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TEOLOGIA PRACTICA

TEOLOGIA PRACTICA

SUMARIO: 1. ¿Teologí­a pastoral o teologí­a práctica? – 2. Diversas concepciones de la teologí­a práctica: 2.1. La teologí­a práctica como teorí­a de la práctica sacerdotal; 2.2. La teologí­a práctica como teologí­a de la acción eclesial; 2.3. La teologí­a práctica como teologí­a de la praxis de liberación. – 3. Lo teologí­a práctica como teologí­a de la praxis: 3.1. Teologí­a de la práctica; 3.2. Práctica de la teologí­a.

1. ¿Teologí­a pastoral o teologí­a práctica?
La teologí­a pastoral nació como disciplina en Europa en 1774, mediante un decreto de la emperatriz Marí­a Teresa de Austria (1740-1780), con el fin de reformar los estudios eclesiásticos, excesivamente teóricos y escasamente pastorales que frecuentaban los futuros sacerdotes o pastores. De ahí­ el calificativo de pastoral. Los cultivadores de esta disciplina se llaman teólogos pastoralistas.

El cambio de nombre por el de teologí­a práctica lo hizo el teólogo protestante F. Schleiermacher en 1811 y se consagró en el campo de la Reforma hacia 1850. La teologí­a católica alemana aceptó la expresión teologí­a práctica después de la segunda guerra mundial. El cambio de nombre pretendió evitar su sello clerical, ensanchar el campo de reflexión a la totalidad de la Iglesia, y recoger, tanto el halo adquirido por lo práctico como la fascinación que sugiere el término praxis.

La reflexión de esta teologí­a no se centra, pues, en la mera práctica de los pastores, sino en la acción de la Iglesia y de los cristianos. Ahora bien, gracias a la decisión conciliar de entender la Iglesia como pueblo de Dios en estado de comunidad, al servicio del mundo, en aras del reino, la teologí­a práctica ha cobrado una nueva dimensión. La relación de la Iglesia con el mundo, sobre todo con el tercero el marginado y pobre, es esencial en la comprensión de la teologí­a práctica, entendida como teorí­a, crí­tica y reflexiva, de la praxis de la Iglesia y de los cristianos en el mundo. Sin embargo, la equiparación de la teologí­a pastoral a teologí­a práctica tiene el inconveniente de privar a las otras teologí­as de un significado práctico. Por eso hay pastoralistas que continúan hablando de teologí­a pastoral.

La teologí­a dogmática, erigida en suprema disciplina, ha considerado frecuentemente a la teologí­a pastoral como un simple corolario de su propio proyecto especulativo. A la teologí­a pastoral le ha costado mucho ser reconocida como disciplina teológica, no simple corolario de tesis dogmáticas; como eclesiologí­a dinámica, cuyo agente o responsable no es el sacerdote sino la Iglesia o la comunidad cristiana; como ciencia rigurosa, no mero recetario o práctica repetitiva. Esto ha sido posible en estos últimos años al adquirir la teologí­a dimensión pastoral, centralidad eclesial y estatuto práctico. Las principales aportaciones han sido hechas por teólogos alemanes. También han contribuido algunas reflexiones procedentes de Holanda, Italia, Canadá, España y América Latina.

2. Diversas concepciones de la teologí­a práctica
2.1. La teologí­a práctica como teorí­a de la práctica sacerdotal
Desde su nacimiento, a finales del s. XVIII, hasta la década de los cincuenta en el s. XX, la teologí­a pastoral tení­a como objetivo orientar la práctica de los pastores de almas. Se entendí­a como el tratado de las actividades de los clérigos o «de los deberes de un buen cura párroco», según lo expresó J. Mach en 1889, en su obra Tesoro del sacerdote. Recordemos que esta asignatura surgió en el contexto de una escolástica decadente, sin hondura teológica, exclusivamente pragmática y al servicio de una concepción estatal absolutista, centrada clericalmente en la enseñanza de los deberes del pastor de almas, considerado entonces funcionario espiritual del Estado. Así­ se comenzó a enseñar en los teologados austriacos desde 1777 y, más tarde, en todos los teologados de Europa.

La teologí­a pastoral como práctica sacerdotal es más técnica artesanal que ciencia o teologí­a. Consiste en un recetario eclesiástico de consejos prácticos, sin base teórica. Su contenido se deduce de las leyes canónicas y de la experiencia de la cura de almas. En todo caso es disciplina práctica sin categorí­a de ciencia, pura repetición sin base teológica, juridicismo clerical sin horizonte eclesial y visión fragmentaria sin mirada de conjunto. Recordemos que desde el s. XIII, el derecho era la disciplina de las actividades pastorales. A partir del s. XVI se unió al derecho la moral.

En segundo lugar, posee un sello clerical. Investido el sacerdote por los tres poderes de enseñanza, gobierno y culto, y en un estatuto jerárquico de autoridad, la concepción de esta teologí­a pastoral es netamente clerical. De hecho, el pastor es único sujeto responsable del ministerio; el resto de la Iglesia es objeto pasivo de esa función. Todo el acento recae en el deber del pastor, representante oficial de la religión y funcionario social que encarna a la autoridad de la Iglesia y a la Iglesia misma.

En tercer lugar, es propia del régimen de cristiandad. El objetivo de este tipo de teologí­a pastoral es formar buenos cristianos y obedientes ciudadanos, en el interior de una Iglesia enfeudada con el Estado, dentro de un régimen que, en algunos momentos históricos, fue absolutista. Debido al régimen concordatario, se pretende que lo religioso esté al servicio del orden público civil y que el Estado sea el servidor y guardián de la religión. Responde a la concepción de un régimen sacral (el de la antigua cristiandad) o de un Estado laico, inspirado por los valores del Occidente cristiano (el de la nueva cristiandad). En España, esta concepción de la teologí­a pastoral ha sido tí­pica del denominado nacionalcatolicismo, caracterizado por la coherencia o identidad entre la esencia del catolicismo y de la nacionalidad española, la valoración de la unidad polí­tica a partir de la unidad católica y el alza de valores como la autoridad, el verticalismo jerárquico, la religiosidad militar y el catolicismo popularizado, en detrimento de otros como libertad, igualdad, democracia y derechos humanos. En definitiva, la ideologí­a subyacente al nacionalcatolicismo se basa en la simbiosis Iglesia Estado, la mediación patriótica y familiar de la fe, el carácter eclesiocrático de la Iglesia y la antimodernidad.

2.2. La teologí­a práctica como teologí­a de la acción eclesial
Al acabar la segunda guerra mundial se produce una intensa renovación de la teologí­a pastoral en Alemania y Francia. Hacia 1942 comienza E. X. Arnold (1898-1969) sus estudios en torno a la naturaleza e historia de la acción pastoral. Según él, la teologí­a pastoral presupone una teologí­a bí­blica que investiga el «contenido y forma de la revelación divina»; una teologí­a histórica que estudia la «evolución y los azares de la revelación y la Iglesia en el ir y venir de la historia» y una teologí­a sistemática que profundiza el «dogma» y el «ethos», el espí­ritu y la esencia del cristianismo. Esta asignatura no es mero recetario o corolario de la dogmática, ya que posee un objeto propio constituido por las «acciones eclesiales», que consisten en la palabra, los sacramentos y la acción pastoral en un sentido amplio. En definitiva, la teologí­a pastoral, según E X. Arnold, es «la doctrina teológica sobre las formas de acción de la Iglesia» o teologí­a de las acciones eclesiales. Para Arnold la meta de la teologí­a pastoral es tanto de naturaleza cientí­fica como práctica; comprende teológicamente a la Iglesia obrando pastoralmente y sus formas de acción en la palabra, el sacramento y la cura del almas.

Con una visión semejante a la de E X. Arnold en Alemania, el dominico francés R A. Liégé (1921-1979) parte de una recta concepción eclesiológica. Para justificar el ministerio eclesial, que se resume en «proponer la fe salvadora, conferir los sacramentos y suscitar comunidades de santidad», Liégé fundamenta la eclesiologí­a en la cristologí­a. «La evangelización de las naciones es el oficio profético; bautizarlas es el oficio sacerdotal; hacerles guardar los mandamientos es el oficio pastoral; oficios todos ellos que han de ser desempeñados en nombre de Cristo, que continúa presente en su obra». Basado en una eclesiologí­a viva, Liégé define la teologí­a pastoral como «teologí­a dinámica de la Iglesia» o como «ciencia teológica de la acción eclesial». Defiende el carácter cientí­fico, teológico y eclesiológico de nuestra disciplina. Al resumir este tipo de teologí­a pastoral, tí­pica de la década de los sesenta, afirma que es «la disciplina teológica que aporta su propio discurso a la conciencia reflexiva de la acción eclesial» o «la teorí­a de la praxis de la Iglesia».

En la década de los sesenta recibió la teologí­a pastoral un nuevo impulso, gracias al magisterio teológico de K. Rahner. La orientación pastoral de la teologí­a, que se manifiesta con vigor gracias al influjo del Vaticano II, cristaliza en el Handbuch der Pastoraltheologie (Manual de teologí­a pastoral), elaborado por los mejores pastoralistas alemanes del momento, con el subtí­tulo: «Teologí­a práctica de la Iglesia en su presente». Aunque esta obra habí­a sido concebida antes del Vaticano II, responde a las exigencias pastorales del Concilio. La teologí­a pastoral tiene por objeto la Iglesia no meramente el pastor, y es reflexión que se diferencia de la teologí­a especulativa, ya que se considera disciplina rigurosa y autónoma.

Se exponen en dicho manual los fundamentos teológicos de la acción pastoral y la actividad de la Iglesia en su conjunto, en la lí­nea de una teologí­a práctica rigurosamente cientí­fica. Es concebida la teologí­a pastoral como ciencia de la autorrealización de la Iglesia (objeto material), a la luz teológica de cada situación actual de la Iglesia y del mundo (objeto formal). Fundamentalmente el Handbuch se identifica con una «eclesiologí­a existencial». Pero más que definir una doctrina, intenta trazar los criterios de la renovación pastoral de la Iglesia en el mundo. No pretende ofrecer recetas pastorales al clero, sino circunscribirse a la reflexión crí­tica sobre la «autorrealización» de la Iglesia en el presente y en el futuro.

El sujeto de la acción pastoral es la Iglesia. Es, pues, este manual una especie de «politologí­a de la Iglesia». Precisamente su dimensión eclesial es su fuerza y debilidad. La Iglesia cobra ahí­ una importancia excepcional. De ahí­ que sea una eclesiologí­a existencial más que una teologí­a práctica No llega a ser realmente una teologí­a de la praxis de los cristianos o una ciencia teológica de la acción. K. Rahner ha calificado a la teologí­a pastoral de eclesiologí­a existencial, a diferencia de la eclesiologí­a esencial. Es, pues, «teologí­a de la práctica de la Iglesia».

En resumen, la teologí­a práctica como teologí­a de la acción eclesial propuesta principalmente por Arnold, Liégé y Rahner, es eclesiologí­a dinámica o en acción. Es teologí­a pastoral vertebrada eclesiológicamente.

Así­ se explican los intentos, por influjo protestante, de que se denomine teologí­a práctica para quitarle el tufillo clerical del término pastor. Su idea dominante es la edificación de la Iglesia. Recordemos que la Iglesia ha sido estudiada durante mucho tiempo dogmática o apologéticamente, sin suficiente dinamismo pastoral. Nuestra disciplina se justifica por la mediación de la razón práctica, a diferencia de la historia de la Iglesia o de la eclesiologí­a dogmática, que utilizan otras razones de mediación. De una parte es teologí­a, no mero recetario; de otra es ciencia práctica o ciencia de la acción. Además, se articulan en la teologí­a pastoral varias disciplinas parciales de tipo práctico que se encontraban aisladas.

Este tipo de teologí­a práctica se basa en las acciones eclesiales. La acción pastoral como acción eclesial tiene presente el deseo y necesidad de autenticidad existente en la conciencia de la Iglesia, expone los imperativos de sus acciones y las orienta para su planificación. Así­ concebida, la acción pastoral abarca todo el campo de la realidad de la Iglesia en proceso de autoedificación, con todas las tareas que esto implica. Naturalmente, se centra fundamentalmente en las tres dimensiones principales de la acción cristiana la profética o de la palabra, la litúrgica o del culto y la caritativa o solicitud pastoral.

Finalmente, es una reflexión sin referencia directa a la praxis transformadora de la realidad. En los años estrictamente conciliares, K. Rahner y algunos de sus discí­pulos intentaron acentuar la autorrealización de la Iglesia como acción salví­fica de Dios en el mundo. La actualidad, para K. Rahner, es la situación que Dios ha encomendado a su Iglesia. De ahí­ que la teologí­a práctica trate la manera en que la Iglesia se autorrealiza, según una reflexión cientí­fica que se funda en la realidad esencial de la Iglesia, ya sea en su vertiente efectiva (punto de vista crí­tico), ya sea en relación a lo que debe se cumplido (punto de vista normativo).

Esta teologí­a pastoral, correspondiente a una teologí­a misionera y testimonial, asume el denominado giro antropológico de la teologí­a, indaga el sentido cristiano de la vida en los acontecimientos de la existencia, se preocupa en poner de relieve los valores de la persona y su transcendencia frente a cualquier condicionamiento socioeconómico, relaciona situaciones humanas con los kerigmas neotestamentarios, etc. Es en definitiva una teologí­a pastoral de la existencia humana, dentro de una concepción comunitaria. Dicho de otro modo, es una hermenéutica de la vida teologal, en clave eclesiológica, con un talante personalista.

Varios peligros se ciernen en torno a este concepto de teologí­a pastoral. El primero se refiere al «eclesiocentrismo», es decir a la centralidad que cobra la Iglesia, como si fuese posible edificarla en el mundo sin tener en cuenta suficientemente y en concreto los datos culturales, polí­ticos, sociales y económicos de nuestra sociedad, especialmente la situación de las clases dominadas y del pueblo marginado. El segundo se relaciona con la concepción de la acción eclesial, identificada a menudo con la acción cristiana. En tercer lugar, su punto de partida casi exclusivo es el del kerigma cristiano; todo lo demás son meros condicionamientos o simples expectativas. Finalmente, no cuenta suficientemente con el ser humano concreto polí­ticamente situado, al resaltar el género humano abstracto o la individualidad imprecisa.

2.3. La teologí­a práctica como teologí­a de la praxis de liberación
Con el Vaticano II se abre un tercer perí­odo de la teologí­a pastoral al incorporar a la reflexión teológica la realidad social exterior a la Iglesia y tener en cuenta el contexto económico, polí­tico y cultural, de ordinario injusto, que vive el pueblo de los pobres. Desde una práctica pastoral de liberación en el contexto latinoamericano, los cristianos comprometidos en ese proceso se preguntan por el sentido de su fe; los sectores populares toman conciencia de su situación mediante una pedagogí­a crí­tica y exigen una consecuente liberación, y los teólogos crí­ticos traducen la experiencia de la liberación en forma de reflexiones teológicas a través de una hermenéutica adecuada. Todos estos aportes, hechos desde la praxis y sobre la praxis, de cara a una acción profética de solidaridad con los pobres, dan lugar a la denominada teologí­a de la liberación, que cabe entenderla como teologí­a práctica.

Es teologí­a polí­tica con dimensión sapiencia) y profética. En correspondencia con el giro polí­tico que asume la teologí­a de los años inmediatamente posconciliares, comienza a desarrollarse un nuevo tipo de teologí­a práctica, pública y crí­tica. En realidad, las teologí­as polí­ticas de estos años, y en especial la teologí­a de la liberación, explicitan con un lenguaje crí­ticamente teológico las mutaciones profundas que se dan en el quehacer y pensar de los cristianos de base.

Es, además, teologí­a de la praxis de liberación de los oprimidos de este mundo. Según G. Gutiérrez, «en la teologí­a de la liberación hay dos intuiciones centrales que fueron además cronológicamente las primeras, y que siguen constituyendo su columna vertebral. Nos referimos al método teológico y a la perspectiva del pobre» (La fuerza histórica de los pobres, Salamanca 1982, 257). El pobre, identificado según el teólogo citado con los pueblos dominados, las clases sociales explotadas, las razas marginadas y las culturas despreciadas, es la clave para comprender el sentido de la liberación y revelación del Dios liberador. De ahí­ que se hable de la «irrupción del pobre» en la sociedad y en la Iglesia, entendido individual y colectivamente como una «nopersona», a quien no se valora como ser humano con todos sus derechos.

Es teologí­a que articula la praxis histórica de la fe con la inteligencia de la fe. En repetidas ocasiones, G. Gutiérrez ha dicho que en la perspectiva de la teologí­a de la liberación, «a Dios se le contempla y se le practica, y sólo después se le piensa», o bien que únicamente «desde el terreno de la mí­stica y de la práctica es posible elaborar un discurso auténtico y respetuoso acerca de Dios» (Concilium, 191, 1984, 55). Como consecuencia, el misterio cristiano se revela en la contemplación y solidaridad con los pobres: es el acto primero, oración creyente y compromiso de caridad, resumen de la vida cristiana; sólo después puede esa vida inspirar un razonamiento: es el acto segundo que se formula teológicamente. Al ser una teologí­a que da primací­a a la acción antes que al conocimiento, es teologí­a del compromiso, de la acción o de la praxis.

Es teologí­a de la praxis histórica como acción liberadora integral. Precisamente ha sido la consideración de la praxis una de las razones fundamentales de la renovación posconciliar de la teologí­a. G. Gutiérrez ha señalado diversos factores que han contribuido a enfatizar la nueva categorí­a de praxis histórica en la teologí­a (Teologí­a de la liberación, Salamanca, 1980, 27-34). Recordemos que la praxis histórica en la teologí­a de la liberación no se reduce a una praxis pastoral o eclesial, sino que abarca además una praxis económica, social, polí­tica y cultural. Es, pues, praxis de liberación pastoral y polí­tica.

El sujeto de esta teologí­a es la Iglesia como comunidad eclesial de base. «La matriz histórica de la teologí­a de la liberación según G. Gutiérrez se halla en la vida del pueblo pobre, y de modo especial en la de las comunidades cristianas que surgen en el seno de la Iglesia presente en América Latina» (Páginas, 93, 1988, 82). La configuración teológica de la comunidad de base, dentro de un proyecto liberador, exige además que se reestructura el ministerio de los cristianos en toda su amplitud (desde la conversión a la celebración, a través de la iniciación), corresponsabilidad (revisión del sacramento del orden) y universalidad (relación entre la Iglesia local e Iglesia universal). La teologí­a cristiana, cuyo sujeto es la Iglesia en cuanto comunidad de base, es teologí­a comunitaria. En simbiosis con la tarea del teólogo profesional se da el quehacer teológico colectivo.

Finalmente, es teologí­a práctica desde la praxis de liberación y a su servicio. Partimos de un presupuesto: la teologí­a que no es práctica, que no parte de la praxis para encaminarse a ella de un modo próximo o remoto, es irrelevante pastoralmente. Por el contrario, toda teologí­a básicamente referida a la praxis transformadora de la realidad será, a nuestro entender, teologí­a práctica. La teologí­a de la liberación, por ejemplo, es hoy básicamente teologí­a práctica fundamental. Según G. Gutiérrez, intenta «contribuir a que el compromiso liberador sea cada vez más evangélico, eficaz e integral», «está al servicio de la misión evangelizadora del pueblo de Dios» y «se sitúa por eso como una función eclesial» (en Páginas, 93, 1988, 82). Su modo de hacer teologí­a es semejante al de la teologí­a práctica, ya que su punto de partida es la vida y la praxis de la Iglesia para reflexionar después y reorientar la acción.

En conexión con la acción o con la praxis, la teologí­a de la liberación es cercanamente teologí­a práctica porque es teologí­a de la praxis, al poseer una doble relación, teórica y práctica, con la praxis. Según J. B. Libánio, «la teologí­a de la liberación tiene una intención práctica que se manifiesta a través de tres relaciones con la praxis: es teologí­a en la praxis, al estar el teólogo comprometido con la causa de la liberación de los pobres; es teologí­a para la praxis, al afrontar las mediaciones polí­ticas de una acción transformadora de la realidad; y es teologí­a por la praxis en la medida que la misma praxis tiene una dimensión de juicio, dentro de los lí­mites de la naturaleza de la teologí­a» (J. B. LIBíNIO, Teologí­a de la liberación, Santander 1989, cap. 9). De acuerdo a la teologí­a de la liberación, praxis equivale a la acción de los pobres por transformar su situación injusta y constituirse en pueblo de Dios. No es praxis para los pobres sino de los pobres. En la praxis de liberación se advierten dos funciones. Una polí­tica: que la masa de los pobres, emancipada, se convierta en pueblo dueño de su destino; y otra eclesial: que el pueblo de Dios se constituya en estado de comunidad eclesial de base.

En definitiva, la teologí­a de la liberación es teologí­a práctica por su punto de partida: percepción y análisis de la realidad miserable, producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y polí­ticas injustas que producen indignación éticoreligiosa. Lo es por su punto de llegada: fomento de una práctica social solidaria con la esperanza de los pobres en virtud de una fe verdadera y de una caridad polí­tica, es decir, con la perspectiva totalizadora de una liberación integral. Finalmente, también lo es por su discurso teológico, mediador entre una nueva manera de vivir la fe y su comunicación, ya que la lectura o «relectura» del evangelio se hace en vistas al anuncio del mensaje.

3. La teologí­a práctica como teologí­a de la praxis
3.1. Teologí­a de la práctica
Antes del Concilio los estudios pastorales desarrollaron el campo práctico de la teologí­a o sus aplicaciones concretas en forma de corolarios. Hoy entendemos que la teologí­a práctica necesita la cooperación de las ciencias humanas, especialmente de la sociologí­a y la psicologí­a. Sin su concurso, difí­cilmente pueden ser examinados los mecanismos que se dan en las prácticas pastorales. Por esta razón, urge en cada momento histórico relacionar dialécticamente la práctica eclesial con la teorí­a teológica y las ciencias humanas. Ahora bien, para elaborar un proyecto pastoral o una teologí­a práctica se necesita auscultar la realidad de la práctica pastoral, es decir, la vida cristiana en su desarrollo, y contrastar sus resultados con la palabra de Dios y su reflexión teológica, para descender de nuevo al terreno de la práctica. Por esta razón el binomio teorí­apraxis dialécticamente entendido es fundamental en la teologí­a práctica.

En realidad, toda teologí­a al menos remotamente debiera ser pastoral, pero en cualquier caso hay una teologí­a que utiliza precisamente la «razón práctica» como mediación de reflexión. La teologí­a práctica es ciencia teológica en relación a la praxis. Ahora bien, existe una praxis referida en los relatos evangélicos, la de Jesús el Cristo, fundamento de toda práctica eclesial. La teologí­a práctica es cristológica en sus raí­ces y eclesial en su expansión. De otra parte, tiene en cuenta la realidad histórica y social. Este dato último, a saber, el de una sociedad hoy autónoma y secularizada pero necesitada de evangelización, es una nueva razón añadida a la necesidad de elaborar estudios de pastoral. La situación se confronta con la revelación. Recordemos que se ha desplazado la acción de la Iglesia en la sociedad occidental y que la teologí­a no tiene la función rectora que tuvo en otros momentos históricos. Por esta causa urge replantear de nuevo la misión de la Iglesia en el mundo secularizado y pluralista que nos toca vivir. No cabe una teologí­a pastoral perenne.

En el desarrollo de esta disciplina ha contribuido sin duda el moderno redescubrimiento de las categorí­as práctica y praxis, ya que su campo de reflexión es la acción de los cristianos. Se parte de la praxis, tal como se da, para llegar a la praxis programada, tal como debe ser. De este modo, la teologí­a práctica se mueve en el universo de lo que acontece, utiliza la inducción para deducir después, articula su propia reflexión en diálogo con el dato revelado teológicamente entendido, formula sus objetivos, tiene en cuenta el magisterio y aterriza en el campo de los imperativos cristianos mediante distintos proyectos.

3.2. Práctica de la teologí­a
La acción pastoral es una práctica que actualiza la praxis de Jesucristo a través de la acción de la Iglesia y de los cristianos; la teologí­a reflexiona sobre las manifestaciones e intervenciones de Dios en los hombres y en la sociedad a través de Jesucristo y de la Iglesia. Como la teologí­a, es un acto reflexivo o teórico, a saber, un acto segundo. Antes de pensar, se es, y antes de tener una teologí­a se tiene un cristianismo. Evidentemente, esta operación reflexiva produce una teorí­a teológica, a la que ha precedido un acto de fe. La teologí­a posconciliar más cercana al acto pastoral es entendida como saber práctico o discurso comprometido (theologia ad praxim); otro tanto se puede decir de la vida teologal: es una vida eminentemente práxica. La teologí­a práctica se entiende como teorí­a de una praxis de salvación (theologia praxeos); la fe es, en consecuencia, praxis de liberación salvadora.

E. Schillebeeckx viene a decir que la teologí­a es «teorí­a de la praxis eclesial» y W. Kasper afirma que la teologí­a debe partir de la práctica de la Iglesia. Para que la teologí­a no sea una justificación ideológica de las clases dominantes, ha de fundarse en las promesas escatológicas de Dios a los «pobres de Yahvé» o «bienaventurados». La teologí­a será entonces teorí­a crí­tica de la praxis regida por la fe; así­ la entiende J. B. Metz. W. Pannenberg afirma que «la referencia a la praxis de la vida no constituye sólo una disciplina teológica particular, sino que abarca a toda la teologí­a en su totalidad» (Teorí­a de la ciencia y teologí­a, Madrid 1981, 431).

Es de sobra conocida la tesis XI de Marx sobre Feuerbach, esbozada en 1845: «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo». Inspirado en esta fórmula, declara J. Moltmann: «El teólogo no se contenta con interpretar de otro modo el mundo, la historia y la condición humana; se trata más bien, en la espera de la transformación divina, de transformarlo». Evidentemente, si la fe y la teologí­a se reducen a meras interpretaciones, no interesan o interesan poco. Es necesario presentarlas en relación con el compromiso de liberación.

Las teologí­as actuales acentúan, pues, este rasgo común: su referencia a una praxis liberadora del mundo. Frente a una dogmática contemplativa y ortodoxa, se propone hoy una teologí­a transformadora y ortopráctica. Hasta hace poco tiempo la teologí­a daba primací­a al conocimiento. Después de definir la verdad se intentaba aplicarla. En consecuencia, la acción pastoral era entendida como una aplicación práctica, en un lugar concreto, de la teologí­a universalmente válida. Hoy en teologí­a, sobre todo en la teologí­a de la liberación, se da un mayor peso a la acción o, si se prefiere, al compromiso. De este modo se abre el camino para el entendimiento de la teologí­a práctica.

Como conclusión podemos afirmar que teologí­a práctica es la reflexión teológica de la acción eclesial, entendida como actualización de la praxis de Jesús por la Iglesia, de cara a la implantación del reino de Dios en la sociedad, mediante la constitución del pueblo de Dios en estado de comunidad cristiana. Dicho de otro modo, es el esfuerzo reflexivo o teórico que hace la Iglesia a través de sus comunidades, con la ayuda imprescindible de los teólogos, para entender y promover la vida comunitaria cristiana en un mundo más justo y solidario.

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Casiano Floristán

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

Esta expresión aparece en el ámbito protestante, con la triple articulación de la ciencia teológica en teologí­a filosófica, histórica y práctica, propuesta por F. Schleiermacher (1768-1834), en donde se la entiende como un saber orientado hacia la dirección eclesial configurada como una técnica. Esta condición fue francamente superada por la aportación de A. Graf (1841) el cual, partiendo de una concepción de la teologí­a como autoconciencia cientí­fica de la Iglesia, describe sus tres orientaciones principales, que corresponden a los tres aspectos fundamentales de la Iglesia que tiene un pasado, una esencia divina concreta y determinada y que se construye en el futuro.

Se trata de la teologí­a bí­blica e histórica, de la teologí­a teorética y de la †œteologí­a práctica», es decir, dé «la ciencia de las actividades eclesiales divino-humanas, con la mediación de personas encargadas en la Iglesia, preferentemente del estado sacerdotal, para la edificación de la Iglesia». Respecto a la expresión «teologí­a pastoral», que indicarí­a más bien una reflexión sobre la actitud personal del pastor, » teologí­a práctica» designarí­a la reflexión crí­tica sobre la acción eclesial. Esta expresión también está presente en la actualidad en el ámbito católico. En el terreno de la teologí­a práctica entrarí­an todas aquellas disciplinas teológico-prácticas que tienen como tema una función fundamental de la Iglesia (liturgia, catequesis, etc.). El defensor de su entrada en el conjunto de las disciplinas teológicas ha sido K. Rahner. Prefiriéndola a la «teologí­a pastoral» tradicional, que sugiere una limitación de su propio objeto, Rahner define a la «teologí­a práctica» como aquella disciplina que se ocupa de la autoactuación que tiene que realizar de hecho la Iglesia en la situación concreta. O también, como una ciencia autónoma (sin prescindir , evidentemente, de todos los lazos que la unen a las otras disciplinas teológicas), que tiene la tarea de elaborar un análisis de la situación en que la Iglesia tiene que ir desarrollándose a sí­ misma.

M. Semeraro

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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico