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TEOLOGO Y LA (EL)

TEOLOGO Y LA (EL)

1. DEL ENFRENTAMIENTO AL DIíLOGO. La teologí­a fundamental actual ha nacido en gran parte de una reacción contra la apologética de los siglos pasados: siempre en pie de guerra, dedicada a atrincherarse; siempre en busca de adversarios que atacar. No solamente los racionalistas, sino también los protestantes, bautizados y cristianos, se veí­an como enemigos. A fuerza de polemizar, en un tono intransigente y tajante como un bisturí­, la apologética se habí­a descalificado. Durante tres largos decenios ha conocido la vida dura de las catacumbas. Perí­odo fecundo, que le ha permitido «convertirse», reflexionar sobre los cambios de nuestra época y sobre las tareas que se esperan de ella.

El signo más elocuente de esta «conversión» es el cambio de nombre: la apologética de antaño ha sido púdicamente rebautizada para llamarse ahora /»teologí­a fundamental». Pero este cambio de nombre es más que la imposición de una nueva etiqueta a un viejo producto. Se trata de un cambio que afecta a su estatuto y á su actitud. La teologí­a fundamental ha comprendido que ha pasado el tiempo de las cruzadas, y que el cristiano del siglo xx, abierto al mundo y a las ciencias, con una mentalidad ecuménica, quiere ante todo que se le escuche. Porque hay problemas de una gravedad inaudita que le atormentan: quiere que se le tome en serio y que se le exponga serenamente lo que el cristianismo puede decir de ellos. En vez de formularse en términos de oposición y ,de refutación, la teologí­a fundamental se expresa en términos de posición, de explicación, de proposición. Ha pasado de la requisitoria a la exposición desapasionada del enfrentamiento al diálogo, alineándose así­ en la actitud de un concilio que quiso ponerse en situación de escucha y en estado de diálogo.

La teologí­a fundamental, como disciplina, contemporánea, ha salido de una crisis de «adolescencia». Más modesta ahora, más serena, más consciente de la complejidad de los problemas con que se enfrenta, está también mejor equipada; más preocupada por la búsqueda de sentido, de inteligibilidad, que por la de argumentos aplastantes. Esta actitud dialogal se extiende a las ciencias, a las religiones, a las Iglesias, a las culturas. Cristo sigue siendo un punto de partida y de referencia, pero no la cabeza de puente con vistas a un nuevo ataque.

2. LA OTRA PARTE DEL DIíLOGO. El profesor de teologí­a fundamental se dirige a unos hombres mucho más «informados» que los de antaño gracias a los medios de comunicación social; y también a unos hombres más crí­ticos, inmersos en un mundo en el que se codean todas las ideologí­as, en donde pululan las más variadas sectas en el seno de una cultura cada vez más extraña a la visión cristiana del hombre y del mundo. Choca con amplias zonas de /indiferencia engendradas por el mundo secularizado del .progreso y de la técnica; y, por consiguiente, con una falta total de interés por las cuestiones religiosas y con una ignorancia abismal del mensaje cristiano.

A esos hombres que acuden a él o con los que se encuentra ocasionalmente no basta responderles: «La Iglesia ha dicho…, el evangelio ha dicho o -más ingenuamente- yo os digo». Los creyentes y los que no creen exigen respuestas precisas y motivadas. Para responder a las cuestiones de hoy, el profesor de teologí­a fundamental tiene que adquirir una formación igual en calidad, y hasta superior, a la del biólogo, el fí­sico, el abogado. Si se negase a este reto de una preparación austera, exigente y prolongada, serí­a incapaz de encaminar hacia la fe a los que la interrogan, e incluso de confirmar a sus propios hermanos creyentes en la fe (1 Pe 3,15). Porque cada uno de los creyentes lleva hoy dentro de sí­ las dudas del no creyente. «Lo que alimenta el pensamiento y la actitud de los no creyentes es también lo que mantiene la incertidumbre y la duda en muchos cristianos» (H. Bouillard). A1 dialogar con los no creyentes, dialogamos con nosotros mismos; en este contexto una reflexión sobre las bases racionales de la decisión de fe no es un deporte de intelectuales, sino una necesidad de vida. De lo contrario, la crisis actual de la fe no podrá menos de agravarse hasta adquirir las proporciones de un amplio cisma subterráneo o de un océano de indiferencia. ,
ESTATUTO TEOLí“GICO DE LA : El principio anselmiano de la fides quaerens intellectum, que hace nueve siglos definí­a a la teologí­a en tres palabras, no ha sido superado. Pero cada uno de los términos de la definición ha adquirido tal extensión y se ha cargado de tal plenitud de sentido que se ha visto modificado el equilibro de todo el conjunto.

a) El teólogo de la teologí­a fundamental, como todo teólogo; se apoya en la misma fe. El creyente que intenta comprenderse como creyente no puede comportarse como si no creyera; una actitud semejante serí­a pura contradicción. Por lo tanto, la teologí­a fundamental no puede considerar como accidental que el teólogo sea creyente y cristiano; es algo que se deriva de la naturaleza misma de su ser. Este punto de partida es tanto más importante cuanto que su reflexión recae sobre la afirmación central de la fe cristiana, a saber: la autodonación y la automanifestación de Dios en Jesucristo. Si el teólogo de la teologí­a fundamental tiene la misión de estudiar en su totalidad esta realidad primera del cristianismo que es la revelación, a él más que a ningún otro se le exige que sea «testigo» de esta fe que iluminó e inspiró primordialmente su vida. Es preciso que en él la inteligencia del misterio coincida con la adhesión vital al misterio. Si intenta comprender, es que su fe misma le «urge» a «buscar» para comprender mejor lo que da sentido a su vida.

Es verdad que el estudio de la revelación arrastra a la teologí­a fundamental a un terreno que no afecta directamente a la dogmática, sino a la apologética; pero es la naturaleza misma de la realidad estudiada, a la vez misterio y acontecimiento de la historia, lo que le obliga a esta actitud. En efecto, la teologí­a fundamental se interroga no solamente por la revelación como objeto de fe, sino también por la revelación tamo irrupción de Dios en la historia, en la carne y la lengua de Jesús. Se interroga por la presencia de Dios-entre-nosotros-en-Jesucristo y por los signos históricos de esa presencia. Se interroga no solamente por lo que creemos sino también por los motivos de nuestra fe. Se pregunta si la afirmación de Dios-entre-nosotros-en-Jesucristo es «creí­ble»; se pregunta si la opción de fe es razonable, sensata.

Si la teologí­a fundamental, en razón de su objeto, apela a las ciencias humanas (crí­tica literaria e’ histórica, filosofí­a), sigue siendo, desde luego, un discurso de creyente. En ningún momento renuncia a la fe. Se ve obligada a declarar sus presupuestos, pero nunca a abandonarlos, so pena de dejar de ser lo que es.

b) El segundo término del principio anselmiano, el de «buscar», es quizá el que más se ha ampliado. En efecto, de la noche a la mañana el buscador se ha encontrado en posesión de unas técnicas que han renovado y hasta revolucionado la l teologí­a, precisamente en unos sectores que afectan de cerca a la teologí­a fundamental: ciencias bí­blicas y patrí­sticas, ciencias del lenguaje, antropologí­a (filosofí­a, historia, sociologí­a, psicologí­a). Sin embargo, la novedad está en que las ciencias humanas se han liberado de sus ví­nculos con la filosofí­a para reivindicar su plena autonomí­a. De aquí­ se sigue que el diálogo de la teologí­a fundamental con las ciencias humanas se hace directamente con ellas, sin la mediación de la filosofí­a. El «buscador», o el teólogo de la teologí­a fundamental, ve entonces ensancharse prodigiosamente el campo de su investigación.

De todas las disciplinas que han afectado más a la tarea de la teologí­a fundamental, la historia, las ciencias del lenguje y en general las ciencias del hombre ocupan el primer plano. En primer lugar, la ! historia. La conciencia de la dimensión histórica ha modificado radicalmente la teologí­a; entra hasta tal punto en la constitución del pensamiento contemporáneo que situarse fuera de ese horizonte equivale a no hacerse comprender por el hombre de hoy. Este impacto de la historia es más poderoso todaví­a por el hecho de que la revelación misma no se comprende sino dentro de un horizonte histórico. Vienen luego las ciencias del lenguaje: filosofí­as del lenguaje, formas del lenguaje (conceptual, simbólico, gestual), problemas de interpretación o de hermenéutica, problemas de l inculturación o de transculturación. Mencionemos finalmente el ascenso triunfante de las ciencias del hombre (sociologí­a, psicologí­a, psicoanálisis). La teologí­a fundamental, como disciplina fronteriza, está en diálogo obligado con todas estas ciencias que han forjado la mentalidad del hombre contemporáneo. Esta acogida dialogal representa un progreso respecto a la antigua apologética. Pero encierra también un riesgo: concretamente, el de perder de vista lo «especí­fico» cristiano, diluyendo el mensaje para hacer de él un producto al alcance de todos. En una palabra, el peligro de llegar a un cristianismo deslavado y sin contraste, aplanado y sin fisonomí­a propia. Pero la teologí­a fundamental no puede echar marcha atrás. Tiene que mantener su actitud dialogal, aunque con la conciencia viva de su identidad y de su misión.

4. PREPARACIí“N REQUERIDA. En estas condiciones, ¿es todaví­a posible concebir un tipo de formación adecuada a la enseñanza de la teologí­a fundamental? ¿Hay que exigirle a cada profesor que sea al mismo tiempo un perfecto conocedor de las filosofí­as antiguas y modernas, de la exégesis, de los problemas de lenguaje, de las tradiciones religiosas mundiales, de los métodos de crí­tica literaria e histórica, de las ciencias humanas en pleno desarrollo? ¿No es éste un desafí­o utópico, capaz de desanimar a las mejores buenas voluntades?

Distingamos ante todo la teologí­a fundamental como función eclesial, como sección del saber teológico, y por otra parte la enseñanza de la teologí­a fundamental por un profesor determinado y en un centro determinado. Lo mismo que un médico no puede poseer por sí­ solo toda la ciencia médica en su integridad, tampoco un teólogo o un centro teológico puede asumir en su totalidad el tratamiento de los temas que atañen a la teologí­a fundamental. Se trata de una posesión de la Iglesia como cuerpo social. Dicho esto, creemos que es posible distinguir varios niveles y varias etapas de preparación en la enseñanza de la teologí­a fundamental:
a) Una formación de base, literaria y filosófica (tal como se propone normalmente en los estudios secundarios), que prepare ala universidad. Es el mismo nivel que corresponde al conocimiento de las grandes obras literarias y de las grandes corrientes filosóficas.

b) Una formación teológica de base, en la que se ponga el acento en la antropologí­a, la cristologí­a y la eclesiologí­a.

c) Una formación especializada en teologí­a fundamental, coronada por un doctorado y una tesis publicada. En este nivel se sitúa el conocimiento profundo de lo que constituye el núcleo más duro e irreductible de la teologí­a fundamental, que nunca hay que sacrificar, a saber: el problema de la revelación y de su credibilidad. Este núcleo incluye: el estudio de los orí­genes del cristianismo en su contexto histórico; la aparición de la persona de Jesús; el conocimiento que podemos tener de él para acceder a su enseñanza, a sus obras, a sus actitudes, a su conciencia de Hijo, a sus declaraciones sobre su identidad y su proyecto eclesial, a la realidad de sus milagros (l Milagros) y de su resurrección (l Misterio pascual, Il); la fidelidad de la Iglesia a la interpretación que dio Jesús de sí­ mismo.

d) Esta especialización en teologí­a fundamental deberí­a ir acompañada de una especialización en una disciplina que permitiera al futuro profesor familiarizarse con los métodos del análisis literario e histórico. En concreto, esto significa un doctorado o al menos una licenciatura en exégesis o en historia.

e) Otros muchos problemas conciernen más bien al diálogo de la teologí­a fundamental con sus corresponsales de fuera: las Iglesias, las religiones, las culturas, las ciencias. Aquí­ es donde la interdisciplinariedad tiene que venir en ayuda de la especialización principal. Normalmente, en un centro universitario de cierta importancia, el diálogo entre colegas de otras facultades deberí­a permitir al profesor de teologí­a fundamental encontrar rápidamente lo que no es de su competencia inmediata.

Aun distinguiendo de este modo los diversos niveles de preparación y la aportación que se espera de cada uno, la preparación del profesor de teologí­a fundamental seguirá siendo siempre una de las más austeras, de las más exigentes, en el seno de las disciplinas teológicas. Se dirige sobre todo a unos candidatos cuya curiosidad natural y multiforme permitirá acceder más fácilmente a una disciplina que se sitúa en la encrucijada de todos los cuestionamientos sobre el hombre, Cristo y la Iglesia.

BIBL.: CHAPPIN M., Dalla difesa al Dialogo. L’insegnamento della teologí­a Fondamentale alla PUG, 1930-1988, en R. FISICHELLA (ed.), Gesú Rivelatore, Casale Monferrato 1988, 3345; LATOUREELE R., Teologí­a, ciencia de la salvación, Salamanca 1968; ID, A Jesús el Cristo por los evangelios, Salamanca 1982; ID, Nueva imagen de la Fundamental, en R. LATOUREELE y G. O’COLLINS (eds.), Problemas y perspectivas de teologí­a fundamental, Salamanca 1982, 6494; ID, Ausencia y presencia de la fundamental en el Vaticano II, en R. LATOURELEE (ed.), Vaticano II. Balance y perspectivas, Salamanca 1989,1048-1068; SAGRADA CONGREGACIí“N PARA LA EDUCACIóN CATOEICA, Laformación teológica de los futuros sacerdotes, Roma 1976.

R. Latourelle

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental