SUFRIMIENTO

v. Adversidad, Angustia, Calamidad, Dolor, Malo, Miseria, Padecimiento, Tribulación
Neh 9:32 no sea tenido en poco .. todo el s que
1Pe 1:11 anunciaba .. s de Cristo, y las glorias


Ver “Dolor”, “Penitencia”, “Mortificación”, “Cruz”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El hombre fue creado y puesto en un estado de felicidad en el †¢Edén. La †¢caí­da introduce la gran distorsión en la historia humana, que comienza a padecer la muerte, la enfermedad, las dificultades y, en términos generales, las consecuencias del pecado. Las palabras †œmaldita†, †œenemistad†, †œherirás†, †œdolores†, †œespinas y cardos†, †œsudor†, que Dios utiliza al condenar a †¢Adán, †¢Eva y la †¢serpiente (Gen 3:14-19), son ilustrativas de lo que sucederí­a. Desde entonces, en la mente de los hombres el s. se relaciona con el pecado, con las faltas cometidas ante Dios. Y desde cierto punto de vista, tienen razón, porque todo s. es causado por el pecado en alguna de sus manifestaciones.

Sucede, sin embargo, que los s. especí­ficos que una persona soporta no tienen que ver necesariamente con algún pecado especí­fico que ella cometiera, porque pueden ser el fruto de la herencia genética, el pecado que todos traemos al nacer. Esto puede tomar la forma de una enfermedad, un dolor, una dificultad, etcétera. Pablo habla a Timoteo, diciéndole: †œLos pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después† (1Ti 5:24). En otros casos, el s. es el producto directo de uno o varios pecados especí­ficamente cometidos por la persona (†œSufre tú el castigo de tu lujuria y de tus abominaciones, dice Jehovᆝ [Eze 16:58]).
Dios, que es especialista en hacer bienes de los males, utiliza el s. con un propósito santo y bueno. Esto es, lo permite hasta los lí­mites que cree necesarios a fin de que quien lo padece consiga algún bien de carácter espiritual. El libro de †¢Job trata, precisamente, del tema del s. del justo, que es probado por diversas dificultades. De eso escribió Pedro: †œ… tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe … sea hallada en alabanza…† (1Pe 1:6-7).
cristiano, entonces, sabe que pasará necesariamente por diversos s. El Señor Jesús dijo: †œEn el mundo tendréis aflicción† (Jua 16:33). Pablo exhortaba a los cristianos de Listra, Iconio y Antioquí­a, diciéndoles: †œEs necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios† (Hch 14:22). ( †¢Tribulación).
ejemplo por excelencia del uso del s. como medio para un fin santo es, por supuesto, la cruz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien †œpadeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios† (1Pe 3:18). †œél sufrió la cruz, menospreciando el oprobio† (Heb 12:2). La primera epí­stola de Pedro trata de aconsejar a los cristianos sobre su comportamiento en medio del s. Lo importante es que †œninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entrometerse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello† (1Pe 4:15-16). Advierte también que el s. o la persecución no son cosas que los creyentes deban buscar por sí­ mismos. Ya el Señor Jesús habí­a enseñado a orar: †œNo nos metas en tentación, mas lí­branos del mal† (Mat 6:13). Pedro señala que los s. deben padecerse si †œson la voluntad de Dios†, en tales casos, los que los sufren deben encomendar †œsus almas al fiel Creador† y hacer el bien.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Dolor fí­sico o psicológico, incluso moral y espiritual, que es natural a la condición humana por la naturaleza contingente del hombre. El sufrimiento es inevitable en la existencia terrena, pero no debe ser mitificado ni como castigo por el pecado original ni como regalo divino para obtener la purificación del pecado.

En cuanto al sufrimiento natural debe ser mirado como un hecho natural, al igual que lo es la respiración o el cansancio por el trabajo. Y en cuanto al sufrimiento espiritual o pena por no llegar a mejor situación ante Dios, también debe considerarse como signo de inteligencia y de bondad.

En ambos casos, el sufrimiento debe ser ofrecido a Dios, en referencia al que Cristo también experimentó en su vida y en su pasión. Y para llegar a esta actitud de ofrenda, el cristiano debe ser educado adecuadamente con actitudes humanas y espirituales adecuadas:

– resignación ante los dolores sin renuncia a la necesidad y deber de evitarlos;

– paciencia ante los dolores corporales o morales que no pueden ser evitados;

– compasión ante los que sufren y aportación de consuelo a los mismos;

– ofrecimiento a Dios cuando el dolor llega o se resiste a desaparecer aceptando la voluntad divina.

Todo se halla unido al ejemplo del mismo Jesús, que en el Huerto de Getsemaní­ decí­a: “Padre, si es posible que pase de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.” (Lc. 22. 42). La Iglesia lo entendió siempre así­ y lo recomendó con insistencia.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. cruz, dolor, sacrificio)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> pasión, muerte, Job). Forma parte de la condición actual del hombre, como indica ya Gn 3,19: “con sudor comerás hasta que mueras…”. El tema del sufrimiento está en el centro del más enigmático y denso de los libros de la Biblia (Job*), y de otros libros apócrifos (1 Henoc*) y deuterocanónicos (como el libro de la Sabidurí­a). Del sufrimiento o pasión de Jesús tratan los cuatro evangelios*. La Biblia no ha elaborado una visión ascética ni moralista del sufrimiento del hombre, sino que lo ha integrado dentro de la experiencia de solidaridad y comunicación personal, en la lí­nea de la revelación de Dios y de la pasión de Jesús. Desde esa base podemos evocar algunos de los pasajes más significativos del Nuevo Testamento.

(1) El sufrimiento del Siervo* de Yahvé. El eunuco de la reina de Etiopí­a vuelve de Jerusalén, adonde ha venido para adorar a Dios, y va leyendo un texto de la Escritura que dice: “Como oveja al matadero fue llevado, y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así­ no abrió su boca. En su humillación, se le negó justicia; pero su generación, ¿quién la contará? Porque su vida es quitada de la tierra” (Hch 8,3233). Este es el tema básico de la catcquesis cristiana: el hecho de que Jesús, Mesí­as del reino de Dios, ha tenido que sufrir. Así­ lo proclama el Jesús histórico de Mc 8,31 par: “Era necesario que el Hijo del Hombre padeciera…”. Así­ lo repite el ángel de la tumba vací­a y el mismo Jesús pascual de Lucas (cf. Lc 24,7.26.44.46): “era necesario que Cristo padeciera…”. Esta es la nueva clave de la interpretación cristiana de la Biblia: ella no es Libro de Ley, sino libro que anuncia y expone el sufrimiento pascual de la vida, un sufrimiento creador, que vincula a los hombres con Jesús, haciendo que ellos sean capaces de vivir en esperanza.

(2) El sufrimiento de la madre mesiánica. Simeón, el justo israelita, espera la llegada del Mesí­as y, teniéndole en brazos, declara a la madre su sentido y camino: “Este está puesto para caí­da y levantamiento de muchos en Israel y para señal de contradicción, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones. Y a ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc 2,3435). Esta es la espada del dolor mesiánico, que la madre de Jesús y todos los cristianos tienen que asumir. Es la espada del dolor de la fe, que va dividiendo el alma de los fieles, para purificarla. La espada de la división social que Jesús va creando, la espada de una vida que sólo puede ser amor (hacerse amor) entregándose al servicio de los demás. (3) Sufrimiento ministerial. El autor de la carta a los Colosenses, tomando el nombre de Pablo, interpreta la misión cristiana como un sufrimiento creador. “Ahora me alegro por mis padecimientos en favor vuestro, completando en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual fui hecho ministro conforme a la administración de Dios que me fue dada para beneficio vuestro, a fin de culminar la Palabra de Dios, el misterio que ha estado oculto desde los siglos y generaciones, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso hacer saber cuáles son las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de la gloria” (Col 1,24-28). El Pablo histórico habí­a evocado con crudeza la debilidad y padecimientos del misionero, vinculado a la cruz del Cristo (cf. 2 Cor 10-12). Pero sólo Colosenses ha sistematizado el tema, mostrando que el ministro del Evangelio no es un liturgo del mundo sagrado, que ratifica el orden divino de la realidad, como han supuesto las religiones de la naturaleza y después hará el neoplatonismo cristiano, sino alguien que sabe sufrir con Jesús, no para sacralizar este cosmos, sino para transformarlo con su entrega. De esa forma queda integrado en la pasión de Cristo, a favor de la Iglesia (de los gentiles).

Cf. J. M. ASURMENDI, Job. Experiencia del mal, experiencia de Dios, Verbo Divino, Estella 2001; J. R. BUSTO, El sufrimiento, ¿roca del ateí­smo o ámbito de la revelación divina?, Comillas, Madrid 1998; F. DE LA CALLE, Respuesta bí­blica al dolor de los hombres, Fax, Madrid 1974; G. GUTIERREZ, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job, Sí­gueme, Salamanca 1988.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

/Mal/ Dolor

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

El sufrimiento consiste en un sentimiento de pérdida, daño o carencia, sea fí­sico o espiritual. A todos los niveles de la existencia humana constituye un problema religioso, en la medida en que obliga al que sufre a plantearse varias cuestiones: ¿Cómo escapar del sufrimiento? ¿Por qué se originó el sufrimiento? Esta última pregunta pretende evitar una repetición del sufrimiento y simultáneamente abre perspectivas más amplias sobre el significado de la existencia dolorosa. Algunas religiones, como el /hinduismo y el /budismo, surgieron del esfuerzo por vencer el sufrimiento: porque el sufrimiento está enraizado en el deseo, el deseo tiene que ser eliminado. La felicidad, o nirvana, consiste en la supresión de la conciencia individual o, alternativamente, en su expansión dentro de una conciencia universal, porque la individualidad o la oposición que resulta de la individualidad dan lugar al deseo. Normalmente la conciencia individual está relegada al reino de las apariencias, o máyil, que tiene que ser superada por una penetración transformante en la última realidad del ser y la consecuente destrucción de la conciencia individual. En Occidente el estoicismo enfatizó de manera parecida 9a unidad del cosmos -sin postular un monismo radicale intentó superar el dolor mediante una “visión más amplia” de la armoní­a equilibrada del universo, cuya unidad en la pluralidad podí­a identificarse con la divinidad. Semejante modo de ver se suponí­a que suprimí­a el deseo individual y daba lugar a un apacible sentimiento de gozo. De manera más radical, la secta americana de la “Ciencia cristiana” niega la realidad del sufrimiento y la enfermedad, considerándolos meras ilusiones que deben ser superadas mediante la meditación. Tales soluciones, sin embargo, no consiguen explicar la existencia del sufrimiento manifiesto; aun cuando el status ontológico del sufrimiento sea la no existencia, la conciencia finita sufre realmente su engaño, y no queda explicado cómo tal apariencia dolorosa, una variación del no ser metafí­sico, llegó a existir y sigue subsistiendo.

Tanto para el politeí­smo como para el dualismo ético metafí­sico, por ejemplo, el zoroastrismo y el maniqueí­smo, la tensión y el sufrimiento estructuran la realidad. Aunque se anima a los hombres a luchar por la virtud -a menudo los rituales de iniciación prescriben soportar el dolor valientemente-, el politeí­smo amenaza con someter la existencia humana a la arbitrariedad de deidades en conflicto, mientras que ni éste ni ningún otro dualismo explican adecuadamente la unidad metafí­sica de la existencia; en tanto que la moralidad está basada en el ser, esta falta de unidad amenaza con el caos moral.

A medida que Israel avanzaba del henoteí­smo al extraordinario monoteí­smo del Déutero-lsaí­as, el problema del sufrimiento humano se hací­a cada vez más intenso. Israel reconoció su elección en la alianza, que prometí­a bendiciones o maldiciones materiales como dignas recompensas por la fidelidad a los mandamientos o por la infidelidad (Dt 28-30). Pero por mucho que la sencilla norma del bien recompensado y del mal castigado (p.ej., Sal 1,23; Prov 22,4) pudiera ser válida para pequeñas comunidades estables, la experiencia demostraba que esta norma simple de justicia no siempre bastaba. Por. eso la recompensa y el castigo fueron a veces proyectados en el futuro (Sal 10; 13; 22; 37) y dieron otras razones del sufrimiento. Dios empleaba los sufrimientos como medicina para lle, var a Israel y a los individuos al buen sentido y a la obediencia (Am 4; Os 6,1-6; 11.; Is 63,9-16). Después de la conversión, el sufrimiento podrí­a purificar al pecador convertido (Sal 38; Zac 13,8s). Por otra parte, se sabí­a que Dios habí­a probado a. Abrahán y a los judí­os para recompensarles por su fidelidad (Gén 22; Dt 8,16; Ex 20,20; Sal 81). A veces la prometida recompensa parecí­a posponerse demasiado, o la cantidad de sufrimientos desproporcionada con el pecado cometido (Sal 13,Is; 35,17; Jer 12,4). Algunos justos apelaban a una experiencia casi mí­stica de la presencia de Dios (Sal 73; 16,5-11), y Job relacionaba los sufrimientos del inocente con el misterio de Dios, que no sólo creó las maravillas del universo (38s), sino que también tení­a poder sobre Behemot y Leviatán, sí­mbolos del mal cósmico (40s). Sin embargo, apelar al misterio no responde a las preguntas racionales, y la maravilla poética de Job no hace más que repetirse antes de transformarse ella misma en la piadosa, aunque escéptica, sabidurí­a del Qohélet. Aparentemente, los sufrimientos inmerecidos se explicaban también por el antiguo sentido de unidad comunitaria, o “personalidad corporativa”, percepción ésta de la realidad social á través de la cual el individuo se entendí­a como un miembro representativo o. constitutivo de su grupo. Para bien o para mal, los hombres comparten el mutuo destino, las maldiciones de Dios que se extienden a tres y cuatro generaciones por la ofensa de uno, mientras que sus bendiciones continúan durante mil generaciones (Ex 20,5; Dt 5,9). Dentro de esta perspectiva, el pecado de Adán y Eva afectó a sus descendientes (Gén 3,16-19). Pero si todos deben sufrir por el pecado de una persona, también a la inversa, uno, puclle sufrir por los pecados de todos, cómo testifican los cantos del siervo (especialmente Is 53,4-12). Trascendiendo la responsabilidad colectiva, el siervo de Yhwh recibió la inmortalidad personal como recompensa por sus sufrimientos inocentes, vicarios (Is 53,10-12). Esta solución de vida después de la muerte fue desarrollada en la literatura profética y sapiencial tardí­as (Dan 12,2s; Sab 3,1-12; 5).

El peligro que está al acecho en la apelación a una recompensa en el más allá se reveló en la teologí­a rabí­nica-posterior, que explica los sufrimientos del justo en términos de purificación divina de sus pecadillos, de modo que su recompensa después de la muerte fuera pura; a la inversa, los pecadores prosperaban aquí­ para que los méritos de sus pocas obras buenas no exigieran una mitigación de su futuro castigo. Así­ se invirtió la norma fundamental de la alianza: el bien recompensado, el mal castigado en esta vida. Entonces, si toda justicia y valores duraderos son trasladados de este mundo al próximo, la creación no puede dar ya el conocimiento de Dios, y amenaza el ateí­smo o el gnosticismo.

La protesta atea contra Dios se ha hecho más poderosa en nuestros tiempos, precisamente porque el cristianismo ha proclamado un Dios que cuida de cada individuo (Mt 10,2831) y en su amor benéfico “hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45). ¿Cómo, preguntan muchos, puede ser Dios un padre amoroso si permite que tantos niños inocentes sufran horriblemente?

Ante la situación de inocentes que sufren, los teólogos protestantes han acentuado la imposibilidad de cualquier tipo de teologí­a natural y la absoluta necesidad de la fe como don divino para descifrar cualquier sentido de la vida. Algunos han desarrollado una teologí­a dinámica, por lo cual Dios está implicado en el devenir del universo y sufre con él. J. Moltmann veí­a a Dios sufriendo la muerte de Jesús por causa de su amorosa unión de voluntades; E. Jüngel interpretó la muerte de Jesús como una parte constitutiva del acontecimiento de Dios, que, aunque permaneciendo Dios, ha entrado en el devenir histórico para conquistar la muerte y el pecado sufriéndolos. Por conmovedores que puedan ser estos intentos de hacer a Dios menos inmune al sufrimiento humano, no aciertan a explicar el significado del sufrimiento humano, y van más allá del misterio de Job sólo acrecentando nuestro asombro al proyectar los sufrimientos en Dios. El hecho de que Dios sufra no disminuye los sufrimientos humanos; ciertamente, su sufrimiento puede aumentar los sufrimientos de aquellos que le aman.

Antes de examinar la respuesta más adecuada al dilema del sufrimiento ofrecida por el NT tal como es interpretado en.la tradición católica, algunas reflexiones preliminares pueden circunscribir con más-exactitud. el tema. Como ya se ha observado, el sufrimiento debe ser reconocido como una realidad, incluso si es la “realidad de una apariencia”, y cualquier recurso inmediato a Dios para una recompensa celestial corre el riesgo de destruir el conocimiento de Dios a través del mundo. El sufrimiento parece casi inevitable para un ser corporal, ya que la materialidad implica divisibilidad, limitación y posibles colisiones. Para excluir completamente la posibilidad del sufrimiento corporal el hombre tendrí­a que haber sido creado sin un cuerpo. Pero incluso para los espí­ritus puros sigue siendo posible el dolor en tanto que son limitados, y sujetos por ello, en uno u otro grado, a la libertad de otros. La “personalidad corporativa” marca la existencia finita, y esto mucho más en la visión cristiana, donde los hombres, creados a imagen del Dios que es amor, son llamados a amar a sus semejantes; rehusar reconocer este lazo implica un pecado, así­ como una negación de la realidad finita en su naturaleza interrelacionada. Efectivamente, si los hombres fueran considerados sólo individuos, responsable cada uno sólo de sí­ mismo, no existirí­a solidaridad que permitiera a los ateos protestar contra Dios en nombre de los “inocentes que sufren”. Además, la percepción de la limitación implica el reconocimiento de una cierta carencia de plenitud, que engendra el deseo y el dolor de la insatisfacción. Finalmente, para obviar toda posibilidad de sufrir, el hombre individual tendrí­a al menos que reducir a todos los demás seres libres al estado de autómatas o convertirse en el Dios infinito. Así­, detrás del deseo de evitar todo sufrimiento puede estar al acecho el pecado original de desear ser como Dios (Gén 3,5.22).

Dado el sufrimiento y la finitud del hombre, este mundo no puede ser el mejor o el peor de todos los mundos posibles. Porque todo lo que es limitado puede ser superado. En cuanto finitos, los sufrimientos humanos no pueden ser males absolutos; por el contrario, pueden ser relativizados no sólo por el que los percibe, cuya actitud influye en su percepción, sino también mediante la referencia a una realidad más grande o a una finalidad más amplia. Así­, los sufrimientos a menudo sirven de aviso contra males mayores o están vinculados a una disciplina necesaria del cuerpo y del alma que permite el crecimiento. Los músculos se estiran y las células se dividen para desarrollar una fuerza mayor. A la inversa, la vida fácil bajo un mango enerva y debilita. El adagio griego “Zeus añade sabidurí­a al sufrimiento” (EsQutt,o, Agamenón, 177s) ha sido glosado por L. Bloy: “Hay lugares en nuestros corazones que no existen todaví­a y donde el sufrimiento entra para que existan”. Además, los sufrimientos sirven de justo castigo por el pecado, llaman a los hombres a la conversión, ayudan a destruir el egoí­smo y abren a los hombres a la compasión y a la colaboración. El sufrimiento por algo que es justo revela al hombre el sentido de su existencia y contribuye a una adecuada estimación de su propio valor. Ciertamente, si el sufrimiento fuera imposible, la vida se verí­a privada de todo desafí­o y aventura. Hacer una pirueta en lo más alto del Empire State serí­a tan arriesgado como sonarse las narices. Si alguien intentara escapar del aburrimiento de una existencia así­, su intento de suicidio se verí­a frustrado, puesto que no podrí­a hacerse daño.

Ni siquiera la muerte, anticipada en el sufrimiento, es un mal absoluto. Porque en un mundo de tremendo sufrimiento o de monotoní­a absoluta, la muerte serí­a una liberación. En cualquier mundo de placer y gozo, la vida sin la muerte acabarí­a, en última instancia, en el declive de la maravilla, en la pérdida de los poderes espirituales y en la monotoní­a. Como reconocí­a Shakespeare, la condición humana mortal hace a menudo mucho más preciosos los valores: “Comprende esto, lo que hace tu amor más fuerte, / es amar bien lo que has de dejar en breve” (soneto 73).

Por más ineludiblemente ligado a la existencia humana, y a pesar de los muchos beneficios que pueda ocasionar, el sufrimiento jamás puede ser explicado plenamente. Exigir tal explicación serí­a exigir lo irracional y lo imposible por varias razones. Primera, porque el sufrimiento es siempre individual -la “masa de sufrimientos humanos” es una abstracción-, y el individuo como tal no puede ser explicado (individuum est ineffabile). Segunda, porque los sufrimientos son percibidos como injustos -el meollo del “problema del sufrimiento”-; cualquier explicación es imposible. Porque una explicación exige una causa, que implica una necesidad; de ahí­ que si se explicara, la injusticia serí­a necesaria, y un universo inmoral serí­a un absurdo. De modo semejante, la moralidad, puesto que apela a la libertad, no puede ser reducida a una necesidad racional. La moralidad parece implicar también el sufrimiento. No sólo existe a menudo una tensión entre el placer y el deber en nuestro mundo caí­do, sino que también el verdadero grito por la justicia ante el reconocimiento de su ausencia implica dolor. Quizá el dolor del autosacrificio deba ser incluido en la moralidad, para que una recompensa inmediata por las buenas acciones no reduzca la moralidad a una forma más elevada de egoí­smo. Sólo cuando se exige un sacrificio son apreciados con propiedad los valores morales.

Las reflexiones precedentes debieran impedir cualquier fácil rechazo de la existencia de Dios por el hecho de existir el sufrimiento. Efectivamente, negar la existencia de Dios ni resolverí­a ni aliviarí­a el problema del sufrimiento. Los sufrimientos siguen existiendo. Si Dios no existe, el hombre pierde toda esperanza de una solución a su enigma real y teórico. Además, si sólo existe este mundo de injusticia, no hay lugar a una recompensa para todos los actos buenos y malos, y la justicia se convierte en una mera construcción humana y en una ilusión. En última instancia, la justicia no puede ser impersonal, porque las intenciones, así­ como las acciones de los hombres, deben ser juzgadas y recompensadas sólo un ser omnisciente, omnipotente, puede cumplir tal justicia.

Una observación final concierne a la supuesta inocencia de los niños. Como han observado muchos desde Agustí­n hasta .Freud, los niños son egoí­stas, a ,menudo vengativos, pequeños brutos cuyos.hábitos tienen que ser corregidos a medida que maduran. Además, la teologí­a católica sostiene que después del pecado de Adán sólo Cristo y su madre estuvieron absolutamente libres de pecado, y ambos se sacrificaron libremente a sí­ mismos por los pecadores. Ciertamente, sólo Cristo es Hijo de Dios por naturaleza; todos los demás nos convertimos en hijos adoptivos de Dios por la fe en Jesús (Gál 4,1-7; Jn 1,14s). Dios envió el Espí­ritu de su Hijo a los corazones de los cristianos para que griten “Abba, Padre” (Gál 4,6; Rom $,15). Puesto que Jesús enseñó a sus discí­pulos a llamar a Dios Padre, los cristianos deben usar esa denominación en el sentido que Jesús querí­a. Pera Jesús, de forma explí­cita, se confió a sí­ mismo a su Abba y su Padre en Getsémaní­ y en la cruz (Mc 14,36; Lc 23, 46). San Pablo vio el’amor paternal de Dios revelado en que él no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos; en lo sucesivo nada, no importa lo cruel u horrendo que sea, puede separar a los creyentes del amor de Dios en Cristo (Rom 8,28-39).

Una vez que el pecado hizo astillas la unidad original de la humanidad, el mundo se convirtió en un lugar ambiguo, en el que la existencia de un Dios de amor podí­a ser puesta en duda. Por eso, para dar un signo de amor y reconstituir la unidad de la humanidad, el Hijo eterno se hizo hombre. Esta entrada del amor en el mundo de pecado inició un conflicto que condujo a la muerte de Jesús.

Esta muerte reveló plenamente el significado de su vida de amor autosacrificial. Porque, aunque condenado a muerte por pecadores, Jesús simultáneamente se ofreció a sí­ mismo libremente a su Padre y por los pecadores. Como penetración total de la naturaleza humana por la libertad personal divina, la muerte de Jesús simultáneamente significó la conquista del amor sobre la muerte y el pecado, victoria que se manifestó escatológicamente en la resurrección. En adelante las heridas de los sufrimientos de Cristo sirven como trofeos de su victoria, y los cristianos tienen que ser transformados en la muerte de Jesús, crucificados para el mundo, para compartir la vida del resucitado, que es salvación (Rom 6,1-11; Gá1.2,19; 6,14; Jn 3,3-8; 5,24; IJn 3,14). Como en el AT, la justicia de Dios reina soberana, pero ahora el énfasis ha sido trasladado a su gratuidad, que justifica. Dios recompensará al justo y castigará al malo para toda la eternidad, pero la norma del juicio es Cristo (Mt 25,32ss). Además, puesto que el tiempo escatológico ha irrumpido ya (Mc 1,15; Jn 5,24s; Gál 4,4), la salvación está presente en el mundo en la unión de amor que es el cuerpo de Cristo.

La incorporación del individuo a la koinonia de la Iglesia da un nuevo sentido a su sufrimiento. Son una parte de los sufrimientos de Cristo lo que se desborda sobre él (2Cor 1,5; Flp 3,10); sirven también para “completar lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Del mismo modo que la infinitud de Dios no excluye a las criaturas, tampoco su omnipotencia destruye la libertad humana, sino que ambas constituyen su condición de posibilidad, así­ los sufrimientos de Cristo, suficientes en sí­ mismos para salvar a todos, abren el camino a la contribución del hombre en el amor para la obra de salvación.

La personalidad corporativa es revitalizada en la Iglesia, y el sufrimiento encuentra su sentido más profundo. Además, implicando una llamada a la conversión, una purificación de hábitos pecaminosos o una prueba de fidelidad que va implí­cita en el verdadero ejercicio de la libertad, el sufrimiento se convierte ahora en una invitación a unirse a la obra redentora de Cristo y en una posibilidad de participar más profundamente en su amor autosacrificial. En este amor el creyente participa también en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, es decir, la vida eterna. La presencia continua de Dios en la historia ha revelado así­ el misterio de amor que, por caminos no soñados por Job, ha dominado las fuerzas del mal, conquistándolas al sufrirlas. El amor autosacrificial de Dios también destruye la autojustificación humana y protesta contra el pecado de Adán. Una vez que el aplastante amor de Cristo es aceptado, el plan original de amor de Dios, que abarca a todos y cada uno para bien y para mal, puede ser aceptado sin recriminación, porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5,12-21); la ley de solidaridad, que sobrepasa a la justicia retributiva, trabaja ahora para la salvación del hombre. Así­, a través del misterio del amor redentor de Cristo no sólo son sintetizadas todas las explicaciones del sufrimiento ofrecidas en el AT, sino que también el sufrimiento, la escoria de la experiencia humana que otras religiones intentan eludir o mitigar, ha sido transformado en un medio de amor creciente. La victoria de Cristo sobre la cruz ha otorgado a los cristianos el poder de afirmar y de dar gracias a Dios por las tristezas y tribulaciones, que realizan su cada vez más grande semejanza con Cristo, así­ como por los gozos y las cosas agradables de la vida. En Cristo, la destrozada unidad de la existencia es restaurada y hallada muy buena.

Aunque este modo redentor de entender el sufrimiento ha estado implantado largo tiempo en la tradición católica halló una expresión especialmente apta en la devoción al sagrado corazón de Jesús. Esta devoción al corazón traspasado de Cristo, como sí­mbolo de su amor, que llama a los hombres a unirse a su obra de redención, ha sido recomendada a los fieles por muchos papas después de las revelaciones mí­sticas hechas a santa Margarita Marí­a de Alacoque en Paray-le-Monial, en Francia, durante el siglo xvii.

BIBL.: FLICK M., SJ, y ALZEGHY Z., SJ, ll Mistero della Croce, Queriniana, Brescia 1978; FRAINE J. de, SJ, Adam el son lignage, Desclée de Brouwer Parí­s 1959; JOURNET C., Le Mal, Desclée de Brouwer, Parí­s 1961 ; JONGEL E., Dios como misterio del mundo, Salamanca 1984; MCDERMOTTJ., SJ, Sofferenza umana nella Bibbia, Dehoniane, Roma 1990; ID, The Biblical Doctrine ofkoinonia, en “BZ” 19 (1975) 66-77; 219-233; ID, ll Senso della sofferenza, en “La Civiltá Cattolica” 137 (1986) 112-126; MOLTMANN J., El Dios crucificado, la cruz de Cristo como base y crí­tica de toda teologí­a cristiana, Sí­gueme, Salamanca 1975.
J.M. McDermott

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental

/ Mal/Dolor

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

“Me complazco… en las aflicciones, en las angustias” (2Cor 12,10) osa escribir Pablo a los convertidos de Corinto. El cristiano no es un estoico que cante “la majestad de los sufrimientos humanos”, sino discí­pulo del “jefe de nuestra fe” que “en lugar del gozo que se le proponí­a soportó la cruz” (Heb 12,2). El cristiano mira todo sufrimiento a través de Jesucristo; en Moisés “que estimó el oprobio de Cristo como una riqueza superior a los tesoros de Egipto” (Heb 11,26) reconoce la ‘pasión del Señor.

¿Pero qué significados tiene el sufrimiento en Cristo? ¿Cómo el sufrimiento, tan frecuentemente *maldición en el AT, se convierte en *bienaventuranza en el NT? ¿Cómopuede Pablo “sobreabundar de gozo en todas las tribulaciones” (2Cor 7, 4; cf. 8,2)? ¿Será la fe insensibilidad o exaltación enfermiza?

AT. I. Lo SERIO DEL SUFRIMIENTO. La Biblia toma en serio el sufrimiento; no lo minimiza, lo compadece profundamente y ve en él un mal que no debiera haber.

1. Los gritos del sufrimiento. Lutos, derrotas y *calamidades hacen que se eleve en la Escritura un inmenso concierto de gritos y de quejas. Es tan frecuente el gemido en ella que dio origen a un género literario propio, la lamentación. Las más de las veces estos gritos se elevan a Dios. Cierto, el pueblo grita ante el faraón para obtener pan (Gén 41,55), y los profetas gritan contra los tiranos. Pero los esclavos de Egipto gritan a Dios (Ex 1,23s), los hijos de Israel gritan a Yahveh (14,10; Jue 3,9) y los salmos están llenos de estos gritos de aflicción. Esta letaní­a del sufrimiento se prolonga hasta el “gran clamor y hasta las lágrimas” de Cristo ante la muerte (Heb 5,7).

2. El juicio pronunciado sobre el sufrimiento responde a esta rebelión de la sensibilidad: el sufrimiento es un mal que no debiera ser. Desde luego, se sabe que es universal: “El hombre nacido de la mujer tiene una vida breve repleta de miserias” (Job 14,1; cf. Eclo 40,1-9), pero uno no se re-signa a ello. Se sostiene que *sabidurí­a y salud van de la mano (Prov 3,8; 4,22; 14,30), que la salud es un beneficio de Dios (Eclo 34,20) por razón del cual se le alaba (Eclo 17, 27) y se le pide (Job 5,8; 8,5ss; Sal 107,19). Diversos salmos son oraciones de *enfermos que piden la curación (Sal 6; 38; 41; 88). La Biblia no es dolorista; hace el elogio del médico (Eclo 38); aguarda la era mesiánica como un tiempo de curación (Is 33,24) y de resurrección (26,19; 29,18; 61,2). La curación es una de las obras de Yahveh (19,22; 57,18) y del *Mesí­as (53,4s). La serpiente de bronce (Núm 21,6-9) ¿no viene a ser una figura del Mesí­as (Jn 3,14)?

II. EL ESCíNDALO DEL SUFRIMIENTO. La Biblia, profundamente sensible al sufrimiento, no puede, como tantas religiones en torno a ella, recurrir para explicarlo a querellas entre los diferentes dioses o a soluciones dualistas. Cierto que para los exilados de Babilonia, abrumados por sus *calamidades “inmensas como el mar” (Lam 2,13), era muy grande la tentación de creer que Yahveh habí­a sido vencido por uno más fuerte; sin embargo, los profetas, para defender al verdadero Dios, no piensan en excusarlo, sino en sostener que el sufrimiento no se le escapa: “Yo hago la luz y creo las tinieblas, yo hago la felicidad y provoco la desgracia” (Is 45,7; cf. 63,3-6). La tradición israelita no abandonará jamás el atrevido principio formulado por Amós: “¿Sucede alguna desgracia en una ciudad sin que Dios sea su autor?” (Am 3,6; cf. Ex 8,12-28; Is 7,18). Pero esta intransigencia desencadena reacciones tremendas: ” ¡No hay Dios!” (Sal 10,4; 14,1) concluye el impí­o ante el mal del mundo, o sólo un Dios “incapaz de conocimiento” (73,11); y la mujer de Job, consecuente: “¡Maldice a Dios!” (Job 2,9).

Sin duda se sabe distinguir en el sufrimiento lo que comporta alguna explicación. Las heridas pueden ser producidas por agentes naturales (Gén 34,25; Jos 5,8; 2Sa 4,4), los achaques de la vejez son normales (Gén 27,1; 48,10). Hay en el universo poderes malignos, hostiles al hombre, los de la *maldición y de *Satá El *pecado acarrea la desgracia (Prov 13,8; Is 3,11; Eclo 7,1), y se tiende a descubrir una falta como origen de toda desgracia (Gén 12,17s; 42, 21; Jos 7,6-13): tal es la convicción de los amigos de Job. Como fuente de la desgracia que pesa sobre el mundo hay que señalar el primer pecado (Gén 3,14-19).

Sin embargo, ninguno de estos agentes, ni la naturaleza, ni el azar (Ex 21,13), ni la funesta fecundidad del pecado, ni la maldición (Gén 3, 14; 2Sa 16,5) ni Satán mismo se sus-traen al poder de Dios, de modo que fatalmente resulta implicado Dios. Los profetas no pueden comprender la felicidad de los impí­os y la des-gracia de los justos (Jer 12,1-6; Hab 1,13; 3,14-18), y los justos perseguidos se creen forzosamente olvidados (Sal 13,2; 31,13; 44,10-18). Job en-tabla un *proceso contra Dios y le intima a explicarse (Job 13,22; 23,7).

III. EL MISTERIO DEL SUFRIMIENTO. Profetas y sabios, deshechos por el sufrimiento, pero sostenidos por su *fe, entran progresivamente “en el *misterio” (Sal 73,17). Descubren el valor purificador del sufrimiento, como el del *fuego que separa el metal de sus escorias (Jer, 9,6; Sal 65,10), su valor *educativo, el de una corrección paterna (Dt 8,5; Prov 3,11s; 2Par 32,26.31), y acaban por ver en la prontitud del *castigo un como efecto de la benevolencia divina (2Mac 6,12-17; 7,31-38). Aprenden a acoger en el sufrimiento la *revelación de un *designio divino que nos confunde (Job 42,1-6; cf. 38,2). Antes que Job, José lo reconocí­a delante de sus hermanos (Gén 50,20). Semejante designio puede explicar la *muerte prematura del sabio, preservado así­ de pecar (Sab 4,17-20). En este sentido el AT conoce ya una *bienaventurada de la mujer *estéril y del eunuco (Sab 3,13s).

El sufrimiento, incluido por la fe en el *designio de Dios, viene a ser una *prueba de alto valor que Dios reserva a los *servidores de quienes está orgulloso, *Abraham (Gén 22), Job (1,11; 2,5), Tobí­as (Tob 12,13) para enseñarles lo que vale Dios y lo que se puede sufrir por él. Así­ Jeremí­as pasa de la rebelión a una nueva conversión (Jer 15,10-19).

Finalmente, el sufrimiento tiene valor de intercesión y de *redención. Este valor aparece en la figura de *Moisés, en su oración dolorosa (Ex 17,11ss; Núm 11,1s) y en el sacrificio que ofrece de su vida para salvar a un pueblo culpable (32,30-33). No obstante, Moisés y los profetas más probados por el sufrimiento, como Jeremí­as (Jer 8,18.21; 11,19; 15,18), no son sino figuras del siervo de Yahveh.

El *siervo conoce el sufrimiento bajo sus formas más tremendas, más escandalosas. Ejerció sobre él todos sus estragos, lo desfiguró, ‘hasta el punto de no provocar ya ni siquiera compasión, sino horror y desprecio (Is 52,14s; 53,3); no es en él un accidente, un momento trágico, sino su existencia cotidiana y su signo distintivo: “hombre de dolores” (53,3); parece no poder explicarse sino por una falta monstruosa y por un *castigo ejemplar del Dios *santo (53,4). En realidad hay falta, y de proporciones increí­bles, pero no precisa-mente en él: en nosotros, en todos nosotros (53,6). El es inocente, lo cual es el colmo del *escándalo.

Ahora bien, ahí­ está precisamente el *misterio, “el logro del designio de Dios” (53,10). Inocente, “intercede por los pecadores” (53,12) ofreciendo a Dios no sólo la súplica del corazón, sino “su propia vida en expiación” (53,10), dejándose confundir entre los pecadores (53,12) para tomar sobre sí­ sus faltas. De este modo el escándalo supremo se convierte en la maravilla inaudita, en la “revelación del brazo de Yahveh” (53,1). Todo el sufrimiento y todo el pecado del mundo se han concentra-do en él y, por haber él cargado con ellos en la obediencia, obtiene paratodos la *paz y la curación (53,5), el fin de nuestros sufrimientos.

NT. I. JESÚS Y EL SUFRIMIENTO DE LOS HOMBRES. Jesús no puede ser testigo de un sufrimiento sin quedar profundamente conmovido, con una misericordia divina (Mt 9,36; 14,14; 15,32; Lc 7,13; 15,20); si hubiese estado allá, no habrí­a muerto Lázaro : Marta y Marí­a se lo repiten (Jn 11,21.32) y él mismo lo habí­a dado a entender a los doce (11,14). Pero entonces, ante una emoción tan evidente – “¡cómo le amaba!” – ¿cómo explicar este escándalo?, “¿no podí­a hacer que este hombre no muriera?” (11,36s).

1. Jesucristo, vencedor del sufrimiento. Las curaciones y las resurrecciones son signos de su misión mesiánica (Mt 11,4; cf. Le 4,18s), preludios de la *victoria definitiva. En los *milagros realizados por los doce ve Jesús la derrota de *Satán (Le 10,19). Cumple la profecí­a del *siervo “cargado con nuestras *enfermedades” (Is 53,4) curándolas todas (Mt 8,17). A sus discí­pulos les da el poder de curar en su *nombre (Me 15,17), y la curación del tullido de la Puerta Hermosa testimonia la seguridad de la Iglesia naciente en este sentido (Act 3,1-10).

2. Jesucristo dignifica el sufrimiento. Sin embargo, Jesús no suprime en el mundo ni la *muerte, que él ha ve-nido, no obstante, a “reducir a la impotencia” (Heb 3,14) ni el sufrimiento. Si bien se niega a establecer un nexo sistemático entre la *enferme-dad o el accidente y el *pecado (Le 13,2ss; Jn 9,3), deja, sin embargo, que la *maldición del Edén produzca sus *frutos. Es que él es capaz de cambiarlos en gozo; Jesús no suprime el sufrimiento, pero lo *consuela (Mt 5,5); no suprime las lágrimas, únicamente enjuga algunas a su paso (Lc 7,13), en signo del *gozo que unirá a Dios y a sus hijos el dí­a en que “enjugue las lágrimas de todos los rostros” (Is 25,8; Ap 7,17; 21, 4). El sufrimiento puede ser una *bienaventuranza, pues prepara para acoger el reino, permite “revelar las obras de Dios” (Jn 9,3), “la gloria de Dios” y la “del Hijo de Dios” (11,4).

II. LOS SUFRIMIENTOS DEL HIJO DEL HOMBRE. A pesar del *escándalo de Pedro y de sus discí­pulos, Jesús les repite que “el Hijo del hombre debe sufrir mucho” (Mc 8,31; 9,31; 10, 33 p). Mucho antes de la pasión Jesús “tiene familiaridad con el sufrimiento” (Is 53,3); sufre a causa de la multitud “incrédula y perversa” (Mt 17,17) como “engendros de ví­boras” (Mt 12,34; 23,33), por ser desechado por los suyos (Jn 1,11). Llora delante de *Jerusalén (Le 19, 41; cf. Mt 23,37); se “turba” al re-cuerdo de la pasión (Jn 12,27). Su sufrimiento resulta entonces una aflicción mortal, una “agoní­a”, un combate en medio de la angustia y del miedo (Mc 14,33s; Lc 22,44). La pasión concentra todo el sufrimiento humano posible, desde la traición hasta el abandono por Dios (Mt 27, 46). Pero prueba en forma decisiva el amor de Cristo a su Padre (Jn 14, 30) y a sus amigos (15,13), es la revelación de su *gloria de Hijo (Jn 17,1; 12,31s), reúne en torno a él “en la *unidad a los hijos de Dios dispersos” (11,52), le hace capaz “de socorrer a los que se ven probados” (Heb 2,18) y de identificarse con todos los que sufren (Mt 25,35.40).

III. Los SUFRIMIENTOS DE LOS DISCí­PULOS, Una ilusión amenaza a los cristianos con la victoria de pascua: se acabó la muerte, se acabó el sufrimiento; corren peligro de ver vacilar su fe, debido a las realidades trágicas de la existencia (cf. lTes 4,13). La *resurrección no deroga las enseñanzas del Evangelio, sino que las confirma. El mensaje de las *bienaventuranzas, la exigencia de la *cruz cotidiana (Le 9,23) revisten toda su urgencia a la luz del destino del Señor. Si a su propia madre no se le ahorró el dolor (Lc 2,35), si el Maestro “para entrar en su gloria” (Le 24,26) pasó tribulaciones y *persecuciones, los discí­pulos han de seguir el mismo *camino (Jn 15,20; Mt 10,24), y la era mesiánica es un tiempo de tribulaciones (Mt 24,8; Act .14,22; ITim 4,1).

1. Sufrir con Cristo. Así­ como, si el cristiano vive, “no es ya [él] quien vive, sino que Cristo vive en [él]” (Gál 2,20), así­ también los sufrimientos del cristiano son “los sufrimientos de Cristo en [él]” (2Cor 1, 5). El cristiano pertenece a Cristo por su cuerpo mismo y el sufrimiento configura con Cristo (Flp 3,10). Así­ como Cristo, “con ser el Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia” (Heb 5,8), del mismo modo es preciso que nosotros “corramos al combate que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y consumador de nuestra fe… que so-portó la cruz” (Heb 12,1s). Cristo, que se hizo solidario de los que sufren, deja a los suyos la misma ley (ICor 12,26; Rom 12,15; 2Cor 1,7).

2. Para ser glorificados con Cristo. Si “sufrimos con él”, es “para ser también glorificados con él” (Rom 8,17); “si llevamos en nuestro cuerpo siempre y en todas partes los sufrimientos de muerte de Jesús”, es “a fin de que la *vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Cor 4,10). “El favor de Dios que se nos ha otorgado es no sólo creer en Cristo, sino sufrir por él” (Flp 1,29). Del sufrimiento sobrellevado con Cristo no solamente nace “el peso eterno de *gloria preparado por encima de toda medida” (2Cor 4,17) más allá de la muerte, sino también, ya desde ahora, el *gozo. Gozo de los apóstoles que hacen en Jerusalén su primera experiencia y descubren “el gozo de ser juzgados dignos de sufrir ultrajes por el nombre” (Act 5, 41); llamamiento de Pedro al gozo de “participar en los sufrimientos de Cristo” para conocer la presencia del “Espí­ritu de Dios, del Espí­ritu de gloria” (IPe 4,13s); gozó de Pablo “en los sufrimientos que soporta”, por poder “completar en [su] carne lo que falta a las pruebas .de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).

-> Calamidades – Consolación – Cruz – Prueba – Enfermedad – Maldición – Mártir – Muerte – Paciencia – Persecución – Tristeza – Visita.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

En la Biblia se considera que el sufrimiento es un intruso en este mundo creado. La creación “era buena en gran manera” inicialmente (Gn. 1.31). Cuando entró el pecado, entró también el sufrimiento en forma de conflicto, dolor, corrupción, tráfago y muerte (Gn. 3.15–19). En los nuevos cielos y tierra el sufrimiento ha sido abolido finalmente (Ap. 21.4; Is. 65.17ss). La obra de Cristo consiste en librar al hombre del sufrimiento, la corrupción y la muerte (Ro. 8.21; 1 Co. 15.26), como también del pecado (Mt. 1.21). Si bien se considera que Satanás tiene poder para hacer sufrir al hombre (2 Co. 12.7; Job 1.12; 2.6), sufren solamente en la mano de Dios, y es Dios quien controla y manda el sufrimiento (Am. 3.6; Is. 45.7; Mt. 26.39; Hch. 2.23).

El peso del sufrimiento siempre ha sido sentido profundamente por el pueblo de Dios (Gn. 47.9; 2 S. 14.14). Su presencia a menudo constituía un problema, ya que se consideraba que era enviado por Dios (Sal. 39.9), y por ende tenía que vincularse con el hecho del amor y la justicia de Dios (Sal. 73), Por consiguiente, en medio del sufrimiento el hombre estaba obligado a decidir en qué medida podía vivir por fe, y resistir la exigencia de una explicación racional. El problema no era tan agudo en momentos en que el sentido de solidaridad dentro de la comunidad era fuerte, y el individuo, como miembro responsable de su tribu o familia en todas las circunstancias, podía aceptar el juicio y el sufrimiento que recaía sobre su pueblo como su propia responsabilidad (Jos. 7). Pero el problema se hacía más urgente cuando se destacaba la relación responsable de cada individuo para con Dios (Jer. 31.29; Ez. 18.2–4).

La fe verdadera, en lucha con el problema y la carga del sufrimiento no requiere una justificación inmediata y completa de parte de Dios. Puede esperar en la oscuridad (Hab. 2.2–4).

Encuentra en la realidad de la presencia y la bondad de Dios un factor más decisivo en la situación actual que, incluso, la amargura del dolor (Sal. 73.21–23), y está dispuesto a contraponer a la forma distorsionada de las cosas presentes el nuevo orden perfecto de las cosas en el reino de Dios, del que ya ha recibido un anticipo (Sal. 73.24–26; Ro. 8.18; 2 Co. 4.16–18). Pero el hombre de fe no es insensible al carácter desconcertante del problema. El libro de Job lo muestra experimentando en grado extremo la amargura y la perplejidad del sufrimiento que no tiene explicación, negándose a aceptar teorías racionales que someten los caminos de Dios al simple cálculo humano, perdiendo temporariamente el equilibrio, pero capaz finalmente de recuperarse y, en última instancia, mediante una sobrecogedora visión de Dios mismo, alcanzando una certidumbre en la que puede triunfar sobre todas sus dificultades aun cuando todavía no pueda, y sabe que jamás podrá, proporcionar una explicación racional para todas las circunstancias por las que se atraviesa en esta vida.

Por lo tanto, si bien se afirma que tales soluciones son inadecuadas cuando se aplican en forma generalizada, algunas veces, no obstante, se dan razones concretas y aceptables para ciertos casos de sufrimiento (cf. Sal. 37), y aparecen varias líneas de pensamiento sobre el problema que convergen. El sufrimiento puede ser resultado del pecado (Os. 8.7; Lc. 13.1–5; Gá. 6.8), tanto para el individuo (Sal. 1) como para la comunidad y la nación (Am. 1–2). A veces puede considerarse como castigo administrado por Dios, o como castigo destinado a corregir la conducta de su pueblo (Pr. 3.12; Jue. 2.22–3.6), o un medio por el cual los hombres son probados o purificados (Sal. 66.10; Stg. 1.3, 12; 1 P. 1.7; Ro. 5.3) o acercados a Dios para entrar en una nueva relación de dependencia y comunión (Sal. 119.67; Ro. 8.35–37). Por ello el sufrimiento puede ser para bien (Ro. 8.28ss), o puede tener el efecto opuesto (Mt. 13.21).

Al dar testimonio de los sufrimientos del Mesías venidero (1 P. 1.10–12) los escritores del AT aprenden que Dios puede dar nuevo significado al sufrimiento. Su propia experiencia al servir a Dios en sus propósitos redentores para con Israel les enseñó que el amor de Dios tiene que ocuparse de compartir la aflicción y la vergüenza de aquellos a quienes estaba procurando redimir, como también de soportar sus reproches (Os. 1–3; Jer. 9.1–2; 20.7–10; Is. 63.9). Por lo tanto su verdadero Siervo, que cumplirá perfectamente su voluntad redentora, será un Siervo sufriente. Dicho sufrimiento no surgirá solamente como resultado de la fidelidad a Dios en el cumplimiento de su vocación, sino que ha de constituir la vocación misma que debe cumplir (Is. 53). Un nuevo significado y un nuevo propósito vicarios aparecen ahora en ese sufrimiento de carácter único, en el que un solo ser ha de sufrir en lugar de todos, a la vez que como representante de todos.

El sufrimiento puede adquirir nuevo significado para los que son miembros del cuerpo de Cristo. Pueden compartir los sufrimientos de Cristo (2 Co. 1.5ss; Mr. 10.39; Ro. 8.17), y considerarse comprometidos en una carrera o vocación de sufrimiento (Fil 1.29; 1 P. 4.1–2), ya que los miembros del cuerpo deben identificarse con la Cabeza en este sentido (Fil. 3.10; Ro. 8.29) como también con respecto a su gloria. Cualquiera sea la forma que adopte el sufrimiento del cristiano se lo puede considerar como una cruz que se puede llevar al seguir a Cristo por el camino de su cruz (Mt. 16.24; Ro. 8.28–29). Este sufrimiento es, en efecto, el camino inevitable que conduce a la resurrección y la gloria (Ro. 8.18; He. 12.1–2; Mt. 5.10; 2 Co. 4.17s). El medio para entrar en el reino de Dios es la tribulación (Hch. 14.22; Jn. 16.21). La llegada de la nueva era está precedida por dolores de parto en la tierra, los que la iglesia comparte en forma decisiva (Mt. 24.21–22; Ap. 12.1–2, 13–17; cf., p. ej., Dn. 12.1; Mi. 4.9–10; 5.2–4). Dado que los sufrimientos de Cristo son suficientes en sí mismos para dejar libres a todos los hombres (Is. 53.4–6; He. 10.14), es enteramente por gracia, y de ningún modo por necesidad, el que se pueda considerar que los sufrimientos en los que su pueblo participa con él completan lo que falta de sus aflicciones (Col. 1.24), y que proporcionan comunión en su sufrimiento vicario y redentor.

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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico