SANGRE

v. Expiación, Propiciación, Vida
Gen 4:10 la voz de la s de tu hermano clama a mí
9:4


Sangre (heb. dâm; gr. háima). Fluido vital que circula por el cuerpo para llevar nutrientes y oxí­geno a todas partes del organismo, y a la vez productos de desecho para su eliminación (Lev 17:11, 14; Deu 12:23). Los israelitas no estaban al tanto de todos los detalles de estas funciones, pero sí­ de la í­ntima relación que hay entre la sangre y la vida, pues la Ley declaraba: “Porque la vida de la carne en la sangre está” (Lev 17:11); también les estaba vedado comer sangre (Gen 9:3, 4; Lev 17:10-14; Act 15:20, 29). Sin duda, esta prohibición tení­a bases higiénicas, pero también debió haber tenido valor como instrucción. El uso más significativo de la sangre en tiempos del AT se echaba de ver en los sacrificios, y mayormente en los servicios del santuario. La sangre derramada prefiguraba la sangre de Cristo, la vida inapreciable del Hijo de Dios, quien irí­a al sacrificio como la única esperanza de una raza caí­da y condenada (1Co 10:16; Eph 2:13; Heb 9:14; 10:19; 1P. 1:2; Rev 12:11). La salvación por medio de la sangre de Cristo es el tema central del evangelio (Rom 3:25; 5:9; Eph 1:7; Col 1:20; Heb 9:22; Rev 1:5; etc.). Sangre, Vengador de la. Véase Vengador de la sangre.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

en las Escrituras es la sede del principio vital, y este término se emplea como sinónimo de vida, tal en Sal 30 (29), 10. Por residir en ella la vida se prohibe comer la s. de los animales, Gn 9, 4; Lv 3, 17; 7, 26; 17, 10; 19, 26; Dt 12, 16 y 23; 15, 23; por la misma razón, toda s. pertenece a Dios, sobre todo la del hombre, hecho a imagen y semejanza suya. Desde antes de la promulgación del Decálogo, estaba prohibido derramar sangre y hacerlo clamaba la venganza divina, Gn 4, 10-11. Incluso en el culto, la s. debí­a derramarse alrededor del altar, como expiación, Lv 17, 11.

En el N. T. todo el simbolismo cultual de la s., encuentra su cumplimiento en el derramamiento de la s. de Cristo en la cruz: †œY penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabrí­os ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una liberación definitiva†, Hb 9, 11-22. Tal como lo dijo Jesús en la última cena, antes de su pasión, como en el Sinaí­, Ex 24, 4-8, la s. de las ví­ctimas selló la alianza de Yahvéh con su pueblo, Jesús con su s. sella la Nueva Alianza, Mt 26, 27; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20. La s. de Cristo es el precio pagado por la redención del hombre, Ef 1, 7; 1 P 1, 18-19. La s. de Cristo lleva a cabo la purificación del pecado, por eso el Apóstol dice que Dios lo destinó como †œinstrumento propiciatorio†, Rm 3, 25, prefigurado en el rito del Gran Dí­a de la Expiación, Lv 16.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

La palabra se encuentra más de 400 veces en la Biblia y con frecuencia especial en Leví­tico, Ezequiel y Hebreos. En su mayorí­a, las referencias bí­blicas se dirigen hacia la observación práctica de que la pérdida de sangre conduce a la pérdida de vitalidad y que el desangrarse conduce a la muerte. Gen 9:5 dice lit.: Porque ciertamente por vuestra propia sangre pediré cuentas. Pediré cuentas a todo animal y al hombre. Yo pediré cuentas a cada uno por la vida del hombre. Pedir cuentas, en este v., significa pedir satisfacción. Pedir cuentas por vuestra propia sangre equivale pedir cuentas por la vida; ambas significan exigencia de la pena de muerte.

Cuando se derrama la sangre, se termina la vida y el Señor busca satisfacción por el derramamiento de sangre demandando la vida del asesino (Gen 9:5; compararGen 37:26; 2Sa 1:16; Psa 30:9; Psa 58:10). La sangre es la vida de la carne (Gen 9:4; comparar Lev 17:11) porque la carne y la sangre en su unión propia constituyen una criatura viviente, bestia u hombre, pero cuando se les separa, sobreviene la muerte.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Es algo “central” en toda la Biblia, porque “sin derramamiento de sangre, no hay remisión de los pecados”: (Lev 17:11, Heb 9:22).

En el Antiguo Testamento.

– Los sacrificios para expiar pecados o alabar a Dios, eran con derramamiento de sangre de animales, Lev.l-8.

– Estaba prohibido ingerir la sangre de estos animales, Gen 9:4, Lev 7:26, Lev 17:10-16.

En el Nuevo Testamento.

– También se prohibe ingerir la sangre de animales sacrificados a los í­dolos, Hec 15:20, Hec 21:25.

– La “Sangre de Cristo” es la que salva y limpia de todo pecado, Efe 1:7, Efe 1:2.

13, 1 J n.1: 7, Ap. l 5,5:9, 1Pe 1:19.

– ¡Y tenemos que beber la Sangre de Cristo!, porque si no comemos su Carne y no bebemos su Sangre, no tendremos vida en nosotros, Jua 6:52-57, Mat 26:27, 1Co 11:25-30.

-?Y debemos tomarla a diario. en la Eucaristí­a! Es el “pan nuestro de cada dia” de Mat 6:11 y Jua 6:48-58.

– La sangre se toma como sinónimo de “vida”, en Ge,Jua 9:5 y Lev 17:14., y Cristo dio su vida por nosotros: (1 Jn.3.

16)., y la sigue dando cada dia en la Eucaristí­a: Mat 6:11, Mat 26:27-28, Jua 6:4858, Luc 22:20, Mar 14:24, 1 Cor. l 1:23- 30.

– Sanación del flujo de sangre, Mat 9:20, Mar 5:25, Luc 8:43.

( Ver Heb.9-10, la sangre de animales y la Sangre -de Cristo).

Ver “Eucaristí­a”, “Misa”, “Sacrificio”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

La palabra hebrea dam se traduce como s. en el AT. Se emplea para referirse a actos de violencia que conducen a la muerte, ya sea en peleas, guerras, asesinatos, etcétera, y para señalar a su derramamiento en la muerte de animales como un sacrificio a Dios. Algunos eruditos discuten si con el uso de la palabra s. en el contexto de un sacrificio se pone el énfasis en la muerte o en la vida de lo sacrificado. Al decir, entonces, que somos salvos †œpor la sangre de Cristo†, se quiere significar que somos salvos por participar de su vida. Pero, en realidad, el énfasis de la Escritura cuando habla de s. se relaciona con la idea de muerte. O, para ser más precisos, la idea de una vida ofrecida a través de la muerte. En el pensamiento hebreo, †œla vida de la carne en la sangre estᆝ (Gen 9:4; Lev 17:11, Lev 17:14). Por eso se prohibí­a el derramamiento de la sangre humana, o el asesinato ( †¢Vengador de la sangre). Cuando un hombre era culpable de muerte ante Dios por un pecado cometido, se decí­a: †œ… su s. será sobre él† (Lev 20:9-13). En los sacrificios por los pecados, establecidos por Dios, habí­a que derramar completamente la sangre de las ví­ctimas en el momento de ser ofrecidas (Lev 1:5; Exo 12:7; Deu 12:24). Se prohibí­a comer la s. de los animales (Lev 3:17; 1Sa 14:31-35). La idea de sacrificio expiatorio significaba que la vida del animal era entregada en lugar del pecador que merecí­a la muerte. La s. del animal sustituí­a la s. del pecador, que debí­a ser derramada.

En el NT el término es haima. En unas veinticinco ocasiones el vocablo se utiliza en relación con la muerte de Cristo en la cruz. De manera que las costumbres sacrificiales del AT son presentados como un tipo, una lección objetiva que apuntaba hacia el sublime acto que Jesús consumarí­a ofreciéndose como sacrificio santo por los pecados de todo el mundo. Cristo, †œno por s. de machos cabrí­os ni de becerros, sino por su propia s.† obtuvo para nosotros †œeterna redención† (Heb 9:12). Se entiende que al mencionar la s. de Cristo, se hace una referencia a su muerte expiatoria (†œ… sin derramamiento de s. no se hace remisión† [Heb 9:22], por la cual se logra la reconciliación de los hombres con Dios. Esa muerte establece la paz con Dios y hace posible la comunión con él. De ahí­ que el NT enfatice a menudo sobre el poder de †œla s. de Jesucristo† (1Pe 1:2; Heb 10:19; 1Jn 1:7), †œla s. de Cristo† ( 1Co 10:16; Efe 2:13); †œla s. del Señor† (1Co 11:27); y †œla s. del Cordero† (Apo 7:14; Apo 12:11). Es por la muerte expiatoria del Señor Jesús en la cruz del Calvario que obtenemos perdón de pecados, limpieza y entrada a la presencia de Dios.
iglesia es propiedad del Señor, por cuanto él la †œganó por su propia sangre† (Hch 20:28). Es a esto que el NT llama †œredención† (Efe 1:7). Antes de convertirse a Cristo, los seres humanos existen en una †œvana manera de vivir†, de la cual fueron rescatados los creyentes, †œno con cosas corruptibles como oro o plata, sino con la s. preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación† (1Pe 1:18-19). †¢Expiación. †¢Redención.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LEYE

ver, SACRIFICIO, AHOGADO, CONCILIO DE JERUSALEN, HISTORIA BíBLICA

vet, Lí­quido vital que circula por el cuerpo, tan indispensable para su existencia que se puede decir: “Porque la vida de la carne en la sangre está” (Lv. 17:11, 14), o: “La sangre es la vida” (Dt. 12:23); este hecho no impide que el salmista atribuya igualmente al soplo de Jehová la vida de los animales (Sal. 104:30). La sangre representa la vida, tan sagrada para Dios que la sangre del Abel asesinado es descrita como clamando venganza desde la tierra (Gn. 4:10). Inmediatamente después del Diluvio, al dar Dios permiso para comer la carne de los animales, se prohibió sin embargo comer su sangre (Gn. 9:3, 4; Hch. 15:20, 29). Esta ley, dada a Noé, rige por tanto no sólo para el judaí­smo, sino para toda la raza humana, todas las naciones que surgieron de Noé. También se dio la siguiente orden: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada” (Gn. 9:6). Según la Ley, la muerte es la paga del pecado. Para obtener el perdón era indispensable sacrificar la vida de un sustituto, prefigurando el sacrificio del Calvario (He. 9:22; véase SACRIFICIO). La sangre de los animales sacrificados serví­a para hacer la expiación sobre el altar (Lv. 17:1-14; Dt. 12:15-16), o en el interior del santuario, sobre el propiciatorio (Lv. 8:23, 30; Ex. 24:8; He. 9:18-22). Mediante este sí­mbolo, el sacerdote vení­a a decir al Señor: “El hombre (o el pueblo) a quien yo represento hubiera debido morir a causa de su pecado. Pero la sangre aquí­ presentada demuestra que una ví­ctima ha sido ofrecida en su lugar. Tu ley queda satisfecha. otorga tu perdón según tu promesa.” En el NT, las expresiones: sangre de Jesús, sangre de Cristo, sangre del Cordero, sangre del pacto, sangre rociada, son metáforas que representan la muerte expiatoria del Señor Jesús; fue por el derramamiento de Su sangre que pudo haber salvación (1 Co. 10:16; Ef. 2:13; He. 9:14; 10:19; 1 P. 1:2, 19; 1 Jn. 1:7; Ap. 7:14; 12:11; Mt. 26:28; He. 12:24). Para un tratamiento más completo de la prohibición de comer sangre, véanse AHOGADO, CONCILIO DE JERUSALEN, HISTORIA BíBLICA IV, c. Bibliografí­a: Darby, J. N.: “The Blood of the Lamb”, en The Bible Treasury, dic. 1875 (reimpr., 1969, H. L. Heijkoop, Winschoten, Holanda); Darby, J. N.: “Purged with blood”, en Bible Treasury, ene. 1869; Fereday, W. W.: “The Precious Blood”, en The Bible Treasury, nov. 1894; Kelly, W.: “Eating blood prohibited”, en The Bible Treasury, sept., 1902; véase también Chafer, L. S.: “Teologí­a Sistemática” (Publicaciones Españolas, Dalton, 1974).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Entre los antiguos se identificaba con la vida, el espí­ritu del cuerpo y el alma. Por esa era objeto de una veneración singular (Deut.12.23; Lev. 17.14; Gen. 9.15). Los israelitas tení­an prohibido comer la sangre de los animales, cualquiera que fuera (Gen. 9. 3; 1 Sam. 14.31-44; Deut. 12. 16 y 23-25; Jdt. 11.12).

En el Nuevo Testamento se la cita (haima) 97 veces en diversidad de sentidos, sin el sentido sacral del Antiguo Testamento. Sin embargo se alude a la máxima sacralidad de la sangre al aludir a la derramada por Cristo. Son 45 las veces en que se hace referencia explí­cita a la sangre de Jesús ofrecida en la cruz o convertida en el precio del rescate. Por eso se identifica la Sangre de Cristo con su pasión, muerte y crucifixión.

Es normal que en la Iglesia haya existido siempre una especial devoción a la Sangre de Cristo, aunque se explicita esa devoción litúrgicamente sólo en los últimos siglos. Sobre todo San Pablo la consideró como emblema de la pasión de Jesús: (Rom. 3. 25; Ef. 1. 7; Hebr. 9.10). La Preciosa Sangre de Jesús, unida a la divinidad, es forma y parte de su humanidad sagrada y por lo tanto carece de sentido diferenciar la parte del todo, cuando se trata de declarar su dignidad y la oportunidad de su culto.

La Teologí­a comenzó a plantearse el significado de esta sangre divina hacia el siglo XV, siendo los dominicos defensores de la naturaleza plenamente humana de la sangre y sosteniendo los franciscanos el ser más bien accidental a la naturaleza. El Concilio de Trento (Sess. XIII. c. 3) llamó al cuerpo y la sangre de Jesús “partes del Señor Jesús” y las declaró objeto de adoración, al igual que su total humanidad.

Ante la posibilidad de que algunas partes de esa sangre quedara en la tierra (santo sudario, espinas veneradas, clavos) hizo pensar a algunos teólogos que no toda la sangre, toda la humanidad, quedó resucitada. Al margen de que es un tema marginal e intrascendente y de que las creencias en torno a esas reliquias, dignas de respeto pero no de exigencia dogmática, lo importante es que Jesús fue hombre y dejó restos de sus pisadas en la tierra. Pero es preciso recordar que, resucitado, se halla glorificado y su Preciosa Sangre, como su Corazón Sagrado, sus sagradas llagas y su Humanidad divina, merecen culto de latrí­a o adoración.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Redención una vida donada en sacrificio

Jesucristo nos ha redimido con su “sangre” (Ef 1,7), es decir, con su vida donada en sacrificio, para establecer la Nueva Alianza. “La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz, pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo” (CEC, n.517).

En la Sagrada Escritura, el concepto “sangre” indica el principio vital o la sede de la vida. En este sentido se dice que la “sangre”, es decir, la vida, pertenece sólo a Dios, como origen de toda vida. En los sacrificios antiguos se ofrecí­a a Dios la “vida” simbolizada por la “sangre”.

El pacto esponsal o Antigua Alianza (Ex 24,4-8) se ratificó con la lectura de las palabras del Señor, que el pueblo prometió cumplir, mientras se ofrecí­an sacrificios para sellar el pacto con sangre “Esta es la sangre de la Alianza, que ha hecho Dios con vosotros”. Puesto que la sangre simbolizaba la vida, Dios y el pueblo se uní­an para siempre, con Alianza eterna, en una sola vida. Al celebrar anualmente la Pascua, el pueblo conmemoraba esta Alianza y la liberación de Egipto. El cordero asado recordaba al cordero de la noche de la Pascua, cuya sangre hizo “pasar” de largo al ángel exterminador.

Jesús ha realizado la salvación redentora “mediante su sangre” (Rom 5,9; Ef 1,7), que es “sangre de la Nueva Alianza” (Lc 22,20; Mt 26,28). De este modo, ha podido “reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como de la tierra, estableciendo la paz por medio de su sangre” (Col 1,20).

La vida entera de Jesús es vida donada en sacrificio “por todos” (Mt 26,28). Al realizar su misión, Jesús era consciente que “tení­a que padecer para entrar en su gloria” (Lc 24,26); “habí­a de morir… para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52).

Dar la vida por amor

En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como el Buen Pastor que “da la vida” (Jn 10,11-15). Es la señal más fuerte de su amistad (Jn 15,13). El “signo” de esta realidad de su vida donada en sacrificio, aparece en la “sangre” que brota de su costado abierto, muerto en cruz (Jn 19,35). Esa donación sacrificial tení­a como objetivo poder comunicar el “agua” viva, que simboliza la vida nueva en el Espí­ritu Santo. Del nuevo templo, que es Jesús, brotan los “torrentes de agua viva” (Jn 7,37-39, en relación con Jn 19,34-35).

La carta a los Hebreos toma este sí­mil para indicar que la “sangre” (o vida donada) de Jesús está llena de Espí­ritu Santo; por esto su sacrificio lleva a la perfección (y trasciende) los sacrificios antiguos (Heb 9,14). Es la única sangre que puede penetrar los cielos (sin necesidad de fuego material), para poder derramar el Espí­ritu Santo. Por esto, los sacrificios antiguos han quedado abolidos.

El sacrificio redentor presente en la Eucaristí­a

Con su sangre derramada, Jesús es el Mediador de la Nueva Alianza (Heb 12,24). Es el Buen Pastor que consigue la salvación de su Iglesia con el precio de “su sangre” (Hech 20,28). Es el “Sumo Sacerdote” que ofrece su sangre como sacrificio de sí­ mismo (Heb 9,11-14). Es el “Supremo Pastor” que ha salvado las ovejas con el precio de su sangre (Heb 13,20). Es el “Cordero inmaculado”, con cuya sangre hemos sido adquiridos (1Pe 5,2-4) y cuya inmolación es la salvación de toda la humanidad (Apoc 5,9).

Al participar en la Eucaristí­a, se entra “en comunión con la sangre de Cristo” (1Cor 10,16). Es la salvación realizada por la muerte y resurrección de Jesús, que libera principalmente del pecado por ser éste la raí­z de todos los males “con sus heridas (su sangre) habéis sido curados” (1Pe 2,24). La Iglesia es portadora de este mensaje. La “redención” o liberación total del hombre, sólo se obtiene por el sacrificio redentor de Cristo, “por su sangre” (Ef 1,7; cfr. Col 1,20). Por esto, “todas las cosas tienen en él su fundamento” (Col 1,17).

Dando su vida en sacrificio (=derramando su sangre), Cristo ya nos puede comunicar la vida nueva (=el agua viva). La sangre simboliza más la Eucaristí­a, mientras el “agua” indica el bautismo, por el que se recibe la vida nueva. Jesús resucitado mostró las llagas de sus manos, pies y costado (Jn 20,20; Lc 24,39), como indicando que la vida nueva del Espí­ritu es fruto de su sufrimiento transformado en amor de donación.

Una vida donada por su esposa la Iglesia

Puesto que su “sangre”, es decir, su vida, fue derramada por nosotros llena de amor del Espí­ritu Santo (cfr. Heb 9,14), Cristo es el “Redentor”, el esposo enamorado que libera a la esposa con el precio de su propia sangre “No habéis sido liberados con bienes caducos, el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo” (1Pe 1,18-19; cfr. Hech 20,28). La Nueva Alianza se ha sellado con la sangre del Hijo de Dios hecho nuestro hermano y “consorte” “Esta es la copa de la Nueva Alianza sellada con mi sangre” (Lc 22,20). Jesús invita a todos “Bebed todos de ella, porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para perdonar los pecados” (Mt 26,27-28).

La Iglesia esposa, en su peregrinar histórico, está llamada a correr la misma suerte de Cristo Esposo, “lavando su túnica en la sangre del Cordero” (Apoc 7,14), a fin de construir “el cielo nuevo y la tierra nueva” (Apoc 21,1), donde reinará el amor y la justicia (cfr. 1Pe 3,13). De este modo llegará a ser “la gran señal” (Apoc 12,1), como la Madre de Jesús, por haber creí­do y haber ayudado a creer (cfr. Lc 1,45; Jn 2,5).

Referencias Alianza, caridad pastoral, Buen Pastor, Corazón de Cristo, Cruz, Eucaristí­a, Iglesia esposa, Juan evangelista, redención, sacerdocio, sacrificio.

Lectura de documentos DV 16; LG 3, 9; CEC 517.

Bibliografí­a V.M. CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre. La teologí­a de la gracia en el evangelio y en las cartas de san Juan (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981); J. ESQUERDA BIFET, Redención y misión Euntes Docete 37 (1984) 31-64; Idem, Corazón abierto (Barcelona, Balmes, 1984); L. RICHARD, El misterio de la Redención (Madrid, Pení­nsula, 1966); C. SPICQ, L’Epitre aux hébreux (Paris, Gabalda, 1977) 143-62 (comentario a Heb 9,1-14 y 9,15-28). Ver estudios en las voces de referencia.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El A. T. considera que la sangre es la sede del alma, de la vida (Gén 9,5; Lev 7,11-14; Di 12,23); y como la vida pertenece a Dios, la sangre no puede comerse (Dt 12,16; Act 15,20; 21,19). La sangre de las ví­ctimas se derramaba en el altar de los sacrificios expiatorios (Heb 9,22). La sangre injustamente derramada tení­a que ser vengada (Gén 9,5-6; Ex 21,12; Lev 24,17; Núm 35,16-21), y Dios, ciertamente, vengará la sangre inocentemente vertida (Mt 27,25; Lc 11,5051). La frase “sangre y carne” designa al hombre en su frágil condición terrenal (Mt 16,17; 1 Cor 5,50; Gál 1,16). La Antigua Alianza fue sellada con sangre de ví­ctimas (Ex 24,8; Heb 9,18-19) y la Nueva lo está también con la sangre de Cristo (Mt 26,28; Mc 14,24). La sangre y el agua, que brotan del costado abierto de Jesucristo (Jn 19,34.37), tienen un claro simbolismo: la sangre es propiciación por nosotros y nos purifica de todo pecado (1 Jn 1,7; Heb 9,22; Ap 7,14); Jesucristo vino por el agua y la sangre (1 Jn 5,6): el agua es el sí­mbolo del bautismo y del Espí­ritu Santo (Jn 3,5-4,13) y la sangre de la Eucaristí­a (Jn 6,53-54).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> vida, eucaristí­a, pecado, sacrificio). La sangre constituye una de las realidades simbólicas más importantes para el conjunto de la Biblia. Ella está vinculada a la vida humana y a los sacrificios y recibe, a lo largo de la Biblia, una serie de significados que pueden y deben distinguirse y vincularse con cuidado.

(1) Prohibición de comer sangre de animales. Conforme a la visión de Gn1-2, los hombres eran vegetarianos*. Pues bien, tras el diluvio y el sacrificio de Noé*, Dios les permite comer carne, pero sin sangre: “Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. Infundiréis terror y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, los reptiles del suelo, y los peces del mar… Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, esto es, con su sangre. Por mi parte, yo reclamaré vuestra propia sangre: la reclamaré a todos los animales y a todos los humanos… Quien vertiere sangre humana, otro humano verterá su sangre, porque Dios hizo al humano a su imagen. Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y dominadla” (Gn 9,1 b-7). Este pasaje ofrece una ley básica: los hombres pueden comer la carne (de los animales), pero no su vida, que es su sangre (Gn 9,4); por eso, tienen que derramar la sangre en la tierra, como si fuera para Dios. Los hombres eran antes señores-civilizadores de animales, a quienes cuidaban, sin poder matarlos (cf. Gn 1,28-30 y 2,19-22). Ahora pueden convertirse, por ley de Dios, en dictadores o depredadores de esos animales, infundiendo en ellos su terror y matándolos para alimentarse de su carne. Eso significa un cambio en la visión de Dios y de los hombres, que se vinculan sobre la mesa del altar, en gesto sacral (sacrificio de Gn 8,20) y alimenticio (ley de Gn 9,2-3): los hombres comen juntos el animal cuya sangre han sacrificado. La sangre es de Dios, por ser la vida (cf. Gn 9,4-5; Lv 17,11.14), por eso los hombres no pueden comerla (no son dueños de la vida). Se separa así­ la carne (basar) de la sangre (dam), interpretada como vida o alma (nephesh) de los animales. Esta ley pertenece a la estructura fundante de la sacralidad israelita, tal como se encuentra atestiguada en Lv 7,26-27; 17,1-16. La sangre se concibe como vida o alma del animal y esa vida pertenece sólo a Dios, por eso hay que respetarla. Esta ley tiene un sentido sacral: ella nos recuerda que en el fondo toda muerte de animal es sacrificio, un tipo de violencia que sólo puede expiarse ofreciendo a Dios la sangre, reconociéndole a él como Señor de toda vida. De esa manera, esa ley actúa como un medio para detener la violencia de unos hombres que aparecen como ávidos de sangre, deseosos de comer (de apoderarse) de la vida de los animales. Nos hallamos ante unos hom bres que quieren comer sangre, adueñarse con violencia de la vida de los animales y los hombres. Frente a ellos se eleva aquí­ un Dios de sangre, que corta la violencia porque él mismo aparece como dueño y gestor (garante) de la vida, protector de la sangre. Cada vez que mata a un animal para comerlo, el hombre debe reconocer su violencia (deseo de sangre) y limitarla, imponiéndose la moderación del deseo. Esta prohibición de comer sangre introduce un dualismo paradójico: por una parte, se puede matar y comer carne; por otra, se prohí­be la comida (bebida) de sangre. En el fondo de esta ley, Dios emerge como señor de sangre: cierra el camino a la violencia humana porque El mismo es dueño y defensor (goel*) de la sangre de todos los vivientes. De esa forma suscita y controla la vida con violencia, impidiendo que ella se expanda de forma imparable. La sangre aparece así­ como esencia de la vida (= nephesh), que los hombres no pueden dominar como si fuera suya, pues la vida* es de Dios. La ley de Gn 9,1-7 permite (y de algún modo exige) matar y comer animales, pero exige respetar (no comer) su vida/sangre, para apagar el riesgo de violencia que lleva en sí­ toda sangre.

(2) No se puede derramar sangre humana: no matar. La ley vincula y distingue las sangres: no se puede comer, pero se puede derramar sangre de animales, matándolos para ofrecerlos a Dios y para que sirvan de alimento. Pero no se puede derramar sangre humana: “Al que derrame sangre de hombre, otro hombre derramará la suya; porque el hombre ha sido hecho a imagen de Dios” (Gn 9,6). Los hombres deben derramar y ofrecer a Dios la sangre de los animales, comiendo su carne, pero no pueden derramar la sangre de otros hombres, porque sólo Dios es dueño de la vida de los hombres, como indica también el mandamiento del decálogo* (cf. Ex 20,12; Dt 5,18). La sangre es la vida del hombre y el hombre pertenece a Dios (que es su pariente cercano). En este contexto se habla del hombre como imagen* de Dios (Gn 1,26-27) y se completa la primera ley de los liberados del diluvio, a los que Dios les pidió que no comieran sangre (Gn 9,4) y que no derramaran sangre humana. Como representante (presencia) de Dios, el humano es inviolable: Dios ha puesto en tomo de él una muralla protectora, reprimiendo con violencia la violencia social (Gn 9,6). El texto supone que debe matarse a un animal que haya matado a un hombre, pero no lo afirma expresamente. Por el contrario, el texto dice expresamente que un hombre que mate, derramando la sangre de otro, tiene que morir “porque Dios hizo al Adam (ser humano) a su imagen” (cf. Gn 1,26-27). El hombre es representante (presencia) de Dios; por eso Dios lo protege como suyo (Gn 9,6b). Esta es la base de toda antropologí­a, el respeto a la vida. En el fondo de Gn 9 parece que sólo hay una ley: no comer sangre de animales, no derramar sangre humana.

(3) El primer pecado, pecado de sangre. La primera muerte de la Biblia ha sido un asesinato: Caí­n ha matado a su hermano y Dios le ha respondido: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí­ desde la tierra” (Gn 4,10-11). La Biblia sabe que la tierra es buena, pero el asesino la pervierte, como sigue diciendo Dios hablando con Caí­n: “¿Qué has hecho?… Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra” (Gn 4,1012). Tierra y hombres se encuentran vinculados de forma inseparable, de manera que la voz de la sangre (qol dam) de la primera ví­ctima se eleva a Dios desde la tierra. Lo que era paraí­so de paz se ha vuelto signo de maldades (Gn 4,10). La sangre de las ví­ctimas que piden justicia será desde ahora el motor más intenso de la historia humana (cf. Ex 2,23-25; 1 Hen 8,4; Ap 6,9-10). Dios sigue diciendo: “Maldita la tierra que ha abierto su boca para recibir la sangre de tu hermano…” (Gn 4,11). En esa lí­nea avanza el mito básico de un apócrifo muy importante, 1 Henoc*, que entiende el pecado a manera de violación y muerte, a partir de una invasión angélica: “Tomaron mujeres; cada uno se escogió la suya y comenzaron a convivir y a unirse con ellas, enseñándoles ensalmos y conjuros… Ellas concibieron y engendraron enormes gigantes de tres mil codos de talla cada uno. Consumí­an todo el producto de los hombres, hasta que les fue imposible alimentarse… Entonces los gigantes se volví­an contra los hombres y los devoraban. Comenzaron a pecar con aves, bestias, reptiles y peces, consumiendo su carne y bebiendo su sangre. Entonces, la tierra se quejó de los inicuos” (1 Hen 7,1-6). Este es el pecado originario, dividido en dos fases: una angélica (violación) y otra de gigantes que matan y comen la sangre de hombres y animales. Este es un pecado que trasciende a los hombres, un pecado irreparable.

(4) Pascua, fiesta de la sangre (eucaristí­a*). La sangre ha sido para los israelitas una señal sagrada de bendición (es vida: Lv 17,11) y de expiación (sirve para reconciliar con Dios: Gn 9,4-5; Lv 17,11), siendo, al mismo tiempo, una realidad tabú, que impurifica y que debe evitarse (cf. Lv 17,11-14). Pues bien, la sangre del sacrificio de pascua* aparece vinculada a la liberación de los hebreos y a la muerte de los primogénitos de Egipto, definiendo el carácter histórico de la fiesta israelita. Una misma sangre aparece como signo de muerte para los egipcios y como principio de nacimiento sagrado (violento) para los hebreos. En este contexto se eleva sobre Israel un Dios celoso, que destruye con furor a los primogénitos de Egipto (en sacrificio de sangre), salvando a los israelitas (protegidos por la sangre del cordero). Así­ lo ha fijado el texto del Exodo: “Tomará cada uno para sí­ una res de ganado menor (cordero o cabrito) por familia… toda la asamblea de la comunidad de los israelitas la inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman. En aquella misma noche comerán la carne… Es Pascua de Yahvé. Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del paí­s de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahvé. La sangre será vuestra contraseña en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora” (cf. Ex 12,2-14). La pascua se vuelve así­ fiesta de vida para unos y de muerte para otros. Es fiesta de las Suertes, de la inversión terrible y salvadora: mueren los hijos de aquellos que querí­an matar a los hebreos, se salvan los que iban a ser sacrificados. Lógicamente, los israelitas se saben protegidos por la sangre y la carne del animal sacrificado: por la sangre que libera, untada como signo en la jamba de las puertas; por la carne que alimenta en el camino de la vida, con ázimos y hierbas amargas, a los liberados. Nos hallamos ante el signo más profundo del sacrificio israelita, que expresa el carácter sagrado del pueblo, su puesto y tarea en la historia. En ese contexto de la fiesta pascual viene a revelarse en Israel un Dios de sangre, que parece celoso de la vida de los hombres, de forma que destruye con furor a los primogénitos de Egipto (en sacrificio de sangre) y salva a los israelitas (protegidos por la sangre del cordero).

(5) Todas las sangres. El pecado universal. La fiesta de pascua mostraba que existe una sangre bien derramada (la del Cordero sacrificado, que se vincula a la sangre de los egipcios muertos) y una sangre mal derramada (la de los hombres asesinados). Pues bien, Jesús no distingue esas sangres, no habla de unos que matan bien y de otros que matan mal, sino que condena todas las sangres derramadas, que se condensan en la sangre de los profetas perseguidos y asesinados: “Por eso, la misma Sabidurí­a de Dios dijo: les enviaré profetas y apóstoles y a unos los matarán y a otros los perseguirán, de manera que a esta generación se le pedirán cuentas de la sangre de todos los profetas asesinados desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarí­as, que murió entre el altar y el templo. Sí­, en verdad os digo, se le pedirán cuentas a esta generación” (Lc 11,49-51). El sentido principal del texto es claro. “Esta generación” está formada por los que edifican los sepulcros de los profetas antiguos mientras matan a los actuales, que la Sabidurí­a de Dios sigue enviando ahora en nombre de Jesús. Los miembros de “esta generación” son los que se hacen guardianes y testigos del orden sacral (¡avalado por Dios!) para oprimir y expulsar con más firmeza a los enviados de Dios sobre la tierra. Estos son los “renteros” de la parábola de Mc 12: los que piensan que la vida humana se establece en fórmulas de imposición, que llevan a la muerte de los profetas y del mismo “hijo querido”. Desde esta base se distinguen, a juicio del evangelio, las dos actitudes básicas de los hombres, (a) Hay una violencia sacral, representada por aquellos que, con pre texto de venerar a los mártires antiguos (edificando sus sepulcros), crean nuevos mártires, es decir, siguen matando, lo mismo que Caí­n, (b) Hay una impotencia evangélica, que es propia de los asesinados como Abel, sean quienes fueren. Toda la historia humana está representada por la sangre de los asesinados, que eleva su voz ante Dios. Esta es la voz de la sangre de todos los asesinados, como Abel y como los profetas. En nombre de todos ellos, como portavoz de la sangre de los oprimidos, eleva su voz Jesús. Desde esta base tenemos que decir que el Dios de Jesús “pide cuentas” de la sangre derramada, no sólo de la suya (la de Jesús, la sangre cristiana), sino también de la sangre de los profetas antiguos y de todos los hombres, judí­os o no judí­os, profetas o no profetas, sacrificados a lo largo de la historia, lo mismo que Abel (que no era judí­o, ni cristiano, y que no tuvo más “mérito” que el haber sido asesinado). Esta es la revelación suprema que sólo ha sido posible a través de la muerte de Jesús, el justo asesinado. En esta generación que edifica los sepulcros de los viejos profetas, que mata a Jesús y persigue a los nuevos profetas del Reino, se vuelve visible la unidad de todos los que matan (cometen un mismo pecado) y la unidad de todos los que mueren (de todos los que han sido asesinados) (cf. Ap 18,24).

(6) La novedad del Evangelio. Este es un descubrimiento desolador y confortante al mismo tiempo, (a) Es desolador, pues, por primera vez en la historia de los hombres, se puede ya decir que somos responsables de todos los asesinatos de la tierra. Es como si todas las cabezas de las ví­ctimas se hubieran unido en la cabeza de Jesús, como si al matarle matáramos al conjunto de la humanidad. Este es el pecado* original: contribuir de un modo directo o indirecto a la muerte de Jesús, es decir, a la muerte de los asesinados de la historia humana, (b) Es un descubrimiento consolador, podemos sentirnos resguardados por la sangre de Jesús que ha muerto por todos, como sangre que da vida. Esta es la última generación y sabe ya el secreto de las cosas. Las anteriores no sabí­an: se encontraban como hundidas en la dispersión de muchas historias, muchas muertes, sin que pareciera existir una dirección de vida y un sentido unitario sobre el mundo. Sólo ahora, en torno al sepulcro de Jesús, formulamos el gran metarrelato que se aplica a todos los hombres, (c) Hay una unidad del mal, vinculada a la ley de la venganza y al orden del sistema, que se expresa en el asesinato de todos los profetas (Lc 11,50) o justos (Mt 23,35), de todos los que han sido y siguen siendo asesinados como Abel, (d) Hay una unidad de bien, pues Jesús, asesinado con todos y por todos, revela el sentido supremo de la realidad, como amor gratuito y salvador, superando así­ la violencia destructora de los hombres.

(7) Sangre eucarí­stica. Sólo en este contexto se puede hablar de la sangre eucarí­stica de Jesús, expresada por el signo del vino* (eucaristí­a*). Cenando con sus discí­pulos y anticipando el sentido total de su vida y de su muerte, de su pascua y de su presencia en la Iglesia, Jesús tomó el vino y dijo: “Esta es la sangre de mi alianza, derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28; cf. Mc 14,24; Lc 22,20; 1 Cor 11,25). Jesús invierte así­ la ley de la sangre: no mata a los demás para vivir, no asesina a los otros para mantenerse, sino que entrega su propia vida, como sangre, en gesto de comunión (pacto) y de superación de la muerte. La ley de la sangre impedí­a que los hombres comieran sangre animal y, sobre todo, que derramaran sangre humana. Pues bien, a pesar de esa ley, la historia de los hombres se ha construido sobre el asesinato de los justos y profetas y, en sentido estricto, de todos los que son distintos y, de algún modo, se oponen al triunfo de los fuertes. La historia humana ha venido a convertirse de esa forma en un inmenso mausoleo: el edificio de nuestra cultura se eleva sobre la sangre de los asesinados o excluidos. Pues bien, invirtiendo ese proceso, Jesús ha iniciado un movimiento distinto, que se expresa en el don de la vida, en la sangre ofrecida al servicio de los otros, en forma de banquete.

(8) Nota final. Apocalipsis. La sangre tiene en el Apocalipsis dos sentidos básicos: expresa la acción destructora de los hombres (que matan, derramando sangre) y la gracia redentora de Jesús (que salva ofreciendo vida, sangre, como harán los mártires). Estos son sus significados, (a) La sangre es signo de pecado (asesinato). La Prostituta* (Ro ma) está borracha de la sangre de los mártires de Cristo (Ap 16,6), de los profetas* y de todos los degollados de la tierra (18,24). Este es el pecado central de la humanidad: el lagar de la historia no produce vino sino sangre, inundando el mundo entero (Ap 14,19-20). (b) La sangre de los asesinados. Retomando el motivo de Abel, el Apocalipsis sabe que la sangre de los asesinados pide “justicia”, desde el fondo del altar* de la historia (Ap 6,10) y sabe que ese grito será escuchado: Dios juzgará a los asesinos, en gesto de talión* histórico (hará beber sangre a quienes la han derramado: 16,6; 19,2). (c) Juicio destructor. El autor del Apocalipsis interpreta el proceso de la destrucción del mundo como inundación de sangre, que empieza por la luna (6,12), continúa como lluvia de muerte (8,7; cf. 8,9; cf. 11,6) y culmina allí­ donde las aguas todas de la tierra se hacen sangre (Ap 16,3-7), como habí­a sucedido en el Nilo (Ex 7,17-20). (d) Principio salvador. Jesús, Cordero degollado (cf. Ap 12,11), expresa su amor derramando su vida (sangre) para salvación de los humanos (1,5; 5,9). Así­ invierte la violencia y supera el pecado: vence la guerra muriendo, empapado el manto con su sangre (19,13). Por la sangre del Cordero pueden triunfar los creyentes, venciendo al Dragón (cf. Ap 12,11), blanqueando en gloria celeste sus vestidos (7,14).

Cf. E. ESTEVEZ, El poder de una mujer creyente. Cuerpo, identidad y discipulado en Mc 5,24b-34. Un estudio desde las ciencias sociales, Verbo Divino, Estella 2003; R. GlRARD, La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1983; J. P. Roux, La sangre. Mitos, sí­mbolos y realidades, Ediciones 62, Barcelona 199í“; F. VATTIONI (ed.), Sangue e Antropologí­a bí­blica I-II, Centro Studi Sanguis Christi, Roma 1981.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Fluido maravilloso que circula por el sistema vascular de los seres humanos y de la mayorí­a de los animales pluricelulares; en hebreo es dam, y en griego, hái·ma. La sangre suministra nutrientes y oxí­geno a todas las partes del cuerpo, se lleva los desechos y desempeña un papel fundamental en proteger al cuerpo de las infecciones. Su composición quí­mica es tan sumamente compleja que los cientí­ficos aún desconocen mucho sobre la sangre.
La sangre está tan enlazada con los procesos de la vida que en la Biblia se dice que el alma está en la sangre: †œPorque el alma de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas, porque la sangre es lo que hace expiación en virtud del alma en ella†. (Le 17:11.) La Biblia relaciona aún de modo más directo la vida con la sangre al decir: †œEl alma de toda clase de carne es su sangre†. (Le 17:14.) Está claro que la Palabra de Dios trata la vida y la sangre como algo sagrado.

Quitar la vida. Jehová es la fuente de la vida. (Sl 36:9.) El hombre no puede devolver una vida que haya quitado. †œTodas las almas… a mí­ me pertenecen†, dice Jehová. (Eze 18:4.) Por lo tanto, quitar una vida es quitar la propiedad de Jehová. Todo ser vivo tiene un propósito y un lugar en la creación de Dios. Ningún hombre tiene el derecho de quitar una vida excepto cuando Dios lo permite y según la manera como El dice.
Después del Diluvio, se ordenó a Noé y sus hijos, los progenitores de toda la raza humana, que respetaran la vida, la sangre, de sus semejantes. (Gé 9:1, 5, 6.) Por otra parte, Dios tuvo la bondad de permitirles añadir la carne animal a su dieta. Sin embargo, tení­an que reconocer que la vida de todo animal que mataran para comer pertenecí­a a Dios, y debí­an demostrarlo derramando la sangre en el suelo como agua. Este era un modo de devolverla a Dios y no utilizarla para propósitos personales. (Dt 12:15, 16.)
El hombre tení­a el derecho de disfrutar de la vida que Dios le habí­a concedido, y cualquiera que le privara de esa vida serí­a responsable ante Dios. Esto se mostró cuando Dios dijo al asesino Caí­n: †œLa sangre de tu hermano está clamando a mí­ desde el suelo†. (Gé 4:10.) Incluso si alguien odiaba a su hermano hasta el grado de desear verlo muerto, o lo calumniaba o daba un falso testimonio contra él con el objeto de poner en peligro su vida, se hací­a culpable de la sangre de su prójimo. (Le 19:16; Dt 19:18-21; 1Jn 3:15.)
Debido al punto de vista de Dios sobre el valor de la sangre, se decí­a que la sangre de una persona asesinada contaminaba la tierra, una contaminación que solo podí­a expiarse si se derramaba la sangre del homicida. Tomando esto como base, la Biblia autorizaba la pena capital para el asesino, la cual se ejecutaba mediante la autoridad debidamente constituida. (Nú 35:33; Gé 9:5, 6.) En el Israel antiguo no estaba permitido aceptar ningún rescate para librar de la pena de muerte a un asesino deliberado. (Nú 35:19-21, 31.)
En los casos en que no se podí­a descubrir al homicida a pesar de las investigaciones, se consideraba culpable de derramamiento de sangre a la ciudad más cercana al lugar donde se habí­a encontrado el cadáver. Para eliminar dicha culpabilidad, los ancianos de esa ciudad tení­an que efectuar el procedimiento requerido por Dios, negar rotundamente cualquier culpa o conocimiento del asesinato y orar a Dios por su misericordia. (Dt 21:1-9.) Si un homicida involuntario no estaba seriamente preocupado por haber quitado una vida y no seguí­a el procedimiento fijado por Dios para protegerse huyendo a la ciudad de refugio y permaneciendo allí­, el pariente más cercano del muerto, como vengador autorizado, estaba obligado a matarle para eliminar del paí­s la culpa de sangre. (Nú 35:26, 27; véase VENGADOR DE LA SANGRE.)

Uso apropiado. El único uso de la sangre que Dios aprobaba era el relacionado con los sacrificios. A aquellos que estaban bajo la ley mosaica les mandó que ofrecieran sacrificios para hacer expiación por el pecado. (Le 17:10, 11.) También estuvo en armoní­a con su voluntad el que su Hijo, Jesucristo, ofreciera su vida humana perfecta como sacrificio por los pecados. (Heb 10:5, 10.)
La aplicación de la sangre de Cristo para la salvación del hombre se prefiguró en las Escrituras Hebreas de diversas maneras. Durante la celebración de la primera Pascua en Egipto, la sangre que se salpicó sobre la parte superior de la entrada y sobre los postes de la puerta de los hogares israelitas protegió al primogénito que habí­a en su interior de morir a manos del ángel de Dios. (Ex 12:7, 22, 23; 1Co 5:7.) El pacto de la Ley, que contení­a disposiciones expiatorias tí­picas, fue validado por medio de la sangre de animales. (Ex 24:5-8.) Los numerosos sacrificios cruentos, en particular los que se ofrecí­an en el Dí­a de Expiación, serví­an para expiar los pecados de una manera tí­pica, y representaban la verdadera eliminación del pecado por medio del sacrificio de Cristo. (Le 16:11, 15-18.)
El que la sangre tuviera que derramarse al pie o base del altar y ponerse sobre los cuernos del mismo ilustra el poder legal que tení­a a la vista de Dios, pues El la aceptaba para fines expiatorios. La expiación tení­a su base o fundamento en la sangre, y la fuerza (representada por los cuernos) del sacrificio radicaba también en la sangre. (Le 9:9; Heb 9:22; 1Co 1:18.)
En las Escrituras Griegas Cristianas se subrayó aún con más fuerza la santidad de la sangre. Ya no tení­a que ofrecerse más sangre animal, pues aquellas ofrendas animales solo eran una sombra de la realidad: Jesucristo. (Col 2:17; Heb 10:1-4, 8-10.) El sumo sacerdote de Israel introducí­a una parte representativa de la sangre en el Santí­simo del santuario terrestre. (Le 16:14.) Jesucristo, como el verdadero sumo sacerdote, no entró en el cielo mismo con su sangre, que habí­a sido derramada en el suelo (Jn 19:34), sino con el valor de su vida humana perfecta representada por su sangre. Nunca perdió este derecho a la vida por causa del pecado, sino que lo retuvo para utilizarlo como expiación de pecados. (Heb 7:26; 8:3; 9:11, 12.) Por estas razones, su sangre clama por mejores cosas que la del justo Abel. Solo la sangre del sacrificio perfecto del Hijo de Dios puede clamar por misericordia, mientras que la de Abel, así­ como la de los seguidores de Cristo que han muerto como mártires, clama por venganza. (Heb 12:24; Rev 6:9-11.)

¿A quiénes aplica la prohibición de comer sangre?
Jehová permitió a Noé y a sus hijos que añadieran la carne animal a su dieta después del Diluvio, pero les prohibió estrictamente comer sangre. (Gé 9:1, 3, 4.) En ese momento, Dios promulgó una ley que no solo aplicaba a Noé y a su familia inmediata, sino a toda la humanidad desde aquel tiempo, pues todos los que han vivido después del Diluvio descienden de la familia de Noé.
Joseph Benson escribió sobre la permanencia de esta prohibición: †œDebe observarse que esta prohibición de comer sangre dada a Noé y a toda su posteridad, y repetida a los israelitas de manera muy solemne bajo la ley mosaica, nunca se ha revocado, sino, al contrario, se ha ratificado bajo el Nuevo Testamento, Hechos XV., y de ese modo se ha convertido en una obligación perpetua†. (Notes, de Benson, 1839, vol. 1, pág. 43.)

Bajo la ley mosaica. Jehová incorporó en el pacto de la Ley que hizo con la nación de Israel la ley que habí­a dado a Noé. Dejó bien sentado que se imputaba †œculpa de sangre† a cualquiera que no prestase atención al procedimiento estipulado por la ley de Dios incluso cuando se mataba a un animal. (Le 17:3, 4.) La sangre de un animal que se matara para comer tení­a que derramarse en el suelo y cubrirse con polvo. (Le 17:13, 14.) Todo el que comiese sangre de cualquier tipo de carne serí­a †˜cortado de entre su pueblo†™. Quien violara deliberadamente esta ley concerniente a la santidad de la sangre debí­a ser cortado, es decir, habí­a que darle muerte. (Le 17:10; 7:26, 27; Nú 15:30, 31.)
Al comentar sobre Leví­tico 17:11, 12, la Cyclopædia (de M†™Clintock y Strong, 1882, vol. 1, pág. 834) dice: †œEste mandato estricto no solo aplicaba a los israelitas, sino también a los extranjeros que residí­an entre ellos. El castigo señalado para los que lo transgredí­an era el de ser †˜cortados del pueblo†™, con lo que parece que se quiere dar a entender la pena de muerte (comp. con Heb. X, 28), aunque es difí­cil determinar si se infligí­a con la espada o por lapidación†.
Según Deuteronomio 14:21, se permití­a vender a un residente forastero o a un extranjero un animal que hubiera muerto por sí­ mismo o al que hubiera despedazado una fiera. De este modo se hací­a una distinción entre la sangre de tales animales y la de aquellos que se mataban para alimento. (Compárese con Le 17:14-16.) Los israelitas, así­ como los residentes forasteros que abrazaban la adoración verdadera y llegaban a estar bajo el pacto de la Ley, estaban obligados a obedecer los elevados requisitos de aquella Ley. La gente de todas las naciones estaba bajo el requisito de Génesis 9:3, 4, pero Jehová esperaba más de los que estaban bajo el pacto de la Ley que de los extranjeros y residentes forasteros que no se habí­an hecho adoradores suyos.

En el cristianismo. El cuerpo gobernante de la congregación cristiana del primer siglo, dirigido por el espí­ritu santo, tomó una decisión sobre el asunto de la sangre. El decreto que emitió decí­a: †œPorque al espí­ritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a í­dolos, y de sangre, y de cosas estranguladas, y de fornicación. Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán. ¡Buena salud a ustedes!†. (Hch 15:22, 28, 29.) La prohibición incluí­a carne sin desangrar (†œcosas estranguladas†).
Este decreto se basa en el mandato divino de no comer sangre dado a Noé y a sus hijos y, por lo tanto, a toda la humanidad. A este respecto, sir Isaac Newton dijo lo siguiente en The Chronology of Antient Kingdoms Amended (Dublí­n, 1728, pág. 184): †œEsta ley [de abstenerse de la sangre] era anterior a los dí­as de Moisés, pues se dio a Noé y a sus hijos mucho antes de los dí­as de Abrahán: y, por lo tanto, cuando los apóstoles y ancianos del Concilio de Jerusalén declararon que los gentiles no estaban obligados a circuncidarse y guardar la ley de Moisés, aceptaron esta ley de abstenerse de la sangre y de cosas estranguladas como una ley de Dios anterior, impuesta no solo a Abrahán, sino a todas las naciones, mientras viví­an juntas en Sinar bajo el dominio de Noé: y de la misma clase es la ley de abstenerse de carnes ofrecidas a los ídolos o Dioses falsos, y de la fornicación†. (Cursivas suyas.)

Observada desde los tiempos apostólicos. El concilio de Jerusalén envió su decisión a las congregaciones cristianas para que la observaran. (Hch 16:4.) Unos siete años después de que el concilio de Jerusalén emitió el decreto, los cristianos seguí­an obedeciendo la †œdecisión de que se [guardaran] de lo sacrificado a los í­dolos así­ como también de la sangre y de lo estrangulado y de la fornicación†. (Hch 21:25.) Y más de cien años después, en 177 E.C., en Lyón (ahora Francia), cuando los enemigos de los cristianos los acusaron falsamente de comer niños, una mujer llamada Bí­blida dijo: †œ¿Cómo podrí­an comer a un niño estas gentes si ni siquiera les está permitido comer sangre de animales irracionales?†. (Historia Eclesiástica, de Eusebio, V, I, 26.)
Los cristianos primitivos se abstuvieron de comer sangre de cualquier tipo. A este respecto, Tertuliano (c. 160-230 E.C.) dijo en su obra El Apologético (ediciones Aspas, Madrid, traducción de Germán Prado, cap. IX [13, 14], págs. 47, 48): †œRuborí­cese vuestro error ante los cristianos, los que en nuestros suculentos banquetes ni siquiera admitimos sangre de animales y por esto mismo nos abstenemos de comer animales ahogados o muertos, para no contaminarnos con sangre alguna, aun de la que quedó dentro de las carnes. Uno de los medios que empleáis también para someter a prueba a los cristianos es presentarles unas botas [o, según otros traductores, morcillas] llenas de sangre, convencidos de que eso les está vedado y de que es un medio de hacerles salir del recto camino†. Minucio Félix, abogado romano que murió sobre el año 250 E.C., dijo algo parecido: †œA nosotros prohibido nos está presenciar homicidios y el oí­rlos; y tanto horror nos causa la sangre de nuestros semejantes, que ni siquiera gustamos en los alimentos la de los animales comestibles†. (El Octavio, ediciones Aspas, Madrid, 1944, traducción de Santos de Domingo, XXX [6], pág. 128.)

Integridad implicada. Desde que se inauguró el nuevo pacto sobre la base de la sangre de Jesús, los cristianos han reconocido el valor dador de vida de esta sangre, que Jehová ha provisto mediante Jesús como el gran Sumo Sacerdote que †œentró —no, no con la sangre de machos cabrí­os y de torillos, sino con su propia sangre— una vez para siempre en el lugar santo, y obtuvo liberación eterna para nosotros†. Mediante fe en la sangre de Cristo, los cristianos han limpiado sus conciencias de obras muertas, de modo que pueden rendir servicio sagrado al Dios vivo. Se interesan en su salud fí­sica, pero les interesa principalmente y mucho más su salud espiritual y su posición ante el Creador. Quieren mantener su integridad al Dios vivo y no negar el sacrificio de Jesús, no estimarlo como de valor ordinario ni hollarlo bajo sus pies, pues no buscan la vida que es transitoria, sino la vida eterna. (Heb 9:12, 14, 15; 10:28, 29.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

dam (µD; , 1818), “sangre”. Este es un término semí­tico común que tiene cognados en todas las lenguas semí­ticas. Está constatado unas 360 veces en hebreo bí­blico y durante todos los perí­odos. Dam se usa para denotar la “sangre” de animales, aves y seres humanos (nunca de peces). En Gen 9:4 (rva), la “sangre” es sinónimo de vida: “Pero no comeréis carne con su vida, es decir, su sangre”. El alto precio de la vida como don de Dios lleva a la prohibición de ingerir “sangre”: “Este será un estatuto perpetuo a través de vuestras generaciones. En cualquier lugar que habitéis, no comeréis nada de sebo ni nada de sangre” (Lev 3:17 rva). Son contadas las veces en que el término indica el color “carmesí­”: “Cuando se levantaron temprano por la mañana y el sol resplandeció sobre las aguas, los de Moab vieron desde lejos las aguas rojas como sangre” (2Ki 3:22 rva). En dos pasajes dam es una metáfora para “vino”: “Lava en vino su vestidura y en sangre de uvas su manto” (Gen 49:11 rva; cf. Deu 32:14). Dam tiene varios matices. Primero, puede significar “sangre de violencia”: “No profanaréis la tierra donde estéis, porque la sangre humana profana la tierra. No se puede hacer expiación por la tierra, debido a la sangre que fue derramada en ella” (Num 35:33 rva). Por esta razón, puede significar “muerte”: “Contra vosotros enviaré hambre y fieras dañinas que te privarán de hijos. Peste y sangre pasarán por en medio de ti, y traeré contra ti la espada” (Eze 5:17 rva). Luego, dam puede connotar “quitar la vida” o “derramar sangre”: “Si tienes que juzgar un caso demasiado difí­cil para tí­, un asunto de sangre” (Deu 17:8 bj; “entre sangre y sangre” rv; “entre una clase de homicidio y otra” rvr). Derramar sangre quiere decir “asesinar”: “El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios El hizo al hombre” (Gen 9:6 rva). La segunda cita indicada que el asesino debe sufrir la pena capital. En otros pasajes, la frase “derramar sangre” tiene que ver con la inmolación no ritual de un animal: “Cualquier hombre de la casa de Israel que dentro o fuera del campamento degüelle una vaca, un cordero †¦ y no lo traiga a la entrada del tabernáculo de reunión para ofrecerlo como sacrificio a Jehovah delante del tabernáculo de Jehovah, ese hombre será considerado reo de sangre” (Lev 17:3-4 rva). En términos jurí­dicos, “ponerse contra la sangre del prójimo” significa presentarse ante un tribunal en contra del demandante, como acusador, testigo o juez: “No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida [“sangre” rv] de tu prójimo” (Lev 19:16). La frase “su sangre sea sobre él” quiere decir que la culpabilidad y la retribución por un acto de violencia recae sobre el culpable: “Cuando alguna persona maldiga a su padre o a su madre, morirá irremisiblemente. Ha maldecido a su padre o a su madre; su sangre será sobre ella” (Lev 20:9 rva). Indirectamente, y en el contexto de la legislación judí­a, esta frase sugiere que quien castiga a un reo de sangre quitándole la vida no será culpado de homicidio. En este caso, “sangre” indica responsabilidad por la muerte de otros: “Cualquiera que salga fuera de las puertas de tu casa, su sangre caerá sobre su propia cabeza, y nosotros quedaremos libres. Pero si alguien pone su mano sobre cualquiera que esté en la casa contigo, su sangre caerá sobre nuestra cabeza” (Jos 2:19 rva). La sangre de algún animal puede sustituir a la sangre de algún pecador en calidad de propiciación (cobertura) por su pecado: “Porque es la sangre la que hace expiación por la persona” (Lev 17:11 rva). El pecado de Adán ameritaba su muerte y acarreó la muerte sobre toda su descendencia (Rom 5:12); por eso, el ofrecimiento de la sangre de un animal no solo tipifica la cancelación de la pena, sino también la ofrenda perfecta que dio vida a Adán y a todos los representados por este sacrificio (Heb 10:4). El sacificio animal prefigura o tipológicamente representa la sangre de Cristo, quien realizó el gran y único sacrificio sustitutivo y eficaz; su ofrenda es la única que da vida a quienes están en El representados. El derramamiento de su “sangre” sella el pacto de vida entre Dios y la humanidad (Mat 26:28).

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

(haima)

Las expresiones “sangre de Cristo” (Rom 5,9; 1 Cor 10,16), “sangre del Señor” (1 Cor 11,27), “su sangre” (Rom 3,25; Ef 1,7; Col 1,14), “mi sangre” (1 Cor 11,25), “sangre de la cruz” (Col 1,20), remiten todas ellas a la muerte de Jesús. La sangre está cargada de un sentido simbólico que viene del Antiguo Testamento. Allí­ la sangre es portadora de vida, y en los sacrificios se le ofrece a Dios del que procede toda vida. Jesús, nuevo cordero pascual, por el don de su sangre, acto purificador y protector, impide la muerte y da la vida. En la última cena, Jesús ofrece una copa a los discí­pulos y pronuncia una palabra que nos refiere Pablo en 1 Cor 11,25: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre derramada por vosotros. La sangre marca aquí­ la conclusión de la alianza como en Ex 24,8.

De este modo, la sangre de Cristo es casi equivalente a la muerte de Cristo. Dios salva gratuitamente a todos por su bondad en virtud de la redención de Cristo Jesús, a quien Dios ha destinado efectivamente para que sirviera de expiación por su sangre, por medio de la fe (Rom 3,25). Ahora hemos sido justificados por su sangre (Rom 5,9). La sangre de Cristo obtiene nuestra liberación.

La tradición paulina evoca la liberación por sangre de Cristo: En él, por su sangre, hemos sido liberados (Ef 1,7). La adquisición de esta liberación vale ahora para los paganos: Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su sangre, los que antes estabais lejos, os habéis acercado (Ef 2,13). Así­ todos comprenden que la sangre de Cristo es capaz de transformar la situación de la humanidad. Esta reconciliación se llevó a cabo por medio de la cruz, por la muerte de Cristo en su cuerpo carnal. De ahí­ la expresión de Col 1,20: Estableció la paz por la sangre de la cruz.

M. C.

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

En el judaí­smo tardí­o y en el NT la pareja de palabras “*carne y sangre” designa al hombre en su naturaleza perecedera (Eclo 14,18; 17,31; Mt 16,17; Jn 1,13), la condición que asumió el Hijo de Dios al venir a la tierra (Heb 2,14). Pero fuera de este caso apenas si se ocupa la Biblia más que de la sangre derramada (cruor), asociada siempre a la vida perdida o dada, a diferencia del pensamiento griego que asocia la sangre (sanguis) a la generación y a la emotividad del hombre.

AT. Como todas las religiones antiguas, la religión de Israel reconocí­a a la sangre un carácter sagrado, pues la sangre es la *vida (Lev 17,11.14; Dt 12,23), y todo lo que afecta a la sangre está en estrecha relación con Dios, único señor de la vida. De ahí­ tres consecuencias: la prohibición del homicidio, la prohibición de la sangre como alimento, el uso de la sangre en el culto.

1. Prohibición del homicidio. El hombre fue hecho a imagen de Dios, por lo cual sólo Dios tiene poder sobre su vida: si alguien derrama su sangre, Dios le pedirá cuenta de ello (Gén 9,5s). Esto funda religiosamente el precepto del Decálogo : “No matarás” (Ex 20,13). En caso de homicidio la sangre de la ví­ctima “clama *venganza” contra el asesino (Gén 4,10s; cf. 2Sa 21,1; Ez 24,7s; 35,6). El derecho consuetudinario tiene entonces por legí­tima la acción del “vengador de la sangre” (Gén 9, 6). Únicamente trata de evitar la actitud de venganza ilimitada (cf. Gén 4,15.23s) y de asignarle reglas (Dt 19,6-13; Núm 35,9-34). Por lo de-más, Dios mismo se encarga de esta venganza haciendo recaer la sangre inocente sobre la cabeza de los que la derraman (Jue 9,23s; lRe 2,32). Por eso los fieles perseguidos recurren a él para que vengue la sangre de sus servidores (Sal 79,10; 2Mac 8,3; cf. Job 16,18-21), y él mismo promete que lo hará cuando venga su *dí­a (Is 63,1-6).

2. Prohibición de la sangre como alimento. La prohibición de comer la sangre y la carne no sangrada ritualmente (Dt 12,16; 15,23; cf. lSa 14,32-35) es muy anterior a la revelación bí­blica (cf. Gén 9,4). Sea cual fuere su sentido original, en el AT recibe motivaciones precisas: la sangre, como la vida, pertenece sólo a Dios; es su parte en los sacrificios (Lev 3,17); el hombre no puede servirse de ella sino para la expiación (Lev 17,11s). Esta prohibición de la sangre persistirá durante algún tiempo en los orí­genes cristianos, para facilitar la comunidad de mesa entre judí­os y paganos convertidos (Act 15,20-29).

3. Uso cultual de la sangre. Finalmente, el carácter sagrado de la sangre determina sus diferentes usos cultuales.

a) La *alianza entre Yahveh y su pueblo se sella mediante un rito sangriento: la mitad de la sangre de las ví­ctimas se arroja sobre el *altar, que representa a Dios, y la otra mitad sobre el pueblo. Moisés explica el rito: “Esta es la sangre de la alianza que Yahveh ha concluido con vos-otros…” (Ex 24,3-8). Con esto se establece un lazo indisoluble entre Dios y su pueblo (cf. Zac 9,11; Heb 9, 16-21).

b) En los *sacrificios es también el elemento esencial. Ya se trate del holocausto, del sacrificio de comunión o de los ritos consacratorios, los sacerdotes la derraman sobre el altar y todo alrededor (Lev 1,5.11; 9,12; etc.). En el rito pascual la sangre del *Cordero adquiere otro valor: se pone sobre el dintel y las jambas de la puerta (Ex 12,7.22) para preservar a la casa de los azotes destructores (12,13.23).

c) Los ritos de sangre tienen una importancia excepcional en las liturgias de expiación, pues “la sangre expí­a” (Lev 17,11). Se derrama en aspersiones (4,6s, etc.). Sobre todo el dí­a de los perdones entra el sumo sacerdote en el santo de los santos con la sangre de las ví­ctimas ofrecidas por sus pecados y por los del pueblo (16).

d) Finalmente, la sangre sacrificiai tiene valor consacratorio. En’ los ritos de consagración de los sacerdotes (Ex 29,20s; Lev 8,23s.30) y del altar (Ez 43,20), marca la pertenencia a Dios.

NT. El NT pone fin a los sacrificios sangrientos del culto judí­o y abroga las disposiciones legales relativas a la venganza de la sangre, porque reconoce el significado y el valor de la “sangre inocente”, de la “sangre preciosa” (1Pe 1,19), derramada por la redención de los hombres.

1. Evangelios sinópticos. Jesús, en el momento de afrontar abiertamente la muerte, piensa en la responsabilidad de Jerusalén : los profetas de otro tiempo fueron asesinados, él mismo va a ser entregado, sus enviados serán muertos a su vez. El juicio de Dios no puede menos de ser severo contra la ciudad culpable: toda la sangre inocente derramada acá en la tierra desde la sangre de Abel recaerá sobre esta generación (Mt 23,29-36). La pasión se inserta en esta perspectiva dramática: Judas reconoce que ha entregado la sangre inocente (27,4), Pilato se lava las manos mientras que la multitud asume la responsabilidad de la misma (27,24s).

Pero el drama tiene también otra faceta. En la última cena presentó Jesús la copa *eucarí­stica como “la sangre de la alianza derramada por una multitud en remisión de los pecados” (26,28 p). Su cuerpo ofrecido y su sangre derramada hacen, pues, de su muerte un sacrificio doblemente significativo: sacrificio de alianza, que sustituye por la nueva alianza la alianza del Sinaí­; sacrificio de *expiación, según la profecí­a del *siervo de Yahveh. La sangre inocente injustamente derramada se convierte así­ en sangre de la *redención.

2. San Pablo. Pablo propende a expresar el sentido de la *cruz de Cristo evocando su sangre redentora. Jesús, cubierto con su propia sangre, desempeña ahora ya para todos los hombres el papel que esbozaba en otro tiempo el propiciatorio en la ceremonia de la *expiación (Rom 3,25): es el lugar de la presencia divina y asegura el perdón de los pecados. Su sangre tiene, en efecto, virtud *saludable: por ella somos *justificados (Rom 5,9), rescatados (Ef 1,7), adquiridos para Dios (Act 20,28); por ella se realiza la *unidad entre los judí­os y los paganos (Ef 2,13), entre los hombres y los poderes celestes (Col 1,20). Ahora bien, los hombres pueden comulgar en esta sangre de la nueva alianza cuando beben del cáliz (*copa) eucarí­stico (ICor 10,16s; 11, 25-28). Entonces se instaura entre ellos y el Señor una unión profunda de carácter escatológico: se recuerda la muerte del Señor y se anuncia su venida (11,26).

3. Epí­stola a los Hebreos. La entrada del sumo sacerdote en el santo de los santos con la sangre expiatoria es considerada por la epí­stola a los Hebreos como la *figura profética de Cristo que entra en el cielo con su propia sangre para obtener nuestra redención (Heb 9,1-14). Esta imagen se mezcla con la del sacrificio de alianza ofrecido por Moisés en el Sinaí­: la sangre de Jesús, sangre de la nueva alianza, se ofrece para la remisión de los *pecados de los hombres (Heb 9,18-28). Por ella obtienen los pecadores acceso cerca de Dios (10,19); más elocuente que la de Abel (12,24), asegura su santificación (10,29; 13,12) y su entrada en el rebaño del buen pastor (13,20).

4. San Juan. El Apocalipsis hace eco a la doctrina tradicional cuando habla de la sangre del *cordero: esta sangre nos lavó de nuestros pecados (Ap 1,5; cf. 7,14) y rescatándonos para Dios hizo de nosotros una realeza de sacerdotes (5,9). Doctrina tanto más importante cuanto que en el momento en que escribe el vidente *Babilonia, la ciudad del mal, se ceba con la sangre de los *mártires (18,24). Los mártires vencieron a Satán gracias a la sangre -del cordero (12,11), pero no por eso su sangre derramada cesa de clamar justicia. Dios la *vengará dando a beber su sangre a los hombres que la han derramado (16,3-7) hasta el dí­a en que la sangre de esos hombres sea derramada a su vez y se convierta en el ornato triunfal del Verbo justiciero (19,13; cf. Is 63,3).

Muy distinta es la meditación del evangelista Juan sobre la sangre de Jesús. Del costado de Cristo traspasado por la lanza vio brotar el agua y la sangre (Jn 19,31-37), doble testimonio del amor de Dios, que corrobora el testimonio del Espí­ritu (lJn 5,6ss). Ahora bien, este *agua y esta sangre siguen ejerciendo en la Iglesia su poder de vivificación. El agua es el signo del Espí­ritu, que hace renacer y que apaga la sed (Jn 3,5; 4,13s). La sangre se distribuye a los hombres en la celebración *eucarí­stica: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna… [él] permanece en mí­ y yo en él” (Jn 6,53-56).

-> Cordero – Alianza – Eucaristí­a – Expiación – Mártir – Redención – Sacrificio – Vida.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La palabra sangre se usa tanto en el AT como en el NT para referirse al fluido rojo que corre por las venas de los hombres y animales. También tiene usos metafóricos, como cuando se dice que la luna «se convertirá … en sangre (Joel 2:31). El uso más importante es el que denota una muerte por violencia, uso que es indubitable. En tiempos recientes ha surgido la idea de que la palabra «sangre» también se usa para denotar la vida que es liberada de la carne. De esta forma, se toma la sangre del sacrificio como si denotara la vida puesta en libertad para ser ofrecida a Dios. Según este concepto, entonces, el sacrificio de Cristo fue esencialmente el de la vida, una vida vivida en obediencia a su Padre. Por consiguiente, su muerte no sería la esencia del sacrificio, sino que sólo sería su ejemplo supremo. Obviamente, la evidencia debe examinarse con cuidado.

  1. El AT emplea la palabra hebrea dām (= sangre) 362 veces. De éstas, 203 se refieren a muerte por violencia y 103 a sacrificios de sangre. Hay siete pasajes que conectan la vida con la sangre, con los cuales, quizá, deberíamos colocar también otros diecisiete que se refieren a comer carne con sangre. Los treinta y dos ejemplos restantes representan diversos usos que no son importantes para nuestro presente propósito.

Estadísticamente, la palabra está íntimamente ligada con la muerte (lo mismo que en nuestro idioma). La fuerza del argumento que quiere unir la vida con la sangre está en Lv. 17:11 y sus pasajes relacionados: «Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona». En forma similar Gn. 9:4 y Dt. 12:23 nos dicen que «la sangre es la vida».

Se afirma que estos pasajes indican que los hebreos pensaban que la vida residía de alguna forma en la sangre, por tanto, cuando se derramaba la sangre de un animal, su vida permanecía en la sangre. De esta forma, pues, se sostiene que el manejo ceremonial de la sangre en los sacrificios indica que se ofrece a Dios una vida pura. Es desafortunado que este proceso envuelva la muerte del animal, pero no hay otra forma en que los hombres puedan presentar la vida delante de Dios. (Algunos de los que sostienen esta teoría difieren en que piensan que la muerte es importante, para indicar las consecuencias penales del pecado, pero, enfatizan que lo verdaderamente significativo, no es la muerte, sino la representación de la vida.)

No hay evidencia que apoye este punto de vista. Se sostiene que es autoevidente por pasajes como los ya mencionados y por la reverencia tan generalizada que los pueblos primitivos tenían hacia la sangre. Este último debe ser descartado, ya que los hombres del AT estaban muy lejos de ser salvajes primitivos. En cuanto al primer argumento, los pasajes escriturales a los que se aluden pueden ser interpretados de una manera diferente. Existe una íntima conexión entre la vida y la sangre: cuando la sangre se derrama, la vida llega a su fin. La manipulación ceremonial que se hace de la sangre bien podría significar nada más que la presentación ritual de la evidencia que una muerte se ha llevado a cabo en obediencia al mandato del Señor.

La evidencia estadística está a favor del punto de vista que afirma que la sangre señala a la muerte. El término en la gran mayoría de los casos significa muerte. Los pasajes que la conectan con la vida son excepciones. También tenemos el concepto veterotestamentario que el pecado es algo muy serio, y que trae el castigo más severo. Esto se cristaliza en la sentencia: «el alma que pecare, ésta morirá» (Ez. 18–20). El derramamiento de sangre en el sacrificio se entiende mucho más naturalmente si se le conecta con este castigo. Por cierto, la mayor parte de los relatos sobre los sacrificios incluyen alguna mención de la muerte de la víctima, mientras que nada dicen de su vida. Nuevamente, hablar de la vida como si ésta continuara después de haber matado al animal sería pasar por alto la estrecha conexión que el pensamiento hebreo hacía entre el cuerpo y la vida (a tal grado que la vida del hombre después de la muerte se conecta con la resurreción del cuerpo, y no con la existencia continua de un alma inmortal). Cuando la expiación no se conecta con la sangre, jamás se lleva a cabo por medio de algo que simbolice la vida, aunque podría realizarse por medio de la muerte, así como cuando Finees mató a Zimri y a Cozbi (Nm. 25:13) o cuando David entregó a siete descendientes de Saúl para que fuesen ahorcados (2 S. 21:3ss.).

La evidencia del AT claramente muestra a la sangre como indicadora de la pena de muerte en el sacrificio, como en todas partes.

  1. El NT usa la palabra haima noventa y ocho veces. Como en el caso del AT, el sentido más usual es el que indica una muerte violenta (totalmente aparte de las referencias a la sangre de Cristo), de lo cual contamos veintidós ejemplos (p. ej., Hch. 22:20). En doce ocasiones se hace referencia a la sangre de los animales sacrificados, y, si nuestras conclusiones del AT son válidas, éstas hacen referencia a la muerte. Hay otros usos diversos, y están también los importantes pasajes que se refieren a la sangre de Cristo.

Es imposible entender algunos de estos pasajes como si se estuviesen refiriendo a la vida. Así, Col. 1:20 se refiere a la «sangre de su cruz». Pues bien, la cruz no tenía nada que ver dentro del sistema de sacrificios, de manera que este texto sólo puede referirse a una muerte violenta. Nuevamente, Ro. 5:9 habla de ser «justificados por su sangre» y «por él seremos salvos de la ira», afirmaciones paralelas a «reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» y «salvos por su vida» (v. 10). El contexto inmediato tiene varias referencias a la muerte, y ésta también parece ser la fuerza del término «sangre». Otros pasajes que también señalan claramente a la muerte de Cristo son Jn. 6:53ss. (note la separación de carne y sangre); Hch. 5:28; Ef. 2:13; 1 Jn. 5:6; Ap. 1:5; 19:13. Los pasajes que dicen que los hombres son redimidos por la sangre de Cristo (Hch. 20:28; Ef. 1:7, etc.) posiblemente apunten también en la misma dirección.

Hay algunos pasajes donde la sangre de Cristo es mencionada en una forma que da a entender que se hace alusión a los sacrificios (p. ej., Ro. 3:25 con su referencia a hilastērion; 1 P. 1:2 donde «rociados con la sangre» se refiere al sacrificio ritual). Pero ninguno de estos pasajes estorba nuestra conclusión que cuando el AT menciona la sangre del los sacrificios es para llamar nuestra atención a la muerte, y algunos la confirman. Es así que Heb. 9:14s., se refiere en forma bien clara a la sangre sacrificial, pero se hace mención específica a la «muerte» como un hecho consumado. De este modo, en Heb. 12:24 se contrasta la sangre de Cristo con la de Abel. En ambos casos es la muerte la que claramente se tiene en mente.

Por tanto, el testimonio de la Escritura es claro. Sólo tomando pasajes aislados, e interpretándolos, insistiendo en uno de sus posibles significados es que podemos defender la idea de que la sangre se refiere a la vida. Cuando se examina toda la evidencia como una unidad, no puede haber ninguna duda. La sangre señala, no a una vida que es indultada, sino a una vida entregada a la muerte.

BIBLIOGRAFÍA

Arndt; BDB; J. Behm en TWNT; F.J. Taylor en RTWB; H.C. Trumbull, The Blood Covenant; S.C. Gayford, Sacrifice and Priesthood; A.M. Stibbs, The Meaning of the Word “Blood” in Scripture; Leon Morris, The Apostolic Preaching of the Cross, chap. 3.

Leon Morris

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

RTWB Richardson’s Theological Word Book

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (556). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

La cuestión principal que hay que determinar es si “sangre” en el sentido bíblico se relaciona básicamente con la vida o la muerte. Hay quienes sostienen que en el régimen de sacrificios del AT “sangre” representa la vida liberada de las limitaciones del cuerpo y disponible para otros fines. Según este punto de vista el uso ceremonial de la sangre representa la solemne presentación de la vida a Dios: vida entregada, dedicada, transformada. La muerte ocupa un lugar subordinado o, incluso, no ocupa lugar alguno. Según esta opinión “la sangre de Cristo significaría poco más que “la vida de Cristo”. No obstante, las evidencias no parecen apoyar este parecer.

En primer lugar estan las pruebas estadísticas. De los 362 pasajes en que aparece la palabra hebrea dam en el AT, 203 se refieren a muerte con violencia. Sólo siete pasajes relacionan la vida y la sangre (diecisiete se refieren al acto de comer carne con su sangre). De esto se deduce claramente que la asociación más probable que genera el uso del término es muerte.

Luego está la falta de pruebas para apoyar la teoría de la vida. Los que defienden este punto de vista lo consideran evidente por sí mismo y se apoyan en pasajes tales como Lv. 17.11, “la vida de la carne en la sangre está”. Pero los pasajes escriturales pueden interpretarse como que se trata de la vida que se entrega al morir, tanto como que se trata de la vida que se libera.

Es innegable que en algunos lugares se afirma que se ha conseguido la expiación por medio de la muerte, p. ej. Nm. 35.33, “esta sangre amancillará la tierra, y la tierra no será expiada de la sangre que fue derramada en ella, sino por la sangre del que la derramó”. Véase también Ex. 29.33; Lv. 10.17.

Por lo tanto, el AT no da pie para las afirmaciones tan rotundas que a veces se hacen. La expiación se consigue por la muerte de una víctima más bien que por su vida. Esto se proyecta al NT. Allí, como en el AT, la sangre se usa más frecuentemente en el sentido de muerte por violencia que en ningún otro sentido. Cuando consideramos la sangre de Cristo encontramos algunos pasajes que indican del modo más claro posible que representa su muerte. Así, por ejemplo, las referencias al ser “justificados en su sangre” (Ro. 5.9; paralelo al ser “reconciliados… por la muerte de su Hijo” en el vv. 10), la “sangre de su cruz” (Col. 1.20), la referencia al hecho de que “vino mediante agua y sangre” (1 Jn. 5.6), y otros.

A veces se piensa en la muerte de Cristo como un sacrificio p. ej. la sangre del pacto). Pero un cuidadoso análisis de todos los pasajes indica que el término se emplea en el mismo sentido que en el AT. Vale decir, se sigue considerando que los sacrificios son eficaces en virtud de la muerte de la víctima. “La sangre de Cristo” ha de entenderse, por consiguiente, como la muerte expiatoria del Salvador.

Bibliografía. Coenen, Lothar y otros, °DTNT, 1984, t(t). IV; G. Pidoux, El hombre en el Antiguo Testamento, 1969; Jenni, Ernest y otros, °DTMAT, 1978, t(t). I.

TDNT 1, pp. 172–177; S. C. Gayford, Sacrifice and Priesthood2, 1953; L. Morris, The Apostolic Preaching of the Cross3, 1965; F. J. Taylor, en TWBR; H. C. Trumbull, The Blood Covenant, 1887; A. M. Stibbs, The Meaning of the Word ‘Blood’ in Scripture, 1947.

L.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico