración las leves generales de la estructura y del espíritu de la liturgia, así como la exigencia de sacar provecho de la experiencia de las reformas va hechas, buscando siempre la verdadera utilidad para la Iglesia y haciendo brotar orgánicamente las nuevas formas de las otras ya existentes.
La parte principal de la reforma, por consiguiente, está constituida por la revisión total de los libros litúrgicos (SC 25), con un empeño no indiferente, teniendo en cuenta que están destinados a durar por varios años, quizás incluso siglos (si se repite la experiencia del período postridentino). Y todo ello con la finalidad de favorecer la participación plena y activa de todo el pueblo (SC 14), A ello va dirigida igualmente la posibilidad de utilizar la lengua vulgar (SC 36). La participación de los fieles es comprendida y descrita por la SC como algo esencial para que se tenga simplemente una vida cristiana, hasta el punto de que se declara expresamente que, «siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una celebración común, con asistencia y participación activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea posible, a una celebración individual, casi privada» (SC 27).
R. Gerardi
Bibl.: J, Perarnau, Constitución sobre la sagrada liturgia, Barcelona 1964; AA, VV» La liturgia después del Vaticano II Madrid 1969.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico