SIERVO DE YAHVE

(v. Mesí­as, pasión, redención)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Tí­tulo solemne dado a algunos personajes importantes, como Moisés, el siervo por excelencia (Ex 4,10; 14,31; Núm 11,11; Dt 3,24); Josué, David; luego, en la segunda parte de Isaí­as, a todo el pueblo de Israel, escogido por Dios para ser su testigo entre las naciones. Según los famosos cánticos del Siervo (Is 42,1-4.5-9; 49,1-6; 50,4-9.10-11; 52,13-53,12), he aquí­ la personalidad del Siervo de Yahvé: es un personaje futuro, un predestinado por Yahvé desde el seno materno para una misión extraordinaria; Dios le llena su espí­ritu; es a la vez nacionalista y universalista. En su proyección nacional debe llevar a cabo la restauración de Israel y una nueva y definitiva alianza; en su proyección universal, debe ser luz para las naciones: una misión pací­fica, pero trabajosa y difí­cil, que llevará a cabo sin desmayo y confiando plenamente en Yahvé y que tendrá su cumplimiento cabal en la aceptación voluntaria del dolor y de la muerte como sacrificio expiatorio por los pecados de los hombres. Como recompensa a su obediencia, el Siervo tendrá una gran descendencia. Será glorificado. En esta pasión y en esta glorificación se cumple el designio salví­fico de Dios sobre la humanidad. Los evangelios han reconocido en este Siervo de Yahvé a Jesús (Mt 26,67-68; 27,26; Mc 15,19; Lc 6,29; 22,37.65; Jn 1,29; 19,1).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> profetas, Isaí­as, sacrificio, violencia). El Segundo Isaí­as (Is 40-55) contiene una serie de textos que suelen llamarse “cantos del Siervo de Yahvé” (Is 42,1-7; 49,1-9; 50,4-11; 52,13-53,12), que algunos consideran como corazón y cumbre de la Biblia israelita. La figura del Siervo puede evocar diversos personajes polí­ticos y religiosos, individuales y sociales. Pero el sentido de su acción se sitúa por encima de todas las posibles identificaciones.

(1) Texto básico. Comenzaremos presentando el más importante de los textos de la tradición del Siervo: “He aquí­ que mi siervo triunfará: se alzará, subirá, crecerá mucho. Como muchos se espantaron por su causa, porque, desfigurado, no parecí­a un ser humano ni tení­a el aspecto de un hijo de Adam, así­ se asombrarán muchos pueblos y los reyes cerrarán la boca, pues verán algo que no se les habí­a dicho y contemplarán algo que no habí­an oí­do… Creció como brote en su presencia, como raí­z en tierra árida: sin belleza ni esplendor que pudiéramos ver, sin apariencia que lo hiciese deseable. Despreciado y rechazado de los hombres, hombre de dolores, emparentado con el sufrimiento, como alguien de quien se aparta el rostro, despreciado, no lo estimamos. Y sin embargo, él ha cargado con nuestros sufrimientos, ha soportado nuestros dolores. Nosotros le estimábamos herido, golpeado por Dios y abatido. Pero él fue traspasado por nuestras iniquidades y triturado por nuestras culpas. Por nuestra paz fue castigado, sus heridas nos han curado. Todos errábamos como ovejas, cada uno seguí­a su camino; y Yahvé cargó sobre él todas nuestras culpas. Maltratado, se humillaba y no habrí­a la boca, como cordero llevado al matadero y como oveja ante el esquilador, enmudecí­a y no habrí­a la boca… Con los malvados pusieron su sepultura, su tumba con los malhechores aunque no habí­a cometido crí­menes, ni hubo engaño en su boca. Yahvé quiso aplastarlo con sufrimiento y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, vivirá por muchos años, y Yahvé cumplirá su voluntad por medio de él. Por el tormento de su alma verá, se saciará de su conocimiento. El justo, mi Siervo, justificará a muchos porque cargó con sus culpas…” (cf. Is 52,13-53,11). En conjunto, los profetas de Israel habí­an sido creadores de reconciliación pací­fica: no respondí­an a la guerra con la guerra, no imponí­an su carga en las espaldas de los otros, sino que asumí­an la culpa colectiva, sin descargarla sobre otros, abriendo así­ un camino que conduce a la nueva humanidad reconciliada. Pues bien, como culminación de todos ellos y como expresión de su propia misión, el Segundo Isaí­as (Is 40-55) ha elaborado ese tema, construyendo la figura enigmática y luminosa del Siervo de Yahvé, que viene a presentarse como portador de paz y como destinatario de toda violencia (recreando en otra lí­nea la figura del chivo* expiatorio). Por eso se dice que el mismo Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros (Is 53,6). Lo que más impresiona en su figura es su inocencia, el hecho de que no tiene ninguna relación con la violencia y ninguna afinidad con ella. (2) El Siervo, una inversión de la historia. Los hombres solemos pensar que la razón está en manos de los triunfadores. Pues bien, aquí­ el signo se invierte y descubrimos que el siervo derrotado y expulsado es inocente. Este siervo-profeta, asumiendo y transformando viejas categorí­as sacerdotales, muestra con su vida que los derrotados de Israel (exiliados, fracasados, muertos) no son culpables: no les puede aplicar el talión: no son responsables del pecado ajeno, ni autores de un pecado propio. Al contrario, ellos son signo de la nueva creación, avanzadilla de una humanidad no violenta donde el mismo Dios viene a expresarse como gracia y fuente de existencia. Este es un cambio epistemológico: quizá por vez primera, superando a un Dios que parecí­a signo de violencia (garantí­a de los fuertes), ha venido a revelarse aquí­ el principio más alto de la gracia no violenta, un nuevo sacerdocio no sacrificial, un sacrificio sin violencia represora. Este Siervo no realiza su liturgia sobre el templo, no vive de la sangre de animales muertos. Pero, en sentido mucho más intenso, es verdadero sacerdote y sacrificio: eleva ante Dios su sufrimiento como signo de esperanza, garantí­a de justicia. No pretende expulsar a nadie: no pide venganza ni quiere que su muerte se convierta en principio de una nueva cadena de violencias. Por eso es ví­ctima: su mismo sufrimiento y muerte se han venido a presentar como señal y experiencia de una vida que se expresa como signo de gracia.

(3) Mi sierx†™o triunfará (Is 52,13-15). Así­ empieza el texto, proclamando la palabra de Dios, que presenta a su Ebed (siervo, amigo) como signo de vida y esperanza, como nueva creación. Precisamente allí­ donde parecí­a que todo se destruye empieza a construirse todo. Antes los hombres no sabí­an: viví­an inmersos en un mundo donde Dios parecí­a aliado de la fuerza, sostén de la violencia. Pero ahora el siervo triunfa porque tiene un saber distinto: conoce de forma nueva a través de su propio sufrimiento, para el bien de los demás. Reyes y pueblos antiguos habí­an cultivado una sabidurí­a de la fuerza, al servicio de su propio poder. Se habí­an creí­do enviados de Dios, pero no eran más que portadores de destrucción. El verdadero Dios actúa a través del Siervo humillado, despreciado, rechazado. Aquí­ desaparecen los restantes esquemas de la vida y sólo se eleva como valor el ser humano que habí­a sido derrotado, alguien que, por razón de su propia debilidad y no violencia, vive aplastado sobre el mundo, fuera de un paraí­so que los otros (los triunfantes) quieren elevar en su provecho. Fuera del Edén artificial y violento que los fuertes han querido construir, como expulsado de la vida, como ví­ctima de todos, habita el Siervo.

(4) El Siervo es inocente. Los triunfadores han pensado siempre que los derrotados son culpables. Pues bien, en contra de eso, este canto nos dice que el Siervo no es culpable. No sufre por sus culpas, sino por las culpas de otros: es como un catalizador donde han venido a condensarse las violencias de los otros. Esta es la revelación suprema: somos culpables, estábamos perdidos, pero este Siervo puede salvarnos. El autor o autores de este canto no se justifican, no intentan disculparse. Se reconocen culpables y lo confiesan: descubren su pecado y lo aceptan. Humanamente hablando, este conocimiento de la propia culpabilidad resultarí­a insoportable: los hombres no somos capaces de mirarnos cara a cara y aceptarnos pecadores… a no ser que en el fondo descubramos una gracia superior como la del Siervo que rompe la espiral de violencia y responde con bien a nuestros males, superando así­ el talión de una justicia entendida como ajuste de cuentas y victoria del más fuerte. Precisamente aquí­, en la no violencia y no venganza del Siervo, se encuentra la revelación suprema. Es como si, de pronto, estallara el milagro: hay alguien inocente, alguien que no vive a costa de los otros, alguien que no se impone por envidia ni quiere vengarse de aquellos que le destruyen. El Siervo no se defiende, no grita venganza, no se justifica; simplemente se deja matar y así­ demuestra que es inocente. Esta revelación del Siervo supera la imagen de un Dios que está fuera, por encima de los aplastados de la tierra. Precisamente en ellos está Dios.

(5) Yahvé quiso entregarle (Is 53,1011b). Esta es la revelación más extraña y difí­cil de entender. Sabemos que Dios ama a su Siervo; y, sin embargo, puede parecer que Dios necesita su sufrimiento para así­ aplacarse, como necesitaba la violencia de Lv 16 (chi vos*), (a) Lectura sacrificial. Según ella, el autor de estos cantos del Siervo no habrí­a podido liberarse de la sombra de un Dios violento que debe descargar su ira sobre el Siervo, en vez de hacerlo sobre los restantes hombres. Estarí­amos dentro de un esquema de simple sustitución: Dios seguirí­a como antes; los procesos de violencia y venganza continuarán dominando sobre el mundo. Sólo habrí­a cambiado el objeto (persona) donde descarga su ira: este Siervo serí­a el pararrayos de Dios, el receptor de su ira. (b) Lectura no sacrificial. Pero, mirados en su totalidad, estos cantos nos conducen hasta el misterio de un Dios que, revelándose en el Siervo no violento, viene a situarse, también él, por encima de toda violencia. En el reverso de la historia, desde el lugar donde los inocentes sufren y mueren, Dios manifiesta su gracia y revela su triunfo. ¿Cómo lo hace? El texto no lo quiere (ni puede) explicitar. No pronostica los aspectos concretos de un futuro que sigue en manos de Dios. Simplemente dice que el Siervo “vivirá, verá su descendencia, se saciará de conocimiento”.

(6) El Justo, mi Siervo, justificará a muchos. Es como si antes la vida hubiera sido tiempo de ignorancia, ocultamiento. La violencia era expresión de una mentira: los hombres se pensaban capaces de saber el bien/mal (cf. Gn 2-3), pero en el fondo eran esclavos de su propia ignorancia represiva. Sólo el que ha sufrido sin vengarse sabe de verdad, se conoce a sí­ mismo y comprende a los demás. Por eso, el texto sigue diciendo que el justo justificará a muchos, como tsaddiq de Dios, en palabra que nos lleva más allá del sistema de juicio de este mundo. El Siervo/Justo no se cierra en sí­, no pretende obtener ventajas propias, no toma venganza de los “muchos” que causan su muerte, sino que aparece como fuente de vida, fundador de nueva estirpe, verdadero Adam de más alta humanidad. El antiguo ser humano se apoyaba en la violencia que divide. Por eso resultaba necesario el sacrificio: habí­a que expulsar a los culpables. Pues bien, esta nueva humanidad del Siervo no conoce ya expulsiones ni separaciones. Su gesto de entrega por los otros (solidaridad sufriente) puede suscitar y suscita un tipo nuevo de existencia donde existe lugar para los mismos criminales y culpables. Este Canto ha visto algo absolutamente nuevo y lo ha dicho, de forma emocionada y sorprendente, en el centro de la Biblia israelita. Estas palabras constituyen una de las cumbres religiosas y sociales de la historia. El Mesí­as de Dios no es guerrero que impone su orden por lucha (cf. Sal 2 y 110), sino el hombre universal que reconcilia a los humanos sufriendo por ellos y cumpliendo así­ la tarea que Dios le ha encomendado: “Yo Yahvé te he llamado en justicia, te he tomado de la mano, te he formado, y te he destinado para ser luz del pueblo y alianza de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar del calabozo a los presos…” (Is 42,5-7). Toda la historia humana culmina en ese Siervo que, siendo israelita, representa al conjunto de la humanidad. Más allá de la guerra y dictadura de los violentos, al reverso de la historia militar que ha dominado sobre el mundo, viene a desvelarse (se anuncia y prepara) por el Siervo (y por el Justo de Sab 2-3) una experiencia que los cristianos han reinterpretado desde Cristo (cf. Mt 12,18-20). Quien ha leí­do y comprendido los cantos del Siervo sabe algo que los otros ignoran. Los judí­os posteriores los recordarán siempre muy dentro y pensarán que ellos se cumplen en la historia de su propio pueblo. Los cristianos piensan que esos cantos se han cumplido de manera paradigmática en la muerte y pascua de Jesús.

Cf. R. GIRARD, El chivo expiatorio, Anagrama, Barcelona 1986; P. E. BONNARD, Lc Second Isaie, son disciple et leur e’diteurs (Isaie 4045), Gabalda, Parí­s 1972; H. CAZELLES, “Les Poémes du Serviteur: Leur place, leur structure, leur theólogie”, RSR 43 (1955) 5-51; P. GRELOT, I canti del Ser>o del Signore, EDB, Bolonia 1980, 95-110; S. MOWINCKEL, El que ha de venir. Mesianismo y Mesí­as, Fax, Madrid 1975, 204-280; Ch. R. NORTH, Isaí­as 4055, La Aurora, Buenos Aires 1960; J. VERMEYLEN (ed.), The book of Isaiali, BETL 81, Lovaina 1989.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra