TEMPLECILLO

Templecillo (gr. naós). Edificio pequeño dentro del cual se conservaba la imagen o el sí­mbolo de un dios o una diosa. En algunos paí­ses católicos suele encontrarse edificios muy parecidos a los templecillos de la antigüedad, tanto a la vera de los caminos como en la cercaní­a de las ciudades y los pueblos, adonde va la gente para venerar a la Virgen Marí­a o a algún santo. La palabra “templecillos” se encuentra en la RVR sólo en Act 19:24, con respecto a un pequeño objeto de plata, probablemente una réplica del templo de Diana de los efesios, que se vendí­a a los peregrinos que iban a rendirle culto a la diosa. En el AT hay 2 frases hebreas que también se podrí­an traducir por “templecillos”: 1. Bêth .elôhîm, “la casa de los dioses” (Jdg 17:5). Se refiere al lugar erigido por Micaí­a para la adoración de imágenes. 2. Bêth habbâmôth, literalmente, “las casas de los altos lugares” (2Ki 17:29, 32; 13:19). Templo. Traducción del: 1. Heb. y aram. hêkal (un término derivado del sum.-ac. ekallu, derivado a su vez del sum. E-GAL, “palacio”, “templo” o, literalmente, “casa grande”), que se aplicó también al tabernáculo en Silo (1Sa 1:9; 3:3) y a la morada de Dios en el cielo (2Sa 22:7). 2. Heb. bayith, “casa”, “templo”, aplicada al templo de Dios (2Ch 35:20) y también a algún templo pagano (1Ch 10:10). En muchos pasajes donde bayith ha sido traducida por “casa” se refiere a un templo, ya sea de una divinidad pagana (Jdg 9:46; 2Ki 10:21; etc..) o al templo de Dios en Jerusalén (1Ki 6:2-10; etc.). Se consideraba que el templo era fundamentalmente la morada de la divinidad, y sólo en segunda instancia un lugar de culto. 3. Gr. hierón (Mat 4:5; 12:5, 6; etc.). 4. Gr. naós (Mat 23:16; etc.). En términos estrictos, hierón se aplica a todo el templo, con sus edificios auxiliares y sus atrios o patios; mientras que naós designa el santuario sagrado del edificio del templo, que estaba formado por el “lugar santo” y el “lugar santí­simo”. Todas las naciones de la antigüedad construyeron templos para sus dioses. Algunos de ellos eran estructuras complicadas, que abarcaban muchas hectáreas, y estaban constituidas por magní­ficos edificios y patios. Una de las ruinas mayores y mejor preservadas es la 1137del gran templo de Amón* en Tebas, en el Alto Egipto (figs 179, 180; en cuanto a los restos de otros templos, véanse las figs 37, 52, 53, 59, 61, 119, 136, 178, 192, 235, 295, 428, 524). En Palestina no han subsistido sobre la superficie ruinas de templos de la época prerromana, pero algunos de épocas anteriores se han podido desenterrar. Ponen de manifiesto que la mayorí­a de los templos anteriores a la invasión israelita estaban constituidos por 3 habitaciones principales: A. Una antesala por donde tení­a que pasar el adorador o el sacerdote antes de entrar. B. El santuario donde se presentaban los sacrificios, se oraba o llevaban a cabo otros deberes religiosos. C. Y más adentro, generalmente en un sitio más elevado, el lugar santí­simo con un pedestal sobre el cual estaba la imagen del dios. El templo a Dagón, en Asdod, adonde los filisteos llevaron el arca de Dios (1Sa 5:2-4), probablemente tení­a una estructura semejante a las que se han desenterrado en Bet-seán (para los planos véase la fig 490). El templo del dios Berit en Siquem (Jue 9:46), que ha sido excavado, era similar en diseño al que acabamos de describir, y el templo de Baal, en Samaria (2Ki 10:21), no debe de haber sido diferente de los que se han podido excavar en diversos lugares de Palestina y Siria. Aunque el AT dice muy poco acerca de los templos paganos de Canaán, nos da una descripción detallada del templo de Salomón y del templo ideal de la visión de Ezequiel, y también alguna información en cuanto al de Zorobabel. El de Herodes, escenario del ministerio de Cristo, aparece descripto en forma detallada en los escritos de Josefo y en la Mishná. 490. Maquetas modelos de los fundamentos de 2 templos de bet-seán construidos en los ss XIII y XII a.C. I. Templo de Salomón. Originalmente, David habí­a hecho planes para construir el templo de Jerusalén (2Sa 7:1-3), pero cuando no se le permitió edificarlo (vs 5, 6), acumuló durante el resto de su vida una enorme cantidad de materiales de construcción y metales preciosos (1Ch 22:2, 16) que, junto con una planificación detallada (28:11, 12), entregó a su hijo Salomón, encargándole llevar adelante el proyecto. David ya habí­a comprado el lugar donde se construirí­a el templo: la era de Ornán (1Ch 21:25 -22:1; fue el lugar antes llamado “monte Moriah”,* la escena de la ofrenda de Isaac por parte de Abrahán). Aunque el AT nos da una detallada descripción del edificio y de su mobiliario, algunos de sus términos son oscuros y, por consiguiente, es incorrecto mucho de lo que se ha intentado reconstruir, basado en conjeturas anteriores a las evidencias arqueológicas con respecto a los métodos de edificación, las técnicas practicadas y los detalles arquitectónicos de los dí­as de Salomón. Se sabe mucho más ahora, es cierto, pero sigue habiendo incertidumbre con respecto a algunos detalles, como lo demostrará la explicación que sigue. La colina nororiental de Jerusalén, sobre la cual Salomón construyó el templo y muy probablemente las estructuras del palacio real, era de forma irregular, y sin duda invirtió una gran cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo para lograr primeramente una plataforma lo suficientemente plana y amplia como para levantar sobre ella varios edificios (fig 278). Esto explica el largo tiempo que se necesitó -20 años (1Ki 9:10)- para construir el templo y los palacios. Ejemplos de esas plataformas artificiales abundan en el Cercano Oriente; las más famosas son las de Persépolis y Pasargada en Persia, y la del gran templo del Sol en Baalbek, en el Lí­bano. En efecto, la actual plataforma del área del templo en Jerusalén, que hoy es un sagrado recinto musulmán (fig 279), da una buena idea de cómo habrá sido la construida por el rey Salomón, aunque la estructura actual está formada por materiales de construcción de los tiempos de Herodes y aún posteriores. Actualmente, algunas de las bóvedas subterráneas de la plataforma de Jerusalén se usan como cisternas, y 1138 491. El templo de Salomón (de acuerdo con L.-Hugues Vincent y A.-M. Steve). Arriba: Plano horizontal del edificio del templo. Centro izquierda: Sección este-oeste. Centro derecha: Sección transversal a través del santuario. Abajo: Elevaciones de frente y de costado. 1139 es muy probable que la de Salomón contuviera depósitos similares para acumular agua de lluvia, porque en esa ciudad el agua siempre fue escasa. 492. Roca sobre la cual se cree fue erigido el altar del sacrificio del templo construido por Salomón, en Jerusalén. En 7 años se construyó el templo y sus edificios auxiliares (1Ki 6:37, 38). Además de la estructura del santuario, el recinto (fig 491) abarcaba 2 patios o atrios (2Ki 23:12): A. Un “gran atrio” (2Ch 4:9) al cual todos podí­an acceder. B. “El atrio interior” (1Ki 6:36), llamado también “el atrio de los sacerdotes” (2 Cr. 4:9) o “el atrio de arriba” (Jer 36:10), que era mayormente el dominio de los sacerdotes y levitas. Nada se sabe de sus tamaños y formas. La Biblia menciona una cantidad de puertas que aparentemente daban acceso al área del templo, pero no especifica cuál de ellas conducí­a al atrio exterior y cuál de éste al interior; ni indica tampoco cuáles eran exactamente sus ubicaciones respectivas. Las puertas que se mencionan por nombre son: 1. “La puerta del rey” (1Ch 9:18), al este. 2. “La puerta nueva” (Jer 26:10; 36:10), ubicada posiblemente al sur. 3. “La puerta superior de Benjamí­n” (20:2), quizás al norte. 4. “La puerta más alta”, construida por Jotam (2Ki 15:35), tal vez ubicada en el muro del norte y quizá la misma llamada “la puerta superior de Benjamí­n” (Jer 20:2). 5. Otra “puerta mayor” (2Ch 23:20) que conectaba al templo con el recinto del palacio, por lo que podrí­a haber estado en el costado sur. 6. “La puerta de Salequet” (1Ch 26:16), en el oeste. Nada se sabe acerca del muro del atrio exterior; parece que a su vez era el muro exterior de la ciudad, a lo menos en los costados que daban hacia el norte y el este. El muro del atrio interior habí­a sido construido con materiales más livianos, y estaba formado por 3 hileras de piedras labradas revestidas con madera de cedro (1Ki 6:36), un método de construcción inusual, confirmado por ruinas heteas exhumadas en el norte de Siria y por estructuras de Meguido construidas en los dí­as de Salomón. 493. Maqueta de Howland-Garber del templo de Salomón. El templo tení­a 60 codos de largo, 20 de ancho y 30 de alto. Es muy probable que estas medidas se hayan aplicado al interior del edificio. No se sabe si los constructores emplearon el codo común o el codo real, que era más largo. El edificio, que daba hacia el este, estaba formado por: A. Un vestí­bulo o entrada, de 20 codos de ancho por 10 de profundidad. 1140 B. El “lugar santo”, de 20 codos de ancho por 40 de largo. C. El “lugar santí­simo”, que medí­a 20 codos por lado (1Ki 6:20) -y por lo tanto era un cubo perfecto (1Ki 6:2, 3, 16, 17)-, lo que indicarí­a que el piso del santí­simo estaba 10 codos más elevado que el del lugar santo o su techo era 10 codos más bajo (fig 494). 494. Sitio aproximado del lugar santí­simo (en primer plano) en el templo construido en Jerusalén. Los muros eran de piedras labradas en las mismas canteras (1Ki 6:7) y el cielo raso estaba recubierto con tablas de cedro (v 9), lo mismo que aquéllos. El piso era de madera de ciprés (v 15). Toda la parte interior estaba tallada con figuras de querubines, palmas y flores, y revestida de oro (1Ki 6:28, 20-22, 29, 30, 32, 35; 2Ch 3:7). Debajo del techo habí­a una serie de ventanas anchas por dentro y estrechas por fuera (1Ki :4), posiblemente provistas de persianas para permitir la entrada de la luz solar. La división entre los lugares santo y santí­simo era de madera de cedro revestida de oro, con una puerta de 2 hojas de madera de olivo revestida de oro también, y decorada con querubines, palmas y flores (1Ki 6:31, 32). Una cadena de oro colgaba frente a esa división, evidentemente para sostener una cortina confeccionada de acuerdo con la que existí­a en el tabernáculo (1Ki 6:21; 2Ch 3:14). No se sabe si el lugar santí­simo se encontraba en el mismo nivel del lugar santo, o más elevado, al que se podí­a llegar por medio de una escalera. Algunos eruditos creen que la altura menor dada para la estancia más pequeña, 20 codos contra 30 del lugar santo, indica que su piso era 10 codos más alto, con el techo en el mismo nivel para ambas estancias (fig 493), con lo que el templo de Salomón habrí­a seguido el mismo modelo de los templos excavados en otros lugares, en los que con frecuencia el lugar que se encontraba más adentro estaba en un nivel superior al de los otros recintos. Otros eruditos, en cambio, creen que los pisos de todas las estancias del templo estaban al mismo nivel, y que el techo del lugar santí­simo tení­a una altura de sólo 20 codos, porque debió haber habido habitaciones construidas entre su techo y el resto del techo del edificio. Creen encontrar apoyo para su teorí­a en 1Ch 28:11 y 2Ch 3:9 (fig 491). En los muros exteriores del santuario, en los costados que daban al norte, al oeste y al sur, habí­a 3 pisos constituidos por pequeñas habitaciones que probablemente se usaban como oficinas administrativas y depósitos (1Ki 6:5-10). Muchos eruditos creen que en el frente del templo habí­a 2 torres monumentales, o una entrada formada por torres cuadradas. La teorí­a de las torres monumentales encuentra algún asidero en 2Ch 3:4, que se refiere a la altura del vestí­bulo y nos dice que era de 120 codos. Si esta cifra es correcta, sólo se puede tratar de altas torres. En el frente del templo se levantaban 2 columnas de bronce, con capiteles ricamente decorados, cada una de las cuales tení­a 18 codos de alto (1Ki 7:15-22; 2Ch 3:15-17). Sus nombres, Boaz* y Jaquí­n,* habrí­an sido las palabras iniciales de las inscripciones que se encontraban en las columnas. La evidencia proporcionada por los arqueólogos nos revela que esas columnas, separadas del resto de la estructura, eran una 1141 caracterí­stica común de los templos fenicios. En el lugar santí­simo estaba el arca con su cubierta de oro (llamado “propiciatorio”). Era el arca original hecha en el monte Sinaí­ bajo la dirección de Moisés. La cubrí­an 2 grandes querubines revestidos de oro, producidos por los artesanos de Salomón (1Ki 6:23-28). En el lugar santo, aunque en realidad pertenecí­a al lugar santí­simo, se encontraba el altar de oro destinado al incienso (1Ki 6:20, 22; cf 7:48); 10 candeleros en lugar del único que habí­a en el tabernáculo (7:49); y “mesas” para los panes de la proposición (1Ch 28:16; 2Ch 4:18, 19; 13:11). En el atrio interior estaba el gran altar de bronce de los sacrificios (1Ki 8:64; 2Ki 16:14), 4 veces más largo y más ancho que el del tabernáculo (2Ch 4:1; cf Exo 27:1); también la gran fuente de bronce que descansaba sobre los lomos de 12 bueyes del mismo metal, y 10 fuentes transportables (1Ki 7:23-39). Véanse los nombres de estos objetos. Varias veces se hicieron reparaciones en el templo de Salomón (2Ki 12:5-14; 22:5-7), que en total duró unos 400 años. El ejército de Nabucodonosor lo destruyó en el 586 a.C.: quebraron las columnas y la fuente, y se llevaron el bronce a Babilonia junto con los vasos de metal (25:9-17). Bib.: H. C. Thomson, PEQ 92 (1960):57-63. II. Templo de Ezequiel. El descripto en Eze 40:1-43:27. El profeta lo vio en visión, y no resulta claro si Zorobabel construyó su templo de acuerdo con sus planos y especificaciones, o en qué medida lo hizo, o si sencillamente representaba el plano de un templo que podrí­a haberle servido a un pueblo restaurado y obediente, y que nunca se construyó porque dicho pueblo no satisfizo las expectativas ni los requerimientos del Señor. Véanse Profeta; Pueblo elegido. Se ha reconocido desde hace mucho tiempo que, en sus aspectos esenciales, el templo de Ezequiel se asemeja a la planta del templo de Salomón, y las evidencias arqueológicas descubiertas recientemente indican que las puertas de Ezequiel, descriptas con lujo de detalles, concuerdan casi exactamente con las puertas construidas en Meguido, Hazor y Gezer por los arquitectos de Salomón (figs 495, 496). Howie fue el primero en reconocer que el trazado y las medidas dadas por Ezequiel para la puerta oriental de su templo concordaban en todos los aspectos esenciales con la puerta de la ciudad de Meguido, excavada en el nivel salomónico de esa ciudad. En 1957 Yadin descubrió una puerta idéntica durante las excavaciones practicadas en Hazor, en el nivel correspondiente a Salomón, lo que indica que fue planeada por el mismo arquitecto que habí­a sido responsable de la puerta de Meguido. En 1958, Yadin demostró que una puerta salomónica de más o menos las mismas dimensiones habí­a sido descubierta durante ciertas excavaciones practicadas muchos años antes en Gezer, pero no se habí­an reconocido sus verdaderas caracterí­sticas por causa de los métodos arqueológicos imperfectos que se aplicaban en ese entonces. Esta puerta, completamente excavada por la expedición norteamericana de Gezer desde 1966 hasta 1969, resultó ser idéntica a las puertas de Salomón descubiertas en Meguido y Hazor. Estos hallazgos nos revelan que las descripciones, ya sea del templo de Salomón o del edificio ideal de Ezequiel, se pueden usar para aclarar los detalles estructurales y arquitectónicos de cada uno de ellos. 495. Una puerta del templo de Salomón en Hazor (bien abajo a la izquierda), muy similares a las puertas del templo descriptas por Ezequiel y probablemente a las del templo de Salomón. 496. Reconstrucción artí­stica de la puerta salomónica en Meguido. La parte interior (parte superior, centro) se corresponde en trazado y medidas con las puertas del templo descriptas por Ezequiel, y probablemente con las del templo de Salomón. Puesto que el templo de Ezequiel nunca existió realmente, a continuación sólo daremos un breve resumen de sus aspectos esenciales (fig 497). Su principal caracterí­stica es la perfecta simetrí­a que se nota en todos sus aspectos. El edificio completo, un cuadrado de 500 codos, se abre hacia el este. Consiste en un atrio exterior rodeado por un muro en el cual se encuentran 3 puertas idénticas: una en el lado norte, otra en el este y otra en el sur. Una cantidad de estructuras sirven de división entre los atrios exterior e interior, y 3 puertas idénticas a las ya mencionadas están ubicadas en posiciones opuestas a las puertas exteriores, y permiten el acceso al atrio interior. En este atrio se levanta el gran altar de los sacrificios, del cual se dan las medidas exactas, y el edificio del templo propiamente dicho, construido sobre una plataforma más elevada y al que se llega por medio de peldaños que se encuentran al frente del vestí­bulo. El templo está conformado por un vestí­bulo (presumiblemente con torres), más el lugar santo y el lugar santí­simo (cuyas medidas son aproximadamente las del templo de Salomón), rodeadas de cámaras laterales ubicadas en 3 pisos y distribuidas en los costados norte, oeste y sur del edificio. Frente al templo se yerguen 2 columnas separadas de la estructura. Para más detalles véase la fig 497; las descripciones de los intentos de reconstrucción de los planos del templo de Ezequiel, y las diferentes interpretaciones de ellas, aparecen en los comentarios bí­blicos y, especialmente, en CBA 4:741-755. Bib.: C. G. Howie, BASOR 117 (1950):13-19; 1142 497. Plano del templo de Ezequiel. 1143 Y. Yadin, IEJ 8 (1958):80-86; G. E. Wright, BA 21(1958),103,104; W. G. Dever, EAEHL II:436,437,441. III. Templo de Zorobabel. El que estaba en Jerusalén, reconstruido después del exilio gracias a un decreto del rey Ciro. De acuerdo con ese permiso real, debí­a tener 60 codos de ancho y 60 codos de alto, pero en dicho documento no figura la longitud (Ezr 6:3). La construcción comenzó en el 2º año después del regreso de los exiliados de Babilonia, pero los constructores encontraron tanta oposición por parte de sus enemigos en su patria, que la obra pronto llegó a una virtual interrupción, y permaneció en esa situación hasta el reinado de Darí­o I. En el 2º año de su reinado los profetas Hageo y Zacarí­as animaron a Zorobabel, el gobernador, y a Josué, el sumo sacerdote, para que hicieran otro esfuerzo con el fin de reconstruir el templo. Respondieron favorablemente, y con el apoyo entusiasta de toda la nación y la buena voluntad de los funcionarios y del rey persa, el nuevo templo, generalmente llamado Segundo Templo, se terminó junto con las estructuras auxiliares en un perí­odo de unos 4 1/2 años, desde el 520 hasta el 515 a.C. (Ezr 3:8-4:5; 4:24-6:15). Mapa XVII, I. No se conocen sus medidas, aunque es razonable suponer que se siguieron los lineamientos generales del templo de Salomón. La decoración de los edificios no era tan suntuosa, y los que habí­an conocido el primero lloraron al ver la sencillez de su diseño cuando apenas se colocaron las piedras de los fundamentos (Ezr 3:12; cf Hag. 2:3). El hecho de que los judí­os hayan empleado 2 años menos en construir el nuevo templo, se debió no sólo a que era una edificación más pequeña, sino también a que ya existí­a la antigua plataforma de los dí­as de Salomón (véase más arriba), gran parte de la cual sin duda se pudo utilizar después de hacerle algunas reparaciones. Puesto que la preparación de esa plataforma debió de haber consumido mucho tiempo, esfuerzo y dinero, la reconstrucción de las estructuras superiores en el mismo lugar ciertamente tuvo que haber sido ventajoso ya que se podí­an aprovechar los fundamentos del antiguo templo. La madera de cedro que se utilizó en el templo se trajo de los montes Lí­bano (Ezr 3:7), y los metales preciosos para las decoraciones provinieron de las ofrendas voluntarias del pueblo y de los dirigentes (1:6; 2:68, 69). Muchos de los vasos del antiguo templo, que el ejército de Nabucodonosor llevó a Babilonia (7:1-11), fueron devueltos por Ciro a los funcionarios judí­os, quienes los trajeron de regreso a Jerusalén. El edificio del templo estaba dividido, como antes, en lugar santo y lugar santí­simo, y como antes también esa división era una pared, aunque habí­a una cortina (1 Mac. 1:22). Las paredes interiores estaban recubiertas de oro. El lugar santí­simo estaba vací­o, porque el arca de Dios y los querubines desaparecieron cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en el 586 a.C. Los judí­os han conservado una tradición según la cual Jeremí­as y algunos de sus seguidores la habrí­an escondido en una caverna. Después del regreso del exilio todos los esfuerzos desplegados para recuperar el arca sagrada han sido infructuosos, y hasta hoy no han tenido éxito. En el lugar santo estaba el altar de oro del incienso, un candelabro y una mesa para los panes de la proposición (1 Mac. 1:21, 22). Varios pasajes indican que habí­a oficinas y depósitos adosados al templo, o en los edificios que rodeaban los atrios (Ezr 10:6; Neh 10:37-39; 12:44; 13:4; 1 Mac. 4:38), y se mencionan diversos atrios (Neh 8:16; 13:7). En el interior se encontraba, como antes, un altar para los sacrificios (Ezr 7:17), esta vez hecho de piedra y no de bronce, como en el templo de Salomón (1 Mac. 4:44-47). En él habí­a también una “fuente”, probablemente de bronce (Eclo. 50:3). Varias puertas daban acceso al templo (Neh 6:10; 1 Mac. 4:38); no sabemos cuántas eran ni dónde estaban ubicadas. Aparentemente, los ritos religiosos de la ley mosaica se celebraron ininterrumpidamente durante el perí­odo persa y los primeros 150 años de la dominación helení­stica de Palestina. Se dice que Alejandro Magno habrí­a visitado el templo, como lo habrí­an hecho también a lo menos 2 de los Tolomeos (Tolomeo III y Tolomeo IV; 3 Mac. 1:9, 10). Antí­oco IV Epí­fanes lo profanó en el 168 a.C. al levantar en el atrio un altar dedicado a Júpiter Olí­mpico y al sacrificar cerdos en él. Se llevó asimismo el mobiliario sagrado del lugar santo, y todos los tesoros del templo, (1 Mac. 1:21-23). No obstante todo eso, fue reparado, se lo volvió a amueblar y se lo rededicó en el 165 a.C. después que las fuerzas de los macabeos tomaron Jerusalén (1 Mac. 4:43-59); la fiesta de la Dedicación (Joh 10:22) se originó en ese tiempo. Cuando Pompeyo tomó Jerusalén en el 63 a.C., el templo no sufrió ningún daño, pero más tarde fue objeto de pillaje por parte de las tropas de Craso. Posiblemente haya sufrido daños adicionales en la toma de Jerusalén por Herodes en el 37 a.C. En ese tiempo, el templo, que ya tení­a 500 años, necesitaba 1144 una reparación profunda, o una reconstrucción total. Herodes decidió, en cambio, levantar un nuevo templo que superara en esplendor y hermosura a cualquier otro edificio del paí­s (Mat 24:1; cf Luk 21:5). Bib.: T-H v.9; C-PF 28; FJ-AJ xiv.16.2; xi.8.5; FJ-AA ii.48; FJ-AJ xii.5.4; xiv.4.4; 7.1; 16.2, 3; CBA 4:515-517. IV. Templo de Herodes. Cuando Herodes anunció su deseo de construir un nuevo templo, los judí­os temieron que lo derribara y no hiciera nada. Por esa razón, ideó un método de reconstrucción que consistí­a en demoler sólo lo necesario para el avance de la nueva construcción. Al progresar sus diferentes etapas, parecí­a que el monarca se limitaba a reparar lo que ya existí­a, cuando en realidad levantaba una estructura completamente nueva, sin que por ello se interrumpieran los servicios religiosos. Primero reconstruyó el santuario propiamente dicho. Esta obra comenzó en el 20/19 a.C. y duró 18 meses. Los materiales que se usaron en el templo ya estaban terminados cuando llegaban a la obra, y sólo se empleó sacerdotes para trabajar en sus estructuras interiores. Una vez terminado, se continuó con los edificios exteriores. La mayor parte, incluso los pórticos, se terminó en los siguientes 8 años, pero las obras de decoración y embellecimiento prosiguieron hasta la procuradurí­a de Albino (c 62-64 d.C.), inmediatamente antes que estallara la guerra judí­a. Puesto que las actividades relacionadas con la construcción del templo proseguí­an durante el ministerio de Cristo, es comprensible que los judí­os hayan dicho que se habí­a estado construyendo durante 46 años (Joh 2:20). En él Jesús fue dedicado cuando niño; en su recinto se encontró con los doctores de la ley cuando tení­a 12 años; de su atrio exterior expulsó a los cambistas; sus aposentos lo oyeron enseñar y predicar a él y a sus discí­pulos; y en una de sus puertas, hermosamente decorada, Pedro y Juan curaron a un paralí­tico. El conjunto del templo, con todos sus edificios, se incendió durante la toma de Jerusalén por las fuerzas de Tito en el 70 d.C. Aunque se habí­an dado órdenes estrictas para que se lo preservara, un soldado arrojó una antorcha y el santuario se incendió. Así­ fue destruido uno de los más hermosos edificios de su tiempo. Aunque el templo construido por Herodes el Grande era realmente una nueva estructura, los judí­os siempre se refirieron a él como el Segundo Templo, considerándolo sólo una remodelación o reparación del anterior. Como consecuencia del odio que sentí­an por el monarca, tanto los escritos judí­os ortodoxos como la Mishná -que lo describe detalladamente-, nunca mencionan por nombre a su constructor. Gracias a las descripciones de Josefo, de la Mishná (Middoth) y de las evidencias arqueológicas descubiertas actualmente en el lugar, podemos tener una idea bastante aproximada del templo de Herodes. La siguiente descripción se basa en esas fuentes (figs 498 [las letras y números entre paréntesis remiten al plano], 499). La superficie cubierta del antiguo templo se amplió hasta abarcar el doble de su tamaño anterior, incluyendo también los terrenos donde se encontraba el palacio en los dí­as de Salomón. Las investigaciones arqueológicas demuestran que el edificio musulmán actual, el Haram esh-Sherîf, cubre casi exactamente la extensión del templo destruido, y que una buena parte de los muros de esa estructura moderna descansan sobre los fundamentos o las porciones de paredes de los tiempos de Herodes (Mapa XVII; fig 498). El muro exterior contení­a al atrio de los gentiles, al que todos podí­an acceder. Galerí­as encolumnadas, generalmente llamadas pórticos, se extendí­an alrededor de la superficie interior de ese muro. Se los construyó de acuerdo con las stoas griegas: galerí­as de columnas que se encontraban en el ágora o plaza de mercado de toda ciudad helena (fig 53). El pórtico del sur, llamado Real, tení­a 162 columnas altas, ordenadas en 4 filas, que formaban 3 corredores: el del medio era más alto y más ancho que los de los costados. Todas las demás galerí­as que rodeaban el atrio exterior tení­an 3 hileras de columnas. La parte meridional de la galerí­a oriental se llamaba Pórtico de Salomón (Joh 10:23; Act 3:11; 5:12). 1145 498. Plano del templo de Herodes y su emplazamiento, con la Torre Antonia en la esquina superior izquierda (de acuerdo con L.-Hugues Vincent y A.-M. Steve).* 1146 Ocho puertas permití­an la entrada a este atrio exterior. Una, la Puerta de Susa, se hallaba al este, en el lugar de la actual Puerta Dorada (P); otra estaba al norte (O). Las 2 puertas del sur, llamadas Puerta de Hulda I y II, daban acceso al atrio del templo desde la parte más baja de la ciudad por medio de escaleras que terminaban dentro del atrio. Estas 2 entradas, todaví­a visibles en la parte del muro que se ha preservado, demuestran que una tení­a 2 puertas y la otra 3 (I2 y I3). En el muro oriental habí­a 4 puertas principales y una entrada pequeña, de las cuales, la más meridional (J), era una puerta a la que se llegaba por medio de una escalera en forma de L y un puente (el Arco de Robinson), que cruzaba la calle que corrí­a al fondo del muro occidental en el valle de Tiropeón, que franqueaba dicho muro. Esta puerta, con su escalera y su puente -que ha sido totalmente desenterrada gracias a las excavaciones de B. Mazar llevadas a cabo entre 1968 y 1977-, no es mencionada en los registros de la antigüedad. Otra puerta (L) se podí­a alcanzar gracias a un puente que se extendí­a sobre el valle. La mayor parte del puente, conocido ahora como Arco de Wilson, todaví­a se conserva, a pesar de que el valle, en gran medida, ha sido rellenado con escombros. Entre las puertas J y M habí­a otra entrada pequeña al nivel de la calle, en el valle de Tiropeón. Una escalera que partí­a de esa entrada conducí­a al interior del atrio (K). No se sabe mucho más en cuanto a las otras 2 puertas del este (M y N). En la esquina noroccidental (H1) habí­a una escalera que conducí­a a la fortaleza* (o cuartel) de Antonia, que estaba ubicada en una plataforma de roca a mayor altura que el atrio del templo. La construyó Juan Hircano en el lugar de la antigua ciudadela, llamada bîrâh (o “palacio de la casa”) por Nehemí­as (2:8). Herodes la habí­a ampliado y la habí­a convertido en un palacio fortificado. En el centro de la estructura se encontraba el santuario, a mayor altura que el atrio exterior. Se podí­a acceder a él desde el norte, el este y el sur por medio de escaleras de 14 peldaños cada una. Fuera de esta terraza habí­a un muro de 3 codos de alto, coronado por columnas, con entradas al recinto sagrado en 9 lugares ubicados exactamente en frente de las 9 puertas del muro interior. Habí­a tablillas que contení­an una advertencia, escritas en griego y latí­n, que decí­a: “Ningún extranjero [= no judí­o] puede pasar más allá de la balaustrada y del muro que rodea al templo. Quienquiera sea sorprendido dentro será responsable de su muerte, que le sobrevendrá sin dilación”. Una de esas tablillas (fig 500), con su inscripción completa en griego, fue descubierta por Charles Clermont-Ganneau en 1871; hoy se encuentra en el Museo de Estambul. Parte de una 2a tablilla, descubierta mientras se trabajaba en la reparación de una calle de Jerusalén en 1935, se encuentra ahora en el Museo Arqueológico de Jerusalén. Cuando el apóstol Pablo fue arrestado en el templo, se lo acusó de haber introducido a un gentil dentro de ese muro (con lo que habrí­a traspasado esa orden; Act 21:28, 29). Sobre esa terraza se levantaba el muro interior, de 25 codos de alto (separaba el atrio interior del exterior y del mundo), y el santuario propiamente dicho. Al atrio interior se accedí­a a través de 9 puertas: una estaba al oriente, 4 al norte y 4 al sur (1-9). En el lado interior de este muro habí­a habitaciones o cámaras que serví­an de depósitos y oficinas que se abrí­an hacia pórticos. La parte oriental, alrededor de 1/3 de todo el recinto sagrado, estaba separada del resto por un muro. Era el atrio de las mujeres (F), que tení­a ese nombre porque las mujeres judí­as y los niños podí­an entrar en él. El “lugar de las ofrendas”, mencionado como escenario de algunas de las enseñanzas de Jesús en el templo (Joh 8:20), se encontraba en el atrio de las mujeres. Ese nombre se aplicaba ya sea al pórtico que rodeaba al atrio, en el cual se hallaban ubicadas las cajas que serví­an para recibir las ofrendas -llamadas “trompetas” a causa de su forma-, o a las habitaciones en las que se depositaban los donativos y las ofrendas. Una gran puerta se encontraba entre el atrio de las mujeres y el siguiente, que estaba en un nivel superior. Una escalera semicircular de 15 peldaños conducí­a a esa gran puerta, que tení­a 40 codos de ancho y 50 de alto (E). No existe seguridad de si esta puerta (E), o la que conducí­a al atrio de las mujeres desde el exterior (G), era la Puerta La Hermosa* donde Pedro curó al mendigo paralí­tico (Act 3:2). La parte occidental del recinto sagrado contení­a el atrio de los sacerdotes (C), junto al edificio del templo. A su alrededor, por sus 3 lados, estaba el atrio de Israel, llamado también de los hombres (D), al que tení­an acceso todos los judí­os de sexo masculino. Estos 2 atrios estaban separados por un muro de alrededor de 1 codo de altura. Dentro del atrio de Israel habí­a una serie de cámaras destinadas a depósitos, y también la sala en que sesionaba el Sanedrí­n o tribunal supremo (Act 5:21). En el atrio de los sacerdotes (C) se encontraba el altar de los sacrificios y la “fuente” de bronce (B). Sólo los sacerdotes podí­an entrar 1147 allí­, excepto cuando se les permití­a la entrada a los judí­os para que pudieran presentarse delante del altar con sus ofrendas. Según la Mishná, el altar, de piedras rústicas, tení­a 15 codos de alto y 32 por lado en la base. Era posible llegar hasta él por una rampa. Esas medidas difí­cilmente puedan ser las correctas. Se cree generalmente que el altar de los sacrificios estaba en el lugar abarcado ahora por la Mezquita Musulmana de la Roca, a la que por error se llama Mezquita de Omar (figs 278, 279, 281, 368, 492). Debajo de esa roca hay una cueva a la que se puede llegar por una escalera. Tení­a un agujero a través del cual los sacerdotes podí­an echar a la cueva las porciones desechables de las ví­ctimas sacrificadas, como asimismo las cenizas y los huesos, que retiraban durante la noche, para que los adoradores en el templo no sintieran el mal olor de esos materiales de desecho (fig 492). Desde el atrio de los sacerdotes hasta el vestí­bulo del templo se llegaba por una escalera de 12 peldaños. Este vestí­bulo tení­a 100 codos de alto, 100 de ancho y 20 de profundidad, con escaleras en espiral en sus 2 alas. El portal monumental era de 70 codos de alto y 25 de ancho. No tení­a hojas, de manera que la gran puerta del santuario se podí­a ver desde afuera. Estaba formada por 2 hojas de oro, de 55 codos de alto y 16 de ancho, que se abrí­an hacia el lugar santo (A), el cual tení­a el mismo tamaño (40 codos por 20) que el del templo de Salomón, con la excepción de que eran de 60 codos de alto (en lugar de 30). El mobiliario era el usual: un altar de oro para el incienso, una mesa para los panes de la proposición y un candelabro. El lugar santí­simo, que se encontraba vací­o, estaba separado del aposento mayor (según la Mishná, Yoma 5.1) por 2 cortinas paralelas. Que estas cortinas se rasgaran en ocasión de la muerte de Cristo (Mat 27:51; Heb 6:19; 10:20) era evidencia de que habí­an llegado a su fin los servicios simbólicos del sistema de sacrificios. Adosadas a los costados del norte, del oeste y del sur del templo, habí­a 3 pisos con habitaciones similares a las del templo de Salomón. Bib.: ARI 142-155; M. Ben-Dov, “Temple of Herod” [El templo de Herodes], IDBS 870-872; T. A. Busink, Der Tempel von Jerusalem [El templo de Jerusalén] (Leiden, 1970); P. L. Garber, “Reconstructing Solomonzs Temple” [La reconstrucción del templo de Salomón], BA 14 (1951):2-24; J. Quellette, “Temple of Solomon” [El templo de Salomón], IDBS 872-874; A. Parrot, The Temple of Jerusalem [El templo de Jerusalén] (Londres, 1957); W. F. Stinespring, “Jerusalem Temple” [El templo de Jerusalén], IDB IV:534-560; L.-H. Vincent y F.-M. Abel, Jérusalem Nouvelle [La nueva Jerusalén] (Parí­s, 1914-1926); Vincent y A.-M. Steve, Jérusalem de lzAncien Testament [La Jerusalén del AT] (Parí­s, 1954, 1956); G. E. Wright, “Solomonzs Temple Resurrected” [El templo de Salomón resucitado], BA 4 (1941):17-31; “The Temple of Solomon” [El templo de Salomón], ibí­d., 7 (1944):73-77; FJ-AJ xv.11; FJ-GJ v.5; vi.4; FJ-AJ xv.11; FJ-GJ v.5; QDAP 6 (1936):1-3. 499. Maqueta de Schick del templo de Herodes, en Jerusalén, que muestra la Fortaleza Antonia (esquina superior izquierda). Templo, Guardiana del (gr. neí‡kóros). El pasaje (Act 19:35) identifica a Efeso como la guardiana del templo de la diosa Diana* o Artemisa. 1148 Esta expresión aparece en una inscripción griega descubierta en Priene con un sentido similar al del NT al decir que cierto “Megabyzos” era el “neí‡kóros del templo de Artemisa que está en Efeso”. 500. Inscripción griega, de la balaustrada del templo de Herodes, prohibiendo a los gentiles entrar al área sagrada del templo. Templo, Impuesto del. El antecedente del impuesto del templo lo encontramos en Ex. 30:13-15, donde se nos dice que cada israelita de sexo masculino, de 20 años o más, debí­a pagar a los sacerdotes en ocasión del censo un impuesto de 1/2 siclo de plata como “ofrenda a Jehová”. En el decreto de Artajerjes, además de las dádivas del rey, se hizo provisión para que los judí­os pagaran un impuesto para la reconstrucción y conservación del templo. Los levitas y sacerdotes estaban exentos del pago de este impuesto (Ezr 7:24), y los judí­os interpretaron que esta exención alcanzaba también a los profetas. En los dí­as de Nehemí­as los israelitas aceptaron pagar voluntariamente un impuesto anual equivalente a 1/3 de siclo para el sostén de los servicios del templo. De acuerdo con Josefo, este impuesto aumentó después a 1/2 siclo, que es lo que se menciona en Mat 17:24-27 En tiempos del NT, las autoridades judí­as habí­an elegido con este fin la tetradracma tiria, porque generalmente era una moneda de buena calidad, de peso uniforme y bien homogénea (fig 170). Los recaudadores de este impuesto convencieron a Pedro para que comprometiera a Jesús en su pago. En cierto sentido, esto habrí­a equivalido a que Jesús admitiera que no era el Hijo de Dios. Pero para no producir más dificultades innecesarias, el Señor hizo un milagro (tanto para sí­ mismo como para Pedro) para pagarlo. Véase Dinero. Bib.: FJ-AJ xviii.9.1. Templo, Sirvientes del (heb. nethînîm, “los que fueron dados”; aram. nethînîn). Término que aparece con frecuencia en la literatura posterior al exilio, y que se aplicaba a una clase de hombres dedicados al templo y a su servicio. De las referencias a ellos que encontramos en el NT deducimos que se trataba de algo así­ como esclavos dedicados al servicio del templo, para hacer las tareas más humildes relacionadas con sus ceremonias, y quienes además eran sirvientes de los sacerdotes y levitas. Eran descendientes de cananeos, o prisioneros de guerra dedicados al templo, de acuerdo con una antigua costumbre israelita. La 1ª mención de ella la encontramos en Num 31:30 y 47, donde se nos dice que Moisés le dio a los levitas como siervos una cierta cantidad de prisioneros madianitas. Más tarde, los gabaonitas también llegaron a ser esclavos del templo; su tarea especial consistí­a en traer agua y leña (Jos 9:23). David y sus prí­ncipes aumentaron su número (Ezr 8:20); con la salvedad de que los extranjeros que Salomón dedicó al servicio del templo conservaron su tí­tulo de “siervos de Salomón” (2:55). Varios de los nombres de los antepasados de los servidores del templo, como Rezí­n y Sí­sara, eran de origen extranjero (vs 43-54; etc.). Muchas de estas personas regresaron de Babilonia con Zorobabel después del exilio, aunque no se sabe con exactitud cuántos eran, puesto que se los menciona en conjunto como los “siervos de Salomón” (Ezr 2:58; Neh 7:60). Unos 220 sirvientes del templo regresaron con Esdras a Jerusalén unos 80 años más tarde (Ezr 8:20). Esto revela que no solamente habí­an llegado a formar parte de la organización de la nación judí­a, sino que se consideraban miembros de ella, y la religión de los judí­os, a lo menos después del exilio, habí­a llegado a ser su propia religión. Esto resulta evidente también por el hecho de que suscribieron el pacto de Nehemí­as, establecido entre el pueblo y Dios (Neh 10:28, 29). Tal como otros eclesiásticos, los sirvientes del templo estaban exentos de pagar impuestos bajo la administración persa, y viví­an en ciudades especiales (Ezr 7:24; 2:70). Dentro de la ciudad de Jerusalén ocupaban un sector de Ofel, al sur de la zona del templo, frente a la Puerta de las Aguas (Neh 3:26).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

(gr., naos, templecillo o templo). Una morada para un dios o una diosa (Act 19:24), utilizada únicamente una vez en las versiones castellanas; mas la misma palabra gr. naos se traduce †œtemplo† en sus otras 45 apariciones en el NT (p. ej., Act 17:24; 1Co 3:16).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

naos (naov”, 3485), la parte más interior de un templo, santuario. Se emplea en plural en Act 19:24, de los modelos de plata del santuario pagano en el que se conservaba la imagen de Diana (griego, Artemisa). Los modelos, eran grandes o pequeños, y eran signos de riqueza y devoción por parte de los compradores. La variedad de formas relacionadas con el embellecimiento de la imagen daba “no poca ganancia” a los plateros. Véase TEMPLO.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento