SENSACIONES

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Todo ser vivo y animal (con sistema nervioso), y en consecuencia también el ser humano, funciona con los dos tipo de corrientes nerviosas: las receptoras o sensoriales y las motoras o reactivas. A las primeras las consideramos la base de las sensaciones. A las segundas las denominamos motóricas.

1. Los sentidos

Son órganos acondicionados por la naturaleza para recibir las sensaciones, lo que significa las impresiones y reacciones. Son las neuronas las receptoras extendidas por todo el organismo. El proceso es similar en cada sensación: estimulación en el órgano, transmisión al cerebro, registro en el área cortical correspondiente, conservación, evocación en el momento oportuno.

Los sentidos no son cinco, como tradicionalmente se dice. Son tantos cuantos sean los modos de recibir y organizar las sensaciones.

1.1 La vista.

Las sensaciones visuales se producen en el órgano de la vista, que no es sólo el ojo, receptor de la energí­a electromagnética que llamamos luz. El ojo humano está acondicionado para recibir energí­a que se transmite en una longitud de onda entre 760 mmc. (milimicra = 0,000001 de milí­metro), que es la del color rojo, y 390 mmc., que es la del violeta. Lo que escapa a este espectro no es percibido por el ojo humano. Ciertos animales tienen otros espectros perceptivos (los nocturnos, los peces de profundidad, etc).

La vibración llega a la segunda capa de la retina, después de haber atravesado el iris, el cristalino y el humor ví­treo del globo ocular. En la segunda, de las diez capas que tiene la retina, se impresionan las neuronas fotorreceptoras, que son, por su forma, los conos y los bastoncitos. Según la teorí­a de Kryes, ya enunciada en 1894, los conos percibirí­an el color y los bastoncitos la luz. Pero hay otras teorí­as que hacen la fotorrecepción más compleja. Los fotorreceptores están desigualmente distribuidos por la retina. Existen zonas más sensibles (mancha amarilla) y otras menos (punto ciego).

Las terminaciones de estas neuronas, los áxones, forman un nervio conductor, que conduce a los lóbulos occipitales de la corteza. Las impresiones visuales varí­an en cada especie animal y también en cada individuo de la especie, según el órgano y las experiencias almacenadas.

El matiz de la luz, es decir el color, depende de la longitud de onda. La saturación depende de la pureza de la misma. El brillo es cuestión de cómo se recibe la onda. Los colores suelen agruparse en matices opuestos: rojo-verde y amarillo-azul. La luz va del blanco al negro. Los colores o la luz pura apenas si existen en la naturaleza, pues las emisiones que percibimos son ordinariamente haces complejos y múltiples.

La sensación visual es muy compleja y diversificada. Cada especie animal ha ido adaptándose para recibir las que más le interesan y del modo como mejor le convienen para su existencia. La especie humana recibe el mundo externo en medio de maravillosos e innumerables tonos y matices. Para valorar su riqueza basta pensar en lo que supondrí­a verlo todo en blanco o negro. O sospechar la visión de los que carecen de diferenciación cromática por defecto visual, como es el caso de los “daltónicos”, que no aprecian el contraste rojo-verde (4 por ciento) o el azul-amarillo (2 por mil)

1.2. La audición
Las sensaciones auditivas están producidas por las vibraciones de un medio sólido, lí­quido o gaseoso, en cuanto llegan a nuestro órgano receptor, que es el oí­do. El sonido no se transmite en el vací­o. El “oí­do” es un conjunto variado de órganos conjuntados
En el aire, la onda sonora camina a 340 mts. por segundo. La vibración del medio transmisor llega al tí­mpano. La oreja sirve para captar haces de sonidos y reflexiones (no hay vibración única) y para situar su procedencia y sus rasgos secundarios y modalidades.

La onda que afecta al tí­mpano se incrementa en la cadena de huesecitos (martillo, yunque, estribo) unas 90 veces en intensidad. Llega a la membrana de Reissner, a la entrada del caracol o cóclea; por ella se transmite al lí­quido endolinfático que cubre el oí­do interno. La onda llega al órgano de Corti, el cual se halla en la parte superior del caracol y está formado por unas 20.000 neuronas o fibrillas auditivas.

Sus áxones configuran el nervio auditivo, por donde se transmite la corriente hasta los lóbulos temporales de la corteza cerebral. La intensidad del sonido proviene de la amplitud de la onda. Se mide en decibelios. El oí­do humano capta entre 4 y 90 decibelios. Si la vibración es mayor, produce dolor y no sensación sonora. Conviene evitar la contaminación auditiva, o estridencias intensas, que deteriora el órgano (tí­mpanos, huesecitos, membranas, caracol) y educar a la persona para rechazarla.

La variedad de tonos audibles se determina por el número de vibraciones por segundo (hertzios), pudiendo oí­r el oí­do humano entre 20 y 16.000 por segundo. Rsultan agradables aquellas sensaciones que, por su concordancia sintónica y sincrónica, se perciben como armónicas. Las estridentes no son cómodas. Si responden a ciertos modelos de repetición, a los que se ha acostumbrado el oí­do (ritmo, tono, proporción y concordancia), aumentan el agrado. Así­ acontece con la música o la canción folclórica y afectivamente preferente.

Nuestros lóbulos temporales pueden registrar inmensa variedad de tonos y de matices sonoros. Ello nos permite identificar unas voces, objetos, instrumentos, música preferida. Y gracias a esos registros diferenciamos idiomas, asociamos figuras, emitimos sonidos simulados, etc.

1.3. Sensaciones quí­micas.

El gusto y el olfato proceden de los efectos de una reacción quí­mica producida por un estí­mulo en el órgano correspondiente, dotado de un medio lí­quido disolvente y al cual llegan partí­culas, olorosas o sápidas, disolubles.

En la lengua está la saliva y en la pituitaria nasal se halla la mucosidad. Las partí­culas sólidas o gaseosas se disuelven en este medio lí­quido y produce un estí­mulo o impresión en las neuronas correspondientes: las papilas linguales y las neuronas olfatorias.

La lengua es el órgano muscular en el que se hallan las neuronas gustativas. Por su forma, se la llama caliciformes (forma de cáliz) fungiformes (de hongo) y foliadas (de hoja). La partí­cula sápida se disuelve en la saliva y provoca una reacción en la neurona. Por el nervio gustativo se conduce al cerebro, hallándose su localización en el repliegue inferior de la circunvolución interior.

Los sabores pueden ser muchos. Henning clasificaba los principales en cuatro fundamentales: amargo, salado, dulce y ácido. Pocas veces se dan estos sabores puros, pues en la naturaleza las sustancias se hallan grandemente entremezcladas.

La pituitaria, membrana situada en el interior de las fosas nasales, posee también neuronas receptoras que, por el nervio olfatorio, conduce el olor a los lóbulos interiores del cerebro, en donde se registra la sensación. Henning habla de seis olores simples: dos siempre agradables (florido y frutal); dos desagradables siempre (pútrido y ardiente); y dos con agrado o desagrado dependiente de su intensidad (especiado y resinoso). El olfato humano puede diferenciar más de 60.000 objetos olorosos diferentes.

1.4. Sensaciones somestésicas
Son las que producen diversos corpúsculos o neuronas extendidas por la piel del organismo.

– Las tactiles, o de presión, se experimentan por el contacto de los objetos en unos 500.000 corpúsculos, llamados neuronas de Meissner, distribuidas por el cuerpo. Sus terminaciones forman nervios que, por diversos caminos medulares, llegan a los lóbulos cerebrales superiores, especialmente localizados en las proximidades de la cisura de Rolando. Se destribuyen de forma desigual, existiendo zonas corporales con más capacidad discriminativa (labios, yemas digitales) y otras menos sensibles (rodillas, codos, zonas óseas)
– Las térmicas también se registran en neuronas que reciben las impresiones de calor (corpúsculos de Ruffini) o de frí­o (corpúsculos de Krause), y que proceden de la temperatura ambiental (combinada con otros factores: humedad, viento, entorno, para dar la “sensación térmica”) o la existente en objetos que tocan la piel. Los de calor parecen ser unos 300.000 y los de frí­o unos 40.000. También se hallan desigualmente distribuidos, lo que permite hablar de temperatura fisiológica, diferente para las orejas o para las axilas, distinta de la temperatura fí­sica.

– Las dolorosas proceden probablemente de neuronas especiales que reciben sensaciones desagradables cuando un golpe, un pinchazo, una cortadura o una alteración interior las estimula en exceso. Tal vez haya unos 4.000.000 de puntos dolorosos extendidos por el organismo, muy localizables cuando la sensación procede de la piel (un dedo, un pie) o menos identificables cuando procede del interior del organismo (vientre, pulmones, muelas) en que es más global.

Su corriente sensorial tiende a registrarse muy globalizada en las zonas talámicas unas veces y más en la corteza cuando proviene de zonas externas y puede ser más localizada.

1.5. Sensaciones orgánicas.

Provocan reacciones para asegurar el funcionamiento de los órganos vitales y de ellas depende la fácil o difí­cil satisfacción de las necesidades biológicas.

– Las ingestoras: hambre, sed o necesidad de respiración, orientan hacia la comida, bebida o el oxí­geno del aire.

– Las excretoras ayudan a la eliminación de aquello que nos estorba, cuando se siente la necesidad de la micción, excreción o sudoración.

– Las genitales son más complejas y llevan a las actividades reproductoras, que hace posible la conservación de la especie. En cuanto sensaciones, se localizan en las neuronas receptoras de los diversos órganos primarios destinados a la reproducción. Pero, en su contexto erótico global, vienen configuradas por otras dimensiones: fantasí­as eróticas, hormonas sexuales, perí­odos de celo, etc., que hacen la sexualidad diferente de la genitalidad y el amor distinto del simple placer o del orgasmo.

1.6. Otras sensaciones
Son múltiples en sus formas y diversas en los órganos que las producen. Por lo general son más difusas y complejas, pero no menos necesarias en la vida.

– Las cinestésicas son sensaciones de movimiento. Están originadas por el desplazamiento de nuestro cuerpo y tal vez se capten a través de los corpúsculos de Pacini, que son neuronas diseminadas por el cuerpo, sobre todo en los tendones y articulaciones.

– Las posturales y las posicionales nos dicen cómo está situado el cuerpo y cada miembro del mismo. Se perciben a través de neuronas distribuidas también por zonas de la piel y de los tendones.

– Las de equilibro tienen el órgano en los canales semicirculares del oí­do interno. Las neuronas situadas en las paredes de esos canales vestibulares perciben las estimulaciones de ciertas concreciones cálcicas (otolitos) que allí­ se encuentran y dan la situación del cuerpo, ya desde los primeros tiempos fetales. Ellas “informan” de la postura global y, tal vez, en sincroní­a con otras sensaciones somestésicas, de la movilidad o de la relación espacial.

2. Complejos sensoriales

El organismo recibe sensaciones con frecuencia puras y simples. Pero el registro cerebral, en donde llegan las sensaciones, ofrece conexiones automáticas frecuentes con otras áreas asociadas: visuales, olfativas, somestésicas, etc.

Se establece una red receptora compleja, de modo que una recepción simple es sólo aparente en la realidad
Además existe en la zona cortical del cerebro constancia quí­mica de múltiples sensaciones anteriores. Ello hace que las sensaciones puras y limpias que llegan al cerebro, se mezclen rápidamente con las anteriores. En el momento de la llegada se abren redes de interconexión: por ejemplo, objeto visual con olor o temperatura, sonido puro con objeto sonoro y color instrumental. Esa complicidad vital es lo que llamamos “complejos”.

Todo ello nos da idea de lo complicado que es el cerebro y, por lo tanto, de los multifacética que es la vida sensoriorreceptiva, aunque tan simplificadamente se nos presente en los libros de anatomí­a, de fisiologí­a o de psicologí­a.

Los haces sensoriales interconexionados son lo normal en la vida sensorial.

Baste esta reflexión para que un educador entienda lo que puede haber en un cerebro infantil, cuando se vinculan ideas abstractas con experiencias concretas. Es misterioso, pues, el contenido encerrado en términos como “cielo”, “rezar”, “conciencia” o “Dios”. Entonces entenderá que la configuración de la mente en los valores o realidades espirituales es mucho más compleja de lo que a simple vista puede parecer.

3. Cuidado de los sentidos
Con todo, sin complicaciones excesivas en la tarea educativa, es conveniente resaltar la importancia que se debe dar, sobre todo en la infancia elemental y media, al peso formativo de las buenas sensaciones.

En tres consignas se podrí­an condensar una reflexión en este terreno.

1. Los sentidos y las sensaciones son la fuente de entrada, en la mente del ser humano, de todo lo que después se va a elaborar con las facultades superiores. Es de suma importancia el saber regular su funcionamiento en doble sentido: uno negativo y protector, que afecta a todo lo profiláctico y terapéutico; y otro positivo, que se orienta a recomendar el fomento de sensaciones constructivas lo más sólidas y definitivas que sea posible: imágenes, músicas, figuras, testigos, recuerdos, impresiones, etc.

2. Las sensaciones no siempre se pueden programar de forma directa y voluntaria. La vida ofrece a la persona de forma espontánea la mayor parte de las riquezas sensoriales que se reciben. El saber situarse y aprovechar en lo posible las que llegan del entorno, en la calle, en la iglesia, en la familia, etc. es uno de los deberes de todo educador consciente de lo que la sensorialidad supone en el niño.

3. Hasta de las sensaciones, visiones, impresiones, más negativas y desagradables se puede sacar provecho. No es posible, ni conveniente, proteger al niño de toda impresión sensorial destructiva, intentando situarle en una burbuja aséptica y artificial. Al igual que acontece con las infecciones corporales, que fortalecen al generar anticuerpos, puede acontecer con lo moral y espiritual: se provocan reacciones tonificantes si se aprovecha lo negativo. Se debelita la sensorialidad si todo se tamiza artificialmente.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa